miércoles, 5 de septiembre de 2012

¡¡¡SUPERCAMPEONES!!!


¡¡¡SUPERCAMPEONES!!!.

  Una vez más, para festejar además el retorno del descanso estival, el presente blog admite una excepción. Recordemos de nuevo que su filosofía es la de rememorar hechos, actos, semblanzas o acontecimientos históricos varios relativos al club Atlético de Madrid. No se busca seguir la actualidad o el día a día del mismo, sin perjuicio de que algún invitado la pueda abordar. Ya se ocupan de ella multitud de medios de comunicación, cada vez, merced sobre todo a las nuevas tecnologías, más numeroso. No obstante, la importancia del hecho acontecido en el pasado mes de mayo, cual fue la conquista por parte de la plantilla rojiblanca de su segunda Europa League, introdujo en esta filosofía una primera excepción, analizando pormenorizadamente la final, obviamente desde el punto de vista de mis apreciaciones personales. Y ahora un nuevo hecho histórico obliga a esta segunda excepción: la muy brillante obtención de un nuevo título europeo, la Supercopa de Europa correspondiente a la temporada 2012-13. Como en el artículo dedicado a la primera de las finales europeas ganadas reseñé, al fin y al cabo, lo que aquí podamos dejar plasmado hoy sobre hechos recientes, será Historia con mayúsculas dentro de pocos años.
 Como de todos es sabido, este torneo de la Supercopa europea enfrenta desde hace años, desde mediados de la década de los setenta del siglo pasado, al campeón de la antigua Copa de Europa o actual Champions League con el campeón de la antigua Recopa, posteriormente, al desaparecer este torneo, con el de la Copa de la U.E.F.A. y en la actualidad con el de la Europa League, sucesora de aquélla. No deja de ser una especie de reto para dilucidar qué equipo ha sido el mejor de la temporada en Europa, enfrentando a los campeones de sus dos principales competiciones (en estos momentos, de hecho, las dos únicas). De acuerdo con este objetivo, parecería lógico que fuese el partido de cierre de la temporada. Sin embargo, pasa a ser el primer partido de la siguiente, el pistoletazo de salida de las competiciones entre países en el ámbito europeo (dejando aparte Intertotos y previas de la Champions League).
 En este sentido, cabe reivindicar en grado sumo la importancia intrínseca de este torneo. Ahora que recientemente la ha ganado nuestro club en dos ocasiones (recordar que hay que sumar a la actual la de hace dos años, temporada 2010-11), muchos aficionados españoles seguidores de otros colores la ningunean como una competición de segunda fila, carente de valor, defendiendo en forma absolutista la sacrosanta Champions League. Supongo que nadie podrá dudar que ésta posee una importancia superior a la Europa League. Pero precisamente la Supercopa enfrenta a los campeones de ambas competiciones. Para adjudicarse la Supercopa vía Europa League ha habido que ganar al campeón de la Champions League, equipo ganador entre todos los ganadores. Es decir, un mérito inmenso.
 Una vez más, no pude acudir como hubiera sido mi deseo a disfrutar sobre el terreno. Me tuve que conformar de nuevo con vibrar con mi equipo a través de la pantalla. Lo hice desde mi retiro veraniego, imagino que al igual que gran cantidad de fieles seguidores rojiblancos. Todos los rojiblancos, los que tuvieron la enorme dicha de poder acudir a Mónaco y los que no, disfrutamos como nunca del extraordinario espectáculo que nuestro equipo nos proporcionó. Pero no sólo nosotros. La brillantez desplegada por nuestros jugadores ha motivado que muchos familiares, amigos y conocidos no atléticos me hayan felicitado en estos días, como si un servidor hubiera llegado a participar en forma activa.          
  Al igual que en la final de Bucarest, veamos en primer lugar los datos objetivos. El encuentro, uno de los mejores (si no el mejor, como muchos opinan) de la dilatada historia atlética tuvo lugar en la ciudad de Mónaco (por cierto, último año que se disputa en esta ciudad; para la temporada que viene ya está confirmada  la ciudad de Praga), en el estadio Louis II, el día treinta y uno de agosto de dos mil doce. El rival, el equipo londinense del Chelsea, plagado de rutilantes estrellas adquiridas a golpe de talonario. Entre ellas, nuestro querido y añorado Fernando Torres. Y otros españoles ilustres como Mata, Oriol Romeu y Azpilicueta. El resultado, clamorosa victoria de nuestros colores por cuatro goles a uno. Al descanso ya se llegó con el cómodo resultado de tres goles a cero. Estos tres primeros tantos fueron obtenidos por nuestro astro colombiano Falcao, en los minutos seis, diecinueve y cuarenta y cuatro. En la segunda parte, nuestro defensa central brasileño Miranda amplió la ventaja en el sesenta para que otro defensa central, en este caso el inglés Cahill maquillara el resultado con su diana en el setenta y cinco.
  Bajo la dirección del árbitro esloveno Damir Skomina (que pasó inadvertido gracias sobre todo a la amplitud del marcador; muy correcto en el orden disciplinario, su principal lunar fue no señalar un claro penalti de David Luiz a Koke en el minuto tres), las alineaciones fueron: Atlético de Madrid: Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis; Mario Suárez, Gabi; Arda Turan, Koke (Raúl García, minuto 81), Adrián (Cebolla Rodríguez, minuto 56); y Falcao (Emre, minuto 88). Y por el Chelsea: Cech; Ivanovic, Cahill, David Luiz, Ashley Cole (Bertrand, minuto 90); Mikel, Lampard; Ramires (Óscar, minuto 45), Hazard, Mata (Sturridge, miuto 84); y Fernando Torres.
   En cuanto al partido en sí, estimo que el Aleti fue un justísimo y brillante campeón. Disputó un partido magnífico pleno de concentración, intensidad y efectividad. Y todas estas virtudes se desplegaron ya desde un primerísimo momento, al igual que en la final de mayo, lo que sin duda cabe identificarlo como un gran acierto y una gran virtud de nuestro entrenador, Diego Pablo “Cholo” Simeone. El equipo demostró una solvencia inimaginable. Quien más quien menos denotaba, al menos en su fuero interno, cierta prevención ante el poderío del rival. Pero el rival no existió. Fue borrado de la cancha. Ya desde un primer instante, la presión colectiva atlética se materializaba en la zona atacante (defensiva del rival), no permitiendo sacar el esférico con facilidad. Se recuperaba prontamente, además de hacerlo ya en las proximidades del área rival. Cuando el equipo obtenía el balón en posiciones más atrasadas, se desplegaba con rapidez, fuerza y fiereza, en bloque, hacia posiciones delanteras. Estas virtudes, no obstante, si bien sin llegar a alcanzar la excelencia que se logró en este encuentro, ya nos eran conocidas. Sobre todo en partidos puntuales en los que el preparador logra mentalizar a todos sus pupilos en forma tan destacada como lo ha venido haciendo en competiciones europeas (recordemos que Simeone lleva en la actualidad diez victorias ininterrumpidas). Habrá que ver si consigue plasmar esa misma mentalidad en campeonatos que requieren de mayor regularidad. Pero lo que a mí al menos me sorprendió muy gratamente fue la tremenda solvencia mostrada en el trato y en el toque del balón, virtudes largamente añoradas en nuestro equipo desde hace muchos años. Cuando el ritmo del encuentro lo demandaba se sabía con enorme sapiencia introducir, dentro de la velocidad, la pausa y el control necesarios, moviendo el cuero tranquilamente de un lado al otro, desarmando al adversario, pero sin desdeñar en ningún momento la verticalidad. Curiosamente, a pesar de esta impresión estimo que generalizada de control absoluto, resulta que analizando las estadísticas del partido el equipo inglés dispuso de más tiempo de posesión.
 Prueba irrefutable de que nuestro equipo salió muchísimo más “enchufado” fue que ya a los tres minutos Falcao, a pase de Filipe Luis en brillante incursión por su banda izquierda, remató al larguero. Koke recogió su rechace y fue flagrantemente derribado en el área, haciéndose el sueco el árbitro esloveno. Poco después, minuto seis, primera diana. Pase en profundidad de Adrián, destrozando la línea zaguera londinense, y Falcao supera con habilidad con su pierna izquierda la salida del cancerbero checo Cech. El balón penetra suavemente tras tocar en el poste izquierdo y ante la impotencia del central David Luiz. Minuto diecinueve y segundo acierto. Rápido y certero ataque desde posiciones atrasadas conducido por Koke el cual, desdeñando otras posibles opciones de pase, termina habilitando de nuevo a Falcao por entre las piernas de otra vez David Luiz y el ariete colombiano que desde el borde del área una vez más con su pierna izquierda (recordemos: la menos buena) teledirige el esférico a la escuadra adversaria más alejada. A todos nos vino de inmediato la similitud entre este tanto y el primero anotado al Athletic de Bilbao en la final de la Europa League. También aquí el ángulo de cámara permitió gritar el gol con seguridad a todos los telespectadores que quisieran gritarlo tan pronto como salió el disparo de la bota. Poco antes del descanso, minuto cuarenta y cuatro, la tranquilidad absoluta en forma de tercer gol. Córner en contra e inolvidable contraataque llevado desde posiciones defensivas por un brillantísimo Arda Turan. Varios de los nuestros le acompañaron en un fiero despliegue, ofreciendo al turco multitud de opciones de pase. Pero, tirando de una de sus principales cualidades, introdujo la pausa necesaria para elegir la mejor de entre todas las opciones. Y como no podía ser de otra forma, no fue otra que su delantero centro. Pase a Falcao justamente cuando éste pisaba el área, escorado a la izquierda, y duro disparo raso una vez más con la izquierda, que alcanza las redes entre las piernas del portero (los cinco goles de Falcao en dos finales lo han sido con esta pierna, sin haber necesitado poner en funcionamiento su para mí mejor virtud, cual es su mortífero remate de cabeza). Al descanso, nadie se podía creer que estuviéramos disfrutando de toda una superfinal europea con esta tranquilidad y brillantez. Además de los goles, habían existido claras ocasiones mano a mano contra el portero de Adrián y Gabi y un nuevo poste de Falcao, tras fallo clamoroso sólo bajo palos del asturiano.
 En el segundo tiempo, es cierto que el equipo se replegó, esperando más atrás al rival. Pero éste no creó peligro alguno. Los atléticos solventaban los escasos ataques con tino y eficacia. Recordemos que el Chesea llegó a ser campeón de Europa construyendo sus victorias desde la defensa y fiando todo a sus escasas ocasiones atacantes que sabrían resolver sus brillantes delanteros. Así fue en cuartos de final contra los lisboetas del Benfica, así fue en semifinales contra el Barcelona (y además, en ambos casos, en los dos partidos, tanto en el de ida como en el de vuelta, tanto en casa como fuera de casa) y así fue también en la final muniquesa contra el Bayern de Munich. Ahora se encontraban con un escenario totalmente cambiado. Ellos tenían que atacar. Y no sabían cómo. Carecían de jugadores hábiles para ese menester. Destacaba por su inhabilidad el mediocentro defensivo nigeriano Mikel, que no era capaz de trasladar el balón a escasos metros.
 Y al cuarto de hora, acierto de Miranda. El defensa se viste de delantero y en un balón muerto en el área a la salida de una falta lateral supera con sutileza a Cech sin que una vez más David Luiz pudiera sacar el cuero de entre los palos.  Mayor humillación sobre el césped y mayor alegría y fiesta en las gradas. Descontó Cahill en otro balón muerto a la salida de un córner.
  Haciendo un breve repaso de los protagonistas de la final, cabría decir que todos nuestros jugadores demostraron unas estupendas concentración e intensidad. Courtois estuvo certero en los escasos balones aéreos que le demandaron, ofreciendo tranquilidad a la zaga. Juanfran y Filipe Luis cerraron con candado sus bandas, so pena de limitar sus subidas. Los dos centrales, Miranda y Godín, sobrios e imperiales, introduciendo en su tela de araña a Fernando Torres. Mario Suárez de nuevo pluscuamperfecto (debe ser que es un gran jugador de finales). Gabi con toque, clase y además con atinadas incursiones en el ataque. Brillantez de Koke en su apoyo tanto al centro del campo como al ataque. Arda Turan entrando por la derecha y Adrián por la izquierda con velocidad y superando continuamente a sus pares, además de la proverbial elegancia de ambos. Y Falcao. Colosal, mayestático, épico, inconmensurable, excelso, titánico, homérico. Se acaban los adjetivos. Los que entraron desde el banquillo mantuvieron el nivel, lo cual ya es bastante, dada la exhibición rojiblanca. Además, sirvió para que Emre debutara en competición oficial.
 Para finalizar, me gustaría hacer una alabanza (una vez más, nunca serán bastantes) a la afición atlética desplazada a Mónaco. Además de su indesmayable aliento al equipo, su sana celebración y alegría contagiosa (todo lo cual se da por supuesto en esta hinchada), hubo un detalle que a nadie nos pasó desapercibido y que todos supimos valorar como digno de ella. Se acordaron en la adversidad de uno de sus ídolos de siempre, de Fernando Torres, jaleándole y animándole cuando éste lo necesitaba. Siempre recordaremos esta final en el futuro, además de por la brillantez y suficiencia del equipo, por el cariño profesado al de Fuenlabrada por su antigua afición. Al fin y al cabo, siempre será uno de los nuestros.
               
   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ