miércoles, 27 de junio de 2012

QUIQUE RAMOS

QUIQUE RAMOS.

  Fue amo de la banda izquierda atlética durante la totalidad de la década de los ochenta. Centrocampista con clase, técnica, fuerza y profundidad. Madrileño y de la cantera. Todo a su favor para haberse convertido en un icono imborrable en las letras de oro del equipo. Sin embargo, y de manera harto inexplicable, hoy en día parece que muchos aficionados no le guardan el recuerdo que en mi opinión se merece. Durante casi toda su trayectoria fue conocido solamente con el nombre de Quique. El apellido se le añadió cuando en la temporada 1985-86 se fichó, procedente del Racing del Santander, donde había desarrollado hasta entonces la totalidad de su carrera, a otro Quique, ya veterano, que debutara en Primera División diez años antes, con apenas diecisiete, en unión de otro adolescente de su misma edad, y que llegaría mucho antes a las filas de nuestro club, Marcos. Al juntarse dos Quiques en la plantilla se utilizó el apellido para diferenciarlos. A partir de entonces, el madrileño sería conocido como Quique Ramos. Y el santanderino, como Quique Setién. También había existido en época reciente otro Quique a secas, en la primera mitad de la década de los setenta, lateral izquierdo que fue uno de los expulsados en la heroica noche de Glasgow contra el Celtic, en las semifinales de la Copa de Europa de la temporada 1973-74, en la que llegamos contra el Bayern de Munich a la final.   
  Enrique Ramos González nació en Madrid el día siete de marzo de mil novecientos cincuenta y seis. Tras haber destacado en las filas del Pinto, arribó a la cantera rojiblanca en 1977, donde jugaría dos magníficas temporadas en el filial, Atlético Madrileño, convirtiéndose en una de sus estrellas. Al inicio de la 79-80 fue requerido por el entonces entrenador del primer equipo, Luis Aragonés, para quedarse de forma definitiva, y además como titular, en el primer equipo. Con el paso de los años la filosofía de cantera parece haber cambiado en la generalidad de los clubes. En la actualidad es frecuente que cualquier joven promesa que destaque juegue algún partido aislado con el equipo grande, con el fin de premiar su progresión y foguearle aún más de cara al futuro. Con anterioridad, se entendía que los jugadores que recalaban en la primera plantilla debían estar ya plenamente formados y que no ascendían de forma episódica o esporádica, sino con vocación de permanencia.
  Por ese motivo, Luis empezó a contar con él en la pretemporada del reseñado ejercicio. Su estupenda respuesta convenció a nuestro legendario entrenador, que le hizo debutar en la primera jornada de esa campaña, el día nueve de septiembre de mil novecientos setenta y nueve, en el Rico Pérez de Alicante, contra el Hércules. Se venció por dos a tres. Recuerdo haber oído el partido por las ondas de la radio, y haberlo vivido con intensidad y emoción. Fue una de esas remontadas imprevistas que nunca se olvidan. Tras llegar al minuto ochenta perdiendo por dos goles a cero, anotados por los herculistas Moyano y Charles, en los diez minutos finales se dio la vuelta al marcador merced a los tantos de Quique, Luiz Pereira y Leal, de penalti en el último minuto. Es decir, mejor imposible: debut, gol y victoria. El cancerbero titular ese día era el recientemente tratado en este blog Reina, en su última temporada, donde apenas jugaría seis encuentros.
  En conjunto defendió la elástica rojiblanca durante nueve campañas, desde la reseñada 1979-80 hasta la 87-88. Como ya se vio en el artículo dedicado a Landáburu, al final de esa última temporada, el Presidente Jesús Gil decidió prescindir, además de los dos mentados, de otros ilustres veteranos y líderes del vestuario como Arteche, Quique Setién y Alemao, que todavía podían proporcionar un buen rendimiento, para evitar así cualquier posible fuente de contestación y/o confrontación interna. En su opinión y vocabulario eran veteranos maleados, malas influencias para el resto de la plantilla, cáncer del vestuario y, además de todo ello, iban con mujeres “ostentóreas”.
  En el conjunto de las nueve temporadas reseñadas, Quique Ramos desplegó otra de sus indudables virtudes: su regularidad. Baste con revisar la lista de partidos ligueros disputados en cada ejercicio: 33, 30, 34, 33, 32, 33, 24, 28 y 24. Todo ello en temporadas de treinta y cuatro jornadas. Es decir, que jugaba prácticamente todos los partidos. La 81-82, incluso, sin el prácticamente por delante. En total, 271 encuentros ligueros (270 según otras fuentes), en casi todos ellos titular, en los que anotó 19 goles (ó 20 según las mismas otras fuentes). Además, 46 partidos más de Copa del Rey, con 6 goles, y 17 de Competiciones Europea, con un gol.
  Por lo que se refiere a su palmarés, desgraciadamente le tocó vivir, como a muchos otros compañeros de su misma época, una racha de larga sequía en cuanto a títulos. Tan sólo se pueden citar la Copa de la temporada 84-85, ganada el día treinta de junio de mil novecientos ochenta y cinco al Athletic de Bilbao en el estadio Santiago Bernabéu brillantemente por dos goles a uno, ambos de Hugo Sánchez, el primero de penalti, en su último partido como colchonero, siendo de Julio Salinas el bilbaíno. Ese día Quique Ramos fue titular, compartiendo centro del campo con Julio Prieto, Marina y Landáburu. A esa Copa hay que añadir la Supercopa de España de la temporada siguiente, conseguida ante el Barcelona, tras vencer por tres goles a uno en Madrid el nueve de octubre de mil novecientos ochenta y cinco, remontando Cabrera, Ruiz y Da Silva el gol inicial de Clos y caer derrotados por un tanto a cero, de Alexanco, en Barcelona, el día treinta de octubre del mismo año. Jugó de titular ambos encuentros.              
Alineación final Copa 85
  También fue internacional. Tan sólo cuatro veces. Muchas menos de las que se merecía. Acudió a muchísimas más convocatorias, pero su puesto estaba ocupado principalmente con Gordillo que, habiendo destacado en un principio como lateral izquierdo, terminó por adelantar su ubicación hasta el medio del terreno, y también Julio Alberto que, al tener su habitual demarcación de lateral izquierdo ocupada repetidamente por Camacho, participaba en gran número de ocasiones con la Selección por la parte izquierda del centro del campo. Por consiguiente, Quique se tuvo que conformar con los huecos que le dejaban los susodichos. Debutó el día dieciocho de febrero de mil novecientos ochenta y uno, curiosamente en el estadio Vicente Calderón, en un partido amistoso de preparación para el Mundial de España 82, sustituyendo al sportinguista Joaquín, en el que se ganó a Francia por un gol a cero, anotado de penalti por el madridista Juanito. El penalti se lo hicieron al rojiblanco Rubio, que ese día jugaba igualmente su primer partido (y a la postre, también el último) internacional. A esa primera internacionalidad, Quique sumó las siguientes: contra Portugal, el veinte de junio de mil novecientos ochenta y uno, en Oporto, sustituyendo al realista Alonso, derrota por dos goles a cero, en el primero de los encuentros que compusieron la gira iberoamericana, con inicio en el país vecino, que tuvo lugar exactamente un año antes de nuestro Mundial. No participó en más partidos de la gira; de nuevo contra Francia, amistoso con empate a uno en el parisino Parque de los Príncipes, igualando Señor de penalti el inicial gol de Rocheteau, el día cinco de octubre de mil novecientos ochenta y tres. Sustituyó a Goicoechea, el cual, como quiera que recientemente había lesionado de gravedad a Maradona, fue abucheado de continuo; y su cuarto y último partido internacional, único oficial y único de titular, fue contra Islandia, el día doce de junio de mil novecientos ochenta y cinco, clasificatorio para el Mundial de México 86, precisamente en un día en el que el seleccionador tuvo que acudir a él ante las ausencias por lesión de los anteriormente referidos Gordillo y Julio Alberto, remontando tras el descanso Sarabia y Marcos el inicial gol islandés en la primera parte de Thorbjornsson. Recuerdo de ese partido que, pese a comenzar en España a una hora tardía, las diez de la noche, lucía en suelo islandés, por efecto de los largos días veraniegos polares, un sol despampanante. En suma, los dos primeros partidos los disputó con José Emilio Santamaría de seleccionador, y los dos últimos con Miguel Muñoz.
  Hay que añadir dos datos más en cuanto a la trayectoria de Quique Ramos en la Selección. El primero, que desgraciadamente fue el único jugador cortado para el Mundial de España 82. El seleccionador Santamaría había facilitado una lista inicial de veintitrés jugadores. Quedaron concentrados en el Parador de El Saler, en Valencia. Sobraba un jugador, porque por aquel entonces las listas mundialistas eran de veintidós. Y pocos días antes del inicio, los atléticos tuvimos la desagradable noticia de que nuestro único convocado era el elegido. Recuerdo con pesar los tristes reportajes de prensa escrita y de televisión en el que se ve a nuestro jugador abandonando la concentración ante la lánguida mirada de sus compañeros. Y el segundo es que, junto al barcelonista Calderé, fueron los dos jugadores que sobrepasaban la edad y que por esas fechas permitía la legislación, que contribuyeron, en una vibrante final ante Italia en el estadio Nuevo Zorrilla de Valladolid, a conquistar para España el primer galardón de campeones de Europa sub 21 (luego han venido más), en unión de otros brillantes jugadores que sí estaban en esa edad como Ablanedo, Eloy, Eusebio, Sanchís, Andrinúa o Quique Flores, todos ellos futuros integrantes de la selección absoluta.
  Por lo que concierne a sus virtudes futbolísticas, Quique Ramos era un centrocampista de gran calidad técnica, pero igualmente bregador y trabajador. Solidario en el esfuerzo con sus compañeros, con gran toque de balón y un duro y colocado disparo lejano. Siendo zurdo, ocupaba habitualmente posiciones izquierdas del centro del campo, penetrando por esa banda con gran rapidez y profundidad, hasta conseguir sacar maravillosos centros medidos de los que se beneficiaban sus compañeros rematadores. El mítico y recordado golazo de volea de Alemao frente al Mallorca (rememorado en su artículo correspondiente de este blog) en la temporada 87-88 procede precisamente de un magnífico centro suyo. Ese partido, y esa temporada última en general, la disputó desde la posición de lateral izquierdo, en la que su calidad con la salida del balón y sus dotes defensivas de velocidad, anticipación y colocación le hicieron jugar en repetidas ocasiones.
  Tras dejar el Atlético, recaló la temporada siguiente en el Rayo Vallecano, entonces en Primera División, en el que apenas sumó tres partidos. Al cabo de los años volvió a tener contacto con el mundo del fútbol al asumir la Presidencia del Toledo.
  Paradigma de jugador de la cantera y del perfecto profesional siempre cumplidor, alejado de escándalos, veleidades y excentricidades, muchos recordamos con enorme cariño a una de las posiblemente mejores piernas izquierdas que se hayan visto correr jamás por las verdes praderas del estadio Vicente Calderón. Cuando rememoramos uno de sus centros medidos desde la izquierda sobrevolando el espacio aéreo del área, cerramos los ojos como queriendo rematar con la cabeza ese esférico que, dada la enorme calidad del pase, no tiene otro destino posible que no sea las redes adversarias.                


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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