jueves, 28 de febrero de 2013

OLÍMPICOS ATLÉTICOS

OLÍMPICOS ATLÉTICOS

  Como la simple lectura de todas las páginas anteriores habrá revelado el fútbol, en particular el del club Atlético de Madrid, es “la mayor de mis aficiones” (y no sólo los domingos por la tarde, como reza la famosa canción, sino todos los días de la semana). No existe para mí mejor distracción. Con una excepción: los Juegos Olímpicos. La verdad es que no sé explicar claramente cuál es el motivo, pero el poder disfrutar de tanto deporte de élite concentrado en un breve lapso de tiempo, para el cual a su vez los deportistas, paradójicamente se han tenido que preparar durante tantos años, me embarga de satisfacción. La tensión y emoción que destilan son electrizantes y absorbentes. Poder cambiar libremente de una competición interesantísima de un deporte a otra aún más interesante de otro distinto es un placer inenarrable. Me subyugan incluso deportes a los que fuera de los Juegos apenas presto atención, como la halterofilia, el skeleton, el luge o la lucha. Es por ello que, en periodo de Juegos Olímpicos, y ante mi mismísima sorpresa, prefiero contemplar cualquier competición olímpica que un partido de fútbol, incluso del propio Aleti (aunque para esta afirmación tan rotunda y tajante juego con ventaja: las fechas de Juegos Olímpicos suelen ser en meses de verano, por lo que los partidos rojiblancos con los que coinciden son de pretemporada o, todo lo más, de primeras jornadas. Tendría que ver que pasaría si la coincidencia fuera con una importantísima final. No sé como reaccionaría, pero creo que en ese caso primaría el Aleti. En cualquier caso, la mera conjetura no hace sino destacar la atracción que para mí ejercen los Juegos Olímpicos).
  Por todo lo anterior, leyendo recientemente el delicioso libro de Carlos Toro “Del choque al toque. Historia del fútbol olímpico español”, se me ocurrió unir mi afición olímpica con mi afición atlética, aquilatando aún más dicha historia y, de acuerdo con los principios inspiradores del presente blog, concretarla en todos aquellos futbolistas atléticos que han llegado a ser internacionales olímpicos, aún cuando a fecha de los Juegos no formaran parte de nuestra plantilla.   
  Los primeros Juegos Olímpicos en los que participó el fútbol español, que sirvieron a su vez para el origen de la propia Selección española, fueron los de Amberes 20, donde se consiguió una meritoria medalla de plata. La mayor parte de los convocados eran vascos, con alguna incrustación gallega y catalana, ninguna madrileña, por lo que ningún jugador de nuestro club accedió a ellos.
  Los siguientes fueron los de París 24 (los famosos cinematográficos de “Carros de fuego”), donde entre los convocados sí que existía un atlético, Monchín Triana, famoso delantero centro (o interior derecha, o interior izquierda, que en esa época las posiciones eran bastante intercambiables). No llegó sin embargo a debutar, porque para nuestra selección fue debut, despedida y cierre. Derrota ante Italia en dieciseisavos de final por un gol a cero, con el célebre autogol de Vallana, defensa central del Arenas de Getxo, que durante años y años, incluso muchos después, hizo que corrieran ríos de tinta. Y a casa.
  Ramón “Monchín” Triana del Arroyo nació en Fuenterrabía el veintiocho de junio de mil novecientos dos. Era al parecer sumamente técnico, inteligente y habilidoso, de cuerpo ágil y enjuto. Figuró en la plantilla atlética durante nueve años, desde la temporada 1919-20 hasta la 27-28, fichando en la siguiente, justamente el año en que se inicia en el fútbol español el Campeonato de Liga, por el Real Madrid. Con la casaca rojiblanca obtuvo tres Campeonatos Regionales en 1921, 1925 y 1928. Fue internacional una única vez, el diecisiete de marzo de mil novecientos veintinueve, en Sevilla frente a Portugal, como interior derecha, siendo ya por consiguiente miembro de la plantilla madridista, con victoria por cinco goles a cero. Parece ser que por su elegancia sobre el terreno de juego y personalidad era una gran estrella de la época. Falleció fusilado en Paracuellos del Jarama, en plena Guerra Civil española, el día siete de noviembre de mil novecientos treinta y seis.
Monchín Triana
  Los siguientes Juegos Olímpicos con participación española en fútbol fueron los de Ámsterdam 28. Pero ningún atlético fue convocado. Si en Amberes la práctica totalidad eran jugadores vascos, en este caso lo fueron en su integridad. Todos los que allí fueron eran jugadores locales del Arenas de Getxo, Real Sociedad, Alavés, Real Unión de Irún, Athletic de Bilbao y Osasuna.
  Un gran salto en el tiempo nos lleva a México 68, cuarenta años después. En esta ocasión la lista de diecinueve convocados es más variada y acuden jugadores de muy diversos equipos. Pero ninguno de ellos jugaba en ese momento, o antes o después, en el club Atlético de Madrid.
  Doce años después, Juegos Olímpicos de Montreal 76. Y aquí sí que vuelve la representación rojiblanca. Se concreta en un único jugador: Bermejo. Se alineó como titular en el medio del campo, y además capitán, en el primer partido frente a Brasil, en el que jugó los noventa minutos, con derrota española por dos goles a uno. En el segundo partido, derrota por uno a cero frente a Alemania Oriental, no participó. Dos partidos, dos derrotas y a casa.   
Bermejo
  Francisco Javier “Joyita” Bermejo Caballero nació en Badajoz el día nueve de marzo de mil novecientos cincuenta y cinco. Centrocampista ofensivo de tremenda calidad, gran manejador del balón, nunca llegó a alcanzar la titularidad indiscutible. Jugó en el Atlético de Madrid ocho temporadas, desde la 73-74 hasta la 80-81, con un total de ciento cuarenta y nueve encuentros ligueros y nueve goles. No fue internacional absoluto.
  Cuatro años después, Juegos Olímpicos de Moscú 80. Para la selección olímpica española, tal y como califica ingeniosamente Carlos Toro en el libro antedicho, “Tres tristes tablas”. El primer empate a uno de nuevo frente a Alemania Oriental (o República Democrática Alemana, su nombre oficial). Gol español de Marcos. Segundo a cero frente a Siria. Y tercero y último a uno frente a Argelia. Gol de Rincón. Eliminados, pasan de ronda los germano-orientales y los argelinos.
Quique Ramos
Para la cita olímpica moscovita, nuestro club contribuyó con dos jugadores: Quique (por aquel entonces Quique a secas; luego se le añadiría el apellido de Ramos para diferenciarlo de otro Quique, Setién, cuando éste llegó al Aleti) y Marcos. El primero, no obstante jugar por aquellos años en nuestro club de centrocampista, fue convocado como lateral izquierdo. En dicha posición disputó como titular los tres partidos reseñados, íntegramente los dos primeros y sustituido a los sesenta y dos minutos en el tercero por el castillista Juanito, que luego jugaría en el Rayo Vallecano. El segundo, como delantero, compartiendo línea con el entonces madridista Rincón, defendió la camiseta roja también como titular y además en su caso íntegramente en los tres encuentros. Además, como se ha apuntado, logró un gol en el primero de ellos. Por esa época, Marcos era la estrella de este equipo, el más destacado de todos sus componentes. Un año después, con motivo de la gira iberoamericana que la selección absoluta realizó como preparación para el mundial 82, recuerdo una memorable portada del semanario “Don Balón” en la que se le calificaba como “aprendiz de crack”.  
  Quique Ramos dispone de entrada propia en este blog, a la que me remito. Sobre Marcos, emplazo a los lectores a un futuro artículo, de carácter colectivo, en el que compartirá protagonismo con Gabi, Mario Suárez, Aguilera, Futre, Simeone, Luis García, Julio Prieto y José Mari. Mientras llega, pueden ir elucubrando sobre el nexo de unión de todos estos protagonistas.
Marcos
  Y llega Barcelona 92, inolvidable cita por tantos y tantos conceptos. ¡Y oro!. Un sobresaliente torneo encumbra a la “Quinta del Cobi” a los altares futbolísticos. Nuestro equipo colabora con cuatro (o dos, según se mire) jugadores. En ese glorioso 92 López y Solozábal ya militaban en la plantilla atlética. Kiko, por entonces en el Cádiz, llegaría un año después. Y el cancerbero Toni, por entonces en el Figueras, tras pasar por Rayo Vallecano y Español, arribaría siete años después.
  El torneo fue modélico. Seis encuentros y seis victorias. Ningún gol en contra hasta la final. Comenzó con la fase de grupos, en la que se derrotó a Colombia por cuatro goles a cero, de Guardiola, Kiko (al que entonces se le citaba como Quico), Berges y Luis Enrique; dos a cero a Egipto, de Solozábal y Soler; y dos a cero a Qatar, con goles de Alfonso y Kiko. Cuartos de final contra Italia, con victoria por un gol, de Kiko una vez más, a cero. Semifinal contra Ghana. Dos a cero, de Abelardo y Berges. Y la recordadísima final, en un Nou Camp repleto, con banderas españolas ondeando por millares al viento, frente a Polonia. Al final de la primera parte, primer gol que le hacen a Toni en todo el torneo. Kowalcyzk, que luego jugaría en el Betis, fue el autor. En la segunda parte, remontada con goles de Abelardo y Kiko. Igualaría ya cerca del final Staniek, que luego jugaría en el Osasuna. Y en el último minuto, la apoteosis con el celebérrimo gol de Kiko.
Kiko
  Solozábal y Toni jugaron como titulares e íntegramente los seis partidos. El primero era además el capitán del equipo, sobre el terreno (con apoyo de Guardiola) y sobre todo, fuera de él. Ya había debutado con la absoluta. Anotó un gol. El segundo, ante la sorpresa generalizada, había desbancado de la titularidad, poco antes de iniciarse los Juegos, a Cañizares, que había disputado toda la preparación como titular. Respondió con creces a la confianza de Miera, seleccionador olímpico. Kiko también fue titular los seis encuentros, pero no los disputó íntegramente. En el segundo y en el quinto fue sustituido cerca del final por Billabona y Pinilla, respectivamente. Colaboró con cinco goles, entre ellos el decisivo de la final. Y López disputó por entero los cuatro partidos en los que participó. Se perdió el segundo y el tercero por sanción, al haber sido expulsado en el primero.
López
  De Solozábal y de Kiko ya ha quedado recogida su respectiva semblanza en páginas anteriores de este blog. Juan Manuel López Martínez “Superlópez” nació en Madrid el tres de septiembre de mil novecientos sesenta y nueve. Tras despuntar en el filial como defensa central aguerrido y contundente, arribó al primer equipo en la temporada 90-91, jugando un solo encuentro, de la mano de Ivic. Permaneció diez más en la plantilla, hasta la 00-01, con el equipo en Segunda División, jugando de defensa central, lateral derecho e, incluso, en el primer año de Antic, de centrocampista. Era el jugador número 12. Saltaba al terreno en cuanto alguien faltaba. Las cuatro últimas, por mor de las lesiones, apenas jugó. Un total de 156 encuentro ligueros y tres goles anotados. Once veces internacional. Y Antonio Jiménez Sistachs “Toni” nació en La Garriga (Barcelona) el doce de octubre de mil novecientos setenta. Fichado en la temporada 99-00, infausto año del descenso. Para mí, entonces y ahora, inexplicable decisión. No tenía sentido contratar a un cancerbero de su categoría para calentar banquillo a la sombra del mejor portero de España en esos años, como era Molina. Se mantuvo las dos temporadas de la categoría de plata, pero en la segunda de ellas apenas jugó. En total, 43 encuentros de rojiblanco. Tres veces internacional.
Santi
  Cuatro años después, los caóticos Juegos de Atlanta 96. España, bajo la dirección del seleccionador absoluto Clemente, que quiso ver de primera mano qué era eso del olimpismo, cayó en cuartos de final ante una poderosísima Argentina por cuatro goles a cero. Había pasado la fase de grupos con muchísimo sufrimiento tras vencer por un gol a cero, de Óscar, a diez minutos del final, a Arabia Saudí, que nos dio un morrocotudo baño de juego, empatar a uno con Francia, con nuevo gol de Óscar, esta vez a falta de cuatro minutos, y tras otro buen baño de juego rival y vencer en el último encuentro de la fase previa a Australia por tres goles a dos. Se pusieron los oceánicos por delante dos a cero a los diez minutos. Además, el empate les valía para clasificarse. Raúl anotó de falta directa, raro en él, al borde del descanso. Ataques deslavazados en la segunda parte y gol de Santi a dos minutos del final. Empate. No era suficiente. Y en el noventa y dos, tercer gol español, segundo de Raúl. Muchos corazones españoles estuvieron al borde del infarto en la madrugada española. Pero luego en cuartos, Argentina nos puso en nuestro sitio.
Roberto
  Los rojiblancos que acudieron a la cita olímpica en la ciudad de la Coca-cola y de Scarlett O´Hara fueron Santi y Roberto. También el españolista Lardín, que luego recalaría en nuestras filas. Santi disputó los tres primeros partidos como titular, el primero como defensa central y los dos siguientes como mediocentro. En el cuarto no jugó. Roberto también jugó tres partidos, pero ninguno completo. En el primero suplió a Morientes, en el segundo fue sustituido por De la Peña, en el tercero no jugó y en el cuarto fue sustituido por Lardín. Y éste participó también, al igual que sus compañeros, en tres partidos. El primero, titular e integro. El tercero no jugó. Y en el segundo y en el cuarto entró desde el banquillo, sustituyendo en el primer caso a Corino y en el segundo, como acabamos de ver, a Roberto.       
  Emplazo para la semblanza de Santi a un futuro artículo anticipando que, además, será abreviada, al incluirle no en una entrada individual, sino colectiva. Tan sólo recalcar aquí que marcó un gol importantísimo y, además, sufridísimo, peleando el balón por los suelos para poder rematarlo. Roberto Luis Fresnedoso Prieto, Roberto para el mundo del fútbol, nació en Toledo el quince de enero de mil novecientos setenta y tres. Siete temporadas rojiblancas, desde la 95-96 (año del doblete) hasta la 01-02. 139 encuentros ligueros y 13 goles. Su mejor ejercicio, indiscutiblemente, fue el año del doblete, su primero en el equipo, 95-96, en el que tuvo una importante aportación individual al éxito colectivo final. Si de López hemos dicho que ese año fue el jugador número 12, Roberto fue el número 13. No fue internacional absoluto. Jordi Lardín Cruz nació en Manresa (Barcelona) el cuatro de junio de mil novecientos setenta y tres. Leyenda del Español, fichó por los colores rojos y blancos al año siguiente de Atlanta 96, en la temporada 97-98. Cuatro temporadas, sesenta y nueve encuentros ligueros y seis goles. En este caso también su mejor campaña fue la primera, en la que disputó 32 partidos y anotó 4 goles. Empezó de forma meteórica, siendo una amenaza constante en su posición de extremo izquierdo, pero un accidente de circulación en ese mismo primer año truncó su rendimiento espectacular y nunca llegó a recuperar su mejor versión. Tres veces internacional.   
Amaya
  Un nuevo lapso de cuatro años, como es de ley con los Juegos Olímpicos, y Sidney 2000. Y nueva medalla. A la de oro de Barcelona 92 y la de plata de Amberes 20 hay que sumar en esta edición una nueva plata. Última medalla hasta ahora para el fútbol olímpico español. Debut ante Corea del Sur. Victoria por tres goles a cero, anotados por Toni Velamazán, José Mari y Xavi. Segundo partido frente a Chile. Con Zamorano en sus filas. Derrota por tres a uno, de Lacruz. Tercer encuentro, decisivo para la clasificación, ante Marruecos. Durísimo, repleto de brusquedades de los norafricanos, pero victoria final por dos goles, de José Mari y Gabri, a cero. Cuartos de final ante Italia. Como en Barcelona 92. E idéntico resultado que allí. Uno a cero para los rojos, anotado por Gabri a cuatro minutos del final. La semifinal ante Estados Unidos. El mejor y más completo partido de los nuestros, que vencieron por tres goles a uno. Anotaron Tamudo, Angulo y José Mari. Y la final ante la Camerún de Geremi, Eto´o y Kameni. Empate a dos. Al descanso, dos a cero, anotados por un joven Xavi y Gabri. Igualaron a dos en la segunda parte y, además, expulsó el árbitro a José Mari al final del tiempo reglamentario, cara a la prórroga, donde nos defendimos corajudamente. Penaltis y el fallo de Amaya dio la medalla de oro a los africanos.
José Mari
  En esta ocasión fueron tres los jugadores que eran o habían sido del Atlético de Madrid: Amaya (el único que en ese preciso momento lo era) y Capdevila y José Mari (que lo habían sido recientemente). Amaya jugó los seis partidos (más prórroga) íntegramente, sin un solo minuto de descanso, compartiendo eje de la zaga con Marchena. Capdevila jugó los tres primeros partidos de titular en el lateral izquierdo, supliéndole en el segundo de ellos Puyol cerca del final. Para cuartos y semifinal, cedió su titularidad al propio Puyol, que se adaptó al lateral izquierdo. Y ya en la final sustituyó en el minuto 75 a Angulo. Y José Mari, el por entonces más destacado miembro del equipo, jugó, siempre de titular, el primero, sustituido por Luque, descansó el segundo, y continuó con el tercero, reemplazado por Gabri, el cuarto, íntegro, el quinto, suplido por Unai y el sexto, la final, donde ya hemos apuntado que fue expulsado. Contribuyó durante el torneo con tres goles. Sus lágrimas en el podio durante la ceremonia de la entrega de medallas es una de las imágenes imperecederas de aquellos Juegos.
  José Mari ha quedado reseñado con anterioridad, al referirme en Moscú 80 a Marcos, que será analizado en el futuro (¿han encontrado ya el nexo de unión?). Tan sólo reseñar aquí que en ese instante militaba en el Milan, tras tres temporadas atléticas y una cuarta más adelante. Iván Amaya Carazo nació en Madrid el tres de septiembre de mil novecientos setenta y ocho. Fichado del Rayo Vallecano, donde despuntó como joven y prometedor defensa central, jugó con la camisola rojiblanca los dos añitos del infierno de Segunda, 00-01 y 01-02, completando un total de 18 encuentros de Liga, sin ningún gol anotado. El no muy elevado rendimiento que denotan estos números provocó su salida del club. Nunca fue internacional. Joan Capdevila Méndez nació en Tárrega (Lérida) el tres de febrero de mil novecientos setenta y ocho. Fichado del Español, defendió nuestros colores en una única temporada, la 99-00, la del descenso. Treinta y un partidos de Liga y dos goles. Fue uno de los que optó por abandonar el club para no jugar en la categoría de plata. Destino primero al Deportivo de la Coruña y luego al Villarreal. Campeón de Europa en 2008 y del Mundo en 2010 con la Selección absoluta.
  Tras no lograr la clasificación para los Juegos de Atenas 04 y de Pekín 08, de nuevo se participó en los recientes de Londres 12, aún frescos en la memoria. También lo está el fracaso absoluto que cosechó una pléyade de “a priori” excelentes futbolistas. Tres partidos, ningún gol y a casa. Dos primeras derrotas, ambas por uno a cero, frente a Japón y Honduras. Y un triste empate a cero final ante Marruecos. En un  grupo sencillo sobre el papel no dimos en ningún momento la talla.
Koke
  El Atlético de Madrid aportó cuatro jugadores que o bien eran o bien habían sido. Uno por línea: De Gea en la portería, Domínguez en la defensa, Koke en el centro del campo y Adrián en la delantera. Permanecían en órbita rojiblanca los dos últimos. El segundo acababa de irse a la Liga alemana. Y el año anterior, el primero a la inglesa. De Gea jugó los tres partidos de titular e íntegros. Domínguez los dos primeros, también titular e íntegros. En el tercero no participó. Koke lo hizo en los tres, pero ninguno completo. Contra Japón fue sustituido por Tello, contra Honduras por Herrera y contra Marruecos suplió a Muniain. Y finalmente Adrián también lo hizo en los tres como titular. En el primero le relevó Herrera y los otros dos íntegros.
Adrián
  Adrián y Domínguez ya han sido internacionales absolutos en dos ocasiones cada uno. De Gea y Koke aún no pero es presumible que lo sean en breve y por muchos años. David De Gea Quintana nació en Madrid el siete de noviembre de mil novecientos noventa, pero se crió en Illescas (Toledo). Dos temporadas en el primer equipo atlético, 09-10 y 10-11, con un total de 57 encuentros ligueros. Álvaro Domínguez Soto nació en Madrid el dieciséis de mayo de mil novecientos ochenta y nueve. Cuatro temporadas. Desde la 08-09 hasta la 11-12. 76 partidos de Liga y 5 goles. Jorge Resurrección Merodio “Koke” nació en Madrid el ocho de enero de mil novecientos noventa y dos. Y Adrián López Álvarez nació en Teverga (Asturias) curiosamente el mismo día, ocho de enero, pero de cuatro años antes, de mil novecientos ochenta y ocho. De estos dos últimos no indico resumen de trayectorias dado que todos esperamos que permanezcan en nuestra casa durante muchos años más. Los dos primeros, dada su juventud y su probado corazón atlético, es posible que algún día retornen, engrosando así las estadísticas expuestas.        
  Para concluir, un breve divertimento. Si el atento lector se ha percatado y ha ido sumando, los atléticos olímpicos han sido dieciocho. Una convocatoria completa. Con dos porteros y una buena distribución de defensas, centrocampistas y delanteros. Se puede confeccionar un muy buen equipo. El equipo olímpico atlético de todos los tiempos. Al hacerlo, he primado la importancia intrínseca de cada jugador para el Aleti. Es evidente, por ejemplo, que en la historia del fútbol español Capdevila tiene más peso que Quique Ramos como lateral izquierdo. Pero como en la de nuestro club es exactamente a la inversa, he optado por concederle la titularidad al segundo. Así, mi equipo personal queda de la siguiente manera, admitiendo por supuesto otras opiniones en contra mejor fundadas: De Gea; López, Santi, Solozábal, Quique Ramos; Roberto, Koke, Bermejo; Adrián, Kiko y Marcos. Para el banquillo Toni, Amaya, Domínguez, Capdevila, Lardín, Monchín Triana y José Mari. ¿A qué sería delicioso verles jugar juntos a todos ellos?.          



JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ


jueves, 21 de febrero de 2013

PANTIC

PANTIC

  Una costumbre muy arraigada en los entrenadores, y que a mí me desagrada sobremanera, es la de plagar los clubes a los que arriban con jugadores de su “confianza”, preferentemente de su misma nacionalidad. Así, si se ficha a un técnico argentino, éste trae debajo del brazo a seis o siete jugadores de ese país. Si es holandés, a holandeses. Y ello no suele desembocar sino, por lo general, en sonoros fracasos. Así, recordando uno reciente que toca tangencialmente a nuestro club, el asturiano Marcelino, cuando fue fichado por el Zaragoza, impuso el fichaje del nigeriano Uche, al que conocía ya por su común paso por el Recreativo de Huelva, en lugar de preferir al que le sugerían, que no era otro que…¡Falcao!. En este sentido, nuestro técnico serbio, Radomir Antic, que tanta gloria nos ha proporcionado, no fue una excepción.
  En sus años de dirección técnica del club, promovió la contratación de una serie de jugadores de su exclusiva preferencia, muchos de ellos compatriotas, que no llegaron a forjar precisamente con la camisola rojiblanca una trayectoria de consideración. Así, fichó al rumano Prodan, más que nada para humillar y postergar a Solozábal (remisión a la entrada a éste dedicada), que jugó treinta y cuatro encuentros ligueros en dos temporadas (96-97 y 97-98), a razón de diecisiete por ejercicio; al serbio Tomic, que tras deambular por el filial sin demasiada dedicación, llegó a defender al primer equipo en tan sólo tres partidos de la 96-97; a otro serbio, Paunovic, que, sin llegar al estrellato pleno, sí que ofreció un rendimiento aceptable, participando en ochenta y seis partidos a lo largo de seis temporadas alternas, repletas de cesiones, desde la 96-97; al argentino Esnáider, caprichito personal al que quiso convertir en la estrella que nunca pudo llegar a ser, por su falta de cualidades, en la misma 96-97, y que tras una única y decepcionante temporada, con treinta y cinco encuentros, trufada además de conflictos personales, dejó el club; y a Pablo Alfaro, el para mí más incompresible de todos, al que conocía de su etapa de entrenador del Zaragoza, y al que contrató, a despecho de la opinión de la mayoría de la afición, para la que era persona “non grata” merced a los violentos y marrulleros marcajes a que sometió a Futre, también en la 96-97, de nuevo única en este caso, para jugar la escueta cifra de once partidos.
  Por todo ello, cuando en la pretemporada de la 95-96, la que terminaría siendo inolvidable del “doblete”, argumentó que no disponía en la plantilla de un enganche de garantías, y ordenó la contratación de un compatriota desconocido para la mayor parte de la afición, que jugaba en una Liga menor como la griega, y que a la sazón contaba con la ya avanzada edad de casi veintinueve años, muchos miramos la decisión con recelo y desconfianza. Pero todos los que recelamos y desconfiamos nos equivocamos por completo. La fe de Antic en él era tal que estaba incluso dispuesto a abonar el pago del fichaje de su propio bolsillo (o al menos eso decía). Desde el primer instante, ya en los restantes partidos de pretemporada, se pudo apreciar nítidamente su calidad técnica, su mando, su personalidad, su verticalidad y su insuperable toque de balón, que le servía para lanzar faltas, directas e indirectas, y córneres, con maestría suma. Además, siendo diestro, disponía de una zurda igual de diestra, valga el juego de palabras.
  Milinko “Sole” Pantic nació en Loznico (Serbia; en el año de su contratación todavía Yugoslavia, pese a la fragmentación que ya había sufrido el país) el día cinco de septiembre de mil novecientos sesenta y seis. Tras despuntar en uno de los principales equipos del país (con permiso del Estrella Roja), el Partizán de Belgrado, con el que jugó en Primera División seis campañas, desde la 85-86 hasta la 90-91, sin lograr en ningún momento la titularidad indiscutible, fue fichado por el equipo griego del Panionios, con el que disputó cuatro ejercicios más en la Primera División helena, hasta la 94-95. Llegado a continuación al Atlético de Madrid en las circunstancias antedichas, se inició su leyenda rojiblanca, donde engrosaría la plantilla durante tres gloriosas e inolvidables temporadas, desde la 95-96 hasta la 97-98. Todas ellas maravillosas pero, sin duda alguna, la más excelsa y superlativa fue la primera, seguramente tanto por el factor sorpresa de su llegada y rendimiento como por los títulos obtenidos.
  Hablando de factor sorpresa recuerdo cómo precisamente el presidente del Barcelona, José Luis Núñez, nuestro principal competidor en ese año, manifestó públicamente en varias ocasiones reproches hacia su dirección técnica, achacándoles el no haber sido ellos los que hubieran recabado en un jugador de un rendimiento tan extraordinario. Cuando dejó el Aleti, probó una nueva Liga, en esta ocasión la francesa, donde jugó una campaña más enrolado en las filas del Le Havre, para retornar en las dos siguientes, hasta su retirada, al Panionios griego.
  Repasemos en primer lugar los datos estadísticos objetivos. En sus tres temporadas atléticas disputó un total de ciento siete encuentros ligueros, repartidos en 41, 37 y 29, anotando respectivamente 10, 5 y 3 goles. Hay que añadir además catorce encuentros de Copa del Rey (9, 3 y 2), con once goles (7, 4 y 0), ocho de Champions League, en la 96-97, donde anotó cinco goles, siendo el máximo goleador de esa competición, y donde se llegó hasta cuartos de final, para caer eliminado por el Ajax de Ámsterdam, donde figuraban futuros jugadores atléticos como Dani o Musampa, ocho de la Copa de la U.E.F.A. de la 97-98, con cero goles, llegando esta vez a semifinales para ser apeados por la Lazio, y dos más de la Supercopa de España, contra el Barcelona, a principios de la 96-97, donde sucumbimos ante el potente Barcelona de Ronaldo, cayendo derrotados por cinco goles a dos en el estadio olímpico de Montjuich y no consiguiendo remontar al vencer por tres a uno en el estadio de la Comunidad de Madrid. En ambos encuentros, ida y vuelta, anotó Pantic un gol. Una vez más los números no mienten, y constatan claramente la opinión subjetiva generalizada de que su mejor rendimiento, traducido en partidos disputados y goles obtenidos, se consiguió en su primera temporada. En la segunda logró mantener igualmente un extraordinario nivel para disminuir algo en su tercera y última, merced sobre todo al fichaje del astro brasileño Juninho, que le relegó en varias ocasiones a la suplencia. No obstante, su casillero de encuentros en esa última campaña es igualmente elevado, debido sobre todo a que recuperó la titularidad indiscutible a partir del momento en el que Juninho tuvo que dejar de jugar “forzado” por la violenta entrada de Michel Salgado en Balaídos, que le lesionó gravísimamente no tan sólo para el resto del año sino también para el resto de su trayectoria. Juninho jamás consiguió volver a ser el que había sido con anterioridad.
  El palmarés rojiblanco de Pantic se traduce en los dos títulos de la imperecedera 95-96, Liga y Copa. En ambos tuvo una muy destacada participación. De hecho, en Liga el primer gol fue suyo, el día de su debut, en la primera jornada, el día tres de septiembre de mil novecientos noventa y cinco. Y cómo no, de falta directa. Aunque no tan limpia y estética como todas las demás que le siguieron. El balón se desvió en la barrera y además el cancerbero donostiarra, Alberto, estuvo a punto de poder blocar el esférico, escurriéndosele entre las manos. El gol, al final de la primera parte, igualaba el inicial en contra de Karpin. Luego, en la segunda, Penev, en dos ocasiones, y Simeone, lograron el definitivo 4 a 1 que presagiaba un año repleto de venturas.
  Pero fue en la Copa del Rey donde consiguió pasar a la inmortalidad en forma definitiva. En la competición copera de esa temporada destacan dos hitos decisivos. El primero, que mucha gente no recuerda pero que fue requisito “sine qua non” para alcanzar el segundo, aconteció en el partido de ida de la semifinal, contra el Valencia en Mestalla. Veintiuno de febrero de mil novecientos noventa y seis. Tras llegar al descanso con dos goles a cero, de Gálvez y Fernando, Pantic se echa el equipo a sus espaldas y tras una portentosa y prodigiosa exhibición, repleta de ataques furibundos e inmaculado movimiento del balón, se remonta en una segunda parte eufórica con…¡cinco goles!. Los dos primeros, mostrando el camino a seguir, de un heroico Pantic, el primero en una de sus proverbiales faltas. Y luego, Biagini, Juan Carlos y Roberto. Mijatovic, con un tercer y postrero gol, no pudo sino maquillar el resultado.
  Y la final frente al Barcelona, en el zaragozano estadio de La Romareda, con victoria por un gol a cero, sí que es recordada sin duda alguna por todo buen aficionado atlético. En una entrada anterior de este blog ya fue analizada pormenorizadamente, por lo que aquí tan sólo vamos a recordar que, en un encuentro repleto de tensión, su gol hizo llegar al éxtasis a toda la mitad del estadio rojiblanca. De todos es recordada la progresión por su banda del lateral derecho Geli, la rápida pared con Roberto, que le sirvió para progresar aún más, llegando a la línea de fondo y centrando de forma medida para que Pantic, entre dos torres como Nadal y Popescu, peinara ligeramente el balón en el primer palo, desviándolo al segundo de un sorprendido (por la brillantez y la rapidez de la acción) Busquets, cancerbero blaugrana. De todos los goles que Pantic anotó en su carrera, tan sólo unos pocos lo fueron con la testa. Pero el principal sí que lo fue. Y con ello, repetimos, entró en la inmortalidad. No sólo en forma figurada, sino también real. Tangible. Como la piedra. Como la piedra del busto que el Presidente Jesús Gil, ordenó que se le esculpiera en conmemoración de tan magno acontecimiento y que en la actualidad se ubica frente a las oficinas, en las entrañas del estadio Vicente Calderón.
  Existe otro gran hito en la trayectoria rojiblanca de Pantic relacionado con la Copa del Rey que muchos, aún tantos años después, recuerdan. Fue en la temporada siguiente, 96-97. Eliminatoria de cuartos de final frente al Barcelona. La ida, en Madrid el día veintiséis de febrero de mil novecientos noventa y siete, se salda con empate a dos goles. Por los de rayas rojas y blancas anotaron Caminero y Kiko. Por los barcelonistas, el hispano-argentino Pizzi en dos ocasiones. La primera, transformando un penalti en el que el árbitro picó, tras lanzarse Figo con su teatrería habitual a la piscina. Ese día el defensa central portugués Couto agredió impunemente a Simeone, clavándole violentamente con motivo de un salto sus tacos en el muslo y haciéndole sangrar. La vuelta, en la Ciudad Condal, el doce de marzo, tuvo un desarrollo inverosímil. Pantic había convertido tres goles al descanso, el tercero de ellos de penalti. La eliminatoria parecía definitivamente zanjada. Pero en una segunda parte desbocada, el brasileño Ronaldo, por aquel entonces sin discusión alguna el mejor jugador del Mundo, había recortado en dos ocasiones en apenas cinco minutos. Otro gol de Pantic, el cuarto, y se vuelve a abrir la brecha. Pero nuevo arreón azulgrana y tres goles seguidos de Figo, otra vez Ronaldo y Pizzi sentencian un partido inusitado. Cuando, contemplando por el televisor el partido anotaron el quinto y definitivo gol, recuerdo que la emprendí a golpes de frustración con los brazos del sillón en el que me encontraba sentado. Desde aquí, ahora le pido disculpas. Él no tenía culpa alguna. En fin, creo que en toda su historia no deben existir muchos jugadores visitantes que anoten cuatro goles en el Nou Camp. Pantic lo hizo, pero no sirvió sino para que la decepción subsiguiente fuera aún más apabullante.
  Con la selección de Yugoslavia apenas llegó a disputar dos encuentros. Y puede decirse que fue gracias al Atlético de Madrid, ya que no sería hasta su primera y exitosa campaña rojiblanca cuando el seleccionador yugoslavo se acordara de él. Debutó por consiguiente con un partido en la 95-96. A la siguiente, celebraría su segundo y último entorchado. Fue contra España y además, por unos escasos minutos. El día catorce de diciembre de mil novecientos noventa y seis, en Mestalla, que tan buenos recuerdos le traía. Partido de clasificación para el Mundial de Francia 98. Venció España por dos goles a cero, anotados por Guardiola de penalti y Raúl (el primero de los cuarenta y cuatro que conseguiría con la selección). Pantic entró desde el banquillo en el minuto 75 sustituyendo a Vidakovic, pero una malintencionada entrada del barcelonista Amor provocó que se lesionara y debiera ser reemplazado de nuevo por Nadj cinco minutos después.           
  Desde que Pantic abandonara al Aleti, muchos añoramos la perfección de las faltas y los saques de esquina que él botaba. Nunca se han vuelto a sacar como él lo hacía. En su primer año, Kiko que, pese a su elevada estatura, no se había caracterizado nunca antes ni después por la brillantez de su juego aéreo, anotó un buen puñado de goles de cabeza. El genio gaditano, con su habitual modestia, se restaba todo mérito, imputándoselo a su compañero, argumentando que, dada la calidad con la que le ponía los balones en su testa, él sólo tenía que empujarlas.
  Con motivo del artículo dedicado a Landáburu, proponía a los fieles lectores un divertimento: elegir de entre todos los sobresalientes lanzadores de faltas que en el Aleti han sido, al mejor de todos ellos. Proponía como candidatos a Luis, Landáburu, Schuster, Pantic y Simao. Ya anticipaba entonces, y reitero ahora, que, en mi modesta opinión, el serbio era el mejor de todos ellos en esa faceta del juego.
  Y su maestría en los lanzamientos de córneres trajo consigo otras dos consecuencias añadidas. La primera, que cada vez que se dirigía a la esquina para efectuar uno de sus magistrales lanzamientos, el público del estadio, particularmente los de ese sector, movían los brazos hacia arriba y hacia abajo, en forma de reverencia, salutación y de adoración al ídolo. Era un espectáculo sumamente llamativo, atractivo y emocionante. En el artículo titulado “Locales en el Bernabéu” ya apunté que en este recinto, en el que jugamos de prestado, era aún más vistoso y espectacular, dada la verticalidad de sus gradas. Confieso que en su momento creí que, una vez adquirida esa costumbre, con el paso de tiempo se repetiría con otros jugadores de calidad que desfilaran por nuestra plantilla en años sucesivos. Pero me equivoqué. Jamás se ha vuelto a adoptar ese gesto por la afición. Es muy posible que sea un sentido homenaje más al ídolo. Y la segunda, también en forma de espontáneo e improvisado homenaje, es el sempiterno ramo de rosas rojas y blancas que, desde que Pantic defendiera la elástica rojiblanca, una aficionada talaverana, Margarita, fan incondicional del serbio, en conmemoración de la brillantez perdida, deposita cada día de partido en el córner izquierdo del Fondo Sur del estadio. Ese es el motivo, por el que muchos jóvenes aficionados desconocedores del hecho sin duda se preguntarán, de la presencia del ya famoso ramo de flores en la esquina.     
 Tras ser jugador atlético, Pantic, como la mayoría, quedó inoculado por el virus rojiblanco. Recientemente ha seguido colaborando con el club, como jugador del equipo de fútbol indoor, director técnico de la Fundación Atlético de Madrid e incluso, en la temporada 11-12, entrenador del Atlético B. Pero pocos han alcanzado la inmortalidad como él. Existen un busto, una reverencia en forma de idolatría y un ramo de flores que así lo atestiguan.             


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 14 de febrero de 2013

MI (AUTÉNTICA) PRIMERA VEZ


Alineación de ese día

MI (AUTÉNTICA) PRIMERA VEZ

  La Historia en general, con mayúsculas, y descendiendo en trascendencia, la historia del Atlético de Madrid en particular, que estamos desgranando poco a poco en las páginas de este blog, al menos desde el punto de vista de lo que al autor le ha tocado vivir y experimentar, no se halla compuesta de compartimentos estancos. Al contrario, cualquier acción tiene su reacción y cada acontecimiento tiene sus causas y sus consecuencias. Y frecuentemente, si no constantemente, en toda ocasión que se quiere tratar un tema concreto, se tocan, ya sea directamente ya sea tangencialmente, otros con él relacionados. Viene todo este preámbulo a cuento por el hecho de que, como los fieles lectores de este blog ya habrán apreciado, cada vez que se profundiza en alguno de los artículos, indefectiblemente acaban apareciendo otros aspectos de él derivados, a los que o bien me remito (si son entradas ya publicadas) o bien a los que emplazo (si son relativos a otros pendientes de publicación). De hecho el asunto que hoy nos ocupa quedó anunciado expresamente en un artículo anterior. En efecto, fue el titulado “Mi primera vez”. En él analizaba detalladamente la profunda emoción que un adolescente pudo experimentar al acudir por primera vez a presenciar un partido del equipo de sus amores en su propio estadio. Era algo que, como la publicidad se ha encargado de recordarnos, no tiene precio. Pero también quedó allí reseñado que ni era el primer encuentro en que acudía al Vicente Calderón ni tampoco el primero que presenciaba sobre el terreno al Aleti, emplazando a los amables lectores a futuros artículos para ambos aspectos.
  El primero de ellos, el primer partido en el que acudí al estadio del Manzanares, fue revelado en otra entrada anterior, la que dediqué a mi tío Frutos. Tuvo lugar el día veintitrés de mayo de mil novecientos setenta y dos. Partido amistoso entre las selecciones de España y Uruguay, con victoria para “La Roja” (aunque por aquel entonces no se la conocía así) por dos goles a cero, anotados por Valdez y Gárate.
Lance del encuento: Aguilar entre Arteche y Marcelino
  Y el segundo anuncio, el relativo al primer partido que disfruté “en vivo y en directo” del Atlético de Madrid es el que vamos a tratar hoy. Fue un partido de Liga contra el Real Madrid en el estadio Santiago Bernabéu. Por aquel entonces era un preadolescente que residía en el norte de Madrid. Concretamente, en el barrio de Virgen de Begoña. Mis padres, que como todos los padres se preocupan quizá en exceso de sus hijos, no me permitían acceder a la intrincadísima red del Metro madrileño, por temor a lo que allí pudiera pasarme o lo que pudieran hacerme. Particularmente en horario nocturno. Es por ello que tan sólo me estaba permitido usar el transporte público en forma de autobús. El que nos llevaba de nuestro barrio a otros lugares que incluyera su ruta. Como, afortunadamente, uno de esos emplazamientos era la Plaza de Castilla, eso me facilitaba acceder al estadio madridista. Tras descender del autobús y un breve recorrido a pie Paseo de la Castellana abajo, allí que me planté, anhelante de ver por primera vez a mi equipo, aunque fuera en “territorio enemigo” (las circunstancias mandaban), el día anterior al encuentro, sábado, para poder obtener así sin apreturas de gente ni premuras de tiempo el deseado y precioso boleto de entrada en las correspondientes taquillas oficiales. Por cierto, que prueba de mi ingenuidad fue que permití ser abordado por un transeúnte que me preguntó que si quería entradas para el partido. Le contesté por supuesto que sí y me sacó de inmediato una fotografía del estadio, explicándome que las de esa zona (señalando) de las que, casualmente, él  disponía, eran muy buenas. Tardé un buen rato en darme cuenta de que estaba hablando con un reventa profesional.           
  El partido en cuestión era el correspondiente a la vigésimo-octava jornada del Campeonato de Liga 1978-79 y tuvo lugar el día veintidós de abril de mil novecientos setenta y nueve. Domingo. Cinco de la tarde. Horario tradicional del fútbol durante muchísimos años, hasta que llegaron las televisiones privadas a modificar absolutamente todo, horarios incluidos.
  El encuentro llegaba además caliente por una circunstancia reciente que no conviene olvidar. Esa misma temporada, el equipo madridista nos había eliminado de la Copa del Rey en tercera ronda, en dos disputadísimos enfrentamientos. El primero, la ida, en el Vicente Calderón el diez de enero de ese mismo año, empate a uno, con goles de Ayala y Pirri. El segundo, la vuelta, en el Santiago Bernabéu el veinticuatro de enero, empate a dos, goles anotados por Santillana y Pirri de inicio y luego igualados por los de Rubén Cano y Rubio (en un insólito gol, sin apenas ángulo, ya que el disparo fue desde la mismísima línea de fondo). Este segundo encuentro en particular ha pasado al imaginario colectivo rojiblanco como una de las mayores afrentas que hemos tenido que padecer por parte del eterno rival. Muchos jóvenes de esa generación nos vimos sumidos en rabia y frustración. Ante tamaña injusticia, muchas vocaciones atléticas se fortalecieron ese día.
Aguinaga
  Comoquiera que para las competiciones domésticas no existía por aquel entonces el desempate por valor doble de goles en campo contrario, que hubiera decretado el pase de ronda de nuestro equipo, hubo de disputarse prórroga y lanzamiento de penaltis, en donde nos vimos eliminados. El partido en sí fue como tantos otros en esa y en posteriores épocas. Nuestro equipo barrió al blanco del terreno de juego. Atacábamos una y otra vez. Pero nuestras ofensivas no llegaban a alcanzar el resultado buscado. Particularmente en el tiempo suplementario, donde les pasamos por encima merced a nuestra mayor preparación física. Por el contrario, a los madridistas no les era necesario jugar bien para marcar goles. Dos llegadas aisladas y dos tantos.
  Pero aparte de ello, lo más sangrante fue la controvertida actuación arbitral. El trencilla fue el ínclito Guruceta, que nos asoló. Recordemos (remisión al artículo de este blog dedicado a Gárate) que fue el único colegiado que expulsó a nuestro legendario delantero centro. Además de errores de apreciación que nos fueron minando, y de que los dos goles blancos llegaran haciendo falta o botando otra que no lo fue, lo más decisivo y trascendente se centra en tres jugadas. A saber: Primera. Un evidentísimo penalti de Benito a Rubén Cano apenas iniciado el choque, que el propio público local reconoció de inmediato enmudeciendo (a los que puedan visionar la jugada ahora por primera vez les parecerá increíble que no se decretara pena máxima). Segunda. Cerca ya del final de los noventa minutos, gol de Arteche anulado por inexistente fuera de juego. Tercera. Ya en la prórroga, otro gol anulado a Leivinha que aún nadie, después de tantos años, sabe por qué, si por falta, fuero de juego o por qué razón. Para más inri, este último tanto fue inicialmente concedido, para luego, ante las bruscas presiones de los jugadores madridistas, ser anulado.
  Por todo ello, muchos jóvenes atléticos acudíamos tres meses después al enfrentamiento liguero con ansias de revancha. El Real Madrid se estaba jugando la Liga mano a mano con el Sporting de Gijón de Morán, Quini y Ferrero. Al final, los asturianos cederían y los madridistas vencerían. Nosotros, ligeramente descolgados de los primeros puestos, peleábamos por conseguir la clasificación para la Copa de la U.E.F.A., lo que finalmente conseguiríamos, al concluir terceros.       
  Por consiguiente, el día y hora señalados, en una agradable tarde primaveral, con césped estupendo y lleno absoluto en las gradas, muchos atléticos, entre ellos yo, por auténtica primera vez, nos congregábamos en el feudo madridista para disfrutar con nuestro equipo. En mi caso, en localidad de “gallinero”, tercer anfiteatro lateral de pie.
Robi
  Los recuerdos que tengo del partido son similares a los narrados con anterioridad respecto de la eliminatoria copera. En este caso, obtenidos “in situ”, y no ya procedentes de la radio, televisión, prensa y comentarios de amigos que allí acudieron. Tras una primera parte de mejor tono blanco, en la segunda fuimos muy superiores. Pero, una vez más, el marcador no respondió a los méritos contraídos. Y eso que, sin llegar a los extremos de escándalo de Guruceta, el árbitro pertinente (un tal Jiménez Sánchez del que nada recuerdo) nos masacró a tarjetas, la mayoría de ellas inmerecidas. Amonestó con amarilla a Luiz Pereira, Arteche, Robi, Guzmán y Rubén Cano, amén de sacar roja directa, en una época en que las brusquedades sobre el terreno eran mucho más graves y frecuentes que ahora, y en la que prácticamente no existían expulsiones directas, a Bermejo. En el minuto 57, con muchos aún por jugar.
  Las alineaciones fueron las siguientes. Por parte del Atlético de Madrid, con Ferenc Szusza de entrenador: Aguinaga; Marcelino, Luiz Pereira, Arteche, Capón; Robi, Marcial (Bermejo, minuto 30), Guzmán; Leivinha, Rubén Cano y Rubio (Ayala, minuto 75).  Breves comentarios: Aguinaga fue un fichaje de urgencia, apenas tres jornadas antes, ante las lesiones de larga duración de los tres porteros de la plantilla, Navarro (el titular esa temporada), Reina (en su penúltimo año, en el apenas disputó cuatro partidos) y Corral (que nunca llegó a debutar con el primer equipo). Y nos ofreció muy buen rendimiento. Los cuatro zagueros y los cuatro delanteros mencionados ya han sido tratados o lo serán con posterioridad en el presente blog, ya sea en forma individual o colectiva. Tan sólo decir aquí y ahora que recuerdo cómo Ayala, que ya había perdido la titularidad en beneficio de un joven y pujante Rubio, se pasó toda la segunda parte, hasta que entró, calentando en la banda a un ritmo digamos benevolentemente que no demasiado elevado. Y en cuanto a los medios, Robi fue un barbudo centrocampista, más bregador que de clase, fichado del Salamanca en la 76-77 y que permanecería en el club durante cinco temporadas, en las que disputó noventa encuentros ligueros. Marcial, fichado del Barcelona en la 77-78, ya en la recta final de su carrera, era la calidad personificada. Tres temporadas y sesenta y tres partidos de Liga. En éste fue sustituido por lesión. Guzmán era todo lo contrario. Corredor infatigable, trotón indesmayable, pero exento de las más mínimas cualidades técnicas. Le llamó Kubala para la Selección, con la que disputó el Mundial de Argentina 78. Fichado del Rayo Vallecano en la 78-79, jugaría de rojiblanco dos temporadas, con cuarenta y nueve encuentros ligueros. Y finalmente Bermejo. “La joyita” Bermejo. Jugador ofensivo de una tremenda calidad. Eterna promesa. Nunca llegó a ser titular indiscutible, pero siempre participó en gran número de encuentros. Por esta época recuerdo que atravesaba por una forma excelente, anotando goles a troche y moche en los entrenamientos. Tuvo una valiosa oportunidad en este encuentro, pero fue expulsado, como ya hemos indicado, por una entrada de tantas.
  Por el Real Madrid, siendo Luis Molowny el técnico: García Remón; San José, Pirri, Benito, Isidro; Wolf (Roberto Martínez, miuto 85), Del Bosque, Stielike; Juanito, Santillana y Aguilar.
Bermejo
  El partido concluyó con empare a uno. Tras una primera parte en la que el equipo blanco fue ligeramente superior y en la que Santillana, en el minuto 28, a pase desde la banda derecha de Del Bosque nos colocó por toda la escuadra uno de sus proverbiales cabezazos, tras mantenerse con su prodigioso salto a casi dos metros de altura en paralelo al suelo (nobleza obliga, y es cierto que era un espectáculo inolvidable para todos aquellos que pudimos presenciarlos en directo los remates de cabeza de este delantero), en la reanudación nuestro equipo pasó a tomar el mando y a adueñarse del juego. Ocasión tras ocasión y sin éxito. Hasta que en el minuto 60, recién expulsado Bermejo, una racial escapada de Robi por la banda derecha concluyó con un medido centro al área donde Rubén Cano entra impetuosamente y, sin despegarse del suelo, conecta un potente cabezazo que alcanza las mallas. Dos jugadas muy similares en los goles. Pase desde la derecha de un mediocampista y remate de cabeza del delantero centro, cada uno respondiendo a sus propias características personales. Pese a la inferioridad numérica, en el resto del encuentro no tuvimos excesivos problemas en defensa. Al contrario, continuamos dominando.
  El partido concluyó. No conseguimos ganar, pero merecimos el triunfo. Dejamos vitola de gran escuadra. Y yo me volví a casa orgulloso de mi equipo y deseoso de poder verle en muchas más ocasiones. Sería el primero (en términos absolutos) de los muchísimos más encuentros (casi todos en el Calderón, pero también algunos en el Bernabéu y en otros estadios) de los que pude disfrutar durante largos años de fiel seguidor rojiblanco. Y todavía, con menos frecuencia de lo que desearía por razones de distancia (ahora sigo la casi totalidad por televisión) lo sigo haciendo. En las duras y en las maduras. Es la filosofía atlética.                             
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 7 de febrero de 2013

EL ORIGEN DE UNA PASIÓN

EL ORIGEN DE UNA PASIÓN


 Con este artículo tengo la intención de explicar cómo comenzó mi afición hacia el club Atlético de Madrid y el por qué de ella. Una afición que se ha ido desarrollando durante el paso del tiempo hasta convertirse en una de mis principales pasiones actualmente (amén de una de mis principales preocupaciones y fuente de sufrimientos). Para esto resulta imprescindible nombrar a mi tío, José Miguel Avello, al que los que lean este  artículo reconocerán como el creador del blog y como su mayor contribuyente, dentro de él.
 Todo comenzó en la temporada 2000/2001, la cual sería la que supuso el principio de aquellos dos años en el infierno de Segunda. Por suerte para mí, no me tocó vivir aquella época de penurias para nuestro club. Aquella temporada yo apenas contaba con cinco años a mis espaldas y aunque desde muy pequeñito había comenzando a desarrollar mi afición hacia el fútbol todavía no conocía ningún equipo prácticamente. Tal era así que aún recuerdo cómo mis amigos del cole me preguntaban que de qué equipo era constantemente, pregunta a la cual yo me limitaba a responder que de ninguno, qua a mi únicamente me gustaba jugar. Sin embargo todo este pensamiento se vio modificado este año, momento en el cual mi tío, ya anteriormente mentado, decidió llevarme por primera vez a un estadio de fútbol.
Luis García de rojiblanco
 El partido fue un Atlético-Tenerife, en el Calderón, con resultado de uno a dos a favor del conjunto canario, merced precisamente a dos goles de Luis García, jugador que recalaría posteriormente en el club colchonero. Deportivamente la verdad es que guardo pocos recuerdos más allá de que perdimos el partido, sin embargo, personalmente, fue el comienzo de una experiencia inigualable e incomparable dentro de mí, basada en el descubrimiento del Atlético de Madrid. Desde el primer momento que pisé el estadio quedé impregnado del ambiente que se vivía allí, de cómo tan tamaña cantidad de gente se encontraba unida por una misma causa y un mismo equipo y de la pasión que se vivía en el estadio. Todo ello me hizo rápidamente sentirme partícipe de este sentimiento y sentir orgullo de apoyar a ese gran equipo e identificarme con él, tanto es así, que ya nunca más le dije a nadie que no tenía equipo, desde ese día tuve claro que yo era del Atleti y que no había equipo mejor en el mundo.
 Durante venideras temporadas tuve la suerte de poder disfrutar de más partidos y de la magia que contiene el Calderón, cómo no siempre acompañado de mi tío José Miguel. Recuerdo cada partido como una experiencia única ya que por desgracia apenas asistía a uno o dos encuentros por temporada, debido a mi edad y a que mi tío tenía su residencia en Zaragoza. Precisamente, a consecuencia de esto, uno de los partidos habituales a los que solía acudir era el Zaragoza-Atlético, en La Romareda, siendo obviamente el Atleti el club visitante. Sin embargo recuerdo que la mayoría de éstos acababan con un resultado desfavorable para nuestro club, que no tenía el potencial del equipo actual y solía ser un conjunto de media tabla. A pesar de lo cual en ningún momento pudo esto amilanar mi pasión hacia nuestro club, del que yo me seguía sintiendo igual de orgulloso.
 Actualmente, ya con 17 años y mucho tiempo después, este sentimiento sigue siendo tan fuerte dentro de mí como al principio, y tengo la suerte de poder vivirlo como un asistente habitual al Calderón  junto a dos de mis hermanos pequeños, Álvaro y Jorge, a los cuales intento transmitir los valores que en su día, más de diez años atrás me transmitió a mí mi tío José Miguel y que han servido para crear una verdadera familia de fieles atléticos compartiendo una misma pasión.


GUILLERMO PÉREZ