lunes, 11 de agosto de 2014

SEGUNDO EPÍLOGO: CAMPEONES DE LIGA 13-14


SEGUNDO EPÍLOGO: CAMPEONES LIGA 13-14

   Después de haber dado por concluida la obra con todos los anteriores capítulos y su correspondiente epílogo, me veo en la venturosa y placentera obligación de ampliarla, incluyendo este segundo epílogo, ante la eventualidad que ha acaecido recientemente: la portentosa y extraordinaria temporada 13-14, en la el club Atlético de Madrid consiguió coronarse como campeón de Liga, en reñida pugna con los dos “a priori” inabordables “transatlánticos” que todos conocemos, subcampeón (o campeón a falta de dos minutos) de la Champions League o, como nos gusta seguir denominándola a los recalcitrantes románticos, Copa de Europa, cuarenta años exactos después, y semifinalistas de Copa del Rey. Como he escrito en similares ocasiones anteriores, pronto será historia. En esta ocasión rectifico, Ya es historia.
   A lo largo del ya para siempre inolvidable año en las distintas redes sociales se planteó en diversos momentos la manida cuestión de si podría llegar a tratarse del mejor Aleti de todos los tiempos o, al menos, la mejor campaña de su existencia. Por supuesto (por eso era un debate) hay opiniones en ambos sentidos. Para unos, llevados sin duda por la emotividad del rabioso presente, por supuesto que sí. Para otros, llevados al contrario por las indelebles experiencias vividas años atrás (que además el paso del tiempo se encarga de magnificar e incluso deformar), por supuesto que no.
  Para aquél a quien le pueda interesar, mi humilde opinión es que sí. A ambas preguntas. ¡Y mira que yo he vivido etapas gloriosas del club!. ¡Y mira también que a los ídolos de niñez y adolescencia es sumamente complicado apearles del pedestal!. En mi criterio, el Atlético de Madrid de la temporada 13-14 ha sido el mejor de su larga y fecunda historia y, por ende, la mentada ha sido la mejor jamás vivida. No desdeño que mucho lector dispondrá de apreciaciones subjetivas contrarias, pero voy a intentar argumentar, siquiera mínimamente, con datos objetivos.
  En primer lugar, existe el ya anteriormente apuntado fenómeno, desarrollado en los últimos tiempos y que hasta ahora parecía imparable, de la enorme brecha que dos clubes españoles, merced a la tremebunda diferencia de contratos televisivos y otras fuentes de financiación varias, habían logrado alcanzar respecto de los demás (Aleti incluido). Parecían inalcanzables. Pero como “Cholo” Simeone expuso en la celebración de Neptuno, en uno de sus mandamientos supremos que deberían ser marcados en letras de oro en algún rincón del nuevo estadio en construcción: “si se trabaja y se cree, se puede”.
  Además, precisamente para zanjar esa que parecía inalcanzable diferencia, el equipo tuvo que lograr sus particulares registros históricos de puntos y victorias (superando incluso al año del doblete, que tenía cuatro jornadas más).
  Y un último factor a tener en cuenta: el equipo era siempre fiable. Para mí, el más fiable jamás vivido. Anclado en su solidez defensiva, sabías que tarde o temprano algún chispazo, ya fuera en forma de brillante jugada personal o de aprovechamiento de las trabajadas jugadas a balón parado, iba a conseguir importantes réditos. Ya no se padecían las inseguridades defensivas de otros momentos. Ya no se ponía uno a ver a su equipo favorito para sufrir con él si no que, al contrario, para disfrutar con él. Se contaban los días para que llegara el siguiente encuentro y poder gozar con tus jugadores. Cabe recordar en este sentido que, incluso en años exitosos, la plantilla siempre ofrecía de vez en cuando algún “petardazo”. Esta vez no. Aunque pareció aproximarse en la recta final tras perder con el Levante o empatar con el Málaga, se supo rectificar a tiempo. Dos breves recordatorios: en la hasta hace poco penúltima Liga (76-77, ¡años ha!), el Burgos, por ejemplo, vino al Calderón y salió con un 0 a 3 a favor y en la gloriosa e inolvidable campaña del doblete (95-96; que para mí, reitero, ha sido ya superada por la 13-14) en la segunda vuelta perdimos muchos partidos en casa contra equipos que en ese curso pululaban por las mediocridades de la tabla (Sevilla, Valladolid o Real Madrid).
  Con estos argumentos (repito, objetivos) entiendo que se puede afirmar que ha sido la más exitosa campaña del club. Pero es que además estimo que, englobando unas cuantas temporadas atrás, se puede asimismo defender que nos encontramos ante el mejor Atlético de Madrid de toda la historia. Desde la Europa League 09-10, el “ratio” de títulos conseguidos (además de ésa, la Supercopa Europea 10-11, la Europa League 11-12, la Supercopa Europea 12-13 y la Copa del Rey 12-13) por temporadas jugadas es indudablemente el mayor de nuestra existencia. Jamás se habían ganado tantos títulos en tan poco tiempo. La mayor parte de ellos ya bajo las directrices técnicas de Simeone, apuntando ya la cuasi-perfección que estaba a punto de llegar. Por eso me atrevo a afirmar que, en mi opinión, existe una unidad de acción en un periodo de tiempo concreto que convierte a éste en el mejor Aleti de todos los tiempos.
  Para la posteridad, el recordatorio de todos aquellos nombres que hicieron posible la felicidad suprema. Aparte de Simeone como director técnico, ayudado por “El Mono” Burgos como segundo entrenador, por Vizcaíno como tercero, por “El Profe” Ortega como preparador físico y por demás personal auxiliar, los jugadores que desfilaron, en mayor o menor número de encuentros ante nuestras retinas (me limito a recordar los nombres, sin especificar sus intervenciones) y que se instalaron para siempre en un “rinconcito” de nuestros corazones fueron: en la portería, Courtois, Aranzubía y Bono (aunque éste no llegara a disputar minuto alguno); en la defensa, Juanfran, Miranda, Godín y Filipe Luis (la zaga titular), acompañados por Manquillo, Giménez, Alderweireld e Insúa; en el centro del centro del campo, Gabi, Mario Suárez, Tiago y Guilavogui (aunque su participación fuera poco más que testimonial); y Carlos Ramos, que jugó un partido en ronda inicial de Copa ante el Sant Andreu; en posiciones más ofensivas del centro del campo, Arda Turan, Koke, Raúl García, “Cebolla” Rodríguez, Óliver Torres (que salió en el mercado de invierno) y Sosa y Diego (arribados ambos en el mismo mercado); y en ataque, Diego Costa, Villa, Adrián y Leo Baptistao (también con cesión invernal). Y Héctor, que desde el filial también participó en el mentado encuentro ante el Sant Andreu (¡e incluso anotó un gol!).
  Desde mi punto de vista personal (que de eso trata el presente escrito y todos los anteriores) pude disfrutar (y remarco esa palabra) del equipo en la mayor parte de sus participaciones. Atrás quedaron los tiempos en los que yo frecuentaba las gradas del Vicente Calderón y en los que teníamos que conformarnos con presenciar “in situ” tan sólo los partidos caseros, unos pocos más de visitante al año a través de la televisión y otros pocos más con cómodos desplazamientos cercanos (dado que los medios de transporte tampoco ofrecían las facilidades que ofrecen hoy en día). Por el contrario, en los tiempos actuales, los medios de difusión televisivos permiten ver todos y cada uno de los encuentros disputados. Lo que es especialmente útil para todos aquellos que, como yo, vivimos en la actualidad alejados de Madrid. Es indudable que como en el estadio no se puede disfrutar en ningún otro sitio, y se aprecian aspectos que en la pequeña pantalla pasan inadvertidos. Pero no es menos cierto que, al presenciar mayor número de choques, se puede formar uno incluso unas percepciones más completas que las de años más alejados en el tiempo.
  En concreto, de los 61 partidos celebrados (38 de Liga, 8 de Copa del Rey, 13 de Champions League y 2 de Supercopa de España), puedo afirmar que viví 58. Casi todos ellos por televisión, en directo o algunos en semi-directo (grabados porque coincidían con baño de los niños o salidas de casa, que luego disfrutaba sin enterarme del resultado). Tan sólo me perdí los ligueros ante el Málaga en La Rosaleda y Real Sociedad en el Calderón (esos días o programé mal el video o éste me hizo una buena “pirula”; por supuesto que el grito de rabia al comprobar tamaño desaguisado lo oyeron todos los vecinos) y el de ida de primera ronda de Copa ante el Sant Andreu (estaba de Puente de la Constitución con mi familia). El casi decisivo ante el Levante lo vi en diferido, pero después de que un familiar “metepatas” me hubiera informado del resultado.
  De esos 58, hubo tres que presencié en el estadio. Y tres especialmente significativos. La mayor victoria liguera (y absoluta), la mayor derrota del mismo torneo y la final de la Champions League. Todos ellos merecen párrafo aparte.
  La mayor victoria liguera (y absoluta) recordemos que fue el día 23 de noviembre de 2013. Jornada 14ª. Un contundente marcador de 7 a 0 frente al Getafe. Los goles de Lopo en propia meta, dos de Raúl García, dos de Villa, uno de Diego Costa (que ese día inició encuentro en el banquillo, y al poco de salir diseñó una preciosa chilena, en el para mí gol más hermoso de todo el ejercicio, no sólo suyo, si no del equipo en general) y otro de Adrián completaron el abultado tanteador. Histórico. Enseguida funcionaron las memorias para traer a colación otro idéntico marcador, igualmente histórico, el obtenido el 7 de febrero de 1988 (primera temporada de Gil) ante el Mallorca. En esa ocasión golearon Alemao, Parra, Julio Salinas -2-, Landáburu, Eusebio y Futre. Particularmente bellos el primero del brasileño y el último del portugués. Acompañado de cuatro de mis sobrinos residentes en Madrid y aficionados al Aleti (dos de ellos abonados con abono total) ejercí mi derecho de socio no abonado de elegir un partido al año en forma gratuita con el pago del carnet. Y visto el resultado…¡no podía haber elegido mejor!.
  La mayor derrota liguera fue el día 23 de febrero de 2014. Jornada 25ª. En El Sadar de Pamplona, tres a cero frente a Osauna. Dado que el equipo de la ciudad donde actualmente resido, Zaragoza, militaba ese año en Segunda División, transformamos la visita futbolera tradicional de mis dos sobrinos mayores a La Romareda en otra a la cercana ciudad pamplonesa. Y en esta ocasión la elección no fue afortunada. La dolorosa derrota, con pobre juego del equipo, vaticinaba el inicio del derrumbe. Por el contrario, asentaba en la categoría a Osasuna. A la postre, resultó todo lo contrario. El equipo navarro descendió a Segunda y los atléticos ganaron la Liga. Una señal inequívoca más de que…¡el fútbol es así!.
  Y la final de la Champions League, tras eliminar a Oporto, Zenit de San Petersburgo y Austria de Viena en la fase de grupos, al otrora potente Milán en octavos de final, al todopoderoso Barcelona en cuartos y al Chelsea londinense en semifinales, con portentosa exhibición en Stamford Bridge incluida, llegó cuarenta años después. Por supuesto, la trascendencia del encuentro y la cercanía de la sede, Lisboa, acarreó de inmediato multitud de peticiones de entradas. Siendo socio no abonado, me despedí “ipso facto” de mis posibilidades vía taquilla. Puestas en marcha mis escasas influencias resulta que conocía a alguien que conocía a alguien y que me consiguió dos preciosas entradas para la final. En zona madridista, eso sí. ¡Nadie es perfecto!. Pero allá que nos fuimos mi esposa y yo.
  Salimos en coche propio el día de antes. La final tuvo lugar, frente al Real Madrid, el día 24 de mayo de 2014. El conjunto blanco había eliminado en semifinales a los bávaros del Bayern de Múnich, equipo que muchos preferíamos para la final, no tan sólo por la idiosincrasia del rival que luego tuvimos enfrente, sino también por una especie de justicia poética, cual hubiera sido la de pelear frente el adversario que nos derrotó en la misma competición cuarenta años atrás.
  Como desde Zaragoza el viaje por carretera era excesivamente largo, hicimos noche en el punto intermedio de Talavera de la Reina, en hotel con afamado restaurante que era por mí conocido de mi primer destino profesional, el bello pueblo de Navamorcuende, ubicado a escasos veinticuatro kilómetros. Al día siguiente, madrugamos y completamos viaje. Entramos en Lisboa por el espectacular puente Vasco de Gama, por el triple motivo de darnos el gustazo de atravesarlo y conocerlo, de evitar los atascos del peaje del otro puente y de hallarse más cercano al aeropuerto, en cuyo aparcamiento decidimos dejar el coche. Al ubicarse en pleno casco urbano de la ciudad, los posteriores desplazamientos en Metro eran sumamente cómodos.
  Pasamos el día estupendamente, empapándonos del añejo ambiente lisboeta, modificado en esta ocasión por el acontecimiento futbolístico. En este sentido, oímos de primera mano como una jovencita andaluza, desconocedora por completo del mismo, que había reservado para disfrutar de un fin de semana “normal”, protestaba en voz alta por no poder participar del ambiente tradicional de la capital portuguesa. Y es que los aficionados de uno y otro bando invadimos la urbe en su totalidad. Era muy agradable pasearse por sus viejas calles y ver camisetas de ambos equipos, conviviendo en armonía y sin incidentes dignos de mención. Y ello a pesar de que las autoridades no dispusieron medida alguna de seguridad especial. Incluso en el Metro, compartíamos vagones sin problemas, más allá del escaso espacio del que disponíamos. En el estadio, decidí no portar distintivo alguno rojiblanco, por evidentes razones de seguridad, al hallarme ubicado en territorio “enemigo”. Innecesaria precaución. La educación deportiva de ambas aficiones es mucho mayor de lo que presuponía. Por mi zona se repartían varias camisetas rojiblancas que no acarrearon a sus portadores ningún problema. Eso sí, tras el gol, dado además su incierto desenlace, no pude por menos de confesarme, levantarme del asiento y celebrarlo. El supuesto inverso (madridistas en zona atlética) fue desgraciadamente más numeroso e igualmente no acarreó conflicto alguno.                   
  El resultado final todos los conocemos. El espectáculo en la ciudad y en el estadio fue inenarrable, y con eso debemos quedarnos. La afición rojiblanca, en mi opinión, muy por encima de la blanca, como suele ser habitual, en animación y educación. Al hallarme “infiltrado” entre ellos, pude constatar como allí nadie abría la boca cuando las estaban pasando duras. Y como, a diferencia de ellos un año atrás en la Copa del Rey, los seguidores rojiblancos, en una abrumadora mayoría, nos quedamos cortésmente a la entrega de la Copa. Y hasta ahí. La celebración posterior ya no contó con nuestra presencia.
  En suma, temporada para recordar y enmarcar. Es lo que pretenden estas modestas líneas. No podía encontrar un corolario mejor. Es el epílogo perfecto.
 
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ