miércoles, 28 de marzo de 2012

LORENZO RICO

LORENZO RICO.

 
  Hoy voy a escribir el primero de mis artículos históricos referente a la sección más importante que jamás ha tenido nuestro glorioso club (aparte del fútbol, se sobreentiende): el balonmano, felizmente recuperado en esta temporada 2011-12 después de muchos años desprovistos de ella. Y así como para escribir el primero de todos ellos elegí la figura del para mí mayor icono futbolístico atlético, Gárate, hoy voy a escribir sobre el que en mi opinión es el mayor icono balonmanístico rojiblanco (quizá en unión de Cecilio Alonso, al que indudablemente tendré que dedicar un futuro artículo): el guardameta Lorenzo Rico.
  Lorenzo Rico Díaz, nació en Colmenar Viejo, provincia de Madrid (seguramente por ello se le impondría al cabo de los años el sobrenombre de “El Lince de Colmenar”), el día diecisiete de enero de mil novecientos sesenta y dos. Por cierto, el pabellón polideportivo de dicha localidad madrileña lleva actualmente su nombre. Destacó muy pronto como portero de balonmano jugando en el colegio San Agustín, que desde siempre ha apoyado fuertemente a este deporte. Recuerdo que en un libro que ojeé en cierta ocasión en una librería, dedicado a la técnica del portero de balonmano, las fotografías ilustrativas eran precisamente de un jovencísimo Lorenzo Rico en las porterías de los patios de dicho colegio San Agustín. De allí pasó prontamente, en mil novecientos setenta y seis, a las categorías inferiores y casi de inmediato a la primera plantilla del Atlético de Madrid que, por aquel entonces, finales de los setenta y primeros de los ochenta, se había convertido en uno de los principales equipos balonmanísticos del país, siempre en dura competencia con el Barcelona, y una vez que ambos pudieran sobrepasar la hegemonía que en los primeros setenta había logrado obtener la escuadra alicantina del Calpisa.
  Empezó a jugar partidos con el primer equipo muy joven, bajo la dirección de nuestro mítico entrenador Juan de Dios Román (luego seleccionador nacional y más tarde y en la actualidad Presidente de la Federación Española). En sus primeros años tuvo que luchar contra la legendaria estela que habían dejado tras de sí otros magníficos porteros que recientemente habían defendido a nuestro club, como Patxi Pagoaga o De Miguel, sin sospechar siquiera entonces que con el tiempo su propia leyenda les llegaría a sobrepasar. A los aficionados que acudíamos por aquel entonces al entrañable polideportivo Antonio Magariños a presenciar los partidos atléticos nos llamaba la atención sobremanera las monumentales broncas que el entrenador Juan de Dios Román echaba a sus jugadores a la más mínima deficiencia. Sus gritos se oían desde fuera del pabellón. Jugadores como el pivote Juanqui Román o el asturiano lateral Chechu tuvieron que padecer más de una y más de dos. Pues bien, no recuerdo (o al menos yo no estuve presente) que ninguna de ellas tuviera como destinatario al excelente guardameta que era Rico. De hecho, el entrenador le consideraba el alma y pilar del equipo. En la final de la copa IHF de la temporada 1986-87, contra el conjunto lituano del Granitas Kaunas, desgraciadamente perdida, que comentó por televisión, alejado momentáneamente de los banquillos, nos hizo notar a los televidentes en el partido en terreno lituano que tomáramos nota de cómo ningún gol se lo metían desde más de nueve metros, sino que todos eran desde menos de dicha distancia. Y así era efectivamente. No eran capaces de batirle con disparos lejanos. Tenían que dispararle desde cerca.
  Jugó con nuestros colores hasta finales de la temporada 1986-87, en la que por problemas económicos de la sección tuvo que ser traspasado al eterno rival balonmanístico, el Barcelona. El mismo camino, y por la misma época, se vio obligado a adoptar otra de nuestras grandes estrellas, el lateral Cecilio Alonso. Sin embargo, ninguno de ellos renunció jamás a su herencia rojiblanca y de hecho suelen colaborar estrechamente con el club cuando les es requerido. Allí se convirtió en maestro de otro mítico portero español, David Barrufet, que precisamente con el paso del tiempo logró arrebatarle el record de internacionalidades. Lorenzo Rico se quedó en 245  y Barrufet llegó a las 249. Incluidos en esos encuentros internacionales se encuentran los correspondientes a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, Seúl 1988 y Barcelona 1992, donde alcanzaría su mejor clasificación olímpica, al concluir en quinta posición.
  Lorenzo Rico era un extraordinario portero que destacaba especialmente por su técnica individual (¡esas piernas por encima de la cabeza!), su personalidad y colocación, especialmente desde el extremo. En este sentido, cabe recordar una anécdota de uno de los vibrantes partidos entre los dos enconados adversarios de la época, el Atlético de Madrid y el Barcelona, disputado en el recordado Magariños. A poco del principio el extremo barcelonista derecho zurdo (no es un contrasentido; para los legos en este deporte recordemos que habitualmente los zurdos juegan por la derecha y los diestros por la izquierda para gozar así de más ángulo de pase y de disparo; es precisamente la razón que esgrimen últimamente algunos entrenadores de fútbol para hacer jugar a sus extremos a banda cambiada; sin embargo, no lo hacen así con los defensas laterales, ¿por qué?) Eugenio Serrano le anotó un gol desde el extremo con su impecable técnica habitual: dejaba atrás a su defensa yéndose hacia la línea de banda, para a su vez desde allí encarar la línea de seis metros, saltar por encima de ella y ya con poco ángulo de tiro sacar un letal disparo desde posición baja, desde la cadera, que iba teledirigido a la escuadra contraria, sin que casi ningún portero pudiera detenerlo. Era, trasponiéndolo al ámbito futbolístico, como el famoso regate de Garrincha: todos sabían como lo hacía, pero ninguno era capaz de frenarle. Ese disparo “made in Serrano” era exactamente igual: todos los guardametas lo conocían, pero a todos les goleaba una y otra vez. Particularmente era conocido por Lorenzo Rico, que compartió con el barcelonista horas y horas de entrenamiento en la Selección. Batido por primera vez, maldijo a la nada y empezó a dar pequeños botes desesperados, enfadado consigo mismo (¿cómo es posible que me lo haya metido a mí, si sabía que iba a ir por ahí?). A partir de entonces, Eugenio Serrano no metió un solo gol más en todo el partido en jugada desde el extremo. Lo intentó en varias ocasiones más, pero indefectiblemente todas y cada una de ellas eran desviadas por su oponente.
  Era considerado en su momento el mejor portero del Mundo. Compartió época con otros insignes cancerberos internacionales, imborrables en la memoria de los buenos aficionados, la mayoría de mayor envergadura y mejores condiciones físicas: el ruso Lavrov, el sueco Olsson, el yugoslavo Basic o, hacia el final de su carrera, el sueco Svensson (que, fichado muy joven por nuestro equipo, terminó también recalando en el Barcelona). Particularmente en el Aleti compartió plantilla al principio con Díaz Cabezas y más tarde con un jovencito llamado Claudio, llegado desde Alicante a Madrid a jugar al balonmano con nuestro equipo y a estudiar la carrera de Psicología (precisamente en esta faceta de psicólogo es habitual colaborador de “Radio Marca”). Un compañero mío de facultad compartía Colegio Mayor con él y, después de una exhibición portentosa (y habitual) por parte de Lorenzo Rico en un encuentro de competición europea disputado un domingo por la mañana, me confesó que su suplente Claudio estaba impactado por la tremendísima calidad del titular, que le impedía jugar todos los minutos que desearía. Sin embargo, poco después, al fichar por el Barcelona, Claudio se convertiría en nuestro primer portero, dándonos muchos días de gloria, dada su innegable calidad, y llegando igualmente poco después a la Selección española.
Lorenzo Rico, primero agachado por la derecha; Claudio, de pie.
  Con nuestro equipo ganó cinco Ligas (temporadas 78-79, 80-81, 82-83, 83-84 y 84-85, todas ellas con Juan de Dios Román de entrenador) y cinco Copas (temporadas 77-78, 78-79, 80-81, 81-82 y 86-87). Luego en el Barcelona añadiría cinco Ligas más, cuatro Copas más, una Copa Asobal, cinco Supercopas, dos Recopas y una Copa de Europa. Su hito más destacado con nuestros colores, no obstante, fue la inolvidable final de la Copa de Europa de la temporada 1984-85, con la Metaloplástika yugoslava, que disponía de jugadores extraordinarios como Vujovic, Mkornja o Isakovic. Era final a ida y vuelta. Tras haber perdido la ida por pocos goles de diferencia, lo que alentaba una epopéyica remontada, la vuelta en el antiguo Palacio de los Deportes (antes de su incendio), el día veintiuno de abril de mil novecientos ochenta y cinco, fue uno de los espectáculos más inolvidables que jamás hayan existido en nuestro club para todos los que estuvimos allí (¡incluso  mi hermana vino también con mi hermano y conmigo, la cual nunca jamás antes ni después de esa fecha ha demostrado un atisbo de interés por evento deportivo alguno!). Un ambiente inenarrable, el Palacio repleto, con más gente que gradas, banderas ondeando por doquier, gritos de ánimo incansables. Aún así, no se pudo remontar y perdimos la final, pero todos nos acordamos del excepcional ambiente vivido y de la ilusión y la alegría que nos proporcionaron nuestros jugadores.
  Dada la gran longevidad de los porteros de balonmano, Lorenzo Rico tuvo que retirarse relativamente pronto, al finalizar la temporada 1994-95, por una serie de problemas en la cadera. Para ese año, el Atlético de Madrid carecía ya de equipo de balonmano. Hasta esta temporada. Ojalá que los actuales estupendos jugadores de nuestra plantilla reverdezcan pronto antiguos laureles, que se perpetúe el equipo en el tiempo y que a no mucho tardar pueda surgir otro portero como él, y otros magníficos compañeros como los que tuvo, para que todos podamos volver a disfrutar de un deporte tan excitante como este durante muchos más años. Por los siglos de los siglos.        
 





JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 21 de marzo de 2012

BA-LON-CES-TO

BA-LON-CES-TO.



Plantilla 89-90

  De nuevo comienzo uno de mis artículos haciendo referencia a un hecho que probablemente sea desconocido por la mayoría de los jóvenes aficionados rojiblancos, pero que los más veteranos (en alguna ocasión, como ahora mismo se verá, habría que hablar de veteranísimos) recordamos: el club Atlético de Madrid tuvo una sección de baloncesto. Y no sólo en una ocasión, sino en varias. Lo lamentable es que en ninguna de ellas llegara a cuajar y prosperar el proyecto. En ninguna de las diversas etapas que ahora repasaremos el baloncesto atlético sobrepasó los dos años de vida.
  La primera ocasión que nuestro club dispuso de dicha sección fue en mil novecientos veintidós. Un tal Ángel Cabrera la fundó. Fue también jugador, en unión de otros españoles como Lacerda, los hermanos Becerril y un estudiante norteamericano en España (supongo que pasaría por allí y debieron pensar que dado su origen debía saber cómo se jugaba a este deporte) llamado Fitzgerald. Era el primer equipo de baloncesto que se fundaba en Castilla. Se construyó “ex profeso” una cancha aledaña al entonces estadio de fútbol rojiblanco, sito en la calle O´Donnell. Incluso existió también un equipo femenino, conformado mayoritariamente por novias y hermanas de los jugadores. Pese al apoyo del Presidente de esa temporada, Julián Ruete, el intento fue efímero, apenas duró un año. Pero ese Ángel Cabrera debía de ser sumamente emprendedor porque, una vez frustrada su iniciativa rojiblanca, fundó nueve años después la sección de baloncesto del Real Madrid, donde igualmente ejerció de jugador, fundó también la Federación Castellana, fue seleccionador de Castilla y de España y era además director de banco. Precisamente en el Europeo de 1935, celebrado en Suiza, en el que España acabó en segunda posición, tras perder la final contra la entonces independiente Letonia, disputada al aire libre, por 24 a 18, no pudo acudir como seleccionador dado que poco antes el contable de su banco se había escapado con dinero y pensó que resultaría sospechoso que él, inmediatamente después, viajara al país helvético.
  El segundo intento fue diez años después, en 1932. El Real Madrid acababa de fundar su sección de baloncesto el año anterior, como acabamos de ver y, de nuevo el inveterado mecanismo de acción y reacción entre los dos viejos e históricos rivales madrileños motivó que nuestro club refundara su equipo. Pero de nuevo tuvo vida efímera, ya que tan sólo duró, al igual que el proyecto anterior, un año escaso, durante el cual lo más destacado fue el primer partido entre eternos rivales, el día 28 de noviembre de 1932, saldado con victoria madridista por 42 puntos a 20. En el Campeonato regional centro de Primera categoría el equipo fue cuarto y último, lo que provocó su nueva disolución.  
   El tercer intento fue inmediatamente después de la Guerra Civil española. Por esa época, nuestro club disponía del “patrocinio” de la Aviación española, el cual no se tradujo tan sólo en el cambio de nombre del equipo de fútbol (el histórico Atlético de Aviación) sino también en el apoyo prestado para un nuevo equipo de baloncesto. Refundado (o re-refundado) en 1941, obtuvo buenos resultados en su primera temporada (fue semifinalista en el II Trofeo “Gol Diario Deportivo”), pero mediocres en la segunda, ya que el equipo descendió a la Segunda categoría de Castilla, lo que originó una vez más la disolución. En esta ocasión, por primera y única vez en la Historia, tanto pasada como venidera, el equipo duró más de un año. Se alcanzó la friolera suma de dos años.
  Hubo que esperar nueve años más, hasta 1952, para que el entonces Presidente, Cesáreo Galíndez, el Marqués de la Florida, lo intentase por cuarta vez. Se celebraban ese año las bodas de Oro de nuestro club y con ese motivo el máximo dirigente quiso hacer más que nunca un club polideportivo, creando diversas nuevas secciones, entre ellas la de baloncesto, para intentar enfrentarse a la hegemonía madridista que ya había conseguido implantar y consolidar con éxito su proyecto baloncestístico. Pero se perdió ante el eterno rival tanto en el Campeonato regional como en las semifinales del Campeonato de España. Una nueva disolución, tras otro solo año de vida.
  Y tras un gran salto en el tiempo, de nuevo se crea sección de baloncesto en 1983, por quinta vez. Sorpresivamente, puesto que en ese año ya estábamos sumidos en la eterna crisis económica que acompaña a nuestro club desde hace muchísimos años. El Atlético de Madrid se hizo con la plaza del Fortuna en la segunda categoría del baloncesto español, entonces denominada Primera B. Todo lo relatado hasta ahora ha sido producto de una labor de documentación previa. Pero llegados a este punto entramos ya en mis recuerdos y vivencias personales. Esa temporada asistí a varios encuentros de nuestro equipo de baloncesto. Se disputaban en el polideportivo Vallehermoso, lógicamente aledaño al estadio del mismo nombre. Durante muchos años, antes de construirse el estadio de la Comunidad, el popularmente conocido como “La Peineta”, fue el principal recinto madrileño para celebrar mítines de atletismo. A alguno de ellos, llevado por mi amor al deporte en general, acudí en vivo y en directo. También fue donde el Rayo Vallecano jugó varias temporadas en Segunda División, en tiempos de Potele y Felines, antes de que se terminara de construir el actual estadio de Vallecas. El pabellón de Vallehermoso era pequeño y modesto. Tenía una sola gradería lateral y otra de fondo. En el opuesto se encontraban las puertas de acceso a vestuarios. Y en el lateral contrario a las gradas se ubicaban las sempiternas espalderas de las que ningún gimnasio que se precie puede carecer. Recuerdo del equipo a jugadores como Sautu, que ya había jugado en varios equipos de la categoría absoluta; a Izquierdo, un alero de suma precisión en el tiro lejano; y a Marrero, un escolta canario que había compartido la selección junior el verano inmediatamente anterior con futuras estrellas de nuestro baloncesto como Montero, Villacampa o Vecina. En uno de los partidos a los que asistí, ante el Tenerife, se llegó al descanso con diecisiete puntos de ventaja a nuestro favor. Pero los canarios remontaron luego espectacularmente, “enchufando” un tiro lejano tras otro, en una época en la que por cierto aún no existía el tiro de tres, que se implantó en las reglas FIBA justamente a la temporada siguiente. Pese a ese puntual tropiezo, el equipo hizo una muy buena campaña, finalizando en tercera posición y logrando el ascenso a Primera División. El día del último partido, donde se jugaba el ascenso, acudió el mismísimo Presidente Vicente Calderón. Como el pabellón carecía de palco, le ubicaron en una silla de bar en un pequeño ensanchamiento que existía entre la gradería lateral y la de fondo.
Shelton Jones
  Pese al ascenso obtenido, el equipo no pudo plasmarlo en la cancha. La penuria económica y la regla obligatoria de fichar dos jugadores extranjeros motivó que se tuviera que ceder la plaza al Collado Villalba, equipo por entonces de reciente creación. Y que en el futuro, como dentro de poco se verá, volvió a unir su destino con el nuestro. El hecho de haber sido nuestro “sucesor” hizo que muchos jóvenes nos hiciéramos aficionados en Primera División del equipo serrano, donde destacaba un jovencísimo Orenga. Y todo ello sin perjuicio de la mutua y recíproca corriente de simpatía que ha existido desde siempre entre nuestro club y el Estudiantes. Yo, al igual que otros miembros de mi familia, he sido también socio del equipo estudiantil. Por cierto, uno de los extranjeros fichados por el Villalba, de apellido Michel, protagonizó una graciosa anécdota que no me resisto a dejar de recordar. Como parte de su contrato, se le facilitó un coche. El día que lo estrenaba, se desplazó con él desde Villaba hasta Madrid. Tardó cinco horas en llegar. Al día siguiente pidió en las oficinas del club que se lo cambiaran, que corría muy poco, a pesar de que pisara con fuerza y repetidamente el acelerador. Efectivamente el motor del coche se había quedado para el arrastre, ya que, acostumbrado a conducir los automáticos estadounidenses, se había hecho todo el trayecto en primera marcha.
Plantilla 89-90
  Siguiente etapa, la sexta. Ya con Jesús Gil en la Presidencia, en sus primeros años, temporada 1989-90, se vuelve a crear la sección. El Presidente quería hacer crecer el club y enfrentarse al Real Madrid con garantías de éxito. Para ello, se ocupa de nuevo plaza en la segunda categoría nacional, entonces denominada Primera División, adquiriendo los derechos al C.B. Oviedo, y con vistas a lograr un pronto ascenso. Pero es todo lo contrario. Se pierde la categoría en el play-off por la permanencia contra el Lagisa de Gijón. Esa temporada, en la que igualmente asistí a varios partidos, se jugaba en el polideportivo de Arganzuela, cerca de Legazpi, en la calle del Plomo, ubicada en un polígono industrial. El equipo contaba con jugadores de calidad como Quino Salvo (veterano de la máxima categoría), Paco Velasco, Chus Bueno, García Rivas o el norteamericano de raza negra Rayford, que la verdad no era un extranjero que marcara excesivas diferencias. Recuerdo no obstante que uno de los partidos a los que acudí se ganó con una canasta suya en el último segundo. Sin embargo, no se consiguieron buenos resultados. Tras perder los siete primeros partidos de Liga de forma consecutiva, se recuerda la famosa anécdota de Jesús Gil que, en una de sus legendarias arengas a los jugadores (y que por lo visto no tuvieron que ser sufridas en exclusiva por los futboleros), les espetó a la cara, ante el estupor general, que por qué no eran capaces de meter más “goles”. El descenso final motivó una vez más, y de nuevo tras un año escaso, el cierre del baloncesto.
Walter Berry
  Pero esta vez, la séptima y última hasta ahora, se retomó de forma inmediata. Al año siguiente, en lugar de esperar con paciencia que se fuera ascendiendo poco a poco, Jesús Gil decidió fusionar el equipo con el Collado Villalba, y jugar así en la ACB, máxima categoría. Los partidos se celebraban en el polideportivo de la localidad serrana, con la camiseta a rayas rojas y blancas y el pantalón azul (el antiguo Villaba jugaba todo de amarillo) y Gil de Presidente. Se fichó de entrenador a Clifford Luyk, que luego sería destituido a mitad de temporada y reemplazado por el norteamericano Tim Shea. Como jugadores más destacados, los nacionales Carlos Gil, Rementería o García Coll, con pasado estudiantil y futuro madridista (donde aún sigue, en tareas organizativas), y los estadounidenses, de contrastada calidad, Walter Berry y Shelton Jones, que luego sería sustituido a mitad de temporada, tras ganar el concurso de mates del partido de las estrellas, por su compatriota Howard Wright. El equipo hizo buena temporada en general, finalizando la temporada regular con diecisiete victorias y diecisiete derrotas, eliminando en los play-off de octavos de final al Valvi Gerona, cayendo derrotado en los cuartos de final por el Juventud de Badalona (futuro campeón) y clasificándose para la copa Korac. Pero las enemistades entre Jesús Gil y el Alcalde de Villalba, y la moción de censura de los socios del equipo serrano, ante los rumores de que se lo quería llevar a Marbella, apartaron a Jesús Gil de la Presidencia. Y con ello, a nuestro club del sendero del baloncesto, que desde entonces y hasta ahora nunca ha vuelto a ser retomado. Para todos aquellos a los que nos gusta el deporte en general, el baloncesto en particular y el Atlético de Madrid en particularísimo, es una verdadera pena que, en esta edad de Oro de nuestro deporte de la canasta no tengamos equipo del que poder disfrutar. Equipo propio, se entiende (siempre seremos del Estudiantes). Pero no perdáis la esperanza. Ojalá que dentro de un tiempo podamos volver a disfrutar de un rojiblanco encestando.  



JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ



viernes, 16 de marzo de 2012

A PIE DE GRADA: JUANFRAN



Juanfran
 Como ya todos sabréis, Juanfran es uno de los jugadores que está sonando con más fuerza en la órbita rojiblanca durante los últimos días. A pesar de no haber empezado con muy buen pie su andadura rojiblanca, y estar más de un año sin apenas continuidad en el equipo, la figura de Juanfran está surgiendo fuertemente en las últimas fechas como uno de los principales bastiones del nuevo Atlético de Simeone.
 Reconvertido en lateral, ha superado todas las críticas que se le achacaban desde la grada del Calderón, incluidas las mías, y ha pasado a convertirse en uno de los jugadores más queridos por la grada. De esta recuperación por parte de Juanfran tiene gran culpa el nombre de Simeone, que le ha otorgado al jugador la confianza que le faltaba a su llegada al conjunto colchonero.
 Juanfran se está mostrando como un jugador incisivo por banda, rápido y habilidoso, trayendo gran peligro desde una posición más atrasada como es la del lateral. A pesar de esto, y para sorpresa del propio Cholo, está demostrando una gran solidez y solvencia defensiva, además de una gran capacidad física, lo que se está notando en los tramos finales de los últimos encuentros.
 A pesar de esto el nombre de Juanfran no había sonado con tal fuerza hasta este fin de semana, cuando tras una gran cabalgada por banda sirvió el segundo en bandeja a Falcao, para sentenciar el partido. Por este motivo, en algunos medios se está empezando a valorar una posible convocatoria del jugador por parte de Vicente del Bosque. Sin embargo la existencia en el combinado nacional de un bloque sólido le dificulta esta afrenta.
 Contrariamente, si analizamos los jugadores disponibles en la selección para esta posición, una convocatoria de Juanfran a la selección no sería una solución descabellada, más si tenemos en cuenta la reconversión que está desarrollando Sergio Ramos hacia el puesto de central. Por ello y si mantiene este nivel debería merecer una oportunidad en próximos amistosos.

GUILLERMO PÉREZ

miércoles, 14 de marzo de 2012

VOTAVA


VOTAVA.

  Llegó en la temporada 1982-83 procedente del equipo alemán del Borussia de Dortmund como un gran mediocampista que nos haría mejorar el juego y el toque del equipo, que anotaría muchos goles y que suministraría muchos más, y que llevaría siempre el peso del partido. Pero no pudo hacer nada de eso. A Votava se le dio a conocer entre la afición atlética como un jugador de esas características, similares a otros compatriotas que por aquel entonces disputaban la Liga española con equipos rivales, como Schuster (que como todo el mundo sabe, varios años después terminaría recalando en nuestro equipo) o Stielike, que sí disponían de esas cualidades. Mucha gente creía que los jugadores alemanes serían todos igual de buenos. Y es que ni siquiera era alemán de nacimiento. Votava, por el contrario, fue un extraordinario centrocampista, pero de otras señas de identidad, las de trabajar para el equipo, correr, robar balones, ocupar mucho terreno y equilibrar los sistemas. Eso lo hacía a la perfección. Posteriormente, por necesidades del equipo, llegó a jugar unos pocos partidos en el centro de la defensa, con muy buen rendimiento, y muchos más partidos (sobre todo en su última temporada) de lateral derecho. Tomás Reñones, que por aquel entonces estaba recién llegado al primer equipo desde la cantera, tuvo que jugar su primera temporada completa de lateral izquierdo, desplazado de su luego habitual posición de lateral derecho por el extraordinario rendimiento que desplegaba Votava.     
   Miroslav Votava, conocido con el sobrenombre de “Mirko”, nació en Praga, la capital de la antigua Checoslovaquia y de la actual República Checa, el día veinticinco de abril de mil novecientos cincuenta y seis. Cuando tenía apenas doce años, tuvo que vivir la “primavera de Praga” y la invasión soviética. Eso motivó que la familia se desplazara  primero a la vecina Alemania, a Nuremberg. De allí se trasladarían a Australia, donde el calor y las malas condiciones de vida les harían retornar a Alemania (entonces República Federal de Alemania o Alemania Occidental), donde se instalarían en Vitten, una pequeña ciudad próxima a Dortmund. Juntamente con su hermano, dos años mayor que él, ingresarían en los juveniles del Borussia de Dortmund, donde llegó pronto al primer equipo, a convertirse en titular indiscutible en él y a alcanzar la internacionalidad con la selección alemana, después de haber adoptado la nacionalidad de dicho país. En realidad, Votava fue pocas veces internacional, apenas cinco, en una selección que por entonces estaba provista de grandes jugadores y que llegaba indefectiblemente a final tras final. Debutó el veintiuno de noviembre de mil novecientos setenta y nueve, frente a la Unión Soviética. No participó mucho (apenas jugó en el cero a cero frente a Grecia), pero estuvo en la plantilla de la selección alemana que ganó la Eurocopa de 1980 en Italia. Su participación más destacada con la selección llegó en el Mundialito de Uruguay de 1980-81, un torneo al que se le dio por la F.I.F.A. mucha repercusión, bombo y boato, pero que no se ha vuelto a repetir (está previsto otro torneo similar para el 2030, año del centenario), y que consistió en juntar en Uruguay, del 30 de diciembre de 1980 al 10 de enero de 1981, con motivo del cincuentenario de los Mundiales a todas las hasta entonces selecciones ganadoras de la Copa del Mundo (con la excepción de Inglaterra, que no respondió a la invitación y fue suplida por la entonces subcampeona en las dos últimas ediciones, Holanda). Allí la R.F.A. perdió sus dos partidos frente a Argentina y Brasil, pero Votava jugó en ambos de titular y, dado la repercusión internacional del torneo, fue cuando alcanzó más proyección fuera de su país.
   Por eso, poco después, como ya he reseñado, a principios de la temporada 1982-83, Miroslav “Mirko” Votava llegaba al Atlético de Madrid. Los primeros meses fueron de adaptación. Cosechó muchas críticas porque su juego no respondía a las expectativas que se había creado el público atlético. Pero paulatinamente unos llegaron a comprender el tipo de jugador de que se trataba, el otro empezó a progresar en su adaptación y rendimiento, y cuando se marchó del equipo, a finales de la temporada 1984-85, después de haber jugado tres estupendas campañas, dejó un magnífico y hondo recuerdo entre los aficionados. En esos primeros meses de dificultades, recibió un gran apoyo de otro compañero de vestuario que, al igual que Votava, lucía un poblado mostacho, y que no era otro que el recientemente fallecido Juan Carlos Arteche. Le acompañaba y estaba pendiente de él en todo momento, labrando una gran amistad. Sin embargo, todo ello no impidió que, cuando Votava volvió al estadio del Manzanares con su nuevo equipo, el Werder Bremen alemán, el día 17 de septiembre de 1986, en la ida de los treintaidosavos de final de la copa de la U.E.F.A. (que se ganó por dos goles a cero, obra de Uralde y del propio Arteche; se pasó la eliminatoria en la vuelta tras perder por dos goles a uno, anotado en la prórroga por Julio Salinas después de una extraordinaria jugada de Paco Llorente), le hiciera a su amigo del alma una de sus entradas características, un tantarantán que le hizo volar varios metros sobre el nivel del suelo y mirar perplejo a las proximidades, después de su aterrizaje forzoso, deseando encontrar al camión que le había atropellado.   
   Votava fue sobre todo un jugador sumamente eficaz y regular. Es posible que no disponga en su historial rojiblanco de muchos partidos inolvidables, pero lo cierto es que en todos ellos proporcionó un rendimiento práctico y constante, sumamente útil para el equipo. Buena prueba de su constancia y regularidad es que los noventa y seis partidos de Liga que disputó con nuestros colores, anotando nueve goles, en sus tres temporadas, están proporcionalmente distribuidos en treinta y un partidos (de treinta y cuatro) la primera temporada, treinta y tres la segunda y treinta y dos la tercera. Anotó cuatro, otros cuatro y un único gol, respectivamente (recordemos que en su última temporada jugaba más alejado del área rival, en su posición de defensa). También jugó cuatro, otros cuatro (anotando dos goles) y once partidos de Copa del Rey. Esta última temporada jugó más encuentros en esta competición porque se llegó a la final, y se ganó, frente al Athletic de Bilbao en el estadio Santiago Bernabéu (una vez más, final de Copa ganada en este recinto). El partido se celebró el día treinta de junio de 1985 y se ganó por dos goles a uno, anotados ambos por Hugo Sánchez, el primero de ellos de penalti, en su último partido de rojiblanco (aunque ese día jugamos todo de rojo) y con respuesta de un único e insuficiente gol por parte del delantero, posteriormente con nosotros, Julio Salinas. Votava jugó de lateral derecho titular, fue asimismo su último partido y ganó su único título con nuestro club. Y finalmente, también disputó cuatro encuentros de copa de la U.E.F.A. (dos en la segunda temporada y otros dos en la tercera; por otra parte, todos los celebrados, dado que en ambas temporadas fuimos eliminados en primera ronda, en la 1983-84 por el Groningen holandés y a la siguiente por el Sion suizo).
   Debutó en la primera jornada de la Liga 1982-83, el día cinco de septiembre de 1982, frente al Salamanca, victoria por un gol a cero, anotado por Hugo Sánchez de penalti. Su primer gol lo obtendría el 31 de octubre de 1982, en la novena jornada, frente al Valencia (en un partido que, por cierto, tuvo lugar a las doce de la mañana; o sea, que no es novedad de esta temporada). A su gol inicial añadiría un segundo el mexicano Hugo Sánchez, y luego descontó el delantero austriaco valencianista WeIzl. Su gol posiblemente más recordado fue a la temporada siguiente, el día seis de noviembre de 1983, décima jornada de Liga, en la que tras ir perdiendo frente al Betis por 1 a 3, anotó el segundo. Luego vendrían los dos míticos goles de Arteche, en los minutos 88 y 90, este último con lesión de rodilla incluida, para lograr una muy emotiva vitoria por 4 a 3.    
  Después de sus tres años con nosotros retornó a la Liga alemana, al Werder Bremen, donde jugó muchas más temporadas, a muy alto nivel. En concreto, doce más, retirándose a finales de la 96-97, con cuarenta y un años cumplidos y habiéndose convertido en el cuarto jugador de todos los tiempos en haber jugado más partidos en dicha Liga, con 546. Probablemente la experiencia y calidad adquiridas en España le valieron para despuntar durante tantísimos años como lo que se le presuponía a su llegada a nuestro país, es decir, como un gran centrocampista de toque y organizador, con un nivel técnico superior a la mayoría de sus compañeros de competición, pero no exento de la proverbial fortaleza física germana.
  Hoy en día Miroslav Votava no es muy recordado por los jóvenes aficionados. Pero a aquellos más veteranos que tuvimos la suerte de poder disfrutar de su fortaleza y disciplina nos dejó un muy grato y profundo recuerdo. 


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 7 de marzo de 2012

INDIOS Y VIKINGOS

INDIOS Y VIKINGOS.

 
  Al igual que en un anterior artículo escribí sobre las celebraciones en Neptuno, que no eran muy antiguas, sino relativamente recientes, hoy voy a dedicarme a otra cuestión que tampoco se pierde en la profundidad histórica, sino que es también cercana en el tiempo. Y no es otra sino la denominación de “indios” de los aficionados de nuestro equipo que, también de nuevo al igual que las anteriormente referidas celebraciones en Neptuno, está íntimamente unida y vinculada con la denominación de “vikingos” que le fue impuesta a los aficionados de nuestro eterno rival. Y de nuevo ellos fueron primeros y nosotros detrás.
  Que conste que lo que voy a relatar es una mera hipótesis o conjetura. A falta de otra explicación histórica convincente, voy a contar al menos la primera vez que oí de primera mano llamar “vikingo” a algún madridista, y la casi inmediata contestación por parte de un sector de sus aficionados que en forma correlativa empezó  a llamarnos a nosotros “indios”. 
  De todos es sabido que a primeros del siglo XX, cuando el fútbol se empezó a popularizar en nuestro país, los calificativos que se les impusieron a ambos equipos, que aún hoy en día están en uso, fue el de “merengues” y “colchoneros”, en gráfica plasmación del sabroso dulce de pastelería, totalmente de color blanco, los unos, y de los colchones de la época, a rayas rojas y blancas, los otros (si bien también hay que decir que en realidad la primera camiseta rojiblanca no fue vestida hasta 1911, cuando Juanito Elorduy, directivo y jugador tanto de nuestro equipo como de la casa matriz bilbaína, trajo desde Inglaterra camisetas de dichos colores para ambos equipos, compradas en Southampton, del equipo local, al no encontrar en cantidad suficiente las que había ido a buscar, del Blackburn Rovers,  a grandes rayas blancas y azules, que era los colores que por entonces portaban ambos equipos, tanto el Athletic de Bilbao como su sucursal madrileña; es más, dicha camiseta roja y blanca fue portada por nuestro equipo por primera vez en partido amistoso el día 22 de enero de 1911, poco antes de que fueran también usadas por los bilbaínos).
  Pero hoy en día la calificación que probablemente sea más usada no sea esa, sino la anteriormente relacionada de “indios” y “vikingos”. Y se utilizan tanto como adjetivos como sustantivos. La primera vez que yo personalmente oí  la palabra “vikingo” aplicada a un madridista fue el día cuatro de mayo de mil novecientos ochenta. Ese día se jugaba en el estadio Santiago Bernabéu la trigésimo segunda y antepenúltima jornada de la Liga 1979-80. El Real Madrid estaba disputando en estrecha competencia el campeonato de Liga a la Real Sociedad, que hasta entonces iba por delante en la clasificación. No fue hasta la jornada siguiente cuando, con los dos famosos goles de Bertoni, el equipo vasco cayó derrotado por 2 a 1 frente al Sevilla y el Real Madrid, al ganar por igual resultado en Las Palmas, obtuvo el liderato, que luego supo mantener en la última jornada para proclamarse campeón de Liga. Nuestro equipo, por el contrario, deambulaba por la zona gris y mediocre de la clasificación. Al final de esa temporada terminamos en la posición decimotercera. Por tanto, era un partido en el que nosotros apenas nos jugábamos nada, salvo el honor inherente a todo choque contra ese rival, mientras que ellos se estaban jugando el campeonato. Y dicha contraposición de intereses se tradujo clara y nítidamente en el marcador. Ganó el Real Madrid por cuatro goles a cero. Nos entrenaba por entonces, después de haber sido vuelto a fichar tras varios años sin trabajo, el francés Marcel Domingo, antiguo y glorioso guardameta de nuestro equipo. El partido es especialmente recordado por varias circunstancias, además de por el resultado: el madridista García Hernández se lesionó gravemente en un choque con nuestro cancerbero Navarro, el cual, en un alarde de deportividad, desdeñando la marcha de la jugada, abrazó en el aire al centrocampista adversario para evitar que llegara a impactar en mala posición con el terreno y se agravara su lesión; de los cuatro goles que ese día recibimos, todos ellos en la segunda parte, dos fueron autogoles, el segundo y el cuarto, anotados (ellos no querían) por Arteche y Sierra (el primero lo marcó Santillana, en uno de sus proverbiales cabezazos y el tercero Roberto Martínez, también de cabeza); y también existe una anécdota privada, que no llegó a trascender y que me relató un amigo mío madridista que presenció el partido desde el fondo sur, entre los aficionados ultras madridistas y nuestro extraordinario defensa brasileño Luiz Pereira, que posiblemente relate en el futuro artículo que sin duda tendré que dedicarle a éste.
Ángel Pérez García
  Pese a la intrascendencia del choque para nuestros colores, fuimos muchos los jóvenes aficionados atléticos que acudimos a presenciar el encuentro en directo. Como jóvenes que éramos, no disponíamos de mucho dinero, así que sacamos las entradas más baratas, las del tercer anfiteatro, también conocido como “gallinero”. Había que estar allí. ¡Mira que si les ganábamos!. ¡Habría luego que contárselo a nuestros nietos!. Mediada la primera parte, con todavía empate a cero en el marcador, hubo una muy fuerte entrada del lateral derecho madridista Pérez García a nuestro extremo izquierdo Rubio, cerca de la línea de banda, justo por debajo (aunque muy por debajo) de la posición que ocupaba en unión de otros hinchas rojiblancos. Y de repente uno de ellos, poco mayor que yo, que había estado todo el partido animando sin parar, lanzó el grito que entonces oía por primera vez, y que luego se ha repetido con profusión: ¡Vikingos no, vikingos no, vikingos no!. Ángel Pérez García era un jugador español y madrileño de la cantera del Real Madrid. Jugó esa temporada y dos más en el primer equipo, para luego desplazarse a Elche y Murcia. Es especialmente recordado por el extraordinario marcaje que le hizo al inglés Kevin Keegan, jugador del Hamburgo alemán, en la ida disputada en casa de la eliminatoria de semifinales de la Copa de Europa de esa temporada, donde ganaron por dos goles a cero. La final se disputaba en el estadio Santiago Bernabéu, por lo que los madridistas estaban particularmente interesados en alcanzarla. Pero perderían la vuelta por cinco goles a uno, con lo que sería el equipo alemán el que llegara a ella, para perderla por uno a cero, gol del escocés Robertson, ante el Nottingham Forest inglés. La principal característica física de Pérez García era su pelo rubio intenso, tan claro y brillante que casi parecía albino. Por tanto, quiero creer, salvo que alguien me contradiga y me relate otro origen distinto, que al calificar de esa forma, identificando el color de su pelo con la raza vikinga, un aficionado anónimo en forma espontánea con ánimo peyorativo a un contrincante esa fue la mecha que prendió el reguero de dinamita que luego se extendería con rapidez y que terminaría aplicando el calificativo a la totalidad de la afición de ese equipo. Además, a ello contribuiría igualmente el hecho de que en años recientes hubieran también jugado allí el alemán Netzer, con su larga melena rubia, o el danés Jensen (que, por tanto, por nacimiento, era el único que podría ser calificado en forma genuina de vikingo).
  Y como toda acción entre estos dos equipos tan íntimamente vinculados durante tantos años exige una reacción, ellos empezaron poco después a tildarnos a nosotros de “indios”. Desconozco el momento y la razón exacta de ello, pero intuyo que (lejos del chiste fácil que algunos de ellos cuentan de que somos pocos y estamos junto al río) estaría en función de la gran cantidad de jugadores sudamericanos (sobre todo, argentinos y brasileños; también algún paraguayo) que por aquellos tiempos y en los años inmediatamente anteriores figuraban en nuestro equipo. Por tanto, parece evidente el ánimo ofensivo, cuando no de tintes racistas, que destilaba dicha respuesta.            
  Y sin embargo, dichas denominaciones que fueron surgidas en forma espontánea con ánimo de molestar y ofender, fueron alegremente recogidas por ambas hinchadas y adoptadas como señas de identidad propias. Es una de las características del pueblo madrileño al que ambas aficiones pertenecen. Algo que en principio puede parecer ofensivo o peyorativo, se admite con toda naturalidad, desvirtuando su carácter inicial para convertirse en meramente identificativo. Cambiando de tercio, es lo que ha pasado en el mundo de la música con canciones como “Pongamos que hablo de Madrid”, “Madrid se quema” o “Aquí no hay playa”. Inicialmente provistas de cierta carga crítica y perjudicial, fue el propio pueblo madrileño el que, con diversión y sencillez, las adoptó alegremente y las popularizó,
  Por consiguiente, hoy en día nadie se ofende porque sea calificado como “indio” o “vikingo”. De hecho, la mascota oficial del equipo, presente en todos y cada uno de los partidos que el equipo disputa en el Vicente Calderón, se llama precisamente “Indy”, y es un mapache nativo norteamericano ataviado con un largo penacho de plumas rojas y blancas. Uno de los gritos de ánimo de la afición, sobre todo de los más jóvenes, imita el grito de guerra indio. En la otra acera, una de sus principales peñas se denomina “Orgullo vikingo”.
  Concluyo reiterando algo que ya escribí al principio. Todo lo relatado es una mera hipótesis extraída de mis vivencias y reflexiones personales. Si alguien pudiera suministrarme algún tipo de dato o información añadida, estaría encantado de poder recibirla.





JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ