miércoles, 30 de mayo de 2012

LANDÁBURU

LANDÁBURU.

  Fue uno de esos extraños centrocampistas que parece que hoy ya no existen. Él solo gobernaba todo lo largo y ancho del centro del terreno. Siendo una de sus principales virtudes su liderazgo y capacidad de mando y organización, ello no le impedía recuperar una ingente cantidad de balones de los pies del equipo adversario, no merced a un descomunal esfuerzo físico sino, al contrario, por sus portentosas colocación y anticipación. Salvando las distancias, me recuerda en esta faceta del juego recuperadora al ilustre centrocampista de la actualidad Andrés Iniesta. Si uno se detiene a estudiar las estadísticas con las que de un tiempo a esta parte nos bombardean los medios de comunicación, particularmente el televisivo, se podrá apreciar nítidamente que, aunque no lo parezca, Iniesta recobra un elevado número de balones, gracias sobre todo a las virtudes anteriormente reseñadas. En época de Landáburu no existía tantísima estadística para analizar, pero él también, pese a ser una de sus facetas menos recordadas, era un excelente recuperador.

  Jesús “Chus” Landáburu Sagüillo nació en el palentino pueblo de Guardo el día veinticuatro de enero de mil novecientos cincuenta y cinco. Esa localidad era renombrada por la industria del carbón y de hecho su padre era empleado de una explotación minera. Siendo adolescente, se trasladó a la gran urbe de su zona de influencia, que no era otra sino Valladolid, donde, tras jugar en equipos de colegio, fue finalmente fichado por el Real Valladolid, debutando con la primera plantilla, entonces en Segunda División, con apenas diecisiete años. Jugó en ese equipo, siempre en la categoría de plata, durante seis temporadas. Por cierto, que consultando documentación sobre el jugador que hoy nos ocupa, me ha llamado especialmente la atención la acción por la que parece ser más recordado por la afición blanquivioleta y que es el golazo que le endosó desde el centro del campo del viejo Zorrilla al Tenerife, el día veinticuatro de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro (¡con diecinueve añitos!), cerca del final del encuentro e inmediatamente después de que los tinerfeños se arremolinaran celebrando el gol del empate a uno, hallándose su cancerbero fuera de los palos, y obteniendo así el gol de la victoria.
  Sus grandes cualidades de centrocampista organizador no exentas de capacidad goleadora le valieron para que varios equipos de Primera División se interesaran por su fichaje. Rechazado por el Sevilla por no se sabe aún bien que extrañas dolencias físicas, recaló en la 77-78 en el equipo madrileño del Rayo Vallecano, que por entonces acababa de ascender a la categoría de oro por primera vez en su historia, de la mano de legendarios jugadores como Alcázar, Uceda, Tanco, Felines y Potele. Allí permaneció durante dos temporadas, en la que destacó sobremanera por su gran regularidad y dotes goleadoras. Particularmente sobresalió en esos años por su capacidad para anotar goles directos desde el córner, obteniendo más de uno y más de dos.
  Su excelente rendimiento clamaba a voces por un equipo de superior categoría, y así fue. Accedió a la plantilla del Barcelona en la 79-80. En su primera temporada mantuvo sus números habituales en cuanto a partidos disputados y goles obtenidos. En la segunda disminuyó algo su rendimiento, pero ya en la tercera, con el alemán Udo Lattek de entrenador, apenas se contó con él y tan sólo jugó cinco partidos y anotó un solitario gol. No obstante, al menos esa temporada en el ostracismo le valió para inaugurar su palmarés, ya que su equipo obtuvo la Copa del Rey, en la recordada victoria por tres goles a uno en nuestro Vicente Calderón sobre el Sporting de Gijón, el día en el que el ariete gijonés pero entonces blaugrana Quini perforó por dos veces las redes de su equipo del alma, sin celebraciones subsiguientes. Al menos el portero que los encajó fue Rivero, y no su hermano Castro, posteriormente fallecido en acción heroica (quién desee conocer los detalles de la misma, pueden consultar el estupendo libro de Alfredo Relaño, ya por mí recomendado en anteriores ocasiones, “366 historias del fútbol mundial que deberías saber”).
  Terminada esa temporada de no muy agradable recuerdo, Chus Landáburu arribó por fin a nuestro equipo a comienzos de la 1982-83. El Atlético de Madrid estaba intentando recuperarse de los dos años de tormentoso mandato de Alfonso Cabeza a la Presidencia. Acababa de regresar para poder enderezar la nave en lo posible el recordado Vicente Calderón. Eran tiempos de austeridad (que yo recuerde, siempre lo han sido en el Aleti), y no había mucho dinero para grandes fichajes. El único de cierto relumbrón fue el germano Votava, al que ya dediqué un artículo anterior. Landáburu salió gratis, dado que llegaba con la carta de libertad en la mano. Los agoreros pronto advirtieron que no sería una llegada fructífera, que ya tenía una cierta edad, que ya había dado lo mejor de sí en el fútbol y que si un equipo como el Barcelona lo dejaba ir, por algo sería. Afortunadamente, y una vez más, se equivocaron. Landáburu consiguió desplegar en nuestro equipo su mejor rendimiento, llegando a cotas excelsas que ya había apuntado en sus anteriores equipos.
  Debutó en la primera jornada de dicha temporada, el día cinco de septiembre de mil novecientos ochenta y dos, contra el Salamanca, con Luis Aragonés de entrenador, y victoria atlética por un gol a cero, anotado por el mexicano Hugo Sánchez de penalti. Su primer gol no se hizo esperar demasiado. En la siguiente jornada, victoria por uno a tres ante el Betis en el Benito Villamarín, replicando al inicial gol de Cardeñosa por parte de los nuestros de nuevo Hugo Sánchez de penalti, Landáburu y Quique (entonces sin el apellido de “Ramos”, que se le impondría para diferenciarle de Quique Setién, cuando éste llegó a la plantilla pocos años después). Y su primer gol como local a la siguiente jornada, la tercera, victoria ante el Celta por cinco a dos, encajando su gol (entonces el 4 a 1) entre los sendos dobletes de Pedraza y Hugo Sánchez.
  Y tres días después, en partido de Copa de primera ronda en el que se eliminó al Cacereño, tuvo lugar una de las anécdotas más famosas y recordadas del centrocampista. El entonces joven árbitro Andújar Oliver le expulsó por una supuesta agresión que no pudo ver porque la acción tenía lugar exactamente a sus espaldas. Preguntado al concluir el encuentro sobre la acción, manifestó que había visto claramente la agresión “por el rabillo del ojo”. Desde entonces, Andújar pasó a ser conocido como “Mister Rabillo”.
  Disputó con los colores rojiblancos seis gloriosas temporadas, con una prodigiosa regularidad (una de sus principales virtudes), al participar en 31, 31, 33, 33, 41 (fue el famoso año del play-off) y 36 jornadas ligueras, anotando respectivamente 7, 6, 1, 5, 5 y 4 goles. En total, doscientos cinco encuentros y veintiocho goles. Hay que añadir además 32 partidos de Copa (con 5 goles) y 17 de competición europea (con un gol, el único de ese día, victoria por uno a cero, anotado ante el equipo galés del Bangor City, en nuestro estadio el día 6 de noviembre de 1985, en la vuelta de los octavos de final de la Recopa; ese año llegamos a la final a Lyon, como ya se relató en un anterior artículo).
  Por lo que respecta a su palmarés rojiblanco, no es excesivamente extenso. Por esa época ya empezaban a escasear los títulos. Tan solo dispone de la Copa del Rey de la temporada 1984-85, obtenida tras vencer al Athletic de Bilbao por dos goles (ambos de Hugo Sánchez, el primero de penalti) a uno (del futuro atlético Julio Salinas) en el Santiago Bernabéu (una vez más), y de la Supercopa de España de la temporada siguiente, al doblegar al campeón de Liga, el Barcelona de Venables, por tres a uno en el Calderón, remontando el inicial gol de Clos con los de Cabrera, Ruiz y Da Silva, y perdiendo en la Ciudad Condal por tan sólo un gol  a cero, de Alexanco. También disputó (y perdió) la anteriormente referida final de la Recopa de Lyon (cero a tres ante el Dinamo de Kiev) y la de la Copa del Rey de la 86-87, por penaltis ante la Real Sociedad, al concluir el tiempo reglamentario y prórroga con empate a dos (López Ufarte y Beguiristain y Da Silva y Rubio). Por cierto, en la tanda final, él cumplió con su cometido, anotando su disparo desde los once metros.
  Su partido frente al Athletic en la final de Copa ganada fue majestuoso. Tuvo una participación activa en los dos goles anotados finalmente por el ariete mexicano. En el primero, su cerrado córner desde la izquierda, rememorando sus tiempos rayistas, se introducía en las redes de Zubizarreta, tras sobrepasarle por arriba, y tuvo que ser detenido con la mano por el centrocampista Urtubi, provocando el subsiguiente penalti. Y en el segundo, un milimétrico y lejanísimo pase suyo, con la pierna izquierda, desde la posición de lateral izquierdo, sobrepasó al central Liceranzu, que ni siquiera llegó a poder interceptarlo con las manos, y dejó frente a frente con Zubizarreta a Hugo, que curiosamente definió con su pierna menos habitual, la derecha.
  Fue una única vez internacional, en un amistoso disputado contra Holanda en Balaídos, el día veintitrés de enero de mil novecientos ochenta (por consiguiente, figuraba por entonces en el Barcelona), que concluyó con empate a cero. Sustituyó en el descanso al lateral derecho donostiarra Celayeta.
  Era un finísimo centrocampista, medio centro organizador, con gran toque de balón y capacidad de mando y liderazgo, pero al mismo tiempo con grandes dosis de trabajo, sacrificio y, como anticipé al principio, recuperación de balones. Precisión matemática en el pase, tanto en corto como, sobre todo, en largo. Y además, un excelso y consumado especialista en lanzamientos tanto de córneres como de faltas. En este último apartado, en un equipo en el que la afición ha podido disfrutar de indiscutibles maestros, entre los que sin duda alguna encaja perfectamente Landáburu, como Luis, Schuster, Pantic (para mí, el mejor de todos ellos en esta faceta del juego) y Simao. Queda abierto el debate con estos cinco candidatos.
  Tras su última temporada, la 87-88, primera de Jesús Gil en la Presidencia, y pese a su aún extraordinario rendimiento, éste decidió prescindir de los líderes del vestuario que con su personalidad osaban replicarle (en palabras del Presidente, “veteranos maleados”), y despidió sin más contemplaciones a enseñas como Landáburu, Alemao, Quique Ramos, Quique Setién y, poco después, Arteche. Los jugadores obtuvieron el reconocimiento judicial de despido improcedente, pero lo cierto es que ninguno de ellos volvió a defender la elástica rojiblanca. Landáburu se desvinculó por completo del mundo del fútbol profesional.
  Cuando los aficionados veteranos añoramos pases milimétricos de cuarenta metros o córneres en los que con tan sólo poner la cabeza o el pie se introducía el esférico en las mallas adversarias, el nombre de Chus Landáburu es uno de los primeros que indefectiblemente acuden a la memoria.                                         
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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