DEL
METROPOLITANO A LA PEINETA
Como
capítulo final de esta obra, no podía por menos de dedicarlo a aquellos
recintos en los que ha nacido, ha crecido y se ha desarrollado la fecunda y
extensa historia rojiblanca. Dentro de sus parámetros inspiradores, en puridad,
tan sólo debería referirme al estadio Vicente Calderón (primeramente llamado
del Manzanares; adoptó su actual denominación por acuerdo de Junta General del
día 14 de julio de 1971, en homenaje al histórico Presidente, por entonces el
vigente, que posibilitó decisivamente su construcción), dado que ha sido el
único propio en el que he podido experimentar, gozar, disfrutar y sufrir todas
mis “vivencias rojiblancas” pormenorizadas a lo largo y ancho de todas las
anteriores páginas. Sin embargo, quisiera hacer también siquiera una somera
referencia a aquellos otros dos estadios que, indudablemente, forman (formarán)
parte importantísima en la historia de tan laureado club. Al fin y al cabo, en
cierta forma, en mayor o menor medida, también han contribuido a conformar mis
“vivencias rojiblancas”. Como de todos es sabido, uno de ellos, el
Metropolitano, forma parte del pasado. Y el otro, la Peineta, del ¿inminente?
futuro. Por cierto, que otra labor a acometer en ese futuro próximo será la de
encontrarle un nombre adecuado. Ni podrá denominarse con el
nombre de la Peineta,
dado que ese sobrenombre se lo impuso el gracejo popular al tener erigida una
sola sección de sus gradas y asemejarse entonces al reseñado instrumento
folklórico, y en el futuro parece ser, según los proyectos presentados, que las
gradas se completarán, ni tampoco con el nombre oficial de Estadio de la Comunidad de Madrid,
puesto que también parece ser que la propiedad pasará a ser definitivamente del
club Atlético de Madrid. En cualquier caso, la ardua tarea de bautizar al nuevo
estadio con un nombre lo más adecuado posible es algo que por supuesto excede
la modestia de esta líneas. En la actualidad, hay muchas probabilidades de que
termine siendo, por razones de patrocinio, un nombre comercial. Dejamos al
margen, por consiguiente, los otros recintos encuadrados en la “prehistoria”
colchonera, como el del Retiro (un mero solar) o el de O´Donnell (por entonces,
primer campo con gradas cerrado de España).
Como
todo el mundo sabe, el Metropolitano fue el primer estadio mítico en la
historia del club Atlético de Madrid. Unos breves apuntes históricos previos: construido
al final de la Avenida
de la Reina Victoria,
aprovechando un anfiteatro natural del terreno, en el solar actualmente ocupado
por la Plaza de
la Ciudad de
Viena, inaugurado oficialmente el día 13 de mayo de 1923, en partido frente a la Real Sociedad, con
asistencia de la Reina Doña
María Cristina, en representación de la Casa
Real, y del Infante Juan de Borbón, que realizó el saque de
honor (momento inmortalizado en fotografía que aparece en todas y cada una de
las historias del club), fue construido por la Compañía Metropolitana
de Madrid, división inmobiliaria, de donde tomó por ende su nombre, por impulso
e iniciativa de los hermanos Otamendi, siendo su arquitecto José María Castell.
Tradicionalmente denominado por todos los madrileños con el simple nombre de
“Stadium”, cumplía la función de dotar a una gran ciudad como Madrid de un gran
estadio del que por entonces carecía. En su origen, no estaba destinado tan
solo al espectáculo del balompié, sino a otros muchos, como carreras de galgos, atletismo, ciclismo,
boxeo, béisbol, tenis, rugby, dirt-track (carreras de motos sobre pista de ceniza) e incluso conciertos y verbenas.
Su
universalidad se plasmaba también en el hecho de que la compañía propietaria
lo arrendaba a diversos clubes de Madrid, como el Atlético (o Athletic, como
por entonces se denominaba), pero también la Gimnástica, Unión Sport
o el Rácing Club. Por contra, el Real Madrid no quiso saber nada desde un
primer momento del nuevo recinto, decidiéndose a construir otro en propiedad.
El Aleti accedió a su propiedad definitiva en 1950. Prácticamente derruido por la Guerra Civil, durante su reconstrucción
el equipo jugó de local en los estadios de Vallecas y Chamartín. Fue reinaugurado
el 21 de febrero de 1943, frente al Real Madrid. El último partido allí
disputado, antes del definitivo traslado al nuevo (y todavía en construcción
durante muchos años más) estadio del Manzanares fue el día 7 de mayo de 1966.
Concluida la Liga
(por cierto, ese año ganada por los colchoneros, con la legendaria victoria de
la última jornada por dos a cero en Sarriá, goles de Ufarte y Griffa) se jugaba
la Copa. Tras
eliminar en dieciseisavos al Mestalla, y en octavos al Valencia, correspondió
en cuartos la antigua cada madre del Athletic de Bilbao. Escasa victoria por
uno a cero, tanto del hondureño Cardona. La postrera victoria bilbaína por dos a
cero en San Mamés significó que fuera la despedida del Metropolitano. Con harto
dolor de los hinchas más sentimentales.
Mi
contacto personal con el mítico estadio se reduce a todas aquellas obras
impresas que repasaban la historia del club y que devoraba en mis tiempos de adolescencia
y juventud. Me generaban un sentimiento de nostalgia. Nostalgia por lo no
experimentado, pero que me hubiera encantado poder hacerlo. Sin haber llegado a
vivir esa época, crecía en mí la inquietud de que ojalá hubiera podido
participar en la vida del sagrado recinto de alguna manera. En aquellos
tiempos, los libros eran escasos. Todo lo contrario que en la actualidad, en
que para cualquier aspecto de cualquier materia de la vida existe una ingente
cantidad de obras bibliográficas, videográficas o de toda índole. Y por
supuesto, Internet, que proporciona sin fin toda clase de información (aunque
no siempre fidedigna y verídica). En este sentido, me gustaría recomendar a los
lectores una estupenda y atractiva página web, por supuesto por mí consultada
con anterioridad como fuente para estas líneas, denominada
www.estadiometropolitano.es.
También recababa información del tema de aquellas conversaciones entre
veteranos aficionados que, o bien en el propio estadio Vicente Calderón, o bien
en el Metro camino del mismo, se desarrollaban en mis cercanías y a las que
“pegaba la oreja” con fruición. En cierta ocasión llegué a envidiar a mis
padres en materia futbolística cuando me contaron que, en su época de novios,
en compañía de mi tía Marianela (poco después, mi madrina), acudieron a
presenciar un partido al estadio Metropolitano. Dado su escaso interés por temas
balompédicos, no recordaban absolutamente nada acerca del rival, la fecha o el
desarrollo del encuentro. Pero ellos pudieron estar allí y yo jamás podría ya
hacerlo. Y en tiempos recientes también he mantenido largas conversaciones con
el “Stadium” de fondo con una persona que vivió allí, “in situ”, muchos de sus
gloriosos encuentros. Un íntimo amigo de mi suegro, Juan Antonio Endeiza,
vicepresidente de la Federación Española de Fútbol en los tiempos en los que
José Luis Roca era el Presidente. Hizo mucho por este deporte para la empresa
en la que trabajaba. De hecho, el estadio de la turolense localidad de
Andorra lleva su nombre, por haber sido generador del desarrollo del fútbol en
la misma. A través de esa misma empresa, podía acceder al palco del
Metropolitano y gozar de inolvidables confrontaciones. Recuerdo como, sin
haberlo vivido yo en persona, a diferencia de él (pero sí lo re-viví en los libros),
se quedó anonadado cuando le repasé, nombre por nombre (Juncosa, Ben Barek, Pérez
Payá, Carlsson y Escudero) los cinco de la mítica “delantera de cristal”.
Tras
el Metropolitano, llegaron los cincuenta años en los que parece ser (si se
cumplen los plazos) que el Vicente Calderón fue nuestra casa. Yo no he conocido
otra. Todas mis “vivencias rojiblancas” (caseras) allí se han desarrollado. De
hecho, los lectores recordarán de anteriores capítulos que estuve presente en
la inauguración “oficial” (¡ojo!, oficial; ya sé que la “oficiosa” fue unos
años antes), que tuvo lugar, una vez concluidas en su totalidad las obras, y ya
con su actual denominación, el día 23 de mayo de 1972, en amistoso encuentro
entre las selecciones de Uruguay y España, en la que jugaron los entonces
colchoneros Calleja, Irureta, Gárate y Ufarte. Me encantaría igualmente poder
estar presente en su partido “de cierre”.
Y
llegará el momento de la “mudanza”. De nuevo, con harto dolor de los
aficionados más sentimentales, entre los que ahora debo incluirme. Nos dolerá
dar el paso. Dejaremos atrás muchos sentimientos, recuerdos y vivencias. Pero,
en mi modesta opinión, será beneficioso. Al igual que lo fue el anterior
traslado, pese a la añoranza de muchos de los que lo vivieron. Siempre que se acomete voluntariamente una mudanza, se presupone que es para mejorar.
En un
principio, parecía que íbamos a dar el “pelotazo” que otros clubes punteros
españoles ya habían dado. Que no iba a suponer ningún desembolso económico y
que íbamos a ingresar grandes cantidades con la venta de los terrenos del
Manzanares. Hoy en día ya sabemos que eso no va a acontecer de esa manera. Que
saldrá lo comido por lo servido. Pero aún así entiendo que será sumamente
beneficioso. Siempre partiendo de la premisa de que el club Atlético de Madrid
será el propietario del recinto, dejaremos un estadio que, dejando a un lado
sentimentalismos, se ha quedado viejo, que carece de infraestructuras modernas,
que ha padecido aluminosis y enfermedades varias, que adolece de accesos
cómodos, en el que se sufre la humedad del río en las noches frías y en el que
gran parte de las gradas están expuestas a los rigores de la lluvia o a los del
sol abrasador, según la época del año, por otro moderno, de reciente
construcción, con todas las innegables comodidades que ello sin duda
proporciona, con mayor capacidad de asientos que generará mayores ingresos vía
venta de abonos o de localidades, con un agigantado espacio interior
aprovechable para explotaciones comerciales, con sustanciosos patrocinios
directos (nombre del estadio) e indirectos, con una excelente ubicación, al
lado de una gran vía de comunicación como es la M’40 y dotado de próximos
servicios de autobuses y Metro (no sabría asegurarlo, pero si alguien quisiera
llevar a cabo el “experimento”, creo que la estación de Metro de “Las Musas”
está más cercana al nuevo recinto que cualquiera de las tradicionalmente
“rojiblancas”, como “Pirámides”, “Marqués de Vadillo”, “Acacias” o “Puerta de
Toledo”), que no es cierto que como muchos dicen estará más alejado (teoría de
la relatividad, para unos estará más lejos y para otros más cerca), que
dispondrá de amplios aparcamientos tanto interiores como exteriores y que, al
fin, gozará de una amplia visera que rodeará todo el perímetro y que protegerá
a los espectadores tanto del frío y la lluvia como del sol y el calor.
En
una reciente tertulia futbolística de fútbol internacional, pude oír como un
especialista de fútbol alemán afirmaba que la razón principal de la actual
pujanza del fútbol germano es la construcción de estadios nuevos y modernos con
motivo del Mundial allí celebrado en 2006. En ocasiones, prescindiendo incluso
de otros de reciente edificación. La explotación económica de esos nuevos
recintos ha generado una gran riqueza que ha terminado de repercutir
directamente en los clubes. En conclusión, entiendo que, extrapolándolo a
nuestro querido club, y siempre y cuando sean adecuadamente administrados todos
los beneficios antedichos (que, como siempre, será la cuestión básica y
principal), se abre una era en la que no podremos si no mejorar y dejar atrás otras etapas de oscuridad.
En
cualquier caso, lo que es indudable es que La Peineta (o como se llame; lo que sí
es seguro a día de hoy es que la avenida de acceso llevará el nombre del
recientemente fallecido Luis Aragonés) será un incuestionable pilar fundamental
de la historia futura del club. Al igual que el Metropolitano y el Vicente
Calderón lo han sido de la pasada (el primero, de la más antigua; el segundo de
la más reciente, tan reciente que todavía lo sigue siendo en la presente, valga
el juego de palabras). Y como prueba, la mera lectura de todas las páginas que
anteceden a ésta.
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ