martes, 18 de marzo de 2014

EPÍLOGO


EPÍLOGO

 

  Han sido muchos los temas abordados. Muchos los sentimientos revividos. Conscientemente, sin orden cronológico. No quería que fuera una historia convencional del club Atlético de Madrid, repasando los hechos fecha por fecha. En primer lugar, porque queda acotada en el tiempo. Salvo alguna excepción (allí mismo justificada), tan solo me he querido referir a todos aquellos acontecimientos que, con mayor o menor distancia, he podido experimentar en primera persona, todos aquellos que han terminado por conformar mis “vivencias rojiblancas”.
  En segundo lugar, también quería alejarme de otras recientes obras sobre la historia del club en las que el autor es un periodista o similar, que tiene fácil acceso personal a los protagonistas y que se alimenta de los recuerdos que ellos le manifiestan. Quería que fuera una obra “de grada”. Que afluyeran todos aquellos recuerdos, vivencias y experiencias que me han formado como colchonero o bien desde las tribunas, antes de cemento, ahora de plástico, del estadio Vicente Calderón o bien, en tiempos más recientes, desde el otro lado de la pantalla del televisor. Una serie de experiencias que se han nutrido de compartir partidos y más partidos con otros atléticos compañeros de grada o asiento.
  Y en tercer y último término, porque quería que fueran surgiendo los temas de forma extemporánea y desordenada, como cuando se mantiene una conversación con un viejo amigo recordando tiempos pasados, y los asuntos van acudiendo a la mente a borbotones. Tradicionalmente las conversaciones futboleras suelen llevar el calificativo añadido de “de bar”. Lo cual no me agrada en demasía. En mi opinión, parece abundar en el desprestigio y en el bajo nivel cultural que un amplio sector de la sociedad le achaca al fútbol, alejado de otra noción que muchos defendemos que considera al balompié como un bien de interés cultural. Y en este aspecto, el tema histórico es indudablemente uno de sus principales pilares. Por eso, y partiendo de la premisa de que todo lugar y todo momento es adecuado para mantener una apasionante conversación sobre fútbol, siempre que haya dos o más personas en ella interesadas, me gusta visualizar más bien que la que he mantenido durante todas las anteriores páginas con mi imaginario interlocutor ha tenido lugar en un ambiente más “selecto”, en una amplia biblioteca, repleta de maderas nobles, con altas estanterías, hasta el techo, repletas de toda clase de libros, al amor de una generosa chimenea y apoltronados en cómodos y mullidos sillones con orejeras de los que tan solo nos ha podido llevar a levantarnos en ocasiones la connatural excitación y emoción que los acontecimientos revividos acarrean.
  Personalmente, he disfrutado muchísimo rememorando todos los asuntos desarrollados. Exprimiendo hasta sus límites mi memoria, buceando en ella para rescatar los hechos más destacables. Investigando en fuentes diversas para recomponer, reconstruir y ordenar las lagunas que dicha memoria tenía. Con todo ello, he pretendido conformar un amplio espectro de recuerdos y vivencias personales que, insisto, obviamente acotadas en el tiempo (desde principios de los años 70 del siglo pasado hasta la actualidad), puedan ser así compartidas por los lectores. En mi opinión, pueden llegar a existir dos potenciales grupos de lectores interesados: primero, aquellos que compartan todo lo por mí narrado, por haberlo podido experimentar coetáneamente conmigo, “in situ”, y a los que espero les lleguen desde su propia memoria muchas de las vicisitudes por mí expuestas, y que se solacen con ellas (me temo que nos aproximemos a la tierna imagen del “abuelo Cebolleta”), y segundo, aquellos otros, mucho más jóvenes, que no hayan podido disfrutar de todo lo relacionado, por evidentes razones de edad, pero que pudieran estar interesados (como lo estuve yo en su día, y aún hoy lo sigo estando), en conocer aspectos resaltables de la historia de su club, que han terminado por conformar una única e irrepetible, por todos envidiada (lo manifiesten así o no) idiosincrasia colchonera.
  Para concluir, manifestar el deseo de que a todos mis lectores les hayan gustado mis vivencias rojiblancas. Y añadir un último dato: no se han incluido, con harto dolor de corazón del autor, semblanzas o recuerdos de ilustres leyendas atléticas, como Adelardo, Luis, Rodri, Ufarte o Calleja, por la sencilla razón de que, pese a haber llegado a verles jugar, lo hice ya en la fase terminal de sus carreras, y durante demasiado poco tiempo para poder llegar a aglutinar toda la inmensa aportación que han dejado como legado al club. Otros compañeros de la misma época, no obstante, como Gárate o Irureta, sí que pude (o al menos, eso recuerdo) disfrutarlos durante algún tiempo más, y por eso han quedado incluidos aquí. Que me perdonen los excluidos. En cualquier caso, todos ellos, los incluidos y los excluidos, pertenecen ya para siempre al Olimpo rojiblanco. Cualquier jugador que haya defendido en alguna ocasión las rayas rojas y blancas merece nuestro respeto y admiración. Y nuestra memoria.     
 
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 5 de marzo de 2014

DEL METROPOLITANO A LA PEINETA


DEL METROPOLITANO A LA PEINETA


  Como capítulo final de esta obra, no podía por menos de dedicarlo a aquellos recintos en los que ha nacido, ha crecido y se ha desarrollado la fecunda y extensa historia rojiblanca. Dentro de sus parámetros inspiradores, en puridad, tan sólo debería referirme al estadio Vicente Calderón (primeramente llamado del Manzanares; adoptó su actual denominación por acuerdo de Junta General del día 14 de julio de 1971, en homenaje al histórico Presidente, por entonces el vigente, que posibilitó decisivamente su construcción), dado que ha sido el único propio en el que he podido experimentar, gozar, disfrutar y sufrir todas mis “vivencias rojiblancas” pormenorizadas a lo largo y ancho de todas las anteriores páginas. Sin embargo, quisiera hacer también siquiera una somera referencia a aquellos otros dos estadios que, indudablemente, forman (formarán) parte importantísima en la historia de tan laureado club. Al fin y al cabo, en cierta forma, en mayor o menor medida, también han contribuido a conformar mis “vivencias rojiblancas”. Como de todos es sabido, uno de ellos, el Metropolitano, forma parte del pasado. Y el otro, la Peineta, del ¿inminente? futuro. Por cierto, que otra labor a acometer en ese futuro próximo será la de encontrarle un nombre adecuado. Ni podrá denominarse con el nombre de la Peineta, dado que ese sobrenombre se lo impuso el gracejo popular al tener erigida una sola sección de sus gradas y asemejarse entonces al reseñado instrumento folklórico, y en el futuro parece ser, según los proyectos presentados, que las gradas se completarán, ni tampoco con el nombre oficial de Estadio de la Comunidad de Madrid, puesto que también parece ser que la propiedad pasará a ser definitivamente del club Atlético de Madrid. En cualquier caso, la ardua tarea de bautizar al nuevo estadio con un nombre lo más adecuado posible es algo que por supuesto excede la modestia de esta líneas. En la actualidad, hay muchas probabilidades de que termine siendo, por razones de patrocinio, un nombre comercial. Dejamos al margen, por consiguiente, los otros recintos encuadrados en la “prehistoria” colchonera, como el del Retiro (un mero solar) o el de O´Donnell (por entonces, primer campo con gradas cerrado de España).
  Como todo el mundo sabe, el Metropolitano fue el primer estadio mítico en la historia del club Atlético de Madrid. Unos breves apuntes históricos previos: construido al final de la Avenida de la Reina Victoria, aprovechando un anfiteatro natural del terreno, en el solar actualmente ocupado por la Plaza de la Ciudad de Viena, inaugurado oficialmente el día 13 de mayo de 1923, en partido frente a la Real Sociedad, con asistencia de la Reina Doña María Cristina, en representación de la Casa Real, y del Infante Juan de Borbón, que realizó el saque de honor (momento inmortalizado en fotografía que aparece en todas y cada una de las historias del club), fue construido por la Compañía Metropolitana de Madrid, división inmobiliaria, de donde tomó por ende su nombre, por impulso e iniciativa de los hermanos Otamendi, siendo su arquitecto José María Castell. Tradicionalmente denominado por todos los madrileños con el simple nombre de “Stadium”, cumplía la función de dotar a una gran ciudad como Madrid de un gran estadio del que por entonces carecía. En su origen, no estaba destinado tan solo al espectáculo del balompié, sino a otros muchos, como carreras de galgos, atletismo, ciclismo, boxeo, béisbol, tenis, rugby, dirt-track (carreras de motos sobre pista de ceniza) e incluso conciertos y verbenas.
  Su universalidad se plasmaba también en el hecho de que la compañía propietaria lo arrendaba a diversos clubes de Madrid, como el Atlético (o Athletic, como por entonces se denominaba), pero también la Gimnástica, Unión Sport o el Rácing Club. Por contra, el Real Madrid no quiso saber nada desde un primer momento del nuevo recinto, decidiéndose a construir otro en propiedad. El Aleti accedió a su propiedad definitiva en 1950. Prácticamente derruido por la Guerra Civil, durante su reconstrucción el equipo jugó de local en los estadios de Vallecas y Chamartín. Fue reinaugurado el 21 de febrero de 1943, frente al Real Madrid. El último partido allí disputado, antes del definitivo traslado al nuevo (y todavía en construcción durante muchos años más) estadio del Manzanares fue el día 7 de mayo de 1966. Concluida la Liga (por cierto, ese año ganada por los colchoneros, con la legendaria victoria de la última jornada por dos a cero en Sarriá, goles de Ufarte y Griffa) se jugaba la Copa. Tras eliminar en dieciseisavos al Mestalla, y en octavos al Valencia, correspondió en cuartos la antigua cada madre del Athletic de Bilbao. Escasa victoria por uno a cero, tanto del hondureño Cardona. La postrera victoria bilbaína por dos a cero en San Mamés significó que fuera la despedida del Metropolitano. Con harto dolor de los hinchas más sentimentales.
  Mi contacto personal con el mítico estadio se reduce a todas aquellas obras impresas que repasaban la historia del club y que devoraba en mis tiempos de adolescencia y juventud. Me generaban un sentimiento de nostalgia. Nostalgia por lo no experimentado, pero que me hubiera encantado poder hacerlo. Sin haber llegado a vivir esa época, crecía en mí la inquietud de que ojalá hubiera podido participar en la vida del sagrado recinto de alguna manera. En aquellos tiempos, los libros eran escasos. Todo lo contrario que en la actualidad, en que para cualquier aspecto de cualquier materia de la vida existe una ingente cantidad de obras bibliográficas, videográficas o de toda índole. Y por supuesto, Internet, que proporciona sin fin toda clase de información (aunque no siempre fidedigna y verídica). En este sentido, me gustaría recomendar a los lectores una estupenda y atractiva página web, por supuesto por mí consultada con anterioridad como fuente para estas líneas, denominada www.estadiometropolitano.es.
  También recababa información del tema de aquellas conversaciones entre veteranos aficionados que, o bien en el propio estadio Vicente Calderón, o bien en el Metro camino del mismo, se desarrollaban en mis cercanías y a las que “pegaba la oreja” con fruición. En cierta ocasión llegué a envidiar a mis padres en materia futbolística cuando me contaron que, en su época de novios, en compañía de mi tía Marianela (poco después, mi madrina), acudieron a presenciar un partido al estadio Metropolitano. Dado su escaso interés por temas balompédicos, no recordaban absolutamente nada acerca del rival, la fecha o el desarrollo del encuentro. Pero ellos pudieron estar allí y yo jamás podría ya hacerlo. Y en tiempos recientes también he mantenido largas conversaciones con el “Stadium” de fondo con una persona que vivió allí, “in situ”, muchos de sus gloriosos encuentros. Un íntimo amigo de mi suegro, Juan Antonio Endeiza, vicepresidente de la Federación Española de Fútbol en los tiempos en los que José Luis Roca era el Presidente. Hizo mucho por este deporte para la empresa en la que trabajaba. De hecho, el estadio de la turolense localidad de Andorra lleva su nombre, por haber sido generador del desarrollo del fútbol en la misma. A través de esa misma empresa, podía acceder al palco del Metropolitano y gozar de inolvidables confrontaciones. Recuerdo como, sin haberlo vivido yo en persona, a diferencia de él (pero sí lo re-viví en los libros), se quedó anonadado cuando le repasé, nombre por nombre (Juncosa, Ben Barek, Pérez Payá, Carlsson y Escudero) los cinco de la mítica “delantera de cristal”.
  Tras el Metropolitano, llegaron los cincuenta años en los que parece ser (si se cumplen los plazos) que el Vicente Calderón fue nuestra casa. Yo no he conocido otra. Todas mis “vivencias rojiblancas” (caseras) allí se han desarrollado. De hecho, los lectores recordarán de anteriores capítulos que estuve presente en la inauguración “oficial” (¡ojo!, oficial; ya sé que la “oficiosa” fue unos años antes), que tuvo lugar, una vez concluidas en su totalidad las obras, y ya con su actual denominación, el día 23 de mayo de 1972, en amistoso encuentro entre las selecciones de Uruguay y España, en la que jugaron los entonces colchoneros Calleja, Irureta, Gárate y Ufarte. Me encantaría igualmente poder estar presente en su partido “de cierre”.
  Y llegará el momento de la “mudanza”. De nuevo, con harto dolor de los aficionados más sentimentales, entre los que ahora debo incluirme. Nos dolerá dar el paso. Dejaremos atrás muchos sentimientos, recuerdos y vivencias. Pero, en mi modesta opinión, será beneficioso. Al igual que lo fue el anterior traslado, pese a la añoranza de muchos de los que lo vivieron. Siempre que se acomete voluntariamente una mudanza, se presupone que es para mejorar.
  En un principio, parecía que íbamos a dar el “pelotazo” que otros clubes punteros españoles ya habían dado. Que no iba a suponer ningún desembolso económico y que íbamos a ingresar grandes cantidades con la venta de los terrenos del Manzanares. Hoy en día ya sabemos que eso no va a acontecer de esa manera. Que saldrá lo comido por lo servido. Pero aún así entiendo que será sumamente beneficioso. Siempre partiendo de la premisa de que el club Atlético de Madrid será el propietario del recinto, dejaremos un estadio que, dejando a un lado sentimentalismos, se ha quedado viejo, que carece de infraestructuras modernas, que ha padecido aluminosis y enfermedades varias, que adolece de accesos cómodos, en el que se sufre la humedad del río en las noches frías y en el que gran parte de las gradas están expuestas a los rigores de la lluvia o a los del sol abrasador, según la época del año, por otro moderno, de reciente construcción, con todas las innegables comodidades que ello sin duda proporciona, con mayor capacidad de asientos que generará mayores ingresos vía venta de abonos o de localidades, con un agigantado espacio interior aprovechable para explotaciones comerciales, con sustanciosos patrocinios directos (nombre del estadio) e indirectos, con una excelente ubicación, al lado de una gran vía de comunicación como es la M’40 y dotado de próximos servicios de autobuses y Metro (no sabría asegurarlo, pero si alguien quisiera llevar a cabo el “experimento”, creo que la estación de Metro de “Las Musas” está más cercana al nuevo recinto que cualquiera de las tradicionalmente “rojiblancas”, como “Pirámides”, “Marqués de Vadillo”, “Acacias” o “Puerta de Toledo”), que no es cierto que como muchos dicen estará más alejado (teoría de la relatividad, para unos estará más lejos y para otros más cerca), que dispondrá de amplios aparcamientos tanto interiores como exteriores y que, al fin, gozará de una amplia visera que rodeará todo el perímetro y que protegerá a los espectadores tanto del frío y la lluvia como del sol y el calor.
  En una reciente tertulia futbolística de fútbol internacional, pude oír como un especialista de fútbol alemán afirmaba que la razón principal de la actual pujanza del fútbol germano es la construcción de estadios nuevos y modernos con motivo del Mundial allí celebrado en 2006. En ocasiones, prescindiendo incluso de otros de reciente edificación. La explotación económica de esos nuevos recintos ha generado una gran riqueza que ha terminado de repercutir directamente en los clubes. En conclusión, entiendo que, extrapolándolo a nuestro querido club, y siempre y cuando sean adecuadamente administrados todos los beneficios antedichos (que, como siempre, será la cuestión básica y principal), se abre una era en la que no podremos si no mejorar y dejar atrás otras etapas de oscuridad.
  En cualquier caso, lo que es indudable es que La Peineta (o como se llame; lo que sí es seguro a día de hoy es que la avenida de acceso llevará el nombre del recientemente fallecido Luis Aragonés) será un incuestionable pilar fundamental de la historia futura del club. Al igual que el Metropolitano y el Vicente Calderón lo han sido de la pasada (el primero, de la más antigua; el segundo de la más reciente, tan reciente que todavía lo sigue siendo en la presente, valga el juego de palabras). Y como prueba, la mera lectura de todas las páginas que anteceden a ésta.
 
 
 
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ