jueves, 27 de diciembre de 2012

KIKO

KIKO

  Como introducción a la semblanza del genio gaditano Kiko, me gustaría indicar dos aspectos resaltables. A saber:
   1.- A pesar de que uno de sus sobrenombres fuera “El Arquero”, y de que su pose rodilla a tierra con un brazo encogido y otro estirado, simulando disparar flechas a la grada, haya sido quizá la imagen gráfica con la que más se le identifica en la actualidad, lo cierto es que no se trata de una fotografía que le haya acompañado durante la generalidad de su carrera como futbolista. De hecho, cuando decidió parir tamaña celebración, al decir del propio protagonista, de forma espontánea e improvisada, se encontraba ya en una fase terminal de su trayectoria. Terminal por lo poco que le quedaba ya por aportar al mundo del fútbol, particularmente del rojiblanco, pero no por el nivel que demostraba en esos precisos momentos, que, de nuevo a juicio del interesado, lo que suscribo enfáticamente desde mi posición de mero espectador, era el más elevado que jamás llegó a alcanzar.
    En concreto, la primera vez en la que Kiko nos deleitó con su celebración del arquero data del día veintiséis de septiembre de mil novecientos noventa y ocho. Jornada cuarta de la Liga 98-99. El italiano Arrigo Sacchi en el banquillo. Victoria por cuatro goles a uno frente a la Real Sociedad. Los goleadores rojiblancos fueron Roberto, Kiko, Lardín y Correa. El donostiarra, Aranzábal, de penalti, a punto de concluir el partido. El gol de Kiko, en el Fondo Sur, tras rematar una jugada de Lardín y Correa, trajo como colofón esa peculiar forma de celebración que, desde entonces, fue por él repetida en todas aquellas ocasiones en que marcaba. Lo lastimero es que no fueron muchas más. También fue imitada con posterioridad por otros futbolistas como Torrisi, por ser entonces compañero suyo, Fernando Torres, por ser pupilo, o Güiza, por ser paisano jerezano. Incluso por otros ilustres deportistas como el mismísimo Usain Bolt por…pues la verdad es que no sé muy bien por qué. Habría que preguntárselo en persona al astro jamaicano.
   2.- A pesar de que otro de sus sobrenombres, el que le impuso el sector más animoso de la hinchada rojiblanca, fuera el de “Kikogol”, ello no revela sino un mayúsculo desconocimiento de sus cualidades como futbolista. Se le bautizó así apenas aterrizado en la ribera del Manzanares. Muchos pensaron que era un goleador consumado. Pero nada más lejos de la realidad. Kiko jamás se caracterizó por ser un depredador del área. Su mejor cualidad era el último pase. Y el mejor último pase que le recuerdo (una obra maestra sin parangón) tuvo lugar sin llegar a tocar el balón. En el excelente libro “Sentimiento atlético”, de José Miguélez y Javier G. Matallanas, publicado con motivo del Centenario del Club, el propio jugador lo reconoce como uno de sus mejores jamás practicados. Tuvo lugar el día nueve de diciembre de mil novecientos noventa y cinco, en la decimosexta jornada de la Liga 95-96, la gloriosa del doblete. Se derrotó al que ese año fue nuestro principal rival, el Barcelona, por tres goles a uno. Por cierto, en mi opinión, uno de los mejores partidos de nuestro equipo en toda su historia. La superioridad fue tremebunda. Les borramos del césped. Tanto fue así, que el míster Antic, en indudable homenaje a los once artistas que habían saltado al terreno de juego (que fueron exactamente la alineación tipo de esa temporada, tan recordada), no practicó sustitución alguna. Los goles los anotaron Penev, en dos ocasiones, la primera de penalti, y Caminero, cerca del final. Descontó Toni Velamazán, más cerca aún del final. La superioridad fue tan estratosférica que el resultado no hizo justicia ni con mucho al juego desplegado. Tuvo que ser aún mucho mayor. Pues bien, en éstas, a mediados de la primera parte, atacando hacia el Fondo Norte, ya con un dos a cero en el marcador, pase en profundidad de Santi hacia Kiko, que bajaba hacia el medio del campo a buscar el balón, flanqueado por Abelardo y Nadal, al mismo tiempo que Penev iniciaba un desmarque hacia la portería, dejando atrás a Carreras (futuro rojiblanco). Cuando Kiko va a contactar con el balón, no lo hace. Se abre de piernas y deja que siga su trayectoria entre ellas, dejando de un plumazo fuera de la jugada a los tres zagueros barcelonistas y habilitando en un clarísimo mano a mano al ariete búlgaro frente al cancerbero Lopetegui. El ¡oh! de asombro y admiración fue seguido de inmediato por un silencio valorativo. La pena es que la ocasión no se materializara, porque en caso contrario, la jugada de Kiko estaría inmortalizada en letras de platino en los libros de Historia. Por cierto, en el mismo libro antes reseñado, el propio delantero revela su obsesión por encontrar la jugada porque, al parecer, no ha conseguido hallar grabación alguna de la misma. Si alguna vez tengo la dicha de que Kiko lea este artículo, o alguien se lo hace saber, que sepa que yo sí que tengo la jugada grabada, me deleito con ella con frecuencia y estaría encantado de hacérsela llegar.               
  Francisco Miguel Narváez Manchón, conocido futbolísticamente como Kiko, nació en Jerez de la Frontera el día veintiséis de abril de mil novecientos setenta y dos. Tras llegar a Primera División en las filas amarillas del Cádiz, donde disputó tres temporadas, desde la 90-91 hasta la 92-93, en aquellos años en los que el conjunto gaditano se libraba vez tras vez de forma milagrosa del descenso de categoría en las últimas jornadas, a lo que contribuyó indudablemente en grado sumo la aportación del delantero jerezano, fue fichado por el Atlético de Madrid en la temporada 93-94. Entremedias, su valiosísima aportación, en unión de atléticos como López o Solozábal y otras futuras estrellas del balompié hispano, a la brillantísima medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. En la final, anotó dos goles, el primero y el tercero, que nos proporcionaba el triunfo definitivo, ya con el tiempo cumplido. Es uno de los goles que con más emoción he gritado en mi vida. A propósito, en esos tiempos su nombre en la pantalla del televisor se reflejaba con el grafismo de “Quico”.
    Sus dos primeras temporadas en las filas rojiblancas no fueron excesivamente afortunadas. Muchos creyeron, como ya se ha anticipado antes, que llegaba un goleador contumaz. Pero no aportó goles en exceso. Se mostraba lento, pesado y fuera de forma. Enseguida muchos comenzaron a atribuirlo al encanto de la noche madrileña. Sus indiscutibles genialidades llegaban con cuentagotas. Parecía uno más de los muchos fichajes atléticos que no logran demostrar todo lo que prometían. Su flojo rendimiento derivó en ser apartado de la Selección y del Mundial de Estados Unidos 94. Esas dos primeras mediocres temporadas se zanjaron con 31 y 30 encuentros ligueros  y con 5 y 9 goles anotados, respectivamente. Tampoco estadísticas tan alejadas a las que luego conseguiría en temporadas venideras, en época de esplendor. Porque lo que la frialdad de los números no revela son las genialidades que logró poner en práctica con posterioridad.
   Y es que justamente en su tercera temporada, 95-96, con la llegada de Radomir Antic al banquillo y la consecución de títulos (no nos cansamos de recordarlo, ese año se ganó la Liga y se ganó la Copa), Kiko comenzó a desplegar sus mejores cualidades. Participó en más partidos, anotó más goles, pero sobre todo su aportación intangible al equipo se multiplicó geométricamente. Sus pases geniales en profundidad (de los que se aprovecharon todos los delanteros centros, a razón de uno por temporada, con los que compartió línea delantera, tanto Penev, como Esnáider, como Vieri, con el que se entendía a silbidos, como Hasselbaink), sus balones protegidos con su corpachón para facilitárselos en franquicia a otros maravillosos futbolistas como Caminero, Pantic, Simeone, Bejbl, Vizcaíno o Juninho, que llegaban desde la segunda línea, sus taconazos, controles, dejadas y toques inverosímiles nos subyugaron a todos los aficionados. Incluso llegó a anotar con facilidad, tanto de cabeza, en lo que no se había prodigado mucho antes con exceso, pese a su elevada estatura, como con el pie, y aquí a su vez tanto de majestuosos disparos lejanos como de certeras definiciones cercanas. Y su magia crecía cada vez más, porque sus genialidades aumentaban continuamente en número y en calidad. Su progresión parecía no tener fin. Pero  desgraciadamente la tuvo.
   En la campaña 98-99, jornada decimosegunda de Liga, veintiocho de noviembre de mil novecientos noventa y ocho, Kiko, que llevaba tiempo jugando con problemas e infiltrado, tuvo su particular canto del cisne. Se venció al Barcelona en el Nou Camp por un gol a cero, anotado por Jugovic, de penalti, con lo que se aguaba el partido de celebración barcelonista de su centenario. Inmenso partido de Kiko. En la primera jugada, con uno de sus pases milagrosos, dejó sólo a José Mari frente a Hesp, pero no se logró el gol. El magisterio que desplegó sobre el terreno de juego, posiblemente el mejor que jamás hubiera mostrado, se apagó cuando fue sustituido por Juninho. Kiko jamás volvió a alcanzar su nivel. Sus tobillos, ambos, habían dicho basta y se habían roto. Se operó de ambos a la vez, pese a que le costara deambular durante más de tres meses en silla de ruedas, precisamente como signo de su amor de club y de su ansía de permanecer retirado el más breve lapso de tiempo.
   Pero cuando volvió, más de un año después, no llegó a ser el mismo. Sus tobillos no soportaban el esfuerzo continuado, máxime cuando el jugador, en su mejor época, les exigía de continuo giros inverosímiles y apoyos dificultosos. Su estilo de juego exigía que su cuerpo fuera una perfecta máquina engrasada. Y ya no lo era. Pese a que siguió mostrando sobre el césped su sapiencia y categoría, se retiró efectivamente a los treinta años, si bien, en la práctica, se puede decir que había abandonado el fútbol de altísimo nivel cuatro años antes, con la infortunada lesión.
   En suma defendió la camiseta rojiblanca durante ocho temporadas. Además de las dos primeras ya apuntadas, disputó 34, 36, 31, 11 (año de la lesión), 20 y 32 encuentros ligueros, en los que consiguió 11, 13, 6, 4, 0 y 0 goles. En esta ocasión las estadísticas no engañan y muestran claramente su rendimiento. Un total de 225 partidos y 48 goles. Además, veintiséis encuentros de Copa del Rey, con siete goles, veinticinco de diferentes competiciones europeas, con ocho goles, y dos de la Supercopa de España, con cero goles.
   Su palmarés rojiblanco incluye dos títulos, los ya recordados (no me canso de hacerlo) de la 95-96: Liga y Copa.
   Fue internacional por España en veintiséis ocasiones, todas ellas, menos la última, con Javier Clemente de seleccionador. Las tres primeras mientras defendía la amarilla camiseta cadista y las veintitrés restantes ya de rojiblanco. Debutó el día dieciséis de diciembre de mil novecientos noventa y dos, tras su aureola olímpica, en partido clasificatorio para el Mundial de Estados Unidos 94, frente a Letonia en el sevillano Sánchez Pizjuán, compartiendo delantera con el deportivista Claudio. Victoria por cinco goles a cero, de Bakero, Guardiola, Alfonso y dos de Beguiristain. Como se ha reseñado con anterioridad, no llegó a acudir a dicho Mundial por su bajada de rendimiento. Sí que disputó, tras volver por la puerta grande a inicios de la temporada 95-96, y además con altísimas prestaciones, la Eurocopa de Inglaterra 96 y el Mundial de Francia 98. En éste, en el funesto último partido ante Bulgaria, se venció por seis goles a uno. Él anotó los dos últimos, que ni siquiera tuvo la alegría de poder celebrar, puesto que ya se sabían eliminados. Los cuatro anteriores habían sido de Hierro de penalti, Luis Enrique y dos de Morientes. Su último entorchado internacional fue el catorce de octubre de mil novecientos noventa y ocho, ya con Camacho de seleccionador, frente a Israel en Tel Aviv, en partido clasificatorio para la Eurocopa 2000 de Bélgica y Holanda. Victoria por dos goles, de Hierro y Etxeberría, a uno. Poco después llegaría su desgraciada lesión, por lo que Camacho dejó de contar con él por fuerza mayor apenas iniciado su periplo de seleccionador. Anotó cinco goles con la Selección. El primero frente a Macedonia, en partido clasificatorio para la Eurocopa de Inglaterra 96, en el Martínez Valero de Elche, el día de su re-debut glorioso tras su periodo de ausencia, quince de noviembre de mil novecientos noventa y cinco. Fue el primero del tres a cero final. Los otros dos, de Manjarín y Caminero. Luego, dos más, frente a Noruega, en amistoso, y frente a Eslovaquia, en clasificatorio para el Mundial de Francia 98. Y los dos últimos, antes ya indicados, frente a Bulgaria.
   Su última temporada rojiblanca fue la 2000-01. En Segunda División. La primera de los dos añitos en el infierno. Kiko fue una de las pocas figuras de la plantilla que optaron por jugar en la categoría de plata. Y además gratis. Y además participando sin cobrar en la exitosa e impactante campaña publicitaria, que sin duda contribuyó en grado sumo al espectacular aumento de masa social, del añito en el infierno, en la que sobresalía en remate en difícil escorzo sobre un fondo de fuego. Pero a lo largo de esa temporada, pese a su generosidad, surgieron importantes discrepancias con algún sector de la afición, por su no muy elevado rendimiento (al menos, no el que todos recordábamos), y con la Directiva, por cuestiones contractuales. Al finalizar esa campaña, abandonó el Club, sin el reconocimiento que su carisma y genialidad merecían. Una vez más, la memoria rojiblanca era escasa y no pagaba a sus ídolos con la moneda que éstos se habían ganado. Pero una de mis escasas cualidades es tener una muy buena memoria. Es por ello que quiero recordar hoy desde aquí a un excelente y genial jugador, que nos proporcionó a todos incontables días de maravilloso fútbol, y sobre el que puedo decir que he visto hacer cosas sobre el verde que jamás he visto hacer a nadie más. Kiko, tienes mi reconocimiento, gratitud y seguro que el de muchos más de los aficionados que contigo disfrutaron.                     


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 20 de diciembre de 2012

MI TÍO FRUTOS

MI TÍO FRUTOS

  En el artículo de hoy quiero recordar a una de las más extraordinarias personas que jamás haya conocido: mi tío Frutos. Su incardinación en el presente blog no obedece a una relación directa con la filosofía del mismo, cual es la de rememorar ilustres jugadores o hechos históricos destacados del club Atlético de Madrid, pero sí existe esa relación en forma indirecta. Nuestro glorioso club se irá filtrando de forma suave pero incontenible en las líneas siguientes, particularmente a lo referente a visitas al estadio Vicente Calderón.
  Mi tío Frutos era el mayor de cinco hermanos. En realidad, los otros cuatro hermanos eran hermanas, todas mujeres (entre ellas mi madre). Se llamaba Fructuoso López Miranda. Su nombre oficial de pila fue sustituido desde siempre familiarmente por el más favorecedor de Frutos. Siendo un mozalbete tuvo que desplazarse, a causa de la Guerra Civil, a un pueblo de Valencia, en unión del resto de la familia, donde pasó una importante parte de sus años de niñez. Retornados todos a la capital, desarrolló uno de los aspectos que más nos unirían a él y a mí: su profundo amor a todo tipo de manifestación deportiva, en particular a una de las pocas que en esa época se podían seguir fácilmente, cual era la futbolística. Recuerdo haberle oído que él acudía también a los primigenios partidos del Real Madrid tanto de baloncesto, en el frontón Fiesta Alegre, como de balonmano (sí señores, el club blanco tuvo durante unos pocos años sección de balonmano).
  Era madrileño. Y madridista. Primero mi abuela y luego mi madre me contaban con cariño como durante años y años pasaba a cobrar a domicilio el pertinente recibo mensual de socio uno de los empleados del club, con el que llegaron a trabar una estupenda relación personal, de tal forma que cuando se dio de baja en el listado de socios por obligaciones familiares uno de sus principales efectos negativos fue el dejar de ver al simpático cobrador, amén de que éste veía disminuidos sus ingresos (al parecer, se les remuneraba por recibo cobrado).  Pero era un tipo de madridista podríamos llamar amable, de los que ya casi no quedan. Quería por supuesto que su equipo ganara siempre. Pero no se llevaba berrinches monumentales cuando eso no acaecía. Ni siquiera cuando el adversario ganador era el Barcelona, cuya connatural animadversión congénita a todo madridista no se encontraba en él particularmente exacerbada.
  Pero es que además ejercía de madrileñismo, y se alegraba igualmente sobremanera de todos los triunfos y éxitos que pudiera llegar a alcanzar el Aleti. Siempre decía que como era también un club de aquí (por aquí entiéndase la capital), que le gustaba que obtuviera victorias ante cualquier otro club que no fuera el Real Madrid. E incluso cuando les ganábamos a ellos tampoco se lo tomaba excesivamente a pecho.
  Uno de mis mejores recuerdos de infancia eran las fiestas de celebración de los cumpleaños de mis primas, hijas suyas, Mari Carmen y María Dolores, en diciembre, y poco después, de los Reyes Magos. Las celebraban en su casa, en la Avenida del Manzanares. Desde su balcón, además del aprendiz de río, se divisaba el estadio Vicente Calderón. Las personas que se sentaban en las tribunas altas de preferencia podían hasta distinguirse incluso. A título de anécdota, con motivo de otra celebración familiar, las Bodas de Plata de mi tío Frutos y mi tía Carmen, después de invitarnos a comer en el restaurante “Currito”, en la Casa de Campo, terminamos todos en su domicilio. Ese día, veinticinco de enero de mil novecientos ochenta y uno, jugaba el Aleti en casa. Se venció a la Real Sociedad, en la vigésimo-primera jornada de la Liga 80-81, por dos goles a cero, de Arteche y Ruiz. A simple vista pueden parecer los dos centrales del equipo, pero no, porque esa temporada el segundo jugaba de mediocentro. El otro central era Balbino. Un grupito que estábamos en el balcón, hablando precisamente de fútbol, vivimos los tantos en primera persona, y nos enteramos antes que ninguno, excepción hecha por supuesto del propio público asistente, al oír clara y nítidamente el inconfundible grito de “goool”. A continuación de ambos pudimos ver banderas rojiblancas ondear en las gradas.
  También recuerdo con sumo agrado y nostalgia como cada vez que venía por casa se interesaba vívidamente tanto por mis colecciones de cromos de fútbol como por los equipos de chapas que con ellos llegaba a confeccionar, recortando las caras de unos (de los repetidos, por supuesto) para encajarlas en las otras. Me contaba como él cuando tenía mi edad participaba de las mismas aficiones, también coleccionaba cromos y confeccionaba equipos de chapas. Eso sí, de forma muchísimo más elaborada y artesanal, introduciendo por ejemplo cristales para proteger la parte recortada del cromo dentro de la chapa, que luego fijaba con plastilina.
Calleja de capitán
  Otro recuerdo imborrable que tengo de él, relacionado con el mundo del fútbol y más concretamente con el Atlético de Madrid, es que fue la primera persona que, siendo niño, me llevó a presenciar un partido “serio” de fútbol al estadio, en vivo y en directo. Enlazo aquí con un artículo anterior de este blog, el que titulé “Mi primera vez”, dedicado al primer encuentro que disfruté del equipo en el estadio Vicente Calderón. Allí explicaba que no obstante dejaba pendientes para artículos venideros tanto el primero que presencié ”in situ” al equipo (que fue en otro estadio, y que sigue quedando pendiente) como el primero en el que asistí al estadio Vicente Calderón. Y fue éste, en el que me llevó mi tío Frutos. Y además, después de muchos años de obras, era la inauguración oficial del estadio. Fue el día veintitrés de mayo de mil novecientos setenta y dos. Partido amistoso de selecciones entre España y Uruguay, con victoria española por dos goles a cero, anotados por el valencianista Valdez, que debutaba ese día, y el atlético Gárate. Este encuentro ya fue relacionado en los artículos del presente blog dedicados a este último y a Irureta, que también debutaba. Con lógica excitación, me pasé toda la semana anhelando el feliz y supremo momento de ver a nuestro equipo nacional jugando además en el estadio perteneciente al club de mis amores. Los amigos del barrio me envidiaban y bromeaban con lo que por entonces era habitual, con la posibilidad de que las cámaras me enfocaran y saliera por la “tele”.
   Vino a buscarme en coche a casa a la salida del trabajo. Como buena persona que era, se había comprometido a llevar también a su casa a un compañero de trabajo, lo que motivó, en conjunción con el tráfico madrileño que ya por entonces era denso y complicado, que nos dilatáramos en alcanzar el estadio más de lo que hubiéramos querido, y llegáramos con unos pocos minutos ya disputados. Comoquiera que las gradas estaban a rebosar, y no existía espacio físico disponible para los dos, me habilitó un hueco en las primeras filas, encargó a un vecino de localidad que me echara un ojo y él se trasladó a otra ubicación, unas pocas filas por arriba. A lo largo del desarrollo del encuentro, bajó continuadamente.
Ufarte
   Por tanto, presencié el partido, hasta entonces el más importante de mi vida, en una posición privilegiada. Cerquísima del césped. Para aquellos que no lo recuerden, en ese año nuestro estadio tenía unas filas de gradas por debajo del pasillo en el que desembocan los vomitorios, que fueron demolidas en obras realizadas hacia mediados de los años noventa, dejando una especie de plataforma elevada sobre el terreno de juego. Como tampoco entonces existían las vallas que al cabo de pocos años se impusieron, pude vivir todo el espectáculo con emoción inenarrable y al lado de sus protagonistas.
   Para ese partido disputado en nuestro estadio, el seleccionador Kubala había resucitado una inveterada costumbre de nuestra selección, cual era la de convocar y hacer jugar a varios jugadores del equipo local. Precisamente por esta razón, remontándonos casi a la prehistoria, los primeros internacionales rojiblancos fueron el defensa Pololo, el centrocampista Fajardo y el extremo izquierdo Luis Olaso, el día dieciocho de diciembre de mil novecientos veintiuno, en partido amistoso contra Portugal celebrado en nuestro primitivo campo de O´Donnell. Así, de nuevo en esta ocasión, además de los mentados Gárate e Irureta, jugó también Ufarte, y recuperó para la causa a un semirretirado Calleja, que además fue el capitán, que no acudía al combinado nacional desde la final de la Eurocopa de 1964.
  También guardo un magnífico recuerdo relacionado con nuestro estadio Vicente Calderón y con mi tío Frutos, cual fue el Mundial de España 82. Tengo el orgullo de poder manifestar que asistí a los siete partidos del mismo que se celebraron en la ciudad de Madrid, tres en el estadio del Manzanares y los otros cuatro (incluida la final) en el Santiago Bernabéu. Para estos últimos, se pusieron localidades a la venta para el público en general un día en concreto. Mi intención era la de haber ido a las taquillas desde hora temprana para agenciarme las valiosas entradas. Pero desgraciadamente no pude acudir, dado que ese mismo día me examinaba de Selectividad. Así que, previa comedura de tarro por mi parte, se fueron turnando en la cola, portando incluso una comodísima silla de playa, mi madre y mi hermana. Desde aquí les reitero mi profundo agradecimiento por ello, que ya les manifesté en su momento.

Giresse
   Y poco antes de comenzar el Campeonato del Mundo una maravillosa noche mi tío llamo a casa. Sabiendo de mi locura por el fútbol, deseaba consultarme si quería que me adquiriera entradas para los tres partidos del Calderón, dado que podía conseguirlas fácilmente a través de su trabajo. Por supuesto que la respuesta fue afirmativa “ipso facto”. No podía dejar de presenciar tamaño acontecimiento histórico (de hecho, es posible que no volvamos a tener un Mundial en casa en siglos). Además, si España quedaba primera de su grupo en Valencia, como era previsible, sus partidos de la segunda fase se disputarían en el estadio rojiblanco. Razón de más. De nuevo desde aquí, y adonde esté ahora, le reitero mi más sincera gratitud por todo ello.
   Como breve recordatorio (me encanta recordarlo), los tres partidos en cuestión fueron los siguientes. Todos ellos en horario de tarde, a finales de junio y principios de julio en Madrid, con lo que el Sol derretía los adoquines. Afortunadamente en el primero y tercero la localidad era de preferencia, a la rica sombrita. Y en el segundo, que era de lateral, en plena solanera, tuvimos la suerte de que, al estar ubicadas muy arriba, pudimos buscar la sombra que proyectaban los anuncios publicitarios. El primero, al que acudí sólo, fue el día veintiocho de junio, Francia contra Austria. Vencieron los primeros por uno a cero, con un gol de falta botada majestuosamente por Genghini. El segundo, el día uno de julio, empate a dos entre la propia Austria e Irlanda del Norte, que había ocupado el lugar que a priori parecía destinado a España. Goles austriacos de Pezzey y Hintermaier y los dos norirlandeses del ariete Hamilton. Lo vi en compañía de mi propio tío Frutos y de mi prima Mari Carmen, dado que las localidades que el primero había sacado para ellos estaban próximas a la que había obtenido para mí. Y el tercero, que por la misma razón, disfruté en compañía de mi propio tío y de su poco después yerno, así como primo político mío, Manolo (por cierto, otro furibundo atlético, así como dos de sus tres hijos, Diego y Elena), fue entre Irlanda del Norte y Francia, el día cuatro de julio. Exhibición francesa. Al inicial gol de Giresse replicó el norirlandés Armstrong (nuestro verdugo en el partido de la primera fase) para que luego, en una sobresaliente segunda parte, dos goles de Rocheteau y otro del pequeñito Giresse…¡de cabeza! completaran el resultado de cuatro a uno. Todos guardamos un excelente recuerdo del fútbol champán que la selección francesa nos regaló en este torneo. Dentro de su buen tono general, creo que este partido fue el culmen. Y tuve la dicha de estar allí para solazarme con ello.
Rocheteau
   Pese a que nos unía la afición común al deporte y al fútbol, no recuerdo sin embargo que presenciáramos juntos muchos partidos por televisión. Tengo en la memoria haber visto, en unión de más familiares, en el piso de Aluche de otros tíos, el partido del celebérrimo puñetazo de Villar (que parece que ahora es alguien en el mundo del fútbol) a Cruyff. Y en el chalet de la sierra madrileña de mis padres, recuerdo haber disfrutado con mi tío de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84. Y en cuanto al Aleti en concreto, también recuerdo un partido, en el mismo chalet, el de la tercera jornada de la Liga 78-79, diecisiete de septiembre de mil novecientos setenta y ocho, victoria frente al Español por un gol a cero, de nuestro delantero centro Rubén Cano.                             
   Cuando murió, el día trece de mayo de mil novecientos ochenta y nueve, fue un choque muy duro para toda la familia. Incluso en el día de su fallecimiento, mientras todos teníamos la cabeza en otro sitio, existió una conexión con nuestro club. Recuerdo haber visto por la tele el partido correspondiente a la trigésimo-segunda jornada de la Liga 88-89. Se venció al Betis en el Benito Villamarín por un gol a cero, anotado por un jovencísimo Aguilera, que había entrado desde el banquillo sustituyendo a Carlos y que consiguió el tercero de sus goles rojiblancos.
   Seguro que allí donde esté, estará gozando de los últimos títulos atléticos, porque, como ya se ha dicho, aunque madridista, también le gustaba que ganara el Atlético porque es de aquí. Y además, su yerno, nietos y muchos sobrinos somos del Aleti. Y con eso le bastaría para disfrutar con nosotros.


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 5 de diciembre de 2012

DONATO

DONATO

  Fue el fichaje más rápido de Jesús Gil, el cual se jactaba de dejarlos resueltos en apenas cinco minutos. Y posiblemente el más rápido de toda la Historia del fútbol mundial. Y además, en circunstancias un poco particulares. Repasémoslas brevemente: en el verano de 1988, el Presidente atlético estaba participando en incontables debates y entrevistas en todo tipo de medios de comunicación en defensa de poder contratar un tercer extranjero para la Liga española. Recordemos que desde 1973, cuando se reabrieron las fronteras de nuestro fútbol para los foráneos, se fijó un cupo de dos por equipo. El principal argumento de Gil era que les salía más barato a los clubes (y en concreto al club que él presidía) fichar a jugadores extranjeros que a españoles, cuya cotización se había disparado (entre otras causas, por su aparición en el mercado fichando a troche y moche). Durante la pretemporada, el equipo, bajo las órdenes del entrenador de entonces, Maguregui, había mostrado como principal carencia la figura del mediocentro completo, capaz tanto de taponar los ataques contrarios como de iniciar con sentido los propios. La sombra del recién traspasado Alemao era muy alargada.
 A finales de la pretemporada, nuestro equipo disputó el gaditano trofeo veraniego Ramón de Carranza, el más tradicional (con permiso del coruñés Teresa Herrera) de nuestro país, el cual acontecía tradicionalmente el fin de semana inmediatamente anterior al inicio del Campeonato de Liga. Llegamos a la final (y la perdimos) contra el combinado brasileño del Vasco de Gama, el cual disponía de un muy buen mediocentro, que incluso durante el desarrollo de la final llegó a desinflar el balón como consecuencia del tremendo puntapié que le había propinado. En el aeropuerto de Jerez, a la finalización del encuentro, coincidieron ambas escuadras contendientes, de vuelta a sus respectivos domicilios. Al llegar Jesús Gil, observó departiendo a nuestro delantero centro Baltazar con uno de los adversarios, compartiendo experiencias sobre el movimiento “Atletas de Cristo”, al que ambos pertenecían. Ese fabuloso mediocentro y ese contertulio de Baltazar eran la misma persona: Donato. Comoquiera que el Presidente deseaba contratar de inmediato a su flamante tercer extranjero, para que estuviese dispuesto para el inicio de la Liga, y había insistido a Maguregui en que necesariamente tenía que ser uno de los rivales de esa noche, tras recibir su aprobación (después de, parece ser, continuos cambios de criterio del entrenador), allí mismo, en el aeropuerto, se rubricó la contratación en apenas diez minutos. Donato no cogió con el resto de sus ya ex-compañeros el vuelo de regreso. Por cierto, si recordamos los pormenores de la contratación de otros brasileños, Luiz Pereira y Leivinha, ya reseñadas en el artículo de este blog dedicado al primero de ellos, apreciamos muchas similitudes: ambas contrataciones lo fueron tras disputar y perder la final del Carranza contra equipos brasileños (Palmeiras y Vasco de Gama), en los que se alineaban los luego contratados, y fueron tan extemporáneas que en el primero de los casos retornaron de inmediato a nuestro país apenas aterrizar y en el segundo incluso antes de subir al avión.
 Con ello, se procuraba a la plantilla el mediocentro total que parecía faltarle. No obstante, lo que la premura e improvisación de la operación no mostró en un primer momento es que el así fichado había jugado ese día en esa posición de forma circunstancial, dado que su habitual puesto era el del centro de la defensa.        
 Donato Gama da Silva, conocido en el mundo del fútbol por su nombre de pila, nació en la más popular ciudad brasileña, Río de Janeiro, el día treinta de diciembre de mil novecientos sesenta y dos. Como ya se ha dicho, llegó al club colchonero desde las filas brasileñas del Vasco de Gama. Con nuestra camiseta jugó cinco magníficas campañas, desde la 1988-89 hasta la 1992-93, alternando, en función de las necesidades del equipo y de los gustos del entrenador de turno las dos posiciones de mediocentro y de defensa central (en este último caso, siempre en líneas de tres centrales). En los primeros años jugó más bien de centrocampista, para retrasar más tarde su puesto. Su debut tuvo lugar ya directamente en la primera jornada de la Liga 88-89, sin apenas tiempo de aclimatación, el día tres de septiembre de 1988, con derrota por un gol a cero, marcado por el mexicano delantero “Abuelo” Cruz, contra el Logroñés, en las viejas Las Gaunas. En estos primeros tiempos la premura en la incorporación hizo que su adaptación no fuera inmediata. Tardó un par de meses, cuando ya un importante sector de la afición empezaba a mirarlo con recelo, en culminar su periodo de adaptación. Además, a ello contribuyó el hecho de que venía a ocupar la misma posición que otro brasileño que acababa de abandonar el club dejando un gratísimo sabor de boca, cual era Alemao. Ya se sabe que las comparaciones son odiosas. Por cierto, que una declaración semejante a esta frase, formulada en programa radiofónico nocturno por nuestro legendario defensa central Arteche, motivó que el Presidente Gil, ardiendo de ira, viajara ex profeso para retirarle del mismísimo calentamiento previo del partido frente al Málaga, en la sexta jornada liguera, para nunca más volver a ponerse la camiseta rojiblanca.   
 Pero la tremenda calidad, tanto humana como profesional, de Donato terminaron por imponerse y acabó encajando por completo y empatizando como el que más con la grada. Su primer gol tuvo que esperar a la cuarta jornada. Tras tres derrotas en las tres primeras jornadas, se consiguió el primer punto en la cuarta, veinticinco de septiembre, en el Calderón frente al Oviedo, empate a dos. El paraguayo Hicks adelantó a los asturianos, empate de Donato, en fuerte remate desde el borde del área mostrando ya desde el primer momento una de sus cualidades, cual era la dureza y precisión del disparo lejano, de nuevo gol ovetense, de nuestro antiguo canterano Tomás (Tomás II en tiempos del Atlético Madrileño) y definitivo empate a dos anotado por el ariete brasileño Baltazar, obteniendo así el primero de los treinta y cinco goles que esa temporada le llevarían a ganar el trofeo pichichi.
 En sus cinco temporadas, defendió el escudo rojiblanco, con tremendas profesionalidad y regularidad, en un total de ciento sesenta y tres encuentros (ciento cincuenta y cinco, casi todos, de titular) ligueros (37, 34, 25, 36 y 31), veinte (diecinueve titular) de Copa y diez de competiciones europeas, anotando respectivamente once, tres y cero goles.
 Abandonó el club al concluir la 92-93. El motivo esgrimido por el Presidente fue el fichaje para la siguiente temporada de Caminero que, al igual que Donato, se convertiría en mito rojiblanco, dado que, según él, ocupaba su misma posición de mediocentro. Pero lo cierto es que Caminero en nuestro equipo jugó casi siempre en ubicaciones más ofensivas (alguna vez, circunstancialmente, de defensa central), por lo que la pretendida incompatibilidad de posiciones no era tal. Donato se trasladó al Deportivo de la Coruña, donde aportó su saber hacer (incluso mejorando el rendimiento ofrecido a nuestro equipo) durante diez temporadas más, retirándose con más de cuarenta años  habiendo colaborado a forjar la leyenda del Superdepor que obtuvo una Liga, dos Copas y una Supercopa de España.
 Su palmarés rojiblanco incluye las dos Copas del Rey obtenidas a principios de los noventa, ante el Mallorca (90-91, uno a cero, con el recordado gol de Alfredo) y ante el Real Madrid (91-92, dos a cero, con los más si cabe aún recordados golazos de Schuster y Futre). Ambas finales examinadas pormenorizadamente en recientes páginas de este blog, a las que me remito. Tan solo recordar aquí que en la primera de ellas no llegó a jugar, sí en la segunda, compartiendo centro de la zaga con dos inminentes campeones olímpicos, López y Solozábal.           
 Una vez nacionalizado español, al no haber defendido nunca la camiseta verde amarelha de la selección brasileña, pudo enfundarse la roja de la española. Durante un total de doce partidos, todos ellos con Clemente de seleccionador. Debutó el día dieciséis de noviembre de mil novecientos noventa y cuatro, jugando de centrocampista en partido clasificatorio para la Eurocopa de Inglaterra 96 contra Dinamarca celebrado en el sevillano Sánchez Pizjuán. Victoria por tres goles a cero, Anotó el segundo. El primero fue de Nadal y el tercero de Luis Enrique. Participó en toda la mentada fase clasificatoria, incluso en la fase final, puesto que su último encuentro internacional fue el día nueve de junio de mil novecientos noventa y seis, en el empate a uno frente a Bulgaria (Alfonso y Stoichkov de penalti), primer partido de dicha fase final, sustituyendo a Caminero. Marcó dos goles más como internacional español. Como puede fácilmente deducirse, todos sus entorchados fueron mientras defendía ya la camiseta blanquiazul del Deportivo de la Coruña.
Baltazar y Donato


 Donato dejó hondo calado en la afición atlética. Desde el punto de vista personal, era un pedazo de pan. Buen compañero, amable con espectadores y medios de comunicación, solidario en el esfuerzo y ante la adversidad. Futbolísticamente, ocupaba mucho espacio en el terreno de juego, abortando de forma continuada las arremetidas rivales (en cualquiera de sus dos posiciones habituales) e iniciando de inmediato el ataque propio, con una salida limpia y clara del balón, tanto en desplazamientos en corto como en largo, donde era un consumado maestro. Se incorporaba con frecuencia a las ofensivas, anotando varios goles, ya con su potente disparo ya con su más que notable juego de cabeza. Incluso anotó alguna falta directa, cuando Schuster y demás capos del equipo le permitían lanzarlas. Su corpachón, a simple vista lindando con el sobrepeso, y sus piernas ligeramente arqueadas, no fueron óbice para que desplegara sus innegables virtudes. Fuerte, agresivo, luchador, pero con calidad. Perfecta conjunción de cualidades. Se fue sin hacer ruido, sin protesta o resquemor, dejando atrás simplemente la satisfacción del trabajo bien hecho.
 Para concluir su semblanza, recordar brevemente una anécdota suya muy conocida y comentada en su tiempo. A principios de la temporada 90-91, Canal+ inició sus retransmisiones televisivas de fútbol. Codificadas. Para cumplir con su margen de horas en abierto, retransmitía en esta modalidad toda la previa del partido y, coincidiendo exactamente con el pitido inicial del árbitro, se codificaba la imagen y se adueñaban de la pantalla unas ininteligibles rayas y puntos, al modo de “Poltergeist” (¡ya están aquí!). El primer partido televisado al Atlético de Madrid por ese canal fuera de casa, ante el Valencia, primera jornada de Liga, empate a uno, con goles del asturiano  Eloy y del austriaco Rodax, que debutaba ese día, no lo disputó Donato. Se quedó en casa, creo recordar que por motivos de lesión. Al día siguiente, los medios de comunicación le preguntaron sobre lo que le había parecido la actuación de sus compañeros. La respuesta, ingenua e inocente (como era él), de Donato, fue la de que no podía comentar nada porque justo cuando empezaba el encuentro, su televisión se había puesto…¡enferma! (sic).        

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA FINAL DEL 92

Alineación titular: Schuster, Abel, Futre, López, Vizcaíno y Soler;
 Tomás, Manolo, Moya, Solozábal Y Donato.
LA FINAL DEL 92

   Con motivo de la recientemente obtenida Supercopa de Eurocopa, a finales de agosto de 2012, en memorable partido contra el Chelsea londinense, hubo varios debates y foros en los que se discutió sobre el hecho de que hubiera podido ser el mejor partido de toda la larga historia rojiblanca. En particular recuerdo el lanzado desde su excelente columna diaria por el Director del diario “As”, Alfredo Relaño, que abundaba en dicha tesis. Coincido plenamente con la misma. En mi humilde opinión, nuestro equipo jamás jugó de forma tan brillante y contundente, mostrando un tremendo empaque y una solvencia demoledora. Pero traigo este asunto a colación porque en el alud de opiniones sobre el tema que sobrevinieron, me sorprendió que hubiera muchos atléticos que consideraran que el mejor partido de nuestra historia fuera el que hoy vamos a abordar: la final de la Copa del Rey del ejercicio 91-92, conquistada en forma majestuosa ante el eterno rival madridista, en su propio feudo del estadio Santiago Bernabéu.
  Y me sorprendió porque a nadie escapa la trascendencia y significado más que especial del encuentro en cuestión. Era mojar la oreja en su propio estadio a uno de los mejores equipos del Real Madrid de toda su historia, superándoles con creces no tan sólo en el juego, como era frecuente por esa época, sino también en el marcador final, lo que no era tan habitual. Y además vengando recientes y dolorosas afrentas, sufridas por toda la afición en general y en forma particular precisamente por los dos genios que resultaron goleadores en el partido: Schuster y Futre. La importancia intrínseca del magno acontecimiento es equiparable a la que debieron sentir otros muchos seguidores más veteranos (recuerdo en concreto al insigne rojiblanco director de cine José Luis Garci, al que se lo he oído comentar en más de una ocasión) cuando se ganaron brillantemente las dos primeras Copas (entonces del Generalísimo) frente al mismo rival y en el mismo escenario. Temporadas 59-60 y 60-61. Sendas victorias por 3 a 1 y 3 a 2, del Atlético de Adelardo, Peiró y Collar frente al Real Madrid de Di Stéfano, Puskas y Gento.    
  Pero en cuanto al desarrollo del juego en sí, con independencia de que fuéramos infinitamente superiores al rival, no lo recuerdo como especialmente primoroso e inolvidable, como sí lo fue el de la Supercopa europea. Se derrochó oficio, seguridad, contundencia y saber hacer, pero no se llegaron a alcanzar (repito, en mi humilde opinión), los niveles de excelencia alcanzados en el 2012.
  En cualquier caso, este debate ya olvidado (ya se sabe que en el mundo del periodismo no hay nada más viejo que una noticia de ayer) y que yo he reabierto en cierta forma me sirve para enlazar con el miniserial que estoy dedicando a aquellas finales del equipo a las que tuve la dicha y fortuna de poder acudir “in situ”. Tras la final de Lyon y la del Mallorca, llegamos a esta final del 92. Y la he querido recordar con ese nombre, además de cómo signo diferenciador de un año importantísimo para la historia del deporte español en general (¡esos inolvidables Juegos Olímpicos de Barcelona!), para distinguirla de todas las otras muchas finales brillantemente conquistadas en el mismo recinto, varias de ellas ante el mismo rival.
  Y como hicimos en los dos artículos dedicados a las dos finales antedichas, vamos en primer lugar a repasar someramente la trayectoria hasta la final. Nuestro equipo entró en liza ya bastante adelantada la competición, en octavos de final, por lo que tuvo que disputar apenas tres eliminatorias para llegar a ella. Eso sí, todas ante equipos de Primera División.
Futre en acción
  En octavos el bombo nos emparejó con el Oviedo, por entonces en tiempos de bonanza. La ida tuvo lugar en el viejo Carlos Tartiere el día ocho de enero de mil novecientos noventa y dos. Es decir, ya se había abandonado la inveterada costumbre de disputar las eliminatorias coperas en mayo, al finalizar el torneo liguero, y se había adoptado prácticamente el sistema actual de celebrar todas las eliminatorias, hasta la final, en los meses de invierno (principalmente, enero). Y susto. Derrota por un gol a cero, anotado por el delantero vasco Sarriugarte al poco de comenzar el encuentro. Tocaba remontada en Madrid. Y se remontó. ¡Y cómo!. Catorce días después, el veintidós de enero, en noche fría y brumosa, pero desde otro punto de vista, brillante, goleada por cinco goles a cero. Completaron el resultado Futre, anotando el primer gol y el quinto, y entremedias Toni, Moya y Manolo.
  En cuartos de final el rival fue el Athletic de Bilbao. Una vez más, sucursal contra casa madre. Y una vez más el “hijo” salió respondón. Ya quedó zanjada la eliminatoria en la ida, disputada en San Mamés el día cinco de febrero. Contundente victoria por cero goles a tres. Goles de Manolo de penalti y dos de Futre. Buenísimo partido del equipo, en especial de este último. La estrella lusa estaba disfrutando de su mejor época con la elástica rojiblanca, como es fácilmente deducible. Y trámite en Madrid, En esta ocasión tres semanas después, el veintiséis de febrero, se redondeó el marcador global con una nueva victoria por un gol a cero, anotado por Vizcaíno de penalti cerca del final.
  En semifinales, el Deportivo de Coruña. Curiosamente, sobre el papel, el rival menos fuerte de los tres. Acababa de regresar a Primera División, después de veinte años, y había conservado dignamente la categoría. La eliminatoria sí que tuvo lugar en esta ocasión al finalizar la Liga. La ida, el día catorce de junio, en el Vicente Calderón. Cómoda victoria por dos goles a cero. Los goleadores, Manolo y Schuster. Y la vuelta, en Riazor, el día veinte de junio. El gol de Manolo mediada la segunda parte sentenciaba la eliminatoria. El de Djukic de penalti cerca del final tan sólo sirvió para obtener el empate en el partido. El yugoslavo era uno de los miembros de la plantilla deportivista que a partir de la temporada siguiente forjarían la leyenda del Superdepor, sobre todo con la llegada de los astros brasileños Mauro Silva y Bebeto.
  Y la gran final tuvo lugar en el estadio Santiago Bernabéu, el día veintisiete de junio de mil novecientos noventa y dos. Una vez más, no existieron con las entradas los problemas que luego llegarían a suscitarse al cabo de los años con otras finales. Para los socios, para todos, sin distinción de antigüedades, nos habilitaron unas taquillas especiales en el propio estadio Vicente Calderón. Fuimos durante los días establecidos, ni siquiera era un día único, retiramos nuestras localidades previa espera en una cola nada escandalosa y sin más dilación estábamos ya preparados para asistir al magno acontecimiento. Pocos años después, en 1999, habiendo querido asistir a la final de Copa contra el Valencia en el estadio de La Cartuja de Sevilla, me tuve que quedar con las ganas. Ya la demanda se había incrementado exponencialmente y habían dejado un solo día para la retirada de entradas por parte de los socios. Y el día en cuestión, después de haber estado toda la mañana esperando en una cola que daba más de una vuelta al propio estadio, poco antes de llegar al destino prometido, nos cerraron las taquillas en la narices sin vendernos más entradas. Lo cierto es que desde entonces jamás he conseguido obtener boletos para acudir a cualquier otra de las finales (que no han sido muchas, pero tampoco pocas) a las que ha llegado nuestro equipo.
Celebrando uno de los goles ante la parroquia madridista
  En esta ocasión, mi localidad se ubicaba en la grada de lateral, en la esquina conformada entre la misma y el fondo norte, que fue el asignado para la hinchada atlética. Me llamó la atención que la práctica totalidad de mis vecinos de asiento no parecían ser socios de la entidad, sino, por las pancartas, carteles y banderas escritas que portaban, peñistas provenientes de otras provincias, como Ávila, Toledo, Cáceres o Badajoz. Comprendí de primera mano las ventajas de que disponen las peñas a la hora de conseguir entradas para acontecimientos especiales, ventajas de las que ignoro si seguirán disfrutando en la actualidad.
  Al igual que el año anterior frente al Mallorca, me gustó llegar al estadio con mucha antelación, para rodearlo en todo su perímetro y empaparme del ambiente. En teoría, las aficiones estábamos separadas y no podíamos mezclarnos. Pero como iba solo, no portaba ningún distintivo del equipo (por esa época no me gustaba llevarlos; ahora sí) y no me debieron ver peligroso, nadie me puso problema alguno para mi paseo perimetral.
  Bajo las órdenes del colegiado asturiano Díaz Vega, las alineaciones fueron las siguientes: por parte del Real Madrid, Buyo; Chendo, Tendillo, Sanchís, Villarroya (Paco Llorente, mínuto 45); Michel, Milla, Hierro, Hagi (Alfonso, minuto 12); Luis Enrique y Butragueño. El entrenador era el holandés Leo Beenhakker. Y por parte del Atlético de Madrid: Abel; Tomás, López, Donato, Solozábal, Soler; Vizcaíno, Schuster; Manolo (Toni, minuto 77), Moya (Alfredo, minuto 59) y Futre. Nuestro entrenador, el legendario Luis Aragonés, en una más de sus múltiples etapas en el banquillo rojiblanco. El cancerbero Abel conseguía por fin disputar una final victoriosa con su equipo (había jugado la perdida frente a la Real Sociedad en 1987 y se había perdido la del año pasado frente al Mallorca). Los dos únicos fichajes de ese año jugaron de titulares: Soler, que más que fichaje era cesión del Barcelona. Hizo un buen año, taponando si acaso la irrupción de un prometedor Toni que a partir de la temporada siguiente, con su marcha, sería irrefrenable. Luego, por cierto, entre los muchos equipos en los que jugaría, lo hizo también en los rivales blancos. Y Moya, que le dio al equipo un cariz más ofensivo. Empezó la temporada maravillosamente, para luego ir disminuyendo su rendimiento de forma paulatina. Schuster y Vizcaíno dejaron de tener un acompañante en la línea medular, ya que el recién llegado se desplazó hacia la delantera, para acompañar a Manolo y Futre. Eso sí, ninguno de los tres era delantero centro clásico. Seguíamos con el sistema, anticipándonos en el tiempo veinte años, del delantero centro falso o mentiroso.
Gol de Schuster
  Respetando el dibujo táctico de la anterior temporada, Luis jugaba también este año con esquema de tres centrales. Como curiosidad, de la terna de la final del año pasado, habían desaparecido (de la alineación titular de este partido, no de la plantilla) Ferreira y Juanito, dejando paso a dos iconos de la historia rojiblanca como López y Donato. El único que repetía final era Solozábal, apenas un mes después campeón olímpico.
  Lo primero destacable del encuentro fue la lesión del rumano Hagi. Una noble entrada de López (como todas las suyas, ¿acaso hay alguien que lo dude?) la provocó. El ritmo del partido se vio claramente desde el inicio que lo manejaba la escuadra rojiblanca. Movía el cuero con alegría y velocidad de un lado al otro del terreno de juego. En estas, a los siete minutos, falta madridista. Bastante lejos del arco. Para cualquier otro jugador, estaba tan retirada que ni se podría pensar en el lanzamiento directo. Pero nosotros disfrutábamos de Schuster. El lanzamiento de faltas era una de sus especialidades, y el de estas un poco alejadas su sello de identidad. Se hizo el silencio en todo el estadio. La mitad de las gradas se temía lo que se avecinaba. La otra mitad lo anhelaba. El genio alemán se posiciona encima del balón. Apenas coge carrerilla, como era característico de él. Golpea el balón con el interior del pie derecho. Para haberle dado con esa superficie, sale con una potencia inusitada (otra de sus cualidades). Y colocación portentosa. Teledirigido a la escuadra. La estirada de Buyo no vale sino para salir en la foto. Las gradas rojiblancas se abrazan alborozadas.
Gol de Futre
  Poco después, tras renquear unos minutos, Hagi se retira. Los blancos debían de atacar ahora, en busca del empate. Pero son los rojiblancos los que enlazan feroces ataques, uno detrás de otro, en busca del marco rival. Nada novedoso, es lo que siempre pasaba en los “derbies” de aquellos años. Penalti flagrante de Buyo a Schuster no pitado. Y poco después se obtiene premio. A los veintinueve minutos, enésima escapada de Futre por la banda izquierda, con Chendo persiguiéndole como siempre  sin alcanzarle. Apenas pisa el área, sorpresivo disparo (porque no se prodigaba en exceso en el disparo lejano). La velocidad de la acción y la violencia y certeza del disparo sorprenden a Buyo (recordemos: acérrimo enemigo del portugués, aún más allá de los terrenos, desde cierto incidente ya recordado en el artículo dedicado a Futre) y el balón se dirige a la misma escuadra que antes había encontrado Schuster, que para eso se sabía ya el camino. Años después, el astro luso confesaba que la dulce victoria y su manera de conseguirla había sido su mejor recuerdo en rojo y blanco.                   
  Media hora de confrontación y el partido parecía resuelto. O al menos encarrilado. Que con ese rival enfrente nunca se sabe. Habíamos vivido muchas situaciones parecidas en las que habían conseguido dar la vuelta al marcador. Y para muestra, un botón reciente. Apenas dos años antes, en la trigésimo séptima y penúltima jornada de la Liga 89-90, tras haber llegado al descanso con diferencia de tres goles a cero, de Baltazar, Orejuela y Manolo, los blancos, arbitraje calamitoso del catalán Mazorra Freire mediante, llegaron al empate a tres, por medio de Hierro, Losada y de nuevo Hierro, ya fuera de tiempo, transformado una inexistente y lejanísima falta directa.
Futre recoje la Copa
  Por eso, si bien el encuentro desde entonces discurrió con relativa tranquilidad, y sus escasos ataques eran perfectamente controlados por nuestra zaga, muchos tuvimos que acordarnos de ese antecedente y de otros similares cuando en el minuto sesenta y nueve, el árbitro nos sancionó con un penalti en contra. El típico que le pitaban siempre a Butragueño, el cual buscaba al portero rival que desde hacía media hora estaba ya tirado en el suelo. Michel lo tira a su izquierda con potencia. Pero Abel tiene su minuto de gloria en la final y con una portentosa estirada despeja el esférico. De ahí al final, los blancos perdieron toda su fuerza y el juego fue un continuo baile rojiblanco, que, de habérselo propuesto, podría haber hecho sangre y obtenido un marcador histórico.
  Cuando concluyó el encuentro y Futre como capitán recogió la Copa, muchos aficionados atléticos, en el estadio y fuera de él, lo celebramos intensamente. Había sido una vivencia inolvidable. Comprendo que para todos aquellos que actualmente rondan la treintena, les dejara marcados. Ese día, muchas vocaciones atléticas o bien se descubrieron o bien, sobre todo, se confirmaron y reafirmaron. 
  

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 21 de noviembre de 2012

MARCELINO

MARCELINO

  Comenzamos el artículo de hoy con una breves disquisiciones (no me atrevo a llamarlo lecciones) tácticas, que se adaptan perfectamente a nuestro protagonista. Cuando, a mediados de los años sesenta, uno de los dos centrocampistas atrasa su posición y se incrusta en la línea defensiva, ésta pasa a estar conformada por cuatro jugadores, dos defensas centrales (o uno y líbero) y dos laterales. Es el esquema táctico mayoritario hasta hoy en día, con alguna excepción para las líneas de tres o de cinco miembros. Hasta que esa circunstancia no se dio, los zagueros apenas se incorporaban al ataque. Bastante tenían con lidiar en desventaja de tres contra cinco (los delanteros oficiales en esa época). Pero, una vez que se vieron más protegidos, poco a poco se lanzaron a alcanzar más protagonismo ofensivo, cubriendo el espacio que los atacantes dejaban libre al retrasarse igualmente. Si bien en algún caso ese avance se dio por la parte central, generalmente fueron los defensas laterales los que atacaban más. Hacia mediados de los años 70, los laterales más valorados y modernos eran los que, guardando su parcela como primera premisa, por supuesto, más y mejor atacaban. Fiel paradigma de esa modernidad era Marcelino. En este sentido, recuerdo como en uno de sus partidos con la Selección española, concretamente en el amistoso disputado en el parisino Parque de los Príncipes, contra Francia el día ocho de noviembre de mil novecientos setenta y ocho, con derrota final por un gol a cero, anotado por el defensa central Specht, desplegó un juego portentoso, un vendaval de constantes subidas y centros por su banda derecha. Fue probablemente el partido más completo que le recuerdo, dentro de su magnífica línea de regularidad y tono notabilísmo. De hecho, para nuestro entrenador de entonces, el húngaro Ferenc Zsuzsa, que acababa de arribar al equipo tras haber comenzado la temporada en el banquillo Héctor Núñez y ser cesado al poco tiempo, fue una gratísima sorpresa. Estaba tan recién llegado que incluso desconocía la verdadera valía de sus jugadores y para él, según comentó al día siguiente en los medios de comunicación, fue sorprendente ver que disponía en su plantilla de un defensa lateral derecho que se adaptaba tan bien al concepto moderno.
  Marcelino Pérez Ayllón nació en Sabadell el día trece de agosto de mil novecientos cincuenta y cinco. Tras despuntar en categorías inferiores en diferentes equipos de su tierra, como el Gimnástico Mercantil, disputa con el Sadabell dos excelentes campañas en Segunda División, 72-73 y 73-74, que le posibilitan su fichaje por el equipo colchonero. Muy jovencito además, a punto de cumplir diecinueve años. Por aquel entonces jugaba de centrocampista, posición en la que igualmente disputó sus primeras campañas rojiblancas. Pero fue nuestro legendario entrenador Luis Aragonés, que llegó a compartir plantilla con él como jugador durante unos pocos meses,  el que en sus primeros años de técnico le cambió de ubicación y con ello, para bien, su futura trayectoria. Vio que su velocidad, anticipación e impetuosidad rendirían mejor al equipo en banda y le colocó de lateral, para suplir a otra leyenda rojiblanca como era Melo. A partir de ahí su rendimiento fue sobresaliente. El mismo camino hacia el lateral se lo hizo tomar en sus sucesivas etapas a otros discípulos bajo sus órdenes, con diferentes resultados: magníficos, como Aguilera, circunstanciales, como Quique Ramos, o meramente episódicos, como Pedro Pablo. Seguro que la reciente reconversión de Juanfran hubiera sido muy del agrado del sabio de Hortaleza.
  Marcelino defendió los colores rojiblancos durante once excelentes temporadas, desde la 74-75 hasta la 84-85, ambas inclusive. Jugó un total de ciento noventa encuentros ligueros, en los que anotó tres goles (no se puede decir que fuera excesivamente goleador), cuarenta y uno de Copa (del Generalísimo o del Rey), con un gol, y veintiuno de diferentes competiciones europeas, sin gol alguno. Como todas las leyendas rojiblancas que estamos rememorando en esta serie de artículos, uno de los motivos indudables de su éxito fue su regularidad, dado que disputó el siguiente número de encuentros ligueros, en sus once ejercicios: 15 (su primer año, de asentamiento), 21, 28, 34 (todos), 32, 6 (este año debió de estar lesionado), 19, 12, 16, 7 y 0 (este último año tan sólo jugó dos encuentros de Copa). Los números no mienten, y muestran claramente como su rendimiento fue en ascenso imparable, con esos picos majestuosos de las temporadas 77-78 y 78-79 (sin duda alguna, su mejor época; además, de sus tres goles ligueros, dos lo fueron en estas temporadas, a razón de uno por cada una; el otro lo fue en la 80-81), para luego ir descendiendo paulatinamente.
  Su debut tuvo lugar en la primera jornada de la Liga 74-75, el día ocho de septiembre de mil novecientos ochenta y cuatro, en un triste empate a cero contra el Granada en el Vicente Calderón, compartiendo medular con Irureta y con Luis, el cual, apenas un par de meses después, de manera sorpresiva, tras el cese del entrenador Juan Carlos Lorenzo, dejaría de ser su compañero y pasaría a ser su entrenador.
  En cuanto a los reseñados goles, al igual que hicimos en el artículo dedicado a Solozábal, dado su escaso número, vamos a repasarlos someramente. Si bien existe una diferencia: los del central los recuerdo todos ellos vívidamente; los del lateral, no, son todos fruto de documentación previa. Por aquellos tiempos yo todavía no acudía al estadio y los resúmenes televisivos muchas veces ni existían. El primero cronológicamente fue el gol copero, ya que lo anotó el día diecinueve de junio de mil novecientos setenta y seis, en las semifinales de la Copa del Generalísimo (la última que se disputó) frente a la Real Sociedad. En la ida, se había vencido en Atocha por un gol a cero (de Panadero Díaz, uno de los pocos que el zaguero argentino consiguió con nuestros colores). Y en la vuelta en el Vicente Calderón, el gol del centrocampista Marcelino, luego empatado por Muruzábal, valió para meter al equipo en la final, que a la postre se ganaría frente al Zaragoza por un gol a cero, el último de Gárate, tal y como recordamos en el artículo a él dedicado, primero de este blog.
  Y en cuanto a los goles ligueros, fueron los siguientes: el primero, ya jugando de lateral, frente al Salamanca, el día trece de noviembre de mil novecientos setenta y siete, jornada 10ª de Liga. Victoria por cuatro goles a dos. El suyo fue el primero, completando luego el resultado Rubio y Rubén Cano en dos ocasiones. El segundo, frente al Celta, el día veintiuno de enero de mil novecientos setenta y nueve, jornada 17ª de Liga. Victoria por cuatro goles a cero. El suyo, el tercero. Los otros goles fueron del mago brasileño Leivinha, en una de sus tardes inolvidables. Y el tercero y último, el cinco de octubre de mil novecientos ochenta, jornada 5ª de la Liga 80-81, la primera del Doctor Cabeza en la Presidencia, García Traid en el banquillo y que casi ganamos, perdiéndola al final dolorosamente (¡ese Álvarez Margüenda!). Victoria por dos goles a uno. El de Marcelino sirvió para empatar el inicial de Dani, y que luego Rubio, de penalti a tres minutos del final, consiguiera el resultado final.
  El palmarés de Marcelino con la camiseta rojiblanca incluye la práctica totalidad de los títulos de la década de los 70: la Copa Intercontinental de la temporada 74-75 (si bien no jugó ninguno de los dos partidos de la final, frente al Independiente de Avellaneda, ya figuraba en la plantilla), la Copa del Generalísimo (en la que sí jugó la final, tras participar de forma activa en las eliminatorias, como acabamos de ver al reseñar su gol en semifinales frente al conjunto donostiarra) y la Liga de la temporada 76-77, en la que ya sí que tuvo un protagonismo activo, iniciando su fase de esplendor.
  Por lo que hace referencia a su trayectoria en la Selección española, defendió la elástica de “La Roja” en trece ocasiones, todas ellas con Kubala de seleccionador. Con motivo de su debut recuerdo una entrevista periodística en la que nuestro jugador alucinaba con el simple hecho de poder portar en los entrenamientos un chándal con el nombre de “España” grabado en el pecho. Debutó el día veintiséis de octubre de mil novecientos setenta y siete, en partido clasificatorio para el Mundial de Argentina 78 disputado, curiosamente, en el estadio Vicente Calderón, contra Rumania. Sustituyó por lesión a otro lateral derecho reconvertido, en este caso desde la posición de extremo, cual era el bético Benítez. Se venció por dos goles a cero. Ese mismo día, tal y como ya recordamos en el artículo a él dedicado, Leal marcaba su primer y único gol como internacional. El segundo fue de Rubén Cano, peinando ligeramente una falta lateral botada por el madridista Pirri. Tan ligeramente que éste propugnaba para sí la autoría del gol. Y Marcelino cumplió su cometido estupendamente bien. Tanto que se hizo con el puesto de lateral derecho titular durante los dos siguientes años, por encima de rivales como el madridista Sol, el españolista Ramos, el barcelonista De la Cruz, el mentado bético Benítez o el valencianista Carrete. Durante esos tiempos Marcelino, Leal y Rubén Cano fueron la constante aportación de nuestro club al combinado nacional. Por consiguiente, participó en la épica victoria frente a Yugoslavia, que sellaba el pasaporte para el Mundial argentino, con la victoria por uno a cero con el mítico gol de Rubén Cano, en los tres partidos de la fase final de dicho Mundial, como titular, frente a Austria, Brasil y Suecia, y en los primeros clasificatorios para la siguiente gran cita internacional, la Eurocopa de Italia 80. Su último entorchado, en esa fase clasificatoria, fue el día cuatro de abril de mil novecientos setenta y nueve. Curiosamente, contra Rumania, el mismo rival contra el que había debutado. En esta ocasión, en suelo rumano, en Craiova. Empate a dos. Los dos goles locales de Georgescu fueron contestados por los dos españoles del bilbaíno Dani.                              
  Marcelino, desde los tiempos de mi niñez y primera adolescencia, que magnifican e intensifican los acontecimientos, fue el lateral derecho perfecto. En mi opinión, el mejor del que hayamos podido disfrutar, por encima de otros ídolos rojiblancos posteriores como Tomás o Geli (no vi jugar a Revilla). Su velocidad, garra e impetuosidad servían no tan sólo para defender imperialmente su parcela, sino también, tal y como anticipamos en la introducción del presente artículo, para arrojarse con valentía y rapidez al ataque. Todo ello coronado por su tremendo carisma, personalidad y amor propio. Su anterior ubicación de centrocampista de brega y pelea le valió para desplegar y acentuar sus aspectos defensivos y así marcar hasta el aburrimiento a los extremos rivales. Pero lo que creo que sin duda alguna ha quedado impreso en el imaginario colectivo es su facilidad para el despliegue ofensivo. Sus continuas subidas eran jaleadas desde la grada y fue uno de los pioneros de todos los demás laterales ofensivos que hayan podido venir con posterioridad.               



JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ