miércoles, 25 de abril de 2012

VIERI

VIERI.

  Defendió nuestros colores tan solo una temporada. No se significó especialmente por su idiosincrasia atlética. De hecho, después de irse de nuestro equipo manifestó al cabo de los años que la decisión de su carrera de la que más se arrepentía era la de haber dejado su anterior club, la Juventus de Turín. Pero, al igual que todos los grandes jugadores atléticos a los que estoy dedicando breves semblanzas, dejó un recuerdo imborrable, que se acrecienta además año tras año. Es el sabido y conocido como “efecto Gardel”, famoso cantante de tangos de primeros del siglo XX que, para todos los argentinos, cada vez canta mejor. De igual forma, de todos los grandes peloteros que hemos conocido, el paso del tiempo no hace sino potenciar y aumentar sus innegables virtudes futbolísticas. Por otro lado, de todos aquellos que he tratado hasta ahora, es el más cercano en el tiempo, el más fresco en la memoria de los aficionados, incluida la de aquellos más jóvenes que no han tenido ocasión de conocer a otros más antiguos y que al parecer disfrutan sabiendo de ellos.
  Christian Vieri (no es que me esté “comiendo” el segundo apellido, es que los italianos no lo tienen) nació en Bolonia, el día doce de julio de mil novecientos setenta y tres. En Italia se le conoce con el sobrenombre de “Bobo” (supongo que no llevará la carga peyorativa que dicho calificativo tiene en España), derivado del nombre italiano de su padre, Roberto, que al traducirlo los australianos angloparlantes se transformó en Bob, y durante el añito glorioso que pasó con nosotros, se le calificó como “El Capocannonieri”. Siendo muy niño, a los cuatro años, se trasladó con su padre, futbolista profesional, a Australia. De su estancia en ese país nació sus muchas veces confesado (y para muchísima gente, y que me perdonen sus seguidores, inexplicable) amor al deporte del cricket. En el país oceánico nació su hermano Massimiliano, que luego sería internacional con Australia. Allí empezó Christian a jugar al fútbol, en el Marconi Stallions de Sidney. Volvió a Italia en 1991, para jugar sucesivamente, a equipo por temporada, en la que ha sido una de sus principales características de su trayectoria profesional, en Torino, Pisa, Rávena, Venecia, Atalanta y Juventus. En este último disputó la temporada 1996-97, con un altísimo nivel, que le permitió ridiculizar en el mismísimo San Siro a los insignes defensas Franco Baresi y Paolo Maldini en la recordada victoria juventina sobre el Milán por seis goles a uno. En esos años, ya se podía disfrutar en España por televisión de las grandes Ligas europeas, y ese inolvidable partido se pudo ver aquí.
  Por ese mismo motivo televisivo, cuando el Atlético de Madrid anunció oficialmente en el verano de 1997 que se había fichado para la próxima temporada 1997-98 tanto al delantero Vieri como al centrocampista Juninho, brasileño que destacaba sobremanera en la Liga inglesa, enrolado en las filas de un equipo mediano como era el Middelsbrough (por cierto, acompañado de otro mediocampista de igual nacionalidad, Emerson, que con el paso de los años también defendería la elástica rojiblanca), a muchos aficionados atléticos nos pareció casi increíble que dos jugadores tan buenos, que podíamos ver todos los fines de semana por televisión rindiendo excelentemente y haciendo cosas majestuosas, pudieran llegar a recalar en el Aleti. Particularmente me invadió un sentimiento de euforia similar al que, muchos años antes, siendo niño, experimenté con la llegada de otros dos grandes cracks mundiales como Luiz Pereira y Leivinha.
  Ambos jugadores fichados casi al unísono (esa temporada también se hizo como fichaje de calidad el de Jordi Lardín) se hicieron íntimos amigos. Eran vecinos, casi puerta con puerta. Por eso, uno de los detalles más inolvidables de su estancia atlética y que demuestra la indudable calidad humana de Vieri tuvo lugar el nueve de febrero de mil novecientos noventa y ocho. Ese día, lunes por la noche, partido televisado por Antena 3, se celebraba la vigésimo-cuarta jornada de Liga, contra el Oviedo. Se ganó por cuatro goles a uno, anotados dos por Vieri, otro (el primero) por José Mari y otro más (el cuarto) por Paunovic, siendo el gol oviedista del panameño Dely Valdés. Al anotar Christian su primer gol, segundo del equipo, en el minuto treinta y cinco, se dirigió a una cámara cercana y, para sorpresa de todos los televidentes, hizo un gesto que luego se ha convertido en habitual, pero que entonces era sumamente novedoso. Se levantó su camiseta para mostrar otra rojiblanca que llevaba debajo, con el nombre y el dorsal de su amigo del alma Juninho colocados sobre el pecho, en un inequívoco gesto de homenaje y de ánimo al camarada caído, dado que la semana anterior, en Vigo, había sido lesionado gravísimamente por el céltico Michel Salgado, truncando su magnífica trayectoria (Juninho volvería a jugar al fútbol, incluso figuraría en el plantel brasileño que ganó el Mundial de Corea del Sur y Japón de 2002, pero jamás volvería a alcanzar el nivel de antes de la infortunada lesión). Huelga decir que muchos lagrimales se vieron humedecidos por la amistad y la camaradería mostrada por Vieri.
  Otro de sus grandes amigos dentro de la plantilla en su año fugaz con nuestros colores fue su compañero de delantera, el genio gaditano Kiko. Lo cierto es que éste durante su época de esplendor cambiaba de acompañante prácticamente cada año (además del que hoy nos ocupa, Pevev, Esnáider o Hasselbaink), pero en mi modesta opinión creo que con el que mejor llegó a compenetrarse, el que más y mejor pudo aprovechar sus pases magistrales e inusitados, fue el delantero italiano. En entrevistas tanto de esa misma temporada como de épocas posteriores, Vieri recuerda a modo de anécdota que, en su larga trayectoria profesional en tantos y tantos equipos, Kiko fue el único con el que se entendía a silbidos. El que silbaba era el gaditano. Y el que lo oía era Vieri. Y tal llegó a ser el nivel de compenetración que con ese mero silbido el ariete ya sabía lo que su compañero iba a hacer.
  Vieri debutó oficialmente en la primera jornada de Liga en el estadio Santiago Bernabéu, contra el Real Madrid, el día treinta de agosto de mil novecientos noventa y siete. Empate a uno. Gol de Juninho a poco de empezar y empate de Seedorf con recordado golazo desde casi el centro del campo, sorprendiendo a nuestro magnífico cancerbero Molina, cerca del final. Ese día Vieri estuvo poco afortunado, y malogró ante Cañizares varias oportunidades claras. Lo que motivó que muchos agoreros criticaran al fichaje, argumentando que se había gastado mucho dinero para un delantero que no lo valía. Pero el paso del tiempo puso a cada cual en su sitio. Vieri hizo una temporada prodigiosa, anotando veinticuatro goles en veinticuatro partidos (se perdió varios partidos de Liga por lesión), y siendo el máximo anotador (pichichi en español o capocannonieri en italiano) de ese torneo. En todos esos goles, aparte del ya recordado con anterioridad por su valor sentimental, destacan especialmente dos portentosas exhibiciones individuales: la primera tuvo lugar el día dieciocho de octubre de mil novecientos noventa y siete, en La Romareda, en Zaragoza, para celebrar el final de los Pilares, con victoria atlética por cinco goles a uno. El primero de Kiko, a los tres minutos. Y luego tres seguidos de Vieri, todos con durísimos disparos desde posiciones alejadas, incluso alguno de ellos sumamente esquinado. Los seguidores zaragocistas seguían con pavor cada jugada en la que intervenía. Descontó Garitano de penalti y José Mari hizo el quinto y definitivo. Y la segunda, aún más portentosa exhibición individual que la anterior, pero con no tan buen resultado para el equipo fue la recordada derrota contra el Salamanca en El Helmántico, por cinco goles a cuatro, en la que él marcó los cuatro goles que no sirvieron para nada, el día veintiuno de marzo de mil novecientos noventa y ocho, jornada trigésima de Liga. Acostumbrado al rigor defensivo de la Liga italiana, a Vieri, en las entrevistas postpartido (por cierto, una de las pocas que debió conceder, ya que no era muy amigo de salir en la prensa), se le hacía inconcebible cómo se podía perder un partido en el que él había marcado cuatro goles.
  A los del torneo liguero, hay que sumar cinco goles más en la copa de la UEFA. Uno en la ida de los treintaidosavos de final, contra el Leicester inglés, otro contra el también inglés Aston Villa, en cuartos de final y tres en casa, el día veintidós de octubre de mil novecientos noventa y siete, en la ida de los dieciseisavos de final, frente al PAOK de Salónica griego, con victoria por cinco goles a dos, tres de Vieri, otro de Lardín y otro de Kiko. Y es precisamente el tercero del italiano, el que entonces hacía el 4 a 1, en el minuto cincuenta y tres, el que es su gol más recordado, el que pasa con asombro de generación en generación y el que provoca que Vieri sea venerado para siempre. Para aquellos que no lo vieran de primera mano o los que no lo tengan grabado, simplemente recordarles que hoy en día es fácilmente accesible en la red de redes. Aún así, y reconociendo que una imagen vale más que mil palabras, no me resisto a intentar al menos explicarlo en forma escrita (y así volverlo a disfrutar mientras lo rememoro). En un balón profundo hacia la línea de fondo, que parecía perderse irremisiblemente por ella, en el Fondo Norte del estadio, el delantero italiano corrió tras él. El portero griego, Michopoulos, salió del área para amagar y dejar que el balón saliera del terreno de juego. Pero Vieri no se tragó el amago y no disminuyó la potencia ni la velocidad de su carrera. Llegó a contactar con el esférico justo cuando estaba sobre la línea de fondo, donde quedó detenido, fuera del área grande, en las proximidades del banderín de córner derecho. La portería estaba desguarnecida, el guardameta había quedado ya fuera de la acción. Vieri volvió rápidamente sobre sus pasos y contactó con el balón con un golpeo de interior de su pierna izquierda. El cuero desplegó una trayectoria curva, ya que en caso contrario hubiera sido imposible dada su ubicación, y salvando el primer palo atravesó la línea de gol, ante la estupefacción generalizada. Un inolvidable gol para todos aquellos que tuvimos la fortuna de disfrutarlo en directo (en mi caso, por razones de trabajo, por televisión).             
  Por lo que se refiere a sus cualidades, Vieri era un estupendo delantero, que se caracterizaba sobre todo por la violencia de su golpeo, más con la pierna izquierda que con la derecha, y por la precisión de sus remates. Como es habitual en todo delantero italiano, debe estar acostumbrado a definir las escasas oportunidades que pueda tener. Tenía una gran complexión física, alto y fuerte. Su remate de cabeza era poderoso, pero no era no obstante su principal capacidad. La violencia y precisión de su disparo hacía que no importara la distancia que le separara de la meta adversaria. Cualquier posibilidad que tuviera de disparo era letal.
  Y una vez concluida su magnífica y recordada temporada, sin que nadie llegara a saber nunca por qué inexplicables razones, se volvió a Italia, a la Lazio, donde también estuvo otra temporada escasa. Luego al Inter de Milán, equipo en el que dispuso de más estabilidad, al figurar seis temporadas, en unión de otros astros como Ronaldo o Hernán Crespo, y luego, en periodos de tiempo inferiores incluso a un año, pasó por Milán, Mónaco, Sampdoria, Atalanta, Fiorentina y de nuevo Atalanta, donde se retiraría en la temporada 2008-09.
  Con la selección italiana disputó cuarenta y nueve encuentros internacionales, anotando veintitrés goles, nueve de los cuales lo fueron en los nueve partidos jugados entre sus dos Mundiales, los de Francia 98 y Corea del Sur y Japón de 2002.
  Como conclusión, estimo que Vieri traduce el significado de lo que significa ser un auténtico profesional (precisamente lo opuesto a lo que se califica en el ámbito futbolístico como “mercenario”): ofrecer siempre lo mejor de ti mismo, tu trabajo bien hecho, allí donde estés.
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 18 de abril de 2012

CON NUEVE BASTA

CON NUEVE BASTA
Manolo, autor de dos goles ese día

  Dos de diciembre de mil novecientos noventa. Partido en el Vicente Calderón, cinco de la tarde. Rival: el Zaragoza, en la jornada decimotercera del Campeonato de Liga 1990-91. Ambiente gélido, con neblina que se iba acentuando según caía la tarde. Nos encontrábamos ya en época de Adviento, en las proximidades de las fiestas navideñas. Y como regalo anticipado de Navidad, nuestros jugadores nos agasajaron con uno de los partidos más intensos y emocionantes que jamás se haya disputado en nuestro estadio. No sirvió para ganar ningún título, pero todos los que allí estuvimos jamás olvidaremos la portentosa exhibición del equipo, el coraje y garra que derrocharon, sin olvidar la calidad que tuvieron que demostrar. Un partido imperecedero.
  Y es que éste en concreto es recordado por la fiel hinchada colchonera por varios motivos en particular. Primero, por ser el partido en el que ganamos con nueve sobre el campo (aquí tengo que confesar desolado que mi memoria me ha traicionado; yo creía recordar que nos expulsaron a tres jugadores y que por ende finalizamos el encuentro con ocho. Por ese motivo, tenía pensado titular el artículo “Con ocho basta”, parafraseando la popular serie estadounidense televisa de los años ochenta. Pero al consultar bibliografía he comprobado que expulsaron sólo a dos. Tampoco está mal ganar jugando nueve contra once, ¿verdad?. Comprobado mi error memorístico, he tenido que adaptar el título del artículo). Segundo, porque pese a ello, vencimos por goleada de cuatro goles a cero. Tercero, porque uno de los goles lo anotó nuestro defensa lateral derecho Tomás, y eso es verdaderamente noticioso, ya que fue el único que logró en el estadio Vicente Calderón (aparte de éste, sólo marcó otro gol más con nuestra camiseta, en la jornada decimoséptima de la temporada 1988-89,  el ocho de enero de mil novecientos ochenta y nueve, en el empate a uno contra el Murcia en La Condomina, adelantando a nuestro equipo en el minuto 74 con un zurdazo lejano, desde la posición de lateral derecho, que entró por toda la escuadra del cancerbero murcianista Amador, y que poco después igualaría el delantero gaditano Mejías II). Cuarto, porque el último gol lo marcaría Manolo (precisamente ex-murcianista) en una medida vaselina por encima de un portero de tantísima estatura como lo era Cedrún. Quinto, porque este partido se encuentra dentro de la mítica marca de 1275 minutos ligueros imbatido de nuestro guardameta Abel Resino, desde que el entonces mallorquinista Claudio le batiera en el minuto 30 de la anterior jornada hasta que lo volviera a hacer el entonces sportinguista Luis Enrique en el minuto 45 de la vigésimo-sexta jornada. Y sexto y último, y quizá el más importante, porque todos pudimos disfrutar con una de las más inolvidables y portentosas actuaciones individuales que jamás se haya podido presenciar sobre el césped de nuestro estadio, y que no fue otra que la de nuestro delantero, pequeño de estatura, grande de calidad, Sabas (¡y eso que apenas estuvo veintitrés minutos sobre el terreno de juego!).
  El árbitro del encuentro, el que expulsó a dos de los nuestros, era el gallego Bello Blanco que, sin llegar a figurar en la lista negra de los colegiados que, dicho eufemísticamente, no nos han sido excesivamente favorables, como Guruceta, Álvarez Margüenda o Mazorra Freire, lo cierto es que no tenía excesiva calidad e hizo un partido francamente calamitoso.
Rodax anotó el primero de penalti
  Nuestro entrenador esa temporada era el croata Tomislav Ivic (recientemente fallecido, el día veinticuatro de junio de dos mil once). O mejor dicho, el entrenador de esa jornada, ya que la pretemporada la inició Joaquín Peiró, cesado por la impaciencia de Jesús Gil antes de iniciarse la temporada propiamente dicha, tras dar mala imagen en el gaditano trofeo Ramón de Carranza. Y pese a la buena temporada general realizada por Ivic, no llegó a terminarla, dado que fue cesado poco antes de su finalización, entrenando Ovejero al equipo en la final de Copa que se ganaría esa temporada al Mallorca en el estadio Santiago Bernabéu, por uno a cero, con el recordado gol de Alfredo, el día veintinueve de junio de mil novecientos noventa y uno.
  La alineación fue la siguiente: Abel; Tomás, Donato, Juanito, Solozábal, Juan Carlos; Alfredo, Vizcaíno, Manolo; Rodax y Futre. Pizo Gómez sustituyó a Alfredo en el minuto 74, y Sabas a Rodax en el 67. Con Ivic de entrenador, jugábamos con cinco en defensa. Dos laterales que tenían encomendada no tan sólo la función defensiva, sino también la de atacar por su banda, como eran el gallego Tomás y el vallisoletano Juan Carlos. Y tres defensas centrales, Donato por la derecha, Solozábal por la izquierda ya que, pese a ser diestro, manejaba con eficacia la pierna zurda. Y el canario Juanito por el centro, cortando con contundencia cualquier descuido de sus compañeros. Dos centrocampistas de calidad y trabajo por partes iguales, Vizcaíno y Alfredo, ayudados por las subidas de los laterales y además por el extremeño Manolo, que ejercía de enganche entre la línea media y la delantera. Y dos delanteros, uno con más movilidad, Futre, y el otro más estático y rematador, el austriaco Rodax, fichado esa misma temporada tras ser Bota de Plata europeo y disputar un más que aceptable Mundial de Italia 90 y que no respondió a las expectativas creadas por lo que fue la única que disputó de rojiblanco madrileño. En elogio de Ivic y sin que suponga detrimento de las innegables cualidades de Abel, lo cierto es que a su record de imbatibilidad contribuyó sobremanera el enorme trabajo y concentración defensiva que consiguió inculcar a sus jugadores, y del que sin duda el mejor exponente es el partido que hoy nos ocupa. Pese a la pérdida de efectivos, los que quedaron sobre el terreno se las apañaron para no conceder una sola jugada de peligro al equipo zaragocista. Algo que en temporadas recientes hemos echado bastante de menos, ¿no es así?.
Juan Carlos, segundo expulsado
  El partido comenzó con nuestro equipo llevando el control del juego. Los rivales maños agazapados en su área, esperando la ocasión propicia para salir al contragolpe y obtener éxito. En el minuto veintiséis, dudoso (lo cual probablemente quiera decir que no existió) penalti sobre Futre. Pero entonces a todos nos pareció indiscutible. Lo marca Rodax, con una de sus evidentes cualidades, la potencia y violencia en el disparo, con un fuerte derechazo a la diestra del portero. Poco después, minuto treinta y tres, se inicia el maremágnum en el estadio. Probablemente encorajinado por el reciente penalti que a su parecer no debiera haberse señalado, entrada brutal del defensa central Aguado (en esta ocasión sí fue el 6) a Futre, digna de expulsión fulminante, éste repele la agresión con un ligero empujón por la espalda, el árbitro ve tan sólo la segunda acción como merecedora de expulsión, pero no la primera, que quedó en simple tarjeta amarilla, ante la indignación de la grada.

Sabas, la estrella del día
  A partir de allí, es nuestro equipo el que cede terreno y se dedica a esperar más cerca de nuestra área a los rivales. Pero, como ya anticipé con anterioridad, pese a la ventaja numérica, no lograron crear una sola ocasión de verdadero peligro. Dadas las circunstancias, durante un buen lapso de tiempo Abel y nuestra defensa tuvieron una jornada apacible, gracias a su colocación y concentración. Sabas sustituye a Rodax en el minuto sesenta y siete, en lo que iba a ser una de las claves del encuentro. Juan Sabas era un delantero pequeñito y batallador, fichado esa misma temporada por expreso deseo del Presidente, tras haber destacado en las canchas madrileñas con el Pegaso y ya en Primera División con el Rayo Vallecano. Permanecería en nuestro equipo cuatro temporadas, en las que nunca llegó a ser titular indiscutible. Se convirtió en especialista, en ser un revulsivo desde el banquillo, como sin duda lo fue en este partido que apenas era el tercero que jugaba, tras haber disputado unos pocos minutos en las jornadas séptima, contra el Sporting de Gijón, con gol incluido, el día del debut de Schuster, y octava, contra el Burgos.
  Y la placidez que imperaba se ve de nuevo alterada poco después. Minuto 70. Después de la de la primera parte por leves protestas, segunda tarjeta amarilla, por una falta como otra cualquiera, al lateral izquierdo (aunque en realidad era diestro) Juan Carlos, llegado dos temporadas antes del Valladolid y uno de tantos jugadores que fueran fichados por destacar en sus equipos para luego no colmar expectativas en el Aleti. Entre la afición se destacó la indignación de la nueva injusta expulsión. Pero a partir de ahí llegó lo mejor.
  El Zaragoza, dadas las favorables circunstancias, se decide (se ve obligado) a atacar más. Pero no mejor. Nuestra zaga (nuestro equipo en general, puesto que allí todos defendían) resuelve los ataques sin excesivos problemas. Y no sólo eso. Despliega unos fulminantes contragolpes, todos ellos comandados por Sabas, que era un espectáculo verlo coger la pelota e irse hacia un lado u otro sin que ningún adversario pudiera llegar a quitársela. En uno de esos jugadones, en el minuto setenta y cinco, Sabas se va de media defensa por la parte izquierda del ataque, hasta la línea de fondo y cede a Manolo, que bate a Cedrún de disparo elevado con la izquierda. Dos a cero en el marcador.
  Parecería que el Zaragoza debía atacar. Pero siguió sin disparar a puerta. En realidad, era el Aleti el que llegaba una y otra vez con peligro. El propio Sabas dispuso de un par de buenas ocasiones que no llegaron a fructificar. Lo suyo ese día era facilitar los goles, no hacerlos.
  De manera que ya poco antes del final, en el minuto ochenta y seis, llegó el anunciado gol de Tomás. Nuevo jugadón de Sabas, esta vez por la parte derecha del ataque, tras recibir un pase largo desde el lateral izquierdo del propio inminente goleador, que había ocupado la vacante dejada por el expulsado Juan Carlos, pasando Pizo Gómez al lateral derecho, se va hasta la línea de fondo, allí da el pase de la muerte, que atraviesa cerca de la línea de gol entre compañeros y adversarios, penalti flagrante a Manolo incluido, hasta que llega a Tomás, que siendo defensa lateral derecho (en ese momento izquierdo), ganando por dos goles a cero y a cuatro minutos del final, había acompañado la jugada y, llegando desde la banda contraria, estaba a un metro escaso de la portería, para empujarla con su pie derecho y anotar el tres a cero, ante la alegría generalizada de la afición rojiblanca, esa locura contagiosa (y aún más acentuada ante las adversidades) que tan sólo aquellos que hayan podido disfrutar de ella en las gradas del estadio Vicente Calderón podrán saber a lo que me estoy refiriendo.
  Y no acabó ahí. Cuatro minutos después, en el noventa, nueva excelsa jugada de Sabas, en esta ocasión pase medido desde la banda izquierda a Manolo, que se encuentra a apenas un metro de distancia de Cedrún, cerca del área pequeña y el delantero es capaz de confeccionar una vaselina a medida que se aloja de nuevo (¡y es el cuatro a cero!) en las redes, burlando inverosímilmente los casi dos metros de portero que tenía enfrente.
  Antes de este último gol, segunda tarjeta amarilla a Aguado, que les sirvió para argumentar que habían perdido nueve contra diez. Y así acabó uno de esos partidos que jamás podremos olvidar, uno de los que nos hace sentirnos orgullosos de haber tenido esos jugadores y de defender a muerte, a pesar de las múltiples penalidades, penurias y contratiempos, nuestros colores rojo y blanco. Para quienes deseen o bien verlo por primera vez o bien revivirlo el resumen del partido es fácilmente localizable en Youtube.         


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 12 de abril de 2012

LUIZ PEREIRA




LUIZ PEREIRA.

  Fue indudablemente uno de los jugadores más carismáticos, representativos e importantes de nuestro equipo en la década de los setenta. Ofreció tardes y noches continuadas de su buen hacer como libre (en esa época, al predominar el marcaje al hombre, no existían dos defensas centrales, como ahora, sino uno sólo y, a su lado, otro que “libraba”). Y cuando a cualquier buen aficionado se le cuestiona sobre cual haya podido ser el mejor defensa de nuestra Historia, su nombre es siempre uno de los primeros en acudir a la memoria.
  Edmundo Luiz Pereira nació en Juazeiro, Brasil, el día veintiuno de junio de mil novecientos cuarenta y nueve. Con diecinueve años ficha por el Palmeiras (en unión del mítico portero de la Selección brasileña, Leao), donde sus destacadas actuaciones le llevan al combinado nacional, con el que disputa el Mundial de Alemania 74, jugando seis partidos (todos menos la final de consolación contra Polonia) y concluye en cuarta posición. Continuó sumando entorchados con su selección hasta alcanzar la cifra de treinta y ocho internacionalidades.
  Pocos años después, el Atlético de Madrid estaba a punto de comenzar la temporada 1975-76. Durante la pretemporada había contado con dos brasileños llamados Sena e Ivo, ambos mediocampistas, que habían dejado mucho que desear. Mientras tanto, se disputaba la final del trofeo Ramón de Carranza, el más tradicional e importante de los trofeos veraniegos españoles (con permiso del Teresa Herrera), que consuetudinariamente tenía lugar a finales de agosto, el último fin de semana antes del comienzo del campeonato liguero (esa tradición se ha alterado últimamente, al tener que habilitar fechas para la Supercopa de España y para un encuentro de selecciones). Comoquiera que tanto Luiz Pereira como su compatriota Leivinha destacaban sobremanera en ese Palmeiras, que llevaba dos años consecutivos ganando el trofeo, el Vicepresidente Salvador Santos Campano, en una operación “express” en el avión que llevaba al equipo de vuelta a su país, logró fichar para nuestro equipo a ambos astros brasileños, que según aterrizaron cogieron otro vuelo de retorno a España. Recuerdo que la rapidez y la importancia del fichaje nos pilló a todos los seguidores rojiblancos por sorpresa. Yo, en concreto, tras oír la noticia por la radio, me vi a mí mismo botando en la cama de alegría. También recuerdo que la premura de los fichajes tuvo consecuencias en los cromos de la Liga de esa temporada ya que, si bien el resto de futbolistas aparecían en posición acuclillada, los dos brasileños tuvieron que aparecer, en la sección de últimos fichajes,  en posición de busto, al no poder obtener una fotografía similar a la del resto de jugadores del álbum.    
  Debutó, en unión de Leivinha, el día veintiocho de septiembre de mil novecientos noventa y cinco, en la cuarta jornada de Liga, contra el Salamanca. Se ganó por cuatro a uno. Leivinha tuvo un debut soñado, al marcar tres goles al cancerbero D´Alesandro, futuro entrenador nuestro. Ayala, de penalti, logró el cuarto (en realidad, el primero en marcarse). En esos primeros tiempos parecía que el delantero encajaba mejor con la grada, ya que Luiz Pereira todavía no había llegado a desplegar todas sus virtudes, pero con el paso del tiempo se invertirían las posiciones y el defensa llegaría a adelantar a Leivinha en la mitología atlética, sin duda debido entre otras causas a la desafortunada serie de lesiones que acosaron a este último.
  Luiz Pereira era un defensor sumamente elegante, pese a que al verle andar y correr pudiera tener cierto aire patizambo. Con su sempiterno collar de cuentas verdes en el cuello (algo que por cierto hoy el Reglamento no permitiría) era un espectáculo verle salir con el balón controlado desde el fondo de la zaga, haciendo regates y caños (de estos últimos, no tantos como la leyenda nos ha hecho llegar; y sobre todo, no a un metro de la portería, como he podido leer en algún artículo de documentación) a los delanteros rivales, a los que por otra parte arrebataba el balón una y otra vez sin aparente esfuerzo, por mera colocación. En este aspecto son legendarios sus partidos contra el barcelonista Johan Cruyff. Fue uno de los primeros defensas que se pudieron ver en España con esa calidad en la salida del balón, dado que hasta entonces primaba el central aguerrido y contundente. Precisamente uno de sus últimos compañeros en el centro de la zaga, el recientemente fallecido Arteche, aprendió muchísimo de él, logrando transformar su juego desde que llegó de uno más primario a otro más evolucionado. También destacaba por su faceta goleadora, lo cual era igualmente novedoso para la época, puesto que, pese a ser defensa, se incorporaba con frecuencia al ataque y logró un buen número de goles.
  Otra de sus características era la eterna sonrisa que lucía, incluso en pleno transcurso del juego, lo que le convertía en un jugador simpático incluso para las aficiones rivales. En este sentido, cabe recordar una anécdota que ya anuncié en un anterior artículo, el relativo a “Indios y vikingos”. El día cuatro de mayo de mil novecientos ochenta, en la trigésimo-segunda y antepenúltima jornada de Liga, derbi en el Santiago Bernabéu (sería el último para él), con derrota por cuatro goles a cero (dos goles de cabeza de Santillana y Roberto Martínez y dos autogoles de Arteche y Sierra), desde el fondo sur los aficionados ultras madridistas, con indudables aires de bufa no exentos de tintes racistas, le increpaban al grito de “que baile Pereira, que baile Pereira”. Por cierto, abro paréntesis: aunque no tenga mucho que ver con este artículo no me resisto a dejar de recordar el para mí más deleznable y vergonzante espectáculo de características racistas que he podido comprobar en directo, y que hoy en día (¡afortunadamente la sociedad evoluciona!) hubiera acarreado gravísimas consecuencias, y que no es otro que el abucheo generalizado y la imitación del tristemente famoso grito del mono (no de unos pocos, como siempre se dice en estos casos, sino de la práctica totalidad del estadio, ya que los que no lo hacían, al menos reían la gracia) que con motivo de otro derbi en el Bernabéu (jornada vigésimo-cuarta de la Liga 1993-94, celebrada el día diecinueve de febrero de mil novecientos noventa y cuatro)  tuvo que sufrir nuestro jugador costamarfileño Maguy. Se perdió por un gol a cero, anotado cerca del final por el efímero Morales, tras un descomunal encuentro de Superlópez. Fin del paréntesis y sigo con Pereira. Con motivo de un córner dichos gritos de mofa se reiteraron, pero el interpelado no lograba entenderlos. Le preguntó a nuestro guardameta Navarro sobre ellos y, una vez que logró identificarlos, ni corto ni perezoso atendió con gusto dicha petición y con la sonrisa en la boca se puso a bailar y a mover la cadera en plena área pequeña, antes del lanzamiento del saque de esquina. Desarmados en sus provocaciones, los ultras madridistas tuvieron al menos a continuación el detalle de buen humor de cambiar el grito por el de “Pereira a Eurovisión, Pereira a Eurovisión”.
  Con nuestro club logró ganar la Copa de 1976, que figura oficialmente en su palmarés aunque en esa temporada no pudieran disputarla jugadores extranjeros y, sobre todo, la Liga de la siguiente, 1976-77, la octava y penúltima de nuestro club, ya que tan sólo se añadiría después como novena la del año del doblete. En esa temporada recuerdo en un partido televisado contra Las Palmas, celebrado en el Calderón el día diez de abril de mil novecientos setenta y siete, vigésimo-novena jornada de Liga, con victoria por un gol a cero, anotado cerca de final por nuestro delantero centro de esa temporada, Rubén Cano, uno de los mejores ejemplos de talento individual que nos ofreció Luiz Pereira. Luego lo he visto hacer en más ocasiones (recientemente a Piqué, por ejemplo), pero en esos momentos fue para mí una novedad absoluta. Acosado por dos delanteros rivales, le encerraron en una esquina del terreno de juego, al lado del banderín del córner, mientras nuestro defensa pisaba el balón y lo protegía con el cuerpo. En lugar de dar un patadón y echarlo fuera por la línea de banda o de fondo, lo elevó, dio tres toques con él en el aire para, una vez que había alcanzado la posición deseada, despejarlo hacia atrás con una fuerte patada que además, para mayor eficacia de la jugada, cayó sobre uno de sus compañeros.        
  Luiz Pereira jugó en total cinco gloriosas temporadas en nuestro club, hasta la finalización de la 1979-80. Ofreció un rendimiento, además de espectacular, sumamente regular, como se aprecia en la lista de partidos jugados en las mismas: veintiuno, treinta y dos, treinta, treinta y uno y veintinueve, anotando respectivamente tres, cuatro, dos, dos y tres goles. En total, 143 encuentros de Liga y catorce dianas. A lo que hay que añadir además doce encuentros más de Copa del Rey, una vez que pudieron jugarla los jugadores extranjeros, tres en su penúltima campaña y nueve en la última. Cuatro encuentros de Copa de Europa, en la temporada 1977-78, donde anotó un gol en la ida de los dieciseisavos de final contra el Dinamo de Bucarest, con derrota por dos goles a uno, que luego se remontaría en Madrid, como ya se trató en el artículo correspondiente a Benegas, héroe de dicho partido. Ocho (todos los disputados) en la Recopa de la temporada 1976-77, donde caímos en semifinales contra el Hamburgo, victoria por tres  a uno en Madrid, goles de Rubén Cano en dos ocasiones y Leal y debacle, derrota por tres a cero, en Alemania. Y finalmente, dos de la copa de la UEFA en su última temporada, la 1979-80, los únicos dos celebrados, puesto que nos eliminó en la primera eliminatoria, treintaidosavos de final, el Dinamo de Dresde de la Alemania Democrática, con sendas derrotas por un gol (otra vez de Rubén Cano) a dos en Madrid y tres a cero en Alemania. Luego volvió a Brasil, donde jugó en diversos equipos (de nuevo Palmeiras, Portuguesa, Sao Paulo y Corinthians) hasta los cuarenta años. Actualmente ejerce el cargo de Presidente de nuestro primer filial, Atlético de Madrid B.
  Siempre en el recuerdo, los que le vimos jugar podemos afirmar con toda certeza y sin ningún atisbo de duda que pudimos disfrutar de uno de los mejores defensas libres de toda la Historia del balompié. 


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

martes, 3 de abril de 2012

UNA DE CINE

UNA DE CINE.

  Fútbol y cine. Dos actividades de la vida que rara vez aparecen unidas. Y que sin embargo los amantes de ambas desearíamos que se acercaran con más frecuencia y efectividad. En el artículo de hoy me propongo hacer un breve recorrido sobre aquellas películas que hagan referencia no al fútbol en general, sino al Atlético de Madrid en particular. No son muchas, al menos yo no tengo muchas catalogadas. Y además, evidentemente en ninguna de ellas se trata de la temática principal, sino meras alusiones tangenciales. Cualquier aportación y/o adición a las que aquí voy a repasar sería muy bien recibida.
  Como introducción previa, cabe resaltar que el escaso número existente de películas sobre fútbol se debe a ser un deporte que tradicionalmente no ha encontrado un fuerte arraigo popular en los Estados Unidos y, por ende, en la meca del Cine, Hollywood. A diferencia de otros deportes genuinamente yanquis, donde sí se ha conseguido trasladar a la pantalla la emoción y esencia del juego, como el béisbol, el fútbol americano, el boxeo, el baloncesto o incluso el hockey hielo. En un breve y somero repaso, y siempre desde el punto de vista de mis gustos personales, expongo las principales películas sobre dichos deportes (lo que no quiere decir que a mí me gusten, aunque sí la mayoría de ellas). En mi opinión, las dos mejores sobre béisbol son “El orgullo de los yanquis”, de Sam Wood, 1942, con Gary Cooper, y “Ellas dan el golpe” (absurda traducción española para el título original de “A league of their own”, que se podría traducir como “Su propia liga”, y que es mucho más coherente con la temática de la película), de Penny Marshall, 1992, con Tom Hanks y Geena Davis.
  Sobre fútbol americano, destacan, si bien en la primera de ellas en una referencia circunstancial: “En bandeja de plata”, del maestro Billy Wilder, 1966, con Jack Lemmon y Walter Matthau, y “Un domingo cualquiera”, de Oliver Stone, 1999, con Al Pacino. Sobre boxeo, además de la saga de “Rocky” (algunas de ellas son muy buenas; recordemos que la primera, de John G. Avildsen, ganó el Oscar a mejor película en 1976), destaca “Toro Salvaje”, de Martin Scorsese, 1980, con Robert de Niro, y un sinfín de películas de cine negro que se introducen en el mundillo de las entonces doce (ahora dieciséis) cuerdas. Sobre baloncesto, estimo que la principal podría ser “Hoosiers, más que ídolos”, de Davis Anspaugh, 1986, con Gene Hackman. Y sobre hockey hielo, en tono de comedia muy bufa y desaforada, pero logrando traspasar la pantalla en cuanto a la esencia del juego, creo que merece citarse “El castañazo”, de George Roy Hill, 1977, con Paul Newman. En todas ellas se logra plasmar y traducir la grandeza del deporte en cuestión, resaltando su emotividad, sus virtudes de apego al público, así como sus puntos sucios y oscuros.
  Sin embargo, remarco que no existe ninguna película estadounidense relevante sobre fútbol, si acaso con la excepción que luego veremos. Son algo más frecuentes en el ámbito europeo, donde es un deporte mucho más integrado en la cultura popular y en la sociedad. Pero a su vez, en España y en Europa chocan contra otro obstáculo de consideración, cual es el recelo, la desconfianza y el desapego con que tradicional y recurrentemente la élite intelectual observa el deporte en general y el fútbol en particular, considerándolo actividades alejadas de poder elevar el espíritu humano. Afortunadamente, parece que esa concepción trasnochada y obsoleta está desapareciendo, y cada vez son más los intelectuales que sin ningún tipo de ambage reconocen que les gusta el fútbol y que disfrutan y vibran con él, como lo hace el resto de los mortales.
  Esta es unas de las principales tesis mantenidas, que comparto plenamente, en el excelente libro, altamente recomendable, “Fútbol y Cine”, de Carlos Marañón (hijo del que en los años setenta fuera extremo izquierdo del Real Madrid, Español y Selección española, donde llegó a jugar cuatro partidos, siendo uno de los pocos jugadores que se quedó sin jugar tras acudir al Mundial de Argentina 78, Rafael Marañón). También en dicho libro, y además con mayor énfasis en otro reciente del mismo autor, “Un partido de leyenda”, monográfico sobre el filme, se defiende como principal película sobre fútbol la estadounidense (la excepción que antes anunciábamos) “Evasión o victoria”, de John Huston, 1981, con Michael Caine, Sylvester Stallone, Max Von Sydow y diversos futbolistas metidos circunstancialmente a actores, como Pelé, Ardiles, Bobby Moore, Thorensen o Wark. También comparto eso plenamente. Y si no la mejor, que siempre habrá voces discordantes, es indudable que al menos la más famosa. Cierto es que, como en el prólogo del libro primeramente citado señala Santiago Segurola, las escenas de fútbol están rodadas en un tono grotesco o caricaturesco, sin lograr incluir plenamente la excelencia del juego. Pero sí logra plasmar no obstante la emoción y la emotividad de un juego tan hermoso como es el fútbol. Además, considero que se trata de una película que envejece cada vez mejor, y que las nuevas generaciones que van accediendo a ella se sienten igual de subyugados, sino más, que los que la gozamos en su estreno, tanto por su lenguaje estrictamente cinematográfico como por el futbolístico (¡inolvidables tanto la chilena de Pelé como, sobre todo para mí, el inverosímil regate de Ardiles!).
  Y tras esta introducción, que no sé si era imprescindible, como siempre se dice de todas las introducciones, pero que a mí me apetecía hacerla, volvemos al punto anunciado al principio de este artículo: películas en las que salga, se mencione o se haga referencia al Atlético de Madrid. Como es obvio, todas son españolas. Yo recuerdo las siguientes, por orden estrictamente cronológico:     
  En primer lugar, “El destino se disculpa”, de José Luis Sáenz de Heredia, de 1945, basada en un cuento de Wenceslao Fernández- Florez. Se trata de dos amigos, uno dramaturgo (Rafael Durán) y otro actor (Fernando Fernán-Gómez), que representa en la escena los dramas que escribe el primero, que ante su estrepitoso éxito en la ciudad provinciana en la que viven se trasladan a Madrid para alcanzarlo también en la capital. Huelga decir que no lo consiguen. Sin embargo, el primero sí que lo obtiene, pero en otra faceta, la de comentarista radiofónico, por mera casualidad. Se le pegan unos papeles en la suela del zapato que resultan ser unas entradas para un reñido derbi entre nuestro equipo y el Real Madrid. Al comentarista que cubría para la radio el evento a pie de campo, tras la línea de banda, un inoportuno pelotazo le deja inconsciente, por lo que el personaje de Rafael Durán recoge voluntariamente el micrófono y narra lo que resta del partido con tal vehemencia e intensidad que es inmediatamente contratado por la emisora. Y cabría añadir con tal parcialidad puesto que su personaje, sin ningún tipo de disimulo, se muestra claramente favorable al equipo blanco. Supongo que por instrucción tajante del director de la película, que era un furibundo madridista. Por cierto, todas las tomas se centran en primeros planos del actor, no apareciendo en pantalla lance alguno del juego. La trama continúa con un desarrollo fantasioso que no se va a desvelar aquí, pero que la convierte en una excelente película.
  En segundo lugar, recuerdo “El fenómeno”, de José María Elorrieta, 1956, de nuevo con Fernando Fernán-Gómez como actor principal. En esta ocasión, el argumento versa sobre un catedrático de la Universidad de Frankfurt que, a su llegada al aeropuerto de Madrid, es confundido con un famoso jugador ruso recientemente fichado por un imaginario equipo madrileño. Obligado a entrenar y jugar un personaje que desconoce todo sobre este deporte, da lugar a unas hilarantes situaciones, no desprovistas de lecciones éticas y morales (en la trama se introducen sobornos a compañeros de equipo). En ningún momento se menta el nombre de nuestro equipo, pero en el cartel de la película el actor principal aparece vestido con una camiseta a rayas rojas y blancas. Y en el desarrollo, se mezcla en primer lugar vestido de calle, en escenas que parecen filmadas con cámara oculta, con espectadores que acuden al estadio Metropolitano, y más tarde, ya ataviado de futbolista, se acerca en los prolegómenos del partido y se hace fotos con los auténticos jugadores del Atlético de Madrid. Los seguidores más veteranos pueden jugar a reconocer a los que allí aparecen.
  Dando un gran salto en el tiempo, llegamos a diferentes películas de la misma época, todas ellas dirigidas por un insigne atlético, José Luis Garci. Como parte de su pasión rojiblanca, parece jugar a incluir referencias atléticas en la casi totalidad de sus obras, al menos en su época inicial. En la primera de ellas, “Asignatura pendiente”, del año 1977, no se plasma en pantalla escena futbolera alguna, pero el personaje del abogado que representa José Sacristán recuerda en varios momentos que acude todos los domingos de fútbol en compañía de su hijo a los partidos que disputa el Atlético de Madrid.
   En “Las verdes praderas”, de 1979, el personaje de Alfredo Landa oye por la radio mientras trabaja en su chalet de la sierra en domingo por la tarde un reñido derbi entre los eternos rivales madrileños, con expresas referencias a figuras de la época como Leivinha. 
  La siguiente es la oscarizada “Volver a empezar”, del año 1982, donde Garci reúne dos de sus grandes pasiones: Asturias y el Atlético de Madrid. Recordemos que la película trata de un científico español (Antonio Ferrandis), exiliado en Estados Unidos que, ante la detección de un cáncer terminal, decide visitar la ciudad de Gijón, donde se encuentran sus compañeros (José Bódalo) y su amada (Encarna Paso) de juventud. También aparecen en papeles no protagonistas, pero memorables, Agustín González y Gabino Diego. Como el personaje de Ferrandis fue en sus años mozos jugador del Sporting de Gijón, además de dar una charla a sus actuales componentes, entre los que aparecen en la pantalla jugadores como Maceda o entrenadores como Novoa o Vicente Miera (que luego, al paso de los años, sería entrenador nuestro durante media temporada, la 1986-87), acude a presenciar un partido entre ese equipo rojiblanco y el nuestro, que por coincidencia obvia de colores viste camiseta roja. En un estadio “El Molinón” en obras con motivo del inminente Mundial de España 82, se ruedan escenas reales de fútbol, apareciendo jugadores nuestros como Marcos o Rubio. El partido se celebró realmente el día dieciocho de octubre de mil novecientos ochenta y uno, jornada sexta de Liga, y concluyó con victoria sportinguista por tres goles a dos, marcando nosotros en primer lugar, obra de Ruiz, remontando el ariete portugués Gomes con dos goles, después el mediocampista Joaquín (futuro mundialista en España 82) hizo el 3-1 en un flagrante error de nuestro guardameta Aguinaga, descontó Mínguez e hizo el definitivo 3 a 2, para concluir el partido marrando Dirceu un penalti que hubiera supuesto el empate a tres.
  En “El crack 2”, de 1983, aparece en la emotiva escena en la que se arrojan las cenizas de “El Moro” (Miguel Rellán) al río Manzanares el estadio Vicente Calderón, en una preciosa toma urbana nocturna tan característica de su autor. Y además, mientras el propio personaje y Alfredo Landa efectúan una labor de investigación en el Templo de Debod, mantienen para disimular una animada charla sobre una de las leyendas rojiblancas, el delantero Escudero.
  Poco después, en 1984, Garci rueda otra excelente película, “Sesión continua”, cine dentro del cine, donde se muestra a un guionista (Adolfo Marsillach) y un director (Jesús Puente) que trabajan para un productor cascarrabias (José Bódalo), en el proceso creativo de su nueva obra. En un episodio de la película, los dos protagonistas principales acuden al palco del estadio Vicente Calderón, a presenciar un partido contra el Real Madrid. Salen también en pantalla algunas breves secuencias de nuestro estadio y del partido, el cual se celebró realmente el día veintitrés de enero de mil novecientos ochenta y tres (al ser pleno invierno, los personajes aparecen fuertemente abrigados), jornada vigésimo-primera de Liga y concluyó con empate a cero. Acudí al mismo, y puedo atestiguar que fue un encuentro soporífero.      
  Dejando atrás a Garci, también se puede agregar a esta lista una película de Pedro Almodóvar, “Carne trémula”, del año 1997. No tiene ninguna temática futbolística, pero en una escena que comienza siendo dramática y concluye siendo sin solución de continuidad cómica (inconfundible característica almodovariana), el personaje de Javier Bardem interrumpe la lucha cuerpo a cuerpo que mantenía con un rival para contemplar ambos extasiados en una televisión encendida el gol que el Atlético de Madrid endosó al Barcelona, por parte de Roberto Fresnedoso, después del celebérrimo regate de Caminero a Nadal, el día veinte de abril de mil novecientos noventa y seis, en la jornada trigésimo-séptima de Liga (esa temporada hubo cuarenta y dos), concluyendo el partido con victoria rojiblanca por uno, gol de Jordi Cruyff, a tres, añadiendo el segundo gol Vizcaíno y el tercero Biagini, en una victoria que prácticamente dejó sentenciada la Liga a nuestro favor en la temporada del doblete.
  Y para finalizar, el club Atlético de Madrid es casi un personaje más en la saga (de hasta ahora cuatro películas) del detective Torrente, el brazo tonto de la Ley. Incluso en la cuarta sale como actor el entonces jugador atlético Kun Agüero.
  Concluyo reiterando algo que ya apunté al inicio del artículo. Me agradaría sobremanera que cualquiera pudiera suministrar información añadida para aumentar la lista de estas películas en las que nuestro club haya podido de alguna forma, directa o indirecta, o incluso episódicamente, ser estrella del Cine.
  Postdata: después de tener concluido el artículo, he encontrado leyendo el blog amigo “elfutbloglin” otra película más, aún sin estrenar en España, pero que parece ser altamente recomendable: “Larbi, o el destino de un gran futbolista”, coproducción del año 2011 entre Marruecos, Francia y España, en la que se desgrana la vida y leyenda de Larbi Ben Barek, una de las figuras míticas de nuestro club en los años 50. Estoy deseando verla.
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ