miércoles, 10 de julio de 2013

CECILIO ALONSO

CECILIO ALONSO

    Cuando en la década de los ochenta muchos seguidores atléticos acudíamos asiduamente al entrañable polideportivo Antonio Magariños a presenciar los partidos de balonmano del Atlético de Madrid no éramos conscientes de que estábamos pudiendo disfrutar de un jugador que probablemente era por aquel momento el mejor del mundo y que con el paso del tiempo se llegaría a convertir en la mayor leyenda rojiblanca en este deporte en toda su historia. El que fuera el mejor jugador del mundo en esos momentos lo hemos sabido después, leyendo entrevistas a otros jugadores coetáneos suyos, tanto nacionales como extranjeros, en las que le profesaban sincera admiración y le valoraban como tal. Por consiguiente, no se trata de una afirmación gratuita de hincha apasionado. En cuanto a su catalogación como mayor leyenda rojiblanca balonmanística, creo que hoy en día, con la perspectiva que da el paso del tiempo, no existe discusión alguna sobre el tema. Si acaso, el único que podría discutirle esa consideración sería el guardameta Lorenzo Rico.
  Tenía un correr un tanto desmadejado, desgarbado. No parecía excesivamente rápido. Pero lo era. Su trote regular y constante se aceleraba progresivamente cuando de dirigirse al arco contrario se trataba. Sobre todo, era un jugador atípico para el balonmano nacional de la época. En estos lares no se estaba acostumbrado a primeras líneas, centrales y laterales, de tan elevada estatura. Medía 1,97 metros. Pesaba 96 kilos. En carrera, era un tanque imparable. Tradicionalmente el central era un jugador no muy alto, dotado de gran técnica individual para el bote y el pase, pero no excesivamente lanzador. Los dos laterales, por el contrario, no solían ser mucho más altos pero disponían de un duro disparo, si bien muchas veces sin precisar adecuadamente el momento y el lugar preciso. Cecilio Alonso rompió moldes. Con su poderoso brazo derecho, con sus míticos movimientos de hombro (el mismo que tantos problemas le daría en el futuro), su extraordinario manejo del balón, confeccionando pases elegantes a la par que precisos y, sobre todo, su enorme inteligencia para saber leer el juego y adoptar en cada momento la decisión más adecuada, se situó muy por encima de la mayoría de sus contemporáneos. Desde su elevada atalaya tenía un duro disparo pero su mayor virtud es que sabía utilizarlo inteligentemente.
  Cecilio Alonso Suárez nació en Malagón (Ciudad Real) el día doce de enero de mil novecientos cincuenta y ocho. Se trasladó con su familia a la capital de provincia a los dos años. Su privilegiado físico motivó que desde muy pequeño destacara en varios deportes. A los nueve años ya era una estrella en el colegio donde estudiaba, Marianistas, tanto en fútbol (que era el deporte que en un principio más le atraía) como en baloncesto (altura tenía como ello) como en balonmano, por el que finalmente acabó por decantarse merced a la insistencia de unos de los sacerdotes del colegio.
  A los quince años destaca en una fase de
sector en Madrid, donde es visto por vez primera por el mítico entrenador del Aleti Juan de Dios Román, el cual se desplaza de inmediato a Ciudad Real para convencer a sus padres del fichaje por el Atlético de Madrid. Por lo visto, resultó decisivo que el club se hiciera cargo de sus estudios. Se incorpora al equipo juvenil, con chavales mayores que él (en edad, que la mayoría no en estatura). Tres años en ese equipo y tres años que se corona campeón de España.
  Su enorme progresión le lleva a debutar en el primer equipo con apenas dieciocho primaveras, en la temporada 76-77. Ese mismo año, debuta también con la selección española. El por entonces seleccionador, otro mítico del balonmano español, Domingo Bárcenas, asume de inmediato que se trata de una maravillosa perla, un jugador como no había existido otro hasta entonces (ni lo habrá después) y le promueve rápidamente al equipo nacional.
  Los atléticos pudimos disfrutar de él con la camiseta rojiblanca durante once temporadas, hasta la 86-87. Con su eterno dorsal número 3 a la espalda nunca dejaba de asombrarnos la rapidez, dureza y colocación de su disparo. Por supuesto, era el líder absoluto del equipo. Cuando las cosas se torcían o había que jugarse un último balón decisivo, siempre se podía contar con él. Poco a poco, a todas sus innegables virtudes iba sumando la de la experiencia. La pena es que su extenso rosario de lesiones le hiciera ausentarse durante largos periodos de tiempo. Sufrió (dejando al margen las de escasa trascendencia, como roturas de fibras y similares), cuatro de enorme importancia: luxación de la rótula de la rodilla izquierda en 1975 (curiosamente, jugando al rugby), rotura del tendón de Aquiles en 1981 (también curiosamente, practicando fútbol-sala en un entrenamiento; pensó que le había entrado por detrás Agustín Milián, cuando éste se encontraba a más de tres metros) y sendas salidas de hombro en 1986 (el derecho, el de su brazo de lanzamiento; una de ellas, debida a un disparo de cadera, poco frecuente en él). Desde entonces, se le reproducía la lesión de forma continuada. Hasta en cuatro ocasiones, una de ellas a escondidas (según confesión propia), tuvo que operarse de él.
  Durante esos maravillosos once años, en la práctica totalidad de veranos salía en prensa la manida cantinela del interés del Barcelona por ficharle. En todos los ejercicios se planteaba la cuestión y en todos ellos la solución final era la misma: se quedaba en el Aleti. Su gran fidelidad y cariño al club, su inmejorable relación con Vicente Calderón, entusiasta del balonmano, que le convencía con pocas palabras para quedarse y algún que otro pequeño chantaje emocional (en 1980 coincidió su mejora de contrato con la supresión de la sección femenina del club, por falta de presupuesto) desembocaban siempre en la misma solución.
  Hasta 1987. Acababa de llegar Jesús Gil a la Presidencia del club y no prestó demasiada atención a su más laureada sección. Permitió que el máximo icono, el buque insignia, el jugador que tantas veces había antepuesto su sentimiento atlético recalara en el Barcelona. Se le ofrecía, como es lógico, mucho más dinero. Se le hizo una oferta que no podía rechazar. A los asiduos de este deporte nos dolió como hacía años que no nos dolía un cambio de equipo. En fútbol empezábamos a estar desgraciadamente acostumbrados. Incluso también en balonmano. Pero este traspaso concreto nos anunciaba con amargura lo que inevitablemente estaba por llegar: la desaparición de la sección pocos años después.
  Pequeño paréntesis. Antes de continuar con la trayectoria de Cecilio Alonso me gustaría hacer una breve disquisición personal sobre el trasvase de jugadores entre los dos principales equipos del panorama nacional en la década de los ochenta, Atlético de Madrid y Barcelona. Su intenso duelo hacía frecuentes las permutaciones entre clubes. Con una diferencia: los que viajaban desde Madrid hasta Barcelona lo hacían en la plenitud de sus carreras, humanamente atraídos por más sustanciosos contratos; los que recorrían el viaje a la inversa lo hacían por no encontrar acomodo en la plantilla blaugrana. Así, en el primer grupo, sin ánimo exhaustivo, podemos incluir, además de a Cecilio, a Pagoaga, De la Puente, Lorenzo Rico, Vukovic, Svensson e incluso recientemente a Skrbic. También a Garralda, pero éste pasó entremedias (y antes, y después; creo que ha jugado en todos los equipos de élite españoles) por otros conjuntos. En el segundo, a Milián o López León. En cualquier caso, haya sido el viaje en la dirección en que haya sido, todos ellos ofrecieron sus mejores días como atléticos. Y como tal se consideran. Recordemos que el virus rojiblanco, una vez inoculado, es incurable. Fin del paréntesis.
  En la plantilla blaugrana permaneció dos temporadas más (87-88 y 88-89). No pudo dejar mucha huella. Su maltrecho hombro le traicionaba con frecuencia. Por eso, para no ofrecer al entendido público barcelonista un nivel que estaba alejado del suyo real, decidió bajar un peldaño y recalar en un modesto equipo que acababa de ascender a la categoría de honor, el Balonmano Cuenca Ciudad Encantada, campaña 89-90. En lo personal lo recuerda, según diversas entrevistas por mí recientemente consultadas,  como un año estupendo. Recuperó confianza, el hombro se le asentó y volvió a disfrutar jugando al deporte que tanto le había dado. La recuperación fue tan buena que, coincidiendo con un paréntesis en el que Jesús Gil pareció dedicarle mayor atención al balonmano y con la vuelta al banquillo de Juan de Dios Román, Cecilio retornó al redil rojiblanco. Dos temporadas más, 90-91 y 91-92, que nos permitieron volver a disfrutar de su carisma, inteligencia suprema y potente brazo, amén de adoctrinar con su experiencia y sabiduría a los jóvenes. Entre ellos destacaba un talentoso valor, Valenzuela. Pero la lástima es que sus doctas enseñanzas no pudieron plasmarse en beneficio del Aleti. La disolución “oficial” de la sección coincidió (quién sabe si provocó) su definitiva retirada. Tras trasladarse durante dos años a Alcobendas, totalmente desvinculada de la oficialidad del club, sostenida de manera privada por fanáticos de este deporte y del Atlético de Madrid, la sección de balonmano terminó por desaparecer en 1994. Hasta fechas recientes, campaña 2011-12, en las que fue felizmente recuperada, previo acuerdo con el Balonmano Ciudad Real. La pena es que, como todos sabemos ya, esa recuperación ha sido efímera.
  Cecilio Alonso consiguió con la elástica rojiblanca un envidiable palmarés de cinco Ligas (temporadas 78-79, 80-81, 82-83, 83-84 y 84-85), otras cinco Copas del Rey (campañas 77-78, 78-79, 80-81, 81-82 y 86-87), y la Supercopa de España de 1986. En su segunda etapa no sumó título alguno. Sí que engrosó su palmarés en sus dos años de azulgrana con dos Ligas, una Copa y una Supercopa más. Marcó un total de 284 goles y fue tres veces máximo goleador de Liga.
  No consiguió, al igual que no lo consiguió el equipo, ningún título continental. Se disputaron, y se perdieron, dos finales. Ambas con partidos de ida y vuelta. La de la Copa E.H.F. de la temporada 86-87, ante el Granitas Kaunas lituano y, sobre todo y ante todo, la de la Copa de Europa, primera que disputaba un conjunto español, de la campaña 84-85, ante el potente conjunto croata (entonces yugoslavo) de la Metaloplastika de Split. Todos los que estuvimos ese día, veintiuno de abril de mil novecientos ochenta y cinco, en el madrileño Palacio de los Deportes, guardamos un recuerdo imborrable  de la intensidad y emoción con la que se celebró el magno acontecimiento. Hubo que trasladar el partido desde el habitual Magariños (con capacidad para apenas 2000 espectadores) a este recinto mayor, con capacidad para 10000. Todos ellos entusiastas, animando sin parar, con bufandas y banderas ondeando por doquier y de continuo. Un ambiente electrizante e irrepetible. Se perdió la final, pero todos recordamos la hazaña de los nuestros. La Metaloplastika era un conjunto potentísimo y nunca jamás equiparado, con jugadores de talla mundial e históricos como Basic, Vukovic (futuro atlético), Vujovic, Isakovic, Portner, Ignatovic y Mrkonja. En el partido de ida en tierras croatas se había caído derrotado la anterior semana por 19 goles a 12. Cecilio Alonso anotó tres de ellos. Diferencia salvable. En la trayectoria hasta la final se había remontado una diferencia de diez al Magdeburgo alemán. Pero la realidad se impuso y nos doblegaron claramente por 20 goles a 30. Cecilio Alonso fue el máximo goleador atlético, con cinco aciertos. Los seguidores demostramos una vez más que sabemos plantar cara a las derrotas en finales como nadie y vitoreamos y jaleamos a los nuestros como nunca, como los héroes que para nosotros eran y que nos habían llevado hasta allí. Para la posteridad, quiero recordar aquí brevemente, al menos, sus nombres: Rico, Claudio, Cecilio Alonso, Reino, De la Puente, López León, Novales, Milián, Chechu, Parrilla, el danés Stroem y Luis García.
  Fue internacional en 92 ocasiones. Si no hubiera estado tan castigado por los percances físicos, una sencilla proyección de los entorchados alcanzados por sus coetáneos en la selección, le hubieran llevado a más de doscientas internacionalidades. Participó en el Campeonato del Mundo de 1978, en el Campeonato del Mundo “B” de 1979 (que se ganó) y en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84. Desgraciadamente las lesiones le privaron de participar en más Mundiales y en los Juegos Olímpicos de Moscú 80 (donde el quinto puesto final fue uno de los aldabonazos de este deporte en España, al igual que lo fue el cuarto del baloncesto), de Seúl 88 y de Barcelona 92 (para los que había confesado abrigar una especial ilusión).
  La mayor manifestación del afecto, cariño y admiración que toda la hinchada rojiblanca le profesa tuvo lugar recientemente, con motivo de la Supercopa de España de 2011, frente (justicia poética) al Barcelona. El día cuatro de septiembre de ese año se retiró su camiseta con el dorsal número “3” y desde entonces hasta la eternidad (eternidad que desgraciadamente ya ha concluido con la nueva desaparición de la sección) estaba previsto que quedara ubicada en lo más alto del Palacio de Vistalegre, en compañía de otros dorsales míticos del club también retirados con antelación como el “10” de Talant Dujshebaev y el “17” de Rolando Uríos. Por cierto, estos dos últimos con agria polémica en los foros sociales, dado que la camiseta retirada era rojiblanca cuando su aportación al club fue en su época de Ciudad Real. Con Cecilio Alonso no existió discusión alguna. Ha sido, es y será siempre rojiblanco. Uno más de los nuestros.       
     

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario