miércoles, 30 de mayo de 2012

LANDÁBURU

LANDÁBURU.

  Fue uno de esos extraños centrocampistas que parece que hoy ya no existen. Él solo gobernaba todo lo largo y ancho del centro del terreno. Siendo una de sus principales virtudes su liderazgo y capacidad de mando y organización, ello no le impedía recuperar una ingente cantidad de balones de los pies del equipo adversario, no merced a un descomunal esfuerzo físico sino, al contrario, por sus portentosas colocación y anticipación. Salvando las distancias, me recuerda en esta faceta del juego recuperadora al ilustre centrocampista de la actualidad Andrés Iniesta. Si uno se detiene a estudiar las estadísticas con las que de un tiempo a esta parte nos bombardean los medios de comunicación, particularmente el televisivo, se podrá apreciar nítidamente que, aunque no lo parezca, Iniesta recobra un elevado número de balones, gracias sobre todo a las virtudes anteriormente reseñadas. En época de Landáburu no existía tantísima estadística para analizar, pero él también, pese a ser una de sus facetas menos recordadas, era un excelente recuperador.

  Jesús “Chus” Landáburu Sagüillo nació en el palentino pueblo de Guardo el día veinticuatro de enero de mil novecientos cincuenta y cinco. Esa localidad era renombrada por la industria del carbón y de hecho su padre era empleado de una explotación minera. Siendo adolescente, se trasladó a la gran urbe de su zona de influencia, que no era otra sino Valladolid, donde, tras jugar en equipos de colegio, fue finalmente fichado por el Real Valladolid, debutando con la primera plantilla, entonces en Segunda División, con apenas diecisiete años. Jugó en ese equipo, siempre en la categoría de plata, durante seis temporadas. Por cierto, que consultando documentación sobre el jugador que hoy nos ocupa, me ha llamado especialmente la atención la acción por la que parece ser más recordado por la afición blanquivioleta y que es el golazo que le endosó desde el centro del campo del viejo Zorrilla al Tenerife, el día veinticuatro de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro (¡con diecinueve añitos!), cerca del final del encuentro e inmediatamente después de que los tinerfeños se arremolinaran celebrando el gol del empate a uno, hallándose su cancerbero fuera de los palos, y obteniendo así el gol de la victoria.
  Sus grandes cualidades de centrocampista organizador no exentas de capacidad goleadora le valieron para que varios equipos de Primera División se interesaran por su fichaje. Rechazado por el Sevilla por no se sabe aún bien que extrañas dolencias físicas, recaló en la 77-78 en el equipo madrileño del Rayo Vallecano, que por entonces acababa de ascender a la categoría de oro por primera vez en su historia, de la mano de legendarios jugadores como Alcázar, Uceda, Tanco, Felines y Potele. Allí permaneció durante dos temporadas, en la que destacó sobremanera por su gran regularidad y dotes goleadoras. Particularmente sobresalió en esos años por su capacidad para anotar goles directos desde el córner, obteniendo más de uno y más de dos.
  Su excelente rendimiento clamaba a voces por un equipo de superior categoría, y así fue. Accedió a la plantilla del Barcelona en la 79-80. En su primera temporada mantuvo sus números habituales en cuanto a partidos disputados y goles obtenidos. En la segunda disminuyó algo su rendimiento, pero ya en la tercera, con el alemán Udo Lattek de entrenador, apenas se contó con él y tan sólo jugó cinco partidos y anotó un solitario gol. No obstante, al menos esa temporada en el ostracismo le valió para inaugurar su palmarés, ya que su equipo obtuvo la Copa del Rey, en la recordada victoria por tres goles a uno en nuestro Vicente Calderón sobre el Sporting de Gijón, el día en el que el ariete gijonés pero entonces blaugrana Quini perforó por dos veces las redes de su equipo del alma, sin celebraciones subsiguientes. Al menos el portero que los encajó fue Rivero, y no su hermano Castro, posteriormente fallecido en acción heroica (quién desee conocer los detalles de la misma, pueden consultar el estupendo libro de Alfredo Relaño, ya por mí recomendado en anteriores ocasiones, “366 historias del fútbol mundial que deberías saber”).
  Terminada esa temporada de no muy agradable recuerdo, Chus Landáburu arribó por fin a nuestro equipo a comienzos de la 1982-83. El Atlético de Madrid estaba intentando recuperarse de los dos años de tormentoso mandato de Alfonso Cabeza a la Presidencia. Acababa de regresar para poder enderezar la nave en lo posible el recordado Vicente Calderón. Eran tiempos de austeridad (que yo recuerde, siempre lo han sido en el Aleti), y no había mucho dinero para grandes fichajes. El único de cierto relumbrón fue el germano Votava, al que ya dediqué un artículo anterior. Landáburu salió gratis, dado que llegaba con la carta de libertad en la mano. Los agoreros pronto advirtieron que no sería una llegada fructífera, que ya tenía una cierta edad, que ya había dado lo mejor de sí en el fútbol y que si un equipo como el Barcelona lo dejaba ir, por algo sería. Afortunadamente, y una vez más, se equivocaron. Landáburu consiguió desplegar en nuestro equipo su mejor rendimiento, llegando a cotas excelsas que ya había apuntado en sus anteriores equipos.
  Debutó en la primera jornada de dicha temporada, el día cinco de septiembre de mil novecientos ochenta y dos, contra el Salamanca, con Luis Aragonés de entrenador, y victoria atlética por un gol a cero, anotado por el mexicano Hugo Sánchez de penalti. Su primer gol no se hizo esperar demasiado. En la siguiente jornada, victoria por uno a tres ante el Betis en el Benito Villamarín, replicando al inicial gol de Cardeñosa por parte de los nuestros de nuevo Hugo Sánchez de penalti, Landáburu y Quique (entonces sin el apellido de “Ramos”, que se le impondría para diferenciarle de Quique Setién, cuando éste llegó a la plantilla pocos años después). Y su primer gol como local a la siguiente jornada, la tercera, victoria ante el Celta por cinco a dos, encajando su gol (entonces el 4 a 1) entre los sendos dobletes de Pedraza y Hugo Sánchez.
  Y tres días después, en partido de Copa de primera ronda en el que se eliminó al Cacereño, tuvo lugar una de las anécdotas más famosas y recordadas del centrocampista. El entonces joven árbitro Andújar Oliver le expulsó por una supuesta agresión que no pudo ver porque la acción tenía lugar exactamente a sus espaldas. Preguntado al concluir el encuentro sobre la acción, manifestó que había visto claramente la agresión “por el rabillo del ojo”. Desde entonces, Andújar pasó a ser conocido como “Mister Rabillo”.
  Disputó con los colores rojiblancos seis gloriosas temporadas, con una prodigiosa regularidad (una de sus principales virtudes), al participar en 31, 31, 33, 33, 41 (fue el famoso año del play-off) y 36 jornadas ligueras, anotando respectivamente 7, 6, 1, 5, 5 y 4 goles. En total, doscientos cinco encuentros y veintiocho goles. Hay que añadir además 32 partidos de Copa (con 5 goles) y 17 de competición europea (con un gol, el único de ese día, victoria por uno a cero, anotado ante el equipo galés del Bangor City, en nuestro estadio el día 6 de noviembre de 1985, en la vuelta de los octavos de final de la Recopa; ese año llegamos a la final a Lyon, como ya se relató en un anterior artículo).
  Por lo que respecta a su palmarés rojiblanco, no es excesivamente extenso. Por esa época ya empezaban a escasear los títulos. Tan solo dispone de la Copa del Rey de la temporada 1984-85, obtenida tras vencer al Athletic de Bilbao por dos goles (ambos de Hugo Sánchez, el primero de penalti) a uno (del futuro atlético Julio Salinas) en el Santiago Bernabéu (una vez más), y de la Supercopa de España de la temporada siguiente, al doblegar al campeón de Liga, el Barcelona de Venables, por tres a uno en el Calderón, remontando el inicial gol de Clos con los de Cabrera, Ruiz y Da Silva, y perdiendo en la Ciudad Condal por tan sólo un gol  a cero, de Alexanco. También disputó (y perdió) la anteriormente referida final de la Recopa de Lyon (cero a tres ante el Dinamo de Kiev) y la de la Copa del Rey de la 86-87, por penaltis ante la Real Sociedad, al concluir el tiempo reglamentario y prórroga con empate a dos (López Ufarte y Beguiristain y Da Silva y Rubio). Por cierto, en la tanda final, él cumplió con su cometido, anotando su disparo desde los once metros.
  Su partido frente al Athletic en la final de Copa ganada fue majestuoso. Tuvo una participación activa en los dos goles anotados finalmente por el ariete mexicano. En el primero, su cerrado córner desde la izquierda, rememorando sus tiempos rayistas, se introducía en las redes de Zubizarreta, tras sobrepasarle por arriba, y tuvo que ser detenido con la mano por el centrocampista Urtubi, provocando el subsiguiente penalti. Y en el segundo, un milimétrico y lejanísimo pase suyo, con la pierna izquierda, desde la posición de lateral izquierdo, sobrepasó al central Liceranzu, que ni siquiera llegó a poder interceptarlo con las manos, y dejó frente a frente con Zubizarreta a Hugo, que curiosamente definió con su pierna menos habitual, la derecha.
  Fue una única vez internacional, en un amistoso disputado contra Holanda en Balaídos, el día veintitrés de enero de mil novecientos ochenta (por consiguiente, figuraba por entonces en el Barcelona), que concluyó con empate a cero. Sustituyó en el descanso al lateral derecho donostiarra Celayeta.
  Era un finísimo centrocampista, medio centro organizador, con gran toque de balón y capacidad de mando y liderazgo, pero al mismo tiempo con grandes dosis de trabajo, sacrificio y, como anticipé al principio, recuperación de balones. Precisión matemática en el pase, tanto en corto como, sobre todo, en largo. Y además, un excelso y consumado especialista en lanzamientos tanto de córneres como de faltas. En este último apartado, en un equipo en el que la afición ha podido disfrutar de indiscutibles maestros, entre los que sin duda alguna encaja perfectamente Landáburu, como Luis, Schuster, Pantic (para mí, el mejor de todos ellos en esta faceta del juego) y Simao. Queda abierto el debate con estos cinco candidatos.
  Tras su última temporada, la 87-88, primera de Jesús Gil en la Presidencia, y pese a su aún extraordinario rendimiento, éste decidió prescindir de los líderes del vestuario que con su personalidad osaban replicarle (en palabras del Presidente, “veteranos maleados”), y despidió sin más contemplaciones a enseñas como Landáburu, Alemao, Quique Ramos, Quique Setién y, poco después, Arteche. Los jugadores obtuvieron el reconocimiento judicial de despido improcedente, pero lo cierto es que ninguno de ellos volvió a defender la elástica rojiblanca. Landáburu se desvinculó por completo del mundo del fútbol profesional.
  Cuando los aficionados veteranos añoramos pases milimétricos de cuarenta metros o córneres en los que con tan sólo poner la cabeza o el pie se introducía el esférico en las mallas adversarias, el nombre de Chus Landáburu es uno de los primeros que indefectiblemente acuden a la memoria.                                         
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 23 de mayo de 2012

NOTAS FIN DE CURSO



NOTAS FIN DE CURSO



Una vez finalizada la temporada 2011-2012 del Atlético de Madrid, saldada con una ascendente trayectoria en Liga y un gran éxito en la Europa League, toca evaluar individualmente a cada jugador






PORTEROS:

Courtois: Llegó como un desconocido y como teórico suplente, y sin embargo ha acabado como uno de los mejores guardametas de la Liga. Entre sus virtudes destaca su sobriedad, seguridad en balones aéreos y grandes reflejos para un portero de  su estatura. NOTA: 8 

Asenjo: Sin apenas oportunidades a lo largo de la temporada, parece claramente estancado, necesita de una cesión para poder continuar la ascendente progresión que apuntaba. NOTA: SIN CALIFICAR 




DEFENSAS:
Godín: De menos a más a lo largo de la temporada, con la llegada del Cholo recuperó su mejor nivel, quedando en el recuerdo grandes actuaciones ante el Valencia o el Athletic en la final. Sin embargo debe aprender a corregir algunos fallos tontos y evitar los penaltis absurdos. NOTA: 7,5



Miranda: El central que más minutos ha jugado esta temporada, ha tenido algunos fallos infantiles, pero se suele mostrar seguro. Bueno en el juego aéreo y mucho mas rápido de lo que parece. Otro de los que mejoró con la llegada del Cholo. NOTA: 7,5

Domínguez: Ha visto ligeramente cortada su progresión ante la figura de Miranda. Todavía está algo verde, correcto sin más defensivamente pero con serios problemas en la salida de balón. No se espera un cambio para la próxima temporada y habría que plantearse su salida al tener el jugador un buen mercado. NOTA: 6

Perea: Perdió la titularidad con la llegada de Cholo, sin embargo se ha mostrado más seguro que en anteriores temporadas, correcto y sin salirse de su papel. Se irá la próxima temporada dejando un gran recuerdo en la historia rojiblanca. NOTA: 6,5





Juanfran: Una de las transformaciones mas sorprendentes de los últimos años en el futbol español. Sin apenas minutos con Manzano como extremo, la llegada del Cholo le otorgó la confianza necesaria y se convirtió en uno de los laterales de la temporada. Mucha velocidad y capacidad física, subidas constantes y excelentes centros. Por nivel debería ir a la Selección. NOTA: 8,5

Filipe Luis: Empezó la temporada con mucha inseguridad y ha acabado convenciendo en su puesto. Sorprendentemente ha ido evolucionando hacia un mejor jugador defensivo, a pesar de ello en el  tramo final de la temporada se ha acabado soltando más en ataque, dejando muy buenos detalles. En mi opinión válido como titular.  NOTA: 7,5

Silvio: Desaparecido toda la segunda vuelta por problemas con las lesiones. Hasta ese momento mostró muy buenas condiciones, seguro atrás, sin complicarse mucho y con criterio ofensivamente. Si recupera su mejor nivel abrirá el debate de la posible vuelta de Juanfran a la posición de extremo. NOTA: 6,5

Antonio López: Las lesiones y la edad le han quitado la posibilidad de contar con minutos este año. Se va uno de los emblemas del Atlético durante las últimas temporadas. NOTA: 5








CENTROCAMPISTAS:

Gabi: Claramente por debajo del año pasado en el Zaragoza, a pesar de ello se ha mostrado como el mejor mediocentro de la plantilla, aportando tanto en la destrucción como en la creación en determinados momentos. Sin brillar demasiado cumple. NOTA: 7

Tiago: Muy irregular la temporada para el mediocentro luso, se ha repartido la titularidad con Mario. Quizá esté comenzado su cuesta abajo. Cumplidor defensivamente pero sin mucha presencia en ataque. NOTA: 6

Mario Suárez: Jugador que no acaba de convencer y al que parece que le falta algo para ser titular en este equipo. Ha acabado algo mejor la temporada, con gran final incluida, sin embargo no es un jugador que cree gran impacto defensivo y en la distribución le penaliza el que apenas arriesgue en el pase. NOTA: 6

Koke: No acaba de demostrar todo lo que se espera de él, todavía es un jugador algo inmaduro. Ofensivamente falto de gol, aunque con muy buena capacidad asociativa y visión para el último pase. Debería coger más galones el próximo año. NOTA: 6,5


Diego: Ha recuperado en el Atlético el nivel de años anteriores, muy buena capacidad de pase, técnica y visión de juego. Jugador además con esfuerzo y sacrificio en defensa. Un líder y muy inteligente, con él en el campo el juego es mucho más tranquilo y organizado. El único reproche sería quizá su menor aporte en el ámbito goleador, algo que sí había acreditado otras temporadas. A día de hoy es muy complicada su continuidad en el club. NOTA: 9



Paulo Assunçao: Clara disminución de minutos con respecto a otras temporadas. A pesar de ello es un jugador en mi opinión útil para el club, pero debe jugar al lado de un verdadero creador, algo que no ha ocurrido aún. No se complica en ataque y defensivamente es el mejor pivote del equipo. Se espera su salida este verano. NOTA: 5,5

Arda Turán: Uno de los mayores aciertos de la temporada. Sin lucir como una estrella y siendo algo irregular, demuestra constantemente una tremenda clase sobre el campo. Muy buena visión de juego, último pase y habilidad en el uno contra uno. Muy comprometido y sacrificado en defensa. Quizá también se esperaran más goles por su parte. NOTA 8,5

Fran Mérida: Tras su paso por Portugal regresó en invierno. Comenzó contando con algunos minutos pero ha acabado fuera de las convocatorias. Claramente estancado y sin demostrar sus virtudes. Probablemente volverá a ser cedido. NOTA: SIN CALIFICAR






DELANTEROS:

Adrián: Una de las grandes explosiones de la Liga, no en vano ya suena para el Barça. Muy habilidoso, bueno en el regate y con un excelente juego de espacios. Espectacular en la arrancada y en su capacidad creativa. No es un jugador para jugar de delantero puro, ya que quizá le falte algo de instinto goleador, sin embargo ha mejorado notablemente en este aspecto, demostrando una sangre fría inusual frente al portero. Otro de los que debería ir a la Selección, al no contar España con un jugador con estas características. NOTA: 9


Salvio: Desaparecido con Manzano, recuperó sensaciones con la llegada del Cholo. Bajo mi punto de vista jugador interesante para un equipo menor o como revulsivo desde el banquillo en este club. No está nada exento de calidad, sin embargo en ocasiones es muy individualista y sin aportación en las combinaciones asociativas. A pesar de ello es un jugador con buena llegada a portería, y puede aportar buenas cifras goleadoras a lo largo de una temporada. NOTA: 6,5

Falcao: La nueva gran estrella del proyecto rojiblanco. Comenzó recibiendo algunas críticas por parte de determinados sectores de la afición debido a su alto coste, sin embargo ningún colchonero tiene a día de hoy un pero hacia él. Grandísimo instinto goleador y una tremenda capacidad de remate. Bueno en el juego aéreo y con un buen disparo a puerta. Fuera del área quizá no sea un jugador diferencial, pero ha demostrado tener buena técnica y se le ha ido viendo intentar más cosas. Estas virtudes vienen acompañadas además de un gran trabajo físico y capacidad de sacrificio. Para la historia queda su actuación en la final. NOTA 9,5


GUILLERMO PÉREZ

miércoles, 16 de mayo de 2012

LA FINAL DE BUCAREST

LA FINAL DE BUCAREST.

  Como lo prometido es deuda, y dado que fue prometido en la brevísima entrada de felicitación que escribí el día inmediatamente posterior a la final, voy a plasmar hoy negro sobre blanco (o mejor dicho, blanco sobre rojo, los colores elegidos por razones obvias para mi blog) mis impresiones y vivencias sobre la reciente final de la Europa League de la temporada 2011-12, brillantemente conquistada por nuestro equipo frente a la antigua casa matriz del Athletic de Bilbao. Como ya reflejé en la reseñada entrada de felicitación, el objetivo de este blog no es el de repasar los temas de rabiosa actualidad del club, que para eso ya existen hoy en día múltiples y variados medios de acceder a ella, sino el de recordar diversos aspectos y circunstancias que han contribuido a forjar la gloriosa Historia del mismo. Pero no es menos cierto que un hecho de tamaña relevancia no puede por menos de ser abordado. Al fin y al cabo, cuando alguien lea esto dentro de cinco, diez o quince años (si es que por entonces existe alguien que quiera leer estas líneas), estará repasando uno de los principales hitos históricos del Atlético de Madrid. Así que…¡manos a la obra!.
  En primer lugar, los datos objetivos, escuetos y desapasionados: el resultado final, como ya todos conoceréis (pero igual a más de uno le gusta recordar y re-disfrutar dentro de los citados cinco, diez o quince años) ha sido de victoria rojiblanca (o sea, del equipo local, que iba vestido de rojiblanco, y que no era otro que el Aleti, ya que el equipo bilbaíno vistió de verde) por tres goles a cero, anotados el primero de ellos a los siete minutos por el ariete colombiano Falcao, en una jugada excelsa en la que tras hacer varios amagos y una semibicicleta ante el central vasco-venezolano Amorebieta, teledirigió con su pierna izquierda el esférico hasta la escuadra del guardameta Gorka Iraizoz. El segundo, mismo goleador, en el minuto treinta y tres, en otra estupenda jugada plena de habilidad y potencia. Y el tercero, ya cerca del final, minuto ochenta y cinco, por el centrocampista brasileño Diego, después de una prodigiosa jugada individual. El encuentro tuvo lugar el día nueve de mayo de dos mil doce, miércoles, principiando a las veinte horas y cuarenta y cinco minutos, en el estadio Nacional de la capital rumana, Bucarest, ante cincuenta y tres mil personas, nueve mil de las cuales eran hinchas de nuestro equipo.
  Bajo la dirección del árbitro alemán Stark, las alineaciones fueron: Atlético de Madrid: Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis; Mario Suárez, Gabi; Adrián (Salvio, minuto 86), Diego (Koke, minuto 89), Arda Turan (Domínguez, minuto 91); y Falcao. Y por el Athletic Club de Bilbao: Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta, Aurtenetxe (Ibai Gómez, tras el descanso); De Marcos, Iturraspe (Íñigo Pérez, tras el descanso), Ander Herrera (Toquero, minuto 62); Susaeta, Fernando Llorente y Muniain.
  Y después de los datos objetivos, mis apreciaciones personales: en primer lugar he de decir que tan pronto como se confirmó la presencia de nuestro equipo en esta importante final, mis dos sobrinos mayores (que hoy por hoy son los atléticos más furibundos de la familia) y yo nos planteamos la posibilidad de acudir a presenciarla “in situ”. Yo ya he acudido a alguna, como se ha visto y se verá en estas páginas, pero para ellos hubiera sido la primera y estaban sumamente ilusionados. Pero la ilusión prontamente se desvaneció. En el reparto de las entradas no tuvimos ocasión alguna y tampoco conocíamos a nadie importante que nos pudiera suministrarlas. Así que nos tuvimos que conformar con verlo apasionadamente desde el otro lado del televisor. Por cierto, en cuanto al tema de la venta de entradas he de afirmar que en mi opinión este año estuvo muy bien organizada, por más que nos pese a los que no pudimos conseguirlas. Así como en otras finales siempre existe polémica en cuanto a su reparto, tanto en este como en otros clubes, me pareció muy adecuado el sistema concreto y aséptico de asignación.
  En cuanto al partido en sí, estimo que el Aleti fue un justísimo campeón. Disputó un partido magnífico en concentración, intensidad y efectividad. Estoy oyendo y leyendo en estos días que el rival estuvo muy por debajo de su capacidad, que ninguno de sus jugadores llegó a alcanzar su nivel habitual. Puede ser, pero…¿a alguien se le ha ocurrido pensar que quizá ello sea debido no a deméritos propios, sino a méritos del adversario?. Para empezar, el guión previo que muchos agoreros habían trazado era el de un equipo atrincherado en su área, viéndolas venir y a ver si con suerte se conseguía salir al contraataque, mientras que el otro dominaría con soltura el juego, movería el cuero de un lado al otro del campo y no nos permitiría salir de la zona defensiva. Pues ese guión previo saltó de inmediato roto en mil pedazos. El partido empezó con dos pelotazos largos, regalando la posesión, de dos centrales con buen manejo de balón como son Javi Martínez y Amorebieta. Los madrileños presionaban muy arriba y todos a la vez, lo que no permitía una salida clara del balón, que se recuperaba con prontitud y facilidad y, lo que es más importante, en zonas atacantes propias, cerca del área rival. Ya había existido un primer acercamiento de peligro mediante la testa de Adrián. En éstas, un pase largo en profundidad de Diego, habilitó a Falcao en el borde derecho del área grande. Tenía frente a él a Amorebieta. Mientras realizaba el control le tiró varios amagos y la semibicicleta (la llamo así porque no llegó a ser completa) anteriormente relatada y el central le esperaba, sin entrarle. Todo parecía indicar que estaba aguantando el balón para ofrecérselo de cara a Adrián, Arda Turan o cualquier otro que llegara desde la segunda línea, pero…el defensor dejó una pequeña puerta abierta por la que el ariete colombiano introdujo el misil teledirigido a la escuadra más alejada, con su pierna menos buena, la izquierda (o, visto lo visto, y que me perdonen los puristas gramaticales, la menos buenísima). Es de esos goles que tanto el público como el jugador lo están disfrutando ya desde que el balón sale del pie. El ángulo de cámara era perfecto y se vio de inmediato que ese esférico no tenía otro destino posible que no fueran las mallas. En una de las repeticiones en cámara lenta se aprecia claramente como los rostros de Iraizoz y Aurtenetxe reflejaban, mientras el cuero volaba por el aire, su pesadumbre ante la certeza de que no había remedio.
  Tras el gol, el Aleti siguió presionando con intensidad unos pocos minutos más. Poco a poco se fue replegando sobre el terreno, a la par que los bilbaínos empezaban a contactar con mayor frecuencia con la pelota. No se cometió, no obstante, el error de encerrarse en el área, ya que el magnífico juego aéreo del rival nos hubiera metido en complicaciones sin fin. Ese error ya se cometió en el único partido que he podido presenciar en directo, contra el mismo rival, en el viejo San Mamés (y probablemente el único, dada la construcción de un nuevo San Mamés). Jornada novena de la Liga 2009-10. Quique Sánchez Flores recién aterrizado (de hecho, era su primer partido). Derrota por un gol a cero, anotado, mediada la primera parte, en un certero cabezazo al saque de una falta del entonces centrocampista Javi Martínez en el mismísimo borde del área chica, batiendo a nuestro cancerbero Sergio Asenjo mientras poco antes, desde posición más adelantada, Forlán se desgañitaba gritándole a sus compañeros que no se metieran tan atrás a defender, que no hacían sino aproximar a los atacantes  al arco.
  Un disparo lejano de Muniain y poco más bagaje ofensivo. Al rato, nueva diana. Tras un saque de esquina, Amorebieta intenta sacar jugando el balón por la derecha, su perfil cambiado. Miranda, que se encontraba por allí arriba porque había subido a rematar el córner,  le roba el esférico, lo cede a Arda Turan, que profundiza por la izquierda y pasa atrasado a Falcao. Un ariete ordinario hubiera rematado de primeras y muy posiblemente hubiera estrellado el balón contra los adversarios que tenía enfrente, que de nuevo eran los defensas Amorebieta, que había recuperado la posición, Aurtenetxe y el guardameta Iraizoz. Pero “El Tigre” no es un ariete ordinario. Es extraordinario. No remata de primeras, sino que amaga y pisa el balón con su pierna derecha. Con eso consigue que los tres citados queden automáticamente fuera de la jugada, resbalando, pasándose de frenada y tumbados en el suelo. El resto, para Falcao, es fácil. Duro disparo, de nuevo con su pierna “menos buenísima”, con precisión, potencia y colocación, y otra vez que, como relatarían los cronistas radiofónicos clásicos, el esférico besa las mallas.
  De ahí hasta el final de la primera parte, los vizcaínos quedaron “groggy”. Fue el Aleti el que mantuvo la posesión y movía el balón de un lado a otro.
  Tras el descanso, el entrenador contrario, Marcelo Bielsa, quiso modificar el rumbo del encuentro con la incorporación de dos jóvenes talentosos como son Ibai Gómez (de durísimo disparo) e Íñigo Pérez (de suma precisión y elegancia en el toque). Parecía que iniciaban un fuerte arreón para obtener algún gol que les permitiera meterse en el partido, pero eran más fuegos de artificio que nada. Algún disparo lejano de Ibai o un remate cercano de Susaeta (en mi opinión, su ocasión más clara), bien solventados por nuestro cuasiadolescente cancerbero belga Courtois, fueron sus únicas aproximaciones con cierto peligro.
  Poco a poco se iban lanzando cada vez más  a pecho descubierto. Los que hemos visto mucho fútbol sabemos cómo termina eso indefectiblemente, siempre y cuando no se obtenga el resultado apetecido. Se crean unos tremendos espacios en la zona defensiva que, un equipo bien armado y con calidad en los hombres delanteros, como lo fue el nuestro, suele aprovechar. Ya había rematado al poste Falcao en otra maravillosa jugada personal. Y poco después, Diego, conduciendo el balón desde el centro del campo, se planta al borde del área, con Toquero soplándole el aliento al cogote. Se frena, hace una pausa, como valorando la decisión a tomar y a qué compañero le va a pasar el cuero. Pero no lo pasa. O mejor dicho, se lo autopasa a él mismo, dejando tras de sí, además de Toquero, a los dos centrales, Javi Martínez y de nuevo Amorebieta, penetrando en el área y, en posición esquinada, cruzar el esférico al palo largo con un seco disparo raso con su pierna izquierda (también la menos buena) que se cuela cerca del poste. El delirio y la juerga generalizada en las gradas atléticas suben de nivel y se empieza a entonar el “Campeones, Campeones”.
  Tras ello, nuestro entrenador, Diego “Cholo” Simeone, decide efectuar los tres cambios para que participen de la final los que han sido para él en esta media temporada sus jugadores números 12, 13 y 14 (pongan ustedes el orden que más les plazca): Salvio, Koke y Domínguez. Me parecieron cambios muy acertados por varios motivos: para darles el gustazo de jugar y ganar una final europea; para al mismo tiempo homenajear a los suplidos, tres de nuestros “Cuatro Fantásticos” (y desde aquí planteo un juego: si los equiparamos a los celebérrimos héroes del comic marvelita, ¿cuál sería cuál?); y finalmente, para dejar constancia para tiempos venideros de la presencia en la plantilla de tres jugadores muy jóvenes, formados en la idiosincrasia atlética (y dos de ellos desde época infantil) que, en un futuro cercano, van a tener que tomar las riendas y la responsabilidad del equipo. Sin embargo, me dolió la no entrada, a modo de homenaje, y pienso que el “Cholo” la podía haber tomado en consideración, del veterano que parece desvincularse del Club, Antonio López, el capitán que nos guió en la anterior final de Europa League de Hamburgo.      
  Haciendo un breve repaso de los protagonistas de la final, cabría decir que todos nuestros jugadores demostraron unas estupendas concentración e intensidad, que en otras ocasiones se han echado de menos, y que es lo mínimo que demanda la afición atlética. El portero Courtois reafirmó lo ya demostrado durante la mayor parte de la temporada: su personalidad, colocación y sobriedad, pese a su juventud, y, sobre todo, dada su estatura, su facilidad para controlar el juego aéreo, no obstante haber sido puesta últimamente dicha faceta en entredicho. Los laterales, Juanfran y Filipe Luis, no permitieron penetración alguna por su zona, con enorme sacrificio que motivó cierta pérdida de protagonismo en funciones ofensivas que, para mí, son su mejor virtud. Los centrales, Miranda y Godín, sobrios, contundentes, expeditivos y sin concesión alguna. En suma, excelentes. En el centro del campo, Gabi manejó el balón con soltura, ayudando tanto en el ataque como en la defensa. Su irrefrenable tendencia a cometer faltas absurdas e innecesarias no pasó factura esta vez. Estratosférico partido el de Mario Suárez, el mejor que le haya visto nadie jamás con las rayas rojas y blancas: concentración absoluta, generosa ayuda a los centrales, sobre todo cuando entró Toquero, y presionando a Fernando Llorente por delante de él, para evitar que le llegaran balones, además de una salida clara y efectiva del esférico, permitiéndose incluso dos vistosos lujos en ello, e incluso en ocasiones llegando a posiciones ofensivas. Tres de los “cuatro fantásticos”, Adrián, Diego y Arda Turan, desplegando tanto sus indudables características ofensivas como, lo que puede que en ocasiones sea más importante para el equipo, sacrificándose en tareas defensivas. Y finalmente, Falcao. El más importante de la final. El “M.V.P.” Al igual que Mario, ha reservado su mejor juego para desplegarlo en la final. A lo largo de la temporada, ha demostrado ser un delantero centro espectacular, de remate poderoso y certero, pero que demostraba ciertas carencias a la hora de tocar el balón, controlarlo, pasar y regatear, sobre todo fuera del área. Pero en la final parecía otro jugador. Se pasaba la pelota por aquí, por allá, la tocaba, regateaba, centraba, no permitía que se la quitaran. Y después de todo ello, terminaba rematando con su violencia y precisión habituales. ¡Y eso que no tuvo ocasión alguna de poner en práctica su mortífero remate de cabeza!.
  Para finalizar, me gustaría hacer una alabanza a la tremenda deportividad que el encuentro destiló en todo momento. En primer lugar, sobre el terreno de juego, donde, dejando aparte alguna dura entrada normal en tales circunstancias, todos los jugadores se despacharon con gallardía y honestidad, lejos de las crispaciones y enrabietamientos que últimamente otros equipos de mayor presupuesto parecían haber convertido en inevitables. La imagen de veteranos como Simeone, Antonio López o Perea consolando a los desconsolados cachorros bilbaínos fue entrañable y enternecedora. Y en segundo lugar, entre las aficiones, donde todo el mundo aplaudió a todo el mundo: la afición bilbaína, pese al disgusto, ovacionando a los suyos, por haberles permitido la felicidad de llegar hasta allí; y también a los nuestros, reconociéndolos como justísimos y brillantes vencedores; y la afición atlética, también a los suyos propios, por razones obvias y evidentes, pero además al equipo derrotado, por haber sido un noble y digno adversario. Y los vencidos, tanto equipo como afición, permanecieron hasta la entrega de trofeos, lejos de otras finales, a las que algunas asistí, en que los jugadores abandonan con falta de deportividad el terreno de juego (¿verdad, Mou?) y la afición deja las gradas abandonadas “ipso facto”.
  En fin, que ¡CAMPEONES!. La felicidad es absoluta. Hay que disfrutarla, sobre todo porque no se sabe cuándo se va a poder volver a revivir semejante ocasión. Y más desde que la misma noche de la final ya se habla de que tal o cual jugador no va a continuar con nosotros. Volveremos a desesperarnos con la trayectoria del equipo, pero también a gozarla y…¡qué nos quiten lo bailao!.          
               
   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 10 de mayo de 2012

¡¡¡CAMPEONES!!!

¡¡¡CAMPEONES!!!
Aunque este sea un blog dedicado a aspectos históricos del club, y no tanto a la rabiosa actualidad, no puedo por menos de felicitar hoy al maravilloso equipo que nos ha proporcionado nuestra cuarta corona europa (y quinta internacional). Prometo que la semana que viene dedicaré un artículo completo al análisis de la final.

miércoles, 9 de mayo de 2012

REINA

REINA.

  Fue el portero del Atlético de Madrid durante buena parte de los años 70. Por consiguiente, todos los niños aficionados del equipo lo veíamos como una de nuestras estrellas. Y en particular, era especialmente seguido por aquellos, entre los que me incluyo, que, careciendo de dotes futbolísticas suficientes para destacar sobre el terreno de juego, terminaban haciéndolo debajo de los tres palos. Y, modestia aparte, un servidor sí que disponía en ese emplazamiento de cierto nivel, lo que me permitía al menos participar en los equipos colegiales. Durante mucho tiempo yo salía a jugar los partidos con un jersey verde con cuello de pico, tal y como lo hacía sempiternamente uno de mis ídolos de infancia, introduciendo una nota de color en una época en la que los cancerberos se caracterizaban por sus vestimentas oscuras, cuando no decididamente negras.
 Miguel Reina Santos nació en Córdoba el día veintiuno de enero de mil novecientos cuarenta y seis. Comienza jugando en las categorías inferiores del equipo de dicha ciudad hasta que, siendo un jovencito de dieciocho años debuta en Primera División el día once de octubre de mil novecientos sesenta y cuatro, en un partido en el que el equipo local derrotó al Elche por dos goles a cero.


 En la temporada 1966-67 sus grandes actuaciones hacen que sea fichado por el Barcelona, donde permanece siete, hasta la 1972-73, en la que llega a nuestro club. Durante su estancia en el equipo barcelonista obtiene dos Copas del Generalísimo y una Copa de Ferias, y un trofeo Zamora en lo particular, precisamente en su última temporada, encajando tan sólo veintiún goles en las treinta y cuatro jornadas que entonces componían el Campeonato de Liga, incluyendo una racha de imbatibilidad de 824 minutos (que fue una de las marcas que de forma paulatina fue dejando atrás otro enorme guardameta atlético, Abel, en la temporada 1990-91, en la conseguiría su legendario record de imbatibilidad, todavía vigente, de 1275 minutos). Los motivos por los que un portero de la tremenda calidad de Reina pudo dejar al Barcelona no están aún nada claros, pero creo recordar haber leído en algún sitio que una de las principales causas fue la predilección que sentía el aficionado blaugrana por Sadurní, portero catalán de la casa. De hecho, en la temporada 70-71 Reina apenas jugó encuentros ligueros en el Nou Camp, ya que la afición local estaba de uñas contra él por algunos errores de cierto bulto. Lo cierto es que, fuera por la razón que fuera, el Atlético de Madrid obtuvo la colaboración de un extraordinario guardameta.
 Y en nuestro club se mantuvo durante siete temporadas más, hasta el final de la 1979-80, año en el que decide colgar las botas y los guantes. Por consiguiente, participó en la última gran racha de títulos obtenida por el equipo (porque la 95-96, año del doblete, no puede considerarse racha, sino una temporada aislada): Liga 76-77, Copa (última del Generalísmo) de 1976 y Copa Intercontinental de 1975 (donde jugó el primero de los dos partidos de la final, en Avellaneda, el día doce de marzo, puesto que el partido de Madrid fue jugado por su suplente Pacheco). También jugó la final de la Copa de Europa de 1974, contra el Bayern de Munich (en este caso los dos partidos, el inicial y el de desempate). Y el primero de ellos es el encuentro que la mayoría de los atléticos guarda en el imaginario colectivo. Y muchos para mal. Un buen número de seguidores le achaca gran parte de la responsabilidad del gol del empate bávaro, aduciendo que un disparo tan alejado no podría jamás haber llegado a alcanzar las mallas. En este sentido, al igual que en el artículo publicado sobre Gárate le dediqué una reivindicación sobre esta misma final, al atribuirle muchos aficionados que su marcador Schwarzenbeck, tras quedarse el ariete acalambrado en el suelo y no poder bajar a defenderle, lanzara un zapatazo lejanísimo que acabó en el infausto gol, en el presente artículo quiero romper otra lanza a favor de Reina. Considero injusto que se le achaque fallo alguno en dicha acción. El disparo, pese a estar tan lejos, llevaba una potencia descomunal y una precisa colocación. Amén de que, al encontrarse el equipo defendiendo muy metido ya dentro del área en esos últimos minutos, la masiva presencia de rivales y compañeros por delante le hiciera perder ángulo de visión (y yo, que a un nivel muchísimo más inferior, por supuesto, me he puesto bajo palos en alguna ocasión, sé lo que significa eso). Cierto parece ser, por otro lado, que Reina tenía ciertos problemas de vista. Después de su retirada, todas sus apariciones públicas han sido con gafas. Algunos le atacaron también por esa circunstancia.
 En definitiva, defendió la camiseta rojiblanca (o mejor dicho, casi siempre verde), durante ciento cincuenta y cinco encuentros de Liga, en los que recibió ciento setenta goles. En la temporada 1976-77, coincidiendo con el alirón liguero, obtuvo un nuevo trofeo Zamora que añadir al ya conseguido defendiendo los colores blaugranas, al recibir veintinueve goles en treinta partidos.
  Por lo que hace referencia a la Selección española, Reina también fue internacional. Su hijo, Pepe Reina, flamante campeón de Europa y del Mundo con “La Roja” , nacido en Madrid en 1982, el día 31 de agosto, donde se radicó su padre poco después de su retirada (por cierto, que habiendo desfilado por las filas del Barcelona, Villarreal y Liverpool, con frecuencia ha dejado patente su predisposición y cariño hacia los colores rojiblancos, no obstante el no muy agradable recibimiento que un sector de la afición le ha dispensado tradicionalmente en el Calderón, sobre todo en sus visitas con el equipo castellonense), ha manifestado en diversas ocasiones que en cuanto a la Selección, su padre tuvo entonces el mismo problema que él está teniendo ahora: coincidir en el tiempo con un extraordinario portero que le impidió (le está impidiendo) alcanzar una cota más elevada de encuentros internacionales. El rival (que no enemigo) de Pepe se llama Casillas y el de su padre Miguel se llamaba Iríbar, que fue titular bajo los palos de la Selección durante prácticamente doce años de forma consecutiva, dejando muy pocos entorchados para sus oponentes. Puede que le dé la razón a Pepe Reina en cuanto a que Casillas me parece mejor cancerbero que él, pero desde luego, y que me perdonen muchos puristas (sobre todos hinchas del Athletic de Bilbao) por lo que voy a decir, pero a mí, particularmente, Reina padre me parecía mejor portero que Iríbar.
  Miguel Reina fue internacional en suma en apenas cinco ocasiones. Debutó el día quince de octubre de mil novecientos sesenta y nueve, en partido clasificatorio para el Mundial de México 70, estando ya España eliminada. Se disputó en La Línea de la Concepción contra Finlandia, con rotundo triunfo por seis goles a cero. Era el primer partido de Kubala como seleccionador (sería el único que tuvo Reina), y dado que contó para él con el entonces barcelonista parecía que iba a apostar por Reina e iba a desbancar a Iríbar, pero de inmediato volvió a contar con “El Chopo” para la mayoría de los siguientes encuentros. Así, el segundo partido, contra Chipre en Nicosia, no fue hasta el día nueve de mayo de mil novecientos setenta y uno, con victoria española por dos goles a cero, clasificatorio para la Eurocopa de 1972; el tercero fue contra la U.R.S.S., en el mismo torneo, empate a cero en el Sánchez Pizjuán (recuerdo que a este partido en el colegio los profesores le dieron una gran importancia y nos arengaron sobre las grandes virtudes patrias); el cuarto contra Grecia en La Rosaleda el día veintiuno de febrero de mil novecientos setenta y tres, clasificatorio para el Mundial de Alemania 74. Curiosamente hasta aquí Reina había participado en tres diferentes torneos clasificatorios, no habiendo logrado sin embargo la clasificación en ninguno de ellos. Todos los encuentros habían sido de carácter oficial, por lo que parecía que Kubala confiaba abiertamente en el cordobés y hacía ciertas rotaciones con el intocable Iríbar. Y además, no había recibido ningún gol. Pero llegó una fecha nefasta: el día dos de mayo de mil novecientos setenta y tres, partido número doscientos de la Selección española, y primero de carácter amistoso (quinto y último en el total) que jugaba Reina, contra Holanda en el Olímpico de Amsterdam. Derrota por tres goles a dos, pero lo más grave fue el autogol que se metió Reina (en realidad, fue Violeta, pero Miguel fue el culpable). Muchos ríos de tinta circularon por aquel entonces, y Kubala, cargándole la responsabilidad, jamás volvió a contar con él. Dado que el incidente está pormenorizadamente relatado con maestría por Alfredo Relaño en su maravilloso libro “366 historias del fútbol mundial que deberías saber” (incidente y libro que ya fueron reseñados en el artículo dedicado a Irureta, que también jugó ese partido) no puedo añadir nada más (jamás llegaría a plasmarlo con la misma emoción y sabiduría), por lo que vuelvo a remitirme a él para evitar repeticiones innecesarias. El caso es que nunca volvió a la Selección. Por consiguiente, los atléticos tenemos la pequeña espinita de que todas sus internacionalidades lo fueron mientras defendía la camiseta del Barcelona, y ninguna lo fue de rojiblanco (o de verde).
  En cuanto a sus cualidades, recuerdo a Reina como un magnífico cancerbero, con una personalidad arrolladora (en eso se parece mucho a su hijo Pepe). No era especialmente alto, lo que le llevaba a no controlar con entera seguridad el juego aéreo. Pero era tremendamente elástico y ágil. Sus vuelos de palo a palo eran legendarios. Su valentía, espeluznante. Se arrojaba a los pies de los adversarios, buscando limpiamente la pelota, aunque fueran caballos a pleno galope. Además, por lo que parece, su gran sentido del humor y bonhomía le hacían sumamente querido en todo vestuario que atravesara (otro punto de contacto con su hijo Pepe). Y sobre todo, su carácter enérgico y desenfadado, del cual era clara plasmación su jersey de color verde (¿había mencionado antes que jugaba casi siempre con ese color?), le hacían ser el contrapeso a tanto portero setentero de carácter sobrio y jersey oscuro o negro del todo. Me alegra poder contar a los demás que yo vi jugar al gran Miguel Reina Santos, y compartir con él tardes y noches enteras de gloria y de intervenciones inverosímiles.
  Epílogo: para aquellos que estaban esperando que en este artículo se hiciera mención del celebérrimo gol que le metió Cruyff en el Nou Camp, compartamos la sabia postura adoptada por la nación gala en “Astérix y el escudo arverno”: ¿gol de Cruyff?. ¿Qué gol de Cruyff?. Yo no sé nada de eso. 
         

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 2 de mayo de 2012

LA FINAL DE LYON

LA FINAL DE LYON.

Ambientazo en las gradas
   Dentro de esta serie de artículos históricos que estoy dedicando al Atlético de Madrid, comienzo hoy una miniserie (en términos novelísticos o cinematográficos podríamos hablar de una saga) dedicada a las finales del equipo que he podido presenciar “in situ”, dentro del estadio, con la indudable carga de emoción e intensidad añadida que ello conlleva. Huelga decir que desde que tengo uso de razón todas y cada una de las finales a las que ha llegado el equipo han contado con mi ferviente presencia detrás de la pantalla del televisor. Pero hay cuatro de ellas a las que tuve la fortuna de poder asistir personalmente. No voy a desvelarlas ahora, para mantener la incertidumbre y la emoción de cuáles puedan ser. Sí que anticipo que el repaso será por orden cronológico. Así consigo uno de los principales objetivos que ya desde el artículo introductorio anuncié para este blog: compartir recuerdos y vivencias con otros seguidores rojiblancos. Las finales que vaya rememorando es indudable que traerán gratas imágenes a la memoria de muchos.
  Dos de mayo de mil novecientos ochenta y seis. Algunos de los expedicionarios bromeábamos durante el viaje acerca de que era una buena fecha para disputar una final en territorio francés. Poco antes había tenido lugar el cataclismo nuclear de Chernobyl. Lugar: estadio Gerland de Lyon. Años después, con motivo de Francia 98, este estadio fue profusamente remodelado, y reinaugurado un año antes de dicho Mundial, con el partido inicial de la Copa Confederaciones, entre Francia y Brasil (tres de junio de mil novecientos noventa y siete). Allí el Mundo entero se asombró con la celebérrima “bomba inteligente” que el madridista Roberto Carlos le endosó al cancerbero galo Barthez.
Alineación ucraniana
  La final era de la extinta Recopa, o Copa de Europa de Campeones de Copa. Tradicionalmente en aquellos años las finales europeas se celebraban durante los cuatro miércoles del mes de mayo: el primero se reservaba para la ida de la final de la Copa de la U.E.F.A., el segundo para la de la Recopa, el tercero para la vuelta de la U.E.F.A. y el cuarto y último, traca final con la Copa de Europa. Pero este año fue especial. Era inminente la celebración del Mundial de México 86, cuyo partido inaugural sería en el propio mes de mayo, el día treinta y uno. Como las selecciones nacionales tenían que llegar con tiempo de margen para la adaptación al mal de altura y a la “venganza de Moctezuma”, se concentraron los cuatro partidos finales en apenas una semana. Y además, otra particularidad añadida (e histórica) es que a las tres finales arribaron equipos españoles. De esa manera, el miércoles treinta de abril el Real Madrid ganaba en el estadio Santiago Bernabéu al Colonia alemán por cinco goles a uno, el viernes dos de mayo el Aleti jugaba su final de Recopa, el martes seis de mayo el Colonia ganaba por tan sólo dos a cero, por lo que los madridistas lograban el título de la U.E.F.A., y al día siguiente, siete de mayo, el Barcelona, tras concluir el tiempo reglamentario con empate a cero, perdía a los penaltis la final de la Copa de Europa en el Sánchez Pizjuán ante el Steaua de Bucarest (¡los barcelonistas fallaron todos los lanzamientos!).
Atléticos por las calles
  En cuanto al recorrido a la final, somero repaso: en dieciseisavos de final se eliminó al Celtic de Glasgow escocés. Ida en Madrid, el 18 de septiembre de 1985, y empate a uno, con goles de Setién y Johnston. En la vuelta en Glasgow, el 2 de octubre, a puerta cerrada, victoria por dos goles a uno, anotados por los dos Quiques (Setién y Ramos), al que cerca del final respondió Aitken. Memorable partido de los dos centrales, Ruiz y Arteche. En octavos de final, se dejó en la cuneta a otro equipo británico, el Bangor City galés. Eliminatoria mucho más cómoda: cero a dos en la ida en Bangor, el 23 de octubre de 1985, anotados por Da Silva y Setién (por cierto, en el resumen de la “tele” se pudo apreciar una peculiaridad de este estadio que jamás había visto antes ni he podido ver con posterioridad: la anchura del terreno de juego era “kilométrica”; supongo que sería reglamentaria, pero cada vez que había que lanzar un córner el esférico a duras penas alcanzaba el borde del área). En la vuelta de Madrid, el 6 de noviembre, con la eliminatoria prácticamente resuelta, victoria por un gol a cero, de Landáburu (otra curiosidad: el probablemente único seguidor galés en todo el estadio, supongo que un aficionado del equipo que vivía en Madrid, siguió el desenlace en la grada muy cerca de mi ubicación). En cuartos de final, nos deshicimos del entonces yugoslavo Estrella Roja: cero a dos en la ida de Belgrado, el 5 de marzo de 1986, en un terreno helado y con dos goles calcados: cabezazos de Julio Prieto al poste que remacha Da Silva a las mallas. La vuelta en Madrid, 19 de marzo, día de San José, empate a uno, goles de Marina y Djurovic. Ya en semifinales, se eliminó al Bayer Uerdingen alemán. Ida en el Calderón, el 2 de abril de 1986. Ambientazo espectacular en las gradas y victoria por un gol a cero. El cancerbero germano Vollack hizo un partido tremebundo y paró todo lo parable, salvo el único gol (y parecía que escaso, dada la legendaria capacidad alemana para remontar marcadores adversos) de Julio Prieto. Pero la vuelta en Uerdingen, el 16 de abril, fue un partidazo atlético y se ganó de nuevo, por dos goles, de Herget y Gudmundsson, a tres, anotados por Rubio de penalti, Cabrera y Julio Prieto. Cerca del final, con la eliminatoria perdida, el guardameta alemán que había hacho tal partidazo en Madrid, humilló a Rubio tirándole al suelo con un tirón de los pelos, delante de las mismas narices del árbitro, que no tomó al respecto decisión alguna. Y a la final, teniendo como rival al desconocido equipo ucraniano, entonces parte de la U.R.S.S., del Dinamo de Kiev.     
  En esta final no tuve que preocuparme para nada de trámite alguno relativo a viaje o entradas. Se encargó de todo un amigo (o más bien conocido). Por aquel entonces vivía en el madrileño barrio de Virgen de Begoña y cada día de partido al regresar a casa en Metro solía coincidir con otro aficionado que también vivía allí (debíamos de ser los dos únicos, o al menos, los únicos que íbamos en Metro). Se llamaba Luis (desconozco sus apellidos; creo que nunca los llegué a conocer). Era un poco más joven que yo. Tantas coincidencias en andenes y vagones provocaron que termináramos hablando inexcusablemente de la marcha del equipo y labráramos una superficial amistad, circunscrita al ámbito estrictamente futbolístico. Cuando se alcanzó la final, barajamos la posibilidad de ir juntos a presenciarla. Se disputaba en viernes que además era festivo en Madrid (día de la Comunidad), por lo que no nos causaba contratiempo alguno en cuanto al trabajo o los estudios. Esa fue indudablemente una de las razones que contribuyeron al éxodo masivo y al ambientazo que todos pudimos vivir en Lyon. Se encargó él de toda la tramitación, lo que le acarreó no pocos quebraderos de cabeza, según me contó luego, y por fin consiguió entradas y viaje con una peña atlética de Vallecas (que me perdonen los peñistas, pero no recuerdo ahora el nombre de la misma) contigua al estadio del Rayo. Desde allí salimos en autocar la tarde del jueves uno de mayo, para meternos entre pecho y espalda todo el kilometraje hasta la ciudad francesa. Al final éramos un grupito de cuatro, de los que yo conocía tan sólo muy ligeramente a Luis, dado que éste había apuntado al viaje a un amigo suyo, frutero de profesión, y a su vez éste a otro amigo.
Blokhine se va de Ruiz
  A poco de salir, debíamos de llevar aproximadamente cien kilómetros por la N-II, que entonces no era autovía como ahora, sino vía de un solo carril, primer contratiempo: el autocar se ve obligado a detenerse porque al anochecer no se le encienden los faros. Tras casi tres horas de detención, durante las que empezamos a preocuparnos ante la eventualidad de no poder llegar a tiempo, y siempre había alguien que decía que avisaran a Arteche, que tenía más huevos que ninguno, y que hasta que no llegáramos nosotros que no permitiera que se iniciara la final, resultó ser un problema de un fusible que, una vez solventado, nos permitió retomar el camino, ya de noche cerrada. Durante esas primeras horas, el ambiente en el autocar fue magnífico y eufórico: gritos de ánimo, canciones, bromas, bufandas y banderas en movimiento. Por cierto, yo llevé tres banderas: una de España, de tamaño mediano, que había adquirido con motivo del Mundial de España 82, otra del Atlético de tamaño pequeño, comprada, y otra del equipo muy vistosa, muy grande, que gustó mucho a los demás y que me habían regalado a mí y a otros aficionados un día en el polideportivo Magariños, en un partido de balonmano, con las siete estrellas de la Comunidad de Madrid en el extremo del palo de la bandera. Abro paréntesis: al año siguiente, final de Copa del Rey en Zaragoza, contra la Real Sociedad. Yo no pude asistir, por motivos de estudios y exámenes. Luis sí. Me pidió prestadas esas tres banderas. Y hasta ahora. Nunca me las ha devuelto. Y hace años que no sé nada de él. Luis, si por casualidad leyeras este artículo, me gustaría por favor recuperar mis banderas, por motivos sentimentales más que nada. Fin del paréntesis.
  Según iba entrando la noche, la euforia inicial fue decayendo, y la mayoría quisimos dormir algo en el limitado espacio que nos ofrecía el autocar. Yo tuve la suerte de poder agenciarme un espacio con mayor amplitud, con dos asientos para mí, pero aún así los dolores de cuello, piernas y espalda no pudieron ser evitados. Entre sueños pude deducir como el chófer del autocar, una vez pasada Zaragoza, indudablemente para quedarse para sí el dinero de los peajes, no cogió la autopista primero hasta Barcelona y luego hasta la frontera de La Junquera, sino que tomó las carreteras nacionales, muchas de ellas muy reviradas. Y nos hizo la misma jugarreta tanto a la ida como a la vuelta.
  Ya por la mañana y en territorio francés, era muy agradable adelantar o ser adelantados por otros autocares españoles repletos de aficionados rojiblancos, bien visibles los colores, lo que motivaba en cada una de esas ocasiones una pequeña algarabía de cánticos y gritos de apoyo. También en un peaje francés se dio el caso contrario: un coche de matrícula belga nos “vaciló” un poco, provocando una furibunda reacción verbal de los ocupantes del autocar.     
  Llegamos a Lyon a media mañana. La final creo recordar que no empezaba muy tarde, hacia las siete, por lo que aún así teníamos muchas horas por delante que dedicamos a recorrer la ciudad haciéndonos notar, con nuestros cánticos y bromas, haciéndonos fotos de grupo en cada plaza y lugar de interés. En el Metro congeniamos con un joven lyonés que venía de trabajar, todo circunspecto con traje y corbata, y al que ganamos para la causa, transformándolo radicalmente con bufanda anudada a la frente y demás parafernalia rojiblanca. Vino a la final con nosotros (desconozco como pudo conseguir entrada, si se suponía que estaba todo vendido). Y después de todo ello, pasando varios controles de seguridad concéntricos…¡por fin al estadio!.
  El ambiente era realmente inenarrable. Por mucho que pueda intentar describirlo, es del todo punto imposible siquiera acercarme. Todos los que allí estuvimos guardamos un recuerdo imborrable. El fin de semana festivo motivó que cerca de quince mil atléticos viajáramos con el equipo, en una época en la que era mucho menos frecuente hacerlo que ahora. Aunque luego se perdiera, la emoción que se vivió lejos de España jamás podrá olvidarse. Además, el equipo rival apenas consiguió movilizar a su afición, por lo que las gradas eran en su práctica totalidad rojiblancas. En un video documental sobre la Historia del Aleti, recuerdo como nuestro defensa central y capitán esa noche Ruiz, rememorando a su vez esa final, narraba, lo que además corroboraban las imágenes, como el árbitro del encuentro, el alemán occidental Woehrer, mientras los contendientes y equipo arbitral formaban ante las autoridades, le hacía un comentario sobre lo impresionado que estaba por el magnífico espectáculo que allí se estaba disfrutando.
Arteche al corte
  Pero ahí se terminó todo el ambiente festivo. En cuanto a la final en sí, no hubo color en absoluto. El equipo ucraniano nos pasó por encima. Entonces no eran jugadores muy conocidos, pero la final con difusión internacional y el ser prácticamente el equipo titular de la selección soviética que poco después asombraría en el Mundial mexicano motivó que todos ellos ingresaran en el conocimiento colectivo de todos los amantes del fútbol.
  Repasemos brevemente alineaciones y desarrollo del encuentro. Por nuestro equipo jugaron: Fillol; Tomás, Arteche, Ruiz, Clemente; Julio Prieto, Landáburu, Marina, Quique; Cabrera y Da Silva. Setién sustituyó a Landáburu a los sesenta minutos. El entrenador era Luis Aragonés. Era la alineación tipo de esa temporada. De estos doce jugadores, Tomás (para jugar todos los encuentros de titular) y Setién (que no disputó un  solo minuto) viajaron poco después a México con la selección española. Da Silva lo hizo con la uruguaya. De hecho, en la fecha de la final su selección estaba ya concentrada y hubo que negociar duramente para obtener la presencia del delantero charrúa. Por el Dimano de Kiev: Chanov; Bessonov, Baltacha, Kuznetsov, Demianenko; Yaremchuk, Yakovenko, Zavarov, Rats; Belanov y Blokhine. Bal sustituyó a Baltacha a los treinta y siete minutos y Yevtushenko a Zavarov a los sesenta y ocho. El único reconocido mundialmente era Blokhine, veterana ya estrella de los años setenta. Todos los demás lo serían muy pronto. Kuznetsov era un defensa central espigado y contundente. Demianenko un lateral izquierdo de continuas subidas por la banda. Yaremchuk y Yakovenko movían la pelota en el centro del campo con velocidad y precisión, y llegaban al área a rematar con frecuencia. Zavarov era un delantero pequeño y móvil, de gran técnica y gran remate de cabeza pese a su estatura. Rats (que años después jugaría en el Español) el típico jugador de banda zurdo y habilidoso, pero con gran sacrificio y enorme disparo lejano. Y Belanov fue la revelación más absoluta. Con velocidad de misil, fue perseguido constantemente durante todo el encuentro sin mucho acierto por todos los defensas rojiblancos. Poco después lo harían sus rivales mundialistas, con idéntico escaso resultado. Ese año obtuvo el Balón de Oro a mejor jugador.
  El partido empezó mal. Balón cruzado al área a los cinco minutos. En un primer disparo, el “Pato” Fillol está poco contundente en el despeje, dejando el balón flotando en el aire, y un nuevo remate de cabeza suave y colocado de Zavarov lleva el balón a las redes. Todo el resto del encuentro fue un quiero y no puedo. A pesar del aliento sin desmayo desde las gradas (¡se notó claramente que éramos atléticos!), y varios penalties reclamados por mano (que luego, viendo el partido grabado en video con tranquilidad en casa se vieron que no eran tales), los ucranianos manejaron el partido a su antojo. Destacaron sobre todo por su resistencia física y su velocidad. Nos pasaban como aviones. Su técnico, Valery Lobanovsky, que ya había obtenido un gran Dinamo de Kiev en los años setenta, logró una fórmula corregida, aumentada y mejorada. Era la plasmación definitiva del “fútbol total” que pusieron tan en boga los holandeses: todos atacaban, todos defendían, por todos los sitios, a una velocidad de vértigo y sin descanso. Blokhine y Yevtushenko, en sendos balones cruzados cerca ya del final, minutos ochenta y cinco y ochenta y ocho no hicieron sino dar a todos los presentes convencimiento pleno del resultado definitivo.

  No quiero terminar sin añadir dos circunstancias. La primera es que la U.E.F.A. felicitó oficialmente poco después a la afición derrotada por su enorme deportividad. No se causó ningún tipo de incidente y, en lugar de abandonar de inmediato las gradas, se asistió en masa respetuosamente a la entrega de la Copa, aplaudiendo con sinceridad a los justos campeones en su triunfal vuelta de honor, así como felicitando al propio equipo por habernos llevado a todos hasta allí. A diferencia de otras aficiones, por lo que se ha visto por el televisor o he podido presenciar sobre el terreno en otras finales, creo que ese es un inconfundible sello de la fiel y entendida hinchada atlética, ya se trate de finales perdidas en Sevilla o Valencia. ¡Y sobre todo, la enorme e inolvidable demostración que se ofreció en 2010 en el Nou Camp!.                    
   Y una última circunstancia a aportar es que, pese a la dolorosa derrota, el viaje de vuelta, aún no siendo todo lo eufórico que fue el de ida, fue más distendido de lo que yo pensaba que iba a ser “a priori”. Entre todos nos gastábamos bromas y nos levantábamos mutuamente el decaído ánimo. ¡Me sentí orgulloso de ser atlético!. Como dijo alguien muy sabio: “para ganar, hay que perder”.  

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ