miércoles, 29 de febrero de 2012

ALEMAO

ALEMAO.
  Fue el último fichaje de Vicente Calderón. Con ello, dejaba un gran legado para el club. Los atléticos disfrutamos de su excelente juego apenas quince meses. Pero a todos nos dejó un recuerdo imborrable. Probablemente haya sido uno de los jugadores de nuestro equipo que haya calado más hondo en la memoria colectiva habiendo permanecido menos tiempo. Para el gran público, Alemao se dio a conocer en el Mundial de México 86, que disputó desde el medio del campo de la selección de Brasil. Y más concretamente, en el primero de sus partidos, el que el uno de junio de mil novecientos ochenta y seis les enfrentó en Guadalajara, bajo el arbitraje del australiano Bambridge, a la selección española, el día del célebre no-gol de Michel, y que terminó perdiendo nuestra selección por un gol a cero, anotado por Sócrates. Por aquella época, no era tan fácil como ahora seguir por la televisión las diferentes ligas europeas y mundiales y las diversas competiciones internacionales, por lo que los aficionados al fútbol apenas alcanzábamos a conocer a las grandes estrellas internacionales en las fases finales de Mundiales, Eurocopas y finales europeas de clubes, que prácticamente eran los únicos partidos de fuera de España que podían verse aquí. Ese mismo día, también descubrimos todos a un defensa central negro de un físico portentoso y espectacular, llamado Julio César, que dominó los ataques españoles como un adulto que estuviera jugando contra niños de parvulario y que poco después sería fichado por el Inter de Milán. Alemao jugó de titular e íntegramente los cinco partidos que Brasil disputó en ese Mundial (los tres de la primera fase, los octavos de final y los cuartos de final, donde fueron eliminados por Francia a los penaltis). Cuatro años después, en el Mundial de Italia 90, también jugó de titular los cuatro partidos de su equipo (tres de la primera fase y el de octavos de final, donde fueron apeados por Argentina, tras anotar Caniggia su famoso gol a pase de Maradona, en posiblemente la última de sus grandes jugadas). En este último partido ante los albicelestes fue sustituido por Silas, quizá por atribuirle el seleccionador brasileño algo que sin duda alguna le fue achacado de inmediato por la opinión popular de su país, el ser uno de los jugadores que Maradona regateó en su slalom desde el centro del campo y no haber sido capaz de pararle, siquiera en falta. Alemao, de entre todos los rivales burlados por el astro argentino, fue el más cruelmente criticado, porque se estimó que no había querido hacerle falta por ser compañeros de equipo, dado que ambos figuraban por entonces en el Nápoles italiano. Tiene en total treinta y nueve entorchados internacionales, en los que anotó seis goles.
  Ricardo Rogerio de Brito, “Alemao”, nació en Fabril, un pueblo cercano a la ciudad brasileña de Lavras, el día veintidós de noviembre de 1961. Su apodo futbolístico le fue impuesto por su padre “porque era rubio como un alemán”. Su infancia no fue nada fácil. Despuntó en el equipo de su ciudad para fichar posteriormente por el Botafogo, uno de los mejores de la gran ciudad de Río de Janeiro, en 1980. Fue ascendiendo poco a poco peldaños, hasta asentarse como titular en su club y debutar en la selección. Precisamente su primera gran cita internacional fue el anteriormente referenciado Mundial de México 86, adonde acudió “a priori” como suplente. Pero el gran centro del campo brasileño comandado por Zico y Sócrates necesitaba de un complemento que aportara no sólo calidad sino también trabajo y fuerza. Entre sus compañeros, era considerado el más europeo de todos ellos (quizá su nombre de guerra futbolístico haría alusión también a su poderío físico).
  Ese mismo año, el 30 de diciembre, terminó su contrato con el Botafogo y no renovó. Quería venirse a jugar a Europa. Estuvo en negociaciones con varios equipos europeos, pero fue finalmente el Atlético de Madrid el que, merced sobre todo al empeño personal de Vicente Calderón, que deseaba contratar en esos momentos de austeridad en materia de fichajes a una gran estrella internacional, logró reclutarlo para sus filas. Sin embargo, pese al gran esfuerzo que Vicente Calderón aportó a las negociaciones, nunca llegarían a conocerse. Alemao llegó a Madrid el 26 de marzo de 1987, exactamente el mismo día en que nuestro presidente era enterrado tras su súbito fallecimiento.
  En la bibliografía que he consultado sobre Alemao, consta que defendió nuestra camiseta durante dos temporadas. Y no es del todo exacto. Fue en realidad una temporada completa, la 1987-88, y los últimos meses de la anterior, la 1986-87. Además, esta temporada tiene una particularidad que la hace única hasta ahora (no me he atrevido a escribir irrepetible). Es la temporada del play-off. Para suscitar aún más el interés de los aficionados (realmente para sacar más dinero), una vez que concluyó la temporada “regular” de dieciocho equipos y treinta y cuatro jornadas, se disputaron diez más, para lo que se subdividió la categoría en tres grupos. El primero jugaría por ganar la liga, el tercero por evitar el descenso y el segundo (donde quedó encajado nuestro equipo, al terminar la liga ordinaria en séptima posición) por la Copa de la Liga, en teoría. En la realidad, por nada. No debió salir muy bien el “experimento”, porque desde entonces no se ha vuelto a repetir. El caso es que esos diez partidos intrascendentes valieron al menos para ver debutar a Alemao con la camiseta rojiblanca. El equipo estaba clasificado desde finales de marzo para disputar las semifinales de la Copa del Rey, que se jugarían en junio. Por cierto, contra el Real Madrid, al que se eliminó (3 de junio en el Bernabéu, 3-2, goles de Quique y Marina; y 2-0 en el Calderón, goles de Uralde y de nuevo Marina). Luego se celebraría la final en La Romareda, contra la Real Sociedad, el día 27 de junio, que se perdería por penaltis, tras empatar a dos goles (anotados por Da Silva y Rubio). Mientras se preparaban esos partidos de semifinales e hipotética final, Luis Aragonés (nuestro tercer técnico de esa temporada, tras haber cesado a Miera y a Martínez Jayo) hizo debutar a Alemao el día tres de mayo de 1987, en la tercera jornada añadida, en Zorrilla contra el Valladolid, sustituyendo a Landáburu en el descanso. Terminó el partido empate a uno, goles de Juan Carlos (que luego ficharía por nuestro equipo) y Da Silva. A la semana siguiente, derrota por 2 a 1 en San Sebastián, y de nuevo salió tras el descanso, sustituyendo en este caso a Julio Prieto. Y una semana después, ya titular, jugando los noventa minutos y anotando su primer gol en la victoria por tres goles a dos ante el Betis. Después de esas tres jornadas, Luis Aragonés dejó de contar con él para conjuntar al equipo que iba a disputar las semifinales de Copa (no podía jugar la competición, al no estar inscrito) y no volvería a jugar, ya clasificados para la final de Copa, de nuevo de titular, hasta el catorce de junio, penúltima jornada de liga, en la victoria por 5 goles a 1 en nuestro estadio ante la Real Sociedad (curiosamente, el mismo rival contra el que pocos días después tendría lugar la final).                  
  La temporada siguiente, primera de Jesús Gil y Gil en la Presidencia, fue en consecuencia la que Alemao disputó completa con nuestros colores. Jugó 31 partidos más de Liga, cuatro de Copa y anotó cinco goles más (ante Logroñés, dos ante las Palmas, otro ante el Cádiz y el último ante el Mallorca, el siete de febrero, el primer gol de los siete que ese día endosamos al Mallorca, en una volea espectacular desde el borde del área, tras recoger un pase desde la izquierda de Quique Ramos; probablemente ese gol es lo más y mejor recordado por los aficionados; además, se puede encontrar fácilmente en Internet). En total, jugó en consecuencia treinta y cinco partidos de Liga, cuatro de Copa y anotó seis goles. Obtuvo el premio al mejor jugador extranjero de esa única temporada completa.
  Como había sido un fichaje de Vicente Calderón y no de Jesús Gil, éste no llegó nunca a “conectar” excesivamente bien con él. La temporada siguiente lo traspasó al Nápoles, donde en unión de Maradona, Careca, Giordano, Ferrara y demás compañeros alcanzó la mejor época del equipo italiano en toda su historia, ganando la copa de la UEFA en la temporada 1988-89 y la Liga en la siguiente. En 1992 fichó por el Atalanta, donde jugó dos años más para luego regresar a su país, al Sao Paulo.
  Alemao fue el centrocampista perfecto. Desde su posición, a su vez en el centro del medio del campo, llegó a conjugar las dos parece que imposibles características de reunir en un jugador de su posición, la de disponer de un poderío físico portentoso, que le hacía llegar a todos los balones y recuperar gran parte de ellos, con la de disponer de una técnica exquisita, que se le presupone a todo jugador brasileño, que le permitía desplazar el esférico son suma elegancia, naturalidad y eficacia, tanto en desplazamientos largos como cortos. Tenía además una gran visión de juego, desde su posición retrasada. Por ese motivo, llegó a jugar circunstancialmente en nuestro equipo en el centro de la defensa. Y todo ello aderezado con una gran personalidad, que le hizo convertirse en uno de los líderes de la plantilla en esa temporada, pese a ser un recién llegado, y que fue uno de los motivos que contribuyeron a sus “roces” con el Presidente..
  En suma, un jugador repetidamente recordado entre los aficionados, de los que muchos nos quedamos con las ganas de que siguiera jugando y aportando su buen quehacer durante muchos más años. Pero donde hay patrón no manda marinero.  


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ




miércoles, 22 de febrero de 2012

EN NOCHEVIEJA

EN NOCHEVIEJA.

  Hoy voy a rememorar uno de los partidos más intensos, emotivos y emocionantes que he podido disfrutar jamás en el estadio Vicente Calderón. Y no lo disputó el Atlético de Madrid, sino en Segunda División el entonces conocido como Atlético Madrileño (actualmente Atlético de Madrid B). Se disputó en Nochevieja, la tarde del día 31 de diciembre de 1984, lunes. Hoy en día los jugadores han conseguido que no se jueguen partidos durante las vacaciones navideñas. Lo cierto es que no recuerdo haber presenciado jamás partido alguno en los días de Nochebuena o Navidad, que siempre han sido sagrados, pero por entonces sí era frecuente que se disputara jornada de Liga en los días de Nochevieja o Año Nuevo, si así correspondía en el calendario.
  Además de asistir a los partidos del primer equipo, yo disfrutaba especialmente acudiendo asimismo a presenciar los del segundo, e incluso los del equipo de Tercera División y juveniles. Supongo que será el espíritu de ojeador que todos llevamos dentro, y que nos hace elucubrar sobre si tal o cual jugador podrá llegar en el futuro a destacar más que los demás y convertirse en útil para el primer equipo. El actual filial lleva todo el siglo XXI en Segunda División B, adonde descendió en la temporada 1999-00, no a causa de méritos (o mejor sería decir deméritos) propios, ya que había concluido su Liga de Segunda División en la posición 17ª, alejado por poco de los cuatro del descenso, sino arrastrado por el Atlético de Madrid, que en aquel funesto año descendió de categoría. Al entonces Atlético Madrileño, sin embargo, era frecuente verle jugar en la Segunda División, si bien nunca con mucha holgura, puesto que solía disputar los puestos del descenso (con la excepción de la temporada 1998-99, en la quedó clasificado en segunda posición). Si descendía, solía recuperar en breve tiempo la plaza perdida. Al figurar en dicha superior categoría, la formación de los jugadores se mejoraba, y se disfrutaba de futuras estrellas de nuestro primer equipo como Pedraza, Marina, Abel, López, Solozábal, Aguilera, Tomás o Baraja. Además, se veían muy buenos jugadores contrarios. Yo he visto desfilar por el Vicente Calderón en Segunda División a jugadores tales como Cruyff con el Levante, Fran con el Deportivo de La Coruña, Señor con el Deportivo Alavés o Valverde con el Sestao. En concreto, el filial de nuestro equipo ha jugado en la segunda categoría del fútbol español once temporadas (80-81, 14ª posición; 81-82, 10ª; 82-83, 13ª; 83-84, 14ª; 84-85, 14ª; 85-86, 20ª y última y descenso; 89-90, de nuevo 20ª y última, y nuevo descenso, tras haber recuperado de forma efímera la categoría; todas las anteriores con el nombre de Atlético Madrileño; 96-97, 12ª; 97-98, 9ª; 98-99, 2ª; y 99-00, 17ª; las cuatro últimas, ya con el actual nombre de Atlético de Madrid B).
  En cuanto al estadio, durante la década de los 80 y primera mitad de los 90, todos los partidos del filial se disputaban en el estadio Vicente Calderón. Como sus partidos en casa solían coincidir con los de fuera del primer equipo, no había problemas de coexistencia. Y cuando sí los había, los “menores” jugaban a las siete de la tarde, tras haber  jugado los “mayores” a la cinco, en una especie de “sesión continua” que muchos disfrutábamos sobremanera. O bien disputaban su encuentro al día siguiente, lunes, sobre todo en invierno, para no castigar en exceso el césped. Precisamente el partido que hoy recuerdo se celebró por dicho motivo en lunes, porque el día anterior, domingo 30 de diciembre, el Atlético de Madrid había empatado en casa a dos contra el Español de Barcelona, en la decimoctava jornada de Liga, respondiendo el equipo tras el descanso, merced sobre todo a la salida de Marina al terreno de juego, con dos goles anotados por Hugo Sánchez de penalti y Pedraza a los otros dos goles que el mediocampista Zúñiga había obtenido en la primera parte. Posteriormente, creo recordar que porque el entonces entrenador del primer equipo Radomir Antic quería preservar el césped y que sólo jugara el primer equipo, el filial empezó a jugar en Segunda B a mediados de la temporada 1995-96 en el estadio de la Comunidad, La Peineta. Ese mismo año disputó (y ganó) la liguilla de ascenso a Segunda División, celebrando sus tres partidos como local en el estadio de Vallecas. La temporada siguiente, 96-97, se jugó en “El Soto”, de Móstoles. Y ya desde la posterior, 97-98, hasta la actualidad, tienen lugar sus partidos en “El Cerro del Espino”, de Majadahonda.
Pardeza
   El partido que hoy nos ocupa se disputaba contra el Castilla, filial del Real Madrid (posteriormente Real Madrid Deportivo, luego Real Madrid B y más tarde de nuevo Castilla). Por consiguiente, huelga decir que el encuentro estaba impregnado “a priori” de la emotividad característica que destila todo partido contra el “eterno rival” (sea cual sea la categoría, incluso alevín, en la que tenga lugar). La alineación de ese día, para aquellos que o bien quieran recordarla o bien conocerla por primera vez era: Abel; Salva, Juanín, Sergio, Ortega (Mendiondo tras el descanso); Manolo (Miguel, minuto 88), Tomás, Trigueros; Carmona, Cuevas y González. La alineación rival no la transcribo, si bien ese día su jugador que luego obtendría más fama era Pardeza. De Abel nada hay que decir que no se sepa ya. Probablemente otro de mis futuros artículos esté destinado a él. Salva era un gran extremo posteriormente reconvertido a lateral y, por tanto, sumamente ofensivo. Juanín era un defensa libre extraordinario, posiblemente unos de los jugadores del segundo equipo en toda su historia que con más ganas me haya quedado de verle triunfar, y al que quizás su escasa estatura en relación al puesto que ocupaba le privó de cotas mayores. Sergio, central sobrio y elegante, llegó poco después al primer equipo, donde tras unas pocas temporadas recaló en el Español. Ortega era otro central que ese día circunstancialmente jugó de lateral izquierdo. Creo recordar que siendo aún jugador falleció en accidente de coche. Mendiondo le suplió en el descanso, ya que podía jugar tanto de lateral derecho como izquierdo. No llegó al primer equipo (si se exceptúa el partido de la segunda jornada de Liga, nueve de septiembre, de esta misma temporada 84-85, contra Osasuna, en el que con motivo de la huelga de jugadores, se celebró con juveniles) pero sí a Primera División, también al Español. Manolo era el mítico Manolo Agujetas (con ese apellido, más de una broma habrá tenido que soportar), fino centrocampista que, tras jugar en la 82-83 cinco partidos con el primer equipo y haber pasado en blanco la siguiente, decidió  descender ésta al equipo filial. Miguel (que en juveniles era conocido como Miguelín, formando como delantero centro una delantera muy prometedora con Carmona de extremo derecho y Quique Estebaranz de extremo izquierdo) suplió a este último ya cerca del final, para asegurar el resultado. También, al igual que Mendiondo, disputó un único partido con el primer equipo, el de la huelga, donde además anotó un gol del 3-0 a Osasuna. Tomás era un gran centrocampista que luego jugó en Oviedo y Valencia (las temporadas que coincidió con Tomás Reñones en el filial, era conocido como Tomás II; este año era ya Tomás a secas, porque el lateral ya estaba en el primer equipo). Trigueros era un centrocampista zurdo de gran profundidad y toque de balón. Carmona, como ya he escrito con anterioridad, era un extremo derecho pequeño y de gran habilidad que no llegó a demostrar todo lo que prometía en juveniles. Cuevas era un delantero centro fuerte y especialmente poderoso en el juego aéreo. Y finalmente González era un delantero paraguayo fichado “ex profeso” para este equipo que, tras un comienzo de temporada magnífico y fulminante, se fue difuminando poco a poco.  
Abel
  El partido comenzó con una circunstancia que, desgraciadamente, nos es muy conocida a todos los atléticos, sobre todo en años posteriores, tratándose del rival de que se trata. Sin haber llegado a combinar ninguna jugada de ataque digna de consideración, a los veinte minutos el defensa central José Manuel lanza un disparo desde bastante fuera del área que pilla adelantado a nuestro magnífico cancerbero Abel y se le cuela por encima. A remar contracorriente. Acoso y derribo. A un ataque le sucedía el siguiente, y a una clara ocasión, otra más clara aún. Pero no llegaba el gol. Descanso y aún perdiendo. La segunda parte, más de lo mismo. Ataque desaforado y el Castilla defendiéndose sin apenas salir de su área. Ese día hacía frío pero el público local asistente se calentaba aplaudiendo el magnífico juego que sus jugadores estaban desplegando y que no era acompañando por el marcador. Incluso se animaba y cantaba desde las gradas, lo que, tratándose de un equipo filial, es algo casi inaudito. Y por fin, cuando parecía que no había hueco alguno en la muralla, en el minuto veintiséis, tras recibir un pase de González, el ariete Cuevas dibuja en el aire un escorzo imposible y desde el borde del área grande, esquinado a la izquierda, consigue un trallazo con su pierna izquierda que perfora por la escuadra la portería del sorprendido Serna, guardameta rival. Euforia colectiva y generalizada. El estadio, a pesar de no estarlo, parecía repleto a rebosar. El frío y la niebla, ya caída la noche, acentuaban la épica del partido. Seis minutos después, durísimo disparo del defensa central Sergio con la derecha (uno de los escasos goles que le recuerdo) desde bastante fuera del área y de nuevo el balón que se cuela buscando la escuadra. Era la victoria y, si cabía aún más, la euforia subió de grado. Y en pleno éxtasis, apenas tres minutos después, el tercer y definitivo gol, que convirtió el estadio en locura colectiva, sobrepasando todos los niveles existentes. Si Sergio había rematado desde bastante fuera del área, el derechazo de Tomás sacando una falta directa fue desde el mismo centro del campo (se hizo especialmente nombrado por este tipo de goles; el primero se lo metió a Mora, en Vallecas contra el Rayo, en Segunda División). De nuevo por la escuadra y la felicidad a flor de piel, disfrutando los diez minutos finales de una juerga colectiva que poco antes parecía inimaginable.
Manolo Agujetas
  Pitido final y todos nos fuimos a casa felices, a celebrar la cena de Nochevieja con nuestras respectivas familias.   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ



miércoles, 15 de febrero de 2012

BENEGAS

BENEGAS.

  En el artículo de hoy voy a referirme a uno de los jugadores del Aleti de la década de los 70 que, siendo uno de mis favoritos, no goza ahora ni gozaba entonces del reconocimiento y popularidad que estimo se merece: Benegas. A finales de dicha década, cuando ya el jugador no estaba en nuestra plantilla, en la “Revista del Atlético de Madrid”, que era uno de los escasos medios de comunicación oficiales del club (lejos entonces de existir Internet o redes sociales) se popularizó una encuesta masiva: “El mejor Atlético de la Historia”. Se trataba de, sobre la base táctica del 4-3-3, confeccionar cada uno de los encuestados (socios del club, directivos, famosos aficionados, etc.) dos diferentes alineaciones, denominadas A y B, en las que se debían por consiguiente incluir los, a juicio del interpelado, veintidós mejores jugadores que hasta entonces habían defendido la camiseta rojiblanca. Había gente de mucha edad que respondía incluyendo a jugadores de los años 20, como Fajardo, Luis Olaso o Pololo, que era la primera vez que oía citar. La mayoría incluía a los grandes jugadores campeones de las décadas siguientes, sin duda más recientes para ellos, desde los 40 hasta los 70. Como se hicieron muchas encuestas, se barajaron muchos nombres, algunos de ellos perfectamente olvidables. Sin embargo, ni uno sólo incluyó a Benegas, lo que a mi juicio, era una tremenda injusticia. Me propuse a mí mismo, desde mi óptica de joven adolescente rebelde y contestatario ir contracorriente (al fin y al cabo, ¿por qué somos atléticos?; para ir contracorriente de los demás y ser diferentes del resto de la gente, ¿no?), y que si alguna vez llegaba a tener la oportunidad de contestar a dicha encuesta, iba a subsanar tamaño desafuero incluyendo en mis alineaciones como uno de los defensas centrales (eso sí, en la B; los puestos de la A estaban reservados para Aparicio y Luiz Pereira) a Benegas.
  Domingo Benegas Jiménez nació en Capiatá (Paraguay), el día cuatro de agosto de 1946. Históricamente nuestro equipo ha fichado a muchos jugadores sudamericanos, la mayoría procedentes de Argentina o Brasil, pero apenas a paraguayos. Además del que hoy nos ocupa, tan sólo puedo recordar a los también defensas centrales, que llegaron a coincidir en la misma temporada, Gamarra y Ayala. Al delantero Benítez. Y a otro buen delantero, González, que se fichó para el segundo equipo y que nunca llegó a debutar con el primero. Si alguno recuerda a alguno más, que me lo indique, por favor. Llegó a nuestro club, procedente del Libertad de Asunción, a principios de la temporada 1969-70. No jugó absolutamente nada en sus dos primeras temporadas. Figuraba oficialmente en la plantilla (si alguien desea comprobarlo, puede consultar la obra “60 años de Campeonato Nacional de Liga”, volumen segundo, año 1988, de Universo Editorial), pero no llegó a disputar encuentro oficial alguno. Se limitaba a entrenar, pero ninguno de los entrenadores del club le hizo debutar, al considerarlo como un joven jugador inexperto y que aún no estaba preparado para jugar en la dura Liga española. Ante la falta de minutos, fue cedido al Burgos, entonces en Primera División, en la temporada 1971-72. Allí sí que dispuso de regularidad, jugando veintisiete encuentros de Liga (de los treinta y cuatro que entonces se disputaban, al ser dieciocho los equipos del torneo), anotando dos goles y, sobre todo, demostrando sus grandes cualidades. Todo ello le valió retornar al Aleti a la temporada siguiente, 1972-73, llegando a jugar en nuestro club seis, hasta la 1977-78. Al  año siguiente volvió al Burgos, donde apenas disputó ocho encuentros más. En total, disputó con la elástica rojiblanca 108 partidos de Liga, anotando un solo gol, en su primera temporada.
  Benegas es por tanto, dado su nacimiento en tierras paraguayas, uno de los muchos jugadores que arribaron a España a finales de los 60 y primeros de los 70 como “oriundos”. Recordemos que, dados los pobres resultados obtenidos por la Selección Española, la Federación prohibió el fichaje de jugadores extranjeros hasta la temporada 1973-74, cuando admitió de nuevo dos por equipo. Sin embargo, sí se podían fichar a “oriundos”, es decir, hijos o nietos de españoles, nacidos fuera de España. Eso dio lugar a abusos y falsificación de papeles, permitiendo la llegada de sudamericanos que en realidad no disponían de dicha condición de oriundos. Es famosa la anécdota del que, recién llegado y preguntado por los periodistas de qué ciudad eran sus abuelos, respondió que de “Celta”.
  Por lo que se refiere a su palmarés, obtuvo la mayoría de los títulos que nuestro equipo obtuvo en esa década. Fue dos veces campeón de Liga (temporadas 1972-73 y 1977-78) y una de Copa (temporada 1975-76). Jugó la final de la Copa de Europa de 1974 (el segundo partido, el de desempate) y también los dos partidos (ida y vuelta) de la final de la Copa Intercontinental de 1975, el 12 de marzo en Buenos Aires y el 10 de abril en Madrid.
  En cuanto a su demarcación y características técnicas, me he llevado la sorpresa, al consultar bibliografía para este artículo, de que es calificado en diversos lugares como centrocampista. Yo lo recuerdo como un estupendo defensa central, duro y contundente, pero a la vez elegante y limpio, acompañando habitualmente en el centro de la zaga a Luiz Pereira, que ejercía de defensa libre. Era un duro marcador, pero alejado de la fama de violento que, justa o injustamente, seguía a otros defensas nuestros sudamericanos de la época como Ovejero o Panadero Díaz. Recuerdo especialmente tanto sus rapidísimas salidas al corte, similares a los que ahora disfrutamos de Perea, como su capacidad para quedarse limpiamente en sus pies con el balón con que el delantero de turno intentaba regatearle. La verdad es que, pese a jugar gran número de partidos, nunca llegó a ser titular indiscutible, puesto que en sus primeros años tenía que compartir titularidad con Iglesias, y en los demás con el extremeño Eusebio. Es posible que en sus inicios en nuestro club pudiera llegar a jugar efectivamente en el centro del campo, pero desde luego más tarde jugó como un espléndido defensa central. En todo caso, estimo que dicha ubicación es también fruto de la manera de reflejar la prensa de la época las alineaciones. A pesar de que claramente los sistemas tácticos eran ya entonces 4-3-3 o incluso 4-4-2 (Alberto o Salcedo, que nítidamente eran centrocampistas, salían a jugar con el número 11 a las espaldas), los periódicos seguían plasmando las alineaciones con el antiguo sistema de 3-2-5. Por tanto, uno de los dos centrocampistas solía ser Benegas (y habitualmente junto a nuestro ilustre capitán Adelardo) pero en realidad su posición era la de la línea defensiva, en compañía de los otros tres defensas “oficiales”.
  Como se ha podido apreciar con anterioridad en sus datos ligueros, no era especialmente goleador. Y sin embargo, desde mi punto de vista personal, es particularmente recordado por dos goles, los únicos “europeos” que marcó, ambos en la Copa de Europa, ambos en la temporada 1977-78, la última en el equipo, y ambos vividos y celebrados en casa a través de la radio. El primero de ellos lo anotó el día 28 de septiembre de 1977, en la vuelta de los dieciseisavos de final, frente al Dinamo de Bucarest. En la ida, el 15 de septiembre, se había perdido por 2 a 1, habiendo anotado Luiz Pereira el gol atlético, en un duro partido en el que casi al final fueron expulsados el propio circunstancial goleador y el centrocampista Robi. Por tanto, en la vuelta, en Madrid, bastaba con marcar un gol y, por el valor doble de los goles en campo contrario, se eliminaría al rival rumano. Pero el gol no llegaba. Ataque tras ataque, la defensa rumana despejaba todo balón. Ayala desperdició un penalti a los quince minutos. Y cuando ya el público empezaba a desesperarse, a los veintidós minutos de la segunda parte, un cañonazo de Benegas desde el centro del campo rival, recogiendo un rechace de su defensa, introdujo el esférico por toda la escuadra. ¡Gooooool!. Pero ahora había que defender. Un gol de ellos nos eliminaría. Y ahí surgió un portentoso Benegas, atajando con facilidad, contundencia y elegancia a partes iguales todo ataque rival. Rubén Cano amplió ventaja catorce minutos después. Y de nuevo a defender. Y de nuevo Benegas inconmensurable, defendiendo el 2 a 0 final. Fue el héroe de la eliminatoria.
  Y el segundo de los goles anteriormente relacionados fue igualmente emotivo, pero desafortunadamente el resultado final no fue igual de alegre. Tras haber eliminado en esa misma competición en octavos de final al Nantes francés (1-1 en Francia y 2-1 en Madrid), nos correspondió en cuartos de final el Brujas belga (el equipo del que Bernabéu dijo que tan sólo le daba miedo de él su nombre). Se perdió en la ida, el 1 de marzo de 1978, por dos goles a cero. Tocaba remontar de nuevo. Y esta vez era más difícil. Pero casi se logra. En la vuelta en Madrid, el 15 de marzo, nos llegamos a poner dos a cero en el marcador, igualando la eliminatoria. El primero lo anotó Benegas a los veintidós minutos, cabeceando magníficamente un centro de Aguilar al saque de una falta. A los treinta y dos minutos, gol de Marcial. Descanso y eliminatoria igualada. Euforia incontenida en el estadio. Y mía en mi casa, oyendo todo por la radio. Había que tener cuidado con los ataques contrarios, que además obtendrían el premio añadido del valor doble. Y la euforia se disipó de repente. Llegó a su gol a los doce minutos del segundo tiempo. Replicó de nuevo Marcial al minuto siguiente, pero ellos sentenciaron la eliminatoria y obtuvieron el 3-2 final a los veintitrés minutos. No se volvieron a jugar partidos de Copa de Europa en el estadio Vicente Calderón hasta la temporada 1996-97, tras haber obtenido el “doblete” (y ni siquiera, porque ya eran partidos de “Champions League”).

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ


jueves, 9 de febrero de 2012

NEPTUNO

NEPTUNO.
  Cuando el equipo logra un título (desgraciadamente, con mucha menos frecuencia de la que todos desearíamos) gran parte de la afición se dirige a celebrarlo a la madrileña fuente de Neptuno. Es el punto de unión donde peregrinar a festejar el logro en comunión con otros atléticos. De hecho, mucha gente está ya allí poco antes del pitido final, para vivirlo todo y sentir todas las emociones desde el principio. Y sin embargo, esto que hoy se asume con tanta naturalidad no fue siempre así. La celebración de los títulos atléticos en Neptuno es una costumbre más bien reciente, pese a que parezca que se lleva haciendo así desde la noche de los tiempos. Podríamos decir que esta rutina tiene un origen próximo y otro remoto.
  Comenzando cronológicamente por el origen remoto, está íntimamente vinculado con los vecinos de Concha Espina. O mejor dicho, con la aportación que uno de sus jugadores más significativos proporcionó a la Selección Española. El día dieciocho de junio de mil novecientos ochenta y seis se disputaba en la ciudad mexicana de Querétaro el último de los octavos de final del Mundial de Fútbol de México 86. En uno de los partidos más emotivos de toda la historia de la Selección Española de fútbol, se eliminaba a la potente Dinamarca de Laudrup, Morten Olsen y Elkjaer Larsen, que hasta entonces habían arrasado en el torneo (destacando especialmente el 6-1 a Uruguay). El héroe de dicho partido fue el madridista Emilio Butragueño Santos, Butragueño, apodado “El Buitre”, que desde entonces añadió a su apodo el nombre de la ciudad donde había obtenido su gran gesta deportiva, y pasó a ser llamado “El Buitre de Querétaro”. Logró cuatro goles, siendo el resultado final del partido de 5 a 1. Desde el punto de vista de nuestro club participaron en la alineación el siempre atlético lateral derecho Tomás Reñones, los entonces atléticos bilbaínos y que luego lo serían madrileños, Goicoechea y Julio Salinas y el entonces barcelonista que previamente había sido rojiblanco Julio Alberto.
  El partido no empezó nada bien. Mediada la primera parte, penalti en contra de España que materializó Jesper Olsen. Michel casi se “come” al árbitro, el holandés Keizer. Poco antes de finalizar dicha primera parte, cesión equivocada del mismo jugador a su arquero Hoegh, que recoge Butragueño, en una de sus principales características, su viveza dentro del área, y bate al portero por bajo. Al descanso, los ánimos estaban elevadísimos. Empate en el marcador después de una primera mitad en la que en realidad el peso del partido lo habían llevado los daneses. Empieza la segunda parte, que resultaría trepidante, y al poco el delantero español obtiene su segundo gol, tras rematar de cabeza otro cabezazo del también madridista Camacho a la salida de un córner. Los daneses se vuelcan al ataque y dejan amplios espacios detrás, que supimos aprovechar extraordinariamente. Poco después, cometen penalti sobre Butragueño, que transforma Goicoechea por el centro de potente zurdazo. El cuarto gol lo vuelve anotar Butragueño, tras recibir desde la derecha un pase de la muerte del asturiano y sportinguista Eloy Olalla, a su vez habilitado por Michel. Y finalmente, en el último minuto, el quinto y último gol, otra vez marcado por “El Buitre”, al convertir un nuevo penalti que había sido cometido sobre él mismo. Goicoechea se dirigía a repetir lanzamiento, pero los poderes fácticos del equipo le hicieron ver que era una ocasión única para que el delantero madridista ingresara en la inmortalidad. Resultado final: 5 a 1, y una corriente de optimismo generalizado se extendió por todo el país. Todos nos veíamos ya disputando la final. Pero, una vez más, no pasamos de cuartos de final. Nos eliminó Bélgica en los penaltis, después de que el partido finalizara con empate a uno, goles de Ceulemans y Señor.
  El partido contra Dinamarca empezó en España a las doce de la noche. Por tanto, terminó alrededor de las dos de la madrugada. Los partidos de ese Mundial se disputaban en México, hora local, a las doce y a las cuatro de la tarde para que, con las ocho pertinentes horas de diferencia horaria, se pudieran ver en Europa, principal consumidor televiso del negocio futbolístico mundialista, a unas horas “razonables”, como eran las ocho de la tarde y las doce de la noche. Por jugarse a dichas horas locales, hacía muchísimo calor y el juego era lento y premioso. Llevados por la euforia del resultado y por la emotividad del encuentro, muchos jóvenes hicieron algo que ahora es frecuente, pero que entonces no lo era tanto: salieron a la calle portando banderas españolas, para festejar el triunfo. Muchos de ellos, de forma espontánea (no fueron convocados por SMS o por redes sociales, ya que entonces no existía nada de eso), se fueron congregando en la plaza de Cibeles. Hacía mucho calor, estábamos a punto de entrar oficialmente en el verano, y muchos de los allí congregados decidieron subirse a la fuente de la Cibeles, bañarse en ella para mitigar el calor y ascender hasta su cima, portando banderas y al grito de “Oa, oa, oa, el Buitre a la Moncloa”. Yo no pude acudir porque estaba en la Facultad en época de exámenes, pero mi padre, que salía de trabajar a esas horas, habiendo oído por la radio la espontánea reunión, dio un rodeo para llegar a casa atravesando la plaza de Cibeles y disfrutar del “espectáculo”. Se supone que la mayoría de ellos debían ser aficionados  del Real Madrid. Y que les gustó la celebración.
  Por tanto, cuando su equipo empezó a ganar un título tras otro por esa época, “importaron” dicha celebración desde la Selección Nacional hasta el equipo madridista. Eran los años de la generación de la “quinta del Buitre”, así llamada precisamente por el líder del equipo, Butragueño, y donde también se incluyeron Michel, Sanchís, Martín Vázquez y Pardeza. Todos ellos permanecieron en su club y en la Selección durante muchos años (excepto el último, que tras figurar apenas durante dos años en plantilla madridista tuvo que triunfar definitivamente en el Zaragoza, y que únicamente fue internacional en cinco ocasiones). Complementaban el equipo otros fichajes como Valdano, Maceda, Buyo, Gordillo o Hugo Sánchez (fichado del Atlético en la temporada 1985-86). Lo cierto es que durante un lustro largo ejercieron un dominio incontestable en la Liga y demás competiciones españolas, y pudieron acudir en numerosas ocasiones a la fuente de la Cibeles a festejar títulos, poniendo en práctica la recién descubierta costumbre que, poco a poco, con el paso de los años y los nuevos títulos, se iba convirtiendo en tradición.
  Y con ello enlazamos ya con el anteriormente referenciado origen próximo, que es el ya directamente vinculado con nuestro club. Jesús Gil y Gil había llegado a la Presidencia a finales de la temporada 1986-87, con la pretensión de, amparado en fichajes de nombre deslumbrante, acabar con la hegemonía madridista y empezar a ganar nosotros Ligas, Copas y Copas de Europa (no me lo estoy inventando, es transcripción literal del discurso del Presidente en la presentación de Futre en la discoteca “Jácara”; allí estuve yo) y convertirnos en el principal equipo del país. Desgraciadamente, todos sabemos que sus pretensiones iniciales nunca llegarían a cristalizarse. Pero, después de varios años “en blanco” (y perdón por la paradoja), por fin el día veintinueve de junio (día de San Pedro y San Pablo) de mil novecientos noventa y uno el equipo llegaba a su primera posibilidad de título con Jesús Gil de Presidente. Era la final de la Copa del Rey, contra el Mallorca, que terminaría ganándose por uno a cero con el célebre gol de Alfredo en la prórroga (minuto 114), al recoger un rechace del portero marroquí mallorquinista Ezaki Badou a tiro de Sabas. Curiosamente, los dos atléticos que participaron principalmente en la jugada del gol habían entrado desde el banquillo de suplentes. La final se ganó en el estadio Santiago Bernabéu. Una más. De nuestros nueve títulos de Copa, los ocho primeros se han obtenido en ese estadio, varios de ellos incluso enfrentándonos a sus dueños. Y tan sólo la última, la de 1996, la del año del doblete, se consiguió fuera del mismo: en Zaragoza, en La Romareda. La próxima vez que lleguemos a la final de la Copa del Rey, que ojalá sea más pronto que tarde, habrá que hacer lo posible y lo imposible para disputarla en el estadio madridista. Habrá muchas más posibilidades de éxito, y no la perderemos en Sevilla, Valencia o Barcelona.  

  Poco antes de dicha final de la temporada 1990-91, a un periodista especialmente “perspicaz” se le ocurrió preguntar a Jesús Gil y Gil sobre si, en caso de triunfo, el equipo y la afición irían a festejarlo a Cibeles. Y el interpelado, con su indudable gracejo, con un innegable ánimo de marcar diferencias respecto del “eterno rival”, respondió que no, que ellos no irían a esa fuente, que era madridista, que en caso de triunfo irían a la otra fuente cercana, la de Neptuno. Y así fue. Después de la victoria, la verdad es que tan sólo unos pocos le hicieron caso y se congregaron en la fuente a celebrarla. No había por entonces vallas ni medidas de seguridad. Recuerdo un reportaje de “Telemadrid” en el que muchos se bañaron en las aguas de la fuente. Pero ese fue el germen y las celebraciones posteriores reunieron cada vez a más y más gente. Pocos años después, a raíz del episodio en que con motivo de otra celebración madridista a la diosa Cibeles se le amputó un brazo, las autoridades municipales empezaron a vallar el perímetro de ambas fuentes y no permitir el acceso a su interior, salvo a uno de los jugadores del equipo (¡mítico Vizcaíno subiéndose a lo más alto de la estatua el día en el que se festejaba el doblete!).
  Y esta es la historia por la que, sin ellos comerlo ni beberlo, la diosa Cibeles es madridista y el dios Neptuno es atlético.





JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 2 de febrero de 2012

IRURETA

IRURETA.

  Para las jóvenes generaciones Jabo Irureta es conocido como entrenador de fútbol. Para las más jóvenes de las jóvenes generaciones, ni siquiera eso, ya que hace varios años que no entrena a equipo alguno.  Ahora mismo es el seleccionador de la selección de Euzkadi, pero eso no le permite vivir el día a día de los equipos, amén de que dicha selección juega apenas una vez al año, en época navideña. Pero antes de todo eso fue un importante jugador de la Liga española, donde dedicó ocho maravillosos años de su carrera al Atlético de Madrid, desde el inicio de la temporada 1967-68 hasta el final de la 1974-75.
  Javier Iruretagoyena Amiano nació en Irún, el día 1 de abril de 1948. De familia humilde, desde joven tuvo que colaborar con la economía familiar, incluso trabajando en la vecina Francia. Futbolísticamente, pronto destacaron sus dotes, particularmente en los torneos de fútbol-playa tan populares en el País Vasco, aprovechando las mareas bajas. Con catorce años ingresó en los juveniles del histórico Real Unión de Irún, Asciende al primer equipo, por entonces en Tercera División, con diecisiete años, donde desarrolla dos estupendas temporadas que le valen para avivar el interés de los equipos de Primera División, tanto del País Vasco como del resto de España. Estando prácticamente fichado por el Real Madrid, recibe una superior oferta del Atlético, por el que firmaría finalmente el 6 de julio de 1967. Una de las primeras medidas que se adoptan tras su fichaje es acortar su largo apellido vasco, al igual que hicieron, hacen y harán otros futbolistas de dicha Comunidad Autónoma (por ejemplo, el apellido completo de Urruti, portero de la Real Sociedad, Español y Barcelona era Urruticoechea)  y fijar como nombre futbolístico a partir de entonces el ya conocido por todos de Irureta, prescindiendo del posterior “-goyena”.  Debuta con nuestros colores el día 25 de octubre de ese año, en el partido de vuelta disputado en el Vicente Calderón de los dieciseisavos de final de la extinta Copa de Ferias, contra el equipo austriaco del Wiener Sporkclub, estando ya la eliminatoria prácticamente decidida, puesto que el Aleti había ganado ya en la ida en tierras austriacas por dos goles a cinco. En liga, debuta casi dos meses después, el 17 de diciembre de 1967, en casa ante Las Palmas, en la decimotercera jornada. Se perdió por uno a dos y él se lesionó. Por tanto, en su primera temporada no es que entrara precisamente arrasando. Fue entrando poco a poco en el equipo, con paciencia, como les ha correspondido históricamente en todos los clubes a muchísimos  jugadores procedentes bien de la cantera o bien de categorías inferiores. Pero ya la temporada siguiente se asentó firmemente, disputando veintisiete encuentros de los treinta que entonces conformaban el torneo liguero. Y desde entonces, llegó a disputar defendiendo la camiseta rojiblanca, en sus ocho temporadas, 208 partidos de Liga, en los que anotó 48 goles.
  Fue dos veces campeón de Liga con el Atlético de Madrid (temporadas 1969-70 y 1972-73) y una de Copa (temporada 1971-72). También ganó la Copa Intercontinental en 1974-75, en la que anotó un gol, y jugó la final de Copa de Europa en 1974 contra el Bayern de Munich (el primero de los partidos; para el segundo, el de desempate, fue uno de los que no pudo repetir en la alineación).
  En 1975 fue fichado por el Athletic de Bilbao, que por aquel entonces estaba poniendo en práctica la denominada “operación retorno”, consistente en fichar a jugadores vascos (ya que si no lo eran, no podían jugar en ese club) que tenían su carrera consolidada en otros diferentes equipos de la Primera División española, tales como, además de Irureta, el lateral y mediocampista defensivo valencianista Tirapu (cuyo hermano, por cierto, era portero, llegando a figurar en nuestra plantilla tres temporadas, desde 1975 hasta 1978, en las que apenas jugó nueve partidos de Liga, oscurecido principalmente por Reina) o el delantero centro, particularmente poderoso en el juego aéreo, procedente del Racing de Santander, Aitor Aguirre. Irureta jugó en el equipo bilbaíno cinco temporadas más, retirándose al final de la temporada 1979-80. Sumando esos cinco años a los ocho que jugó con nosotros, disputó en total 344 partidos ligueros, anotando 70 goles.
  Después de dejar el fútbol como jugador, se hizo entrenador. Es uno de los que más partidos ha dirigido en toda la historia de la Primera División española, desde la temporada 1988-89, donde comenzó con el Logroñés,  pasando luego por Oviedo, Racing de Santander, Athletic de Bilbao, Real Sociedad, Celta, Deportivo de la Coruña (donde estuvo más años y donde mejores resultados obtuvo), Betis y Zaragoza. En varias ocasiones se rumoreó la posibilidad de que fichara como entrenador del Atlético de Madrid, pero nunca llegó a cristalizar el rumor. 
  Fue internacional en seis ocasiones. Debutó con la selección española el día 23 de mayo de 1972, en partido amistoso contra Uruguay, que ganó España por dos goles a cero, anotados por el valencianista Valdez (que también debutaba ese día) y Gárate. Fue sustituido por el jugador del Athletic de Bilbao Fidel Uriarte. Pese a llevar ya varias temporadas en funcionamiento, fue la inauguración oficial del estadio Vicente Calderón. En esos años todavía quedaba alguna reminiscencia de la inveterada costumbre de los primeros tiempos de la Selección consistente en que los seleccionadores, para dar gusto a las aficiones locales, alineaban inicialmente a varios jugadores del equipo local. Así que en ese partido, además de debutar Irureta, también jugaron de titulares Ufarte, Gárate e Isacio Calleja, que volvió a ser internacional ocho años después, ya que su último partido como internacional databa del día 21 de junio de 1964, en el partido en el que la selección española ganaba por dos a uno a la de la U.R.S.S. y obtenía su primera Eurocopa. Y además, fue el capitán. Los otros cinco partidos internacionales de Irureta fueron contra Argentina (1-0; 11-10-1972), Holanda (2-3; 2-5-1973, el día del célebre autogol de Reina; quién desee conocer la historia completa puede consultar el maravilloso libro de Alfredo Relaño “366 historias del fútbol mundial que deberías saber”); Yugoslavia (0-0; 21-10-1973), de nuevo Argentina (1-1; 12-10-1974) y Rumania (1-1; 17-4-1975). Es decir, todos sus partidos internacionales fueron mientras defendía nuestra camiseta. Todos con Kubala de seleccionador. No anotó ningún gol con la Selección.
  Irureta fue un centrocampista de enorme y generoso trabajo para el equipo.  No destacaba por su técnica, pero poseía igualmente unas grandes cualidades técnicas. En suma, era el centrocampista perfecto, por el que suspira todo entrenador, al reunir  calidad con trabajo. Recorría arriba y abajo todo el terreno y para mí su principal característica era lo que ahora se conoce como un gran centrocampista llegador. En numerosas ocasiones llegaba al área a rematar (no estaba allí, llegaba) con casi igual eficacia con la pierna izquierda como con la derecha. Pero particularmente con la cabeza. Lo recuerdo como un gran cabeceador. De hecho su posiblemente más importante gol con la elástica rojiblanca, el anotado contra el Independiente de Avellaneda el día 10 de abril de 1975 en el Vicente Calderón, en la vuelta de la final de la Copa Intercontinental, fue fruto de un magnífico cabezazo, en el borde del área pequeña, cruzando desde el primer palo hasta el segundo, tras un pase desde la izquierda de Gárate, ya dentro del área, a la que había llegado después de una de sus diabólicas diagonales desde la banda izquierda. Era el uno a cero. El segundo gol fue obra de Ayala, con lo que el dos cero valía para remontar el solitario gol de Balbuena en Avellaneda un mes antes. Como curiosidades, decir que era la primera ocasión en que el torneo cambiaba sus reglas: pocos meses antes, los equipos se habían puesto de acuerdo para tener en cuenta los goles globales de la eliminatoria, ya que hasta entonces se tenían en cuenta tan sólo las victorias, con independencia del número de goles. Eso había motivado en varias ocasiones previas partidos de desempate, al haber ganado un equipo uno de los partidos y el otro el restante (curiosamente, nunca fue por dos empates). Y también que, como es sabido, el Aleti jugaba esta final como subcampeón de la anterior Copa de Europa, al haber renunciado el campeón, el Bayern de Munich. Los motivos de dicha renuncia fueron varios: era un torneo que entonces no tenía especial consideración, los equipos europeos tenían que hacer un largo viaje (o dos, si había desempate) a América en mitad de temporada y, sobre todo, la tremenda dureza y antideportividad que en esa época empleaban los equipos sudamericanos, abanderados por el tristemente célebre Racing de Avellaneda, a su vez liderado desde el centro del campo por Bilardo. Es famosa la anécdota que éste desveló años después de que salían al terreno de juego con alfileres escondidos para luego clavárselos a los contrarios en los saques de esquina y faltas.
  Desde mi punto de vista personal, recuerdo a Irureta como la primera gran decepción que se llevó un niño aficionado del Aleti. Desde mi corta edad no era capaz de entender como uno de mis jugadores favoritos podía dejar mi equipo, con todo el cariño que la afición le profesaba, para irse a jugar a otro equipo rival. Me llevé un disgusto enorme. Al menos en mis equipos de chapas pude cambiarle sin problemas de un equipo a otro, ya que la camiseta era igualmente rojiblanca y no se veía el pantalón de diferente color. Puede decirse que fue la pérdida de mi inocencia, de que al fútbol no sólo se juega por amor a unos colores, sino también por otras circunstancias. Supongo que a otros niños de generaciones posteriores les habrá pasado lo mismo con otras marchas como las de Julio Alberto, Marcos, Hugo Sánchez, Paco Llorente, Fernando Torres, De Gea, Agüero o Forlán. A mí ya no. Ya estaba “vacunado”. Y la “vacuna” se llamó Irureta.   





JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ