jueves, 30 de mayo de 2013

QUIQUE SETIÉN

QUIQUE SETIÉN


  Cuando a mediados de la temporada 77-78, dos chicos de la cantera cántabra, Marcos y Quique (como se le conocía entonces), debutaban con apenas diecinueve años en Primera División con el Racing de Santander, como revulsivo para un equipo que pugnaba por no descender a Segunda, en el que además ya destacaba en la zaga el recientemente analizado y también joven valor Arteche, nadie podía sospechar que todos ellos harían importante carrera, llegando incluso a defender los rojos colores de la camiseta de España, en el club Atlético de Madrid. Si bien es cierto que sus esfuerzos apenas pudieron conjuntarse en una sola campaña, la 87-88. Arteche y Marcos fueron fichados muy jovencitos y desarrollaron todo su potencial a orillas del Manzanares. El primero permanecería ya toda su carrera vestido de rojiblanco. El segundo, tras ser fichado por el Barcelona, volvió al cabo de los años, como uno de los grandes fichajes del primer año de Gil en la Presidencia. Ese año fue el único en el que los tres ilustres cántabros coincidieron en la plantilla. Quique fue contratado cuando ya era un contrastado veterano de Primera, jugando siempre con el Racing, donde se había llegado a convertir en una leyenda, luchando siempre por no descender o, en su caso, consumado el descenso, por conseguir un pronto retorno. Así fue en la temporada 80-81, en la que un gol suyo de cabeza (aspecto del juego en el que fue un destacado especialista) en la última jornada frente al Levante, el 24 de mayo, consiguió una exigua victoria por un gol a cero y, de paso, el ansiado ascenso. Fue el último partido del viejo estadio del Sardinero.
  Enrique Setién Soler (Quique para el mundo del fútbol, en su época racinguista; se le empezó a llamar Quique Setién cuando llegó al Aleti, para distinguirlo del otro Quique de la plantilla, Ramos; el caso es que el nuevo nombre caló tan hondo que desde entonces ya no ha dejado de usarse su apellido; incluso, en ocasiones, se le nombra sólo con él) nació en Santander el día 27 de septiembre de 1958. Su infancia discurre jugando al fútbol sin parar entre las calles de Santander. Y no solo las calles. También las playas. Es uno de los afortunados que puede decir que se crió futbolísticamente en las playas del Sardinero, próximas al que luego sería su estadio. Tras destacar en varios equipos juveniles es captado por el principal equipo de la ciudad, el Racing de Santander, aspiración de todo buen cántabro, como comenté en el artículo dedicado a Arteche. Fue fichado del Perines a cambio de cuarenta pares de botas en 1977. Tras disputar la fase final del Campeonato Nacional de Juveniles, donde su equipo llegó a semifinales, es promocionado directamente a la primera plantilla.

  En estos primeros años suele jugar en la posición de delantero centro, aprovechando su talento, su calidad, su sobresaliente juego de cabeza y su precisión en el disparo. No obstante, dichas cualidades pronto serán aprovechadas en una posición más retrasada, la de centrocampista ofensivo, donde su capacidad innata del manejo de balón, su elegancia de toque y su calidad de pase pudieron contribuir en mayor medida a armar el juego del equipo, sin desdeñar sus opciones de remate, dado que se incorporaba continuamente al ataque. Esas serían desde entonces sus principales virtudes, las que le harían triunfar indiscutiblemente y ganarse el respeto del mundo del fútbol en los años siguientes, pese a militar en un equipo “ascensor”, alejado de los primeros puestos, y con los que despertaría el interés de los seleccionadores y de los grandes equipos.    
 En esta primera etapa racinguista, como se ha reseñado con anterioridad, se convierte en leyenda de ese club. Disputa ocho temporadas, desde la 77-78 hasta la 84-85. Incluso hay una, la 82-83, que se la pasa en blanco por una gravísima lesión que, al decir de muchos infaustos agoreros (afortunadamente equivocados) acabaría por retirarle del fútbol.
  Después de múltiples rumores de fichaje por equipos más poderosos durante muchos y muchos años, finalmente decide recalar en el Atlético de Madrid en la campaña 85-86, para alegría de todos los que le pudimos disfrutar con la rojiblanca. Llega ya maduro, a punto de cumplir los veintisiete años. Y entra como un tiro. Tras una excelente pretemporada, donde el equipo juega al son que él le toca, inicia la temporada oficial a un nivel sobresaliente. De inmediato consigue lo que no había podido con la camiseta blanca del Racing: ser convocado para la selección absoluta. Los seguidores atléticos ya conocíamos sus características, pero asombra a propios y extraños con su elegancia innata, su personalidad e inteligencia (cualidades éstas tanto de su vida profesional como personal, lo que le acarrearía no pocos problemas) y su liderazgo en el juego. Bajo la sabia batuta de Luis Aragonés adquiere la titularidad en un centro del campo en rombo, donde él ocupaba la posición más adelantada, Landáburu la más atrasada, Quique por la izquierda y Marina por la derecha. Cuando Setién, tras su fulgurante inicio, desciende algo de rendimiento, pasa en alguna ocasión a ocupar plaza de suplente (si bien luego casi siempre entraba a participar), apareciendo Julio Prieto por la derecha y desplazando a Marina a la punta del rombo. Mínguez esperaba en el banquillo.

  Su debut tiene lugar en la primera jornada de la Liga 85-86. El día 1 de septiembre de 1985. Contra el Sevilla en casa, en el Vicente Calderón. Dulce debut. Victoria por tres goles a cero, anotados el primero por Cabrera y los dos siguientes por Marina que, pese a ser desplazado a la banda, no había perdido su llegada al área. Su primer gol tuvo lugar en competición europea, en la ida en casa de los dieciseisavos de final de la Recopa, el 18 de septiembre de 1985, frente al otrora, en la década de los setenta, enemigo irreconciliable del Celtic de Glasgow. Su gol inicial fue igualado por el escocés Jonhstone. La vuelta en Celtic Park dos semanas después, el 2 de octubre, a puerta cerrada, fue un maravilloso partido del Aleti, en que dos goles de los dos Quiques, Setién y Ramos, pusieron en ventaja al equipo, y solo el central Aitken pudo descontar cerca del final. Fue, en mi opinión, el mejor partido jugado de rojiblanco por los dos defensas centrales de ese día, tanto Arteche como Ruiz, a los que les terminó por doler la cabeza de tanto balón aéreo como despejaron. Su primer tanto liguero aconteció entre ambos goles europeos, en la jornada 5ª, el 28 de septiembre, ante el Valladolid en casa. Fue el único gol del 1 a 4 final, en una maravilloso partido de todo el equipo pucelano y, en particular, de su centrocampista Eusebio, que le llevaría a fichar por nuestros colores dos años después.

  Quique Setién defendió la zamarra rojiblanca durante tres temporadas, desde la 85-86 hasta la 87-88, ambas inclusive. Lo hizo durante un total de 93 encuentros. No se puede decir que fuera una aportación mayúscula a la grandeza del club, en comparación con otras leyendas rojiblancas, pero solo el verle correr por el césped y golpear con su excelsa clase el balón ya dejó huella indeleble en la memoria del seguidor atlético. En Liga disputó 73 partidos, repartidos en 30, 32 y 11. En Copa del Rey, 8, distribuidos en 4, 3 y 1. En competición europea fueron 10, 7 de la Recopa del primer año y 3 de la Copa de la U.E.F.A. del segundo. Y además, los dos partidos de la Supercopa española de la 85-86, frente al Barcelona.
  En cuanto a goles, anotó un total de once. Siete de ellos ligueros (5, 1 y 1), tres en la Recopa de su primer año y uno en la Copa del Rey, también de su primer año. De nuevo los números no mienten y revelan que tras una extraordinaria primera campaña, disminuyó algo su rendimiento en la segunda y más aún en la tercera, en la que ya empezó a tener problemas con la Presidencia.
  Y es que Quique Setién, con contrato en vigor, fue despedido de mala manera por Jesús Gil. Tras deshacerse de Alemao, vestigio de la época calderoniana, mandó cartas de fulminante despido a Arteche, Landáburu, Quique Ramos y Quique Setién, a los que tildaba de “veteranos maleados” y “cáncer del vestuario” y les acusaba de la, a su juicio, decepcionante trayectoria del equipo. Con ello conseguía quitarse de un plumazo de encima a veteranos contestarios y con personalidad y conceder galones absolutos a su buque insignia, Futre. En las cartas de despido, entre las peregrinas razones aducidas, refiriéndose sobre todo a Setién, se incluía la de “ir en compañía de mujeres ostentóreas”. Recuerdo al protagonista de este artículo, en entrevista radiofónica, afirmando con fina ironía que tamaño palabro, tras consultar detenidamente el diccionario, era inexistente. En cualquier caso, hizo fortuna y pasó a ser empleado por el pueblo en su habla popular por lo que, sin duda alguna, tarde o temprano, terminará por incluirse en el mentado diccionario. Todos los despedidos pleitearon por despido improcedente. Todos ganaron en los tribunales. Pero ninguno volvió a jugar con el Aleti, salvo Arteche que, como se reseñó recientemente en el artículo a él dedicado, fue “indultado” en forma provisional, para jugar apenas dos partidos más de Liga y volver a ser fulminantemente despedido.

  Tras abandonar el club, recaló en el Logroñés, donde, para deleite de los aficionados logroñesistas, coincidió con otro ilustre veterano de calidad superlativa, el vasco Sarabia. Y también con Marcos. Una vez más su vida se cruzaba. También dejó larga estela en La Rioja, donde permaneció cuatro temporadas y logró el gol número 100 del Logroñés en Primera División. Cuatro años más, segunda etapa, en el Racing de Santander. E incluso unos pocos partidos más con el Levante, en liguilla de acenso a Segunda División, que se pudo conseguir con su inestimable colaboración.
  Su palmarés rojiblanco es breve. Se reduce a la Supercopa de España de la temporada 85-86, su primera de colchonero. El equipo acababa de proclamarse brillante vencedor de la última Copa del Rey frente al Athetic de Bilbao por dos goles, ambos de Hugo Sánchez, en su último partido, a uno, de Julio Salinas, lo que le posibilitó disputar tanto esa competición como la Recopa europea, en la que se llegó a la inolvidable final de Lyon, el dos de mayo (buen día para jugar en Francia) de 1986 frente al Dinamo de Kiev, cuyos jugadores componían en su práctica totalidad la temible selección de la U.R.S.S. que poco después asombraría al mundo en la fase final del Mundial de México 86. Como todos recordarán se perdió dolorosa pero merecidamente por tres goles a cero. Setién disputó la media hora final, reemplazando a Landáburu. Desde entonces muchos demagogos, principalmente de fuera del club, de los que opinan ventajosamente ante el hecho consumado, criticaron la decisión de Luis afirmando gratuitamente que con el cántabro desde el inicio sobre el césped, otro gallo hubiera cantado. Lo cierto es que, tras una disminución de su rendimiento, era una etapa en la que solía empezar los encuentros desde el banquillo.
  Volviendo a la Supercopa, contribuyó disputando como titular, en unión en la medular de los otros tres “mosqueteros” anteriormente relacionados, los dos partidos, ida y vuelta. El de ida tuvo lugar en el Vicente Calderón el día 9 de octubre de 1985. El gol inicial del barcelonista Clos fue remontado en brillante partido rojiblanco en general y de Quique Setién en particular por los tres goles de Cabrera, Ruiz y Da Silva. La vuelta en el Nou Camp, tres semanas después, el 30 de octubre, se perdió por un insuficiente gol a cero, de Alexanco, lo que llevó el trofeo (por cierto, único hasta ahora) a las vitrinas atléticas. El primer partido lo disputó íntegro. En el segundo, fue sustituido al descanso por Clemente, para reforzar la defensa.

  Tras haberlo sido juvenil, sub 21 y olímpico, Quique Setién fue internacional absoluto. Tres veces. Todas ellas con Miguel Muñoz de seleccionador. Todas ellas en su primera temporada atlética, sin duda alguna la más brillante y trascendente de su trayectoria. Todas ellas en encuentros de carácter amistoso. Todas ellas sobre territorio español. Y todas ellas, además, en forma consecutiva. Debutó el día 20 de noviembre de 1985, en amistoso de preparación para el Mundial de México 86 disputado frente a Austria en el zaragozano estadio de La Romareda, que concluyó con empate a cero. Tras haber conseguido recientemente la clasificación, era el primero de los amistosos de los que disponía Miguel Muñoz para conjuntar el equipo e introducir novedades. En concreto, en este encuentro debutarían como titulares, jugando todo el tiempo, además de Quique Setién, Tomás y Michel. También Eloy, entrando desde el banquillo. Todos ellos acabarían por acudir finalmente a la cita mundialista, si bien el cántabro no llegó a disputar minuto alguno y los demás sí que tendrían importante participación.   
  Seguirían dos amistosos más. El segundo fue ante Bulgaria, el 18 de diciembre, en el valenciano Luis Casanova (por aquel entonces, Mestalla se llamaba así). Victoria por dos goles a cero, de Michel y Calderé. La jornada del debut Setién jugó en la medular. Este día, a modo de experimento, recuperó su antigua posición de delantero, saliendo de inicio compartiendo línea con Butragueño, siendo luego sustituido por Sarabia. Y su tercer y último partido internacional fue el 22 de enero de 1986, ante la U.R.S.S. en el antiguo estadio Insular de Las Palmas, con victoria española de nuevo por dos goles, de Julio Salinas, que debutaba ese día, y Eloy, a cero. Quique Setién reemplazó en la medular al sevillista Francisco.  
   
  Tras colgar las botas pasó a ser entrenador. Reseñar aquí brevemente que su currículum como tal incluye equipos de Segunda o Segunda B, tales como el Racing de Santander, el Polideportivo Ejido, la selección de Guinea Ecuatorial, el Logroñés y el Lugo, donde figura en la actualidad. Todo aquel que vea jugar a este último equipo comprobará fácilmente como el juego desplegado es una clara proyección de la personalidad del entrenador sobre el terreno de juego, buscando sacar siempre el balón desde atrás controlado y primando el toque sobre la fuerza física, tan característica de la categoría de plata hasta tiempos recientes. Nunca ha llegado a entrenar en Primera División. En el futuro estimo que, si continúa con su marcha ascendente, pudiera llegar a ser un buen candidato para tomar las riendas de un equipo siempre tan complicado como lo es el Atlético de Madrid. Desde aquí lanzo la idea. 

            
 

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ


miércoles, 22 de mayo de 2013

LA DÉCIMA COPA

LA DÉCIMA COPA



  Tan pronto como el Atlético de Madrid se clasificó meritoriamente para disputar la final de la Copa del Rey del curso 2012-2013, después de eliminar al Jaén en dieciseisavos de final, al Getafe en octavos de final, al Betis en cuartos de final y al Sevilla en semifinales, tres ideas principales, tres futuribles, acudieron de inmediato a mi mente. A saber:
  Primera. Que en cuanto al debate que se suscitó en los primeros días sobre la sede de la final, yo fui de los que desde un principio abogué por el estadio Santiago Bernabéu, por variadas razones, tanto meramente crematísticas (a mayor aforo, mayor porcentaje de taquilla y mayores ingresos), como históricas, de las que este blog es buen instrumento (todos los títulos, menos el último, se ganaron en ese estadio, y tres de ellos directamente frente al propietario), como personales (tendría que ser una satisfacción inmensa vencer en una final una vez más al eterno rival en su propio feudo; además, después de una racha tan prolongada sin poder hacerlo).
  Segunda. Que me encantaría asistir a la final. Todo aquel que haya asistido a una sabe que están rodeadas de un ambiente tan especial e inenarrable que es una ocasión única para poder disfrutar. No obstante, era conocedor de las poquísimas posibilidades de las que disponía. Carezco de todo tipo de “enchufe” para acceder a las entradas reservadas para la Federación. Y en cuanto a las correspondientes al club, siendo en la actualidad socio no abonado residente en Zaragoza, fuera de la capital (por esa razón tuve que dejar de ser abonado), suponía que iban a ser, al igual que en finales anteriores y recientes, sumamente complicadas de obtener, dado que estarían reservadas en primer lugar para los abonados con abono total, luego los demás abonados y así sucesivamente. Además, no podía desplazarme para hacer cola en taquilla. Mis sobrinos mayores atléticos, Guillermo y Álvaro, abonados con abono total, sí que pudieron acceder a sus localidades.

  Tercera. Que en el supuesto (posible, pero poco probable, a raíz de los porcentajes de las apuestas y la impresión general de prensa y afición; yo también era de los que pensaba que ellos eran favoritos) de que se obtuviera la victoria, dedicaría ”ipso facto” la siguiente entrada del blog a un artículo referente a la nueva Copa ganada (que sería la décima), al igual que hice en anteriores ocasiones con los títulos de mayo de 2012, Europa League, y agosto de 2012, Supercopa de Europa. Con las mismas razones que en ellos dos. A pesar de ser un tema de actualidad, alejado de las vivencias históricas que presiden todas estas líneas, no dejará de ser Historia con mayúsculas al cabo de los años. Y a todos nos gustará revisitarla y revivirla. Quizá incluso en este caso más, dado el rival que teníamos enfrente. Si la final se perdía, no escribiría artículo alguno, para no ahondar aún más en la herida.
  Afortunadamente, hoy puedo decir que los tres futuribles, pese a que parecían poco probables (y máxime todos a la vez), se han cumplido. Al cabo de pocos días, la lógica se impuso y se eligió el Santiago Bernabéu como escenario de la final, por encima de las peregrinas ideas de algún sector de madridistas que, con indudable ánimo de molestar, querían que todos los madrileños de uno u otro bando viajáramos hasta Barcelona para jugar en el Nou Camp.

  Bastante tiempo después, el mismo lunes de la semana de la gran final, surgió la oportunidad de asistir al estadio. Para lo cual confluyeron diversas circunstancias. En primer lugar, ese fin de semana mi familia y yo ya íbamos a trasladarnos a la capital del Reino, para acudir el sábado a la celebración de la Primera Comunión de mi sobrina y ahijada Ana. Además, comoquiera que el mismo lunes había oído por la radio que aún sobraba un elevado número de entradas, por mor de los elevados precios, decidí hacer valer mi condición de socio no abonado, llamé por teléfono a las oficinas del club, les expuse mi situación, la no posibilidad de personarme en taquillas y accedieron amablemente, previo pago mediante tarjeta de crédito, a venderme una entrada para la final. Por el “módico” precio de doscientos veinte euros. En este sentido, y pese a que yo me haya visto favorecido por ello, quiero sumarme desde aquí al multitudinario clamor de protesta por haber fijado unos precios tan elevados que han imposibilitado presenciar la final en el estadio a un gran número tanto de atléticos como de madridistas. Una vez obtenido así el preciado boleto, todo fue cuestión de enviar una autorización escrita por correo electrónico a mi hermana, que ésta se la diera a mi padre y que éste fuera a las oficinas a retirar la entrada en mi nombre.
  Ello me obligaba, en contra de lo anteriormente relatado (no habría artículo alguno si se perdía) a tener que escribir sobre el partido se ganase o se perdiese, dado que éste sería un anexo a la pequeña saga de artículos incluidos con anterioridad en este blog, referentes a todas aquellas finales a las que pude acudir “en vivo y en directo” en el propio estadio.

  Cuando el viernes por la tarde mi mujer, mi hijo, mi hija y yo viajábamos en coche desde Zaragoza hasta Madrid, el conductor del vehículo (yo) era una persona ansiosa y excitada por la gran noche, fuera el resultado que fuera, que sin duda alguna iba a poder vivir. Nada más llegar a casa de mis padres, subir el cuantioso equipaje que dos niños pequeños acarrean y coger el suculento bocadillo que, recordando viejos tiempos, mi madre me había preparado, salí raudo y veloz camino del estadio. Dado que el Metro había anunciado parones, decidí ir andando. Desde la zona de Pinar de Chamartín es un agradable paseo de apenas media hora, que además me serviría para impregnarme aún más del magnífico ambiente festivo del encuentro. Tras quedar con mis dos sobrinos antes de entrar, hacernos unas fotos conmemorativas del magno acontecimiento (para ellos era su primera gran final) y emplazarnos para vernos de nuevo a la salida y comentar el partido, por fin accedí a mi localidad, ubicada en la grada alta lateral este, a través de la puerta 47, vomitorio 113-N, sector 129, fila 17, asiento 15. Un excelente emplazamiento (aunque en modo alguno se justificaba el elevado precio pagado), a la altura de la línea del área grande.
  Nada más entrar, media hora antes del inicio,  me sorprendió que el sector de los aficionados atléticos estuviera ya prácticamente repleto, mientras que el de los madridistas se hallaba casi vacío. Se ve que teníamos más ganar de animar, de cantar y de pasarlo bien. Y eso ocurrió durante todo el desarrollo del encuentro. Pese a que a través de la televisión (cuando llegué del fin de semana, me volví a ver el partido, que había dejado grabando, como es procedente) no se aprecia tanta diferencia como existió en la realidad, porque se oye un rumor general de fondo, lo cierto es que “in situ” la afición colchonera ganó por goleada a la merengue. Animó mucho más, más tiempo, con mayor volumen y energía. Ayudando al equipo cuando las cosas se torcieron. Orgullosos de sus jugadores (“jugadores, jugadores, hemos venido a ganar…”) y éstos de su infatigable afición. Me llamó la atención, además de los cánticos tradicionales por mí conocidos, uno de reciente cuño, de indudable aire irónico. El de “Mourinho quédate”. Seguro que a más de un madridista no le hizo tanta gracia.

   Llegados a este punto, recordemos brevemente los datos objetivos, imprescindibles para la posteridad, para luego continuar con mis prescindibles apreciaciones personales. A las nueve horas y treinta minutos del viernes diecisiete de mayo de dos mil trece, en una noche fría y desapacible para esas alturas del mes de mayo, bajo la dirección del árbitro aragonés Clos Gómez, los contendientes dispusieron las siguientes alineaciones iniciales. Por parte del Real Madrid, que ejerció de local (por su mayor antigüedad como club, no por ser el propietario del recinto) salieron: Diego López; Essien, Albiol, Sergio Ramos, Coentrao (Arbeloa,minuto 90); Khedira, Xabi Alonso; Ozil, Modric (Di María, minuto 90), Cristiano Ronaldo; y Benzema (Higuaín, minuto 90). Por el Atlético de Madrid: Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis; Mario Suárez, Gabi; Koke (Raúl García, minuto 112), Diego Costa (Adrián, minuto 105), Arda Turan (Cristian Rodríguez, minuto 110); y Falcao. Ambos contendientes con sus equipaciones habituales (los atléticos volviendo a recuperar su tradicional pantalón azul y no el rojo que inexplicablemente habían portado en los últimos derbies en el Bernabéu). Vencieron los rojiblancos por dos goles a uno. Se adelantaron los blancos en el minuto 14, cabeceando impecablemente Ronaldo desde el punto de penalti un córner botado desde la derecha por la magistral pierna izquierda de Ozil, tras mantenerse en el aire con su poderoso salto más que los demás y zafarse, en mi opinión con empujón previo (que se ve por la televisión; no sin embargo en el estadio), del marcaje de Godín. Empató en el minuto 34 Diego Costa, rematando desde el borde del área con un duro disparo raso de su pierna izquierda un pase en profundidad que le había lanzado Falcao desde el centro del campo, tras desembarazarse en brillante jugada personal de Albiol y Xabi Alonso, y sin que al brasileño pudieran alcanzarle en su veloz carrera ni Essien ni Sergio Ramos. El arquero Diego López llegó a desviar ligeramente el esférico, pero tras tocar el poste se alojó en las mallas. Y el tercero llegó en tiempo suplementario, en el minuto 98, al cabecear maravillosamente el defensa central Miranda un medido y tocado pase desde la derecha de Koke, anticipándose en el primer palo a toda la defensa madridista, cancerbero incluido. El centro de Koke era segunda jugada tras saque de esquina, después de recibir directamente el rechace, por lo que los marcas se habían ya relajado. Tanto el estupendo centro como el certero remate recordaron mucho en su ejecución al imborrable gol de Pantic en la hasta entonces última Copa ganada, frente al Barcelona en 1996, transmutando los papeles: Koke por Geli y Miranda por Pantic.

  Después de que ambas aficiones se pusieran de acuerdo por tercera y última vez en el encuentro (las otras dos previas fueron, al darse las alineaciones por megafonía, para aplaudir a Casillas y para silbar a Mourinho) para tararear al unísono el himno nacional, lejos de otras finales coperas en que eso (por otra parte, lo lógico y natural, dado que es la Copa de España) no ocurrió, empezó el juego, rodeado de una fortísima tensión, característica de toda gran final. Empezó el Real Madrid dominado la posesión del balón. El equipo rojiblanco esperaba bien ordenado, con sendas líneas de cuatro hombres, replegado, con fuerte presión, desafiando al rival a que atacase para, tras recuperar el cuero, salir veloz hacia la portería contraria. Al fin y al cabo, lo que les ha hecho ganar un buen número de encuentros en esta temporada. Con una diferencia. Dada la tremenda calidad del adversario, que nadie puede dudar, la presión se efectuaba en posiciones más retrasadas de lo habitual, más cercanas al área propia, para guarecer ésta mejor y además para desactivar así una de las principales cualidades del equipo madridista, las rápidas transiciones en ataque, prescindiendo de la elaboración en el centro del terreno.           
  Sin haber todavía sufrido peligro alguno, en el minuto 14 llega el anteriormente reseñado gol de Ronaldo. Mentiría si dijera que entonces me pareció que el guión predefinido de otras ocasiones se iba a repetir, de que su calidad iba a poder con nuestro ímpetu y orden sin apenas esfuerzo. Pero a partir de ahí cambia el panorama. Los blancos se repliegan en su terreno, siendo ellos ahora los que buscan salir en veloces contragolpes con sus rápidos y potentes delanteros. Los rojiblancos empiezan a contactar en mayor medida con el balón y a crear peligro, encerrando a los rivales en su área, sin permitir ninguna salida. Llega entonces el empate de Diego Costa. Empieza de nuevo el partido.
  Una vez más los madridistas pasan a ser los que atacan más. Pero parece que con menos convicción. Todo lo contrario que los atléticos, que se reafirman en su planteamiento y aumentan si cabe sus elevadas dosis de concentración e intensidad. Ello no impide un duro disparo al poste de Ozil con su mágica pierna izquierda. Descanso. Los colchoneros estábamos ya más satisfechos que en la mayoría de ocasiones previas frente al mismo rival. Se había comenzado perdiendo, como casi siempre, pero se había logrado empatar.
  En la segunda parte, ellos veían como sus ataques eran infructuosos una y otra vez. Apenas llegaban con peligro. Y cuando conseguían hacerlo, su inveterada pegada, que les hacía durante años y años ganar partidos sin merecerlo y sin necesidad de jugar bien, parecía encasquillada. Poste de Benzema, despeje de Juanfran bajo palos a tiro de Ozil y nuevo poste de Ronaldo. La suerte que en otras ocasiones les sonreía les volvió la espalda y se puso de nuestro lado. Todo encuentro ganado precisa de su dosis  de diosa fortuna. Y en esta ocasión se alió con los colores rojiblancos.

  Según pasaba el tiempo, los blancos se iban desfondado y desquiciando ante la adversidad del marcador. Muestra de ello fue la expulsión del técnico Mourinho por sus ostensibles y continuadas protestas ante una nimiedad. Por el contrario, los colchoneros iban asentándose en sus posiciones y comenzaban a llegar con peligro. Esta tendencia se acusó aún más en la prórroga. Para ello fue indispensable la magnífica condición física de la que nuestros chicos disponían. Quienes vuelvan a ver el partido comprobarán que desde el inicio del tiempo suplementario hasta nuestro segundo gol del brasileño Miranda fue un ataque continuado rojiblanco, encerrando a los madridistas en su área, con sucesivas ocasiones marradas por Diego Costa (doble) y Koke. El gol del defensa central rojiblanco apenas lo adiviné desde mi posición. Vi el preciso centro de Koke, el salto y la anticipación de Miranda a los zagueros blancos y supe que tenía que ser gol. Pero no vi ni el contacto con la cabeza ni como el esférico se introducía en la portería. Los seguidores de las filas delanteras se levantaron y me privaron momentáneamente de visión. Ello no impidió que yo asimismo me levantara, que gritara el gol desaforadamente y que me abrazara a mis perfectamente desconocidos compañeros de localidad.
  Tras el tanto, nuestro equipo supo aplicar las directrices de Simeone y plasmar a la perfección lo que el ex-seleccionador Camacho llamaba “el otro fútbol” y otro ex-seleccionador, Luis Aragonés, calificaba como “saber competir”. Se trataba de que el rival no pudiera crear peligro y para ello, además de defender con orden y acierto, se supo cuando fue pertinente perder tiempo y cortar el ritmo adversario, alargando las lesiones sobre el césped, impidiendo los saques contrarios (tarjeta a Koke) o retrasando los propios (tarjeta a Miranda). No es por remover ahora viejos fantasmas, pero todo el mundo está de acuerdo con que si se hubiera sabido plasmar ese “otro fútbol” en la final de la Copa de Europa de 1974 frente al Bayern de Munich, otro gallo  nos hubiera cantado.
  En cualquier caso, la calidad del Real Madrid consiguió crear dos clarísimas ocasiones, una de Higuaín al finalizar la primera parte de la prórroga y otra de Ozil en la segunda. Pero entonces surgió un inconmensurable Courtois. Dos paradones increíbles que terminaron de atornillar el resultado. Cuando su portero los hacía (cuando jugaba) no decían que qué suerte. Decían que los porteros también juegan. La tensión se fue acumulando cada vez más y estalló con la salvaje agresión (patada en la cara a Gabi) de un desquiciado Ronaldo y su lógica subsiguiente expulsión. Pitido final y éxtasis total en el estadio (o, por mejor decir, en un sector del mismo).

  Un breve repaso a todos los protagonistas rojiblancos de la final. En conjunto, todos ellos demostraron una concentración, intensidad, orden y trabajo más allá del límite. Trabajo en equipo, que siempre funciona bien. Una preparación física portentosa. Cuando los rivales ya se desfondaban (Modric y Coentrao tuvieron que ser suplidos por problemas físicos) los nuestros estaban incluso mejor que al principio, más rodados. No se dispuso de la brillantez en el juego que en otras recientes finales, pero supieron adaptarse a la tremenda emoción e insoportable tensión del encuentro.
  Courtois entró en la leyenda. Ya había mantenido un elevado nivel durante el tiempo reglamentario, aportando tranquilidad a la línea defensiva con su seguridad y confianza para salir a atajar los balones aéreos. Pero lo cierto es que apenas se le demandaron actuaciones concretas para detener balones (ya se encargaron de ello los postes). Sus dos prodigiosas paradas en la prórroga, la primera de puros reflejos y la segunda de anticipación, fueron antológicas. Sin ánimo de exagerar, la parada a Ozil podría considerarse como la mejor de toda la historia del fútbol. La que hasta ahora está así catalogada (del inglés Gordon Banks al brasileño Pelé en el Mundial de México 70) presenta muchas similitudes con ella. También la mítica de Casillas a Perotti en el Sánchez Pizjuán. Tan sublime fue que, sabedor de su importancia y trascendencia, la celebró como si de un gol se tratara. Juanfran estuvo sobresaliente. Le tocó lidiar con el más duro de los morlacos, Ronaldo. Por otro lado, Coentrao, al no disponer de suficiente calidad para ello, apenas le causó problemas. Ello limitó su natural ofensividad. No le recuerdo incorporación al ataque alguna. Pero tampoco ninguna falta. Supo detener al portugués con velocidad y anticipación. Al contrario, cuando comenzó el desquiciamiento de Ronaldo, Juanfran sufrió más de una patada en sus propias carnes. Una de ellas le lesionó. Parecía que iba a ser reemplazado por Cata Díaz, pero se repuso y terminó si cabe con mayor presencia física. Un héroe. En su haber hay que incluir también lo atinado que estuvo al sacar bajo palos un disparo de Ozil que parecía no tener otro destino posible que las redes, resarciéndose así de su infortunio en el partido liguero contra el Real Madrid en el que se introdujo un autogol. Emocionantes sus lágrimas en la celebración. Pese a su pasado madridista, tenemos entre nosotros a un atlético convencido más ya para toda su vida. La ofensividad por los laterales quedó por consiguiente reservada para Filipe Luis. Como en él es habitual, sus subidas y bajadas constantes, con dos disparos incluidos (el primero inocente; el segundo peligroso), desahogaron al equipo. En defensa cumplió con creces, aunque no tuvo que prodigarse en exceso, dado que por la banda derecha el Real Madrid apenas atacó. Ozil se desplazaba por su tendencia natural hacia posiciones centradas y Essien no está capacitado para ello. Miranda disputó el partido soñado. Sobrio, contundente, expeditivo, rápido, eficaz y elegante en todas y cada una de sus intervenciones. Ninguno de los peligrosos atacantes rivales le hizo caer en error alguno. Para entrar en la leyenda, tan solo le faltaba marcar el gol del triunfo, como finalmente aconteció. Así pudo hacerle a su hijo, como había anunciado previamente,  su mejor regalo posible: ir el lunes al colegio portando la camiseta rojiblanca y sin temor a las burlas de sus compañeros madridistas. Godín también rayó a excelente nivel. No consiguió detener en el primer gol a Ronaldo y la ocasión de Higuaín llegó tras un despeje suyo no muy atinado, pero el resto del partido estuvo colosal, intimidando a los adversarios por su presencia, velocidad y decisión.

  Mario Suárez, una vez más, completó una final modélica. Una indecisión suya acabó en córner y de él surgió el primer gol madridista. Muchos se lo hubieran recordado sin duda al día siguiente. Pero supo sobreponerse y con su intensidad mayúscula y recorrido infatigable electrocutó la línea media contraria. Careció de la aportación ofensiva y salida clara de balón de otras finales, merced a la tensión mayúscula del juego. Gabi también derrochó energía y devoró kilómetros, cortocircuitando en auxilio de su compañero a los medios rivales. Se pudo incorporar en alguna ocasión al ataque, disparando y metiendo balones al área con peligro.
  En el centro del campo, colaborando más con la delantera, Koke y Arda Turan. El primero hizo otro derroche de pundonor y fuerza física, jugando con una madurez impropia de su corta edad. Cada vez tiene más galones. Amo y señor de los balones parados, suyo fue el maravilloso centro desde la derecha, en segunda jugada tras saque de esquina, que la testa de Miranda transformó en un gol para la historia. El turco, partiendo desde la izquierda, aportó su clase y la pausa necesaria. Su periodo de ausencia ha sido muy notado. Hace jugar al equipo, ralentiza la marcha cuando se demanda, cuando todos van en sexta velocidad él decide entretener el juego y filtra entre líneas pases imposibles.
  En la delantera, el colombiano Falcao y el brasileño Diego Costa. A ambos se les presupone un despliegue constante de coraje y fuerza física. El primero no logró demasiado contacto con el balón, salvo la prodigiosa jugada, más propia de un mediapunta de clase mundial, que se convirtió en el gol del empate, pero su trabajo continuo, fijando la línea defensiva para que se beneficien los que entran desde atrás, es siempre impagable. Al igual que las de Juanfran, emocionantes sus lágrimas finales. En su caso, ¿de despedida?. El segundo aportó su lucha ininterrumpida que tanto disgusta a sus adversarios. Siempre al límite. Tuvo además el acierto de una magnífica definición en su gol, la que le faltó en su ocasión en la prórroga.
  Los tres que entraron desde el banquillo, Adrián, Cebolla Rodríguez y Raúl García apenas tuvieron tiempo de aportar poco más que su indesmayable trabajo, al igual que sus compañeros, sin que se resintiera el rendimiento del equipo, y de darse el gustazo de participar (y ganar) una final. Un detalle: Simeone se limitó a permutar un jugador por otro, sin efectuar variaciones tácticas defensivas que mandaran a sus discípulos un mensaje de injustificado repliegue.  

  Por lo que hace referencia a la afición, estuvo, como siempre, colosal. Como ya se ha reseñado con anterioridad, abrumó a la hinchada rival. No paró de animar en todo momento. Tanto en las duras como en las maduras. Como es habitual en ella. Llevó en volandas a los jugadores. Mirando desde mi posición en la grada lateral baja hacia arriba se apreciaba un espectáculo de colorido sin igual, una pared vertical repleta de colores rojiblancos en perpetuo movimiento. Un único pero. Sobraban las bengalas que se encendieron tras el gol definitivo. Recordemos que las bengalas en la competición española han arrancado vidas humanas. Por el contrario, la afición madridista, además de mostrarse durante todo el encuentro más fría y pasiva, abandonó de inmediato las gradas, sin esperar a la entrega de la Copa, faltos de educación deportiva. Una fea actitud.                      
 Unos pocos detalles finales para concluir. Quiero resaltar en primer lugar, por el contrario, la excelente deportividad y caballerosidad mostrada por un auténtico profesional como es Casillas. En el momento de la tangana se dedicó a templar los ánimos, obligó a sus jugadores a que no abandonaran el terreno de juego hasta que no se entregara la Copa, como es preceptivo (y a diferencia de otras ocasiones en que Mourinho les obligó a retirarse antes de tiempo) y fue felicitando personalmente uno a uno a todos sus contrincantes vencedores. Se detuvo particularmente con su colega Courtois, al que alabó sus ya legendarias intervenciones. Como español, me siento orgulloso de que sea el capitán de la selección española, de mi selección.
  Otro detalle. A modo de anécdota, resultó simpático, a la par que jaleado con alborozo desde la grada, el gesto que, nada más concluir el encuentro, cuando los jugadores estaban saludando a la afición, tuvo uno de los utilleros del club, clavando en el semicírculo del área una bandera rojiblanca, a modo de tierra conquistada. Poco después, tras la entrega de la Copa, en la vuelta de honor, Sergio Asenjo hizo lo mismo, con idéntico alborozo del público, en esta ocasión clavándola en el área pequeña.

  Una muestra más de escasa deportividad de los propietarios del terreno. Como a su juicio se debía de estar prolongando en exceso la celebración popular, la comunión jugadores-afición, fueron apagando paulatinamente las luces, dejándonos poco a poco a oscuras, como si de una vulgar discoteca se tratara.
  Cuando tras las intensas emociones sufridas me volví a encontrar a la salida con mis sobrinos, nos dimos un emocionado abrazo, nos hicimos unas cuantas fotografías más de celebración y, en unión de un buen número de seguidores, nos desplazamos andando Paseo de la Castellana abajo hasta la fuente de Neptuno, comentando las incidencias del partido que desgraciadamente no habíamos podido ver juntos, como hubiera sido nuestro deseo. Era la primera vez que lo hacía, que iba a la fuente. Y me defraudó. Debimos llegar en mala hora (o muy pronto o muy tarde) porque, además de no haber mucha gente, la que había ni cantaba ni animaba. Espero que si repito experiencia en otra ocasión sea más emocionante. En esta ocasión fue perfectamente olvidable. Lo que sí será inolvidable, y con el paso del tiempo llegará a alcanzar su auténtica dimensión épica y legendaria, es la victoria contra todo pronóstico, frente a un rival de mayor calidad y ante el que sucumbíamos vez tras vez durante los últimos catorce años. Yo podré decir que estuve allí.      
              
   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 16 de mayo de 2013

ARTECHE

ARTECHE


  La principal cualidad de Arteche, en mi humilde opinión, no fue su contundencia defensiva. Ni su carisma y liderazgo. Ni su sobresaliente juego aéreo. Su principal cualidad fueron sus ganas constantes de aprender y su continuo afán de superación. De ser un joven jugador tosco y con notables lagunas técnicas y tácticas, fue transformándose paulatinamente, para la cual contó en sus dos primeras campañas con la inestimable ayuda de un impagable maestro como Luiz Pereira, en un defensa central de poderío, que fue puliendo sus recursos técnicos y perfeccionando su táctica, que fue “entendiendo” el juego, que aprendió a controlar el pase tanto en corto como en largo, que fue sublimando su ya de por sí elevado juego de cabeza, y no tan solo en funciones defensivas, como se le presuponía cuando llegó, sino también sumándose al ataque con tino (consiguió un buen puñado de goles) y que consiguió sacar el esférico desde la cueva defensiva con precisión y elegancia, no exentas de algún pequeño lujo (¿reminiscencias de su maestro brasileño?), lo que culminó en el sobrenombre impuesto por la hinchada rojiblanca de “Artechembauer”, tildado de sacrílego por los de la acera de enfrente. En suma, en palabras del propio protagonista (“Equipos con historia. Atlético de Madrid”, página 340), “en el Atlético me formé en todos los sentidos”.
  Como muestra ilustrativa de este continuo afán de mejora y superación puedo relatar una pequeña anécdota personal. Una mañana cualquiera de un día de diario me tuve que pasar por las oficinas del club, ubicadas, como todo el mundo sabe, en las entrañas del propio estadio Vicente Calderón, para realizar una gestión relativa a mi carnet de socio. Cuando llegué, la plantilla se encontraba entrenando en el césped. Cuando me iba, atravesando uno de los fondos, el entrenamiento había concluido y todos se habían retirado al vestuario. Todos menos dos. Arteche y Marina. Se habían quedado practicando el lanzamiento de faltas. En Marina tenía cierta lógica, pues era uno de los especialistas del equipo. Pero no la tenía tanto en Arteche. Además de prolongar su jornada laboral voluntariamente, estaba intentando mejorar, con un buen profesor al lado, en esa faceta del juego. Pese a que no recuerdo (y creo que nadie podrá hacerlo) lanzamiento de falta directa alguna por él realizado, fuera de los entrenamientos. Ello no obstaba para que quisiera seguir mejorando. Durante los escasos cinco minutos que me quedé contemplándolos me convertí en improvisado recogepelotas de aquellos (pocos) balones que no alcanzaban su objetivo y terminaban en las gradas.

  Juan Carlos Arteche Gómez nació en Maliaño (Cantabria) el día 11 de abril de 1957. Aficionado desde “la más tierna infancia” al baloncesto por su elevada estatura (sus piques años después en la improvisada cancha de este deporte acondicionada en las galerías del estadio con otro defensa central de pasado baloncestístico, Miguel Ángel Ruiz, serían memorables), termina no obstante por fichar por el principal equipo de la región, el Racing de Santander, aspiración de todo buen cántabro, a la edad juvenil de diecisiete años. Cedido la temporada siguiente al tradicional rival racinguista, la Gimnástica de Torrelavega, en Tercera División, se fractura la nariz en un choque con un jugador del Santurce. Desde entonces arrastra la línea de su apéndice nasal quebrada y una inconfundible voz nasal. Regresa directamente a la primera plantilla del Racing de Santander, donde completa dos formidables campañas, 76-77 y 77-78, en pugna continua por permanecer en Primera División, lo que felizmente se consigue en parte gracias a su valiosa aportación. De esta época recuerdo una fotografía del diario “As”, en partido contra el Rayo Vallecano,  en la que parecía un gigante al lado del “enanito” rayista Potele.

  Su extraordinaria progresión le lleva al fichaje con el Atlético de Madrid para la temporada siguiente, 78-79. Con harto contento del astro brasileño atlético Leivinha, que le saluda efusivamente a su llegada al vestuario, dado que “ya no tendré que soportar más tus patadas”. Se hace con la titularidad desde el inicio (una característica de su amplia y dilatada trayectoria rojiblanca es que la práctica totalidad de sus intervenciones lo fueron como titular), compartiendo eje de la zaga, como ya se ha reseñado con anterioridad, con el otro astro brasileño, Luiz Pereira. Pareja perfecta. Fantasía y técnica mezcladas con dureza y contundencia. A lo largo de su vida rojiblanca compartiría más tarde el eje con Balbino (en la época en la que Ruiz jugaba en el centro del campo), con el propio Ruiz, con el canterano Sergio, con otro Sergio, el canario Marrero, y, en su última etapa, con el vasco Goicoechea, uno de los primeros fichajes de la “era Gil”, con el que conformó un tándem que asustaba al más pintado. Su probablemente mejor partido juntos fue la portentosa exhibición (no dejaron que ningún rival osara siquiera pisar el área) contra el Real Madrid, en la 10ª jornada de la Liga 87-88, el 7 de noviembre de 1987, con la recordada goleada en feudo madridista por cero a cuatro, anotados por Julio Salinas, Futre y en dos ocasiones López Ufarte, con un excelente partido de Eusebio.
  Y desde su contratación hasta su retirada once gloriosas campañas, hasta la 88-89, en las que se forjó una de las mayores leyendas rojiblancas. Todos los seguidores atléticos sabemos que nunca fue el mejor jugador de la plantilla. Que su dureza en ocasiones se tornaba excesiva y contraproducente. Pero también sabemos que su coraje y pundonor motivaba e impulsaba tanto a sus compañeros como a la grada. Que su contundencia intimidaba a los adversarios. Que su entrega fue encomiable. Que su carisma y buen hacer hicieron vivir tantas tardes imperecederas. Que, al igual que el escudo del club se grabó en su más íntimo ser, así su personalidad indesmayable ante la adversidad (por otra parte, una de las principales cualidades rojiblancas) se abrió un pequeño hueco en el corazón de todos los atléticos.
  Su salida del club no fue todo lo agradable que su impecable trayectoria hubiera merecido. Tras la primera temporada de Jesús Gil en la presidencia, 87-88, decidió vender a Alemao (por considerarlo vestigio de la época de Calderón) y despedir por tratarse de “veteranos maleados” al propio Arteche, a Landáburu, a Quique Ramos y a Quique Setién. Todos ellos ganaron el posterior pleito por despido improcedente. De todos ellos, solo Arteche, previa rebaja importante de sueldo y pérdida de pretemporada, fue “indultado” y volvió a portar la elástica rojiblanca. Durante unos pocos partidos más. Una entrevista radiofónica en la que comparaba al traspasado Alemao con el recién fichado Donato, sin tiempo a haberse aclimatado todavía, motivó que fuera de nuevo despedido de forma fulminante, en el mismo calentamiento de un partido de Liga contra el Málaga. Esta época final, con continuos conflictos laborales, juicios y negativas de acceso al estadio, no impidieron que Arteche manifestara públicamente en repetidas ocasiones, en esos momentos y con posterioridad que “nada ni nadie conseguirán que deje de ser atlético” (precisamente ese es el título del artículo por él firmado incluido en la obra anteriormente relacionada).

  Su aportación en números fue la siguiente: 308 partidos de Liga (304 titular), repartidos a lo largo de sus once campañas en 22, 30, 32, 32, 31, 26, 33, 33, 32, 35 y 2. Es decir, salvo su primera temporada, de asentamiento y confirmación en la titularidad, y su última, de brusca despedida y cierre, jugaba prácticamente todo, en Ligas que por aquel entonces eran de 34 jornadas. Su penúltima campaña, última completa, la 87-88, fue la primera de 20 equipos y 38 jornadas. Hay que sumar además 62 encuentros más (61 titular) de Copa del Rey (4, 9, 8, 10, 4, 3, 9, 4, 5, 6 y 0) y 20 (19 titular) de diferentes competiciones europeas, Copa de la U.E.F.A. y Recopa (0, 2, 0, 2, 0, 2, 2, 9, 3, 0 y 0). Los primeros años eran los que caíamos apeados a las primeras de cambio de la Copa de la U.E.F.A. por rivales como el Dinamo de Dresden, Boavista, Groningen o Sion. El año de los nueve partidos corresponde al que se llegó a la final de la extinta Recopa, el 2 de mayo de 1986, contra el todopoderoso Dinamo de Kiev, en Lyon, con contundente derrota por tres goles a cero (remisión a la entrada propia de esta final). Además, hay que sumar veintiocho encuentros más (todos titular), distribuidos en 8, 8, 8 y 4 de la también extinta Copa de la Liga, en las cuatro temporadas en que existió (desde la 82-83 hasta la 85-86, ambas inclusive) y dos más (ambos titular) de la Supercopa de España 85-86 frente al Barcelona. Todo ello suma un total de 420 partidos oficiales, lo que le convierte en el sexto jugador rojiblanco (tras Adelardo, Tomás, Collar, Aguilera y Calleja) en haber portado la camiseta rojiblanca.  
  En todos estos encuentros consiguió anotar 18 goles ligueros (0, 0, 1, 4, 4, 5, 0, 0, 0, 4 y 0), 2 de Copa (en la 81-82), 1 en la Copa de la U.E.F.A. (en la 86-87, frente al Werder Bremen alemán, con el que retornaba al Calderón su íntimo amigo Votava, lo que no le impidió hacer saltar por los aires al checo-germano) y 7 en la Copa de la Liga (2 en la 83-84, 4 en la siguiente y 1 en la siguiente). Un total de 28 goles en el conjunto de competiciones. Estos datos revelan uno de los hechos ya reseñados al principio. Consiguió progresar adecuadamente y, tras unos primeros años de escasa aportación ofensiva (nula en términos de goles), aprendió a desplegar sus importantes cualidades de hombre alto y buen cabeceador en ataque y empezó a anotar cada vez más goles.
  De todos estos partidos y goles, hay dos encuentros que me gustaría destacar. Uno de ellos, el que todos los lectores atléticos estarán esperando ver, el que es más recordado entre los aficionados. El otro, de menor trascendencia popular, pero, en mi opinión, el mejor por él jamás jugado. Estuvo sublime. La pena es que fuera a puerta cerrada y no pudiera disfrutar de la reacción del público.

  El primero de ellos es el recordadísimo partido frente al Betis, con dos goles postreros y lesión incluidas. Jornada 10ª de la Liga 83-84, el 6 de noviembre de 1983. Después de comenzar el partido plácidamente, anotando Pedraza el primer gol a puerta vacía, tras penalti a Quique no señalado, los béticos remontarían con dos goles, del desgarbado ariete Paco, con pasado en el filial castillista, de cabeza, y de Rincón, otro ex-madridista, con el pie. A poco de empezar la segunda parte, el centrocampista sevillano Parra (que al paso de los años vendría al Aleti), de fuerte disparo, convirtió el tercer gol, que parecía definitivo. Poco después, Votava, hizo el segundo atlético. Entre la lluvia que caía (como buen partido épico que iba a ser) y el aliento indesmayable de la grada los colchoneros acosaban incesantemente el área bética, sin resultado. Hasta el minuto 88. Un centro “a la olla” era rematado por Arteche, consiguiendo el empate a tres con el que muchos se daban ya por satisfechos. Pero no Arteche. Dos minutos después, tras arrebatar en contundente entrada en la defensa el esférico al habilidoso argentino Calderón, se sumó de nuevo al ataque para, una vez más, rematar con la testa un pase colgado y conseguir el definitivo cuatro a tres, entre la algarabía entusiástica de los espectadores. La pena es que el aterrizaje del salto, en el terreno reblandecido por la lluvia, hizo que se fracturase el menisco. Fue retirado en camilla entre una agradecida y atronadora ovación. Pocos días después, todavía en el hospital, el presidente Vicente Calderón le impuso la medalla de oro y brillantes del club, en agradecimiento a los servicios prestados “más allá del cumplimiento del deber”. La lesión no se llegó a curar definitivamente y, durante los años venideros, tendría múltiples molestias y dolores en la rodilla afectada. Que no obstante no le impedían defender con sacrificio y gallardía “su” camiseta rojiblanca.
  El segundo encuentro al que antes me referí, para mí su mejor partido de rojiblanco, es el de vuelta de la eliminatoria de dieciseisavos de final de la Recopa de la temporada 85-86 (la que culminaría con la final de Lyon), frente al Celtic de Glasgow. Tras un peligroso empate a uno en Madrid, con goles de Quique Setién y Johnstone, la vuelta se disputaba en el Celtic Park de Glasgow a puerta cerrada, por incidentes del público escocés en anteriores eliminatorias, el día 2 de octubre de 1985. El equipo se pone por delante dos a cero, con goles de los dos Quiques, Setién y Ramos, y el encuentro, antes y después, es un continuo bombardeo de balones de las huestes escocesas al área, siguiendo su inveterado estilo de juego de esos años. Arteche y Ruiz se pusieron las botas y con facilidad y suficiencia despejaron balón tras balón, con el pie pero principalmente con la cabeza, sin permitir a los escoceses contactar siquiera con ellos. Solo el defensa central Aitken, a poco del final, pudo cabecear un centro y conseguir el definitivo uno a dos, que franqueaba la eliminatoria a los atléticos. A buen seguro que, de haberse disputado el partido con público, la ovación al inconmensurable encuentro de Arteche, no obstante ser afición rival, hubiera sido mayúscula.

  Su palmarés rojiblanco consiste en dos títulos, los dos oficiales del club de la década de los ochenta. Estuvo cerca de la Liga 80-81 (según confesión propia, su mejor año), pero se cruzó desgraciadamente por medio un tal Álvarez Margüenda. Y perdió la ya mentada final de la Recopa de Lyon, frente al Dinamo de Kiev, en la 85-86. Esos dos títulos son la Copa del Rey de la temporada 84-85, que le permitió al club, como campeón de Copa, disputar la Recopa del año siguiente, llegar a la final y perderla, y disputar también frente al campeón de Liga, Barcelona, y en esta ocasión ganar, la Supercopa de España. La final de Copa se celebró el día 30 de junio de 1985, en el estadio Santiago Bernabéu, feudo de ocho (hasta ahora; esperamos que muy pronto se incrementen) de nuestras nueve Copas. El rival, el Athletic de Bilbao, antigua casa madre. Se venció por dos goles a uno. Ambos anotados por el mexicano Hugo Sánchez, en su último partido rojiblanco (ese día, todo de rojo). El primero, de penalti, cometido por Urtubi que sacó con la mano un córner botado por Landáburu que se colaba directamente. El segundo, ya en la segunda parte, resolviendo frente a Zubizarreta un mano a mano que le había posibilitado el mismo Landáburu con un magistral pase desde posiciones retrasadas. Descontó después Julio Salinas, que poco después llegaría a las orillas del Manzanares. El partido de ida de la Supercopa aconteció en el Calderón el día 9 de octubre de 1985. Se venció por tres goles a uno, remontando Cabrera, Ruiz y Da Silva el inicial gol del barcelonista Clos. La vuelta, tres semanas exactas después, el 30 de octubre, se cerró con una insuficiente victoria blaugrana por un gol a cero, anotado por Alexanco. En los tres partidos tuvo una importantísima aportación Arteche, compartiendo el centro de la zaga en todos ellos con Ruiz, disputándolos como titular e íntegramente.
  Después de haber sido internacional juvenil, sub 21 e incluso olímpico (recuerdo haber asistido a un partido de clasificación para los Juegos Olímpicos de Seúl 88, frente a Suecia, en el estadio de Vallecas, con él de titular), Arteche también fue internacional absoluto. Cuatro veces, todas ellas con Miguel Muñoz de seleccionador. Pese a que parecía que ya había pasado su mejor etapa, en la que el seleccionador prefirió contar con otros defensas centrales (por aquella época muchos maledicentes aseguraban que Arteche había querido lesionar intencionadamente, para facilitar dicha llamada, a dos de ellos, el sportinguista Maceda y el sevillista Álvarez) finalmente fue reclamado para defender “La Roja”. Debutó el día 12 de noviembre de 1986, en partido clasificatorio para la Eurocopa de Alemania 88, celebrado frente a Rumania en el estadio Benito Villamarín (recordemos que en esos años Sevilla mantenía prácticamente “secuestrado” al equipo de todos) con victoria final por un gol a cero, anotado por Míchel. Compartió eje de la zaga con el madridista Sanchís. Como no son demasiados, podemos también rememorar brevemente sus otros tres encuentros internacionales. El segundo, de la misma fase de clasificación, y con el mismo compañero central, en el estadio Quemal Stafa de Tirana, frente a Albania. El típico partido clasificatorio frente a un rival inferior que se pone pronto por delante en el marcador, en este caso con gol de Muca, que se encierra detrás, y que resulta difícil de superar. En esta ocasión, se consiguió felizmente. En la segunda parte, tras marrar lastimeramente un penalti el madridista Chendo, los dos goles, del propio Arteche, en violenta volea (otra de las armas que perfeccionó sobremanera con el paso del tiempo) y del sportinguista Joaquín, permitieron dar la vuelta al marcador. Los dos restantes encuentros fueron amistosos. Frente a Holanda en el Nou Camp barcelonés, compartiendo el centro de la defensa con el entonces atlético bilbaíno Goicoechea (anticipando en unos meses su participación en el mismo club), el día 22 de enero de 1987. Empate a uno, con goles de Calderé y Gullit. Y frente a Inglaterra en el Santiago Bernabéu, formando tándem con el madridista Gallego, el 18 de febrero de 1987, día imborrable en el fútbol inglés en el que entonces barcelonista Lineker anotó él solito cuatro goles. Los dos españoles de Butragueño y Ramón fueron insuficientes.

  Tras su abrupta y obligada retirada no participó de forma activa en el mundo del fútbol. Se convirtió en comentarista invitado de diferentes medios de comunicación y se dedicó a jugar al golf (desde entonces, una de sus pasiones; de hecho, existe en su honor, con el nombre de Memorial Arteche, un torneo aficionado de golf) y a asistir, en compañía de su esposa e hijas, como socio de pie, bufanda al cuello, a los partidos de su querido Aleti.

  De todas las semblanzas individuales incluidas en este blog, ésta es la primera en la que desgraciadamente tengo que incluir, además de fecha de nacimiento, fecha de fallecimiento. Tras dos años de ardua lucha con el cáncer (“el bicho”, como él lo llamaba, con su buen humor característico, relajando el ambiente), falleció en Madrid el día trece de octubre de dos mil diez. La afición estuvo a la altura de las circunstancias y supo brindarle de forma espontánea el merecido homenaje que no pudo tener en vida. Como siempre ocurre en estos casos, las muertes prematuras acrecientan y agigantan la leyenda del personaje fallecido. Posiblemente no le hiciera falta, pero así ha ocurrido también con Arteche. En cualquier caso, su hálito de pundonor y entrega y su lucha constante ante la adversidad permanecen, ahora y siempre, entre las gradas.                                    


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 9 de mayo de 2013

VOLEIBOL

VOLEIBOL
Plantilla 71-72

  Comencé uno de los primeros artículos de este blog, el dedicado al baloncesto, afirmando que se trataba de una sección de la que probablemente gran parte de los aficionados atléticos, particularmente las más jóvenes generaciones, desconocían por completo que hubiera llegado a existir en el orbe rojiblanco. Dicha afirmación se ve elevada a la máxima potencia cuando tratamos otra de las secciones históricas que llegó a portar el escudo del oso y el madroño y las rayas rojas y blancas. Además, una de las más laureadas. La sección de voleibol. Yo lo viví y la conocí, al menos durante un periodo. También conocido por algunos como balonvolea, expresión mucho menos frecuentemente utilizada (al igual que casi nadie habla de balompié, si acaso con la excepción de los béticos, que lo llevan en su nombre oficial, sino de fútbol).
  La sección de voleibol tuvo dos diferentes etapas. Ambas tienen un denominador común. El que fueran inauguradas en forma aparentemente inexplicable, contracorriente, en sendos periodos de profunda crisis económica (que en el club rojiblanco no es coyuntural, sino crónica).
  En el verano de 1966, en plena vorágine del traslado del estadio Metropolitano al nuevo y flamante estadio del Manzanares (por entonces era su nombre oficial, el de Vicente Calderón llegaría pocos años después), en obras casi perpetuas, ya que no se concluirían hasta 1972, y, por consiguiente, con las arcas del club endeudadas en sufragar las costosísimas obras de construcción, nuestro Presidente Vicente Calderón decide, en forma sorprendente,  ampliar las secciones y fundar equipo de voleibol. Para ello, se fusiona con el Salesianos de Atocha y comienza a disputar la Segunda División nacional en la temporada 1966-67. Ese primer año de existencia debía de estar provisto de jugadores de gran valía, puesto que se consiguió el ascenso a Primera División sin problema alguno, resultando campeón de la categoría, y se obtuvo además el subcampeonato en el torneo de Copa.
  La siguiente campaña, 67-68, no fue de mera adaptación de un club recién ascendido. Al contrario, se consiguió una más que aceptable clasificación, un meritorio tercer puesto, repitiendo además el subcampeonato copero.

  Y a partir de ahí, con un rápido y portentoso acoplamiento a la competición, llegaron los éxitos en forma de títulos en las temporadas siguientes, lo que a su vez posibilitó brillar, alcanzado rondas finales, en la Copa de Europa. Se conquistó la Liga en la 68-69. Doblete, Liga y Copa, en la 69-70. Se repitió Liga y Copa en la 70-71. Segunda posición liguera y de nuevo campeón de Copa en la 71-72. En la siguiente, 72-73, no se ganó título alguno. No obstante, no pude decirse que el equipo no rindiera al más alto nivel. Se obtuvieron sendos subcampeonatos. Parece que este “fracaso” picó a los excelentes voleibolistas rojiblancos, arrasando en las dos campañas siguientes, 73-74 y 74-75, con la consecución de dos nuevos dobletes. Parece mentira que en tan poco tiempo se hubiera llegado a alcanzar tamaña cosecha de trofeos. Las dos temporadas siguientes, 75-76 y 76-77 apuntaron un cierto declive, dado que hubo que conformarse con cuatro subcampeonatos, los dos de Liga y los dos de Copa.

  En esta época, existía una muy emocionante y reñida competencia entre diversos equipos punteros. Los jugadores atléticos tenían que pelearse las diferentes competiciones con conjuntos de solera como, sobre todo, el Real Madrid o el Hispano Francés de Barcelona. Como se puede apreciar, el voleibol se asentaba en las grandes ciudades, donde encontraba apoyo y respaldo de la afición. El modelo actual es muy diferente. Los principales equipos de la actualidad se radican en ciudades de población media, o incluso pequeña, donde el público, huérfano de otros deportes de mayor seguimiento popular, se vuelca en defensa de sus colores. En esos primeros años 70, en los derbis entre madridistas y atléticos, como diría el clásico, saltaban chispas. Nada nuevo, por otra parte. Es lo que procede en cualquier derbi que se precie, se trate del deporte de que se trate y de la categoría que sea.
  Al finalizar la temporada 76-77, se adopta la decisión, por mor de los sempiternos problemas económicos (no podía ser en forma alguna por escaso rendimiento), de suprimir el primer equipo de voleibol. No obstante, se continuó con este deporte en forma de equipos juveniles. Se daba así carpetazo y cierre a una de las más laureadas, exitosas e históricas, pese a su breve vida, secciones del club. En apenas once temporadas se obtuvo el galardón de campeón de Liga en cinco ocasiones y el de Copa en otras cinco. Un “ratio” impresionante, que para sí quisiera cualquier equipo del Mundo en cualquier deporte. Por ella desfilaron jugadores ilustres del voleibol nacional como Lizcano, Rafa Hernández, Luis Hernández, Callejón, Cruzado, Jacko, Kraichev, Pardo, Bueno, Vázquez, Metodiev o Gastón, un por entonces joven zurdo de impresionante remate. De todos los relacionados, es el único del que dispongo de recuerdos, no en esta época, sino años después, cuando era jugador del Real Madrid y del Sanitas. Todo lo narrado hasta aquí es fruto de una tarea previa de investigación y documentación, pues lo cierto es que no dispongo de recuerdo alguno, más allá de un niño al que le gustaba contemplar en los diferentes medios de comunicación, tanto prensa como radio o televisión los resultados de su equipo de voleibol (por cierto, en una época en la que se le dedicaba a este deporte mucho más espacio que en la actualidad). Los resultados y nada más.
  El hueco dejado por el equipo colchonero fue conveniente ocupado por el eterno rival madridista, que, aprovechándose del fichaje de los ex-atléticos, ganó de tirón las cinco siguientes Ligas, para toparse a primeros de la década de los ochenta con otro rival de enjundia, el equipo balear del Son Amar, que le arrebató las de las campañas 80-81 y 81-82.  
  Pero una vez más de forma sorprendente, al igual que en su génesis, la sección de voleibol del Atlético de Madrid, en cuanto al primer equipo, “resucita” varios años después, en la temporada 83-84. Para ello vuelve a utilizar la opción de fusionarse con el Salesianos de Atocha. Llegados a este punto, existen evidentes paralelismos con otra sección, la del baloncesto. Como ya se relató en la entrada dedicada a este deporte en clave rojiblanca, ambas secciones resurgen de forma bastante poco explicable, dado que el club se encontraba ya sumido en una profundísima crisis económica. En esta ocasión sí que guardo recuerdos del equipo. Acudí a presenciar sus partidos en varias ocasiones. Culminamos la Liga en tercera posición, tras el Son Amar, por aquellos años el equipo más potente, y el Sanitas, equipo heredero del Real Madrid que había clausurado igualmente su sección de voleibol. También terceros en la Copa. Por consiguiente, la mayoría de los enfrentamientos eran favorables al equipo rojiblanco, al ser superiores a la mayoría de los demás combinados que conformaban la Liga, lo que motivaba que los espectadores que asistíamos disfrutáramos no tan sólo de la intensidad y emoción de un deporte tan bello como puede llegar a ser el voleibol sino también de la natural y sana alegría que conlleva la victoria de tus colores.  

  Los encuentros se disputaban, al igual que los del baloncesto, en el polideportivo Vallehermoso, anexo al estadio del mismo nombre, tradicional templo del atletismo madrileño. Era pequeño y coqueto, con los espectadores muy encima de la cancha. Tan sólo disponía de gradas en uno de los fondos y en uno de los laterales. El fondo contrario estaba ocupado por las entradas y salidas hacia vestuarios y el lateral opuesto por las tradicionales espalderas de las que no puede prescindir cualquier pabellón deportivo digno de ese nombre.         
  Aparte del campeonato liguero, en fase regular, fue sede de la Superliga, que si no recuerdo mal, era una especie de play-off en el que los cuatro primeros equipos de la Liga “ordinaria” (que fueron el Atlético de Madrid, el Son Amar, el Sanitas y el Canon Recuerdo) continuaban disputando partidos entre ellos en sus respectivas canchas propias. Cada una de ellas era sede, en consecuencia, de una pequeña liguilla de tres días sucesivos, por lo general viernes, sábado y domingo, con sesión continua de dos encuentros. Recuerdo que asistí a la primera de las jornadas de esta Superliga, que se inició en el pabellón Vallehermoso, el viernes 27 de abril de 1984. Tras vencer el Son Amar al Canon Recuerdo por un contundente marcador de tres sets a cero, el Atlético, en decepcionante partido, sucumbió frente al Sanitas por idéntico tanteo, con sonrojantes parciales de 12 a 15, 3 a 15 y 0 a 15.
  Los aficionados al voleibol que lean estos parciales de set deben recordar que en esa época el tanteador se sumaba de forma distinta a ahora. No ha de llegarse a 25 puntos, sino que los sets eran a 15. Pero, eso sí, para sumar punto era requisito imprescindible que el equipo dispusiera de saque propio. Como, a diferencia de los demás deportes “de red”, la iniciativa del punto en voleibol la lleva el equipo que recepciona (sobre todo cuando predominaban los saques flotantes, y no los servicios en suspensión que hoy son preponderantes), eran frecuentes los continuos cambios de saque, sumando puntos de forma excesivamente paulatina, por lo que el tiempo de partido podía alargarse en demasía. Ello motivó el cambio de regla, ampliando los puntos necesarios para ganar un set a 25 pero suprimiendo la obligatoriedad de sumar con saque propio. Otra diferencia de los partidos que presencié como espectador del Atlético de Madrid a la actualidad es la inexistencia de líbero. Entonces no existía, todos los jugadores se veían obligados a entrar en la rotación. Para los neófitos en este deporte, reseñar brevemente que el líbero es ese jugador con camiseta de diferente color (¿nunca se ha preguntado nadie el por qué de esa diferencia?) que juega únicamente en posiciones defensivas, quedando excluido de la, por otra parte obligatoria para los demás componentes del equipo, rotación. Cada tanto los jugadores deben cambiar su ubicación (rotar), en el sentido de las agujas del reloj (¿o es al revés?; siempre me lío con esto).
  De esa temporada recuerdo que el equipo estaba conformado por jóvenes y talentosos jugadores, que nos hicieron disfrutar del voleibol a sus asiduos seguidores. Recuerdo en particular a dos: el rematador Benjamín Vicedo, nacido en Madrid el 25 de enero de 1964 (es decir, cumplió veinte añitos durante la temporada), con potentísimo salto vertical y poderoso remate, y el colocador Paco Hervás, nacido en Utrera (Sevilla) el 7 de marzo de 1962, que sorprendía de continuo con sus precisas, habilidosas e imaginativas colocaciones. Los dos tuvieron un muy amplio y brillante recorrido en este deporte en años sucesivos.
  Otros jugadores que no recordaba tan bien, pero que me han venido a la cabeza al investigar y rememorar son: Félix Monreal, por entonces de 21 años, de elevada estatura y maravilloso bloqueador, Sergio Arregui, también de 21 años, rematador de precisión, y Renfinges, jugador argentino zurdo que cada remate que colocaba parecía una pedrada. Completaban la plantilla Villar, García Romero, Mateo, Ros y Solís.

  Al concluir esa única temporada de “reenganche”, la sección de voleibol, por los pertinaces motivos económicos, despareció para siempre, y en todas sus categorías, de la faz de la tierra rojiblanca. Su segunda etapa fue efímera a más no poder. Al menos valió para que yo, y otros como yo, tengamos recuerdos relacionados con este excitante deporte. Y hasta ahora.
  Para concluir este artículo, creo que es el vehículo adecuado para recoger un breve recordatorio y una reflexión utópica.
  El breve recordatorio es que, aparte del fútbol, balonmano, baloncesto y voleibol, el Atlético de Madrid dispuso a lo largo de su fecunda historia de otras muchas secciones, que quiero aquí al menos mencionar. Recuerdo que en la Revista oficial del club existente en los años 70 y 80 del siglo pasado, se hacían de vez en cuando referencias al hockey hierba (particularmente poderoso en su sección femenina), el boxeo y el atletismo. También recuerdo que hubo un año (95-96) que dispusimos de equipo de fútbol sala en Primera División. Y en el presente, tenemos equipo de rugby, de alto nivel (habiendo existido también en épocas anteriores). Además, el club también gozó (según he constatado en fuentes diversas, en ocasiones con sorpresa) de béisbol, hockey sobre hielo, hockey sobre patines, judo, kárate, petanca, bolos, patinaje artístico, tenis, pelota vasca, automovilismo, ciclismo y tenis de mesa. Muchos de estos deportes fueron atléticos de forma efímera.
  Y todo lo anterior me hace enlazar con la reflexión utópica anunciada. ¿No les gustaría a muchos de ustedes que el club pudiera disponer en la actualidad de todas estas secciones y muchas más aún, corregidas y aumentadas?. Sería un deleite, al menos para quién esto escribe, e imagino que habría mucha más gente que compartiría mis gustos y aficiones (que para eso somos atléticos), el poder disfrutar a lo largo y ancho del fin de semana de todo tipo de deportes y acontecimientos, en todas las categorías, tanto masculinas como femeninas, pudiendo cambiarse de un evento a otro. Sería un espectáculo inenarrable. Ya sé, como ha quedado calificado, que no deja de ser una utopía. No habría dinero para mantener tanta sección que, en la mayoría de los casos, sería deficitaria. Pero…¡en fin!. De ilusión también se vive. Y si alguna vez esa utopía llega a plasmarse en realidad, que nadie olvide que yo lancé la idea desde estas modestas líneas.              



JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ