miércoles, 27 de junio de 2012

QUIQUE RAMOS

QUIQUE RAMOS.

  Fue amo de la banda izquierda atlética durante la totalidad de la década de los ochenta. Centrocampista con clase, técnica, fuerza y profundidad. Madrileño y de la cantera. Todo a su favor para haberse convertido en un icono imborrable en las letras de oro del equipo. Sin embargo, y de manera harto inexplicable, hoy en día parece que muchos aficionados no le guardan el recuerdo que en mi opinión se merece. Durante casi toda su trayectoria fue conocido solamente con el nombre de Quique. El apellido se le añadió cuando en la temporada 1985-86 se fichó, procedente del Racing del Santander, donde había desarrollado hasta entonces la totalidad de su carrera, a otro Quique, ya veterano, que debutara en Primera División diez años antes, con apenas diecisiete, en unión de otro adolescente de su misma edad, y que llegaría mucho antes a las filas de nuestro club, Marcos. Al juntarse dos Quiques en la plantilla se utilizó el apellido para diferenciarlos. A partir de entonces, el madrileño sería conocido como Quique Ramos. Y el santanderino, como Quique Setién. También había existido en época reciente otro Quique a secas, en la primera mitad de la década de los setenta, lateral izquierdo que fue uno de los expulsados en la heroica noche de Glasgow contra el Celtic, en las semifinales de la Copa de Europa de la temporada 1973-74, en la que llegamos contra el Bayern de Munich a la final.   
  Enrique Ramos González nació en Madrid el día siete de marzo de mil novecientos cincuenta y seis. Tras haber destacado en las filas del Pinto, arribó a la cantera rojiblanca en 1977, donde jugaría dos magníficas temporadas en el filial, Atlético Madrileño, convirtiéndose en una de sus estrellas. Al inicio de la 79-80 fue requerido por el entonces entrenador del primer equipo, Luis Aragonés, para quedarse de forma definitiva, y además como titular, en el primer equipo. Con el paso de los años la filosofía de cantera parece haber cambiado en la generalidad de los clubes. En la actualidad es frecuente que cualquier joven promesa que destaque juegue algún partido aislado con el equipo grande, con el fin de premiar su progresión y foguearle aún más de cara al futuro. Con anterioridad, se entendía que los jugadores que recalaban en la primera plantilla debían estar ya plenamente formados y que no ascendían de forma episódica o esporádica, sino con vocación de permanencia.
  Por ese motivo, Luis empezó a contar con él en la pretemporada del reseñado ejercicio. Su estupenda respuesta convenció a nuestro legendario entrenador, que le hizo debutar en la primera jornada de esa campaña, el día nueve de septiembre de mil novecientos setenta y nueve, en el Rico Pérez de Alicante, contra el Hércules. Se venció por dos a tres. Recuerdo haber oído el partido por las ondas de la radio, y haberlo vivido con intensidad y emoción. Fue una de esas remontadas imprevistas que nunca se olvidan. Tras llegar al minuto ochenta perdiendo por dos goles a cero, anotados por los herculistas Moyano y Charles, en los diez minutos finales se dio la vuelta al marcador merced a los tantos de Quique, Luiz Pereira y Leal, de penalti en el último minuto. Es decir, mejor imposible: debut, gol y victoria. El cancerbero titular ese día era el recientemente tratado en este blog Reina, en su última temporada, donde apenas jugaría seis encuentros.
  En conjunto defendió la elástica rojiblanca durante nueve campañas, desde la reseñada 1979-80 hasta la 87-88. Como ya se vio en el artículo dedicado a Landáburu, al final de esa última temporada, el Presidente Jesús Gil decidió prescindir, además de los dos mentados, de otros ilustres veteranos y líderes del vestuario como Arteche, Quique Setién y Alemao, que todavía podían proporcionar un buen rendimiento, para evitar así cualquier posible fuente de contestación y/o confrontación interna. En su opinión y vocabulario eran veteranos maleados, malas influencias para el resto de la plantilla, cáncer del vestuario y, además de todo ello, iban con mujeres “ostentóreas”.
  En el conjunto de las nueve temporadas reseñadas, Quique Ramos desplegó otra de sus indudables virtudes: su regularidad. Baste con revisar la lista de partidos ligueros disputados en cada ejercicio: 33, 30, 34, 33, 32, 33, 24, 28 y 24. Todo ello en temporadas de treinta y cuatro jornadas. Es decir, que jugaba prácticamente todos los partidos. La 81-82, incluso, sin el prácticamente por delante. En total, 271 encuentros ligueros (270 según otras fuentes), en casi todos ellos titular, en los que anotó 19 goles (ó 20 según las mismas otras fuentes). Además, 46 partidos más de Copa del Rey, con 6 goles, y 17 de Competiciones Europea, con un gol.
  Por lo que se refiere a su palmarés, desgraciadamente le tocó vivir, como a muchos otros compañeros de su misma época, una racha de larga sequía en cuanto a títulos. Tan sólo se pueden citar la Copa de la temporada 84-85, ganada el día treinta de junio de mil novecientos ochenta y cinco al Athletic de Bilbao en el estadio Santiago Bernabéu brillantemente por dos goles a uno, ambos de Hugo Sánchez, el primero de penalti, en su último partido como colchonero, siendo de Julio Salinas el bilbaíno. Ese día Quique Ramos fue titular, compartiendo centro del campo con Julio Prieto, Marina y Landáburu. A esa Copa hay que añadir la Supercopa de España de la temporada siguiente, conseguida ante el Barcelona, tras vencer por tres goles a uno en Madrid el nueve de octubre de mil novecientos ochenta y cinco, remontando Cabrera, Ruiz y Da Silva el gol inicial de Clos y caer derrotados por un tanto a cero, de Alexanco, en Barcelona, el día treinta de octubre del mismo año. Jugó de titular ambos encuentros.              
Alineación final Copa 85
  También fue internacional. Tan sólo cuatro veces. Muchas menos de las que se merecía. Acudió a muchísimas más convocatorias, pero su puesto estaba ocupado principalmente con Gordillo que, habiendo destacado en un principio como lateral izquierdo, terminó por adelantar su ubicación hasta el medio del terreno, y también Julio Alberto que, al tener su habitual demarcación de lateral izquierdo ocupada repetidamente por Camacho, participaba en gran número de ocasiones con la Selección por la parte izquierda del centro del campo. Por consiguiente, Quique se tuvo que conformar con los huecos que le dejaban los susodichos. Debutó el día dieciocho de febrero de mil novecientos ochenta y uno, curiosamente en el estadio Vicente Calderón, en un partido amistoso de preparación para el Mundial de España 82, sustituyendo al sportinguista Joaquín, en el que se ganó a Francia por un gol a cero, anotado de penalti por el madridista Juanito. El penalti se lo hicieron al rojiblanco Rubio, que ese día jugaba igualmente su primer partido (y a la postre, también el último) internacional. A esa primera internacionalidad, Quique sumó las siguientes: contra Portugal, el veinte de junio de mil novecientos ochenta y uno, en Oporto, sustituyendo al realista Alonso, derrota por dos goles a cero, en el primero de los encuentros que compusieron la gira iberoamericana, con inicio en el país vecino, que tuvo lugar exactamente un año antes de nuestro Mundial. No participó en más partidos de la gira; de nuevo contra Francia, amistoso con empate a uno en el parisino Parque de los Príncipes, igualando Señor de penalti el inicial gol de Rocheteau, el día cinco de octubre de mil novecientos ochenta y tres. Sustituyó a Goicoechea, el cual, como quiera que recientemente había lesionado de gravedad a Maradona, fue abucheado de continuo; y su cuarto y último partido internacional, único oficial y único de titular, fue contra Islandia, el día doce de junio de mil novecientos ochenta y cinco, clasificatorio para el Mundial de México 86, precisamente en un día en el que el seleccionador tuvo que acudir a él ante las ausencias por lesión de los anteriormente referidos Gordillo y Julio Alberto, remontando tras el descanso Sarabia y Marcos el inicial gol islandés en la primera parte de Thorbjornsson. Recuerdo de ese partido que, pese a comenzar en España a una hora tardía, las diez de la noche, lucía en suelo islandés, por efecto de los largos días veraniegos polares, un sol despampanante. En suma, los dos primeros partidos los disputó con José Emilio Santamaría de seleccionador, y los dos últimos con Miguel Muñoz.
  Hay que añadir dos datos más en cuanto a la trayectoria de Quique Ramos en la Selección. El primero, que desgraciadamente fue el único jugador cortado para el Mundial de España 82. El seleccionador Santamaría había facilitado una lista inicial de veintitrés jugadores. Quedaron concentrados en el Parador de El Saler, en Valencia. Sobraba un jugador, porque por aquel entonces las listas mundialistas eran de veintidós. Y pocos días antes del inicio, los atléticos tuvimos la desagradable noticia de que nuestro único convocado era el elegido. Recuerdo con pesar los tristes reportajes de prensa escrita y de televisión en el que se ve a nuestro jugador abandonando la concentración ante la lánguida mirada de sus compañeros. Y el segundo es que, junto al barcelonista Calderé, fueron los dos jugadores que sobrepasaban la edad y que por esas fechas permitía la legislación, que contribuyeron, en una vibrante final ante Italia en el estadio Nuevo Zorrilla de Valladolid, a conquistar para España el primer galardón de campeones de Europa sub 21 (luego han venido más), en unión de otros brillantes jugadores que sí estaban en esa edad como Ablanedo, Eloy, Eusebio, Sanchís, Andrinúa o Quique Flores, todos ellos futuros integrantes de la selección absoluta.
  Por lo que concierne a sus virtudes futbolísticas, Quique Ramos era un centrocampista de gran calidad técnica, pero igualmente bregador y trabajador. Solidario en el esfuerzo con sus compañeros, con gran toque de balón y un duro y colocado disparo lejano. Siendo zurdo, ocupaba habitualmente posiciones izquierdas del centro del campo, penetrando por esa banda con gran rapidez y profundidad, hasta conseguir sacar maravillosos centros medidos de los que se beneficiaban sus compañeros rematadores. El mítico y recordado golazo de volea de Alemao frente al Mallorca (rememorado en su artículo correspondiente de este blog) en la temporada 87-88 procede precisamente de un magnífico centro suyo. Ese partido, y esa temporada última en general, la disputó desde la posición de lateral izquierdo, en la que su calidad con la salida del balón y sus dotes defensivas de velocidad, anticipación y colocación le hicieron jugar en repetidas ocasiones.
  Tras dejar el Atlético, recaló la temporada siguiente en el Rayo Vallecano, entonces en Primera División, en el que apenas sumó tres partidos. Al cabo de los años volvió a tener contacto con el mundo del fútbol al asumir la Presidencia del Toledo.
  Paradigma de jugador de la cantera y del perfecto profesional siempre cumplidor, alejado de escándalos, veleidades y excentricidades, muchos recordamos con enorme cariño a una de las posiblemente mejores piernas izquierdas que se hayan visto correr jamás por las verdes praderas del estadio Vicente Calderón. Cuando rememoramos uno de sus centros medidos desde la izquierda sobrevolando el espacio aéreo del área, cerramos los ojos como queriendo rematar con la cabeza ese esférico que, dada la enorme calidad del pase, no tiene otro destino posible que no sea las redes adversarias.                


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 20 de junio de 2012

MI PRIMERA VEZ

Alineación de ese día
MI PRIMERA VEZ

  Como todo el mundo sabe, la primera vez que vives una experiencia destacada en cualquier aspecto de la vida te marca y suele ser inolvidable. Así lo es también indudablemente en el ámbito futbolístico. Por eso, la primera vez que pude asistir en vivo y en directo a un encuentro de mi equipo en el Vicente Calderón es uno de los recuerdos más vívidamente marcados en mi memoria. Y nótese que me refiero al primer partido de mi equipo, el Atlético de Madrid, en su estadio del Vicente Calderón, ya que ni era la primera vez que acudía a este recinto deportivo (lo fue unos pocos años antes, con motivo de un encuentro internacional amistoso de la selección española) ni tampoco la primera vez que podía disfrutarlo “in situ” (que fue en un derbi madrileño en el Santiago Bernabéu). Ambos recuerdos personales serán prontamente abordados en futuros artículos. Supongo que lo que para mí es especialmente trascendente no lo será para la mayoría de los demás, pero al menos los que deseen leer tanto este artículo como los que acabo de anunciar podrán rememorar los jugadores y las circunstancias de esos periodos de la gloriosa historia atlética. Al fin y al cabo, es el propósito fundacional de este blog: poner en público, para aquellos a quienes les puedan interesar, todas mis vivencias y recuerdos de muchos años de fiel seguidor rojiblanco.
Plantilla de la temporada 80-81
  También colijo que muchos aficionados atléticos tuvieron la fortuna de acceder al hecho destacable que hoy rememoro en su más tierna infancia, llevados al estadio por algún amigo o familiar, por lo que es lógico y normal que no puedan recordar el momento y las circunstancias exactas que rodearon tan magno acontecimiento. Pero no es mi caso. Por un lado, yo fui el primer atlético de mi familia. Ninguno de ellos estaba tan interesado por el mundo del fútbol para asistir en vivo a los partidos, y además en particular a los del equipo rojiblanco. Por consiguiente, no tuve nadie que me llevara de niño a presenciar encuentro alguno. Me tenía que conformar con seguirle a través de los cromos de fútbol anuales, las chapas que con ellos confeccionaba, la prensa, la radio y los por entonces escasos partidos que podían ser transmitidos por el medio televisivo. Con posterioridad, el número de atléticos en la familia sí que se ha visto incrementado por primos políticos, sus hijos, sobrinos y espero que mis hijos (aún son muy pequeños).
  Y por otro lado, esa primera vez que pude disfrutar de un encuentro de mi equipo en mi estadio tuvo lugar cuando ya tenía una cierta edad (quince años) por lo que me permitió tener fijada en la memoria en forma vívida y clara toda la iniciadora experiencia.
Otra foto de la plantilla de esa temporada
  El partido de fútbol del que todo lo anterior es introducción tuvo lugar el día diecinueve de octubre de mil novecientos ochenta. Era la séptima jornada de la Liga 1980-81. Se venció al Sevilla por dos goles a cero. Era además el primero de los dos revueltos años que el Doctor Alfonso Cabeza estuvo en la Presidencia del Club. El nuevo Presidente despertaba el recelo, la desconfianza y la antipatía de muchos seguidores, ya fueran rojiblancos o no (entre los que me incluyo), a la par que muchos otros lo saludaban como una bocanada de aire fresco en el opaco mundo del fútbol profesional. El tiempo puso a cada cual en su sitio.

  No obstante, por aquel entonces todo iba como la seda. La mayoría de los aficionados reía las gracias del Presidente y el equipo había comenzado la Liga como un tiro y se había puesto líder, tras arrasar en la primera jornada en casa al Valladolid por cinco goles a dos (tres goles del debutante Cabrera, Rubio y Dirceu), haber empatado a domicilio a uno contra Las Palmas en la segunda (gol de Julio Alberto, que ese año iniciaría su meteórico rendimiento que le llevaría a fichar por el Barcelona dos temporadas después), nueva victoria casera en la tercera frente al Almería por dos goles a uno, anotados por Rubio y Cabrera, empate a dos en la cuarta en el viejo Atocha ante la Real Sociedad, que remontó tras ponerse cero a dos, obtenidos por Dirceu y Rubio, de nuevo victoria en casa frente al Athletic de Bilbao en la quinta por dos (Marcelino y Rubio de penalti) a uno, y finalmente, antes de la séptima jornada que hoy nos ocupa, obtener en la sexta la primera victoria fuera de casa, cero a uno ante el Betis, primer gol del año marcado por nuestro delantero centro Rubén Cano.
  El liderato así obtenido se mantuvo durante la mayor parte de la temporada, para sorpresa de propios y extraños, ya que se trataba de una etapa que parecía de transición, al haber mediado cambio de Presidencia y no existir fondos en demasía (¡la eterna crisis económica que persigue al Aleti!; yo no recuerdo haber disfrutado jamás de un periodo de bonanza económica) para acometer fichajes de gran calidad. Las jornadas fueron transcurriendo y el equipo se mantenía en la primera posición. En la recta final, los nervios de equipo inexperto, la cortedad de la plantilla, las lesiones y, ¿por qué no recordarlo?, ciertos nefastos arbitrajes que hubo de padecerse (particularmente negativos el de Guruceta en Sarriá y, sobre todo, el recordadísimo de Alvarez Margüenda en el Calderón contra el Zaragoza, a tres jornadas del final), al parecer en respuesta del gremio arbitral a las críticas recibidas por parte de Cabeza, con las consiguientes sanciones que todo ello acarreó, motivaron que no se obtuviera el premio tan largo tiempo perseguido y se cediera el liderato y la postrera victoria liguera a la Real Sociedad, que obtendría su primer entorchado. Y la fiel hinchada rojiblanca se quedó con la tremenda decepción de no poder conquistar lo que parecía suyo, lo que recuerdo como uno de los hechos más dolorosos que deportivamente le ha tocado vivir.
  Probablemente no sea el tiempo ni el lugar de revivirlo (y re-padecerlo) aquí, pero tan sólo quiero resaltar brevemente el hecho de que la sólida y prometedora carrera del joven árbitro que entonces era Álvarez Margüenda, se vio definitivamente truncada, no consiguiendo prosperar, por haberse prestado a servir a aún no se sabe bien qué oscuros y torticeros intereses.
Contra el Real Madrid, justo después del "Margüendazo"
  Terminado este corolario de la temporada, retomamos el partido en cuestión. Los días previos, una vez que se había decidido que podía acudir al estadio, me vi envuelto en una lógica y natural excitación. Me estudié con detalle las combinaciones del Metro para poder ordenar el largo trayecto y llegar lo mejor posible a la estación de Pirámides. Mi madre me sacó la entrada en un centro de “El Corte Inglés” (en una época en que allí se vendían, en la sección de deportes, para aquellos a los que nos pillaba muy retirado el estadio). El taquillero le comentó que era una muy buena localidad, que me daría el sol al principio del partido. Se ubicaba en el segundo anfiteatro del Fondo Norte, en la curva que lo une con la grada de lateral. Para no llegar tarde ni tener complicaciones, así como para darme una vuelta para disfrutar del ambiente exterior del recinto antes de acceder al mismo, me fui muy pronto. El partido era a las cinco de la tarde y tres cuartos de hora antes yo ya estaba instalado en mi emplazamiento. Poco a poco se poblaron las gradas hasta alcanzar el casi lleno. La afición estaba entusiasmada con la buena marcha del equipo.
  Por los nuestros jugaron ese día: Aguinaga; Marcelino, Arteche, Balbino, Julio Alberto; Ruiz, Dirceu, Quique; Marcos, Rubén Cano y Rubio. Todavía táctica 4-3-3. Era la alineación tipo de esos comienzos de temporada, donde destacaban especialmente los dos jóvenes y prometedores extremos y el enorme rendimiento desplegado por el brasileño Dirceu. Cabrera reemplazó a Ruiz en el minuto cincuenta y siete, justamente antes del primer gol y Bermejo, en el ochenta y ocho, para aguantar el resultado, a Rubén Cano.
  Por parte del Sevilla, para aquellos que quieran recordar a tal o cual jugador: Buyo; Blanco (Nimo), Álvarez, Rivas, San José; Choya, Juan Carlos, Yiyi; López (Joaquín), Morete y Montero. De todos ellos, el de mayor calidad era el último, el cual, desde su posición de delantero centro atrasado, estaba siendo muy tenido en cuenta por el entonces seleccionador Santamaría con vistas al inminente Mundial de España 82. El entrenador era el futuro técnico de la Selección y anterior madridista durante muchísimos años Miguel Muñoz. El árbitro, el canario Merino.
  También destacaba en el equipo sevillista el guardameta, el coruñés Paco Buyo, que ese día portaba una camiseta bastante poco habitual, a grandes rayas blancas y azules (parecía ser jugador de campo del Málaga o de la Real Sociedad). Su peculiar idiosincrasia ya le había provocado en estos sus primeros años en la élite roces con multitud de jugadores y aficiones adversarias. Entre ellas, con la que luego sería la suya, un día en el que se lió a tortas con el alemán madridista Stielike. Al cabo de los años, recalaría en el Real Madrid, convirtiéndose en uno de nuestros más odiados adversarios, con pasajes tales como impunes agresiones a Tomás o Manolo y, sobre todo, el recordado incidente con Futre y Orejuela. Ese día, en congruencia con su personalidad, ya había provocado rencillas con rivales y público.
  El partido parecía desarrollarse bien para nuestros colores. Aguinaga quedó prácticamente inédito. No recuerdo acercamiento peligroso sevillista alguno. Pero los jugadores, posiblemente nerviosos por el recién adquirido liderato, no se mostraban tan afinados y sueltos como en las jornadas precedentes. El balón era suyo en todo momento, pero no encontraban el acierto necesario para perforar la defensa rival. Marcos recién empezado el partido había rematado al poste, así como Rubio cerca del final. En esos ataques infructuosos, rápidos pero imprecisos, se fue la primera parte. También se retiró el Sol y hubo que encender en el descanso la iluminación artificial.
Marcos, autor del primer gol
  Y la segunda parte discurría por los mismos derroteros. Ataque tras ataque, sin éxito alguno. El entrenador, José Luis García Traid, que luego retornaría en sucesivas etapas y que falleció desgraciadamente con motivo de una operación de cirugía estética el día once de enero de mil novecientos noventa, suplió a un mediocampista defensivo como era aquel año Ruiz (en realidad, en la mayor parte de su carrera fue defensa central; su posición más adelantada en esa temporada le valió para obtener un gran número de goles de cabeza) por el delantero hispano-argentino fichado para ese ejercicio Cabrera (que poco después se lesionaría de suma gravedad), para buscar aún con más énfasis la victoria. El recién entrado se colocó en la delantera y liberó a Marcos, que retrasó su posición. Y enseguida llegó el premio. En el minuto sesenta, éste recibe el balón de Dirceu, dispara desde el borde del área, ligeramente esquinado a la izquierda, con su pierna zurda, el balón parece que se dirige a la base del poste más alejado, pero con Buyo a punto de atajarlo. Y de repente, bota extrañamente en un agujero del suelo, describe una extraña parábola que sirve para sobrepasar justamente la mano extendida del portero, que ya se encontraba tras su estirada en el suelo, junto al palo, y el esférico alcanza las mallas ante la euforia generalizada y contagiosa.
Buyo de sevillista
  La cual provoca que el público lleve en volandas al equipo y se redoblen las ofensivas, ahora con más facilidad y llegada. En esta fase, Buyo demuestra que, futbolísticamente hablando, era un buen cancerbero, con muy acertadas intervenciones.
  Y cerca del final, minuto ochenta y ocho, la puntilla. En esta ocasión, es Marcos el que en una falta al borde del área, se la toca en corto a Dirceu y el astro brasileño, en un durísimo disparo raso, con su prodigiosa zurda, perfora tras rozar la barrera la meta adversaria, pegado al mismo palo por el que anteriormente Marcos había abierto el marcador y obteniendo así su tercer gol liguero. Ambos goles se consiguieron en la portería que yo tenía más cercana, lo que acrecentó mi visión y la subsiguiente emoción al celebrarlos.
Dirceu, autor del segundo gol
  Dirceu había destacado vistiendo la camiseta “verde-amarelha” en el centro de campo en el Mundial de Argentina 78 (también jugó con menos éxito los Mundiales anterior de Alemania 74 y posterior de España 82). Llegó al equipo a mediados de la temporada 79-80, procedente del América de México, y proclamando su famoso aserto de que en ese equipo él daba balones y le devolvían sandías. Falleció en accidente de tráfico, ya retirado, el día quince de septiembre de mil novecientos noventa y cinco.
  Y retorno a casa, feliz y contento por la victoria, el liderato y, sobre todo, por la emoción de haber consumado “mi primera vez”. Desde entonces ha habido muchas (muchísimas) más. 
.                    
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ



miércoles, 13 de junio de 2012

MOLINA

MOLINA

  Diez de abril de mil novecientos noventa y seis. Final de la Copa del Rey en el zaragozano estadio de La Romareda, entre el Atlético de Madrid y el Barcelona. Concluyen los noventa minutos del tiempo reglamentario con empate a cero, lo que indefectiblemente deriva en una prórroga de treinta minutos más. Todos los seguidores atléticos que en ese momento nos encontrábamos en el Fondo Sur, detrás de la portería que había defendido durante la segunda parte con el éxito acostumbrado nuestro excelente cancerbero Molina, nos asentamos para descansar el cuerpo, tanto desde el punto de vista físico (pese a que las localidades eran de asiento, allí todo el mundo estaba de pie, durante el partido completo y aún mucho tiempo antes) como psíquico (fue una final de una tensión tremebunda). El breve descanso que siempre acontece antes del inicio de una prórroga, en el que los jugadores tumbados sobre el mismo césped reciben la reconfortante intervención de los fisioterapeutas y las indicaciones de sus entrenadores, nos iba a servir también a nosotros para darnos un respiro, reponer fuerzas y tomar aliento de cara al intenso y emocionante tiempo suplementario que se avecinaba. Pero Molina no nos dejó relajarnos. Apenas habíamos tomado asiento, cuando nuestro portero, antes de abandonar los tres palos y dirigirse al centro del campo a recibir los reseñados cuidados e instrucciones, se dio la vuelta y, encarando a los aficionados, empezó a mover los brazos con energía de abajo hacia arriba, jaleando a sus hinchas y demandando su apoyo. La respuesta fue de inmediato espontánea y coordinada. Todos, como un solo hombre, nos volvimos a poner de pie y, durante todo el tiempo que duró el breve descanso, estuvimos animando sin desmayo al equipo, con gritos y cánticos renovados que salían de las ya casi exhaustas gargantas, incluso con mucha mayor intensidad y emoción que las que habíamos desplegado hasta entonces y, lo que es más curioso, que las que incluso desplegaríamos con posterioridad.
  El resto es Historia, por todos conocida: finalizando la primera parte de la prórroga, minuto ciento dos de encuentro, pase desde la derecha de Geli, la pelota es desviada ligeramente con la cabeza por Pantic, batiendo a Carlos Busquets (el padre del actual excelente centrocampista del Barcelona, Sergio) y consiguiendo la victoria final por un gol a cero. Nuestra novena (y hasta ahora última) Copa del Rey. Un mes y medio después conquistaríamos nuestro noveno (y también hasta ahora último) Campeonato de Liga. Fue la inolvidable temporada del doblete. Y también fue uno de los pocos goles que Milinko Pantic (actual entrenador de nuestro primer filial) obtuvo con la testa, lo que motivó que incluso Jesús Gil  le ordenara un busto para las oficinas del estadio.
  El gesto de Molina y la respuesta de la afición es uno de los aspectos que más fuertemente tengo grabados en mi memoria de aquella final. Que yo sepa, ningún medio de comunicación se hizo eco de ello. Sin embargo, cuando al paso de los años he conocido compañeros atléticos de fatigas que igualmente estuvieron en ese fondo, recordando la final, siempre terminamos comentando lo mismo: ¿te acuerdas de lo que hizo Molina?.
  José Francisco Molina Jiménez nació en Valencia el ocho de agosto de mil novecientos setenta. Cuando empezó a destacar como joven y prometedor guardameta en las filas del Alzira, fue captado para sus categorías inferiores por el principal equipo de la zona, el Valencia Club de Fútbol, en cuya primera plantilla, sin embargo, nunca llegaría a jugar. Fue cedido en la temporada 1993-94 al Villarreal, entonces en Segunda División, a mitad de ejercicio. Su debut tuvo lugar en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, contra el Castilla. Asistí al encuentro (cerca de mí se encontraba un ilustre seguidor villarrealista, el columnista del ABC Julián García Candau) y, pese a que su equipo perdiera el encuentro, la actuación de Molina ya entonces me dejó una gratísima impresión.
  Al año siguiente debutaría en Primera División, al ser traspasado al Albacete. Hizo una muy meritoria temporada, lo que provocó su fichaje por nuestro club. No obstante, su equipo descendió a Segunda División en la promoción contra el Salamanca, en el que ya empezaban a destacar futuras estrellas como Urzáiz o nuestro antiguo canterano Vellisca, con un resultado de escándalo (cero a cinco en el Carlos Belmonte albaceteño), lo que, unido a otra reciente goleada en casa por parte del Deportivo de la Coruña, que le endosó ocho goles, motivó que los inevitables agoreros anunciaran el fracaso del fichaje. Pero de inmediato Molina, con su inicio espectacular de rojiblanco y su impecable trayectoria posterior, cerró muchas bocas.     
  Esa primera temporada recibió la confianza indubitada de nuestro entrenador Radomir Antic, igualmente en su primer año como rojiblanco. Se construyó con fichajes de jugadores que no eran de relumbrón, en unión de los muy válidos futbolistas que permanecían de años anteriores, una plantilla excelente que consiguió el inolvidable doblete. Como parte de su filosofía del juego, el entrenador exigía una presión colectiva muy adelantada y con las líneas muy juntas, lo que motivaba que, al encontrarse la línea defensiva muy alejada de la portería, todos los grandes espacios que se abrían a su espalda debían de ser “barridos”, a modo de los antiguos defensas libres, por el cancerbero. Molina sorprendió a todos cumpliendo esa misión a la perfección, con anticipación, velocidad y, lo que llegó a ser más sorprendente, un manejo del balón con los pies que le permitía evitar situaciones peligrosas con solvencia y eficacia. Muchos no entendían por qué tenía que jugar tan adelantado pero, observando el sistema de juego del equipo, la respuesta era obvia. De acuerdo que se corría con ello un gran riesgo, pero era un riesgo necesario. A pesar de haber encajado con sus salidas del área algún gol aislado, fueron muchos (muchísimos, incontables) más los que evitó. Fue un adelantado a su tiempo.
  Y en cuanto a sus virtudes “tradicionales” como portero, debajo de los tres palos, demostró asimismo una calidad mayúscula. Sus reflejos eran afinados. Sus dotes de mando atinadísimas. Y, lo que para mí era otra de sus principales características, su indudable manejo del juego aéreo. En un país en el que los más destacados arqueros, tanto anteriores, como coetáneos, como posteriores, tenían en los balones altos uno de sus más resaltables puntos débiles, Molina demostraba un espectacular dominio. Salía muy lejos de la portería para atajar los balones colgados, con suma eficacia y confianza. Esa confianza le traicionaría con la Selección española y provocaría su apartamiento de la misma, como luego veremos.
  Todas sus innegables cualidades estrictamente futbolísticas se veían además coronadas por una fuerte personalidad que le motivaron ser uno de los líderes “espirituales” de la plantilla, incluso en su primer año, recién llegado, y conectar con fuerte empatía con la grada. Una evidente prueba de dicha personalidad fue en su último año como futbolista profesional, en el Levante, cuando al parecer en un intento de soborno a parte de la plantilla él fue uno de los que no quiso saber nada del tema.
  En conjunto disputó con nuestra camiseta (principalmente amarilla en su caso) cinco magníficas y recordadas campañas, desde la 1995-96 hasta la 99-00 (desgraciadamente, el añito del descenso). En ellas jugó 42, 41, 37, 38 y 31 partidos ligueros (ciento ochenta y nueve en total). Y además, veintitrés encuentros más de Copa y treinta y cuatro de competiciones europeas. Recibió respectivamente 247, 32 y 40 goles. A estos datos objetivos hay que formular algunos breves comentarios: uno. Sus dos primeras temporadas participó en tantos partidos porque fueron las dos únicas temporadas del Campeonato de Liga español en la Historia que se disputaron con veintidós equipos, merced a la famosa “crisis de los avales” en la que se vieron involucrados Sevilla, Celta, Albacete y Valladolid. Dos. Todos sus partidos fueron como titular. Nunca fue suplente. Tres. En su primera y cuarta temporadas jugó la totalidad de los partidos. Cuatro. Ello motivó que grandes cancerberos como Ricardo o Jaro tuvieran que dejar el club, aburridos por su eterna suplencia. Molina tan sólo dejo jugar como titular un partido al primero en su segunda temporada (jornada 40ª, contra el Zaragoza) y al segundo en su tercera (jornada 31ª, contra la Real Sociedad). Además, en su cuarta temporada, estando Arrigo Sacchi de entrenador, le sustituyó por Jaro, en un encuentro resuelto a poco del final (jornada 17ª, cinco a cero contra el Extremadura), para darle minutos a éste, en una decisión que Molina se tomó muy mal. Entonces me pareció poco explicable y que demostró poco compañerismo, impropio de él. Pero por lo visto había un “mar de fondo” al que no teníamos acceso los aficionados comunes. Quinto. En su última temporada comenzó jugando de titular Toni, pero Molina recobraría prontamente su titularidad.
  Además de sus dos títulos atléticos de su primera temporada, participó en la final de la Copa del Rey en 1999 (derrota por tres a cero contra el Valencia, en el estadio de La Cartuja de Sevilla, en una prodigiosa actuación de Mendieta). El equipo también perdería la del año siguiente, ante el Español, pero esa final la jugó (todos lo recordamos, ¿verdad?) Toni. A título particular, también consiguió el trofeo Zamora al portero menos goleado (32 goles en 42 partidos), en su primera temporada rojiblanca.
  Con la Selección española disputó nueve encuentros. Son sumamente recordadas las circunstancias de su debut, el día veinticuatro de abril de mil novecientos noventa y seis, en partido amistoso en el estadio Ullewald de Oslo contra Noruega, con resultado final de empate a cero. El seleccionador Clemente había hecho todos los cambios tras el descanso. El atlético López, que había reemplazado a Amor, se lesionó a los pocos minutos. Como no había más jugadores de campo en el banquillo, Molina salió como centrocampista, con el dorsal “arreglado” con esparadrapo y…¡casi mete un gol!.
  A ese debut se sumaron además los siguientes encuentros: 18-8-99, amistoso en Polonia: 1 a 2, supliendo a Cañizares; 13-11-99, amistoso contra Brasil en Vigo, 0 a 0, titular; 17-11-99, amistoso contra Argentina en Sevilla, 0 a 2, titular; 26-1-00, amistoso contra Polonia en Cartagena, 3 a 0, titular, sustituido por Juanmi; 23-2-00, amistoso contra Croacia en Split, 0 a 0, titular; 29-3-00, amistoso contra Italia en Barcelona, 2 a 0, titular, suplido por Cañizares; 3-6-00, amistoso contra Suecia en Goteborg, 1 a 1, titular, suplido por Casillas (que debutaba ese día); y 13-6-00, partido inicial para España de la Eurocopa de Holanda y Bélgica, en Rotterdam contra Noruega, titular, derrota por un gol a cero. Fue su primer y único partido oficial con “La Roja”. Ya lo había anticipado con anterioridad. Su tremenda confianza en el juego aéreo le hizo ir a buscar un cuero al borde del área grande. Unos expertos de los balones elevados como son los noruegos, y en concreto el delantero Iversen, se le adelantó, cabeceó suavemente y el esférico llegó a las mallas. Parecía un error flagrante pero…¿cuántos goles evitó con su seguridad aérea?. El seleccionador Camacho, sin embargo, montó en cólera con él, le retiró la titularidad en beneficio de Cañizares y nuca jamás volvió a convocarle. Además de este torneo al que acudió en principio como titular, también lo hizo como tercer portero a las fases finales de la Eurocopa de Inglaterra 96 y del Mundial de Francia 98. Todas sus internacionalidades lo fueron mientras defendía los colores rojiblancos.
  Tras el descenso del Aleti, fue fichado por el Deportivo de la Coruña, donde rindió a excelente nivel durante seis temporadas más, desde la 00-01 hasta la 05-06, superando incluso un triste episodio de enfermedad de cáncer, en la que recibió el apoyo solidario de todo el fútbol español. Quizás con más cariño de su antigua afición atlética, donde caló hondo su profesionalidad y carácter. La 06-07 la disputó con los colores azulgranas del Levante. Luego se retiró y se hizo entrenador. Esta temporada 11-12 debutó en Primera División, durante unas pocas jornadas, con el Villarreal.           
  Como colofón, quiero concluir afirmando que, en mi modesta opinión, Molina ha sido el mejor guardameta que jamás haya defendido la camiseta del Atlético de Madrid, incluso por encima de uno de mis ídolos de infancia, el recientemente tratado en este blog Miguel Reina (¡y todo el mundo sabe que nunca han existido mejores futbolistas que los que vimos jugar de niños!). 

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 6 de junio de 2012

ASTURIANOS POR EL MUNDO...ATLÉTICO


ASTURIANOS POR EL MUNDO…ATLÉTICO.

  Nací en Madrid. Allí, en diferentes barrios, discurrió toda mi infancia, adolescencia y primeros años de juventud. Desde hace más de una década vivo en Aragón. Ambas tierras, la natal y la de adopción, me parecen estupendas y maravillosas, y sus gentes generosas y acogedoras. El tópico acerca de Madrid de que allí nadie se siente de fuera me parece plenamente acertado. Cuando estoy mucho tiempo alejado de un sitio o del otro estoy deseando volver. Pero hay otro lugar en el Mundo con el que me siento plenamente identificado, en el que me encuentro especialmente a gusto, desconozco si por cuestiones genéticas (soy hijo de un natural de esa tierra) o nostálgicas (allí pasé muchos de mis veranos de niñez, en compañía de mis padres y hermanos; en cuanto nos daban las vacaciones en el colegio, a finales de junio, nos íbamos a pasar unas semanas). Y es Asturias. Sólo mentar su nombre hace que mi mente empiece a evocar con sentimentalidad y melancolía su aire, su olor, su color y su humedad. Cuando hace varios años que no he conseguido volver, siento que me falta algo y mi alma me pide acudir a la tierra de mis ancestros. Una prolongación más del cariño que profeso a la tierra asturiana, trasponiéndolo al ámbito futbolístico, es el especial afecto que me transmiten sus dos principales clubes, tanto el Oviedo como el Sporting de Gijón. Que me perdonen tanto los oviedistas como los sportinguistas, sé que es una aberración “contra natura”, pero me gusta que ambos equipos obtengan buenos resultados deportivos. Todavía no he conseguido inclinarme en beneficio de uno de ellos, lo que, en buena lógica, supondría la animadversión al contrario. Pero, como alguien muy sabio dijo, el corazón tiene razones que la razón no entiende.
  Y como otra de mis grandes inclinaciones, lo cual debe ser patente y notorio con la mera lectura de los artículos de este blog, es el Atlético de Madrid, el otro día me sorprendí a mí mismo reflexionando sobre el tema de intentar unir ambos afectos, el personal y el futbolístico. Y, obviamente, la mejor manera de hacerlo era intentar rememorar aquellos jugadores nacidos en Asturias que hayan desfilados por nuestro Club. Salvo error u omisión (al igual que en otros artículos, me agradaría en grado sumo que algún lector me pudiese aportar algún otro jugador que hubiera escapado de mi memoria) los que yo puedo recordar son los siguientes, por orden cronológico. Para mi sorpresa, no eran demasiados. Pensé en un principio, al plantearme este pasatiempo intelectual, que iban a aparecer muchos más.
  El primero del que tengo memoria es Alberto. Era un gran centrocampista, sobrio y eficaz, de mucho trabajo. Solidario en el esfuerzo y tremendamente regular. Y como colofón, sumamente deportivo. Alberto Fernández Fernández nació el diecinueve de noviembre de mil novecientos cuarenta y tres en la preciosa villa marinera de Candás, capital del concejo de Carreño. Uno de los recuerdos imborrables que tengo de mi infancia en tierras asturianas son las sardinas asadas que nos tomábamos en su puerto. Precisamente en uno de los bares allí enclavados tengo imágenes de haber visto gran cantidad de fotos colgadas en las paredes de Alberto, uno de los hijos ilustres del pueblo, y que provocó que gran parte de los candasines se hicieran aficionados  a nuestro club. Tras nueve temporadas en Segunda División, ocho en el Sporting de Gijón (desde la 60-61 a la 67-68) y otra más, la siguiente, en el Valladolid, fue fichado por el Aleti en 1969, debutando en Primera División en la temporada 69-70. Permaneció diez temporadas, hasta la 78-79, en las que disputó 277 partidos de Liga, según unas fuentes, 279, según otras, y 280 según otras más, anotando quince goles (aquí sí hay unanimidad). Hay que añadir también 45 encuentros más de Copa y 36 de Competiciones europeas. No fue internacional. En cuanto a su palmarés, obtuvo la totalidad de títulos de la gloriosa década de los 70, ya que fue la década completa en que permaneció con nuestros colores. Es decir: tres Ligas (69-70, 72-73 y 76-77), dos Copas (71-72 y 75-76) y la Copa Intercontinental de 1974-75. 
  Solía salir al terreno con el número “11”. Pero no profesaba de extremo izquierdo. Es más, no recuerdo siquiera que fuera zurdo. Por el contrario, creo recordar que era diestro. Por consiguiente, se trata de una clara manifestación más de que en los años 70 los periódicos seguían dando las alineaciones bajo el esquema táctico del 3-2-5, que ya había quedado nítidamente anticuado. La realidad es que la mayoría de los equipos ya jugaban con un 4-3-3, cuando no un 4-4-2 (incluso pasaba eso ya en los años 60; el que pueda hacerse con una grabación de la final de la Eurocopa de 1964 entre España y U.R.S.S. podrá comprobar de primera mano como nuestra selección jugaba claramente con este último esquema) . Éste era también el caso de Alberto. Pese a su habitual dorsal, era un mediocampista más, que se incrustaba en el centro del campo para ayudar a sus compañeros de línea, dejando el ataque para Gárate, Ufarte, Becerra o Ayala. Incluso otros centrocampistas, como Luis o Irureta, eran más ofensivos que él. No es que fueran incompatibles, pero su posición en el equipo titular la alternaba en muchas ocasiones con Salcedo, otro enorme centrocampista que aportaba más clase y calidad pero menos trabajo.
  El siguiente que recuerdo por orden cronológico es otro ilustre candasín (¿será mera casualidad o tendrá algo que ver el ejemplo de Alberto?), Julio Alberto, extraordinario lateral izquierdo, circunstancialmente centrocampista por esa banda, sobre todo en la selección, cuando coincidía con Camacho. Era tremendamente rápido, lo que le permitía lucir tanto en aspectos defensivos como ofensivos, ya que se sumaba con frecuencia  al ataque, aportando en todo caso sus características garra y laboriosidad, que contagiaba al resto de compañeros. Y tenía además un duro disparo. Julio Alberto Moreno Casas nació en Candás el día siete de octubre de mil novecientos cincuenta y ocho. Fue formado directamente en nuestra cantera, llegando a jugar en el primer equipo unos pocos partidos sueltos en las temporadas 77-78 (tres) y 78-79 (seis, anotando incluso un gol, en la cuarta jornada de Liga, contra el Zaragoza en La Romareda, derrota por cuatro a tres). Por consiguiente, en estos años coincidió en la primera plantilla con su paisano Alberto. La temporada siguiente fue cedido al Recreativo de Huelva, en Segunda División, para foguearse adecuadamente. Volvió en la 80-81, para ser ya el indiscutible lateral izquierdo titular del equipo, jugando veintinueve encuentros y anotando otro gol más, en la segunda jornada de Liga, contra Las Palmas en El Insular, empate a uno. A la siguiente, otros treinta encuentros. Sus destacadas actuaciones en estas dos temporadas (las dos de Alfonso Cabeza en la Presidencia) provocaron que, en unión de su íntimo amigo Marcos, fuera fichado por el Barcelona, con harto dolor por parte de la afición atlética. En particular, por los niños, que no entendían ese cambio de equipo de sus ídolos. Yo, que ya no era tan niño, no tuve un “shock” tan traumático. En algún artículo anterior ya escribí que para mí ese golpe lo sufrí con el traspaso de Irureta al Athletic de Bilbao. No consiguió título alguno con nuestro equipo.
  Sí que logró engrosar su palmarés en las filas del Barcelona. Con dos Ligas, tres Copas y una Recopa. Fue treinta y cuatro veces internacional, todas con Miguel Muñoz de seleccionador, desde 1984 hasta 1988 (por tanto, ninguna de ellas mientras defendía la casaca rojiblanca), disputando las fases finales de la Eurocopa de 1984 y Mundial de 1986.
  El siguiente que podemos citar es nuestro actual gerente, Clemente, que en los primeros ochenta defendió nuestros colores como defensa lateral, tanto por la derecha como por la izquierda, con igual eficacia, pese a ser diestro. Era regular, sobrio y contenido, sumamente difícil de sobrepasar. Clemente Villaverde Huelva nació en Cangas de Onís el día ocho de febrero de mil novecientos cincuenta y nueve. Llegó al primer equipo a mediados de la temporada 81-82, procedente igualmente de la cantera, tras haber defendido al filial, Atlético Madrileño, durante tres temporadas. Disputó esa y cinco más, dejando la plantilla al final de la 86-87, habiendo disputado un total de 101 partidos (9, 19, 25, 14, 25, 9). No obtuvo gol alguno. A continuación se fue al Málaga, donde aún figuró durante tres temporadas más, la primera en segunda División y las dos restantes ya en Primera. Ganó la Copa de la temporada 84-85, en la que fue titular como lateral izquierdo, y la Supercopa de la siguiente. No fue internacional.
  Pasando al siguiente asturiano que defendió nuestros colores recuerdo a Morán. Enrique Morán Blanco nació en Pola de Lena el quince de octubre de mil novecientos cincuenta y tres. Fue un excelente delantero, desde posición de extremo derecho, sumamente vertical y con un gran sentido de la colocación y de la anticipación. Todo ello coronado por un potente disparo y un más que aceptable remate de cabeza, llegando casi siempre por sorpresa. Pero cuando llegó a nuestro Club ya habían pasado sus mejores días. Había cuajado tres magníficas temporadas con el Sporting de Gijón, desde la 76-77 hasta la 78-79 (además de dos partidos episódicos en la 73-74). Sus notables actuaciones, compartiendo delantera con dos monstruos como Quini y Ferrero, motivaron su traspaso al Betis, donde siguió creciendo e hizo dos temporadas esplendorosas. Consecuencia: fichaje por el Barcelona, durante tres más. La primera de ellas mantuvo su progresión. Las dos siguientes fueron bastantes decepcionantes. Finalmente fichó por el Aleti en la 84-85, a punto de cumplir treinta y un años. Levantó mucha expectación entre los aficionados, dadas sus innegables cualidades (tristemente apreciadas de primera mano en el encuentro que luego reseñaré) y las buenas prestaciones que recientemente habían ofrecido otros ex-barcelonistas como Reina o Landáburu. Pero el rendimiento no fue el esperado. Apenas jugó once partidos de Liga, en los que anotó un solo gol, contra el Hércules, en la jornada sexta (eso sí, muy emotivo, victoria por uno a cero en el minuto 91), y cuatro más de Copa, también con un solo gol, contra el Parla (el 0-1 del 2 a 3 final, ida de la segunda ronda), casi todos al principio de  temporada. Pasadas las fechas, su rendimiento menguó y prácticamente dejó de contar para el entonces entrenador, Luis Aragonés, que le suplió en las alineaciones con el hispano-argentino Cabrera, que empezó a demostrar por el contrario por aquel entonces su mejor rendimiento.
  Cabe recordar en suma como su mejor encuentro en el estadio Vicente Calderón uno que disputó defendiendo los colores verdiblancos del Betis. El día ocho de febrero de mil novecientos ochenta y uno, jornada vigésimo tercera de Liga, el Betis arrasó el Calderón obteniendo un holgado triunfo por cuatro a cero. Morán y Diarte (recientemente fallecido y que más tarde, al paso de los años, sería entrenador tanto del filial como del primer equipo) hicieron un portentoso partido y anotaron dos goles cada uno de ellos. Por eso creo que, al dejar tan buen recuerdo, la afición recibió el fichaje, que fue por sorpresa, con enorme ilusión. Sin embargo, pronto se desvaneció. Ese año no obstante el Aleti ganó la Copa, por lo que se puede decir que tiene ese único título en su palmarés atlético. Fue cinco veces internacional, todas ellas mientras defendía al Betis.
  El siguiente es Pirri, uno de los héroes del “doblete” rojiblanco. Francisco Javier Mori Cuesta, conocido futbolísticamente con el sobrenombre de Pirri (creo que en honor al Pirri gloria madridista) nació en Cangas de Onís (¡magnífico puente romano, de donde cuelga en ocasiones especiales la cruz de la Victoria!) el día diez de noviembre de mil novecientos setenta. Tras jugar la temporada 92-93 en Primera División con el Oviedo, cuajando una excelente trayectoria, fichó por nuestro equipo a la siguiente, 93-94, donde permanecería en total tres, hasta la 95-96 (la del “doblete”). Era un jugador magnífico de banda, zurdo, poderoso, veloz y penetrante, de fuerte disparo y grandes dosis de trabajo y sacrificio. Una zurda exquisita. Pero como otros tantos y tantos jugadores fichados con grandes expectativas, no logró responder plenamente a las levantadas.
 Parece ser que la noche le confundía, sobre todo en los años que compartió plantilla con el polaco Kosecki. Nunca llegó a alcanzar la internacionalidad. Su rendimiento fue menguando con el paso de los años. Radomir Antic parecía contar mucho con él al principio, pero luego fue confiando en otros jugadores. En sus tres temporadas atléticas disputó un total de 74 encuentros ligueros, repartidos en treinta y cuatro en la primera (sin duda alguna la mejor), veintiuno la segunda y diecinueve la tercera, anotando respectivamente cinco, cuatro y un goles. Hay que añadir trece más de Copa (dos, cinco y seis), con tres goles (cero, dos y uno), y tres encuentros más de competición europea en su primer año. Su primer gol liguero, y posiblemente el más recordado se lo hizo en el Luis Casanova a Sempere, segunda jornada de Liga, empate a dos. Una impecable falta por toda la escuadra. Y su último, y único de su temporada final, se lo hizo al Betis, en certero cabezazo, en la jornada trigésimo sexta. Ese día el equipo verdiblanco nos hizo pasillo, porque veníamos de ganar la final de Copa entre semana en La Romareda al Barcelona, con el inolvidable cabezazo de Pantic. De nuestro Club pasó luego a jugar una temporada en el Compostela y dos más en el Mérida, para retirarse prematuramente. En su palmarés luce la Liga y la Copa de su año final.         

  Saltamos a los dos añitos del infierno de la Segunda División, temporadas 00-01 y 01-02. Y al único portero. Sergio Sánchez Sánchez nació en Carbayín, Siero, el veintiocho de abril de mil novecientos setenta y siete. Tras destacar en las dos temporadas anteriores en Segunda División con el Sporting de Gijón, se le fichó como un guardameta contrastado en la categoría, sobrio, eficiente y sin alharacas. Apenas jugó. En sus dos temporadas fue suplente, la primera de Toni y la segunda de Burgos. En total disputó quince partidos de Liga (doce y tres) y cinco de Copa (cuatro y uno). Siguió perteneciendo a nuestro Club tres temporadas más, pero fue cedido al Español una, donde debutó en Primera División y al Getafe dos, donde tras lograr el ascenso, jugó la siguiente también en Primera. Luego pasó por el Hércules y retornó al Sporting.
  Y para finalizar, Adrián. Tiene un futuro tan esplendoroso que poco puedo escribir ahora sobre él. Le espera un brillante porvenir atlético (si no termina por abandonar el club por otro de superiores aspiraciones deportivas y/o económicas). Adrián López Álvarez nació en Teverga el ocho de enero de mil novecientos ochenta y ocho. Fichado muy jovencito al Oviedo por el Deportivo de La Coruña en la temporada 2006-07, desde entonces jugó allí, con dos cesiones intercaladas en la 07-08 al Alavés, en Segunda División, y la 08-09 al Málaga, en Primera. De todos son conocidas las circunstancias de su arribada al Manzanares, con harto enojo de Lendoiro. Tan sólo voy a reseñar que veo en él las características de un jugador diferente, de esos de los que la afición espera siempre una genialidad cuando le llega el esférico. Salvando las distancias, me recuerda a otros magos del balón de los que también pudimos disfrutar portando la elástica rojiblanca, como Kiko o Valerón. El tiempo lo dirá. Ojalá que dentro de unos años pueda decir en un artículo similar a éste que ha sido el mejor asturiano que haya jugado jamás en el Atlético de Madrid.       


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ