jueves, 27 de junio de 2013

MARINA

MARINA


  Consultando los libros de historia atlética Marina figura como el autor del gol 3000 del equipo en Primera División. El día 14 de enero de 1990, jornada 19ª de la Liga 89-90, con Clemente en el banquillo del Calderón y frente al Sporting de Gijón, batió al cancerbero sportinguista Ablanedo tras incorporarse al ataque desde segunda línea (una de sus principales cualidades, que le hizo anotar un buen número de goles) y rematar una dejada de cabeza de Manolo. Según confesó después el propio interesado, él mismo, al igual que muchos de los espectadores del encuentro, desconocíamos esa circunstancia. Pero el machacón parpadeo del videomarcador nos lo recordó a todos los presentes. El partido concluyó con victoria local por tres goles a uno. El gol inicial de Emilio fue remontado por el de Marina y los dos del ariete brasileño Baltazar.
  Sin embargo, cuando personalmente rememoro a Marina, existen cuatro recuerdos principales que acuden a vuelapluma a mi mente. Y ninguno de ellos es el gol 3000. Son otros tres diferentes goles y una fotografía. De esos tres tantos, hay de todo, como en botica, uno lo viví en el propio estadio, otro por televisión y el restante por radio. Son los siguientes. En esta ocasión, el orden no es cronológico, sino de grado de intensidad en mi memoria.
  Primero. Gol contra el Barcelona en el Nou Camp. Jornada 6ª de la Liga 87-88. Primera de Jesús Gil en la Presidencia. Por consiguiente, el equipo estaba tratando de conjuntar la pléyade de nuevos y sonoros fichajes bajo la batuta de Menotti. El cual, por cierto, no contaba demasiado en un principio con Marina. O mejor dicho, contaba con él para el banquillo. El entrenador blaugrana, caprichos del destino, era Luis Aragonés. Anotó este gol sin ni siquiera estar convocado. El partido comenzó el tres de octubre de mil novecientos ochenta y siete y concluyó el día veintiocho, veinticinco días después. Estuvo lloviendo todo el encuentro. Roberto inauguró el marcador en la primera parte y un estelar López Ufarte, en su fugaz época de esplendor rojiblanco, igualó de penalti recién empezada la segunda. El aluvión de agua se agigantó poco después y el terreno de juego, como rezan los cánones clásicos en estos casos, parecía una piscina. Suspensión a los setenta minutos. Quedaban veinte por jugar que se trasladaron  al día entre semana antedicho. Como se había televisado el inicio, también se televisó esta reanudación. Y, paradojas del Reglamento, esos veinte minutos los pudieron jugar futbolistas que, por unas u otras razones, no lo habían hecho en un principio. Tales como Goicoechea, Juan Carlos o el propio Marina. A los doce minutos de este minipartido Marcos le lanza un pase largo cruzado desde la derecha, Marina penetra desde la izquierda rompiendo el fuera de juego, controla el esférico y, solo ante Zubizarreta, le bate con una magistral vaselina. La intensidad del gol, la poca duración del atípico encuentro y el parecía que definitivo arranque del equipo provocaron que se transformara en un gol indeleble en muchas conciencias rojiblancas.

  Segundo. Gol contra el Español en el Calderón. Jornada 18ª de la Liga 83-84, celebrada el 8 de enero de 1984. Partido con frío invernal y lluvia fina permanente, un domingo por la mañana. Lo retengo en mi memoria en forma particular por el hecho de que mi íntimo amigo Luis Javier, acérrimo madridista, acudió por mí invitado, dado que quería presenciar un partido del Aleti para conocer el estadio y el ambiente. Salvo que él me corrija, creo que fue la primera y única vez que acudió al recinto del Manzanares. En el descanso se encontró y departió con Luis, su entrenador de fútbol del colegio, fiel seguidor atlético. El encuentro concluyó con victoria colchonera por un gol a cero. Excepcional actuación del meta españolista camerunés N´kono, que detuvo todo lo que lanzaron. Todo menos un disparo. A los apenas veinte segundos de la segunda mitad, Marina penetra una vez más en el área desde posiciones atrasadas, recoge un portentoso balón en profundidad (como todos los suyos) de Landáburu y lanza con la pierna zurda un potente disparo que, tras estrellarse en el poste izquierdo de la portería acaba en las redes entre la algarabía generalizada de casi todos los asistentes (y digo casi porque todavía había público en los servicios o en los bares).
  Tercero. Otro gol contra el Español, en esta ocasión en el viejo Sarriá. Jornada 12ª de la Liga 85-86. El 16 de noviembre de 1985. Este partido lo viví a través de las ondas radiofónicas, como era habitual en aquellos años, en los que, a diferencia de la actualidad, apenas se televisaban encuentros. Se ganó por un gol a dos. Anotó Da Silva a falta de veinte minutos. Empató poco después Giménez. Según el locutor, el Aleti estaba jugando más y mejor y merecía una victoria que no llegaba a materializarse. Me fui a la cama con el transistor para escuchar el final. Y en el último minuto, un balón en profundidad de Rubio habilita a Marina que, mano a mano una vez más frente a N´kono, le bate con sutileza. Mis botes en la cama fueron inenarrables. Debía ser de muy buena calidad, porque aún aguantó varios años más.

  Cuarto. El único recuerdo de los primeramente anunciados que no se trata de un gol es una fotografía. Recogida en uno de los primeros ejemplares por mí adquiridos de la mítica “Revista Oficial del Atlético de Madrid” de los últimos años setenta y primeros ochenta. En una de las secciones dedicadas a las categorías inferiores se incluía una entrevista al capitán del primer equipo juvenil, adornada con una fotografía del entrevistado. No era otro que Marina. Sin embargo, años después, cuando ya era un jugador consagrado en el primer equipo y “revisité” la revista, me costó reconocerlo en dicha fotografía. Ya desde los años del Atlético Madrileño presentaba un brillante cráneo, resultado de una pronta y galopante alopecia. No obstante, en la fotografía de marras lucía una esplendorosa y larga melena rubia. Si alguien puede ver ahora esa fotografía, coincidirá conmigo en que parece otra persona totalmente distinta. ¡Lo que puede llegar a hacer un poco de pelo aquí y allá!.
  Roberto Simón Marina nació en Villanueva de la Serena (Badajoz) el día 28 de agosto de 1961. Es tan solo extremeño de nacimiento, porque en su más tierna infancia toda su familia se trasladó a la madrileña localidad de Talamanca del Jarama. Tras destacar en diversos equipos infantiles, recaló en los juveniles atléticos con quince años. No estaba previsto que lo hiciera en el principal equipo, el juvenil A. Pero su tremenda calidad así lo aconseja y desde el principio en él jugó. Por eso, en la entrevista antedicha, era ya su tercer año en el equipo y era el capitán. Un hito destacado en su trayectoria es su debut oficial con el primer equipo. Con el francés Marcel Domingo de entrenador, antigua gloria de la casa de los años cincuenta desde su ubicación en la portería, debuta directamente desde el equipo juvenil en la 34ª y última jornada de la Liga 79-80, en el viejo Atocha de San Sebastián, frente a una Real Sociedad deprimida por haber dejado escapar la Liga a favor del Real Madrid en su fase final. El partido se perdió por dos goles, de Celayeta y Gaztelu, a cero, y Marina jugó el cuarto de hora final, supliendo a un viejo maestro como Marcial. Fue el típico ejemplo de jugador que debuta muy joven en un partido intrascendente de final de temporada. Muchos de ellos, como se analizó en el artículo correspondiente, terminan siendo “unipartidos”.

  Pero Marina no. Tras completar su formación durante las dos campañas siguientes, 80-81 y 81-82, en Segunda División en el filial Atlético Madrileño, donde los espectadores asiduos pudimos comprobar de primera mano su enorme progresión y calidad, es reclamado para la primera plantilla por Luis Aragonés para la 82-83. Primera temporada de Vicente Calderón en la Presidencia tras su retorno post-Cabeza. Se hace con la titularidad prácticamente desde el inicio. Durante muchos años ocupó la posición más adelantada de un centro del campo en rombo, con Landáburu detrás de él, Quique por la izquierda, Julio Prieto, antiguo compañero del filial, por la derecha, y Mínguez esperando desde el banco de reservas algún hueco que le dejaran estos cuatro titulares. Cuando años después arribó Setién, se le dejó la posición más ofensiva, acostándose Marina al flanco derecho.
  Su clase suprema, exquisita técnica y fluido movimiento del balón, con fáciles pases cortos y meritorios pases largos provocaron que, sin destacar sobremanera, se fuera haciendo poco a poco con el mando del equipo y fuera calando en la valoración positiva de la afición. Todo ello adornado además con su estimable capacidad goleadora. Como centrocampista más avanzado, llegaba de continuo al remate, definiendo con certeza y precisión tanto con la pierna derecha, como con la izquierda cuando fuera menester, como con la cabeza. Pese a su corta estatura, era un consumado y excelente cabeceador.
  Dejando a un lado su aislado partido de Atocha y otro de Copa frente al Cacereño, su debut tuvo lugar el día 26 de septiembre de 1982, jornada 4ª de la Liga 82-83. Derrota en el Bernabéu por tres a uno. Irrelevante Marina. Sin embargo, la jornada siguiente, además de debutar en casa, frente al Barcelona, partido en el que personalmente yo estrenaba mi carnet de socio atlético, desplegó la primera de sus muchas más venideras estupendas actuaciones. El encuentro concluyó con empate a uno, igualando Hugo Sánchez de penalti el inicial gol de Marcos, en su primer partido como barcelonista en sede rojiblanca. Pero la impresión general del partido no coincide con el marcador final. Se desplegó un juego veloz y electrizante, con combinaciones rápidas y certeras y ocasiones mayúsculas. Se borró al rival barcelonista del terreno. El peso del equipo y la enorme calidad del juego desplegado reposaba en las piernas de dos semidebutantes, Marina y Manolo Agujetas.
  Su trayectoria rojiblanca se extiende durante la práctica totalidad de la década de los ochenta, ya que portó la camiseta de rayas rojas y blancas un total de ocho temporadas (excepción hecha una vez más de su aislado partido de Atocha), hasta la 89-90. En conjunto la defendió en 315 partidos oficiales. De ellos, 233 de Liga (1, 24, 30, 33, 31, 36, 21, 26 y 31), 36 de Copa del Rey (3, 3, 9, 4, 6, 4, 6 y 1), 19 de competiciones europeas (10 de Copa de la U.E.F.A., aquellos años en los que Groningen (en dos ocasiones), Sion o Fiorentina nos eliminaban a las primeras de cambio y 9 -todos- de la Recopa 85-86, cuando se llegó a la final de Lyon contra el Dinamo de Kiev para caer derrotados por tres goles a cero), 25 de Copa de la Liga (en las cuatro campañas de vida de esta efímera competición, desde la 82-83 hasta la 85-86, ambas inclusive) y 2 de la Supercopa de España de 1985. En materia goleadora, anotó 63 goles oficiales. Un buen porcentaje, sin duda alguna. De ellos, 43 de Liga (5, 4, 5, 11, 11, 1, 1 y 5), 9 de Copa del Rey (1, 0, 3, 1, 3, 0, 1 y 0), 1 en Copa de la U.E.F.A., frente al Groningen, 1 en Recopa, frente al Estrella Roja y 9 en Copa de la Liga (2, 3, 3 y 1).  

  Su palmarés rojiblanco, al igual que muchos de sus compañeros de la década de los ochenta, como Arteche, Landáburu, Quique Ramos, Ruiz o Cabrera está nutrido de dos trofeos. Los dos atléticos de esa década. La Copa del Rey (la sexta) de la temporada 84-85, conquistada brillantemente frente al Athletic de Bilbao en el estadio Santiago Bernabéu, el día 30 de junio de 1985, en el que el gol postrero del entonces atlético bilbaíno Julio Salinas no pudo llegar a igualar los dos del mexicano Hugo Sánchez, el primero de penalti, en su último partido como rojiblanco (ese día, todo de rojo). También era el último de Votava. Marina disputó como titular e íntegramente el encuentro y a escasos segundos del final, con el dos a uno ya ondeando en el marcador, tuvo la oportunidad de aligerar la tensión final, al marrar un mano a mano frente a Zubizarreta que estrelló en el poste derecho, para desesperación previa a la inminente gloria posterior de la hinchada colchonera. Y la Supercopa de 1985, a ida y vuelta, tras derrotar al Barcelona en casa el 9 de octubre por tres goles, de Cabrera, Ruiz y Da Silva, a uno, de Clos, y caer derrotados por uno a cero en el Nou Camp el 30 de octubre, con insuficiente gol de Alesanco. Marina también ayudó en esos dos partidos jugando todos los minutos. También participó en las dos finales perdidas de los ochenta, la ya mentada de la Recopa frente al Dinamo de Kiev y la de Copa del ejercicio 87-88 frente a la Real Sociedad. Ambas como titular. En la primera, íntegramente. Y en la segunda, sustituido por Julio Salinas.
  Tras haber sido internacional en todas las categorías inferiores, incluida la olímpica (acompañado de otros atléticos como Paco Llorente y Arteche, le vi disputar un partido clasificatorio contra Suecia, en el estadio de Vallecas, para los Juegos Olímpicos de Seúl 88, clasificación que finalmente no se consiguió), Marina también fue internacional absoluto. Una sola vez. Fue convocado regularmente por el seleccionador Miguel Muñoz durante una temporada completa. Pero ello solo se tradujo en una internacionalidad. Además, de todos aquellos otros que lo han sido también una sola vez creo que, salvo que alguien me contradiga, fue el que en menos minutos participó. Apenas cuatro. Tan magno acontecimiento tuvo lugar el día 26 de mayo de 1985. Partido amistoso, de preparación para la fase clasificatoria del Mundial de México 86. Empate a cero frente a Irlanda. Un rival plagado de ingleses de ascendencia (en ocasiones bastante remota) irlandesa. Entre ellos un tal Michael Robinson. Recuerdo que el partido no se disputó en Dublín, feudo tradicional de la selección irlandesa, sino en Cork, en un estadio denominado Flower Lodge que, más que estadio, consistía en una sola tribuna lateral y el resto, en una isla tan verde y esmeralda como Irlanda, eran taludes naturales de hierba. También recuerdo como Marina reemplazó a Marcos a falta de los susodichos cuatro minutos, después de esperar largo tiempo en la banda a que pudiera verificarse la sustitución. El juego no se detenía y muchos atléticos llegamos a pensar que se iba a frustrar el debut de uno de los nuestros.

  Tras abandonar las filas rojiblancas, culminó su carrera jugando dos temporadas más en Primera División, enrolado en el Mallorca, y tres más con el Toledo, con el que consiguió el ascenso a Segunda División y, en memorables tardes en el Salto del Caballo, casi lo consigue también a Primera. Continuó en labores de entrenador, pero nunca ha llegado a ejercer al primer nivel. Su postrera aportación a la causa rojiblanca, ya sin resto de pelo alguno en su cráneo, fue la de ser coordinador de categorías inferiores, entrenador del equipo de Tercera División y segundo entrenador tanto de Luis Aragonés con el primer equipo, campañas 01-02 y 02-03, como de Milinko Pantic con el segundo, temporada 11-12.
  Paradigma del jugador de club que siempre está ahí, que desde la infancia ha mamado en rojiblanco, que siente y defiende los colores como propios y que sin alharacas ni estridencias, con entrega y deportividad, se ha ganado el respeto y la admiración de la afición atlética, muchos recordamos a Marina con agrado y cariño, como prototipo del Aleti de los ochenta. Y lo seguiremos haciendo en el futuro. Cuando dentro de muchos años rememoremos esa fase de la Historia del club, su nombre será, indudablemente, uno de los primeros que acudan a la memoria. Se lo ha ganado. Cómo te queremos, Marina, que diría Héctor del Mar.                                


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 19 de junio de 2013

EL AÑO DE MÓSTOLES

EL AÑO DE MÓSTOLES
Extranjeros de la plantilla: King, Rosicky, Costa, Fortune,
 Melgarejo y Guy Ipoua

  Como ya comenté en anteriores artículos dedicados al equipo filial (por ejemplo, en el primero de ellos, “En Nochevieja”), el Atlético Madrileño, posteriormente Atlético de Madrid B, disputaba tradicionalmente sus encuentros los domingos por la mañana en el estadio Vicente Calderón. Eran sesiones matinales sumamente agradables. El majestuoso entorno y la por general tremenda calidad y enorme desparpajo de los cachorros rojiblancos así lo propiciaban. Como excepción, las escasas ocasiones en las que coincidían partido casero tanto del primer equipo como del segundo, el de éste se trasladaba al mismo domingo por la tarde, a continuación de los mayores, en una especie de sesión continua que resultaba placentera en extremo. Muchos de los que habían presenciado el encuentro de Primera lo hacían también con el de Segunda (o Segunda B, según años), para ir luego retirándose paulatinamente y dejarnos hasta el final a los parroquianos habituales de este equipo. Y como excepción a la excepción, en alguno de estos casos de coincidencia, el traslado era hasta la tarde-noche del lunes (anticipando en varios años los partidos en ese día de la semana que ahora están tan en boga).
  La primera temporada de Radomir Antic al mando técnico de la primera plantilla, la maravillosa e inolvidable del doblete, 95-96, así comenzaron también las cosas. Pero, mediada la campaña, el preparador serbio pugnó, porfió e insistió, con el fin de preservar el césped en perfectas condiciones para el juego del primer equipo, en trasladar al filial de sede, adelantando en año y medio el cambio que ya estaba anunciado, mientras concluían las obras de acondicionamiento, hacia la ciudad deportiva del Cerro del Espino de Majadahonda. Se empezaron a utilizar dichas instalaciones a principios de la temporada 97-98. Y hasta ahora, donde nos encontramos todos pendientes de un nueva mudanza anunciada, en este caso a la nueva ciudad deportiva de Alcorcón, en fase de construcción.
  El “destierro” propiciado por Antic obligó a que el segundo equipo tuviese que disputar el resto de la temporada 95-96 en régimen de alquiler en otro estadio. El de la Comunidad de Madrid, popularmente conocido como “La Peineta” (¿les suena de algo?; parece ser que en el futuro se va a volver a cruzar en el destino colchonero, ahora con mayor importancia y trascendencia), merced a que su por entonces única sección de gradas erigidas se semejaba a dicho folklórico utensilio. E incluso, desconozco el motivo del cambio, pero puedo elucubrar que por problemas de compromisos de fechas de este estadio, los tres partidos de la liguilla de ascenso de Segunda División B a Segunda División (sin la B), que concluiría con feliz resultado final, se disputaron en el estadio de Vallecas, del Rayo Vallecano, igualmente de prestado.
"El Soto", de Móstoles
  Antes de consumar el traslado a Majadahonda, todavía el filial tuvo que jugar una temporada más, la 96-97, de alquiler en estadio ajeno. Ese ejercicio es el que quiero rememorar brevemente en este artículo, para solaz recuerdo de muchos de los que allí acudíamos. Se trataba del estadio de “El Soto”, propiedad del Móstoles, tradicional equipo de la Tercera División madrileña, con incursiones inferiores en categorías regionales y creo recordar que en alguna ocasión también superiores, en Segunda B. Es (o era, desconozco cómo se encuentra en la actualidad) el típico estadio propio de la categoría. Inaugurado en 1990, disponía de unas dimensiones de 100 metros de largo por 68 de ancho y una ambiciosa capacidad para 15000 espectadores. El terreno de juego, eso sí, con césped, lo mejor cuidado posible. Las gradas, construidas en ladrillo, más que en cemento, eran todas corridas, carentes de sillas independientes, rodeaban todo el campo de juego y disponían en la zona “noble” de una pequeña visera de protección. A su vez, todo el perímetro de juego se encontraba rodeado de una pequeña valla de separación, donde gran parte del público asistía a los partidos de pie. Todos aquellos que deambulen por la A-5 (ese año todavía se denominaba simplemente N-V) en dirección hacia Talavera de la Reina o, más allá, hacia Extremadura, podrán constatar sencillamente su existencia, ya que se encuentra a la altura de dicha localidad madrileña, al margen derecho de la autopista, separada de la misma por un alto muro de ladrillos, de la misma clase de los de la grada, hundido en una vaguada natural del terreno. Desde la carretera se aprecia incluso parte del rectángulo de juego.
Fortune
  En mi caso particular por esa época ya disponía de carnet de conducir y coche propio, por lo que no me era especialmente dificultoso acceder al recinto. Aparcaba el vehículo apenas entrado en el casco urbano de Móstoles, poco después de atravesar una de las rotondas de acceso, para ir luego andando un breve trecho hasta el estadio, atravesando por un paso inferior la autopista. Sin embargo, ese año en Móstoles, y ahora ocurre lo mismo en Majadahonda, y ocurrirá en el futuro en Alcorcón, el acceso para niños o jóvenes adolescentes que deseen acudir por su cuenta (como hacía yo en los tiempos gloriosos del Atlético Madrileño en el Calderón) se hace mucho más dificultoso, al carecer de servicio de Metro. Siempre podrán acudir en la extensa red del tren de cercanías de Madrid, pero las estaciones quedan muy retiradas de los estadios.
Ezquerro
  La temporada se inició con muy flojos resultados que provocaron que el equipo, recién ascendido, se colocara de inmediato en la cola de la clasificación. Muchas derrotas, tanto en casa como a domicilio, y algún empate aislado. Recuerdo en particular un partido televisado por Telemadrid, frente al Almería en la ciudad andaluza, en el que tras ir ganando durante todo el desarrollo del encuentro, se perdieron dos valiosos puntos, al encajar el gol del empate…¡en el minuto 98!. El entrenador, Santiago Martín Prado, uno de los legendarios jugadores del Atlético Madrileño en su etapa más gloriosa, al que gran parte de los seguidores del filial catalogaron en su día incluso como el mejor centrocampista de España, y que al decir de muchos no llegó más lejos por mor de su escasa estatura (aún le faltaba para alcanzar el 1,60), utilizaba principalmente a los jugadores que el año anterior habían conseguido el ascenso, demostrando su fe y confianza en ellos. Los malos resultados, estando además Jesús Gil en la Presidencia, motivaron su cese tras la jornada 10ª. Como sustituto, llegó el paraguayo Carlos Martínez Diarte, que como jugador conoció bien la Liga española tras deambular por diferentes equipos como Zaragoza (era uno de los “zaraguayos”), Valencia, Betis o Salamanca. Consiguió rectificar a tiempo la marcha del equipo, a lo que contribuyó también que Jesús Gil, aprovechándose del mercado de invierno y de la Ley Bosman, reforzara poderosamente el equipo con el fichaje de un buen número de jugadores, como Costa, King, Vara, Carcedo, Guy Ipoua y Melgarejo (aunque su aportación, como luego se verá, distó mucho de ser decisiva). Sin embargo, a dos escasas jornadas del final, fue igualmente cesado (no recuerdo ahora exactamente el motivo, pero no creo que fueran los resultados, que para entonces ya se habían enderezado) y sustituido para esas dos fechas finales por Wilfredo Gutiérrez Vázquez, Willy. En suma, el equipo quedó al final cómodamente clasificado en la parte media de la tabla, en la 12ª posición. Sirvió esta temporada para asentar la categoría, lo que culminaría, tras un 9º puesto en la siguiente, mejorando prestaciones, en la mejor clasificación que jamás haya alcanzado el equipo filial, dos años después, la 2ª de la temporada 98-99, jugando ya en Majadahonda.
  En el total de la temporada se llegaron a utilizar hasta veintiocho jugadores. La mayoría jóvenes, pero no demasiado. Casi todos ellos alrededor de veintidós o veintitrés años, y bastantes con experiencia incluso en categorías superiores. La alineación que puede considerarse como titular o tipo, en función del número de encuentros disputados y de su trascendencia en el equipo, y siempre salvo cualquier otro criterio mejor fundado, fue la siguiente:
Fede

  En la portería, Alex (31 partidos). Un portero gallego, procedente del Deportivo de la Coruña, de no muy elevada estatura, lo que le provocaba algún problema en el juego aéreo, pero sumamente ágil y de grandes reflejos. La llegada del portero paraguayo Costa en el mercado de invierno parecía condenarle a la suplencia, pero supo no obstante conservar la titularidad.
  En la defensa: de lateral derecho, Soria (28 partidos), central reconvertido. Como tal, sobrio, contundente y no muy ofensivo. Castellano-manchego. Por el lateral izquierdo, el madrileño Cordón (34 partidos y 2 goles), que se proyectaba mucho más en ataque, con su potencia de penetración y fuerte disparo. Tras haber disputado algún encuentro en la temporada anterior con el primer equipo (es uno de los “unipartidos” a los que dediqué un reciente artículo) disputó ésta íntegramente con el filial. En el centro de la zaga, Fede (35 partidos y 1 gol) y Gustavo (29 partidos). El primero, central cántabro de tremenda categoría, poderosa personalidad y sobresaliente juego aéreo, al que ya me referí en el segundo de los artículos que dediqué a aquellos jugadores del filial que recuerdo como especialmente destacados pero que no llegaron a triunfar en el primer equipo. De hecho, no llegó a participar en encuentro oficial alguno. Sí que lo hizo el otro, Gustavo, central madrileño zurdo que en ocasiones se desplazaba al lateral izquierdo, sobrio, eficaz y con gran desplazamiento de balón. También destacado en el juego de cabeza. Tras permanecer dos años más en el segundo equipo, como jefe supremo de la zaga, participó con el primero en diez encuentros (4 ligueros, 3 de Copa del Rey y 3 de Copa de la U.E.F.A.) en la temporada 99-00.
  En el centro del campo: por la derecha, Chema (33 partidos y 7 goles). Una de las revelaciones de la temporada. Navarro, procedente del Tudelano. De escasa estatura, por su banda desplegaba un torrente de coraje y pundonor avasallador. Desde la grada se le jaleaba ponderando sus atributos varoniles. Jugaría luego muchos años en Primera enrolado en las filas blanquivioletas del Valladolid. No exactamente por la banda izquierda, si bien dejándose caer a la misma, Rosicky (26 partidos), el más joven del equipo, diecinueve años, centrocampista checo hermano del actual jugador del Arsenal londinense, de gran clase y toque de balón, poco resolutivo en el área (de hecho, no anotó gol alguno). Por el medio, Míchel (37 partidos y 8 goles), centrocampista gallego de contundente despliegue físico y no obstante gran calidad y toque de balón. Uno de los héroes de la temporada anterior. Y Baraja (22 partidos y 1 gol). Procedente del Valladolid, donde ya había llegado a debutar en Primera disputando más de cuarenta partidos, tardó en entrar en las alineaciones por culpa de las lesiones de principios de la temporada. Cuando lo hizo, fue una de las claves en la remontada de resultados. Su tremenda calidad, prodigioso desplazamiento del esférico y poderoso disparo le llevarían dos años después al primer equipo, al Valencia y a la selección. Más adelante se le dedicará en este blog un artículo propio, si bien de carácter colectivo.

  En la delantera, dos de los jugadores más decisivos de ese ejercicio. Cuando recuerdo la temporada en general, son los dos primeros nombres que me vienen a la cabeza: Ezquerro (34 partidos y 11 goles), más retrasado, en posición de media-punta, y Yordi (34 partidos y 19 goles), como delantero tanque a la antigua usanza. Ambos fichados esa misma temporada. El primero, riojano, procedente del Osasuna. Su increíble clase, desmesurada habilidad y sobresaliente último pase hicieron disfrutar a los asiduos del Atlético B. Esa misma temporada ya disputaría con el primer equipo cuatro partidos ligueros, y tres más y uno de Copa de la U.E.F.A. en la siguiente. Luego, tras cesión al Mallorca, triunfaría plenamente, alcanzando incluso las mieles de la internacionalidad, en el Athletic de Bilbao y en el Barcelona. Yordi, procedente del Sevilla, donde ya había jugado (y goleado) en Primera División, levantaba de continuo a los espectadores con sus difíciles e inverosímiles remates, en escorzos imposibles. Insuperable juego aéreo. Corpachón de decatleta. Era el típico delantero que consigue rematar todo lo que se le centra. Mantuvo un apasionante duelo por el trofeo de máximo goleador con otro jugador de similares características, Moisés, del Leganés. Al final lo alcanzaría Yordi, empatado con el salmantinista Pauleta. Como premio a su extraordinaria temporada, disputó el último partido de Liga con el primer equipo (es otro de los “unipartidos”). Luego tendría amplia trayectoria en Primera con el Zaragoza, donde su entrega y pundonor más allá del límite le hicieron contar con el favor de la grada.
  En cuanto a los restantes diecisiete jugadores podemos confeccionar con ellos varios bloques: en primer lugar, los que perteneciendo de hecho a la primera plantilla, continuaban jugando, unos en más ocasiones otros en menos, con el segundo equipo. Aquí incluimos al sudafricano Fortune (30 partidos y 2 goles) y los serbios Tomic (8 partidos y 1 gol) y Paunovic (7 partidos y 3 goles).
  Un segundo bloque se puede conformar con todos los que, ya anteriormente relacionamos, llegaron en el mercado de invierno. Ninguno de ellos gozó de continuidad, salvo el defensa brasileño King (Joaquim Devanir Ferreira Do Carmo) que, a sus veintiséis años, era ya talludito para un equipo filial. Era el característico defensa central brasileño de raza negra potente (un armario, vaya) y de fuerte disparo. Desplazó en muchas ocasiones a la suplencia a Soria o Gustavo. El resto, sobre todo los extranjeros, tuvo una aportación episódica. En resumen, King (20 partidos y 1 gol), el portero paraguayo Costa (4 partidos), los mediocampistas españoles Vara (18 partidos) y Carcedo (17 partidos) (ambos alcanzarían años después el primer equipo), el delantero costamarfileño Guy Ipoua (11 partidos, solo uno titular y 1 gol) y el también delantero paraguayo Melgarejo (10 partidos, también solo uno titular), del que su entrenador Diarte dijo que “marcaría una época mundial”.
Paunovic
  Un tercer bloque sería el de los jugadores que, habiendo pertenecido a la plantilla el año anterior, año del ascenso, con muy importantes prestaciones, comenzarían contando para Prado para luego desaparecer no tan sólo de las alineaciones sino también incluso de la plantilla, traspasados. Aquí encajan Alonso (8 partidos), delantero móvil y bajito, con un disparo fortísimo que parecía imposible que pudiera salir de ese cuerpo tan pequeño y Roa (5 partidos, siempre desde el banquillo), otro delantero habilidoso y bullidor, que prometía mucho en los equipos inferiores pero que se quedó por el camino. Incluso llegó a debutar con el primer equipo años antes, en la temporada 94-95, en edad juvenil, en dos partidos de Copa (ida y vuelta de la cuarta ronda) frente al Las Palmas.  
  Y finalmente un cuarto grupo sería el de los seis restantes jugadores que completaban la plantilla y que disputaron muy escasos partidos, casi siempre saliendo como suplentes. Aquí se incluyen el portero Iván (3 partidos), el defensa Muñoz (11 partidos), los centrocampistas Jiménez (3 partidos) y Luis López (3 partidos), este último no obstante en los años siguientes tendría una importantísima colaboración desde la medular del Atlético B, y los delanteros Andrés (3 partidos) y Toño (9 partidos, todos desde el banquillo).
  Para concluir este artículo, quiero referirme brevemente a dos hitos dentro de la campaña. Son las sendas victorias ligueras frente al Real Madrid B. Eso siempre es digno de encomio, alabanza y celebración. Ambas por el idéntico y holgado tanteador de tres goles a cero. Ambas son fácilmente localizables en YouTube para aquellos que estén interesados bien en revivirlas bien en descubrirlas. En la antigua Ciudad Deportiva madridista, al finalizar la primera vuelta, significó el despegue definitivo hacia los buenos resultados, con goles de Michel, Ezquerro y Yordi. Y la de la segunda vuelta, en la penúltima jornada de Liga, se tuvo que trasladar al estadio Vicente Calderón, dada la atracción y expectación levantadas. Con unas gradas muy pobladas, acudiendo al acontecimiento “los de la primera plantilla” Fortune, Tomic y Paunovic (este último con una actuación estelar), los goleadores fueron, curiosamente y por justicia poética, los tres mejores elementos de la temporada, Yordi, con uno de sus proverbiales cabezazos, Ezquerro y Chema, en una estupenda vaselina desde fuera del área tras recorrerse él solito todo el terreno de juego. En los madridistas figuraban como destacados el defensa García Calvo y el delantero Mista. Ambos vestirían años después la camiseta de rayas rojas y blancas del primer equipo del Atlético de Madrid en Primera División. También el delantero Iván Pérez, hermano de Alfonso, que fingió estupendamente un penalti que él mismo marró. La trascendencia de esta victoria, además de lo trascendente que es siempre vencer al eterno rival, sea en la categoría que sea, es que con ella se condenó al filial blanco al descenso a Segunda División B. Muchos de los allí congregados celebraron eso también.       

            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

jueves, 13 de junio de 2013

AYALA

AYALA


  Con la música del himno de La Legión: “Nadie sabía su nombre/ quién era aquel atletista/ hincha revolucionario/ que su bandera llevó/ nadie sabía su nombre/ cuando su equipo sufría/ el escudo del Atleti grabado en el corazón/ y al besar la red un gol de Ayala/ una voz salió de entre la grada/ somos los del Atleti/ sufridos seguidores, seguidores/ somos los del Atleti/ la victoria más rotunda/ aunque estemos en Segunda”. Esta es una de las canciones que tradicionalmente entona el Frente Atlético todos los días de partido. Su soniquete ya no podrá disociarse jamás de muchas tardes y noches de glorioso fútbol rojiblanco. A pesar de haberlo buscado arduamente, no he conseguido hallar al autor de la letra (la música, reitero, es la del himno de La Legión). Porque me gustaría hacerle varias precisiones. Primera. Por lo general, a los seguidores del Atlético de Madrid no nos gusta demasiado que se nos llame atletistas. Preferimos atléticos. Segundo. Dado que dicha canción se canta en el estadio desde principios de la década de los ochenta, me gustaría saber de qué predicción futuróloga dispuso para anticipar el descenso a Segunda, que en esos años parecía impensable. Y tercero. Y más importante. Me gustaría igualmente saber cuál fue el motivo (deduzco que se trataría de un ídolo de infancia) para inmortalizar, por encima incluso de otras leyendas rojiblancas que pudieran merecérselo más, a Ayala en dicha letra. Con ello, su nombre queda indisolublemente unido a la historia rojiblanca. Ese himno es muy posible que perdure mucho más allá de que ya no estemos aquí todos los que vimos jugar a Ayala.
  Rubén Hugo “Ratón” Ayala Zanabria (el segundo apellido lo disfruta desde su nacionalización como español, dado que los argentinos carecen del mismo) nació en la ciudad de Santa Fe, provincia de Santa Fe, Argentina, el día 8 de enero de 1950. Trasladado prontamente con su familia (padre, madre, siete hermanas y cinco hermanos) a Lanús, provincia de Buenos Aires, destaca de inmediato en los tradicionales potreros argentinos de donde salieron tantos y tantos grandes jugadores. En esa tierna infancia su estatura era inferior a la de los demás chicos, era rápido y escurridizo, lo que valió el sobrenombre, que ya nunca más abandonaría, de “Ratón”.

  Con su ya por entonces íntimo amigo Heredia ficha por los juveniles de uno de los principales equipos bonaerenses, San Lorenzo de Almagro, “el ciclón de Boedo”, en 1965, mientras trabajaba de zapatero. Alcanza la internacionalidad en la campaña 68-69, todavía en edad juvenil.
  Su fama y cualidades levantaron el interés de los principales equipos europeos. Pero, desdeñando otras ofertas más suculentas, en unión una vez más de su inseparable Heredia, decide recalar en el Atlético de Madrid, para la temporada 73-74. Desde el principio, su excéntrico aspecto, al que por estos lares se estaba poco acostumbrado, con larguísima melena y bigote ralo, atrae la atención de los espectadores. Pero, sobrepasada la anécdota inicial de la apariencia, esa atención pronto se traslada a su estilo de juego, que de igual forma tampoco había sido muy disfrutado por aquí. Fue de los primeros extremos en jugar a pierna cambiada. Siendo diestro, jugaba prácticamente siempre por la izquierda, portando sempiternamente en la elástica rojiblanca el número 11, dorsal con el que tradicionalmente se identificaba al extremo zurdo. Sin embargo, a diferencia de estos extremos tradicionales, ocupaba mucho más terreno. No esperaba el balón en posiciones adelantadas. Se retrasaba, tomaba contacto con el mismo, participaba en la elaboración del juego, centrando si fuera menester su posición en el césped. No obstante, ello no impedía que su tremenda habilidad, su magistral desborde, su portentosa velocidad y su inusitada verticalidad le ayudaran a confeccionar (melena al viento, por supuesto) jugadas de extremo clásico, llegando hasta la línea de fondo y centrando con peligro, usando en su caso la pierna izquierda, de la que, aún siendo diestro, disponía de un buenísimo manejo. Además, todo ello se adornaba con una más que estimable capacidad goleadora, a lo que contribuía su certero remate de cabeza, que motivó, en alguna ocasión, ser desplazado lateralmente hasta el eje de la vanguardia.
  En esos primeros tiempos rojiblancos conformó junto al brasileño Becerra, por la derecha, y la leyenda de las leyendas atléticas Gárate, por el centro, la delantera conocida como de “los tres puñales”. Con el paso de los años la pérdida de la explosividad de sus cualidades provocó el retraso de su posición hacia el centro del campo. Incluso en contadas ocasiones, por necesidades perentorias del equipo, llegó a jugar de lateral izquierdo y hasta de defensa libre.

  Como se ha dicho, fue fichado en la temporada 73-74. El año de reapertura de fronteras de nuestra Liga para los extranjeros (sólo para la Liga, no de momento para la Copa). Ante los flojos resultados de la Selección española la Federación había prohibido la presencia de jugadores foráneos a finales de los años cincuenta. Lo que trajo el fenómeno de los “oriundos”, hijos o nietos de españoles que sí que tenían pasaporte español y podían jugar. A su vez el fenómeno degeneró en los “falsos oriundos”, con papeles falsificados. Se reabrieron fronteras este año. Dos extranjeros por equipo. El Atlético de Madrid fichó a Ayala y Heredia. El Real Madrid, a Netzer y Oscar “Pinino” Mas. El Barcelona, a Sotil y Cruyff. Curiosamente por problemas burocráticos el debut en casa tanto del astro argentino atlético (que había levantado más expectación en la hinchada rojiblanca que la de su compañero defensa)  y el del astro holandés barcelonista tuvieron lugar ya comenzado el torneo liguero, el mismo día. Compartieron portadas de los principales periódicos deportivos. Incluso había quien se aventuraba a decir al comentar dichas portadas (hablo de primera mano; oí el comentario a un anónimo compañero de localidad en un partido de categorías inferiores) que el bueno, más que Cruyff, era Ayala.
  Ese debut conjunto tuvo lugar el día 28 de octubre de 1973, jornada 8ª de la Liga 73-74, en el Calderón frente a la Real Sociedad. En el caso de Cruyff fue debut absoluto, frente al Granada. En el de Ayala, había disputado ya con anterioridad dos encuentros fuera de casa. Su debut oficial, el día del Pilar, 12 de octubre, jornada 7ª de la Liga 73-74, frente al Español en Sarriá, sustituyendo a Luis. Con Juan Carlos Lorenzo de entrenador. Derrota por un gol a cero, anotado de penalti por De Diego. Y el 24 de octubre la ida de la eliminatoria de octavos de final de Copa de Europa frente al Dinamo de Bucarest, en tierras rumanas (dos a cero para los colchoneros, goles de Becerra y Eusebio).

  El reseñado y esperado debut casero, conjuntamente con Heredia, se desarrolló placentera y favorablemente. Desde ese primer instante, ya compartía delantera con Becerra y Gárate. Victoria por cinco goles a uno. Los dos debutantes anotaron. Ayala en dos ocasiones (los dos primeros, además) y Heredia en una (el último). Los otros dos fueron de Gárate y Capón. El donostiarra, de Muruzábal.
  Desde entonces, siete magníficas temporadas en rojo y blanco, hasta la 79-80, que hicieron que Ayala quedara grabado con letras de oro en la memoria colectiva rojiblanca. Desde la campaña 75-76 tanto Ayala como Heredia accedieron a la nacionalidad española, tras los dos pertinentes años de residencia que el artículo 22.1 del Código Civil español exige para los ciudadanos de países iberoamericanos, para posibilitar así el fichaje de otros dos extranjeros, los astros brasileños y desde entonces leyendas rojiblancas Luiz Pereira y Leivinha. En realidad, su aportación en esa última campaña fue prácticamente irrelevante. Apenas dos partidos ligueros. Jornadas 1ª y 2ª de Liga, frente al Hércules (el día del debut de Quique Ramos) y Sporting de Gijón (se perdió por un gol a tres; de Ayala, su último gol). Y uno de Copa de la U.E.F.A., ida de primera ronda, el 19 de septiembre de 1979, frente a los germano-orientales del Dinamo de Dresden (su último partido), en el que fue sustituido tras el descanso por un ídolo emergente, Marcos. De manera sorpresiva la Directiva, sin consultar siquiera con el entrenador, Luis Aragonés, le dio la baja de forma unilateral a Ayala, que tenía dos años más de contrato en vigor. Debía ser que ya estaba muy visto. Tras la sorpresa y los desencuentros iniciales, la posterior generosidad de Ayala hizo que la rescisión se produjera con entendimiento entre las partes.
  En sus siete campañas rojiblancas (contando esa última apenas iniciada) Ayala disputó un total de 214 partidos oficiales (casi todos, 205, de titular). De ellos, 169 de Liga (21, 30, 34, 34, 24, 24 y 2), 17 de Copa (0, 0 –recordemos que las dos primeras campañas no pudo disputar esta competición por ser extranjero-, 9, 1, 4, 3 y 0), 26 de diferentes competiciones europeas (4 de Copa de Europa, 3 de Copa de la U.E.F.A., 4 y 8 de la Recopa, 6 de la Copa de Europa, 0 y 1 de la Copa de la U.E.F.A) y, finalmente, los dos de la Copa Intercontinental 74-75. En todos ellos anotó un total de 58 goles, de los cuales 45 fueron de Liga (5, 5, 13, 13, 4, 4 y 1), 4 de Copa (0, 0, 1, 1, 0, 2 y 0), 8 en competiciones europeas (1, 2, 1, 4, 0, 0 y 0) y el gol de la Copa Intercontinental. Como siempre, esta disección en números no miente. Revela claramente, por partidos jugados y goles, que sus temporadas de plenitud y excelencia fueron la tercera y la cuarta, 75-76 y 76-77 (que curiosamente, coincidirían con títulos, como ahora mismo veremos).

  Su palmarés rojiblanco incluye tres títulos oficiales: la Copa Intercontinental de la temporada 74-75, la Copa (última del Generalísimo) de la siguiente y la Liga de la siguiente. No pudo disputar la final de la Copa de Europa 73-74 por ser uno de los tres agraviados por el árbitro turco Babacan (los otros dos, Panadero Díaz y Quique), expulsados en la ida de las semifinales ante el Celtic de Glasgow en Celtic Park. Se resarció con tres títulos oficiales, a razón de uno por temporada, en las tres siguientes.
  La final de la Copa Intercontinental recordemos que la jugó el Aleti por renuncia de nuestro verdugo en la final europea, el Bayern de Munich (oficialmente por problemas de calendario; extraoficialmente por miedo a los aguerridos equipos sudamericanos), que era a ida y vuelta, que el rival era el campeón de la Copa Libertadores, el Independiente de Avellaneda, y que para esa edición se había consensuado entre los equipos contendientes, ante lo apretado del calendario, el adoptar el sistema de número total de goles en la eliminatoria, abandonando el hasta entonces vigente de victorias absolutas, prescindiendo del número de tantos. Ello posibilitó que el trofeo ingresara en las vitrinas colchoneras. Así, el partido de ida se celebró en la barriada bonaerense de Avellaneda el día 12 de marzo de 1975. Derrota por un gol, de Balbuena, a cero. Ayala jugó todo el encuentro, compartiendo línea delantera solo con Gárate, al haber reforzado Luis el centro del campo con un cuarto centrocampista. La vuelta, en el Vicente Calderón, el 10 de abril. Se venció, y se remontó la final a doble partido,  por dos goles a cero. También jugó Ayala todo el encuentro. En esta ocasión sus dos acompañantes ofensivos fueron de nuevo Gárate, por el centro, y Aguilar, por la derecha. Y fue decisivo. Tras el gol de Irureta en la primera parte, a pase de Gárate, el segundo, el definitivo, fue obra del argentino, rematando con la puntera a falta de cinco minutos desde el área pequeña un balón suelto tras falta botada por Heredia. Quizá fuera el gol de Ayala que, parafraseando el himno con el que comencé este artículo, “besara la red” y quedara grabado en la memoria del anónimo autor del mismo.

  A la siguiente, 75-76, campeón de la Copa. Ayala disputó todo el torneo, al disponer ya de la nacionalidad española. Los que no pudieron hacerlo fueron los dos extranjeros oficiales del equipo, Pereira y Leivinha. Jugó íntegramente la final, con “los tres puñales” en la delantera. Fue en el estadio Santiago Bernabéu, el día 26 de junio de 1976, frente al Zaragoza. Se venció por un gol a cero, con el mítico y memorable (entre otras poderosas razones, por ser el último de su carrera) de Gárate, lanzándose en plancha para batir de certero cabezazo a Junquera, tras estupendo pase de Salcedo.
  Y a la siguiente, 76-77, campeón de Liga. Alirón en la jornada 33ª y penúltima del torneo, el día de San Isidro, 15 de mayo de 1977, en el estadio Santiago Bernabéu. El empate a uno, con goles de Rubén Cano y Roberto Martínez, fue suficiente. La aportación de Ayala a ese campeonato, como se ha reseñado con anterioridad al exponer los números del total de su trayectoria atlética, fue superlativa, ya que disputó los treinta y cuatro partidos del torneo (todos) y anotó trece goles. Como no podía ser de otra manera, dada la idiosincrasia atlética, la jornada final, la 34ª, que debía ser de fiesta y celebración colectiva se aguó un poco (tan solo un poco) al perder por dos goles a tres frente al Valencia. Los jugadores estaban flojos de piernas tras una semana plagada de celebraciones y se notó. Los goles valencianistas fueron obra de Eloy y dos de Kempes, lo que le valió para conquistar el trofeo pichichi de ese año, y los atléticos de Leivinha y Ayala. Este último, de penalti, con lo que cerró al menos su año glorioso. También recuerdo como el argentino tuvo una destacada participación en el primer gol del brasileño. En una de sus escapadas características por la izquierda, llega al borde del área y centra con su pierna derecha a media altura. El pase le sale no obstante con una tan inusitada potencia que ninguna persona cabal se hubiera atrevido a meter la cabeza, so pena de perderla. Sin embargo, Leivinha, lanzándose en plancha, sí que lo hace, entrando la pelota en el marco valencianista, como rezan los cánones, “como una exhalación”, consiguiendo así un espléndido gol, estético y vistoso.

  Ayala fue internacional argentino en veinticinco ocasiones, debutando en 1968 (recordemos, aún en edad juvenil) contra Corea del Norte. Marcó once goles con la albiceleste. Ya militando en las filas rojiblancas, disputó el Mundial de Alemania 74, en compañía de otros ilustres jugadores de la Liga española, como su inseparable Heredia, Carnevali, Wolf, Brindisi y Kempes. Participó allí como titular, sin ser además nunca sustituido, en los seis partidos que celebró la selección argentina, anotando un gol en la primera fase frente a Haití.
 Tras abandonar España, recaló en México, donde jugó todavía un año con el Jalisco y tres más con el Atlante. También adquirió la nacionalidad mexicana (dispone en consecuencia de triple nacionalidad) y allí mismo inició (y de momento continúa) su carrera de entrenador, habiendo preparado ya a equipos tales como las Cobras de Querétaro, el Tampico Madero o el Pachuca.
  Para concluir, una anécdota y un epílogo. La anécdota es que en los años 90 existió un defensa central paraguayo que compartió nombre de guerra futbolístico con nuestro héroe rojiblanco. Celso Ayala. Por ese mismo motivo, compartió igualmente el apodo de “ratón”. Y compartió también club en su historial. Celso Ayala llegó a jugar también en el Atlético de Madrid, en concreto 15 partidos oficiales (9 de Liga, 4 de Copa y 2 de Copa de la U.E.F.A.), con un solitario gol liguero, en la campaña 99-00 (infausto año del descenso), compartiendo eje de la zaga con su compatriota Gamarra, sin que ninguno de los dos demostraran a orillas del Manzanares el nivel que se les presuponía.
  Y el epílogo lo pone el propio protagonista. Como todo buen jugador y buena persona que ha defendido la camiseta rojiblanca, ha quedado convertido indefectiblemente para la causa. Para siempre. Cuando pasa por España y acude al Calderón, se emociona con su simple visión. En alguna entrevista concedida a medios de comunicación, ya retirado como jugador, le he podido leer “el que no ha jugado en el Atlético no sabe lo grande que es esto. En Argentina, desde pequeños soñábamos con triunfar en River Plate, Boca Juniors o San Lorenzo, pero yo llegué mucho más lejos y estoy orgulloso por ello”. Nadie puede definir mejor el orgullo de haber sido jugador atlético.                            
                    


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 5 de junio de 2013

SEGUNDAS PARTES

SEGUNDAS PARTES


  Dice el adagio popular que “segundas partes nunca fueron buenas”. Vamos a intentar comprobar la veracidad (o la falsedad) de este aserto extrapolándolo al balompié atlético. Es decir, vamos a examinar brevemente en este artículo a todos aquellos jugadores que han portado la elástica rojiblanca en dos diferentes etapas.
  Como siempre, con una serie de precisiones previas. Primera. Supongo que anteriormente habrán existido más casos históricos. Pero, de acuerdo una vez más con la filosofía de este blog, me voy a limitar a repasar a todos aquellos de los que abrigo memoria, de los que guardo vivencias rojiblancas. Es decir, aproximadamente desde principios de la década de los setenta hasta hoy.
 Segunda. Incluyo solamente a aquellos que, tras quedar por completo desvinculados del club, hayan vuelto a ser contratados por él. Excluyo por tanto a los que hayan sido objeto de cesiones, dado que continuaban manteniendo la vinculación contractual con el Aleti. Tradicionalmente las cesiones quedaban destinadas para aquellos jóvenes jugadores procedentes de la cantera que, para foguearse adecuadamente y completar su formación, eran cedidos provisionalmente a otros equipos, con el objetivo de ser repescados si demostraban valía para ello (el primero que recuerdo es Javi, defensa central y mediocentro defensivo de finales de la década de los 70, cedido al Racing de Santander en la temporada 78-79 que, reclamado por el Aleti para la siguiente, disputó ocho partidos de Liga, seis de Copa del Rey y uno de Copa de la U.E.F.A.; en tiempos más próximos podemos añadir a Antonio López al Osasuna, Joel y Pulido al Rayo Vallecano o Gabi al Getafe). Sin embargo, en la época presente el fenómeno de las cesiones se ha extendido también a aquellos otros futbolistas que, por razones diversas, no encuentran acomodo en la primera plantilla para un ejercicio concreto, pero que retornan de inmediato al siguiente. Aquí podemos incluir a Reyes al Benfica, Raúl García al Osasuna o Diego Costa al Rayo Vallecano.

  Tercera. En un anterior artículo, el dedicado a los olímpicos rojiblancos, ya anticipaba y anunciaba el presente, a modo de juego adivinatorio. Al referirme a uno de estos olímpicos, Marcos, ya quedaba apuntado que sería analizado con mayor profundidad en un artículo colectivo, en unión de Gabi, Mario Suárez, Aguilera, Futre, Simeone, Luis García, Julio Prieto y José Mari. Enhorabuena a los acertantes del acertijo.
  De estos nueve mentados, tres, Aguilera, Futre y Simeone, han dispuesto de entrada propia en este blog, por lo que a ellas me remito para evitar repeticiones innecesarias, sin perjuicio de que sean incluidos en la valoración final.
  Otros dos, Gabi y Mario Suárez, forman parte de la actual plantilla, por lo que, dado que aún nos tienen mucho que ofrecer, no los someteremos a análisis exhaustivo, que correspondería más bien al conjunto de su trayectoria, una vez concluida, sino a mero apunte.
  Así, Gabriel Fernández Arenas, “Gabi”, nació en Madrid el día 10 de julio de 1983. Formado desde pequeñito en la cantera atlética, debutó con el primer equipo en la temporada 03-04, disputando seis partidos. Tras el anteriormente apuntado año de cesión al Getafe, campaña siguiente, retornó al redil rojiblanco, formando parte de la plantilla durante dos más. Fue entonces cuando se desvinculó del club y fichó por el Zaragoza, donde desde su posición de centrocampista rayó a extraordinario nivel, sumamente apreciado por los aficionados maños (y sé de primera mano de lo que hablo) durante las cuatro temporadas siguientes, siendo pieza fundamental en la conservación de categoría. Su gran progresión le llevó a ser contratado de nuevo por el Aleti en la 11-12. Y hasta ahora.

  Mario Suárez Mata nació en Alcobendas (Madrid) el día 24 de febrero de 1987. También atlético de cantera desde crío, debutó con el primer equipo en la 05-06, ascendido desde el equipo juvenil por Bianchi (una vez más, un entrenador sudamericano que “descubre” en categorías muy inferiores a un jugador, bajo su exclusiva responsabilidad, desdeñando la labor del resto del organigrama del club dedicado a la cantera), disputando tres partidos de Liga y dos de Copa. Cesiones en las dos campañas siguientes, ambas en Segunda División, a Valladolid y Celta. Luego recala, ya desvinculado del club, en el Mallorca, en Primera. Al igual que Gabi, realiza dos extraordinarias temporadas como centrocampista que aconsejan su retorno, lo que se verifica para la temporada 10-11. E igualmente hasta ahora. Una vez internacional (de momento), el día 6 de febrero de 2013, ante Uruguay. Celebrado en Doha (Qatar). Victoria española por tres goles, de Fábregas y dos de Pedro, a uno, del atlético “Cebolla” Rodríguez.
  Por consiguiente, el análisis en profundidad en este artículo, sin llegar por supuesto a la extensión de las semblanzas individuales,  se va a realizar sobre los otros cuatro anteriormente relacionados. Como siempre, por orden cronológico. Y como siempre, tratándose de artículos colectivos, salvo error u omisión de otros jugadores por mí no recordados.

  MARCOS. Marcos Alonso Peña nació en Santander el día 1 de octubre de 1959. Hijo del que fuera defensa central del Real Madrid de la década de los cincuenta, Marquitos. En el artículo recientemente dedicado a Quique Setién ya se comentó que ambos futbolistas debutaron a la par, con diecinueve años, en el Racing de Santander, en la temporada 77-78, para contribuir al mantenimiento del equipo en Primera División. También lo hacía un joven defensa alto y contundente llamado Arteche. Los tres recalarían al paso de los años en el Aleti. Quique ya en fase de madurez, en la 85-86. Y Arteche y Marcos siendo aún muy jóvenes, el primero en la 78-79 y el segundo en la siguiente, por lo que en realidad figurando en la primera plantilla colchonera completaron su formación. Ambos tuvieron además una progresión espectacular.
  La del zaguero fue más lenta, continuada y pausada. Pero la de Marcos, desde su posición de delantero o extremo derecho, fue fulgurante. Ya desde el año de su llegada, 79-80, destacó sobremanera. Desbordaba continuamente a los defensas rivales por velocidad y habilidad. Durante un par de años los extremos del Aleti, con Marcos por la derecha y el habilidoso Rubio por la izquierda, fueron la envidia nacional. Lo único que le faltaba era aumentar su capacidad goleadora.
  Curiosamente el partido más recordado de Marcos por el imaginario colectivo rojiblanco no lo es por méritos propios, sino por haber sido objeto de brusquedades, tarascadas, patadas y violentas faltas continuas. Todo ello se lo hizo, sin recibir amonestación alguna, el defensa zaragocista Casajús, el día 5 de abril de 1981, jornada 31ª de la Liga 80-81, el día del Margüendazo, el día que todos los aficionados que estábamos en el estadio comprendimos que, infortunadamente, ese año no ganaríamos la Liga que habíamos tenido tan cerca. Para más inri, Marcos acabó expulsado. El partido, para quienes tengan el humor de recordarlo, concluyó con victoria maña por un gol, de Ruiz, a dos, de Pichi Alonso y Valdano.
  En esta primera etapa, defendió la camiseta rojiblanca durante tres temporadas. Su enorme calidad y valía motivaron que fuera fichado por el Barcelona, en unión de su íntimo amigo Julio Alberto, en la 82-83, donde desplegó con plenitud sus cualidades, mejorando sobre todo en el aspecto goleador. Disputó 90 encuentros ligueros (29, 32 y 29), con 9 goles (1, 3 y 5), 17 de Copa del Rey (10, 3 y 4), con 3 goles (2, 1 y 0) y 3 de Copa de la U.E.F.A. (1, 0 y 2), sin gol alguno.

  Tras su etapa dorada barcelonista, de cinco ejercicios, regresó. Fue uno de los espectaculares fichajes del primer año de Gil, temporada 87-88. Pero sus días de gloria ya habían pasado. Había dado lo mejor de sí mismo en la Ciudad Condal. Se mantuvo en plantilla dos campañas más, de hecho, en la segunda prácticamente inédito. Aumentó sus estadísticas rojiblancas con 29 encuentros ligueros más (26 y 3), con 2 goles (2 y 0), 4 de Copa del Rey (4 y 0), sin gol alguno y ningún partido de competición europea. La campaña siguiente todavía jugaría en Primera con el Logroñés.
  No ganó título alguno en sus cinco años de rojiblanco. Fue internacional en veintidós ocasiones, las nueve primeras mientras defendía la camiseta atlética. Debutó el día 25 de marzo de 1981, en Wembley,  con la meritoria victoria ante Inglaterra por un gol, de Hoddle, a dos, de Satrústegui y Zamora, el día que liberaron a Quini de su secuestro. Parecía que se iba a consagrar internacionalmente en el Mundial de España 82, para el que disputó la fase preparatoria. Hizo la gira iberoamericana del año anterior, apareciendo en una inolvidable portada de la revista semanal “Don Balón”, en la que, con amplia foto de Marcos con la camiseta reserva de la selección, de color azul, se le calificaba de “aprendiz de crack”. Lo cierto es que la disminución de su rendimiento conllevó que finalmente no acudiera. Tampoco lo hizo al de México 86, pese a haber participado activamente en la fase de clasificación. Sí que lo hizo a la Eurocopa de Francia 84, pero allí no disputó minuto alguno.
  JULIO PRIETO. Julio Prieto Martín nació en Madrid el día 21 de noviembre de 1960. Firme promesa de la cantera rojiblanca, destacó poderosamente en el Atlético Madrileño aquellos gloriosos años en que los chavales jugaban al fútbol los domingos por la mañana en el Vicente Calderón como los ángeles. En unión de Pedraza, Marina, Pedro Pablo, Juanín, Prado, Víctor y otros. Los años del primer ascenso de Segunda B a Segunda y del asentamiento en ésta. Tras jugar un partido de Copa (el típico partido de ronda inicial en que los entrenadores ponen a algún canterano; muchos de ellos terminan siendo unipartidos) en la temporada 79-80, cinco de Liga en la 80-81 (en su fase final, cuando lesiones y expulsiones obligaron a contar con la cantera) y la posterior de cesión con el Castellón en Primera, se asienta definitivamente como titular a la siguiente, 82-83, permaneciendo en esta primera etapa cinco temporadas, hasta la 86-87, en las que disputa 161 partidos de Liga (32, 33, 31, 29 y 36), anotando 12 goles (7, 2, 1, 2 y 0), más 28 partidos de Copa del Rey (5, 3, 11, 4 y 5), con 4 goles (1, 0, 3, 0 y 0), 7 de Copa de la U.E.F.A., sin goles, 8 de Recopa, con 2 goles, 25 de Copa de la Liga, con 2 goles y 2 de Supercopa española, sin goles, frente al Barcelona.
  Su gran poderío físico y enorme recorrido provocaban que fuera siempre el centrocampista que más trabajo desplegaba. No obstante, no estaba exento de buenas dotes técnicas. Se incorporaba repetidamente al ataque y prodigaba con frecuencia el lanzamiento lejano, con potencia pero con menos acierto del que todos hubieran deseado. Poseía un trote compacto y macizo inconfundible. En este sentido, una pequeña anécdota personal. Su último equipo, en Segunda B, fue el Talavera. En una ocasión, hallándome yo en Talavera de la Reina, acudí a presenciar un partido de pretemporada de este equipo. Cuando presenciaba el calentamiento de los jugadores locales, me llamó la atención la carrera de uno de ellos. Pensé para mí que se asemejaba a la que tantas veces le había visto a Julio Prieto. Cuando el jugador en cuestión prosiguió el calentamiento y se acercó a mi posición pude constatar fehacientemente que se parecía tanto porque…¡era él!. Yo desconocía que por entonces militaba en ese equipo, y le había reconocido por su trote, en la lejanía.

  Traspasado al Celta, continuó rindiendo a excelente nivel las tres siguientes campañas, convirtiéndose en uno de los bastiones del equipo vigués. Para la temporada 90-91, el entrenador contratado, que ya había llevado las riendas en la fase final de la campaña anterior, tras el cese de Clemente, fue Joaquín Peiró. Justamente el entrenador del irrepetible Atlético Madrileño al que antes se ha hecho referencia. Se acordó de inmediato de uno de sus pupilos más destacados y hombre de confianza y solicitó el regreso de Julio Prieto. Éste vino encantando de reencontrarse con su antiguo y admirado preparador. Pero el azar quiso que el antiguo “galgo del Metropolitano” fuera cesado en plena pretemporada, merced a los pobres resultados obtenidos en ella y a la impaciencia del Presidente. Llegó el croata Ivic, que no conocía para nada a Julio Prieto. Lo que se notó en sus alineaciones. Apenas disputó doce partidos de Liga (casi siempre desde el banquillo y al principio y al final de la campaña), 1 de Copa y 2 de Copa de la U.E.F.A.. Tras el escaso éxito de esta segunda etapa, ficharía por el Mérida, en Segunda División, para las dos siguientes. Y las dos posteriores, como ya se ha anunciado, por el Talavera, en Segunda B.
  Nunca fue internacional absoluto. Su palmarés atlético se concreta en dos Copas del Rey, 84-85 (jugó íntegramente la final) y 90-91 (participó apenas quince minutos en los cuartos de final), y la Supercopa de España 85-86 (media hora en la ida, supliendo a Marina, e íntegra la vuelta). 
  JOSÉ MARI. José María Romero Poyón, conocido futbolísticamente como José Mari, nació en Sevilla, el día 10 de diciembre de 1978. Debutó muy joven en Primera con el Sevilla. Y todavía muy joven, con apenas dieciocho años, temporada 97-98, fue contratado por el Aleti. Ese ejercicio llegaron tres delanteros centros: Vieri, destinado a ser titular indiscutible: Bogdanovic, destinado a ser su suplente; y José Mari, destinado a ser el delantero del futuro. Sus cualidades de atacante hábil, rápido y potente, de buen disparo y gran cabeceador ilusionaron a la parroquia rojiblanca, que veía en él una versión, corregida y aumentada, del madridista Raúl que, procedente para mayor escarnio de la cantera atlética, triunfaba por aquel entonces (y durante muchos años después) en las filas merengues.
  En este sentido recuerdo como anécdota como los seguidores rojiblancos (algunos), con motivo del encuentro correspondiente a la segunda jornada del campeonato liguero 97-98, celebrado frente al Valladolid en el estadio Vicente Calderón el día 6 de septiembre de 1997 silbaron al por entonces sacrosanto Antic al alinear de titular, ante la lesión de Vieri, al serbio Bogdanovic por delante de José Mari, privándole a éste de minutos. El resultado final, cinco a cero, con tantos del propio Bogdanovic en dos ocasiones, Santi de penalti, Lardín y Kiko, dieron la razón al técnico. José Mari debutó ese día, supliendo a Pantic en la media hora final. Su progresión posterior quedó muy lejos de responder a las altísimas expectativas levantadas. Sobre todo adolecía de definir en mayor número de ocasiones las oportunidades de que gozaba. No alcanzó a convertirse en el gran goleador que se esperaba que pudiera ser.

  Defendió los colores rojiblancos en esta primera etapa tres temporadas. O por mejor decir, dos y media. Ante el para mí inexplicable gran cartel del que disponía en Italia, fue traspasado al Milán en el mercado de invierno de la campaña 99-00. Su aportación, traducida en números, se resume en 84 encuentros ligueros (35, 37 y 12), 10 de Copa del Rey (2, 7 y 1) y 17 de Copa de la U.E.F.A. (7, 7 y 3), con un total de 20 goles de Liga (9, 9 y 2), 5 de Copa (0, 4 y 1) y 3 en Europa (0, 3 y 0). En ese equipo permaneció otras dos temporadas y media, sin llegar a alcanzar en ningún momento el status de titular ni marcar muchos goles.
  Ante la falta de minutos y continuidad, los trasalpinos decidieron cederlo para la 02-03, ante la sorpresa de todos, al…¡propio Atlético de Madrid!. Con lo que José Mari iniciaba, durante un año de cesión, su segunda etapa rojiblanca. En este caso aumentó sus cifras atléticas con 32 partidos más de Liga (con 6 goles; curiosamente tres de ellos en un solo partido, ante el Athletic de Bilbao, jornada 9ª de Liga, con empate a tres; para todavía mayor curiosidad, los tres bilbaínos fueron también obra de un solo autor, Urzáiz), y 2 más de Copa (sin goles).
  Terminada la cesión, fue definitivamente traspasado por los italianos, iniciando un periplo por diferentes equipos como Villarreal, Betis, Gimnástic de Tarragona y Xerez.
  No consiguió título alguno en sus años colchoneros. Internacional absoluto en cuatro ocasiones (tres de ellas en su segunda etapa atlética). Debutó el día 25 de abril de 2001, con Camacho de seleccionador, amistoso contra Japón en el Nuevo Arcángel de Córdoba, con victoria por un gol a cero, muy al final, de Baraja. Reemplazó a Raúl. Sus otros tres entorchados (los tres mientras defendía la camiseta atlética), todos amistosos, ya con Sáez de seleccionador, fueron ante Bulgaria, el 20 de noviembre de 2002, en Granada, victoria por un gol a cero, con gol suyo (su único internacional), siendo titular y sustituido por Diego Tristán; ante Alemania, el 12 de febrero de 2003, en Mallorca, victoria por tres goles, dos de Raúl, uno de penalti, y Guti, a uno, de Bobic, sustituyendo a Rául; y finalmente ante Ecuador, el 30 de abril de 2003, en el Vicente Calderón, victoria por cuatro goles a cero, anotados por De Pedro y tres de Morientes, entrando por el ese día trigoleador (para más detalles de este partido, se puede consultar una entrada anterior de este blog, la titulada “España en el Calderón”).
  LUIS GARCÍA. Luis Javier García Sanz nació en Badalona (Barcelona) el día 24 de junio de 1978. Criado en la cantera barcelonista, no consiguió asentarse en el primer equipo, iniciando un rosario de cesiones por diferentes escuadras como Toledo, Valladolid y Tenerife, donde dejó la impronta de su enorme calidad.
  Su primer club, una vez desvinculado de su equipo madre, fue el Atlético de Madrid, que lo fichó para la temporada 02-03. Dejó muy buen recuerdo en la parroquia atlética. Su gran manejo de la pierna izquierda, filtrando desde su posición de mediapunta, con frecuencia escorado a la izquierda, excelentes pases a los delanteros, su duro y colocado disparo y su derroche tanto de energías como de talento le valieron para ser sumamente apreciado. Ese año disputó 30 partidos de Liga (con 9 goles) y 2 de Copa del Rey (sin goles).
  Su elevado rendimiento motivó que fuera repescado por el Barcelona, pagando el correspondiente traspaso. Al año siguiente, fichaje por el inglés Liverpool donde, en unión de otros compatriotas vivió su época más gloriosa durante tres campañas, siendo incluso campeón de la Champions League en 2005 (el memorable partido de Estambul entre Liverpool y el Milán, con remontada inglesa).
 El buen recuerdo que había dejado a orillas del Manzanares impulsó su nueva contratación en la campaña 07-08. Se acababa de traspasar al ídolo Fernando Torres al mismo equipo inglés y con el dinero fresco se fichó a Luis García, Forlán, Reyes y Simao que en unión de los ya existentes Agüero y Maxi Rodríguez conformaban un ataque terrible.

  Pero en esta segunda etapa su nivel no llegó a alcanzar las cimas de la primera. Se mantuvo dos campañas, 07-08 y 08-09, con 49 partidos ligueros (30 y 19), en los que convirtió apenas dos goles en el primer año de retorno, 9 de Copa del Rey (6 y 3), sin goles, 9 de la Copa de la U.E.F.A. en el primer año, con 4 goles, y 7 de la Champions League en el segundo, con 1 gol. Pese  a que los números pueden parecer aceptables, la impresión subjetiva que dejó es que no alcanzó cotas anteriores. Se encontraba ya en franco declive. Tras dejar nuestro club, todavía jugó en el Racing de Santander y en el Panathinaikos griego.
  No obtuvo título alguno siendo atlético. Fue internacional en dieciocho ocasiones, todas con Luis Aragonés de seleccionador y mientras defendía la camiseta “red” del Liverpool. Estuvo a punto de debutar en su primera etapa atlética en el partido antedicho contra Ecuador, pero una desgraciada lesión le privó del debut, que se tuvo que posponer hasta el día 26 de marzo de 2005, amistoso en Salamanca frente a China, en el que se venció por tres goles a cero, anotados por Fernando Torres de penalti, Xavi y Joaquín. Entró supliendo a este último.
  En cualquier caso su sin suda alguna mejor encuentro internacional tuvo lugar sobre la verde pradera del Vicente Calderón. El 12 de noviembre de 2005, en el partido de ida de la repesca para el Mundial de Alemania 2006, frente a Eslovaquia, marcó tres goles, de tres variadas formas. Los otros dos goles del cinco a uno final fueron obra de Fernando Torres de penalti y Morientes. Este partido también se incluye en el artículo anteriormente citado, “España en el Calderón”.

  Como colofón y recapitulación podemos afirmar que “segundas partes nunca fueron buenas” para Marcos, Simeone, Futre, Julio Prieto, Luis García y José Mari. Sus mejores días se vivieron en sus primeras etapas atléticas, cuando no en otros clubes diferentes (Marcos en el Barcelona o Luis García en el Liverpool). Por el contrario, sí que fueron (o están siendo) buenas para Aguilera, Gabi y Mario Suárez. Su segundo rendimiento, tras acabar de formarse en otros equipos, ha llegado a ser mucho más elevado que el primero. Y en cuanto a los dos últimos, por encontrarse aún en activo, esperamos que se siga haciendo más y más grande. A ser posible, con muchos títulos incluidos.


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ