miércoles, 11 de julio de 2012

MILIÁN

MILIÁN

  Cuando en la década de los ochenta se utilizaba en el ámbito deportivo la palabra “contraataque” había dos nombres propios que de inmediato acudían a la mente de los aficionados al deporte. Uno era el baloncestista madridista, que durante muchos años defendió los colores de la Selección, Juan Manuel López Iturriaga, que jugaba en la posición de alero. En cuanto su equipo conseguía recuperar el pelotón de baloncesto (y es posible que incluso antes, que anticipase la acción, y que ese fuera parte de su secreto) salía raudo y veloz en busca de la cesta adversaria, para recibir el pase adelantado y encarar un fácil uno contra ninguno que vez tras vez concluía con una sencilla bandeja (carecía de las facultades físicas necesarias para clavar los espectaculares mates que poco después se pondrían en boga). En aquellos tiempos, y aún en los presentes, se le calificaba por esa cualidad con el adjetivo de “palomero”. Y el otro era el balonmanista atlético, que igualmente defendió durante muchos años los colores de la Selección, Agustín Milián. Jugando desde el extremo, poseía asimismo una capacidad tremebunda para anticipar acciones y salir con inusitada velocidad al contraataque tan pronto como sus compañeros recuperaban el balón en defensa, ya fuera por méritos propios o por deméritos, en forma de pérdidas de esférico, de los rivales. Cierto es que los contragolpes fulminantes es una de las acciones más características del balonmano; y cierto es también que esas acciones suelen ser llevadas a cabo por los extremos, que son los jugadores más livianos, ágiles y rápidos. Pero disfrutar a Milián culminando una contra era un espectáculo inenarrable. Yo, personalmente, jamás he visto nada igual. Presenciando los partidos en directo, había ocasiones en las que no se sabía dónde se encontraba la pelota en ese preciso momento para de inmediato ver al extremo atlético encarar la portería adversaria, con altísimo porcentaje de acierto.     
Milián con el número 10, al lado de Lorenzo Rico.
 Agustín Milián Gracia nació en Barcelona el día veintiocho de agosto de mil novecientos cincuenta y ocho. Tras despuntar en equipos colegiales de su ciudad natal, recaló en el Barcelona muy jovencito, donde apenas llegó a jugar un par de campañas. En la temporada 79-80, con veintiún años recién cumplidos, es fichado por el Atlético de Madrid. Recuerdo con ocasión de su fichaje una entrevista en el por entonces único medio oficial del Club, la “Revista del Atlético de Madrid” (ya la mencioné en el artículo dedicado a Benegas), de periodicidad mensual. En dicha entrevista, Milián destacaba sobre todo su polivalencia, ya que podía jugar indistintamente en cualquiera de los dos extremos y, además, en el pivote.
Temporada 78-79: el barcelonista Milián dispara ante el atlético
Pagoaga. Al año siguiente permutarían equipos. 
 Lo cierto es que esa polivalencia, en sus años atléticos, dio paso por el contrario a una marcada especialización. Que yo recuerde, siempre le vi jugar de extremo derecho, siendo diestro, lo que, pese a parecer un contrasentido, no es lo normal. Recalquemos, como ya se hizo en el artículo dedicado a Lorenzo Rico, sobre todo para aquellos lectores que no sean entendidos en balonmano, que en este deporte, los extremos y los laterales juegan, en expresión que últimamente se ha trasladado al mundo de fútbol, “a banda cambiada”, es decir, los diestros por la izquierda y los zurdos por la derecha, para así poder disponer de un mayor ángulo tanto de pase como de tiro. Agustín Milián era una de las excepciones. Siendo diestro, jugaba de extremo derecho. Tenía que sacrificarse al no existir extremos zurdos en la plantilla. Su habitual compañero en el contrario era el también diestro Paco Parrilla. Poco después, arribarían desde la cantera los dos Garcías, Fernando (diestro) y Quique (éste ¡por fin! zurdo). En sus proverbiales y recordados contraataques eso no tenía mayor importancia. Pero sí en los ataques estáticos donde, tras lograr sus compañeros una trabajada superioridad por el extremo, le pasaban el balón y, tras saltar sobre la línea de seis metros, afrontaba al cancerbero rival con un ángulo de tiro disminuido. Es entonces cuando entraba en juego otra de las grandísimas virtudes de Milián: sus rectificados. En el mundo del balonmano, como siempre (y más antes que ahora) ha sido difícil encontrar extremos y laterales zurdos, los diestros tenían que aprender el arte del rectificado, en el que Milián era un consumado maestro y especialista (recuerdo también los espectaculares del bidasotarra Suspérregui). El rectificado consistía (y hablo en pasado porque ya casi no se ven) en forzar con el cuerpo un escorzo, de tal forma que el tronco se desplazaba lo más posible hacia la zona central de la cancha, alejándose del lateral, protegiendo además el balón de posibles robos con el encogimiento del brazo, y así, mediante ese desplazamiento, ayudado obviamente por el de las  piernas, el extremo que buscaba el lanzamiento obtenía una posición más centrada y, por ende, un mayor ángulo de tiro.
 Otra de las principales cualidades de Milián era su intensidad defensiva, a la que evidentemente colaboraba su velocidad de piernas. Era un especialista en defender (y “secar”) a grandes extremos adversarios. En este sentido, para destacar la importancia de su rol defensivo, cabe recordar que con motivo de la inolvidable final de la Copa de Europa de la temporada 1984-85 contra el todopoderoso equipo yugoslavo de la Metaloplástika, el legendario entrenador de nuestro equipo y actual Presidente de la Federación española de balonmano, Juan de Dios Román, se arriesgó a agravar la lesión que por aquel entonces estaba padeciendo Milián para el solo hecho de que éste pudiera jugar la final y defender en la medida de lo posible al extraordinario extremo yugoslavo Isakovic, el cual, en palabras del entrenador español era “el mejor jugador del Mundo” (entrevista en “El País”, trece de abril de mil novecientos ochenta y cinco, día de la final). Para que nuestro extremo llegara con cierto tono al gran partido le hizo jugar el fin de semana inmediatamente anterior contra el Barcelona en el Palau Blaugrana. Milián, recién salido de una lesión, no tuvo su mejor día y sucumbió ante dos extraordinarios rivales barcelonistas como eran Cabanas y Sagalés. Pero consiguió el rodaje necesario y pudo disputar la gran final con garantías físicas. Ese grandioso encuentro ya fue rememorado pormenorizadamente en el artículo que le dediqué a Lorenzo Rico, al que me remito para evitar repeticiones innecesarias. Tan sólo recalcar ahora que fue uno de los ambientazos más eléctricos que jamás haya podido vivir en evento deportivo alguno y que el antiguo Palacio de los Deportes madrileño (pre-incendio) estuvo a rebosar con incontables banderas y bufandas rojiblancas al aire.   
Final ante Metaloplastika. Milián, tercer agachado por la derecha
  Jugó con nuestro equipo nueve temporadas, en las que consiguió cuatro Ligas (80-81, 82-83, 83-84 y 84-85, todas ellas con Juan de Dios Román de entrenador) y tres Copas (80-81, 81-82 y 86-87). Habitualmente portaba, tanto en espalda como en pecho, el número 10.
 Fue internacional en ciento cinco ocasiones, disputando con la Selección española los Juegos Olímpicos de Moscú 80, en los que se obtuvo la quinta posición, y Los Ángeles 84, en los que se consiguió la octava. En particular, he podido leer en entrevistas diversas a nuestro personaje de hoy que recuerda con especial agrado la quinta plaza de Moscú, dado que hasta entonces el equipo nacional no había conseguido éxito relevante alguno y ese puesto les supo a gloria, aderezado además por el excelente ambiente que se disfrutó en ese equipo y en ese torneo. Fue el aldabonazo, similar al que en la misma competición experimentó la selección nacional de baloncesto, que hizo despertar el interés nacional por este bellísimo deporte y que con el paso del tiempo trajo maravillosos logros.
 El número de ciento cinco internacionalidades puede parecer excesivo. En realidad, es el jugador español número treinta y ocho (hasta la actualidad) en el ranking de entorchados. Ello es debido a que en ciertos deportes (los principales paradigmas serían tanto el balonmano como el baloncesto) en los grandes torneos internacionales se disputan un elevado número de encuentros, en numerosas ocasiones incluso a diario, lo que motiva que el número de internacionalidades se disparen. De hecho, el internacional español a día de hoy con mayor número de entorchados es el histórico portero barcelonista David Barrufet, con 280.
 En otras entrevistas que he leído sobre Milián recientemente, siempre recuerda con sumo cariño su etapa rojiblanca. Empezó muy crío en el Barcelona pero el haber sido traspasado a nuestro club siendo aún tan joven provocó que toda su plenitud y consagración, tanto a nivel deportivo como personal, se produjeran defendiendo la elástica de rayas rojas y blancas. Se siente plenamente identificado con la ciudad de Madrid. De hecho, tras su retirada continúa viviendo en ella, habiéndose desvinculado por completo del mundo balonmanístico y dedicándose a sus negocios privados de suministros para cines y teatros y a jugar al golf.
 También comenta en esas entrevistas que el maravilloso e inolvidable grupo personal que se conjuntó en la década de los ochenta continúa viéndose. Aquí podemos citar también, además de los que han ido desfilando por las líneas anteriores a Juanón de la Puente, Manolo Novales, Rafa López León, Juanjo Uría, Luisón García, Javier Reino, Chechu Fernández, Juanqui Román o el mítico Cecilio Alonso. Todos ellos imperecederos en la memoria de aquellos atléticos a los que, además del fútbol, nos encantaba acudir los domingos por la mañana o los sábados por la tarde al entrañable polideportivo Antonio Magariños a disfrutar de la intensidad y emoción de un deporte tan excitante como puede llegar a ser el balonmano. Y que además nos proporcionaba alegrías sin fin en forma de títulos y de partidos imborrables. Todos ellos recuerdan esa época con nostalgia y hacen votos porque la reciente recuperación de la sección para nuestro club no sea una mera coyuntura pasajera y se perpetúe años y años. Que así sea.       
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario