miércoles, 20 de noviembre de 2013

FERNANDO TORRES


FERNANDO TORRES


  Con motivo del centenario del club Atlético de Madrid (recordemos la fecha exacta para los amantes del dato objetivo: 26 de abril de 2003) existieron numerosas publicaciones que aparecieron con el fin de conmemorar tamaña efemérides. Abro paréntesis: en ese momento me parecieron muchísimas; de la mayor parte de ellas me conseguí agenciar el pertinente ejemplar. No obstante, el número ha llegado a quedar empequeñecido por la multitud de nuevas obras publicadas recientemente (de las que asimismo dispongo de casi todas ellas de otro ejemplar), desconozco si por estrictas leyes del mercado o, simplemente, para festejar también los 110 años de vida del club. En su modestia, estas páginas pretenden engrosar aún más esa ya amplia oferta rojiblanca. Fin del paréntesis. Entre las mentadas publicaciones del centenario se encuentra la revista especial que el departamento encargado del diario deportivo “Marca” sacó a la calle. De gran formato (por cierto, señores de “Marca”, desde mi punto de vista personal, ese tipo de formato, que también emplean para anuarios y números especiales dedicados a Mundiales, Juegos Olímpicos o similares, es sumamente incómodo; prefiero otros más manejables. Sé que no va a encontrar mucho eco pero ahí dejo mi humilde petición), posee una portada, en mi opinión, sumamente impactante. Ataviados con las camisetas de sus respectivas épocas, aparecen fotografiados uno enfrente del otro, a modo de espejo (de hecho, quedan enmarcados por uno de ellos), dos de los mayores iconos del Aleti en todos sus años de larga y fecunda historia. El, en mi criterio, y parece ser que igualmente en el de los creativos de dicha portada, mayor de todos ellos, en términos absolutos, Gárate (recordemos que por ese motivo es el capítulo que abre esta obra), y el que lo era por aquellos años, Fernando Torres. Dicha portada refleja indudablemente el glorioso pasado, el oscuro presente y el incierto futuro de esos momentos del club. Parecía anclar en la personalidad de Fernando Torres el posterior devenir de la institución. Así fue, en cierta medida, pero todos sabemos ahora que, aún siendo grande lo por él aportado, no llegó a contribuir desgraciadamente a la grandeza del club con toda una trayectoria a él dedicada, repleta de títulos, logros y satisfacciones, tanto personales como colectivas.
  Fernando José Torres Sanz, apodado “El Niño” por su prematura llegada a la primera plantilla, nació en Fuenlabrada (Madrid) el día veinte de marzo de mil novecientos ochenta y cuatro. Es el menor de tres hermanos. De origen gallego, donde siendo niño pasó todos los veranos, y donde se echó novia, su actual esposa, Olalla, el resto de su infancia y adolescencia discurren en dicha localidad madrileña. Su sentimiento atlético le fue incardinado desde pequeño por su familia, de profunda raigambre rojiblanca, en particular el abuelo Eulalio. En cualquier caso, el protagonista ha repetido en varias ocasiones que dichas convicciones se vieron confirmadas, reforzadas e incrementadas con todos aquellos inolvidables partidos del glorioso año del doblete a los que pudo acudir “in situ”, al encontrarse ya integrado en los equipos inferiores y facilitárseles a todos ellos el correspondiente pase. Allí había llegado, dejando detrás unos titubeantes e iniciales pasos en el mundo del fútbol, en su Fuenlabrada natal, en los que llegó incluso a jugar de portero. Por aquellos tiempos, su confesado ídolo era Kiko. Paradojas del fútbol, estuvieron próximos a compartir césped en forma oficial, pero nunca se llegó a verificar dicha circunstancia. El último partido del genio gaditano fue el de la 40ª jornada de la Liga 00-01, con el equipo en Segunda División, peleando por regresar a la categoría de oro, el día 3 de junio de 2001, ante el Albacete, en el Carlos Belmonte. Fue reemplazado a falta de quince minutos por el niño de Fuenlabrada, que con apenas diecisiete años acababa de debutar una semana antes frente al Leganés, portando el dorsal número 35 y entrando en el lugar de Luque. Era, por tanto, su segundo partido oficial. Y su primer gol. Cinco minutos después cabeceó un inusitadamente excepcional pase desde la banda derecha de Amaya, que ese día jugó de lateral diestro, y consiguió el único tanto del encuentro, que permitía, a falta de dos jornadas, mantener al equipo en la ruta del ascenso que, como de todos es sabido, infortunadamente no se llegaría a consumar. En cualquier caso, la fotografía del ídolo dando la alternativa al joven chaval que empieza, en dicha sustitución, es sumamente simbólica.


  Ese prematuro debut fue consensuado entre las altas esferas del club con el fin de incentivar a equipo y afición, que parecían algo desmotivados, con vistas al sprint final de Liga. Acababa de proclamarse con la selección española sub 16 campeón de Europa en Inglaterra, amén de haber obtenido los títulos particulares de mejor jugador y máximo goleador del torneo. Como acicate para la primera plantilla, a la vuelta fue promovido directamente desde juveniles. Y se consiguió el efecto deseado. Los cuatro últimos partidos, en los que él participó, se vencieron, todos por idéntico tanteo de uno a cero, y se pugnó por el ascenso hasta el final, del cual tan sólo nos apartó el fatídico “gol average”. Con diecisiete años recién cumplidos, en lugar de considerarle como un advenedizo que llega para usurparles el puesto, fue espléndidamente recibido por sus compañeros, aunando entre todos esfuerzos para un objetivo común. Por otro lado, su impacto entre la afición fue tremebundo.
  En mi modesta opinión, ese ha sido el legado más importante que Fernando Torres ha dejado para la causa rojiblanca. En una época de penurias en la categoría de plata, prolongada por unos años “oscuros” ya en la máxima competición, en donde el paso por el infierno había descapitalizado en recursos humanos al equipo (es decir, que eran jugadores de escaso nivel de calidad), “El Niño” fue una bocanada de aire fresco, uno de los escasos asideros a los que en aquellos tiempos se podía aferrar la sufrida hinchada. Su bonita historia de joven que debuta con pocos años en el club de sus amores, compartiendo vestuario con los que hasta hace poco eran sus ídolos, su cara de niño bueno y sus connaturales virtudes futbolísticas consiguieron mantener viva la llama de la ilusión de muchos seguidores rojiblancos. Fue también el reclamo para que muchos niños se identificaran con él y abrazaran la fe rojiblanca. Y aquí hablo en primera persona (no por mí, sino por mis sobrinos).
  Al igual que Gárate, Ufarte, Luis, Ayala y sus demás estupendos camaradas ejercieron de catalizador para los que éramos niños a principios de los 70, Fernando Torres (en este caso, casi prácticamente él en solitario) lo fue para todos aquellos infantes de comienzos del siglo XXI. Era su ídolo supremo. Así lo fue en principio para mi sobrino mayor, Guillermo y, poco después, para el segundo, Álvaro. Para los demás sobrinos que luego se han ido sumando al carro, Arturo o Jorge, o mis todavía muy pequeños hijos, pero que ya apuntan signos esperanzadores, su etapa de confirmación atlética coincidió con su no presencia en el club. Cuando a los dos mayores les llevaba al Calderón o a La Romareda (les invitaba a venir unos días cuando el Aleti jugaba en Zaragoza) siempre iban ilusionados porque iban a ver a su ídolo Fernando Torres. Recuerdo en particular como, con ocasión de un partido liguero poco después del centenario, el correspondiente a la 33ª jornada de la Liga 02-03, celebrado en el Vicente Calderón frente al Alavés el día 10 de mayo de 2003, en el que caímos derrotados por un gol, anotado por el rumano Ilie, a cero, aprovechando el trayecto en tren de cercanías hasta el estadio, hablamos del tema. Además, en concreto, esa fecha, Torres no iba a jugar por encontrarse lesionado. No obstante, Guillermo me confesaba su admiración por él. En aquellos días, como muchos chavales, prácticamente identificaba equipo con jugador. No quise quitarle la ilusión a un niño pero tampoco quería que su por entonces casi segura e inevitable marcha fuera traumática para él, así que le argumenté, todo lo mejor que se le puede argumentar a un niño pequeño, que era muy posible que poco tiempo después tuviera que dejar el club y que, sin embargo, la institución quedaría por encima de él, que había que quererle no a él en concreto (que también) sino a la entidad que representa, a las rayas rojas y blancas que defiende, al sentimiento que éstas desprenden, que es lo que permanecerá para siempre, más allá de él y de todos nosotros. La marcha de Torres no pudo sino confirmarse pocos años después, pero mi sobrino debió captar el mensaje porque continúa siendo (y seguro que ya para siempre; todos sabemos que una vez rojiblanco, siempre rojiblanco) fiel seguidor atlético.
  Desde el punto de vista técnico, reitero una de las ideas que ya se han apuntado con anterioridad. Pese a su tierna edad, desde muy pronto Fernando Torres tuvo que asumir la responsabilidad y, capitanía incluida, echarse a sus espaldas el peso y el devenir del equipo. Fue durante esos años que antes califiqué de “oscuros”. El paso por Segunda había dejado mucho por reconstruir y tuvimos que padecer muchos jugadores mediocres, amén de muchos otros que llegaron levantando grandes expectativas que luego defraudaron. No cito nombres concretos para no herir la susceptibilidad de los interesados y dado que todos podemos saber de quienes estamos hablando. Controles de balón, circulación del mismo, pases en profundidad y demás exquisiteces técnicas nos estuvieron vedadas durante cierto tiempo. Tan solo podíamos disfrutar de ellas a cuentagotas, de manos (o mejor dicho, pies) de unos poco dotados como el propio Fernando Torres, Ibagaza o el danés Gronkjaer, en la escasa media temporada (04-05) en que militó bajo bandera rojiblanca. Es por ello que la dependencia del delantero centro se hizo acusada. Todos ansiábamos ver su potente carrera, sus desmarques en velocidad, su poderoso y colocado disparo, su certero remate de cabeza, su valentía y arrojo sin fin y sus estéticos driblings en velocidad con más frecuencia de la que pudimos saborear. En cierta manera, cuando vio que su progresión individual quedaba dolorosamente alejada de la del equipo (hay quien dice que el detonante definitivo fue la goleada de cero a seis encajada frente al Barcelona en el Calderón, jaleada además por un amplio sector de la grada para perjudicar al eterno rival madridista) y se vio “obligado” a buscarla por otros derroteros, contribuyó con el dinero que nos proporcionó a la definitiva reconstrucción del equipo, permitiendo la llegada de estrellas que pocos años antes hubieran sido impensables.

  Fernando Torres permaneció en la órbita rojiblanca durante un total de siete temporadas, desde la 00-01 hasta la 06-07. Las dos primeras, en Segunda División. Las cinco restantes, en Primera. Su inicio en esta categoría, tras su debut y año de asentamiento, bajo la sabia batuta de Luis Aragonés, tuvo lugar en la primera jornada de la Liga 02-03, 1 de septiembre de 2002, empate a dos en el Nou Camp, con goles de Luis Enrique, ambos, para los blaugranas y de Otero y Correa para los atléticos. Su primer tanto, dos semanas después, segunda jornada frente al Sevilla en el Calderón. Con él igualó el inicial del sevillista Moisés. En conjunto, participó en 244 partidos oficiales, desglosados en 214 de Liga (4, 36, 29, 35, 38, 36 y 36), 25 de Copa del Rey (2, 1, 3, 5, 6, 4 y 4) y 5 de Copa Intertoto (en la 04-05). Prueba inequívoca de la “oscuridad” de esos años fue la escasa participación tanto en Copa como, sobre todo, en Europa (en este caso, más que escasa, más bien raquítica). En todos esos encuentros acertó con las redes adversarias en un total de noventa y una ocasiones, repartidas en 82 de Liga (1, 6, 13, 19, 16, 13 y 14), 7 de Copa y 2 en Europa. Solía ser el máximo goleador del equipo y además, en las campañas 03-04 y 04-05, también el máximo liguero nacional.
  Su palmarés rojiblanco está huérfano. Si acaso, se puede incluir el Campeonato de Segunda División en la 01-02.Pero no es algo de lo que se pueda alardear en demasía. De todos los destacados jugadores del Aleti a los que he dedicado semblanzas individuales, dejando al margen a algunos que por su escasa permanencia en el club no pudieron llegar a obtener títulos, como Alemao o Vieri, es el único que presenta un palmarés en blanco. No quisiera repetirme demasiado pero, ¿recuerdan algo relativo a “años oscuros”?. Indudablemente repercutió también en grado sumo en esta faceta de los títulos conquistados.
  Por el contrario, su participación en la selección española lo ha sido durante el periodo más dulce de su historia, lo que le ha posibilitado, a fecha de finales de 2013, ser campeón del Mundo en Sudáfrica 10 y de Europa en Austria y Suiza 08 y en Polonia y Ucrania 12. Su debut en “La Roja”, con diecinueve años, tuvo lugar el día 6 de septiembre de 2003. Con Sáez de seleccionador, se venció a Portugal en partido amistoso celebrado en tierras lusas por cero a tres, anotados por Etxeberría, Joaquín y Diego Tristán. Ese día también debutaba el futuro atlético Reyes, con el que no llegaría a coincidir en nómina rojiblanca, pero sí en las categorías inferiores de España, además de en la absoluta, demostrando una profunda compenetración.
  Su primer gol internacional llegó al quinto partido. Otro amistoso allende las fronteras españolas, en esta ocasión en Italia, con empate a uno frente a los transalpinos. El tanto italiano, obra de Vieri (¿les suena de algo?). En materia goleadora, no obstante, su aportación más sobresaliente, que le ha llevado a pasar a la inmortalidad de la historia del fútbol español, es el solitario gol marcado a Alemania en la final de la Eurocopa 08, el veintinueve de junio, inexcusable paradigma de sus dotes futbolísticas, por su potencia y velocidad.
  Tras Sáez, con el que llegó a participar en la fase final de la Eurocopa de Portugal 04 (jugó los tres encuentros allí disputados, sin diana alguna), también ha contado para los posteriores seleccionadores. Tanto para su viejo mentor Luis Aragonés, con el que acudió al Mundial de Alemania 06 (cuatro partidos y tres goles) y la Eurocopa de Austria y Suiza 08 (cinco y dos, entre ellos el mentado definitivo), como para Del Bosque, con el que ha asistido a la Copa Confederaciones de Sudáfrica 09 (cinco y tres), Mundial de Sudáfrica 10 (siete y cero; llegó fuera de su mejor forma, por lesión, participando en todos los encuentros pero sin su brillantez acostumbrada y perdiendo la titularidad a lo largo del torneo en beneficio del barcelonista Pedro), Eurocopa de Polonia y Ucrania 12 (cinco y tres; bota de oro al máximo goleador de la competición) y Copa de Confederaciones 13 (cuatro y cinco; también aquí bota de oro al máximo goleador).

 Hasta finales de 2013 ha portado la casaca roja en 106 ocasiones. El que más de todos aquellos que alguna vez hayan vestido la camiseta rojiblanca. Muy lejos de los demás. Si acaso, tan solo le puede inquietar, dependiendo de sus respectivas trayectorias internacionales futuras, el rojiblanco de nuevo cuño Villa. Y, en mi opinión, el reciente internacional Koke. Dada la juventud en su debut, si se mantiene en el combinado nacional durante muchos años, es posible que se acerque, o incluso, si todo va muy bien, sobrepase esa cifra. En todos esos encuentros ha marcado 36 tantos, convirtiéndose en el tercer máximo goleador de la historia de la selección, tras Villa y Raúl.
  Cuando Torres se fue del Aleti lo hizo rumbo a la siempre dificultosa Liga inglesa. Tres temporadas y media en el Liverpool, equipo hermanado con el nuestro, y desde entonces en el Chelsea. Allí sí que ha conseguido los títulos que aquí no pudo. Entre otros, la valiosa Champions League. Pero esa es otra historia, alejada de los colores rojiblancos  En lo que a nosotros respecta, tenemos que conformarnos, que no es poco, con lo con él vivido. Incluso con lo que en el futuro se pueda llegar a vivir de nuevo. Siempre será atlético de corazón. Tan solo baste con recordar como en los paseos triunfales de la Selección tras sus sonoros éxitos, no dudó en portar una bandera nacional con el escudo del Aleti. Sentimiento rojiblanco.                        

        

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

martes, 12 de noviembre de 2013

DOCE DELANTEROS MÁS


DOCE DELANTEROS MÁS
  Concluye esta serie con doce delanteros más. Breves consideraciones previas: a) no todos los examinados son arietes; en la ortodoxia del 4-3-3 que a alguno de ellos les tocó vivir, los extremos también eran considerados como delanteros. Es por eso que se incluyen aquí a Pedraza y Rubio; b) también se encajan algunos atacantes que es ineludible recordar, pero más bien por su escasa aportación que por sus triunfos (Rodax y, sobre todo, Valencia); c) y, finalmente, también repasamos a alguno que no dejó muy grata memoria en su despedida; pero, nobleza obliga, y lo cortés no quita lo valiente, dejaron muchas tardes y noches de muy agradable recuerdo (Hugo Sánchez y Agüero). 
  1.- BECERRA. Heraldo Becerra Nunes nació en Sao Jerónimo (Brasil) el día 21 de abril de 1946. Es uno de los que llegó a la Liga española como “oriundo” (era hijo de un español nacido en la asturiana localidad de Trubia). De toda la vida de Dios, cuando jugaba y con posterioridad, su apellido se escribía con “c”. Pero, ante mi sorpresa, existen bastantes de las fuentes consultadas que lo escriben con la letra “z” (Bezerra), lo cual no debe ser muy verosímil si es hijo de español.
  Apenas jugó en su país natal en el Cruzeiro. Enseguida se trasladó a la Liga argentina, donde destacó poderosamente en sus tres campañas con el Newell´s Old Boys. De ahí fue fichado por el Aleti en la temporada 71-72. Es por ello el frecuente error de considerarlo como argentino. Llegado en una de las épocas más dulces del club, supo colaborar con sus increíbles rapidez y verticalidad. Sin embargo, no era excesivamente goleador. En sus primeros años, su larga melena le costó más de un rifirrafe con alguno de sus estrictos entrenadores. Con Ayala y Gárate conformó la mítica línea delantera conocida como de “los tres puñales”.
  Permaneció seis ejercicios, hasta el 76-77, en los que jugó muy desigualmente. Mucho en los cuatro primeros y muy poco en los dos últimos. En total, 138 encuentros oficiales, distribuidos en 102 de Liga (20, 30, 28, 20, 1 y 3), 19 de Copa del Rey, 16 de diferentes competiciones europeas y 1 de la Copa Intercontinental (jugó la ida en Argentina, sustituyendo a Alberto en el descanso). Con el Aleti consiguió, además de este título, las Ligas 72-73 y 76-77 (aunque en esta última en realidad abandonó el club a comienzos de la competición; y además, a título póstumo, como luego se dirá), y las Copas de los años 71-72 y 75-76 (pese a que en la primera de ellas no disputara partido alguno durante el torneo; en la segunda sí participó en la final, siendo sustituido por Aguilar). También jugó los dos partidos de la final de la Copa de Europa frente al Bayern de Munich en 1974, en el primero reemplazando a Ufarte (a él le hicieron la falta que transformó Luis) y en el de desempate de titular.
  En todos ellos anotó 26 goles oficiales, 16 de Liga (1, 6, 7, 2, 0 y 0), 6 de Copa y 4 en Europa.
  Al tener también nacionalidad española, pudo defender la roja casaca de la selección española. Un único partido, amistoso frente a Turquía en Estambul, el 17 de octubre de 1973, con resultado de empate a cero.
  Trasladado de nuevo a Argentina, a Boca Juniors, falleció en accidente de tráfico al poco de retornar, el día 14 de marzo de 1977.    
  2.- LEIVINHA. Joao Leiva Campos Filho, Leivinha, nació en Novo Horizonte, Sao Paulo, Brasil, el día 11 de septiembre de 1949. Su abuelo era español. Las peripecias de su fichaje por el Aleti al Palmeiras brasileño a comienzos del curso 75-76 ya quedaron recogidas en el capítulo dedicado a Luiz Pereira, con el que llegó de la mano. También reseñé allí la euforia que la llegada de dos astros mundiales de su categoría proporcionó a la hinchada colchonera en general y a mí en particular.
  El debut de ambos se produjo el mismo día, el 28 de septiembre de 1975, en la cuarta jornada de la Liga 75-76, frente al Salamanca. Incontestable victoria por cuatro goles a uno, el primero de Ayala de penalti y los otros tres de Leivinha, el segundo de los cuales pasó a la historia por lo inverosímil del ángulo de disparo. Ese día del debut, así como en general su primera temporada, el delantero rubio conectó más con la grada que el defensa negro. Indudablemente en ese primer año estuvo sensacional.
  Pero el que llegara siempre pasado de peso en las pretemporadas, le costara por consiguiente coger la forma y, sobre todo, la plaga de las lesiones, hicieron que en las tres siguientes campañas solamente se pudiera disfrutar de sus habilidades en pequeñas dosis. Ello provocó que en el imaginario colectivo popular rojiblanco se viera sobrepasado por su compañero de llegada.
  Elegante, duro disparo, excelente cabeceador, listo, avispado, valiente y decidido. Su carisma y popularidad le hicieron el favorito de muchos tiernos infantes de la época. Difundió en España el regate de la “bicicleta”, por entonces pocas veces vislumbrado por aquí. Se mantuvo en nómina rojiblanca cuatro campañas, desde la 75-76 hasta la 78-79, en las que participó en 93 encuentros oficiales, 82 de Liga (31, 15, 18 y 18), 6 de Copa del Rey y 5 europeos (3 de la Recopa y 2 de Copa de Europa). En todos ellos anotó 43 goles, 40 en Liga (19, 8, 6 y 7), 2 en Copa y 1 en Recopa.
  En esos cuatro años le dio tiempo a ganar dos títulos con el Aleti, la Copa 75-76 (aunque como extranjero no la pudo jugar) y la Liga 76-77.
  Internacional con Brasil en 21 ocasiones, con la que anotó 7 goles. Participó en el Mundial de Alemania 74.    
  3.- RUBÉN CANO. Rubén Andrés Cano Martínez nació en San Rafael (Argentina) el día 5 de febrero de 1961. Apodado “El Galgo” en su país natal y “El Pescador” en España, mote impuesto por el entonces popular locutor radiofónico Héctor del Mar. Sus padres eran españoles, y como tal fue inscrito nada más nacer en el Consulado español de Mendoza.
  Tras apenas despuntar en Argentina en equipos de poca trascendencia como San Rafael o Atlanta arribó a España para enrolarse en las filas del Elche. Dos temporadas de excelente rendimiento le valieron para ser contratado por el Aleti, en la 76-77, justo a tiempo de sustituir como delantero centro a un Gárate al que el maldito hongo tan sólo le permitiría participar durante ese año en un partido de Liga. Seis temporadas de rojiblanco, hasta la 81-82.
  Un poco tosco y desgarbado, supo ganar a la grada colchonera con su constante afán de superación, su entrega sin límite, su constante batallar y, sobre todo, su intuición cara al gol. Era el típico atacante que metía infinidad de goles de área pequeña, tras rebotes y aglomeraciones. En total, marcó de rojiblanco 97 goles oficiales, repartidos en 81 de Liga (20, 21, 19, 11, 9 y 1), 8 en Copa del Rey y 8 en las tres competiciones europeas de la época. Para ello debió alinearse en 203 partidos, divididos en 167 de Liga (32, 33, 34, 28, 28 y 12), y 18 tanto de Copa como en Europa.
  Internacional con España. Debutó el día 16 de abril de 1977 (el mismo que Leal), con derrota en Bucarest frente a Rumania por un gol a cero, autogol de Benito, en partido clasificatorio para el Mundial de Argentina 78, a cuya fase final efectivamente acudiría. Fue doce veces internacional, marcando cuatro goles (amistoso frente a Suiza, frente a Rumania la vuelta, en el Calderón, el mítico frente a Yugoslavia, y otro frente a Chipre en Salamanca, pese a los reproches del público).
  Ganó la Liga de su primer año, 76-77. Tras irse del Aleti, permaneció tres años en el Tenerife y dos más en el Rayo Vallecano.
  4.- RUBIO. Juan José Rubio Jiménez nació en Madrid el día 28 de agosto de 1956. Producto genuino de la cantera rojiblanca, en la que atravesó todas las categorías desde infantiles, debutó con el primer equipo episódicamente, participando en un único encuentro de la temporada 76-77, el de la ida de los octavos de final contra el Sevilla en el Sánchez Pizjuán, sustituyendo a Leal y jugando veintiún minutos.
  Desde la siguiente, 77-78, se asienta definitivamente en la primera plantilla durante diez más, hasta la 86-87. Disputó 333 partidos oficiales. De ellos, 248 de Liga (20, 31, 32, 33, 20, 30, 28, 15, 29 y 10), 46 de Copa, 14 de las tres competiciones europeas, 24 de Copa de la Liga y 1 de Supercopa de España. En materia goleadora, 49 aciertos, desglosados en 30 de Liga (3, 3, 2, 8, 2, 5, 4, 0, 1 y 2), 12 de Copa, 1 en Recopa (vuelta semifinales, en Europa, contra el Bayer Uerdingen) y 6 en Copa de la Liga. Entre sus goles más recordados se encuentra el segundo de los dos (el primero fue de Rubén Cano) que ese día hizo el Aleti en el Bernabéu, en la eliminatoria contra el Real Madrid, copa 78-79, que significaba el definitivo empate a dos. Fue el día en el que Guruceta anuló dos goles legales a los colchoneros y nos eliminó. Batió a García Remón con un elevado disparo desde la mismísima línea de fondo.
  Campeón de Copa en 1985, donde fue titular, y de la Supercopa de España de ese mismo año. Dado su único partido de la 76-77, forzando la estadística, también se le puede incluir en su palmarés la Liga de ese año. También jugó (y anotó un gol) la perdida final de Copa de 1987 frente a la Real Sociedad.
  Los números revelan nítidamente que no era especialmente goleador. Era el típico jugador de banda, en su caso izquierda, hábil, escurridizo, veloz y habilidoso. Llevaba siempre el cuero pegado a la bota lo que, unido a su menuda complexión física, provocaba numerosas faltas (pese a que las malas lenguas blancas hablasen de piscinazos, o algo así).
  Una sola vez internacional. Curiosamente, en el Vicente Calderón, en amistoso frente a Francia disputado el día 18 de febrero de 1981. Se venció por un gol a cero, anotado de penalti por Juanito, cometido sobre Rubio.
  Tras dejar el Aleti, jugó dos años más con el Sabadell (el primero en Primera División y el segundo en Segunda).
   5.- PEDRAZA. Juan Carlos Gómez Pedraza nació en Madrid el día 1 de septiembre de 1959. Otro producto genuino de la cantera atlética, donde fue subiendo escalones en forma paulatina.
  Estrella del mítico Atlético Madrileño que a principios de los ochenta maravilló a sus espectadores, en unión de otros ilustres del equipo como Julio Prieto, Pedro Pablo, Juanín, Prado, Víctor o Mínguez. Pedraza era siempre llamativo por su derroche físico ilimitado.
  Tras disputar un aislado encuentro de Copa de eliminatoria temprana en la campaña 79-80 y seis al final de la Liga en la 80-81, casi todos ante la falta de efectivos tras el “Margüendazo”, fue cedido un año al Racing de Santander. Y su regreso, 82-83, coincidió con indudablemente su mejor temporada. Mejor dicho, su mejor media temporada. Desde su posición de extremo derecho, desbordaba una y otra vez a los adversarios y creaba peligro en forma continuada. Llegó a un nivel excelso que le llevó a la selección. Disputó los dos primeros partidos de la era Miguel Muñoz (post-Mundial 82), en Málaga ante Islandia (donde anotó el solitario gol de la victoria por uno a cero, desplegando una más de sus entonces portentosas exhibiciones individuales) y en Dublín ante Eire, con empate a tres. Pero, inexplicablemente, sufrió a mitad de temporada un misterioso bajón. Ya no se iba con tanta facilidad ni creaba tanto peligro. Jamás se volvió a recuperar el nivel de ese Pedraza sublime. Pero todos aquellos que pudimos verlo y disfrutarlo lo guardamos en un rincón de la memoria como oro en paño.
  Culminó esa su temporada mágica con 32 partidos de Liga y dos goles. Durante las tres siguientes, sumó en cuanto a partidos 28, 13 y 7, y en cuanto a goles 7, 1 y 0. El indudable descenso de rendimiento que revelan estos números motivó su cesión en la temporada 86-87 al Cádiz. Retornó a la siguiente, 87-88, para sumar tan solo cuatro partidos más de Liga y dos de Copa. Luego volvió al Racing de Santander, en Segunda División, durante dos años más.
  En total, 121 partidos oficiales. 90 de Liga, 14 de Copa, 5 en Europa, entre Copa de la U.E.F.A. y Recopa y 12 de Copa de la Liga. En ellos, 14 goles, 10 de Liga, 1 en U.E.F.A y 3 en Copa de la Liga. En su palmarés, los dos títulos del equipo en la década de los ochenta (más concretamente, del 85, Copa y Supercopa).
  6.- HUGO SÁNCHEZ. Hugo Sánchez Márquez nació en la capital de México, México, D.F., el día 11 de julio de 1958. Desde muy joven (se le conocía como “Niño de oro”) destacó poderosamente en la Liga mexicana, en el Pumas UNAM.
  El Atlético de Madrid confió en él para su integración en Europa, en la temporada 81-82. Y ésta no fue especialmente fácil. Todo lo contrario. Su primera temporada atlética no es especialmente memorable. Las dificultades de adaptación y el jugar pegado a la banda izquierda no contribuían a su eclosión como goleador. En noviembre, con motivo de un viaje a México, los dirigentes del club estuvieron a punto de pedirle que no volviera. A partir de la primavera, ya ubicado de delantero centro, sí que convirtió goles importantes y se ganó su continuidad en el equipo para los años siguientes.
  Su trayectoria atlética muestra claramente una progresión constante. Tras ese primer año dubitativo, se va consolidando progresivamente a partir del siguiente, acompañado en las bandas por Pedraza y Rubio. Su letal remate se fue perfeccionando en esos años. Sobre todo con su pierna izquierda. No era especialmente cabeceador, pero su valentía le llevó a anotar muchos goles de cabeza. Tiraba faltas y penaltis. De sus nombradas chilenas (o huguinas, como a él inmodestamente le gustaba llamarlas) solo pudimos disfrutar en una ocasión.
  De nuevo los números son claramente ilustrativos. En sus cuatro temporadas, desde la 81-82 hasta la 84-85 disputó de rojiblanco 162 partidos oficiales, repartidos en 111 de Liga (20, 31, 27 y 33), 19 de Copa del Rey, 6 de Copa de la U.E.F.A. (eran los años en los que caíamos indefectiblemente en primera ronda, ante Boavista, Groningen o Sion) y 26 de la extinta Copa de la Liga. Su aportación goleadora se cifra en 54 goles ligueros (8, 15, 12 y 19; fue pichichi nacional en esa última Liga), 13 en Copa, 1 en Copa de la U.E.F.A. y 14 en Copa de la Liga.
  Durante su último año sus pertinaces loas y alabanzas al Real Madrid pusieron la mosca detrás de la oreja a más de un aficionado. Ya tenía decidido trasladarse de acera y estaba preparando el terreno, traicionando la confianza en él depositada por la hinchada. En años posteriores decía guardar buen recuerdo de nuestro equipo, como un mero trampolín que le facilitó la llegada a Europa. Ha sido uno de los pocos en la historia colchonera a los que el virus rojiblanco no les ha hecho demasiado efecto. Su “traición” le borró de muchas memorias atléticas.
  En su único título oficial, la Copa del Rey 84-85, ganada en el Bernabéu el día treinta de junio de mil novecientos ochenta y cinco frente al Athletic de Bilbao por dos a uno, hay que reconocer que su aportación, tanto durante el torneo como en la mismísima final, fue decisiva. Anotó los dos goles del equipo, ese día todo de rojo, el primero de penalti y el segundo con la derecha tras excelente pase retrasado de Landáburu.
  Internacional con México en 58 ocasiones, anotando 29 goles, participó en las fases finales de los Mundiales de Argentina 78, México 86 y Estados Unidos 94.
  7.- DA SILVA. Jorge Orosmán “Polilla” Da Silva Echeverrito nació en la capital uruguaya, Montevideo, el día 11 de diciembre de 1961. Tras sobresalir en su país natal con el Defensor y tres años ya en España, en el Valladolid, recaló al Aleti en la temporada 85-86, precisamente para suplir la baja del mexicano Hugo Sánchez, tras su despedida hacia la acera de enfrente.
  Con los colores rojiblancos disputó dos ejercicios, 85-86 y 86-87, en los que ofreció un aceptable rendimiento, pero sin llegar a alcanzar las cotas de excelencia que se le presuponían. Participó en 80 encuentros oficiales, 58 de Liga (30 y 28), 9 de Copa (4 y 5), 11 en Europa (8 de la Recopa el primer año y 3 de la Copa de la U.E.F.A. en el segundo) y, finalmente, dos de la Supercopa de España 85-86. Su aportación goleadora total en todos ellos fue de 29 tantos, desglosados en 21 de Liga (13 y 8), 3 de Copa (1 y 2), 4 europeos (3 y 1) y 1 en la Supercopa.
  Todo ello bajo la sabia batuta de Luis Aragonés. Comoquiera que parecía tardar en entrar en el equipo, le dispensó un breve paso por el banquillo, tras el cual salió con renovadas energías.
  De todos los goles anteriormente relacionados el más impactante por su belleza suprema, y que recomiendo fervientemente a todos aquellos que jamás lo hayan podido ver que lo busquen en la red de redes, fue el primero de la goleada por cinco a cero (él mismo anotó dos más y los otros dos fueron de Cabrera) frente al Valencia, en casa, en la jornada 11ª de la Liga 85-86, el día 10 de noviembre de 1985. Una chilena espeluznante, de libro, como mandan los cánones, marcando todos los tiempos, y alejada, desde el borde del área. Un inolvidable deleite para los sentidos. Además, fue su único triplete goleador rojiblanco.
  Consiguió como único título atlético la Supercopa de España, ante el Barcelona. En el partido de ida anotó uno de los tres goles. También jugó, y perdió, la final de la Recopa ante el Dinamo de Kiev. Además, tras arduas negociaciones del club. Se hallaba ya concentrado con la selección uruguaya con vistas al Mundial de México 86 y costó Dios y ayuda que lo liberaran.
  Abandonó el Aleti y España al mismo tiempo. Continuó jugando algún año más en Argentina, Colombia y Uruguay.


  8.- BALTAZAR. Baltazar María de Morais Junior, conocido para el mundo balompédico con únicamente su primer nombre propio, nació en la brasileña localidad de Goiânia el día 17 de julio de 1959. Fue el primer gran delantero adquirido en la era Gil. En la recién estrenada Presidencia “heredó” a Julio Salinas, de la etapa anterior. Para el siguiente ejercicio, 88-89, contrató al ariete brasileño que, tras pasar por diferentes equipos de su país, había destacado ya en España, en las filas del Celta, durante los tres años anteriores, tanto en Primera como en Segunda División.

  De todos los delanteros aquí rememorados era indudablemente el más “asesino”. También en otras palabras, el más egoísta. Público y compañeros sabíamos que cualquier balón que tuviera en mínima predisposición concluiría con disparo a puerta. Con la única excepción del día en que en un claro dos contra uno, contra el portero, quiso ceder el balón a su compañero (creo que era Aguilera) y éste, sorprendido hasta el paroxismo, no supo reaccionar a tiempo, malogrando la clarísima ocasión.
  Dos temporadas completas bajo nómina rojiblanca. La primera (88-89), excelente. 35 goles ligueros y pichichi del torneo. Enchufaba gol tras gol, con facilidad asombrosa. Cierto es que ayudado en grado sumo por sus compañeros. La segunda (89-90), con Clemente en el banquillo, sufrió los rigores defensivos del técnico y menguó su producción anotadora. También participó efímeramente en la 90-91, con unos pocos choques al principio de la campaña, antes de ser traspasado al Oporto, sin que pudiera incrementar en ninguno de ellos su cifra goleadora.
  En conjunto, 93 partidos oficiales. De Liga, 77 (36, 38 y 3); de Copa, 10 (8, 2 y 0); y en Europa, 6 (todos de Copa de la U.E.F.A, .a razón de dos por año, en aquellos funestos tiempos en que caíamos vez tras vez en primera ronda; en este caso, sucesivamente, ante Groningen, Fiorentina y Politécnica de Timisoara). En todos ellos aportó 61 aciertos. De Liga, 53 (los 35 ya referenciados y 18); de Copa, 6, todos en su primera temporada; y de Copa de la U.E.F.A., 2 (1 y 1).
  No consiguió título alguno con el club. Internacional en siete ocasiones. Tras jugar en Portugal y Francia, volvió a Brasil, para concluir su trayectoria en la liga japonesa.
  9.- RODAX. Gerhard Rodax nació en Tattendorf (Austria) el día 29 de agosto de 1965. Antes y después de su estancia rojiblanca jugó tan solo en Austria. Bota de Plata europea en 1990, destacado en el Mundial de Italia 90 y brillante en amistoso previo de preparación frente a la selección española, fue objetivo personal de Jesús Gil, que le contrató para la temporada 90-91. Y defraudó.
  No pudo adaptarse a la exigente Liga española. Fue un claro ejemplo más de que altas cifras goleadoras en ligas menores no garantizan el éxito en otras más exigentes.
  Poseía velocidad, entrega, pundonor y un muy duro disparo. Oportunista, como todo buen delantero. Pero con todo ello no le bastó. Carecía de las aptitudes técnicas (en este sentido, recuerdo una veloz carrera desde el centro del campo hasta el área, con el balón por delante de él, brincando como un conejo, sin que en ningún momento llegara a estar controlado) y tácticas necesarias.
  En su única temporada completa, 90-91, en la que coincidió efímeramente con Baltazar (parte de las razones de su marcha fue la confianza en el nuevo fichaje) disputó 30 encuentros oficiales, repartidos en 26 de Liga (con 9 goles), 2 de Copa (con 1 tanto) y 2 de Copa de la U.E.F.A. (sin gol alguno; ¿recuerdan?, ante la Politécnica de Timisoara). A la siguiente, 91-92, añadió un partido más de Liga y otro de Supercopa (ida), para regresar de inmediato a su país.
  Aunque dejara un regusto amargo, al menos hay que reconocerle su predisposición positiva, su entrega, pundonor y compromiso. Se puede decir que se partió la cara por los colores rojiblancos (literalmente; en cabezazo con Sanchís en el Bernabéu, en los octavos de final de Copa, ida, tras haber marcado un gol, se fracturó el pómulo).
  Aunque no jugara la final, en su palmarés rojiblanco se incluye la Copa de 1991, la de la final del Mallorca.

10.- VALENCIA. Adolfo José “El Tren” Valencia Mosquera nació en Buenaventura (Colombia), el día 6 de febrero de 1968. Viene a estas líneas como inolvidable jugador del Atlético de Madrid. Pero lo de inolvidable, más que por sus aportaciones, goles y jugadas, por todo lo contrario. Cuando se mencionan los enormes fiascos, los grandes fichajes “a priori” que a la postre resultaron un sonoro fracaso, es indudable que Valencia (si acaso, en dura competencia con el “Pato” Sosa) debe figurar el primero de la lista.
  Era rápido. Buen cabeceador. Pero es que no se movía. No se desmarcaba. No colaboraba en el juego asociativo. No corría. No luchaba. Nada de nada. La decepción de la hinchada fue mayúscula. Y el paso del tiempo ha agigantado esa leyenda negra.
  Recuerdo que el día de su precipitado debut oficial, contratado pocas fechas antes, en la primera jornada de la Liga 94-95, ante el Valencia, con dolorosa derrota por dos goles (de Pirri y Caminero) a cuatro (tres de Mijatovic y uno de Salenko), el día cuatro de septiembre de mil novecientos noventa y cuatro, mi hermano y yo, a despecho de la reacción furibunda del resto de la grada cercana, que anhelaba ver en el colombiano al ariete salvador, ya anticipamos en voz alta, después de tratar de controlar infructuosamente un sencillo balón que se le terminó escapando lastimeramente por la banda, tras múltiples giros, requiebros, amagos y movimientos de cuerpo descoordinados, que ese tío era un paquete.
  En su única temporada, 94-95, fichado del Bayern de Munich, probablemente por recomendación “desinteresada” del entrenador de esa campaña, su compatriota Maturana, disputó apenas 30 encuentros oficiales, 24 de Liga y 6 de Copa, en los que anotó respectivamente 6 y 2 goles. Pero nos dio tiempo en ellos a ver desplegar la “totalidad” de sus “cualidades”. Si acaso, el único partido en el que se aproximó, siquiera mínimamente a los que nos habían prometido, fue en el de ida de la eliminatoria de octavos de final de Copa del Rey, ante el Barcelona en el Nou Camp, el día siete de febrero de mil novecientos noventa y cinco. Se venció por uno, de Abelardo, a cuatro, de Simeone, Pirri y dos de Valencia, que ese día demostró un poco más de interés y concentración.
  Tras fuertes trifulcas con un desengañado (como todos) Presidente, continuó carrera por Colombia, Italia, Estados Unidos, Grecia, Venezuela y China. Se ve que en todos esos diferentes emplazamientos tampoco llegaron a entender su juego. Y es que los atléticos podemos perdonar muchas cosas, pero nunca la abulia, el pasotismo, el desinterés y la holgazanería.                  

 

11.- HASSELBAINK. Jerrey “Jimmy” Floyd Hasselbaink nació en Panamaribo, capital de Surinam, el día 27 de marzo de 1972. También tenía nacionalidad inglesa y holandesa, la camiseta naranja de cuya selección defendió.
 

  Arribó a las huestes rojiblancas en la temporada 99-00, con la difícil tarea de suplir a un consumado goleador como el italiano Vieri, que había dejado profunda huella en el club. Traía el bagaje de un rendimiento mantenido durante varios años en diferentes conjuntos de las ligas holandesa, portuguesa e inglesa (el último de ellos, el Leeds United).
  Desde un inicio su carismática personalidad, su alegría y espontaneidad conectaron con la afición. A diferencia de otros (ver unas pocas líneas atrás) luchaba partido tras partido con coraje y sin desmayo. Todo ello coronado por un extraordinario instinto goleador y un poderosísimo disparo, proveniente al parecer de sus hiperdesarrollados glúteos (se rumorea que tuvieron que llegar a hacerle los pantalones de juego a medida). Desde un punto de vista personal, considero que ofrecía importantes lagunas técnicas, pero que quedaban difuminadas por el resto de sus cualidades.
  Con uno de sus característicos trallazos inauguró su marcador personal colchonero frente al Zaragoza, en La Romareda (lo pude disfrutar de primera mano), en la jornada 4ª de Liga. Luego llegarían muchos más. Por lo usual celebraba muchos de sus tantos tirándose en plancha al interior de la portería. En Copa, en Vallecas, lo hizo gritándole el gol en la cara, a escasos centímetros, a un policía nacional. También destacadas sus dos dianas de la jornada 10ª en el Bernabéu que, unidas a la de José Mari, permitieron la victoria por 1 a 3 (última frente al eterno rival durante catorce años).
  Su colaboración en esa su única temporada a la causa atlética fue de 47 partidos oficiales. De ellos, 34 de Liga, con 24 goles, 6 de Copa, con 4 aciertos, y 7 de la Copa de la U.E.F.A., con 7 tantos.
  Desgraciadamente esa única campaña fue la del descenso. Y él falló en Oviedo un penalti que muchos quisieron ver decisivo, pero que en realidad no hacía sino rubricar un acontecimiento que había quedado anunciado tiempo atrás. Sus lágrimas tras consumarse mostraron la identificación que había llegado a alcanzar con los colores rojos y blancos. Se marchó, de nuevo a Inglaterra, prometiendo retornar una vez recobrada la categoría. Pero, como todos sabemos, es algo que nunca se llegó a verificar.
  Y 12.- AGÜERO. Sergio Leonel “Kun” Agüero del Castillo nació en Quilmes, barrio de Buenos Aires, Argentina, el día 2 de junio de 1988. Tras destacar con apenas quince años en Independiente, el Atlético de Madrid confió ciegamente en él y pagó un importante traspaso por un futbolista de apenas diecisiete años, en la temporada 06-07, desconocedor aún de su potencial fuera de su país.
  Con su llegada se inició el punto de inflexión que llevó al club a ir consiguiendo dejar paulatinamente atrás “los años oscuros” e iniciar una senda resurgente, si bien, en algún momento posterior, quebrada.
  Militó de rojiblanco cinco campañas, desde la 06-07 a la 10-11. La primera, con la sabia batuta de Aguirre detrás, de asentamiento. Las demás, de eclosión definitiva. En ellas participó en 234 encuentros oficiales, repartidos en 175 de Liga (38, 37, 37, 31 y 32), 20 de Copa del Rey (4, 4, 1, 7 y 4) y 39 de diferentes competiciones europeas, tanto Copa de la U.E.F.A como Champions League y Europa League (0, 9, 9, 16 y 5). Su aportación goleadora fue de 101 goles oficiales, 74 de Liga (6, 19, 17, 12 y 20), 7 de Copa (1, 2, 0, 1 y 3) y 20 en Europa (0, 6, 4, 6 y 4).  
  Ayudó a conquistar esta última competición, en la vibrante final de Hamburgo frente al Fulham, 12 de mayo de 2010, sirviendo el balón en el minuto 116 que Forlán, aún no se sabe bien con que superficie, llevó a las mallas. También colaboró el mismo año, el 27 de agosto, en la victoria de la Supercopa de Europa frente al Inter de Milán, temporada siguiente, por dos goles a cero. Tras el primero de Reyes, él anotó el segundo, después de un excelente servicio de Simao.
  Por supuesto, internacional argentino. Participó en el Mundial de Sudáfrica 2010. Además, campeón del Mundo sub 20 en dos ocasiones y olímpico en Pekín 08.     
  Con la elástica rojiblanca maduró y se perfeccionó, desarrollando en la dura Liga española su potencia de piernas, habilidad, velocidad y remate. En contraprestación, cuando él se cansó, quiso cambiar de club, incluso flirteando con el Real Madrid. Al final, se fue a Inglaterra, al Manchester City. Muchos aún no le han perdonado por eso. Pero, al igual que Hugo Sánchez, pese a que su salida del club no fuera la más elegante, fue un importante delantero que ofreció tardes de gloria al lado del Manzanares y lejos de él, por lo que es de justicia dedicarle este breve recuerdo.
 
 
 
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ