miércoles, 31 de octubre de 2012

JUGADORES DEL FILIAL-DOS.

Fede celebrando un gol
JUGADORES DEL FILIAL- DOS

  Como continuación de una de las últimas entradas de este blog, concluyo con este artículo el tema allí planteado y desarrollado en parte: una breve rememoración de aquellos jugadores que, habiendo jugado con nuestro primer equipo filial, el Atlético Madrileño o Atlético de Madrid B (según épocas) me hayan dejado un especial recuerdo y que, no obstante, no hayan llegado a formar parte de la primera plantilla o bien lo hayan hecho en muy pocos partidos, sin particular relevancia. Por consiguiente, quedan fuera todos los demás (Pedraza, Pedro Pablo, Abel, Marina, López, Solozábal, Mejías, Julio Prieto, Mínguez, Tomás, Fernando Torres, Baraja, Sergio, De Gea, Domínguez, Mario Suárez, etc.) que, habiendo arribado al primer equipo tras jugar con el filial, podamos incluirlos en el apartado de jugadores que, con mayor o menor fortuna, se hayan mantenido en ella durante varios años.
  En el susodicho anterior artículo se analizaron las figuras de Juanín, Víctor y Carlos Guerrero. Y quedaron anunciados los otros cuatro con los que hoy vamos a concluir esta temática: Quique Estebaranz, Julián, Fede y Jacobo.
  Juan Enrique Estebaranz López nació en Madrid, el día seis de octubre de mil novecientos sesenta y cinco. De los tratados en el artículo anterior y de los que trataremos en éste, ha sido probablemente el que haya llegado más lejos en el mundo del fútbol, desfilando por grandes equipos y alcanzando las mieles de la internacionalidad (en tres ocasiones consecutivas, con Clemente de seleccionador, todos ellas saliendo desde el banquillo, sustituyendo respectivamente a Julio Salinas, Claudio y Alfonso, desde el dos de junio al veintidós de septiembre de mil novecientos noventa y tres).
  Pero en su trayectoria atlética no llegó a disfrutar de partido alguno con el primer equipo. Destacó muchísimo en categorías inferiores, donde progresó muy adecuadamente. Pero al no poder acceder a la primera plantilla, se vio obligado a buscarse las habichuelas por otros equipos.
  La primera vez que pude verle desplegar sus cualidades sobre el terreno de juego fue en el campo central de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, en un vibrante (como todos) derbi de equipos juveniles. En nuestro equipo destacaban el cancerbero Jesús (tristemente fallecido poco después en accidente automovilístico en la M-30, siendo miembro del Atlético Madrileño), el imperial central que era Rivas (y que en estas categorías inferiores demostraba una solvencia majestuosa) y, sobre todo, las tres atacantes, Carmona (extremo derecho), Miguelín (delantero centro; cuando subió al Atlético Madrileño cambió su nombre por el de Miguel) y Quique (extremo izquierdo; entonces era solo conocido por el nombre, el apellido se lo impondrían en época posterior). Victoria inapelable por cero goles a tres. Pude disfrutar de más partidos de ese magnífico equipo juvenil en sesiones continuas matinales en el viejo campo del Moscardó, en Usera, donde tras jugar ellos salían los del equipo de Tercera División. Carmona y Miguelín hacían maravillas en esta etapa y parecía que iban a comerse el mundo. Quique iba un poco por detrás de ellos. Al incorporarse todos a una categoría superior, la Segunda División, con nuestro primer equipo filial, el Atlético Madrileño, la progresión de los dos primeros se fue recortando, a la par que la del tercero se agigantaba.
0-3 en la Ciudad Deportiva del Real Madrid; Quique, segundo agachado por la derecha
  Quique disputó en total cinco campañas con el filial, desde la 83-84 hasta la 87-88. Las tres primeras en Segunda División y las dos últimas en Segunda B. Su amplia trayectoria en este equipo, siempre pareciendo a punto de ascender al equipo matriz y nunca consiguiéndolo, hizo de él un veterano en sus últimas temporadas. Destacaba particularmente por su amplio despliegue físico sobre el terreno de juego. Partiendo de la posición de extremo izquierdo, abarcaba mucho espacio y participaba continuamente tanto en la elaboración de ataques como en los repliegues defensivos. No era muy alto, pero sí muy batallador. Cuando llegaba a la posición clásica de extremo izquierdo facilitaba a los delanteros unos pases de extraordinaria calidad. Pese a jugar en posiciones avanzadas, no era un consumado goleador (en esta faceta, sin duda alguna, su mejor temporada fue la 88-89, en Segunda División con el Racing de Santander, en la que fue pichichi de la categoría, anotando veintitrés goles).
  Disponía de un más que aceptable disparo lejano, que le convertía en un buen lanzador de faltas. En este sentido, cabe recordar un gol de lanzamiento directo en su última temporada atlética que los habituales del equipo filial estuvimos recordando durante los años siguientes. Contra el Córdoba, en el Fondo Norte. Antes de contactar con el balón, Quique se desplazó lateralmente y estiró el cuello por encima de la barrera para, pequeñito como era, divisar con claridad la escuadra más alejada, donde fijó su vista, dando a entender que allí dirigiría el esférico. Dicho y hecho. Excelente disparo y el balón que entra como una bala por la escuadra que previamente había “fotografiado”.
Practicando fútbol indoor
  Ante la falta de oportunidades, fue traspasado al Racing de Santander, como acabamos de recordar. A la siguiente, al Tenerife, ya en Primera. Cuatro excelentes campañas, con dos Ligas menos en Canarias para la parroquia madridista, y en la 93-94 (las malas lenguas dicen que para agradecer los favores prestados), ficha por el Barcelona. Una temporada y de allí al Sevilla (dos), Extremadura (una) y, ya fuera de Primera, Orense y Gimnástica Segoviana.
  Ya retirado, su amor por los colores rojiblancos ha motivado que siga en estrecho contacto con el Club, en diferentes facetas.
  Pasemos al siguiente. Julián Romero Nieto, conocido futbolísticamente como Julián, nació en Madrid el día veinticinco de febrero de mil novecientos sesenta y nueve. Magnífico delantero centro. No era un tanque del área, sino el típico atacante que luego se ha puesto muy de moda, con gran calidad técnica, habilidad y enormes dotes asociativas, que es capaz de construirse la jugada él solito y que no está en el área esperando rematar, sino que llega al remate por sorpresa. Su principal inconveniente es que no era demasiado goleador. El primer partido que le pude ver fue con el equipo juvenil en un derbi contra el Real Madrid disputado en el estadio Vicente Calderón. Ese día el equipo ganó, y Julián me dejó una gratísima impresión, en unión de otros compañeros que pronto llegarían a la primera plantilla como el cancerbero Diego, Solozábal o Aguilera.
Alineación de la 89-90; Julián, segundo agachado por la derecha
 Disputó un único encuentro oficial con el Atlético de Madrid. En el que además consiguió un gol (obviamente el único con la camisola rojiblanca). En concreto, fue el día veintidós de mayo de mil novecientos ochenta y ocho, trigésimo octava y última jornada de la Liga 87-88, primera de Jesús Gil en la Presidencia. Empate a tres contra el Cádiz en el Carranza. Julián anotó el primero, López Ufarte (que volvía a jugar después de un largo periodo de inactividad, tras ser “castigado” por el Presidente como uno de los males del equipo) el segundo y el central Rivas, en uno de sus característicos zapatazos en saque de falta, el tercero (también sería su único gol con el Aleti). La temporada la había iniciado Menotti en el banquillo. En un alarde muy propio de los entrenadores sudamericanos decidió subir directamente al primer equipo a un jugador juvenil, como dando a entender que el resto de técnicos de la casa no habían sido capaces de ver sus extraordinarias cualidades y que a él no se le habían escapado. Pocos años después, Pacho Maturana haría lo mismo con el centrocampista De la Sagra. Menotti hablaba maravillas sobre Julián. Pero no le hizo debutar en partido oficial. Ese único encuentro lo jugó con Menotti ya cesado y Briones en el banquillo. A la postre sería su única aparición no tan sólo con el Atlético de Madrid, sino también en la Primera División española.

 El resto de su carrera discurrió en Segunda: el año siguiente cedido en el Rácing de Santander; el posterior (89-90) en el filial, Atlético Madrileño, donde los aficionados habituales pudimos apreciar sus innegables cualidades a lo largo de treinta y tres encuentros ligueros, en los que anotó cuatro goles (ya digo que no era excesivamente goleador); y después Las Palmas (una temporada), de nuevo Racing de Santander (dos) y finalmente, Getafe (otras dos).
Fede, de capitán
  Federico José Bahón López, conocido futbolísticamente como Fede, nació en Colindres (Cantabria), el día nueve de febrero de mil novecientos setenta y cuatro. Magnífico defensa central, con una planta estupenda para su posición, cerca del 1,90 de estatura. Rápido, expeditivo y contundente. Muy aceptable salida del balón desde la zaga. Su elevada talla le permitía sumarse con frecuencia al ataque y conseguir numerosos goles, sobre todo en remates de cabeza a saques de falta o de córner. Tras destacar en las categorías inferiores del fútbol cántabro, fue fichado por el Atlético de Madrid en edad juvenil, la temporada 90-91. A la siguiente fue cedido al Aranjuez. Curiosamente militó en el equipo C del Real Madrid, entonces en Segunda División B, la 93-94 (desconozco si cedido o traspasado y luego arrepentido). El hecho es que volvió al redil y disputó con la camiseta rojiblanca del segundo equipo cuatro excelentes campañas, desde la siguiente 94-95 hasta la 97-98. Las dos primeras en Segunda B y, tras ascender brillantemente, las dos siguientes en Segunda. En el partido definitivo del ascenso, en la 95-96 (ese añito glorioso en el que el primer equipo conquistó el doblete y el filial ascendió de categoría) disputado contra el Figueras en el estadio de Vallecas, Fede allanó el camino consiguiendo un gol en maravilloso remate de cabeza tras córner. Luego el partido se complicó en demasía, tras la expulsión del mediocampista gallego Míchel. Pero se aguantó el resultado en forma espartana y dos contragolpes cerca del final sentenciaron.

 Sus dos años en la categoría de plata rindió a excelente nivel. Y con enorme regularidad: treinta y cinco y treinta dos encuentros. En ambos casos todos menos uno de titular y con un gol anotado. Se rumoreó con insistencia sobre su ascenso de equipo (de hecho, llegó a estar inscrito en la lista oficial para la Copa de Europa 96-97) pero nunca llegó a cristalizar. Sus innegables cualidades nunca pudieron ser disfrutadas en Primera División. Tras abandonar la disciplina rojiblanca desfiló por diferentes clubes de Segunda y Segunda B, como Leganés (cinco años), Pontevedra (tres), Oviedo y Fuenlabrada (una cada uno). Posteriormente regresó como técnico al organigrama del club, en equipos alevines e infantiles (fue el entrenador del último torneo alevín “de Brunete” brillantemente conquistado al concluir la temporada 11-12).
 Y el último de los jugadores que me han dejado especial huella tras pasar por el filial y que no pudieron triunfar plenamente con el primer equipo, el séptimo en la suma de los dos artículos que he dedicado al tema es Jacobo. Jacobo María Ynclán Pajares nació en Madrid el día cuatro de febrero de mil novecientos ochenta y cuatro. Desde pequeñito en los equipos inferiores del Club, le descubrí por televisión en el juvenil que se proclamó brillantemente campeón de España en final ganada por tres a cero contra el Sevilla, en unión de otros entonces juveniles que al igual que él conseguirían llegar al equipo grande para abandonarlo de inmediato, como Toché o Manu del Moral. Jacobo militó en el equipo filial un total de dos temporadas, espaciadas en el tiempo, la 04-05 y la 06-07, donde tampoco es que disputara muchísimos partidos, quince la primera y dieciséis la segunda, amén de un partido aislado, siendo muy joven aún, en la 02-03. Cinco y siete goles, respectivamente. Entre medias, sendas cesiones a equipos de Segunda División, como el Polideportivo Ejido o el Lérida. La primera campaña no jugó demasiados encuentros porque en el mercado invernal fue cedido al equipo almeriense. Y la segunda porque ya viajaba frecuentemente con el primer equipo, a las órdenes del mexicano Javier Aguirre.
 Pero pese al no muy elevado número de partidos con el filial, Jacobo tuvo tiempo de mostrarnos a los aficionados sus grandes cualidades como mediapunta. Hábil con el balón en los pies, brillante en el uno contra uno y magnífico en los últimos pases. Llegaba además con tino y precisión al remate. Siendo zurdo, en muchas ocasiones era desplazado hacia la banda izquierda, desde donde desplegaba su tremenda visión de juego. Es decir, el tradicional mediapunta hábil y escurridizo del que huyen los entrenadores, so pretexto de su falta de trabajo. De hecho tan sólo llegó a disputar de primer rojiblanco un encuentro (y más que eso, un minuto), el día catorce de enero de dos mil siete, contra el Celta en Balaídos, en la decimoctava jornada de la Liga 06-07. Victoria por un gol (de Nené) a tres (los dos primeros de Fernando Torres y el tercero de Agüero). Esa fue la única temporada en que los dos astros ya ex-atléticos coincidieron en plantilla y uno de los pocos partidos en que golearon ambos. Jacobo tuvo ese día su minuto (literal) de gloria, dado que sustituyó a Galetti en el minuto 92, en el segundo de los tres de descuento. Finalmente, tras no triunfar con el Atlético de Madrid, se ha convertido en un trotamundos, pasando por equipos tales como el belga del Mouscron, el Alavés, el Guadalajara, el Alcalá y el austriaco del Wolfsberger.
Jacobo, con la camiseta del Wolfsberger
 Además de los siete examinados, existen otros muchos que se podían haber incluido, con iguales o mayores merecimientos. Recuerdo a algunos como Higuera, Rivas, Cuevas, Yordi, Sequeiros, Acosta, Marqués o Cordón. Pero esa es otra historia.    
 


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 10 de octubre de 2012

SOLOZÁBAL

SOLOZÁBAL

  Javier Clemente fue entrenador, entre otros muchos equipos, del Atlético de Madrid. Una sola temporada, la 1989-90. Inconclusa además. Fue cesado por el Presidente Jesús Gil tras perder el equipo en la vigésimo-séptima jornada contra el Osasuna en El Sadar por dos goles (Larrainzar II y Martín Domínguez) a uno (Manolo). En mi opinión, su acierto más destacado en los pocos meses en que se puso el chándal rojiblanco y su legado más importante para la posteridad atlética fue el de tener el cuajo de promocionar sorpresivamente a un joven defensa central de la cantera, Solozábal.
  Roberto Solozábal Villanueva nació en Madrid el día quince de septiembre de mil novecientos sesenta y nueve. Desde muy niño ingresó en la cantera rojiblanca, donde fue quemando de forma paulatina sucesivas etapas. El primer partido que recuerdo haberle visto jugar se celebró en el estadio Vicente Calderón, entre los dos equipos juveniles principales del Aleti y el Real Madrid, temporada 86-87. No recuerdo exactamente por qué motivo, pero el encuentro estaba dotado de especial trascendencia y por ello se trasladó al estadio de los mayores. En ese equipo juvenil mis dotes de ojeador estuvieron bastante acertadas, ya que los jugadores que más me llamaron la atención fueron, además de Solozábal, Aguilera, Diego y Julián. Todos ellos llegaron a jugar en el primer equipo. Pero mis dotes no fueron atinadas por completo. Entre ellos, los que más me impresionaron fueron los dos últimos, el cancerbero Diego y el delantero Julián. Sin embargo, los otros dos fueron los que más éxitos obtuvieron con la zamarra de rayas rojas y blancas, llegando a ingresar en el Olimpo atlético.
  Tras una única y exitosa campaña, la 88-89, con el equipo filial, Atlético Madrileño, por entonces en Segunda B, parecía que su formación exigía algún año más en este equipo. Pero Clemente se encaprichó de él en la pretemporada y, ante la sorpresa de todos, lejos de ser el típico jugador del filial que, tras hacer la pretemporada con el primer equipo retorna a categorías inferiores, le hizo debutar con diecinueve años, a punto de cumplir veinte, en la primera jornada de la mentada temporada 89-90, el dos de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve. Además, un debut de aúpa. En Mestalla, contra el Valencia. Y éxito. Contundente victoria ante el conjunto valencianista por un gol, de Fernando, a tres, anotados dos por Futre, que cuajó uno de sus mejores partidos con la elástica rojiblanca, y Manolo. Ese día Solozábal compartió el eje de la zaga, en defensa de tres centrales, con dos ilustres bilbaínos, uno de vuelta de todo, Goikoetxea, y otro joven fichado esa misma temporada, Ferreira. Además de ellos dos, en sus años atléticos jugaría con otros muchos magníficos centrales a su lado, como Donato, Juanito, Santi o López. Y no llegó episódicamente. Lo hizo para quedarse.         
  Solozábal defendió la camiseta del primer equipo del Atlético de Madrid durante ocho campañas, desde la 89-90 hasta la 96-97. Disputó un total de 231 partidos de Liga (221 de ellos como titular), 33 de Copa del Rey (32 como titular), 22 de diferentes competiciones europeas (todos titular) y cuatro de Supercopa de España (todos titular). Como se puede apreciar a simple vista con estas cifras, una de sus principales virtudes fue la regularidad. Siendo defensa, al no disponer de un excelente juego aéreo, no era especialmente goleador. Tan sólo obtuvo tres goles ligueros. Al no ser demasiados, podemos explayarnos un poco en su explicación. Todos ellos fueron con el pie, llegando al remate desde posiciones atrasadas, generalmente con habilidosas paredes. Y curiosamente, dos en el mismo partido. Temporada 90-91, su segunda con el primer equipo. Jornada de Liga vigésimo-quinta. Contra Osasuna en el Sadar. Clara victoria por cero goles a tres. El primero en el área pequeña, tras un balón muerto a la salida de un córner, y el segundo (tercero del marcador total) tras resolver brillantemente un mano a mano contra el cancerbero osasunista Roberto, llegando en velocidad desde la zaga después de un extraordinario pase en profundidad de Manolo. Entre ambos goles el propio Manolo anotó el segundo. Ese día Abel batía el anterior récord de imbatibilidad, llevándolo después hasta los 1275 minutos.
  Y su tercer y último gol liguero (único casero) fue muy similar, plantándose ante el guardameta tinerfeñista Manolo tras una pared en medio campo, regateándole y acertando con las redes. Era la primera jornada de la 92-93, seis de septiembre de mil novecientos noventa y dos. Victoria por tres goles a dos. El de Solozábal fue el primero. Luego empataría Pizzi. Y más tarde, cerca ya del final, dos goles de Luis García, que debutaba ese día. Uno de los tres jugadores con idéntico nombre que aproximadamente en la misma época defendieron la camisola atlética. Primero fue el defensa central balear, luego este ariete mexicano y por fin el mediapunta catalán (este último, además, en dos diferentes etapas). Ya en el descuento, Pier marcó el segundo insular. Hay que añadir finalmente un gol más obtenido por Solozábal. Muy importante además. En Copa del Rey, temporada 90-91, contra el Barcelona, partido de vuelta en el Vicente Calderón de las semifinales, veintitrés de junio de mil novecientos noventa y uno. Se había vencido por cero a dos en la ida en el Nou Camp. Al inicio del encuentro, dos tempraneros tantos de Julio Salinas habían igualado la eliminatoria. Solozábal obtuvo al borde del descanso el 1 a 2. Después, tercer gol barcelonista, de Koeman, y ellos accedían  a la final. Cerca de la finalización, Manolo logró el segundo atlético y alcanzar el partido soñado tras muchos años. Fue la final contra el Mallorca, recientemente analizada en este blog.
  Por lo que hace referencia a su palmarés, Solozábal consiguió con la rojiblanca cuatro títulos oficiales. Todos los obtenidos por el Club en la década de los noventa. A saber: las Copas del Rey de las temporadas 90-91, 91-92 y 95-96. Y el Campeonato de Liga de esta última. Fue el inolvidable año del “doblete”, en el cual ostentaba además el cargo de capitán. El capitán “oficial” de la plantilla era el lateral Tomás Reñones, en su último año en activo. Pero como no jugaba en demasía, el brazalete lo portaba sobre el terreno de juego el central. Por ese motivo, la Copa la levantaron ambos al alimón. En la primera de las finales reseñadas, con Ovejero en el banquillo respetando los esquemas de casi toda la temporada del entrenador Ivic, compartió la defensa de tres centrales con Juanito y Ferreira. En la segunda, con Luis Aragonés de preparador e idéntica planificación, con otros dos compañeros diferentes, López y Donato. Es decir, que de seis plazas en dos finales él fue el único que repitió. Y en la tercera, con Radomir Antic y dos centrales, compartió titularidad con el albaceteño Santi, al igual que durante toda la temporada, con el que conformó un tándem imborrable. 
  Solozábal fue internacional en doce ocasiones. Los impresionantes partidos de sus dos primeras temporadas provocaron que debutara el día diecisiete de abril de mil novecientos noventa y uno, en el Príncipe Felipe de Cáceres. Con Luis Suárez de seleccionador, derrota en amistoso frente a Rumanía por dos goles a cero. Vicente Miera, en el año escaso que estuvo de seleccionador, entre 1991 y 1992, también contó con él. Y su tercer seleccionador fue Javier Clemente, quien, nada más hacerse cargo de la Selección en 1992, se acordó del joven central al que había hecho debutar en su periplo rojiblanco y le hizo disputar toda la primera parte de la fase clasificatoria para el Mundial de Estados Unidos 94. Su decimosegundo y último partido internacional fue otro amistoso, en esta ocasión frente a Chile, con victoria por dos goles a cero, ambos de Julen Guerrero, el día ocho de septiembre de mil novecientos noventa y tres, en el Rico Pérez de Alicante. Tras esta primera época, disminuyó algo su rendimiento, para luego relanzarse en forma estratosférica en el periodo del doblete, sin que no obstante ello motivara su retorno al equipo nacional, que seguía siendo dirigido por Clemente.
  Sin embargo, su más brillante aportación a la Selección española fue la de ser uno de los principales bastiones sobre el que se asentó la brillantísima medalla de oro conquistada por el equipo olímpico de fútbol en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, de nuevo con Vicente Miera en el banquillo. En unión de otros jugadores ya destacados que luego llegarían a ser ilustres como López (compañero de club), Kiko, Toni (futuros atléticos), Luis Enrique, Cañizares, Guardiola, Alfonso, Ferrer, Abelardo o Lasa. En defensa de tres centrales, se alineaba con López y Abelardo. En el segundo partido, contra Egipto, incluso anotó un gol. Era el jugador con más experiencia en ese combinado, llevaba jugando un par de años en Primera División y había debutado ya con la selección A, lo que desembocó en ser el capitán supremo, tanto sobre el terreno de juego (aquí, si acaso, con el apoyo de Guardiola) como fuera de él. Se hacía lo que él indicaba. En este sentido, mostró su enorme personalidad y liderazgo al impedir que ningún federativo, que habían toreado y ninguneado a los jugadores en la negociación de las primas, se sentase con ellos en el banquete de celebración. 
  Solozábal era un defensa central sobrio y elegante. Era diestro, pero su más que aceptable manejo de la pierna zurda motivaba que fuera el que ocupara la posición izquierda, ya fuera en defensas de dos o de tres centrales. Incluso esporádicamente llegó a ocupar otras posiciones en el equipo, como centrocampista defensivo o lateral (lo que fue uno de los detonantes que produjeron su salida del Club, como luego veremos). Teniendo unas más que aceptables dotes técnicas, que le permitían sacar el esférico jugado desde atrás con limpieza y eficacia, y efectuar notables desplazamientos del balón, tanto en corto como en largo, no sobresalía sin embargo por ellas. Del mismo modo, sin ser nada desdeñables, tampoco primaban sus características de orden físico (como sí lo hacían en uno de sus habituales compañeros de zaga, Juanma López, alias “Superlópez”). Solozábal destacaba sobre todo por sus aspectos tácticos, donde era un consumado maestro. Era sumamente inteligente, lo que se reflejaba por supuesto sobre el terreno de juego. Su manera de organizar la defensa, adelantarla o moverla de un lado hacia el otro era superlativa. No obstante, estas características de orden táctico conectan menos con el aficionado medio que las técnicas o las físicas, por lo que mostró menos empatía con la grada que otros coetáneos más “varoniles” como Ferreira o el ya mentado Superlópez. En el año del doblete, su tándem con Santi, otro maravilloso defensa central de muy similares características (si bien con más dureza en sus acciones, la cual no le era necesaria a Solozábal) provocó que fuera un espectáculo ver partido tras partido la tremenda eficacia de la adelantada defensa atlética. Tenían además la confianza de que cualquier pelota que atravesara sus líneas podría ser en último extremo interceptada por un extraordinario líbero que se llamaba Molina.
  Abandonó el Club en pleno éxito por aún no se sabe bien que oscuras razones. Parece ser que hubo roces tanto con el Presidente Jesús Gil como con el míster Radomir Antic. Muy inteligente en el aspecto personal, culto, universitario, de familia “bien” y manejador desde pequeño de un fluido inglés, su compromiso y solidaridad con sus compañeros motivaron incontables broncas con el Presidente (que le llamaba repipi y sindicalista), la mayoría en ejercicio de su rol de capitán. También hubo discrepancias con el entrenador, tanto de orden estrictamente técnico (se empeñaba en que jugase de lateral izquierdo, donde su rendimiento disminuía) como personal (no le perdonó la defensa dentro del vestuario de un compañero, obligando el capitán al entrenador a pedirle perdón en público). La gota que colmó el vaso fue el fichaje, a imposición de Antic, en el mercado de invierno de la temporada 96-97 (última de Solozábal) de Daniel Prodan, central izquierdo rumano, para humillar a Solozábal, ya que, siendo inferior, el entrenador le ponía de titular en su lugar. Todo ello contribuyó a la marcha del gran capitán, iniciando la desmembración del equipo campeón. Se fue al Betis, donde jugó tres temporadas más, salió “a tortas” con Lopera (otro que tal baila) y se retiró prematuramente a los treinta y un años.
  Desvinculado por completo del mundo del fútbol, son muchos los que cuentan haberle visto seguir fielmente al equipo en tal o cual desplazamiento, mezclándose con la hinchada “de base” con naturalidad, efusividad y educación, renunciando a sus privilegios de ex-jugador ilustre. Y es que siempre, pese a las adversidades, tendrá corazón rojiblanco.      



JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 3 de octubre de 2012

JUGADORES DEL FILIAL-UNO

Víctor, primer agachado por la izquierda; Juanin, el tercero
JUGADORES DEL FILIAL- UNO

  Hasta la fecha, en todos los artículos escritos en este blog, apenas he dedicado uno al equipo filial, el Atlético de Madrid B. O, tal y como era conocido en la época en la que yo más lo frecuentaba, el Atlético Madrileño. Vamos hoy a suplir en la medida de lo posible esa carencia. Uno de los recuerdos más agradables que tengo de mi filiación atlética es el de los domingos por la mañana, décadas de los ochenta y noventa, desplazarme hasta el estadio Vicente Calderón, donde nos deleitaban las jóvenes promesas que se encontraban a un paso de cumplir uno de sus sueños y acceder a jugar en la primera plantilla de uno de los mejores equipos del fútbol español. Por allí vimos desfilar a una pléyade de magníficos jugadores que al cabo de los años llegarían a ser estrellas de nuestro primer equipo.
  Sin embargo, hoy quiero acordarme de aquellos otros estupendos jugadores que, por unas u otras circunstancias, o bien no llegaron en ningún momento a pertenecer a la primera plantilla o bien sí que consiguieron llegar a ella pero en forma episódica, meramente testimonial. En concreto, voy a abordar siete nombres, siete de los que más huella me dejaron, por orden más o menos cronológico: Juanín, Víctor, Carlos Guerrero, Quique Estebaranz, Julián, Fede y Jacobo. No están todos los que son, pero indudablemente sí que son todos los que están. Mi intención era tratar todos ellos en un solo artículo, pero la cantidad de material recopilado y la multitud de recuerdos que me sobrevienen me han obligado a hacerlo por separado. Por eso me dedicaré hoy a los tres primeros, dejando a los cuatro siguientes para otro venidero, que intentaré que sea lo más próximo posible en el tiempo.
  Juanín era el sobrenombre de Juan Antonio López Moreno. Nacido en Madrid, el día seis de octubre de mil novecientos cincuenta y ocho, era un extraordinario defensa libre. En el anterior y hasta ahora único artículo de este blog sobre el filial (el dedicado al recordadísimo partido contra el Castilla del día de Nochevieja de 1984) ya me referí a él, porque lo disputó, siendo además el capitán de ese equipo. Como ya comenté allí, era un extraordinario defensa libre. En aquellos años todavía se marcaba hombre a hombre, por lo que uno de los defensas centrales “libraba” y se dedicaba a “barrer” todo lo que sus compañeros de zaga no podían parar. Y Juanín lo hacía extraordinariamente bien. Salía al corte con velocidad, anticipación y dominio de los espacios. Su tremenda calidad le provocaba no tener que usar por lo general la contundencia, pero cuando tenía que emplearla lo hacía igualmente con maestría. Todo ello coronado por una limpísima y elegante salida del balón desde la zona trasera, que le posibilitaba incluso llegar a anotar no pocos goles. Y además con limpieza exquisita, apenas veía alguna tarjeta aislada. También destacaba por su regularidad: en sus tres primeras temporadas disputó todos los partidos ligueros, los treinta y ocho. En la cuarta, treinta y seis. Era un jugador maravilloso, que nos tenía encandilados a todos los habituales del Atlético Madrileño. No había espectador alguno que no hablase bien de él. Sin embargo, en lo que ha sido, al menos para mí, una de las decisiones más inexplicables de la política de cantera de nuestro club, no llegó jamás a participar en encuentro alguno con el equipo matriz. Como ya comenté en el anterior artículo, estimo que su no muy elevada estatura respecto la posición que ocupaba le privó seguramente de más altos logros.
Juanín, segundo de pie por la izquierda
  Es más, ni siquiera llegó a disputar ninguno en Primera División. Tras figurar en la segunda plantilla rojiblanca durante tres temporadas, desde la 80-81 hasta la 82-83, fue cedido al Elche la siguiente, para retornar en la 84-85 a disputar su cuarta y última temporada con el filial. Traspasado definitivamente al Elche, jugó allí dos temporadas más, y la siguiente en el Granada. Pero todo ello en Segunda División.
  Para concluir, recordar que en su calidad de capitán levantó el único trofeo oficial existente en la historia del Atlético Madrileño (o Atlético de Madrid B): la Copa de la Liga de Segunda División de la temporada 82-83, brillantemente ganada en partido a ida y vuelta al Deportivo de la Coruña.
  El siguiente nombre a recordar es el de Víctor, magnífico delantero centro. Víctor José Porras Rodríguez, nacido en Madrid, el día veintidós de abril de mil novecientos cincuenta y nueve, formó parte del equipo filial durante dos temporadas, 81-82 y 82-83 (era por tanto el ariete en la misma Copa de la Liga ganada). Delantero centro completo, ya que aunaba calidad en el manejo del balón, con grandes dotes combinativas y de pases finales, fuerte y colocado disparo tanto con pierna derecha como con izquierda, y un excelente remate de cabeza, al que llegaba por potencia y decisión. En su primera temporada no disputó demasiados partidos (apenas trece), consiguiendo dos goles. En su segunda ya fue titular indiscutible, celebrando treinta y seis partidos y anotando catorce goles. Su superlativo rendimiento le llevó al primer equipo, de la mano de Luis Aragonés, en la campaña siguiente, 83-84. Nuestro legendario entrenador parecía que iba a contar mucho más con el prometedor atacante, pero lo cierto es que no lo utilizó en demasía. La inexperiencia del jugador le gastó una mala pasada y, un sábado más que se vio fuera de la lista (que por aquél entonces eran mucho más exigentes que ahora, tan sólo de quince jugadores) acudió a una emisora de radio a “rajar” en contra del míster. Hubo represalias, pero una de las principales características de siempre del Luis técnico ha sido su sabiduría. Pagado su error, no lo “desterró” por completo, sino que volvió a contar con él (no con asiduidad, pero sí en alguna ocasión más).
  En definitiva, en su única temporada con los “grandes” participó en trece partidos oficiales. Cinco de Liga (contra el Betis, en la jornada décima, en la inolvidable remontada de 4 a 3 contra el Betis y doblete goleador, con lesión incluida, de Arteche, sustituyendo a Julio Prieto; contra el Athletic de Bilbao, en la vigésimo segunda, victoria por un gol a cero, de Hugo Sánchez, sustituyendo a Rubio; en la vigésimo tercera, contra el Murcia, empate a cero, sustituyendo a Pedraza; en la vigésimo cuarta, contra el Sporting de Gijón, empate a uno, gol de Rubio, titular y jugando los noventa minutos; y su quinto y último partido en la jornada vigésimo octava, victoria frente al Málaga por tres goles a uno, Landáburu, Votava y Quique, también titular y noventa minutos), cinco de Copa del Rey (en las rondas iniciales, los dos partidos de ida y vuelta tanto contra el Tarancón contra el Portmany, los tres primeros de titular y tiempo completo, anotando además un gol en el primero y sendos dobletes en los otros dos -sus únicos goles en el primer equipo-, y el cuarto de titular y sustituido por Cabrera; además, un quinto encuentro, la vuelta de los octavos de la final contra el Osasuna, que nos eliminó, derrota por dos a uno tras empatar a cero en casa, sustituyendo a Julio Prieto) y finalmente, una vez concluido el Campeonato liguero, tres más de la Copa de la Liga de Primera División (ida y vuelta de octavos de final contra el Athletic de Bilbao, sustituyendo a Cabrera y titular, y vuelta de la final (perdida) contra el Valladolid en el Nuevo Zorrilla, sustituyendo a Mínguez).     
  De todas sus participaciones, dejando de lado los goles obtenidos, que lo fueron en rondas iniciales coperas con el equipo plagado de suplentes, su acción más destacada fue en el partido liguero contra el Athletic. Recién ingresado en el terreno de juego, metió un dificilísimo y extraordinario pase en profundidad que rompió la línea defensiva y dejó sólo mano a mano a Hugo Sánchez frente a Zubizarreta, definiendo con su pierna izquierda con un atinado disparo cruzado, y burlando por fin el complejo entramado defensivo que por aquella época caracterizaba al equipo bilbaíno.
  Tras dejar nuestro primer equipo, al no conformarse con los papeles de revulsivo desde el banquillo y de aprovechar los escasos minutos que dejaba de jugar el ariete mexicano, recaló en el Valladolid, donde aún jugó tres temporadas más en Primera División a buen nivel y, finalmente, al año siguiente, una más con el Castellón en Segunda.   
  Y para concluir por hoy, el tercer y último miembro de nuestro equipo filial al que voy a rememorar es Carlos (o Carlitos, como mucha gente le llamaba) Guerrero. Carlos Guerrrero Santiago nació en Madrid el día ocho de septiembre de mil novecientos sesenta y siete. Era un centrocampista que deambulaba principalmente por banda derecha, con una clase y un toque de balón exquisito. Es otra de esas perlas del filial del que ninguno los espectadores asiduos se explica cómo es posible que no haya llegado a jugar nunca con el primer equipo, salvo si acudimos al trasnochado tópico de que los jugadores de clase no trabajan para el equipo. Salvando las distancias (y recalco esta expresión para que ningún madridista despistado que pueda leer esta entrada se pueda llegar a sentir ofendido) me recordaba mucho en su manera de jugar al madridista Michel, coetáneo suyo que ocupaba su misma posición. Ambos eran centrocampistas por la derecha, ambos, sin ser especialmente hábiles en el regate o la velocidad para ser jugadores de banda, sacaban desde la misma unos maravillosos centros, tanto en jugada como de falta, que eran peritas en dulce para los atacantes que los recibían. Incluso Carlos Guerrero disponía de una cualidad en la sobrepasó al madridista: su enorme acierto en lanzamientos de faltas directas, en las que llegó a obtener hermosísimos goles.
  El mejor paradigma de su habilidad en el centro podemos encontrarlo en la última jornada de la Liga 88-89, en Segunda División B. Después de un emocionante mano a mano contra el Linares, que había ido por delante toda la temporada y al que habíamos ido recortando poco a poco, se llegaba a dicha última jornada con ellos un punto por delante, y visitando el Calderón. Se ganó dos a cero y se ascendió. Los dos goles, obtenidos por el ariete De Diego, fichado ese mismo año del Athletic de Bilbao, donde había llegado a jugar varios partidos en Primera División. Ambos en sendos soberbios cabezazos a sendos pases desde la banda derecha (uno en saque de falta, otro de jugada) de Carlos Guerrero, pases que podríamos catalogar paradójicamente tanto de milimétricos, por su precisión, como de estratosféricos, por su enorme calidad.
  Procedente directamente del equipo juvenil, se incorporó a la plantilla del primer filial en la temporada 86-87, permaneciendo cinco, hasta la 90-91. Nunca llegó a celebrar partido oficial alguno con el equipo grande (si exceptuamos la famosa jornada de huelga, nueve de septiembre de mil novecientos ochenta y cuatro, la segunda de la temporada 84-85, que se jugó íntegramente con aficionados y juveniles), pero sí participó con él en un par de pretemporadas, disputando por consiguiente varios encuentros más de carácter no oficial. Recuerdo en este sentido haberle visto por televisión en un par de ocasiones en trofeos veraniegos.
  Tras abandonar la disciplina rojiblanca, recaló la 91-92 en el Valladolid, donde por fin llegó a debutar en Primera División. Y ahí le perdí la pista. Buscando ahora documentación, me ha sorprendido tanto su carácter de trotamundos, pasando por gran número de equipos, casi todos de Segunda B (Cacereño, Getafe, Racing de Ferrol, de nuevo Getafe, Levante, de nuevo Racing de Ferrol, Murcia, Talavera, Mérida, Toledo, San Sebastián de los Reyes y Atlético Pinto) como su longevidad, permaneciendo en activo hasta avanzada edad. En fin, un centrocampista completo e inolvidable, de calidad y clase mayúsculas.
  Y como me quedan otros jugadores citados al principio por rememorar, continuaremos en otro artículo venidero.                   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ