martes, 18 de octubre de 2016

LEAL

LEAL

  Centrocampista de clase pero, al mismo tiempo, de constancia y sacrificio. Si bien sus primeros pasos atléticos fueron como delantero. Fiel defensor de la elástica rojiblanca durante la práctica totalidad de la década de los setenta. Fácilmente reconocible desde el punto de vista físico por su sempiterno bigote y también por su igualmente sempiterno vendaje de la mano derecha que, habiéndose iniciado por cuestiones médicas, lo continuó portando durante toda su carrera por motivaciones supersticiosas. Procedente de la cantera, donde coincidió en el filial Atlético Madrileño con el malagueño Juanito, tanto sobre el terreno de juego como, según comentan las lenguas de triple filo y de la madrugada, en correrías y juergas nocturnas, su llegada al primer equipo no fue nada pacífica. Su estilo de juego no simpatizaba con gran parte de la grada y recibía continuos silbidos. La convicción personal y personalidad de su entrenador, un por entonces joven Luis Aragonés, en su primera etapa de técnico, que se empeñó en mantenerle la titularidad contra viento y marea, por la confianza en sus posibilidades, consiguió que las lanzas se tornaran cañas y los silbidos, aplausos, una vez que su quehacer terminó de convencer a todos los aficionados
  Eugenio Leal Vargas nació en el toledano pueblo de Carriches el día trece de mayo de mil novecientos cincuenta y cuatro. A los tres meses su familia se traslada a Madrid. Comienza destacando en el colegio de La Salle, desde donde es captado para la cantera atlética. Tras dos años en los equipos juveniles, alcanza el primer filial. Otros dos años de aprendizaje y por fin debuta en la primera plantilla en la temporada 1971-72.
  En sus dos primeras campañas no disputa muchos partidos, dada su juventud. Ocho la primera y nueve la segunda (consiguiendo además un gol). Casi siempre saliendo desde el banquillo. Por ese motivo, para la temporada siguiente, 73-74, es cedido, para completar su formación, al Sporting de Gijón, que estaba comenzando a conjuntar una gran escuadra. Allí comparte plantilla con grandes mitos del sportinguismo y del fútbol español como Castro, Megido, José Manuel, Ciriaco, Valdés, Churruca o, sobre todo, Quini. Por aquel entonces jugaba de extremo derecho. Breve disertación: probablemente fuera una de las causas por las que más adelante, ya consagrado como excelente centrocampista, le gustara portar el dorsal con el número 7, que es el que tradicionalmente se ha identificado con dicha posición. Fin de la breve disertación. Completa un más que aceptable ejercicio, celebrando veintitrés encuentros y obteniendo cuatro goles. Al concluir la Liga, retorna en esa misma temporada al Aleti, para disputar la Copa (entonces del Generalísimo), dadas dos circunstancias: la primera es que una costumbre inveterada del nuestro fútbol que hoy se ha perdido es que la competición de Copa disputaba todas sus eliminatorias seguidas, una vez concluida la Liga; y la segunda es que fue la primera temporada de apertura de fronteras, en la que los jugadores extranjeros, después de muchos años pudieron volver a jugar la Liga española (a nuestro equipo arribaron Ayala y Heredia); pero la Copa solamente podían jugarla los españoles, por lo que para paliar la baja de los foráneos, se le permitió participar en ella. En concreto, sumo seis partidos más (los dos partidos de las eliminatorias de octavos, cuartos y semifinal).
  Una vez regresado, se inicia su época dorada. Tras sus titubeos iniciales y la etapa de silbidos del público anteriormente referida se consagra como titular indiscutible. Es en esta fase de su carrera cuando Luis Aragonés retrasa algo su posición y le incorpora al centro del campo, para aprovechar su visión de juego y calidad de pase. En las seis siguientes temporadas, desde la 74-75 hasta la 79-80, participa respectivamente en 24, 32, 33, 30, 17 y 24 partidos, anotando 1, 9, 3, 4, 5 y 2 goles. Sus dos últimas campañas, las pasa de lesión en lesión, después de que, con arbitraje de Guruceta (lagarto, lagarto…), una violenta entrada del madridista Sol en un derbi liguero en el Bernabéu le dañase gravemente la rodilla. Apenas pudo contribuir con cuatro encuentros más por temporada (por cierto, las dos del Doctor Cabeza en la Presidencia), sin gol alguno. La temporada 83-84 juega dos partidos en Segunda División con el Sabadell, pero sus continuos problemas de rodilla le obligan a tomar la decisión de una prematura retirada.
  En total jugó 185 partidos ligueros con la elástica de rayas rojas y blancas, anotando 25 goles. A los que hay que sumar muchos más encuentros y dianas en la Copa (ya fuera del Generalísimo o del Rey) y en diferentes Competiciones internacionales. Recuerdo en particular el partido de ida de las semifinales de la Recopa en la temporada 76-77, disputado en el Vicente Calderón en plena Semana Santa, el miércoles seis de abril de mil novecientos setenta y siete. El equipo en general y Leal en particular ofrecieron a la hinchada rojiblanca un espectáculo inolvidable. Fuerza, presión, velocidad, remate… Ambiente enfervorecido en las gradas. Victoria por tres goles a uno, anotados dos (el primero y el tercero) por Rubén Cano y uno (el segundo) por Leal, rematando de cabeza un balón a media altura enviado desde la banda izquierda por su compañero de línea Robi. La diferencia sobre el terreno de juego fue tan abismal que es una de esas ocasiones en las que se puede afirmar sin temor alguno a equivocarse que el resultado no respondió a los méritos contraídos. La desgracia fue que los alemanes, por medio de su gran (de clase, no de tamaño) centrocampista Magath obtuvieran un gol, que entonces hacía el empate a uno, y que tendría un valor decisivo en el total de la eliminatoria, dado que en la vuelta, celebrada en la ciudad del norte de Alemania dos semanas después, los germanos encajaron tres goles a nuestro cancerbero Reina (¡y antes de la media hora de juego!) por ninguno de los nuestros, que se pasaron el resto del partido en un quiero y no puedo. Era la época, felizmente superada, en que por lo usual cualquier equipo español que visitara en competiciones europeas a cualquier equipo alemán, se traía en las maletas de vuelta un gran saco de goles.
  En su palmarés se alinean dos Ligas (72-73 y 76-77), dos Copas (71-72 y 75-76) y la Copa Intercontinental de 1975, conseguida brillantemente frente a los argentinos del Independiente de Avellaneda, y ya tratada con profusión en otras entradas de este blog (por ejemplo, en la correspondiente a Irureta, autor de un gol en esa final a doble partido), a las que nos remitimos, dado además que nuestro protagonista de hoy tenía por entonces un peso limitado en el equipo y no disputó ninguno de los dos encuentros de la final.
  En la Selección española obtuvo trece entorchados internacionales. Todos con Kubala de seleccionador. Debutó el día dieciséis de abril de mil novecientos setenta y siete contra Rumania en Bucarest, en la fase de grupos clasificatoria para el Mundial de Argentina 78. Derrota por un gol a cero, con autogol del madridista Benito, en el que sería su penúltimo partido internacional. Ese mismo día debutaba el también atlético Rubén Cano. Con la Selección obtuvo un único gol, curiosamente en su estadio, en el Vicente Calderón, el veintiséis de octubre de ese mismo año, también contra Rumania, en el partido de vuelta de la liguilla. Victoria por dos goles a cero. Leal anotó el primero, en una elaborada jugada de equipo que culminó con un remate raso y escorado, al primer palo del portero. El segundo gol fue de Rubén Cano (que ese día no debutaba como goleador, dado que se había estrenado en un amistoso previo contra Suiza en septiembre). El delantero peinó ligeramente de cabeza una falta lateral botada por el madridista Pirri. Tan ligeramente que éste, al final del encuentro, reclamaba para sí la autoría del gol.
  Sin embargo, su trayectoria internacional no fue demasiado extensa. Apenas duró un año. Su decimotercero y último partido fue poco más de un año después, el día veintiuno de diciembre de mil novecientos setenta y ocho, en un amistoso prenavideño contra Italia en Roma, con derrota por un gol a cero marcado por el ariete “azzurro” Paolo Rossi, futura estrella mundialista en el Mundial de España 82. Ese día el seleccionador Kubala aprovechó para dar minutos a muchos no habituales de “La Roja”, como Botubot, Canito, Solsona, Argote o Pichi Alonso. De hecho, para los dos primeros fue su único encuentro internacional. Y para Leal, su despedida.
En esta foto se aprecia su mano vendada
  Su principal hito en su curriculum internacional fue la participación en la fase final del Mundial de Argentina 78, donde se reencontró con su viejo amigo de la cantera rojiblanca Juanito. Allí participó en los tres partidos que se celebraron, en el primero contra Austria sustituyendo a Cardeñosa y en los dos siguientes contra Brasil y Suecia como titular, disputando además los noventa minutos. Por cierto, muchos no recuerdan que en el encuentro contra los brasileños, donde tuvo lugar el celebérrimo gol (o mejor, no-gol) de Cardeñosa, Leal tuvo una participación muy activa en la jugada. Después de que el defensa central Amaral, ayudado por la premiosidad del por otra parte excelente mediocampista bético, rechazase el remate de éste en la misma línea de gol, el esférico llegó a pies de Leal que, escorado y sorprendido, logró atinar con un nuevo remate que se dirigía hacia las mallas. Pero de nuevo el corpachón del atlético (de constitución, no de equipo) defensor brasileño se interpuso. En esta ocasión el cuero se desplazó entre sus piernas, pero según se caía al suelo, lo detuvo…¡con el culo!.
  Por lo que hace referencia a sus cualidades, muchas de ellas ya desgranadas en las líneas anteriores, Leal, en su época de esplendor, obviando su etapa anterior de delantero, fue un extraordinario centrocampista. Mucha clase, calidad en el pase, grandes dotes asociativas, disparo certero, en muchas ocasiones desde distancias lejanas. Sin llegar a alcanzar las cotas excelsas de otros ilustres que han portado las rayas rojas y blancas, como Luis, Landáburu, Schuster, Pantic o Simao, fue también un magnífico lanzador de faltas. Pero todo ello mezclado con grandes dosis de trabajo, sacrificio y solidaridad. Ocupaba una gran zona de influencia sobre el terreno de juego. En el esquema táctico predominante de la época, el 4-3-3, las bandas quedaban reservadas para los laterales y los extremos, por lo que los centrocampistas debían trabajar a todo lo largo y ancho del césped, con grandes desplazamientos. Por consiguiente, todos eran laboriosos y trabajadores, como lo era Leal. Pero no todos poseían el carisma y la calidad del toledano. Todo ello con sobriedad, sin alharacas o exhibiciones cara a la galería. En suma, perfecto jugador de club. Muy posiblemente a su entrega a la causa contribuyera el profundo amor que ya desde niño profesó por los colores rojiblancos.   
  Casado con una granadina, reside en esa ciudad andaluza, desvinculado por completo del mundo del fútbol, salvo las ocasiones en que acude a la capital para ver jugar a su equipo del alma. Exactamente igual que muchos de nosotros.              

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ