FORLÁN
“U-ru-gua-yo,
u-ru-gua-yo”. Tradicionalmente los más destacados a la par que numerosos
jugadores extranjeros que han militado en las filas del Atlético de Madrid han
sido de nacionalidad argentina o brasileña. En años recientes también ha habido
más de uno de nacionalidad uruguaya. Alguno de ellos será recordado por las
generaciones venideras, como los actuales Godín o Cristian “Cebolla” Rodríguez.
Otros serán (han sido) perfectamente olvidables, como Richard Núñez o
Pilipauskas (¡manda huevos que el interfecto sea uruguayo, con ese apellido de
claras connotaciones lituanas!). Y de otros, al fin, habrá que hacer esfuerzos
para olvidarlos, como el “Pato” Sosa. En cualquier caso, el grito con el que se
inicia este párrafo, con el que en un alarde de imaginación desbordante era
agasajado por el sector más enfebrecido de la grada (y que al propio interesado
le agradaba sobremanera, según revela en el interesante libro “U-ru-gua-yo”, por
él mismo escrito, editorial El Tercer Nombre, S.A.) tenía entonces y tendrá a
buen seguro en el futuro un único destinatario: Forlán. Con él y gracias a él (en
unión de otros compañeros, pero con un elevadísimo porcentaje suyo) pudimos
dejar atrás los “años oscuros” y marchar todos juntos, y él el primero, por la
senda de los títulos y las buenas clasificaciones que parecían olvidados y
olvidadas.
Diego
Forlán Corazo o Corazzo (según diversas fuentes, la grafía del segundo apellido
aparece con una sola o con dos “zetas”; me merece más credibilidad la segunda;
por cierto, que parece ser que los uruguayos, según he contrastado con los
demás jugadores de dicha nacionalidad que han pasado por el club ostentan, al
igual que los españoles, y a diferencia de la casi totalidad del resto del
mundo, dos apellidos) nació en la capital de Uruguay, Montevideo, el día
diecinueve de mayo de mil novecientos setenta y nueve. De familia acomodada, se
crió en el residencial barrio de Carrasco, de su ciudad natal. En su casa se
respiraba fútbol por los cuatro costados, tanto por la rama paterna como por la
materna. Su padre, Pablo Forlán, fue un destacado defensa central uruguayo de
la década de los sesenta. Jugó en Peñarol y luego muchos años en Brasil,
defendiendo los colores del Sao Paulo y Cruzeiro, y disputó las fases finales
de los Mundiales de Inglaterra 66 y México 70. Su abuelo materno es Juan Carlos
Corazzo, defensor del Independiente argentino en la década de los treinta y seleccionador
de Uruguay en la cita mundialista de Chile 62. Su hermano mayor, Pablo, defensa
central como su padre y su abuelo, también fue profesional en diversos equipos
y países. Su padre pasaba largas horas con Diego practicando en un frontón de
su casa. De ahí sacó su perfecto dominio de las dos piernas, dado que le
obligaba a golpear con ambas.
Desde
muy crío sus portentosas habilidades físicas (esas que, al cabo de los años,
“marcando tableta”, han asombrado a más de un seguidor y/o seguidora) hacen que
destaque en gran variedad de deportes. En todos los que se propone.
Particularmente en tenis, donde llega a alcanzar un altísimo nivel,
planteándose muy seriamente su carrera de tenista profesional.
Pero
vence el fútbol. No podía ser de otra manera en ese hogar. Su feliz infancia y
adolescencia se ve alterada por dos hechos básicos: el grave accidente de tráfico
de su hermana Alejandra, que la deja postrada en silla de ruedas y que, en
cierta forma, sirvió para unir aún más a la familia, y el abandono del hogar
familiar a muy temprana edad para pasar al país vecino, al otro lado del Río de
la Plata.
Tras
destacar en Uruguay en las categorías inferiores de Peñarol y Danubio, emigró a
Argentina para enrolarse en las filas del Independiente de Avellaneda. Club que
se ha cruzado en varias ocasiones con el nuestro. A él le ganamos la Copa Intercontinental
en 1975 y de él llegó Agüero. Esa época, tal y como se relata en el libro
biográfico anteriormente reseñado, fue particularmente difícil para Diego. La
soledad y la nostalgia de su familia casi le hacen retornar. Pero prosiguió en
el empeño y consiguió finalmente triunfar con la camiseta roja de
Independiente.
Tras
ello el periplo de tres años en Inglaterra, en el Manchester United bajo las
órdenes de Fergusson, con el que tuvo sus más y sus menos (en una ocasión, hubo
cierta bronca por no hacerle caso con las tacos, resbalar y marrar una ocasión
manifiesta de gol), pero del que guarda muy buen recuerdo, y otros tres ya en
España con el Villarreal, con el que consiguió su primera Bota de Oro europea
en la campaña 04-05. Y finalmente, su fichaje por el Aleti en la temporada
07-08, reinvirtiendo parte del dinero que el Liverpool acababa de soltar por
Fernando Torres.
Desde
el inicio su despliegue físico constante, su compromiso, su calidad humana y
profesional, su recorrido, ayudando de continuo al centro del campo, su
liderazgo y su duro disparo con ambas piernas (es de esos jugadores que
disparan tan bien con la derecha como con la izquierda) “engancharon” con la
grada. Como defecto a reseñar, por decir alguno, su no muy elevado juego de
cabeza. Durante los cuatro años siguientes conformó con Agüero una sociedad
poco limitada a la hora de anotar goles, marcando una época en la historia
atlética (hay que reconocerlo, nobleza obliga, pese a la no muy elegante salida
del argentino).
Desde
el mismo día de su debut oficial empezó goleando. Demostrando ya desde un
inicio su compromiso con compañeros, club y afición, interrumpió sus vacaciones
tras la Copa América
de 2007 para acudir al rescate y jugar la vuelta de la final de la Copa Intertoto , ante el Gloria
Bistrita rumano, el día veintiocho de julio. Era una final importantísima, más
que por el título en sí, bastante devaluado, porque era la vía alternativa para
poder clasificarse para la Copa
de la U.E .F.A.,
que ya se había probado en alguna ocasión en el pasado, fracasando en el
intento. Hubiera sido un desastre no clasificarse un año más para Europa. Tras
la derrota en la ida por dos a uno, anotado por el griego Seitaridis, en su
único tanto oficial rojiblanco, un solitario gol de Forlán en la vuelta
permitió conseguir el objetivo buscado y deseado, merced al valor doble de los
goles en campo contrario en caso de empate.
Su
debut en Liga tuvo lugar en la primera jornada de Liga 07-08, ante el Real
Madrid en el estadio Santiago Bernabéu. Derrota por dos a uno. El madrugador
gol inicial de Agüero, al minuto de juego, fue luego remontado por los dos de
Raúl y Sneijder. Su primer tanto liguero tuvo que esperar a la cuarta jornada,
el veintitrés de septiembre, en la holgada victoria en casa frente al Rácing de
Santander por cuatro goles a cero, convertidos por Raúl García, Agüero, Forlán
y Simao.
Luego
llegaron muchos más partidos. Y mucho más goles. En total, durante sus cuatro
(y pico) campañas rojiblancas, desde la 07-08 hasta la 10-11 (ó 11-12, según se
mire), defendió con orgullo y gallardía la elástica rojiblanca durante 198
partidos oficiales, distribuidos en 134 de Liga (36, 33, 33 y 32), con 74 goles
(16, 32, 18 y 8), 18 de Copa del Rey (6, 3, 6 y 3), con 6 goles (1, 1, 3 y 1) y
46 de diferentes Competiciones Europeas (11, que fueron 1 de Intertoto y 10 de
Copa de la U.E .F.A,
9 de Champions League, 17, que fueron 8 de Champions League y 9 de Europa
League, 7 de Europa League…y 2 también de Europa League), en los que anotó 16
goles (6, 2, 7 y 1). Por consiguiente, si las matemáticas no fallan y Pitágoras
no era guasón, el total de goles durante la trayectoria rojiblanca de Forlán
fue de 96.
De
entre todos esos aciertos, dado que hay entre donde elegir, cada cual tendrá
sus preferencias. Por supuesto que en la memoria de todo buen atlético quedarán
como indelebles los conseguidos en sendas prórrogas, en 2010, el de semifinales
en Anfield contra el Liverpool o el de la final de Hamburgo contra el Fulham.
Son inolvidables por su trascendencia. Pero desde el punto de vista estético,
existe un gol que, por su belleza, su inverosimilitud y la emoción del partido
en general, me dejó impactado y me gustaría que no cayera en el olvido. Fue en
la jornada 35ª de la Liga
08-09. El diez de mayo de dos mil nueve. El equipo, entonces dirigido desde el
banquillo por Abel Resino, se encontraba realizando una recta final de Liga
imparable, repleta de victorias, que a la postre permitiría la clasificación
para la Champions League
de la campaña siguiente. Dicha recta final (y, por consiguiente, la ansiada
clasificación) parecía que iba a verse interrumpida por la visita del Español
de Barcelona. Al descanso vencía por cero a dos, goles anotados por Nené de
penalti y el malogrado Jarque (su último gol). Parecía que la derrota era ineludible.
Pero en una emocionantísima segunda parte, se consiguió una remontada épica. Y
todo surgió de un golazo inconmensurable de Forlán. Recibe el balón en el
centro del campo, se gira, se escora y desde muy fuera del área, a más de
cuarenta metros de la portería, suelta un zapatazo con su pierna izquierda (el
típico que cuando ves que va a tirar, exclamas: pero, ¿dónde vas?) que con una
violencia inusitada penetra por el centro de la portería sin que el camerunés
Kemeni llegara a enterarse siquiera del disparo. Cuando rememoro a Forlán este
extraordinario gol, por encima de otros, es el primero que acude a mi memoria.
La remontada se culminaría con un segundo tanto de Agüero y el tercero, ya
fuera de tiempo, del propio Forlán, entre el éxtasis generalizado.
Anteriormente he reseñado que Forlán fue atlético durante cuatro
temporadas “y pico”. Quiero explicar eso del “pico”. En plena pretemporada de
la campaña 11-12 el equipo se encontraba disputando ya encuentros oficiales,
los correspondientes a las rondas previas de la Europa League. Demostrando una
vez más su profesionalidad y compromiso y cerrando el círculo de concluir su
trayectoria rojiblanca como la inició, Forlán, que apenas un par de días antes
había ganado con su selección la Copa
América de 2011, volvió a renunciar a parte de sus
vacaciones, como cuatro años antes, y, considerándose trascendente su
participación, acudió a disputar la primera ronda previa contra el Stromsgodset
noruego, los días 28 de julio y 4 de agosto de 2011. Con su aportación, se pasó
de ronda, no sin ciertas dificultades, puesto que la exigua victoria en Madrid
por dos goles, ambos de Reyes, a uno, se vio luego refrendada por la victoria
en tierras noruegas por dos a cero, obra de Adrián y de nuevo Reyes. Poco
después, llegó su traspaso al Inter de Milán. Esa competición concluyó con la
inolvidable final de Bucarest, el nueve de mayo de dos mil doce, y la rotunda
victoria por tres a cero, dos de Falcao y Diego, ante el Athletic de Bilbao.
Y
esta misma aportación de dos encuentros en la temporada 11-12 abre otra
problemática o debate en cuanto al palmarés rojiblanco de Forlán. Es indubitado
que en él deben de encuadrarse las dos Copas internacionales que catorce años
después nos permitió volver a celebrar algún título y cuarenta y ocho años
después reeditar algún galardón europeo. La Europa League de la 09-10,
frente al Fulham inglés, en cuya final de Hamburgo del día doce de mayo de dos
mil diez tuvo una participación decisiva, ya que recordemos que tras
adelantarse con tanto suyo en la primera parte y empatar poco después Davies,
el de la victoria final, a escasos minutos del final de la prórroga, fue obra
suya (sin duda alguna, su gol más recordado); y pocos meses después, el
veintisiete de agosto de dos mil diez, en Mónaco, la Supercopa de Europa
frente al Inter de Milán, victoria por dos a cero, de Reyes y Agüero, tras
magistral pase de Simao, a cero. El
primer partido lo disputó íntegro, prórroga incluida y en el segundo fue
reemplazado a ocho minutos del final por Jurado.
En
las distintas fuentes consultadas únicamente se incluyen esos dos títulos. Pero
en mi modesta opinión debe entenderse añadida además la Europa League de la 11-12. Es
cierto que su participación apenas fue relevante o trascendente y que cuando se
levantó la Copa
hacía meses que había abandonado el club. Pero no es menos cierto que al
confeccionar el historial de los partidos que llevaron a la consecución de ese
título el nombre de Forlán aparece en los dos primeros. Por consiguiente opino
que “legalmente” no hay discusión posible de que Forlán ganó de rojiblanco dos
Europa Leagues y una Supercopa de Europa. El debate tendría más bien carácter
“moral”. Y además, existe también la cuestión de la Copa Intertoto de 2007. Ya explicada
en el artículo dedicado a Perea, al que me remito.
En su
última temporada completa, 10-11, su contribución, en número de partidos y,
sobre todo, de goles, disminuyó sensiblemente. Tenemos que recordar aquí
dolorosamente su confrontación con el entrenador de ese ejercicio, Quique
Sánchez Flores. Vaya por delante que en cualquier tipo de conflicto entre
entrenador y jugador me suelo posicionar a favor del primero, que tiene siempre
la ardua tarea de coordinar un elevado número de egos de los jugadores y trata
de buscar siempre el bien común del equipo. Pero, en este caso concreto, según
mi modesta opinión y manejando tan sólo los datos públicos que pudieron llegar
a trascender, con el desconocimiento de otras cuestiones privadas, entiendo
que, partiendo de la premisa de que indudablemente ambos pudieron intentar más
por arreglar la situación, el mejor parado debe de ser Forlán. No es muy
congruente que a un jugador por el que durante toda tu carrera de entrenador
habías suspirado por tenerle a tu cargo, que acababa de regresar de ser oficialmente
el mejor del Mundial de Sudáfrica 10 y que era (y, años después, sigue
siéndolo) ídolo de la afición, se le ningunee, se le reprenda, en público y en
privado, y se le ponga al pie de los caballos, colocando el ego personal por
encima del bien colectivo, con el agravante de abuso de poder. Forlán hizo
entonces lo mejor que sabe. Entrenarse más y mejor que nunca para lograr
cambiar la opinión del entrenador. Cierto es que la ansiedad por su situación
se traducía en el juego, en disparos imposibles y en aceleraciones poco
recomendables. Pero, en definitiva, creo que, ante los ojos de la afición,
salió bien parado.
Forlán es internacional uruguayo. Como su abuelo y su padre. Debutó en
2002 y desde entonces ha disputado más de cien encuentros internacionales,
acudiendo a las fases finales de los Mundiales de Corea y Japón 02 y Sudáfrica
10 (donde, insisto, fue declarado mejor jugador del torneo), las Copas América
de 2004, 2007 y 2011 (en la que Uruguay quedó campeón) y Copa Confederaciones
de 2013. Dada su veteranía y liderazgo, es el “jefe” natural del equipo, y a
buen seguro que le veremos en el Mundial de Brasil 14. País en el que,
siguiendo los pasos de su padre, continúa jugando en la actualidad, enrolado en
las filas del Internacional de Porto Alegre.
Para
concluir, destacar como es conveniente un hecho del que los atléticos solo
podemos presumir a través de Forlán. El que hace que su nombre esté grabado en
letras de oro en la historia del club. Y en este caso no es metafórico, sino
real. Sus treinta y dos goles ligueros de la temporada 08-09 le valieron para
conseguir el trofeo “pichichi” al máximo goleador nacional. De esos ya tenemos
unos cuantos (Gárate, Luis, Hugo Sánchez, Baltazar, Manolo o Vieri). Pero
también consiguió con ellos ser el máximo goleador europeo, por segunda vez en
su trayectoria. Y era la primera vez que un jugador atlético lo conseguía.
“Bota de oro, Forlán, bota de oro”. Solamente por eso, dentro de muchos años,
todos nos acordaremos de él. Ojalá que en el futuro su gesta sea repetida por
otro rojiblanco. Pero, en cualquier caso, él será siempre el primero.
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ