miércoles, 25 de julio de 2012

SIMEONE


SIMEONE

  A petición de muchos abonados…No. Esa fórmula se utiliza mucho en un célebre y magnífico programa de fútbol histórico e internacional, pero aquí no procede. A petición de muchos lectores de este blog… Tampoco. No corresponde exactamente con la realidad. A petición de uno de los lectores de este blog (esto sí, esto es exacto) vamos a analizar en el artículo de hoy la figura de uno de los héroes del “doblete”, quizá el que mayor empatía demostró con la grada. Y a eso contribuye sin duda alguna el hecho de que su carisma esté siendo transmitido a día de hoy desde su puesto de entrenador, que es el que las jóvenes generaciones pueden apreciar, ya que se trata de nuestro actual director técnico, Diego Pablo Simeone. En el bien entendido de que nos limitaremos a repasar su faceta como jugador atlético. Dejaremos de lado su aspecto de preparador, dado que todos esperamos que se vaya agrandando aún más con el tiempo y dentro de unos años pueda ser estudiado de forma completa y pormenorizada.   
  Diego Pablo “El Cholo” Simeone nació en la capital argentina, Buenos Aires, el día veintiocho de abril de mil novecientos setenta. Formado en la cantera del Club Atlético Vélez Sarsfield, llegó a jugar en la primera plantilla durante dos años, de 1987 a 1989, siendo el único equipo profesional argentino en el que jugó, antes de su venida a Europa, para militar en combinados tanto italianos como españoles.
  Arribó primeramente al equipo italiano del Pisa, entonces en la serie A, donde figuró tres temporadas, desde la 1989-90 hasta la 90-92. Por cierto, a modo de curiosidad: a aquellos que hayan tenido la fortuna de subir hasta lo más alto de la torre inclinada de Pisa (entre los cuales me incluyo), es muy posible que les haya sorprendido (a mí me sorprendió) la cercanía del estadio de fútbol de esta escuadra con el reseñado monumento. De hecho, la terraza superior es una localidad privilegiada para apreciar el terreno de juego.
  De ahí llegó a España, al Sevilla. Dos temporadas más, hasta la 93-94, coincidiendo con el paso de Maradona y Bilardo por el equipo sevillista.   
  Y por fin al Aleti, donde en mi humilde opinión desplegó su mejor fútbol y donde más hondo recuerdo ha dejado, en dos diferentes etapas. Indudablemente la más fructífera fue la primera, que abarcó tres ejercicios, desde el 94-95 hasta el 96-97. Y a su vez indudablemente el mejor, el más inolvidable, fue el segundo de ellos, la temporada 95-96, la mítica temporada del “doblete”. Fue en ese periodo cuando mejor jugó, cuando más goles marcó, cuando mejor encajó con la grada su garra y coraje.
  Por aún no se sabe bien qué motivos, el extraordinario equipo formado se fue desmantelando poco a poco. La misma temporada que Simeone abandonaba el plantel, también lo hacían otros ilustres como Caminero o Solozábal. Pantic, a la siguiente. El argentino puso de nuevo rumbo a Italia, donde jugaría dos temporadas en el Inter de Milán (coincidiendo con el extraordinario Ronaldo) y cuatro en la Lazio.
  Como fruto del extraordinario y recíproco recuerdo que se guardaban jugador y afición, después de su periplo italiano retornó a la ribera del Manzanares, para disputar con los colores rojiblancos dos temporadas más, la 03-04 y la 04-05 (esta última, además, no completa, abandonando el club en el mercado invernal). Obviamente no fue lo mismo. Sus mejores años, y sus mejores cualidades, habían quedado atrás. Además, en la primera de esas dos campañas el entrenador Gregorio Manzano le colocó casi siempre en la posición de defensa central, formando dupla principalmente con Lequi, otro argentino. Simeone cumplió como el excelente profesional que es, aportando sus innatas velocidad y anticipación, salida de balón limpia desde atrás y ahora además experiencia y colocación. Pero estimo que fuimos muchos los aficionados que nos quedamos con ganas de verle disputar más encuentros en su posición natural del centro del campo.
  Y para concluir su carrera de jugador profesional, terminó por retornar a su país natal, donde disputó su última temporada y media enrolado en las filas del Racing Club de Avellaneda.
  Centrándonos en sus años atléticos, cabe decir que debutó en la primera jornada de la temporada 94-95, el día cuatro de septiembre de mil novecientos noventa y cuatro, con el colombiano Pacho Maturana de entrenador, en el estadio Vicente Calderón. Derrota contra el Valencia por dos goles (de Pirri y Caminero) a cuatro (tres de Mijatovic y uno de Salenko). Ese mismo día debutaban también Geli, otra de las estrellas del “doblete” desde su posición de lateral derecho, y el ariete colombiano “Tren” Valencia, que resultó ser un sonado fracaso. Ya desde ese primer día muchos seguidores, por su torpeza de movimientos, anticipamos lo que estaba por venir. Y su primer gol con las rayas rojas y blancas tuvo que esperar hasta la décima jornada de Liga, el día cinco de noviembre, contra el eterno rival del Real Madrid en el estadio Santiago Bernabéu, derrota por idéntico marcador, cuatro goles a dos, ya con Jorge D´Alessandro en el banquillo, una vez cesado Maturana. Obtuvo de penalti el que conformaba el marcador final. Ese mismo día el madridista Raúl debutaba en su estadio, jugaba su segundo partido y nos marcaría el primero de los goles de los muchos más que desgraciadamente nos habría de endosar. El primer gol (y además, el segundo, ese día hizo doblete) que la afición local le pudo aplaudir fue en la jornada decimotercera, victoria ante el Athletic de Bilbao por dos goles a uno (el bilbaíno de Goikoetxea).   
  Por lo que hace referencia a los datos objetivos, en sus cinco campañas rojiblancas disputó un total de 133 encuentros ligueros, distribuidos en 29, 37, 31, 28 y 8, habiendo conseguido 23 goles (6, 12, 3, 2 y 0). De esos 133, la casi totalidad (123) fueron como titular. Es decir, regularidad al máximo. Como claramente se puede apreciar, los números no mienten y su temporada más destacada (excelsa), la 95-96, fue la que más partidos disputó y más tantos consumó. Participó además en 24 partidos de Copa del Rey, todos ellos como titular, repartidos en 8 (con dos goles), 8, 3, 4 y 1; en 13 más, todos como titular, de diferentes competiciones europeas: 7 de la Copa de Europa (por entonces, ya conocida como Champions League), en la 96-97, con cuatro goles, y 6 en la Copa Intertoto de su última campaña, obteniendo un gol. Además, los dos partidos (también de titular) contra el Barcelona de la Supercopa de la 96-97.
  En su palmarés rojiblanco figuran dos títulos: obviamente, la Liga y la Copa de la temporada 95-96 (¡que por algo se la llama la temporada del “doblete!). Consiguió además la Copa de la U.E.F.A. en 1998 con el Inter de Milán, y la Supercopa de Europa, Liga y Copa italianas con la Lazio en la temporada 99-00, además de la Supercopa de Italia con el mismo equipo a inicios de la campaña siguiente.   
  Por supuesto, fue internacional con la selección argentina. Con la elástica albiceleste disputó 106 partidos, habiendo sido uno de los jugadores de su país que más entorchados internacionales ha conseguido. Anotó once goles. Disputó tres Mundiales, los de Estados Unidos 94, Francia 98 y Corea del Sur y Japón 02.
  Simeone era sinónimo de despliegue físico sobre el terreno de juego. Su capacidad de sacrificio, garra, coraje y emotividad contagiaban a compañeros y afición, al igual que hoy en día lo continúan haciendo desde el banquillo. Esas características las llevaba tan al extremo que en ocasiones se traducían en dureza y brusquedades. No obstante, siendo su capacidad de trabajo su seña de identidad más destacada y recordada, no estaba carente en absoluto de capacidades técnicas. Lo que ocurre es que las primeras primaban sobre las segundas. Prueba irrefutable de sus habilidades técnicas es que su posición de defensa central en su segunda etapa rojiblanca lo fue con el propósito del entrenador de conseguir una salida clara y limpia del balón desde la zaga. Por supuesto, sus aptitudes de orden táctico fueron también sobresalientes. Destacaba especialmente, en cuanto a su faceta goleadora, sorprendiendo a la línea de zagueros llegando desde posiciones atrasadas con velocidad y decisión, para rematar tanto con el pie (el mejor ejemplo, el gol anotado en la jornada undécima de la temporada 95-96 en La Romareda, contra el Zaragoza, cuando llegando en veloz carrera desde el centro del campo supo culminar ante Juanmi el uno contra uno que le había habilitado el mago del balón Kiko, con uno de sus magistrales pases) como, sobre todo, con la cabeza. Era un excelso cabeceador. Su velocidad, anticipación e impetuosidad le permitían conseguir un gran número de goles con la testa (y aquí el mejor ejemplo, el cabezazo lateral, anticipándose a los defensas albaceteños al saque de la falta lateral por otro genio, Pantic, en la cuadragésimo segunda y última jornada de esa misma Liga; ese día se ganó el Campeonato, y la subsiguiente imagen de Simeone corriendo por todo el campo extasiado tras su diana posiblemente sea la imagen más fuertemente arraigada en la conciencia colectiva rojiblanca).
   Tras retirarse como jugador, su capacidad de mando y liderazgo le están permitiendo convertirse en un magnífico entrenador, que antes de arribar al banquillo atlético había quemado etapas tanto en su país (Estudiantes de la Plata, River Plate o Racing de Avellaneda) como en Italia (Catania). Como ya se anticipó al inicio de este artículo, no nos detendremos aquí en sus logros como entrenador. Tan solo hacer votos para que su prometedora carrera como técnico rojiblanco nos proporcione en el futuro la mayor cantidad de alegrías y satisfacciones posible. Con que consiga alcanzar las que nos proporcionó como jugador, todos nos daremos por contentos.                

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 18 de julio de 2012

LA FINAL DEL MALLORCA

Alineación titular
LA FINAL DEL MALLORCA

  Como continuación de la saga o serial abierto en un anterior artículo, el dedicado a la final de Lyon, continúo con el presente el repaso de todas aquellas finales (cuatro en total) a las que tuve la fortuna de poder asistir al estadio en vivo y en directo, a disfrutar en todas ellas, salvo en la primera, con la victoria final del equipo y consiguiente obtención del título en cuestión. Como allí anuncié, el recorrido será por orden cronológico, si bien entre ellas se ha intercalado la reciente final de Bucarest, a la que desgraciadamente no pude acudir, por evidentes y obvias razones de rabiosa actualidad.
  La segunda de la lista, cinco años después de la de Lyon, fue la de la Copa del Rey de la temporada 90-91, que se celebró en el estadio Santiago Bernabéu el día veintinueve de junio de mil novecientos noventa y uno, frente al Mallorca. Se venció el encuentro y se obtuvo el galardón por un gol a cero, anotado por Alfredo en la portería del Fondo Sur del estadio cerca ya del final de la prórroga, en el minuto 114.
 Como hice en el primer artículo de esta serie, y haré en los dos que aún están por llegar, repasemos en primer lugar en forma breve y somera la trayectoria para alcanzar la deseada final. No hubo que pasar muchas eliminatorias, dado que el equipo se incorporó directamente a los octavos de final, al haberse clasificado para disputar la Copa de la U.E.F.A. (en la que por cierto, nos eliminó en primera ronda el equipo rumano de la Politécnica de Timisoara). No obstante, las sobrepasadas tuvieron un mérito extremo, puesto que en octavos de final se eliminó al eterno rival del Real Madrid, en cuartos al Valladolid y en semifinales al por entonces todopoderoso Barcelona, ganador por aquellos años de cuatro Ligas consecutivas y de su primera Copa de Europa. Sin embargo, todavía no era conocido como “Dream Team”,  ya que dicho sobrenombre no le fue impuesto hasta después de los inolvidables Juegos Olímpicos de Barcelona 92, como remedo del legendario equipo de baloncesto estadounidense, la mayor constelación de estrellas que jamás se hayan podido juntar sobre parqué alguno (Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird, Patrick Ewing, Scottie Pippen, Charles Barkley…).
Schuster en acción
 El partido de ida de los octavos de final contra el Real Madrid tuvo lugar en el estadio Santiago Bernabéu el día siete de febrero de ese año. Empate a uno. A los 36 minutos Rodax, a pase de Manolo, en veloz contragolpe inauguraba el marcador. Poco después, en salto para rematar de cabeza, chocó con Sanchís y se fracturó en forma aparatosísima el pómulo. Empató Hugo Sánchez en el minuto 56, de chilena a la salida de un córner. El partido de vuelta en el Vicente Calderón, el día veintisiete de febrero. Se aguantó el resultado y no sólo eso. Además se venció en el partido por un gol a cero, anotado por el hispano-brasileño Donato en el minuto 57, al peinar de cabeza una falta botada por Schuster.  
 Siguiendo una inveterada costumbre del fútbol español que ya se ha perdido, las rondas finales y decisivas tuvieron lugar todas de corrido en junio, una vez que el Campeonato de Liga hubo concluido, jugando tanto entre semana como el fin de semana. El partido de ida de los cuartos de final, contra el Valladolid, se disputó en el Nuevo Zorrilla el día trece de junio. Cómoda victoria por cero goles a dos, obtenidos además en breve lapso de tiempo. El primero, por el central canario Juanito, de cabeza al remate de una falta lateral botada por Schuster con su proverbial maestría, en el minuto 13 (el comentarista invitado que narraba el partido por televisión, Jorge D´Alessandro, futuro entrenador nuestro, anunció el gol tan pronto como el esférico salió de la bota del genio alemán). Y el segundo, en el minuto 28, por el mismo centrocampista germano, en lanzamiento directo de falta (que probablemente fuera una de las pocas facetas del juego en las que sobresaliera aún más que en sus faltas centradas para ser rematadas). La vuelta en casa tres días después, dieciséis de junio. Y susto. Vencieron los vallisoletanos por un gol a cero, obtenido por el ariete Fonseca en el minuto 81, de penalti. Sufrido tramo final de encuentro, al que estamos acostumbrados de sobra los fieles seguidores rojiblancos, pero se defendió el resultado y se pasó de ronda.
 Semifinales contra el Barcelona, favorito supremo. La ida en el Nou Camp, el día veinte de junio. Fue uno de los partidos más completos disputados con la camisola rojiblanca por Futre, precisamente en un tiempo en el que estaba siendo fuertemente criticado por bajo rendimiento, que obtuvo el primer gol en el minuto 35, en una precisa y preciosa vaselina sobre Zubizarreta, y colaboró en el segundo, anotado por Manolo a los 60 minutos. De nuevo tres días después, veintitrés de junio, la vuelta en el Calderón. Y de nuevo susto. Partido vibrante, emocionante y, como rezan los cánones, con alternativas en el marcador. A los veinte y veintisiete minutos, Julio Salinas había obtenido dos goles  y empatado la eliminatoria. Justo antes del descanso, minuto 44, Solozábal anota y la vuelve a poner a nuestro favor. Ya en la segunda parte, el Barcelona logra el tercer gol en el minuto 71, por mediación de Koeman, y de nuevo pasan ellos, por el valor doble de los goles en terreno ajeno. No fue hasta el minuto 79 cuando Manolo obtuvo el definitivo dos a tres que nos permitió franquear la eliminatoria.
 ¡Y a la gran final!. En el estadio y fecha anteriormente señalados.  El rival, el Mallorca, que por entonces llegaba por primera vez en su historia al partido último. Luego repetiría en dos ocasiones más: en 1998, contra el Barcelona, perdiendo la final por penaltis, y en 2003, contra el Recreativo de Huelva, donde por fin la ganó por tres goles a cero.
Ahora Futre contra Serer
 En aquella época, no era tan frecuente como lo puede ser ahora, en donde existen mejores medios de transporte, viajar con el equipo a presenciar partidos fuera de casa, aunque se tratara de grandes finales. Es por ello que las zonas del estadio reservadas para aficionados mallorquinistas presentaron grandes claros. Con el agravante añadido de la insularidad, no pudieron desplazarse todos los que lo desearon. Por el contrario, para nuestra afición el viaje era por supuesto infinitamente más cómodo y económico. Apenas el precio de un billete de Metro o de autobús. En cuanto al reparto de entradas, tampoco recuerdo que se armara tanto alboroto como ha llegado a acaecer en finales posteriores. Los que quisimos acudir pasamos unos días antes por las taquillas oficiales del Vicente Calderón, esperamos la pertinente cola, nada escandalosa, y obtuvimos nuestras localidades. En mi caso concreto, se ubicaba en el segundo anfiteatro de Fondo Norte, bastante centrada, es decir, en línea con las porterías. En ese año, esa localidad correspondía a uno de los puntos más elevados del estadio (a excepción del famoso tercer anfiteatro de lateral o “gallinero”, donde había acudido a presenciar derbis ligueros en numerosas ocasiones), dado que hasta el año siguiente no se acometerían obras que se traducirían en una profunda transformación del estadio, elevando su altura considerablemente.
 Las alineaciones fueron las siguientes: por nuestro equipo salieron Mejías; Tomás, Ferreira, Juanito, Solozábal, Toni; Vizcaíno, Schuster, Orejuela (Alfredo, minuto 61); Manolo y Futre (Sabas, minuto 87). Como curiosidades de esta alineación, cabe recordar varios detalles. El primero, que Mejías, debido a una infortunada lesión del cancerbero titular Abel cerca del final de la temporada (precisamente el año en que conquistó su legendario record de imbatibilidad, aún vigente, de 1275 minutos) se había visto obligado a ocupar la portería en las rondas finales, desde cuartos de final, después de varios años de figurar en la plantilla pero apenas disputando minutos. En el partido de vuelta contra el Barcelona, no había tenido una actuación muy convincente. Por eso muchos aficionados acudían a la final con poca seguridad en sus prestaciones. Afortunadamente toda duda se disipó pronto. No es que el Mallorca atacara mucho, pero Mejías, en uno de sus últimos actos de servicio al Club, desarrolló un encuentro serio, sobrio y solvente. El segundo, que el extraordinario centrocampista que fue Orejuela había recobrado recientemente la titularidad después de dos desgraciadísimos años de lesión tras lesión. No pudo aguantar mucho sobre el terreno de juego, por eso fue el primer sustituido, pero le dio tiempo para mostrar en una final su innegable calidad. El tercero, que no atañe directamente a los jugadores sino al banquillo es que el entrenador de casi toda la temporada (Joaquín Peiró fue cesado en la pretemporada), el croata Tomislav Ivic, recientemente fallecido, había sido a su vez cesado justo inmediatamente antes de este partido. Su puesto lo ocupó, por primera y única vez en su curriculum, Iselín Santos Ovejero, el viejo “cacique del área” de los años setenta. Y el cuarto, que este novísimo entrenador respetó la configuración táctica de su antecesor en el cargo durante esa temporada (obviamente no tuvo mucho tiempo para grandes cambios), y que tan buenos resultados le habían dado: es decir, tres centrales, dos laterales de largo recorrido, tres centrocampistas, de los cuales dos trabajaban para que luciera Schuster y arriba dos de las estrellas del equipo, Manolo y Futre, ninguno de los cuales era delantero centro puro (es decir, que más de veinte años antes, nuestro equipo ya jugaba con el “delantero centro falso o mentiroso” que tan en boga han puesto en este último ejercicio tanto el Barcelona como la Selección española).
 Por el Mallorca: Ezaki; Pedraza, Del Campo, Fradera, Serer; Parra, Marcos (Álvaro, minuto 54), Nadal, Soler, Armando; y Hassan (Claudio, minuto 80). Ezaki y Hassan era internacionales marroquíes. Parra y Armando antiguos jugadores nuestros. Nadal y Claudio futuras estrellas de la Selección española que poco después recalarían en el Barcelona y en el Deportivo de la Coruña, respectivamente.
Alfredo, autor del único gol
 El árbitro fue Joaquín Ramos Marcos. Con gran disgusto previo por parte de la mayoría de la afición rojiblanca. Ya nos había “birlado” una final anterior, la de 1987 contra la Real Sociedad, ignorando en el último minuto uno de los penaltis más claros que jamás haya podido presenciar sobre un terreno de juego, cometido por el realista López Rekarte sobre nuestro centrocampista Julio Prieto. Además de otras muchas desafortunadas actuaciones anteriores, y también posteriores.
 Y en cuanto al desarrollo del encuentro en sí, no hubo mucha historia que recordar. Los mallorquinistas asumieron desde el principio su rol de aspirante y se dedicaron a esperar atrás, muy bien protegidos, desplegando un extraordinario juego defensivo, entregando el balón y la iniciativa a los rojiblancos. Futre no tuvo un día especialmente inspirado, lo que provocó su sustitución. Los atléticos tampoco lograban llegar con excesivo peligro a la portería rival. Prórroga. Más de lo mismo. Y cuando ya todos pensábamos en el desempate mediante penaltis, que era en realidad lo que los bermellones buscaban a esas alturas, el desenlace final. Minuto 114. Sabas, sustituto de Futre, recibe de Schuster un pase esquinado al borde del área. Dispara centrado pero con inusitada fuerza para un cuerpo tan pequeño. Ezaki logra rechazar el esférico, pero lo deja muerto en el área pequeña. Alfredo, sustituto de Orejuela, remata como puede, con la pierna izquierda, su menos buena, casi trastabillándose, pero es un disparo cercano y con la portería desguarnecida. ¡Gol!. Tras años de sequía, la euforia y la alegría invade todos los corazones atléticos, tanto de los que estábamos presentes en el estadio como de los miles y miles más que estaban allí representados. Curiosidad: los dos actores principales del celebérrimo gol habían salido desde el banquillo.
Recogiendo la Copa
 Era el primer título de la era Gil. Se festejó como se merecía. Y además de su importancia intrínseca, este título tuvo una especial trascendencia, cual fue el hecho de que parte de ese festejo fuera la inauguración de las celebraciones en Neptuno, tal y como se relató en su momento en uno de los primeros artículos de este blog, al que me remito para evitar repeticiones innecesarias. Ese día se inició una tradición que ojalá se reverdezca vez tras vez. Este mismo año, sin ir más lejos, con la final de Bucarest.
                         

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 11 de julio de 2012

MILIÁN

MILIÁN

  Cuando en la década de los ochenta se utilizaba en el ámbito deportivo la palabra “contraataque” había dos nombres propios que de inmediato acudían a la mente de los aficionados al deporte. Uno era el baloncestista madridista, que durante muchos años defendió los colores de la Selección, Juan Manuel López Iturriaga, que jugaba en la posición de alero. En cuanto su equipo conseguía recuperar el pelotón de baloncesto (y es posible que incluso antes, que anticipase la acción, y que ese fuera parte de su secreto) salía raudo y veloz en busca de la cesta adversaria, para recibir el pase adelantado y encarar un fácil uno contra ninguno que vez tras vez concluía con una sencilla bandeja (carecía de las facultades físicas necesarias para clavar los espectaculares mates que poco después se pondrían en boga). En aquellos tiempos, y aún en los presentes, se le calificaba por esa cualidad con el adjetivo de “palomero”. Y el otro era el balonmanista atlético, que igualmente defendió durante muchos años los colores de la Selección, Agustín Milián. Jugando desde el extremo, poseía asimismo una capacidad tremebunda para anticipar acciones y salir con inusitada velocidad al contraataque tan pronto como sus compañeros recuperaban el balón en defensa, ya fuera por méritos propios o por deméritos, en forma de pérdidas de esférico, de los rivales. Cierto es que los contragolpes fulminantes es una de las acciones más características del balonmano; y cierto es también que esas acciones suelen ser llevadas a cabo por los extremos, que son los jugadores más livianos, ágiles y rápidos. Pero disfrutar a Milián culminando una contra era un espectáculo inenarrable. Yo, personalmente, jamás he visto nada igual. Presenciando los partidos en directo, había ocasiones en las que no se sabía dónde se encontraba la pelota en ese preciso momento para de inmediato ver al extremo atlético encarar la portería adversaria, con altísimo porcentaje de acierto.     
Milián con el número 10, al lado de Lorenzo Rico.
 Agustín Milián Gracia nació en Barcelona el día veintiocho de agosto de mil novecientos cincuenta y ocho. Tras despuntar en equipos colegiales de su ciudad natal, recaló en el Barcelona muy jovencito, donde apenas llegó a jugar un par de campañas. En la temporada 79-80, con veintiún años recién cumplidos, es fichado por el Atlético de Madrid. Recuerdo con ocasión de su fichaje una entrevista en el por entonces único medio oficial del Club, la “Revista del Atlético de Madrid” (ya la mencioné en el artículo dedicado a Benegas), de periodicidad mensual. En dicha entrevista, Milián destacaba sobre todo su polivalencia, ya que podía jugar indistintamente en cualquiera de los dos extremos y, además, en el pivote.
Temporada 78-79: el barcelonista Milián dispara ante el atlético
Pagoaga. Al año siguiente permutarían equipos. 
 Lo cierto es que esa polivalencia, en sus años atléticos, dio paso por el contrario a una marcada especialización. Que yo recuerde, siempre le vi jugar de extremo derecho, siendo diestro, lo que, pese a parecer un contrasentido, no es lo normal. Recalquemos, como ya se hizo en el artículo dedicado a Lorenzo Rico, sobre todo para aquellos lectores que no sean entendidos en balonmano, que en este deporte, los extremos y los laterales juegan, en expresión que últimamente se ha trasladado al mundo de fútbol, “a banda cambiada”, es decir, los diestros por la izquierda y los zurdos por la derecha, para así poder disponer de un mayor ángulo tanto de pase como de tiro. Agustín Milián era una de las excepciones. Siendo diestro, jugaba de extremo derecho. Tenía que sacrificarse al no existir extremos zurdos en la plantilla. Su habitual compañero en el contrario era el también diestro Paco Parrilla. Poco después, arribarían desde la cantera los dos Garcías, Fernando (diestro) y Quique (éste ¡por fin! zurdo). En sus proverbiales y recordados contraataques eso no tenía mayor importancia. Pero sí en los ataques estáticos donde, tras lograr sus compañeros una trabajada superioridad por el extremo, le pasaban el balón y, tras saltar sobre la línea de seis metros, afrontaba al cancerbero rival con un ángulo de tiro disminuido. Es entonces cuando entraba en juego otra de las grandísimas virtudes de Milián: sus rectificados. En el mundo del balonmano, como siempre (y más antes que ahora) ha sido difícil encontrar extremos y laterales zurdos, los diestros tenían que aprender el arte del rectificado, en el que Milián era un consumado maestro y especialista (recuerdo también los espectaculares del bidasotarra Suspérregui). El rectificado consistía (y hablo en pasado porque ya casi no se ven) en forzar con el cuerpo un escorzo, de tal forma que el tronco se desplazaba lo más posible hacia la zona central de la cancha, alejándose del lateral, protegiendo además el balón de posibles robos con el encogimiento del brazo, y así, mediante ese desplazamiento, ayudado obviamente por el de las  piernas, el extremo que buscaba el lanzamiento obtenía una posición más centrada y, por ende, un mayor ángulo de tiro.
 Otra de las principales cualidades de Milián era su intensidad defensiva, a la que evidentemente colaboraba su velocidad de piernas. Era un especialista en defender (y “secar”) a grandes extremos adversarios. En este sentido, para destacar la importancia de su rol defensivo, cabe recordar que con motivo de la inolvidable final de la Copa de Europa de la temporada 1984-85 contra el todopoderoso equipo yugoslavo de la Metaloplástika, el legendario entrenador de nuestro equipo y actual Presidente de la Federación española de balonmano, Juan de Dios Román, se arriesgó a agravar la lesión que por aquel entonces estaba padeciendo Milián para el solo hecho de que éste pudiera jugar la final y defender en la medida de lo posible al extraordinario extremo yugoslavo Isakovic, el cual, en palabras del entrenador español era “el mejor jugador del Mundo” (entrevista en “El País”, trece de abril de mil novecientos ochenta y cinco, día de la final). Para que nuestro extremo llegara con cierto tono al gran partido le hizo jugar el fin de semana inmediatamente anterior contra el Barcelona en el Palau Blaugrana. Milián, recién salido de una lesión, no tuvo su mejor día y sucumbió ante dos extraordinarios rivales barcelonistas como eran Cabanas y Sagalés. Pero consiguió el rodaje necesario y pudo disputar la gran final con garantías físicas. Ese grandioso encuentro ya fue rememorado pormenorizadamente en el artículo que le dediqué a Lorenzo Rico, al que me remito para evitar repeticiones innecesarias. Tan sólo recalcar ahora que fue uno de los ambientazos más eléctricos que jamás haya podido vivir en evento deportivo alguno y que el antiguo Palacio de los Deportes madrileño (pre-incendio) estuvo a rebosar con incontables banderas y bufandas rojiblancas al aire.   
Final ante Metaloplastika. Milián, tercer agachado por la derecha
  Jugó con nuestro equipo nueve temporadas, en las que consiguió cuatro Ligas (80-81, 82-83, 83-84 y 84-85, todas ellas con Juan de Dios Román de entrenador) y tres Copas (80-81, 81-82 y 86-87). Habitualmente portaba, tanto en espalda como en pecho, el número 10.
 Fue internacional en ciento cinco ocasiones, disputando con la Selección española los Juegos Olímpicos de Moscú 80, en los que se obtuvo la quinta posición, y Los Ángeles 84, en los que se consiguió la octava. En particular, he podido leer en entrevistas diversas a nuestro personaje de hoy que recuerda con especial agrado la quinta plaza de Moscú, dado que hasta entonces el equipo nacional no había conseguido éxito relevante alguno y ese puesto les supo a gloria, aderezado además por el excelente ambiente que se disfrutó en ese equipo y en ese torneo. Fue el aldabonazo, similar al que en la misma competición experimentó la selección nacional de baloncesto, que hizo despertar el interés nacional por este bellísimo deporte y que con el paso del tiempo trajo maravillosos logros.
 El número de ciento cinco internacionalidades puede parecer excesivo. En realidad, es el jugador español número treinta y ocho (hasta la actualidad) en el ranking de entorchados. Ello es debido a que en ciertos deportes (los principales paradigmas serían tanto el balonmano como el baloncesto) en los grandes torneos internacionales se disputan un elevado número de encuentros, en numerosas ocasiones incluso a diario, lo que motiva que el número de internacionalidades se disparen. De hecho, el internacional español a día de hoy con mayor número de entorchados es el histórico portero barcelonista David Barrufet, con 280.
 En otras entrevistas que he leído sobre Milián recientemente, siempre recuerda con sumo cariño su etapa rojiblanca. Empezó muy crío en el Barcelona pero el haber sido traspasado a nuestro club siendo aún tan joven provocó que toda su plenitud y consagración, tanto a nivel deportivo como personal, se produjeran defendiendo la elástica de rayas rojas y blancas. Se siente plenamente identificado con la ciudad de Madrid. De hecho, tras su retirada continúa viviendo en ella, habiéndose desvinculado por completo del mundo balonmanístico y dedicándose a sus negocios privados de suministros para cines y teatros y a jugar al golf.
 También comenta en esas entrevistas que el maravilloso e inolvidable grupo personal que se conjuntó en la década de los ochenta continúa viéndose. Aquí podemos citar también, además de los que han ido desfilando por las líneas anteriores a Juanón de la Puente, Manolo Novales, Rafa López León, Juanjo Uría, Luisón García, Javier Reino, Chechu Fernández, Juanqui Román o el mítico Cecilio Alonso. Todos ellos imperecederos en la memoria de aquellos atléticos a los que, además del fútbol, nos encantaba acudir los domingos por la mañana o los sábados por la tarde al entrañable polideportivo Antonio Magariños a disfrutar de la intensidad y emoción de un deporte tan excitante como puede llegar a ser el balonmano. Y que además nos proporcionaba alegrías sin fin en forma de títulos y de partidos imborrables. Todos ellos recuerdan esa época con nostalgia y hacen votos porque la reciente recuperación de la sección para nuestro club no sea una mera coyuntura pasajera y se perpetúe años y años. Que así sea.       
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 4 de julio de 2012

EL PENALTI DE CHACHO

EL PENALTI DE CHACHO

  En una de las primeras entradas de este blog escribí (y perdón por la autocita) que era mi intención “plasmar en una serie de artículos cortos pequeñas semblanzas de jugadores y vivencias y recuerdos en general…de mis muchos años…de fiel seguidor rojiblanco para que sean compartidas por aquellos que las pudieron vivir conmigo o descubiertas por aquellos que no pudieron hacerlo”. Pues bien, es evidente que el hecho que hoy voy a analizar no ha sido vivido por mí. No soy tan mayor. Tuvo lugar el día diecinueve de abril de mil novecientos treinta y seis, en la vigésimosegunda y última jornada de la Liga 35-36. No fue vivida sobre el terreno pero, en cierta forma, sí que fue re-vivida. Siendo niño y adolescente, me encantaba leer libros sobre la Historia del club al que había decidido ofrecer mi corazón, sobre aquellos aspectos históricos que habían contribuido a forjar su personalidad, leyenda e idiosincrasia. En aquellos tiempos, no obstante, era sumamente dificultoso encontrar material sobre el tema. No existían demasiadas obras. Creo que yo dispongo de la totalidad de las que pudieron publicarse. Precisamente esa es una de las finalidades que persigo con esta serie de artículos: el facilitar a todos aquéllos que hoy sean jóvenes y que manifiesten unas inquietudes similares a las que yo manifestaba cuando tenía su edad unos humildes medios para que puedan profundizar en la Historia del club de sus amores. Hoy en día, sin embargo, existen muchas más fuentes de difusión, tanto escritas como de otra índole, gracias sobre todo a las modernas tecnologías, por lo que mi modesta contribución será un pequeño grano de arena más al que puedan acudir.
  Y en esa época en la que devoraba toda obra impresa que me ilustrara sobre las vicisitudes de la historia atlética hubo una circunstancia que me dejo profundamente impresionado e impactado: el penalti de Chacho. Además, en conversaciones entre veteranos aficionados oídas en el estadio o en el Metro, camino del mismo, el reseñado penalti salía una y otra vez. Es una de las principales adversidades que le han acontecido a nuestro club, que parece demostrar que la fortuna siempre ha estado alejada de nosotros en momentos de suma importancia. En realidad, siempre pensamos eso cuando no se consiguen los resultados apetecidos. En aquellos otros momentos en que se obtienen logros importantes (verbigracia, la reciente final de la Europa League ante el Athletic de Bilbao) los nubarrones del infortunio se despejan y dejan paso a la más sana de las alegrías.
Chacho con la camiseta del Deportivo de la Coruña
  Chacho (apodo de Eduardo González Valiño) fue un delantero, un interior izquierdo, nacido en La Coruña el día catorce de abril de mil novecientos once. Jugó toda su trayectoria, antes y después de la Guerra Civil, en el Deportivo de la Coruña, donde es una leyenda. Con una excepción: las dos temporadas que figuró en el Atlético de Madrid, la 1934-35 y 35-36, donde disputó treinta y nueve encuentros de Liga, obteniendo trece goles. Era un consumado goleador, con disparo duro, violento y certero. Por ese motivo, era un magistral lanzador de penaltis, que materializaba siempre con precisión y potencia de tiro. Es especialmente nombrado en la Historia de la selección española de fútbol, ya que ostenta el record de más goles en un partido jugado. El día veintiuno de mayo de mil novecientos treinta y tres, militando por consiguiente aún en las filas coruñesas, le endosó seis goles a Bulgaria, en la apabullante victoria por trece a cero ante Bulgaria, en encuentro de carácter amistoso celebrado en el antiguo Chamartín. Para los amantes de la estadística el resto de los goleadores de ese día fueron el que luego sería rojiblanco Elícegui y en esa temporada defendía los colores del Real Unión de Irún, en tres ocasiones, el madridista Luis Regueiro en dos, el españolista Bosch en una y, finalmente, también hubo un gol en propia meta, del búlgaro Mitchalov. Era además el día de su debut. Y pese a serlo tan contundente, luego tan sólo obtendría dos entorchados internacionales más: el siguiente partido, clasificatorio para el Mundial de Italia 34, contra Portugal, victoria por 9 a 0, donde también marcaría uno de los goles, y el desempate contra Italia, derrota por uno a cero, en los cuartos del final de dicho Mundial, en la que es una de las páginas más brillantes de la historia de la Selección española, y en la que me tengo que remitir a valiosas obras que existen sobre ella, al exceder la temática de este breve artículo.
  El partido tuvo lugar el día reseñado al principio. El Campeonato de Liga tiene por entonces doce equipos, lo que se traduce en veintidós jornadas. Arranca la primera el día 10 de noviembre de 1935, con victoria por un gol a cero frente al Racing de Santander. El equipo hace una primera vuelta horrorosa, con seis derrotas consecutivas, desde la segunda hasta la séptima. Se ocupa de continuo la penúltima posición, que acarreaba el descenso, solo por encima del Sevilla, que sería precisamente el rival de la última y funesta jornada. Se endereza el rumbo en la segunda vuelta, donde se obtienen varias victorias caseras. En la penúltima fecha, se consigue un valioso empate en Mestalla ante el Valencia, que parece ser la salvación. Bastaba con empatar en casa frente al último clasificado, el Sevilla, que tenía un punto menos. Empatado con los andaluces estaba también el Osasuna. En la última jornada del día diecinueve de abril, los navarros perderían por dos a cero en San Mamés contra el Athletic de Bilbao, que sería el campeón de esa temporada. Esa derrota motivó su descenso a la Segunda División. Por tanto, la plaza restante se iba a repartir entre los contendientes directos: o Atlético de Madrid o Sevilla, con las ventajas añadidas para los primeros de jugar esa última jornada en casa, en el Metropolitano, y de bastarles el empate.
  Las alineaciones fueron las siguientes: por parte del Atlético de Madrid, con la táctica de la época del 2-3-5, Guillermo; Mesa, Valcárcel; Gabilondo, Marculeta, Ipiña; Lazcano, Arocha, Elícegui, Chacho y Rubio. Por el Sevilla: Guillermo Eizaguirre; Joaquín, Villalonga; Epelde, Segura, Fede; López, Tejada, Campanal, Tache y Berrocal. Los que tengan unos mínimos conocimientos de la historia del fútbol español apreciarán la concurrencia en ambas escuadras de jugadores míticos, como Lazcano o Campanal.           
  La trascendencia del encuentro hace que los jugadores rojiblancos empiecen sumamente nerviosos, perdiendo balón tras balón en el centro del campo, y posibilitando furibundos ataques de los sevillistas. Sin embargo, todo parece tranquilizarse mediada la primera parte, al anotar el primer gol el atlético Marculeta, o bien Rubio, o bien Elícegui (en tres fuentes consultadas, el goleador es distinto). Lo que sí concuerdan todas ellas es que al descanso ya había remontado el partido el Sevilla, con sendos goles de Berrocal, tras jugada magistral, y Tache.
  Tras el descanso, a los veinte minutos, Tejada (o puede ser que López) pone el 1 a 3 en el marcador, y entonces todo parecía perdido. Pero reacciona el Aleti con el pundonor y coraje que ya desde tiempos tan remotos se encuentran adheridos a las rayas rojas y blancas y, diez minutos después, o bien Elícegui o bien Gabilondo acortan distancias, se llega al 2 a 3 y se redoblan los ataques con fiereza e insistencia, dejando desguarnecida la defensa. No sé dónde estarían mirando los cronistas de la época para montar tamaña confusión en cuanto a los goleadores. Supongo que a ello contribuiría el hecho de que los jugadores carecían de números dorsales, que empezaron a hacerse habituales en los años cincuenta.
  Pero en donde hay consenso absoluto en todas las fuentes consultadas es que, a falta de cuatro minutos para el final, el delantero centro rojiblanco Elícegui, apodado “El expreso de Irún”, afronta un mano a mano con el cancerbero adversario, después de una brillante jugada personal. Es trabado por detrás por el defensa Villalonga, en una de esas entradas que hoy sería castigada con tarjeta roja, y el árbitro Arribas decreta el correspondiente penalti, entre las generalizadas protestas (antes y ahora eso ha sido siempre igual) de los sevillistas.
  Silencio sepulcral en el estadio Metropolitano. Por un lado, la afición atlética tiene confianza en el consumado lanzador de penaltis que es Chacho, que jamás antes había fallado lanzamiento alguno. Por otro, el Aleti es el Aleti, y la fortuna suele mirar hacia otro lado cuando más se la necesita. El centrocampista Ipiña, que inmediatamente después de la Guerra Civil ficharía por el eterno rival madridista, tiene una corazonada, y le dice a su compañero de línea Gabilondo: “Lo va a fallar. Voy a situarme para el rechace”.
  Chacho respira, coge aire y patea el cuero con su violencia y precisión habituales y características. Tanto lo quiere colocar y alejar de los guantes del mítico guardameta sevillista Guillermo Eizaguirre que el disparo se estrella contra el poste derecho (en visión trasera; izquierdo en posición frontal) de la portería. El arquero queda tras su estirada tumbado en el suelo, sin capacidad de reacción posible, y el esférico se dirige hacia Ipiña, que, con su corazonada previa, se había colocado maravillosamente y tenía toda la portería vacía delante de él. Chuta y…¡el balón se va a las nubes, por encima del travesaño!. Desesperación entre los jugadores y los aficionados rojiblancos. Alegría incontenible entre los sevillistas. Muchos besaron el palo salvador. El Sevilla concluye el Campeonato con dieciséis puntos y salva la categoría. El Aleti, con quince, acaba penúltimo y acompaña al Osasuna en el descenso.
  En la fotografía que ilustra cada una de las obras consultadas, y que igualmente lo hace en este artículo, se aprecia claramente el momento exacto en el que Chacho ya ha disparado y el balón se dirige inmisericorde hacia el poste. Muchos sevillistas, todos de blanco y con medias negras, con los brazos en jarras, esperando lo que parecía inevitable. La estirada con buena técnica de Eizaguirre, con la gorrilla característica en los años treinta, jersey a rayas y manos enguantadas (poco habitual en esa época) no alcanza el balón. Pero sí lo terminaría por detener la adversidad, disfrazada en forma de poste.
  No obstante, el desgraciado descenso no llega a consumarse. La Guerra Civil hizo que de 1936 a 1939 se paralizara toda competición futbolística. Al concluir la contienda, el Oviedo no puede reiniciar la Liga por tener su campo de Buenavista derruido por las bombas. El día 26 de noviembre de 1939 se disputa en Valencia un encuentro entre los dos equipos descendidos, para que el vencedor ocupe su plaza. Triunfa el Atlético de Madrid (por aquel entonces, y durante varios años después, Atlético de Aviación) por tres goles a uno, con lo que se gana su derecho a competir en la Liga de Primera División, competición que esa misma temporada, paradojas de la vida…¡ganaría por primera vez!.
  La fortuna no se alía con nuestros colores en ciertas ocasiones. Pero hay que ser optimistas. En otras muchas, en todas aquellas que hemos alcanzado títulos o disfrutado gestas maravillosas, hemos conseguido que juegue de nuestro lado. Ojalá que en el futuro esté con nosotros en muchas más ocasiones.          


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ