miércoles, 25 de abril de 2012

VIERI

VIERI.

  Defendió nuestros colores tan solo una temporada. No se significó especialmente por su idiosincrasia atlética. De hecho, después de irse de nuestro equipo manifestó al cabo de los años que la decisión de su carrera de la que más se arrepentía era la de haber dejado su anterior club, la Juventus de Turín. Pero, al igual que todos los grandes jugadores atléticos a los que estoy dedicando breves semblanzas, dejó un recuerdo imborrable, que se acrecienta además año tras año. Es el sabido y conocido como “efecto Gardel”, famoso cantante de tangos de primeros del siglo XX que, para todos los argentinos, cada vez canta mejor. De igual forma, de todos los grandes peloteros que hemos conocido, el paso del tiempo no hace sino potenciar y aumentar sus innegables virtudes futbolísticas. Por otro lado, de todos aquellos que he tratado hasta ahora, es el más cercano en el tiempo, el más fresco en la memoria de los aficionados, incluida la de aquellos más jóvenes que no han tenido ocasión de conocer a otros más antiguos y que al parecer disfrutan sabiendo de ellos.
  Christian Vieri (no es que me esté “comiendo” el segundo apellido, es que los italianos no lo tienen) nació en Bolonia, el día doce de julio de mil novecientos setenta y tres. En Italia se le conoce con el sobrenombre de “Bobo” (supongo que no llevará la carga peyorativa que dicho calificativo tiene en España), derivado del nombre italiano de su padre, Roberto, que al traducirlo los australianos angloparlantes se transformó en Bob, y durante el añito glorioso que pasó con nosotros, se le calificó como “El Capocannonieri”. Siendo muy niño, a los cuatro años, se trasladó con su padre, futbolista profesional, a Australia. De su estancia en ese país nació sus muchas veces confesado (y para muchísima gente, y que me perdonen sus seguidores, inexplicable) amor al deporte del cricket. En el país oceánico nació su hermano Massimiliano, que luego sería internacional con Australia. Allí empezó Christian a jugar al fútbol, en el Marconi Stallions de Sidney. Volvió a Italia en 1991, para jugar sucesivamente, a equipo por temporada, en la que ha sido una de sus principales características de su trayectoria profesional, en Torino, Pisa, Rávena, Venecia, Atalanta y Juventus. En este último disputó la temporada 1996-97, con un altísimo nivel, que le permitió ridiculizar en el mismísimo San Siro a los insignes defensas Franco Baresi y Paolo Maldini en la recordada victoria juventina sobre el Milán por seis goles a uno. En esos años, ya se podía disfrutar en España por televisión de las grandes Ligas europeas, y ese inolvidable partido se pudo ver aquí.
  Por ese mismo motivo televisivo, cuando el Atlético de Madrid anunció oficialmente en el verano de 1997 que se había fichado para la próxima temporada 1997-98 tanto al delantero Vieri como al centrocampista Juninho, brasileño que destacaba sobremanera en la Liga inglesa, enrolado en las filas de un equipo mediano como era el Middelsbrough (por cierto, acompañado de otro mediocampista de igual nacionalidad, Emerson, que con el paso de los años también defendería la elástica rojiblanca), a muchos aficionados atléticos nos pareció casi increíble que dos jugadores tan buenos, que podíamos ver todos los fines de semana por televisión rindiendo excelentemente y haciendo cosas majestuosas, pudieran llegar a recalar en el Aleti. Particularmente me invadió un sentimiento de euforia similar al que, muchos años antes, siendo niño, experimenté con la llegada de otros dos grandes cracks mundiales como Luiz Pereira y Leivinha.
  Ambos jugadores fichados casi al unísono (esa temporada también se hizo como fichaje de calidad el de Jordi Lardín) se hicieron íntimos amigos. Eran vecinos, casi puerta con puerta. Por eso, uno de los detalles más inolvidables de su estancia atlética y que demuestra la indudable calidad humana de Vieri tuvo lugar el nueve de febrero de mil novecientos noventa y ocho. Ese día, lunes por la noche, partido televisado por Antena 3, se celebraba la vigésimo-cuarta jornada de Liga, contra el Oviedo. Se ganó por cuatro goles a uno, anotados dos por Vieri, otro (el primero) por José Mari y otro más (el cuarto) por Paunovic, siendo el gol oviedista del panameño Dely Valdés. Al anotar Christian su primer gol, segundo del equipo, en el minuto treinta y cinco, se dirigió a una cámara cercana y, para sorpresa de todos los televidentes, hizo un gesto que luego se ha convertido en habitual, pero que entonces era sumamente novedoso. Se levantó su camiseta para mostrar otra rojiblanca que llevaba debajo, con el nombre y el dorsal de su amigo del alma Juninho colocados sobre el pecho, en un inequívoco gesto de homenaje y de ánimo al camarada caído, dado que la semana anterior, en Vigo, había sido lesionado gravísimamente por el céltico Michel Salgado, truncando su magnífica trayectoria (Juninho volvería a jugar al fútbol, incluso figuraría en el plantel brasileño que ganó el Mundial de Corea del Sur y Japón de 2002, pero jamás volvería a alcanzar el nivel de antes de la infortunada lesión). Huelga decir que muchos lagrimales se vieron humedecidos por la amistad y la camaradería mostrada por Vieri.
  Otro de sus grandes amigos dentro de la plantilla en su año fugaz con nuestros colores fue su compañero de delantera, el genio gaditano Kiko. Lo cierto es que éste durante su época de esplendor cambiaba de acompañante prácticamente cada año (además del que hoy nos ocupa, Pevev, Esnáider o Hasselbaink), pero en mi modesta opinión creo que con el que mejor llegó a compenetrarse, el que más y mejor pudo aprovechar sus pases magistrales e inusitados, fue el delantero italiano. En entrevistas tanto de esa misma temporada como de épocas posteriores, Vieri recuerda a modo de anécdota que, en su larga trayectoria profesional en tantos y tantos equipos, Kiko fue el único con el que se entendía a silbidos. El que silbaba era el gaditano. Y el que lo oía era Vieri. Y tal llegó a ser el nivel de compenetración que con ese mero silbido el ariete ya sabía lo que su compañero iba a hacer.
  Vieri debutó oficialmente en la primera jornada de Liga en el estadio Santiago Bernabéu, contra el Real Madrid, el día treinta de agosto de mil novecientos noventa y siete. Empate a uno. Gol de Juninho a poco de empezar y empate de Seedorf con recordado golazo desde casi el centro del campo, sorprendiendo a nuestro magnífico cancerbero Molina, cerca del final. Ese día Vieri estuvo poco afortunado, y malogró ante Cañizares varias oportunidades claras. Lo que motivó que muchos agoreros criticaran al fichaje, argumentando que se había gastado mucho dinero para un delantero que no lo valía. Pero el paso del tiempo puso a cada cual en su sitio. Vieri hizo una temporada prodigiosa, anotando veinticuatro goles en veinticuatro partidos (se perdió varios partidos de Liga por lesión), y siendo el máximo anotador (pichichi en español o capocannonieri en italiano) de ese torneo. En todos esos goles, aparte del ya recordado con anterioridad por su valor sentimental, destacan especialmente dos portentosas exhibiciones individuales: la primera tuvo lugar el día dieciocho de octubre de mil novecientos noventa y siete, en La Romareda, en Zaragoza, para celebrar el final de los Pilares, con victoria atlética por cinco goles a uno. El primero de Kiko, a los tres minutos. Y luego tres seguidos de Vieri, todos con durísimos disparos desde posiciones alejadas, incluso alguno de ellos sumamente esquinado. Los seguidores zaragocistas seguían con pavor cada jugada en la que intervenía. Descontó Garitano de penalti y José Mari hizo el quinto y definitivo. Y la segunda, aún más portentosa exhibición individual que la anterior, pero con no tan buen resultado para el equipo fue la recordada derrota contra el Salamanca en El Helmántico, por cinco goles a cuatro, en la que él marcó los cuatro goles que no sirvieron para nada, el día veintiuno de marzo de mil novecientos noventa y ocho, jornada trigésima de Liga. Acostumbrado al rigor defensivo de la Liga italiana, a Vieri, en las entrevistas postpartido (por cierto, una de las pocas que debió conceder, ya que no era muy amigo de salir en la prensa), se le hacía inconcebible cómo se podía perder un partido en el que él había marcado cuatro goles.
  A los del torneo liguero, hay que sumar cinco goles más en la copa de la UEFA. Uno en la ida de los treintaidosavos de final, contra el Leicester inglés, otro contra el también inglés Aston Villa, en cuartos de final y tres en casa, el día veintidós de octubre de mil novecientos noventa y siete, en la ida de los dieciseisavos de final, frente al PAOK de Salónica griego, con victoria por cinco goles a dos, tres de Vieri, otro de Lardín y otro de Kiko. Y es precisamente el tercero del italiano, el que entonces hacía el 4 a 1, en el minuto cincuenta y tres, el que es su gol más recordado, el que pasa con asombro de generación en generación y el que provoca que Vieri sea venerado para siempre. Para aquellos que no lo vieran de primera mano o los que no lo tengan grabado, simplemente recordarles que hoy en día es fácilmente accesible en la red de redes. Aún así, y reconociendo que una imagen vale más que mil palabras, no me resisto a intentar al menos explicarlo en forma escrita (y así volverlo a disfrutar mientras lo rememoro). En un balón profundo hacia la línea de fondo, que parecía perderse irremisiblemente por ella, en el Fondo Norte del estadio, el delantero italiano corrió tras él. El portero griego, Michopoulos, salió del área para amagar y dejar que el balón saliera del terreno de juego. Pero Vieri no se tragó el amago y no disminuyó la potencia ni la velocidad de su carrera. Llegó a contactar con el esférico justo cuando estaba sobre la línea de fondo, donde quedó detenido, fuera del área grande, en las proximidades del banderín de córner derecho. La portería estaba desguarnecida, el guardameta había quedado ya fuera de la acción. Vieri volvió rápidamente sobre sus pasos y contactó con el balón con un golpeo de interior de su pierna izquierda. El cuero desplegó una trayectoria curva, ya que en caso contrario hubiera sido imposible dada su ubicación, y salvando el primer palo atravesó la línea de gol, ante la estupefacción generalizada. Un inolvidable gol para todos aquellos que tuvimos la fortuna de disfrutarlo en directo (en mi caso, por razones de trabajo, por televisión).             
  Por lo que se refiere a sus cualidades, Vieri era un estupendo delantero, que se caracterizaba sobre todo por la violencia de su golpeo, más con la pierna izquierda que con la derecha, y por la precisión de sus remates. Como es habitual en todo delantero italiano, debe estar acostumbrado a definir las escasas oportunidades que pueda tener. Tenía una gran complexión física, alto y fuerte. Su remate de cabeza era poderoso, pero no era no obstante su principal capacidad. La violencia y precisión de su disparo hacía que no importara la distancia que le separara de la meta adversaria. Cualquier posibilidad que tuviera de disparo era letal.
  Y una vez concluida su magnífica y recordada temporada, sin que nadie llegara a saber nunca por qué inexplicables razones, se volvió a Italia, a la Lazio, donde también estuvo otra temporada escasa. Luego al Inter de Milán, equipo en el que dispuso de más estabilidad, al figurar seis temporadas, en unión de otros astros como Ronaldo o Hernán Crespo, y luego, en periodos de tiempo inferiores incluso a un año, pasó por Milán, Mónaco, Sampdoria, Atalanta, Fiorentina y de nuevo Atalanta, donde se retiraría en la temporada 2008-09.
  Con la selección italiana disputó cuarenta y nueve encuentros internacionales, anotando veintitrés goles, nueve de los cuales lo fueron en los nueve partidos jugados entre sus dos Mundiales, los de Francia 98 y Corea del Sur y Japón de 2002.
  Como conclusión, estimo que Vieri traduce el significado de lo que significa ser un auténtico profesional (precisamente lo opuesto a lo que se califica en el ámbito futbolístico como “mercenario”): ofrecer siempre lo mejor de ti mismo, tu trabajo bien hecho, allí donde estés.
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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