martes, 18 de octubre de 2016

LEAL

LEAL

  Centrocampista de clase pero, al mismo tiempo, de constancia y sacrificio. Si bien sus primeros pasos atléticos fueron como delantero. Fiel defensor de la elástica rojiblanca durante la práctica totalidad de la década de los setenta. Fácilmente reconocible desde el punto de vista físico por su sempiterno bigote y también por su igualmente sempiterno vendaje de la mano derecha que, habiéndose iniciado por cuestiones médicas, lo continuó portando durante toda su carrera por motivaciones supersticiosas. Procedente de la cantera, donde coincidió en el filial Atlético Madrileño con el malagueño Juanito, tanto sobre el terreno de juego como, según comentan las lenguas de triple filo y de la madrugada, en correrías y juergas nocturnas, su llegada al primer equipo no fue nada pacífica. Su estilo de juego no simpatizaba con gran parte de la grada y recibía continuos silbidos. La convicción personal y personalidad de su entrenador, un por entonces joven Luis Aragonés, en su primera etapa de técnico, que se empeñó en mantenerle la titularidad contra viento y marea, por la confianza en sus posibilidades, consiguió que las lanzas se tornaran cañas y los silbidos, aplausos, una vez que su quehacer terminó de convencer a todos los aficionados
  Eugenio Leal Vargas nació en el toledano pueblo de Carriches el día trece de mayo de mil novecientos cincuenta y cuatro. A los tres meses su familia se traslada a Madrid. Comienza destacando en el colegio de La Salle, desde donde es captado para la cantera atlética. Tras dos años en los equipos juveniles, alcanza el primer filial. Otros dos años de aprendizaje y por fin debuta en la primera plantilla en la temporada 1971-72.
  En sus dos primeras campañas no disputa muchos partidos, dada su juventud. Ocho la primera y nueve la segunda (consiguiendo además un gol). Casi siempre saliendo desde el banquillo. Por ese motivo, para la temporada siguiente, 73-74, es cedido, para completar su formación, al Sporting de Gijón, que estaba comenzando a conjuntar una gran escuadra. Allí comparte plantilla con grandes mitos del sportinguismo y del fútbol español como Castro, Megido, José Manuel, Ciriaco, Valdés, Churruca o, sobre todo, Quini. Por aquel entonces jugaba de extremo derecho. Breve disertación: probablemente fuera una de las causas por las que más adelante, ya consagrado como excelente centrocampista, le gustara portar el dorsal con el número 7, que es el que tradicionalmente se ha identificado con dicha posición. Fin de la breve disertación. Completa un más que aceptable ejercicio, celebrando veintitrés encuentros y obteniendo cuatro goles. Al concluir la Liga, retorna en esa misma temporada al Aleti, para disputar la Copa (entonces del Generalísimo), dadas dos circunstancias: la primera es que una costumbre inveterada del nuestro fútbol que hoy se ha perdido es que la competición de Copa disputaba todas sus eliminatorias seguidas, una vez concluida la Liga; y la segunda es que fue la primera temporada de apertura de fronteras, en la que los jugadores extranjeros, después de muchos años pudieron volver a jugar la Liga española (a nuestro equipo arribaron Ayala y Heredia); pero la Copa solamente podían jugarla los españoles, por lo que para paliar la baja de los foráneos, se le permitió participar en ella. En concreto, sumo seis partidos más (los dos partidos de las eliminatorias de octavos, cuartos y semifinal).
  Una vez regresado, se inicia su época dorada. Tras sus titubeos iniciales y la etapa de silbidos del público anteriormente referida se consagra como titular indiscutible. Es en esta fase de su carrera cuando Luis Aragonés retrasa algo su posición y le incorpora al centro del campo, para aprovechar su visión de juego y calidad de pase. En las seis siguientes temporadas, desde la 74-75 hasta la 79-80, participa respectivamente en 24, 32, 33, 30, 17 y 24 partidos, anotando 1, 9, 3, 4, 5 y 2 goles. Sus dos últimas campañas, las pasa de lesión en lesión, después de que, con arbitraje de Guruceta (lagarto, lagarto…), una violenta entrada del madridista Sol en un derbi liguero en el Bernabéu le dañase gravemente la rodilla. Apenas pudo contribuir con cuatro encuentros más por temporada (por cierto, las dos del Doctor Cabeza en la Presidencia), sin gol alguno. La temporada 83-84 juega dos partidos en Segunda División con el Sabadell, pero sus continuos problemas de rodilla le obligan a tomar la decisión de una prematura retirada.
  En total jugó 185 partidos ligueros con la elástica de rayas rojas y blancas, anotando 25 goles. A los que hay que sumar muchos más encuentros y dianas en la Copa (ya fuera del Generalísimo o del Rey) y en diferentes Competiciones internacionales. Recuerdo en particular el partido de ida de las semifinales de la Recopa en la temporada 76-77, disputado en el Vicente Calderón en plena Semana Santa, el miércoles seis de abril de mil novecientos setenta y siete. El equipo en general y Leal en particular ofrecieron a la hinchada rojiblanca un espectáculo inolvidable. Fuerza, presión, velocidad, remate… Ambiente enfervorecido en las gradas. Victoria por tres goles a uno, anotados dos (el primero y el tercero) por Rubén Cano y uno (el segundo) por Leal, rematando de cabeza un balón a media altura enviado desde la banda izquierda por su compañero de línea Robi. La diferencia sobre el terreno de juego fue tan abismal que es una de esas ocasiones en las que se puede afirmar sin temor alguno a equivocarse que el resultado no respondió a los méritos contraídos. La desgracia fue que los alemanes, por medio de su gran (de clase, no de tamaño) centrocampista Magath obtuvieran un gol, que entonces hacía el empate a uno, y que tendría un valor decisivo en el total de la eliminatoria, dado que en la vuelta, celebrada en la ciudad del norte de Alemania dos semanas después, los germanos encajaron tres goles a nuestro cancerbero Reina (¡y antes de la media hora de juego!) por ninguno de los nuestros, que se pasaron el resto del partido en un quiero y no puedo. Era la época, felizmente superada, en que por lo usual cualquier equipo español que visitara en competiciones europeas a cualquier equipo alemán, se traía en las maletas de vuelta un gran saco de goles.
  En su palmarés se alinean dos Ligas (72-73 y 76-77), dos Copas (71-72 y 75-76) y la Copa Intercontinental de 1975, conseguida brillantemente frente a los argentinos del Independiente de Avellaneda, y ya tratada con profusión en otras entradas de este blog (por ejemplo, en la correspondiente a Irureta, autor de un gol en esa final a doble partido), a las que nos remitimos, dado además que nuestro protagonista de hoy tenía por entonces un peso limitado en el equipo y no disputó ninguno de los dos encuentros de la final.
  En la Selección española obtuvo trece entorchados internacionales. Todos con Kubala de seleccionador. Debutó el día dieciséis de abril de mil novecientos setenta y siete contra Rumania en Bucarest, en la fase de grupos clasificatoria para el Mundial de Argentina 78. Derrota por un gol a cero, con autogol del madridista Benito, en el que sería su penúltimo partido internacional. Ese mismo día debutaba el también atlético Rubén Cano. Con la Selección obtuvo un único gol, curiosamente en su estadio, en el Vicente Calderón, el veintiséis de octubre de ese mismo año, también contra Rumania, en el partido de vuelta de la liguilla. Victoria por dos goles a cero. Leal anotó el primero, en una elaborada jugada de equipo que culminó con un remate raso y escorado, al primer palo del portero. El segundo gol fue de Rubén Cano (que ese día no debutaba como goleador, dado que se había estrenado en un amistoso previo contra Suiza en septiembre). El delantero peinó ligeramente de cabeza una falta lateral botada por el madridista Pirri. Tan ligeramente que éste, al final del encuentro, reclamaba para sí la autoría del gol.
  Sin embargo, su trayectoria internacional no fue demasiado extensa. Apenas duró un año. Su decimotercero y último partido fue poco más de un año después, el día veintiuno de diciembre de mil novecientos setenta y ocho, en un amistoso prenavideño contra Italia en Roma, con derrota por un gol a cero marcado por el ariete “azzurro” Paolo Rossi, futura estrella mundialista en el Mundial de España 82. Ese día el seleccionador Kubala aprovechó para dar minutos a muchos no habituales de “La Roja”, como Botubot, Canito, Solsona, Argote o Pichi Alonso. De hecho, para los dos primeros fue su único encuentro internacional. Y para Leal, su despedida.
En esta foto se aprecia su mano vendada
  Su principal hito en su curriculum internacional fue la participación en la fase final del Mundial de Argentina 78, donde se reencontró con su viejo amigo de la cantera rojiblanca Juanito. Allí participó en los tres partidos que se celebraron, en el primero contra Austria sustituyendo a Cardeñosa y en los dos siguientes contra Brasil y Suecia como titular, disputando además los noventa minutos. Por cierto, muchos no recuerdan que en el encuentro contra los brasileños, donde tuvo lugar el celebérrimo gol (o mejor, no-gol) de Cardeñosa, Leal tuvo una participación muy activa en la jugada. Después de que el defensa central Amaral, ayudado por la premiosidad del por otra parte excelente mediocampista bético, rechazase el remate de éste en la misma línea de gol, el esférico llegó a pies de Leal que, escorado y sorprendido, logró atinar con un nuevo remate que se dirigía hacia las mallas. Pero de nuevo el corpachón del atlético (de constitución, no de equipo) defensor brasileño se interpuso. En esta ocasión el cuero se desplazó entre sus piernas, pero según se caía al suelo, lo detuvo…¡con el culo!.
  Por lo que hace referencia a sus cualidades, muchas de ellas ya desgranadas en las líneas anteriores, Leal, en su época de esplendor, obviando su etapa anterior de delantero, fue un extraordinario centrocampista. Mucha clase, calidad en el pase, grandes dotes asociativas, disparo certero, en muchas ocasiones desde distancias lejanas. Sin llegar a alcanzar las cotas excelsas de otros ilustres que han portado las rayas rojas y blancas, como Luis, Landáburu, Schuster, Pantic o Simao, fue también un magnífico lanzador de faltas. Pero todo ello mezclado con grandes dosis de trabajo, sacrificio y solidaridad. Ocupaba una gran zona de influencia sobre el terreno de juego. En el esquema táctico predominante de la época, el 4-3-3, las bandas quedaban reservadas para los laterales y los extremos, por lo que los centrocampistas debían trabajar a todo lo largo y ancho del césped, con grandes desplazamientos. Por consiguiente, todos eran laboriosos y trabajadores, como lo era Leal. Pero no todos poseían el carisma y la calidad del toledano. Todo ello con sobriedad, sin alharacas o exhibiciones cara a la galería. En suma, perfecto jugador de club. Muy posiblemente a su entrega a la causa contribuyera el profundo amor que ya desde niño profesó por los colores rojiblancos.   
  Casado con una granadina, reside en esa ciudad andaluza, desvinculado por completo del mundo del fútbol, salvo las ocasiones en que acude a la capital para ver jugar a su equipo del alma. Exactamente igual que muchos de nosotros.              

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 29 de octubre de 2014

LIBRO "VIVENCIAS ROJIBLANCAS"

LIBRO "VIVENCIAS ROJIBLANCAS"


Ante la sugerencia y petición de muchos fieles lectores del blog "Vivencias rojiblancas"...¡se ha transformado en libro!. Están todos los capítulos que han conformado el blog durante estos años, para que aquéllos a quienes les haya gustado pueden disponer del mismo en papel impreso.
  Ha sido publicado por la editorial "Círculo Rojo" (enlaces a internet pocas líneas más abajo)
  El blog ha gozado de lectores en todo el mundo. Yo ya lo sabía, pero no ha dejado de asombrarme el hecho de que la causa rojiblanca esté tan extendida por todo el mundo. Además de España, como es lógico, he disfrutado de lectores de todo el planeta. Particularmente destacado el número que han entrado a visitarlo desde el Reino Unido, Estados Unidos y Alemania. Especialmente Alemania. El país germano tardó en arrancar, pero desde que alguien lo descubriera allí, ha debido de funcionar el boca  a boca de forma maravillosa porque gozo diariamente de la visita de un gran número de alemanes, muchos días incluso en mayor cuantía que los españoles.
  De igual forma, animo a todos para que el boca a boca con el libro funcione igual de bien y puedan ser muchos más los convertidos a la fe rojiblanca.
   Ya os puedo facilitar los pertinentes enlaces para quien pueda estar interesado en adquirirlo por internet:

lunes, 11 de agosto de 2014

SEGUNDO EPÍLOGO: CAMPEONES DE LIGA 13-14


SEGUNDO EPÍLOGO: CAMPEONES LIGA 13-14

   Después de haber dado por concluida la obra con todos los anteriores capítulos y su correspondiente epílogo, me veo en la venturosa y placentera obligación de ampliarla, incluyendo este segundo epílogo, ante la eventualidad que ha acaecido recientemente: la portentosa y extraordinaria temporada 13-14, en la el club Atlético de Madrid consiguió coronarse como campeón de Liga, en reñida pugna con los dos “a priori” inabordables “transatlánticos” que todos conocemos, subcampeón (o campeón a falta de dos minutos) de la Champions League o, como nos gusta seguir denominándola a los recalcitrantes románticos, Copa de Europa, cuarenta años exactos después, y semifinalistas de Copa del Rey. Como he escrito en similares ocasiones anteriores, pronto será historia. En esta ocasión rectifico, Ya es historia.
   A lo largo del ya para siempre inolvidable año en las distintas redes sociales se planteó en diversos momentos la manida cuestión de si podría llegar a tratarse del mejor Aleti de todos los tiempos o, al menos, la mejor campaña de su existencia. Por supuesto (por eso era un debate) hay opiniones en ambos sentidos. Para unos, llevados sin duda por la emotividad del rabioso presente, por supuesto que sí. Para otros, llevados al contrario por las indelebles experiencias vividas años atrás (que además el paso del tiempo se encarga de magnificar e incluso deformar), por supuesto que no.
  Para aquél a quien le pueda interesar, mi humilde opinión es que sí. A ambas preguntas. ¡Y mira que yo he vivido etapas gloriosas del club!. ¡Y mira también que a los ídolos de niñez y adolescencia es sumamente complicado apearles del pedestal!. En mi criterio, el Atlético de Madrid de la temporada 13-14 ha sido el mejor de su larga y fecunda historia y, por ende, la mentada ha sido la mejor jamás vivida. No desdeño que mucho lector dispondrá de apreciaciones subjetivas contrarias, pero voy a intentar argumentar, siquiera mínimamente, con datos objetivos.
  En primer lugar, existe el ya anteriormente apuntado fenómeno, desarrollado en los últimos tiempos y que hasta ahora parecía imparable, de la enorme brecha que dos clubes españoles, merced a la tremebunda diferencia de contratos televisivos y otras fuentes de financiación varias, habían logrado alcanzar respecto de los demás (Aleti incluido). Parecían inalcanzables. Pero como “Cholo” Simeone expuso en la celebración de Neptuno, en uno de sus mandamientos supremos que deberían ser marcados en letras de oro en algún rincón del nuevo estadio en construcción: “si se trabaja y se cree, se puede”.
  Además, precisamente para zanjar esa que parecía inalcanzable diferencia, el equipo tuvo que lograr sus particulares registros históricos de puntos y victorias (superando incluso al año del doblete, que tenía cuatro jornadas más).
  Y un último factor a tener en cuenta: el equipo era siempre fiable. Para mí, el más fiable jamás vivido. Anclado en su solidez defensiva, sabías que tarde o temprano algún chispazo, ya fuera en forma de brillante jugada personal o de aprovechamiento de las trabajadas jugadas a balón parado, iba a conseguir importantes réditos. Ya no se padecían las inseguridades defensivas de otros momentos. Ya no se ponía uno a ver a su equipo favorito para sufrir con él si no que, al contrario, para disfrutar con él. Se contaban los días para que llegara el siguiente encuentro y poder gozar con tus jugadores. Cabe recordar en este sentido que, incluso en años exitosos, la plantilla siempre ofrecía de vez en cuando algún “petardazo”. Esta vez no. Aunque pareció aproximarse en la recta final tras perder con el Levante o empatar con el Málaga, se supo rectificar a tiempo. Dos breves recordatorios: en la hasta hace poco penúltima Liga (76-77, ¡años ha!), el Burgos, por ejemplo, vino al Calderón y salió con un 0 a 3 a favor y en la gloriosa e inolvidable campaña del doblete (95-96; que para mí, reitero, ha sido ya superada por la 13-14) en la segunda vuelta perdimos muchos partidos en casa contra equipos que en ese curso pululaban por las mediocridades de la tabla (Sevilla, Valladolid o Real Madrid).
  Con estos argumentos (repito, objetivos) entiendo que se puede afirmar que ha sido la más exitosa campaña del club. Pero es que además estimo que, englobando unas cuantas temporadas atrás, se puede asimismo defender que nos encontramos ante el mejor Atlético de Madrid de toda la historia. Desde la Europa League 09-10, el “ratio” de títulos conseguidos (además de ésa, la Supercopa Europea 10-11, la Europa League 11-12, la Supercopa Europea 12-13 y la Copa del Rey 12-13) por temporadas jugadas es indudablemente el mayor de nuestra existencia. Jamás se habían ganado tantos títulos en tan poco tiempo. La mayor parte de ellos ya bajo las directrices técnicas de Simeone, apuntando ya la cuasi-perfección que estaba a punto de llegar. Por eso me atrevo a afirmar que, en mi opinión, existe una unidad de acción en un periodo de tiempo concreto que convierte a éste en el mejor Aleti de todos los tiempos.
  Para la posteridad, el recordatorio de todos aquellos nombres que hicieron posible la felicidad suprema. Aparte de Simeone como director técnico, ayudado por “El Mono” Burgos como segundo entrenador, por Vizcaíno como tercero, por “El Profe” Ortega como preparador físico y por demás personal auxiliar, los jugadores que desfilaron, en mayor o menor número de encuentros ante nuestras retinas (me limito a recordar los nombres, sin especificar sus intervenciones) y que se instalaron para siempre en un “rinconcito” de nuestros corazones fueron: en la portería, Courtois, Aranzubía y Bono (aunque éste no llegara a disputar minuto alguno); en la defensa, Juanfran, Miranda, Godín y Filipe Luis (la zaga titular), acompañados por Manquillo, Giménez, Alderweireld e Insúa; en el centro del centro del campo, Gabi, Mario Suárez, Tiago y Guilavogui (aunque su participación fuera poco más que testimonial); y Carlos Ramos, que jugó un partido en ronda inicial de Copa ante el Sant Andreu; en posiciones más ofensivas del centro del campo, Arda Turan, Koke, Raúl García, “Cebolla” Rodríguez, Óliver Torres (que salió en el mercado de invierno) y Sosa y Diego (arribados ambos en el mismo mercado); y en ataque, Diego Costa, Villa, Adrián y Leo Baptistao (también con cesión invernal). Y Héctor, que desde el filial también participó en el mentado encuentro ante el Sant Andreu (¡e incluso anotó un gol!).
  Desde mi punto de vista personal (que de eso trata el presente escrito y todos los anteriores) pude disfrutar (y remarco esa palabra) del equipo en la mayor parte de sus participaciones. Atrás quedaron los tiempos en los que yo frecuentaba las gradas del Vicente Calderón y en los que teníamos que conformarnos con presenciar “in situ” tan sólo los partidos caseros, unos pocos más de visitante al año a través de la televisión y otros pocos más con cómodos desplazamientos cercanos (dado que los medios de transporte tampoco ofrecían las facilidades que ofrecen hoy en día). Por el contrario, en los tiempos actuales, los medios de difusión televisivos permiten ver todos y cada uno de los encuentros disputados. Lo que es especialmente útil para todos aquellos que, como yo, vivimos en la actualidad alejados de Madrid. Es indudable que como en el estadio no se puede disfrutar en ningún otro sitio, y se aprecian aspectos que en la pequeña pantalla pasan inadvertidos. Pero no es menos cierto que, al presenciar mayor número de choques, se puede formar uno incluso unas percepciones más completas que las de años más alejados en el tiempo.
  En concreto, de los 61 partidos celebrados (38 de Liga, 8 de Copa del Rey, 13 de Champions League y 2 de Supercopa de España), puedo afirmar que viví 58. Casi todos ellos por televisión, en directo o algunos en semi-directo (grabados porque coincidían con baño de los niños o salidas de casa, que luego disfrutaba sin enterarme del resultado). Tan sólo me perdí los ligueros ante el Málaga en La Rosaleda y Real Sociedad en el Calderón (esos días o programé mal el video o éste me hizo una buena “pirula”; por supuesto que el grito de rabia al comprobar tamaño desaguisado lo oyeron todos los vecinos) y el de ida de primera ronda de Copa ante el Sant Andreu (estaba de Puente de la Constitución con mi familia). El casi decisivo ante el Levante lo vi en diferido, pero después de que un familiar “metepatas” me hubiera informado del resultado.
  De esos 58, hubo tres que presencié en el estadio. Y tres especialmente significativos. La mayor victoria liguera (y absoluta), la mayor derrota del mismo torneo y la final de la Champions League. Todos ellos merecen párrafo aparte.
  La mayor victoria liguera (y absoluta) recordemos que fue el día 23 de noviembre de 2013. Jornada 14ª. Un contundente marcador de 7 a 0 frente al Getafe. Los goles de Lopo en propia meta, dos de Raúl García, dos de Villa, uno de Diego Costa (que ese día inició encuentro en el banquillo, y al poco de salir diseñó una preciosa chilena, en el para mí gol más hermoso de todo el ejercicio, no sólo suyo, si no del equipo en general) y otro de Adrián completaron el abultado tanteador. Histórico. Enseguida funcionaron las memorias para traer a colación otro idéntico marcador, igualmente histórico, el obtenido el 7 de febrero de 1988 (primera temporada de Gil) ante el Mallorca. En esa ocasión golearon Alemao, Parra, Julio Salinas -2-, Landáburu, Eusebio y Futre. Particularmente bellos el primero del brasileño y el último del portugués. Acompañado de cuatro de mis sobrinos residentes en Madrid y aficionados al Aleti (dos de ellos abonados con abono total) ejercí mi derecho de socio no abonado de elegir un partido al año en forma gratuita con el pago del carnet. Y visto el resultado…¡no podía haber elegido mejor!.
  La mayor derrota liguera fue el día 23 de febrero de 2014. Jornada 25ª. En El Sadar de Pamplona, tres a cero frente a Osauna. Dado que el equipo de la ciudad donde actualmente resido, Zaragoza, militaba ese año en Segunda División, transformamos la visita futbolera tradicional de mis dos sobrinos mayores a La Romareda en otra a la cercana ciudad pamplonesa. Y en esta ocasión la elección no fue afortunada. La dolorosa derrota, con pobre juego del equipo, vaticinaba el inicio del derrumbe. Por el contrario, asentaba en la categoría a Osasuna. A la postre, resultó todo lo contrario. El equipo navarro descendió a Segunda y los atléticos ganaron la Liga. Una señal inequívoca más de que…¡el fútbol es así!.
  Y la final de la Champions League, tras eliminar a Oporto, Zenit de San Petersburgo y Austria de Viena en la fase de grupos, al otrora potente Milán en octavos de final, al todopoderoso Barcelona en cuartos y al Chelsea londinense en semifinales, con portentosa exhibición en Stamford Bridge incluida, llegó cuarenta años después. Por supuesto, la trascendencia del encuentro y la cercanía de la sede, Lisboa, acarreó de inmediato multitud de peticiones de entradas. Siendo socio no abonado, me despedí “ipso facto” de mis posibilidades vía taquilla. Puestas en marcha mis escasas influencias resulta que conocía a alguien que conocía a alguien y que me consiguió dos preciosas entradas para la final. En zona madridista, eso sí. ¡Nadie es perfecto!. Pero allá que nos fuimos mi esposa y yo.
  Salimos en coche propio el día de antes. La final tuvo lugar, frente al Real Madrid, el día 24 de mayo de 2014. El conjunto blanco había eliminado en semifinales a los bávaros del Bayern de Múnich, equipo que muchos preferíamos para la final, no tan sólo por la idiosincrasia del rival que luego tuvimos enfrente, sino también por una especie de justicia poética, cual hubiera sido la de pelear frente el adversario que nos derrotó en la misma competición cuarenta años atrás.
  Como desde Zaragoza el viaje por carretera era excesivamente largo, hicimos noche en el punto intermedio de Talavera de la Reina, en hotel con afamado restaurante que era por mí conocido de mi primer destino profesional, el bello pueblo de Navamorcuende, ubicado a escasos veinticuatro kilómetros. Al día siguiente, madrugamos y completamos viaje. Entramos en Lisboa por el espectacular puente Vasco de Gama, por el triple motivo de darnos el gustazo de atravesarlo y conocerlo, de evitar los atascos del peaje del otro puente y de hallarse más cercano al aeropuerto, en cuyo aparcamiento decidimos dejar el coche. Al ubicarse en pleno casco urbano de la ciudad, los posteriores desplazamientos en Metro eran sumamente cómodos.
  Pasamos el día estupendamente, empapándonos del añejo ambiente lisboeta, modificado en esta ocasión por el acontecimiento futbolístico. En este sentido, oímos de primera mano como una jovencita andaluza, desconocedora por completo del mismo, que había reservado para disfrutar de un fin de semana “normal”, protestaba en voz alta por no poder participar del ambiente tradicional de la capital portuguesa. Y es que los aficionados de uno y otro bando invadimos la urbe en su totalidad. Era muy agradable pasearse por sus viejas calles y ver camisetas de ambos equipos, conviviendo en armonía y sin incidentes dignos de mención. Y ello a pesar de que las autoridades no dispusieron medida alguna de seguridad especial. Incluso en el Metro, compartíamos vagones sin problemas, más allá del escaso espacio del que disponíamos. En el estadio, decidí no portar distintivo alguno rojiblanco, por evidentes razones de seguridad, al hallarme ubicado en territorio “enemigo”. Innecesaria precaución. La educación deportiva de ambas aficiones es mucho mayor de lo que presuponía. Por mi zona se repartían varias camisetas rojiblancas que no acarrearon a sus portadores ningún problema. Eso sí, tras el gol, dado además su incierto desenlace, no pude por menos de confesarme, levantarme del asiento y celebrarlo. El supuesto inverso (madridistas en zona atlética) fue desgraciadamente más numeroso e igualmente no acarreó conflicto alguno.                   
  El resultado final todos los conocemos. El espectáculo en la ciudad y en el estadio fue inenarrable, y con eso debemos quedarnos. La afición rojiblanca, en mi opinión, muy por encima de la blanca, como suele ser habitual, en animación y educación. Al hallarme “infiltrado” entre ellos, pude constatar como allí nadie abría la boca cuando las estaban pasando duras. Y como, a diferencia de ellos un año atrás en la Copa del Rey, los seguidores rojiblancos, en una abrumadora mayoría, nos quedamos cortésmente a la entrega de la Copa. Y hasta ahí. La celebración posterior ya no contó con nuestra presencia.
  En suma, temporada para recordar y enmarcar. Es lo que pretenden estas modestas líneas. No podía encontrar un corolario mejor. Es el epílogo perfecto.
 
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

martes, 18 de marzo de 2014

EPÍLOGO


EPÍLOGO

 

  Han sido muchos los temas abordados. Muchos los sentimientos revividos. Conscientemente, sin orden cronológico. No quería que fuera una historia convencional del club Atlético de Madrid, repasando los hechos fecha por fecha. En primer lugar, porque queda acotada en el tiempo. Salvo alguna excepción (allí mismo justificada), tan solo me he querido referir a todos aquellos acontecimientos que, con mayor o menor distancia, he podido experimentar en primera persona, todos aquellos que han terminado por conformar mis “vivencias rojiblancas”.
  En segundo lugar, también quería alejarme de otras recientes obras sobre la historia del club en las que el autor es un periodista o similar, que tiene fácil acceso personal a los protagonistas y que se alimenta de los recuerdos que ellos le manifiestan. Quería que fuera una obra “de grada”. Que afluyeran todos aquellos recuerdos, vivencias y experiencias que me han formado como colchonero o bien desde las tribunas, antes de cemento, ahora de plástico, del estadio Vicente Calderón o bien, en tiempos más recientes, desde el otro lado de la pantalla del televisor. Una serie de experiencias que se han nutrido de compartir partidos y más partidos con otros atléticos compañeros de grada o asiento.
  Y en tercer y último término, porque quería que fueran surgiendo los temas de forma extemporánea y desordenada, como cuando se mantiene una conversación con un viejo amigo recordando tiempos pasados, y los asuntos van acudiendo a la mente a borbotones. Tradicionalmente las conversaciones futboleras suelen llevar el calificativo añadido de “de bar”. Lo cual no me agrada en demasía. En mi opinión, parece abundar en el desprestigio y en el bajo nivel cultural que un amplio sector de la sociedad le achaca al fútbol, alejado de otra noción que muchos defendemos que considera al balompié como un bien de interés cultural. Y en este aspecto, el tema histórico es indudablemente uno de sus principales pilares. Por eso, y partiendo de la premisa de que todo lugar y todo momento es adecuado para mantener una apasionante conversación sobre fútbol, siempre que haya dos o más personas en ella interesadas, me gusta visualizar más bien que la que he mantenido durante todas las anteriores páginas con mi imaginario interlocutor ha tenido lugar en un ambiente más “selecto”, en una amplia biblioteca, repleta de maderas nobles, con altas estanterías, hasta el techo, repletas de toda clase de libros, al amor de una generosa chimenea y apoltronados en cómodos y mullidos sillones con orejeras de los que tan solo nos ha podido llevar a levantarnos en ocasiones la connatural excitación y emoción que los acontecimientos revividos acarrean.
  Personalmente, he disfrutado muchísimo rememorando todos los asuntos desarrollados. Exprimiendo hasta sus límites mi memoria, buceando en ella para rescatar los hechos más destacables. Investigando en fuentes diversas para recomponer, reconstruir y ordenar las lagunas que dicha memoria tenía. Con todo ello, he pretendido conformar un amplio espectro de recuerdos y vivencias personales que, insisto, obviamente acotadas en el tiempo (desde principios de los años 70 del siglo pasado hasta la actualidad), puedan ser así compartidas por los lectores. En mi opinión, pueden llegar a existir dos potenciales grupos de lectores interesados: primero, aquellos que compartan todo lo por mí narrado, por haberlo podido experimentar coetáneamente conmigo, “in situ”, y a los que espero les lleguen desde su propia memoria muchas de las vicisitudes por mí expuestas, y que se solacen con ellas (me temo que nos aproximemos a la tierna imagen del “abuelo Cebolleta”), y segundo, aquellos otros, mucho más jóvenes, que no hayan podido disfrutar de todo lo relacionado, por evidentes razones de edad, pero que pudieran estar interesados (como lo estuve yo en su día, y aún hoy lo sigo estando), en conocer aspectos resaltables de la historia de su club, que han terminado por conformar una única e irrepetible, por todos envidiada (lo manifiesten así o no) idiosincrasia colchonera.
  Para concluir, manifestar el deseo de que a todos mis lectores les hayan gustado mis vivencias rojiblancas. Y añadir un último dato: no se han incluido, con harto dolor de corazón del autor, semblanzas o recuerdos de ilustres leyendas atléticas, como Adelardo, Luis, Rodri, Ufarte o Calleja, por la sencilla razón de que, pese a haber llegado a verles jugar, lo hice ya en la fase terminal de sus carreras, y durante demasiado poco tiempo para poder llegar a aglutinar toda la inmensa aportación que han dejado como legado al club. Otros compañeros de la misma época, no obstante, como Gárate o Irureta, sí que pude (o al menos, eso recuerdo) disfrutarlos durante algún tiempo más, y por eso han quedado incluidos aquí. Que me perdonen los excluidos. En cualquier caso, todos ellos, los incluidos y los excluidos, pertenecen ya para siempre al Olimpo rojiblanco. Cualquier jugador que haya defendido en alguna ocasión las rayas rojas y blancas merece nuestro respeto y admiración. Y nuestra memoria.     
 
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 5 de marzo de 2014

DEL METROPOLITANO A LA PEINETA


DEL METROPOLITANO A LA PEINETA


  Como capítulo final de esta obra, no podía por menos de dedicarlo a aquellos recintos en los que ha nacido, ha crecido y se ha desarrollado la fecunda y extensa historia rojiblanca. Dentro de sus parámetros inspiradores, en puridad, tan sólo debería referirme al estadio Vicente Calderón (primeramente llamado del Manzanares; adoptó su actual denominación por acuerdo de Junta General del día 14 de julio de 1971, en homenaje al histórico Presidente, por entonces el vigente, que posibilitó decisivamente su construcción), dado que ha sido el único propio en el que he podido experimentar, gozar, disfrutar y sufrir todas mis “vivencias rojiblancas” pormenorizadas a lo largo y ancho de todas las anteriores páginas. Sin embargo, quisiera hacer también siquiera una somera referencia a aquellos otros dos estadios que, indudablemente, forman (formarán) parte importantísima en la historia de tan laureado club. Al fin y al cabo, en cierta forma, en mayor o menor medida, también han contribuido a conformar mis “vivencias rojiblancas”. Como de todos es sabido, uno de ellos, el Metropolitano, forma parte del pasado. Y el otro, la Peineta, del ¿inminente? futuro. Por cierto, que otra labor a acometer en ese futuro próximo será la de encontrarle un nombre adecuado. Ni podrá denominarse con el nombre de la Peineta, dado que ese sobrenombre se lo impuso el gracejo popular al tener erigida una sola sección de sus gradas y asemejarse entonces al reseñado instrumento folklórico, y en el futuro parece ser, según los proyectos presentados, que las gradas se completarán, ni tampoco con el nombre oficial de Estadio de la Comunidad de Madrid, puesto que también parece ser que la propiedad pasará a ser definitivamente del club Atlético de Madrid. En cualquier caso, la ardua tarea de bautizar al nuevo estadio con un nombre lo más adecuado posible es algo que por supuesto excede la modestia de esta líneas. En la actualidad, hay muchas probabilidades de que termine siendo, por razones de patrocinio, un nombre comercial. Dejamos al margen, por consiguiente, los otros recintos encuadrados en la “prehistoria” colchonera, como el del Retiro (un mero solar) o el de O´Donnell (por entonces, primer campo con gradas cerrado de España).
  Como todo el mundo sabe, el Metropolitano fue el primer estadio mítico en la historia del club Atlético de Madrid. Unos breves apuntes históricos previos: construido al final de la Avenida de la Reina Victoria, aprovechando un anfiteatro natural del terreno, en el solar actualmente ocupado por la Plaza de la Ciudad de Viena, inaugurado oficialmente el día 13 de mayo de 1923, en partido frente a la Real Sociedad, con asistencia de la Reina Doña María Cristina, en representación de la Casa Real, y del Infante Juan de Borbón, que realizó el saque de honor (momento inmortalizado en fotografía que aparece en todas y cada una de las historias del club), fue construido por la Compañía Metropolitana de Madrid, división inmobiliaria, de donde tomó por ende su nombre, por impulso e iniciativa de los hermanos Otamendi, siendo su arquitecto José María Castell. Tradicionalmente denominado por todos los madrileños con el simple nombre de “Stadium”, cumplía la función de dotar a una gran ciudad como Madrid de un gran estadio del que por entonces carecía. En su origen, no estaba destinado tan solo al espectáculo del balompié, sino a otros muchos, como carreras de galgos, atletismo, ciclismo, boxeo, béisbol, tenis, rugby, dirt-track (carreras de motos sobre pista de ceniza) e incluso conciertos y verbenas.
  Su universalidad se plasmaba también en el hecho de que la compañía propietaria lo arrendaba a diversos clubes de Madrid, como el Atlético (o Athletic, como por entonces se denominaba), pero también la Gimnástica, Unión Sport o el Rácing Club. Por contra, el Real Madrid no quiso saber nada desde un primer momento del nuevo recinto, decidiéndose a construir otro en propiedad. El Aleti accedió a su propiedad definitiva en 1950. Prácticamente derruido por la Guerra Civil, durante su reconstrucción el equipo jugó de local en los estadios de Vallecas y Chamartín. Fue reinaugurado el 21 de febrero de 1943, frente al Real Madrid. El último partido allí disputado, antes del definitivo traslado al nuevo (y todavía en construcción durante muchos años más) estadio del Manzanares fue el día 7 de mayo de 1966. Concluida la Liga (por cierto, ese año ganada por los colchoneros, con la legendaria victoria de la última jornada por dos a cero en Sarriá, goles de Ufarte y Griffa) se jugaba la Copa. Tras eliminar en dieciseisavos al Mestalla, y en octavos al Valencia, correspondió en cuartos la antigua cada madre del Athletic de Bilbao. Escasa victoria por uno a cero, tanto del hondureño Cardona. La postrera victoria bilbaína por dos a cero en San Mamés significó que fuera la despedida del Metropolitano. Con harto dolor de los hinchas más sentimentales.
  Mi contacto personal con el mítico estadio se reduce a todas aquellas obras impresas que repasaban la historia del club y que devoraba en mis tiempos de adolescencia y juventud. Me generaban un sentimiento de nostalgia. Nostalgia por lo no experimentado, pero que me hubiera encantado poder hacerlo. Sin haber llegado a vivir esa época, crecía en mí la inquietud de que ojalá hubiera podido participar en la vida del sagrado recinto de alguna manera. En aquellos tiempos, los libros eran escasos. Todo lo contrario que en la actualidad, en que para cualquier aspecto de cualquier materia de la vida existe una ingente cantidad de obras bibliográficas, videográficas o de toda índole. Y por supuesto, Internet, que proporciona sin fin toda clase de información (aunque no siempre fidedigna y verídica). En este sentido, me gustaría recomendar a los lectores una estupenda y atractiva página web, por supuesto por mí consultada con anterioridad como fuente para estas líneas, denominada www.estadiometropolitano.es.
  También recababa información del tema de aquellas conversaciones entre veteranos aficionados que, o bien en el propio estadio Vicente Calderón, o bien en el Metro camino del mismo, se desarrollaban en mis cercanías y a las que “pegaba la oreja” con fruición. En cierta ocasión llegué a envidiar a mis padres en materia futbolística cuando me contaron que, en su época de novios, en compañía de mi tía Marianela (poco después, mi madrina), acudieron a presenciar un partido al estadio Metropolitano. Dado su escaso interés por temas balompédicos, no recordaban absolutamente nada acerca del rival, la fecha o el desarrollo del encuentro. Pero ellos pudieron estar allí y yo jamás podría ya hacerlo. Y en tiempos recientes también he mantenido largas conversaciones con el “Stadium” de fondo con una persona que vivió allí, “in situ”, muchos de sus gloriosos encuentros. Un íntimo amigo de mi suegro, Juan Antonio Endeiza, vicepresidente de la Federación Española de Fútbol en los tiempos en los que José Luis Roca era el Presidente. Hizo mucho por este deporte para la empresa en la que trabajaba. De hecho, el estadio de la turolense localidad de Andorra lleva su nombre, por haber sido generador del desarrollo del fútbol en la misma. A través de esa misma empresa, podía acceder al palco del Metropolitano y gozar de inolvidables confrontaciones. Recuerdo como, sin haberlo vivido yo en persona, a diferencia de él (pero sí lo re-viví en los libros), se quedó anonadado cuando le repasé, nombre por nombre (Juncosa, Ben Barek, Pérez Payá, Carlsson y Escudero) los cinco de la mítica “delantera de cristal”.
  Tras el Metropolitano, llegaron los cincuenta años en los que parece ser (si se cumplen los plazos) que el Vicente Calderón fue nuestra casa. Yo no he conocido otra. Todas mis “vivencias rojiblancas” (caseras) allí se han desarrollado. De hecho, los lectores recordarán de anteriores capítulos que estuve presente en la inauguración “oficial” (¡ojo!, oficial; ya sé que la “oficiosa” fue unos años antes), que tuvo lugar, una vez concluidas en su totalidad las obras, y ya con su actual denominación, el día 23 de mayo de 1972, en amistoso encuentro entre las selecciones de Uruguay y España, en la que jugaron los entonces colchoneros Calleja, Irureta, Gárate y Ufarte. Me encantaría igualmente poder estar presente en su partido “de cierre”.
  Y llegará el momento de la “mudanza”. De nuevo, con harto dolor de los aficionados más sentimentales, entre los que ahora debo incluirme. Nos dolerá dar el paso. Dejaremos atrás muchos sentimientos, recuerdos y vivencias. Pero, en mi modesta opinión, será beneficioso. Al igual que lo fue el anterior traslado, pese a la añoranza de muchos de los que lo vivieron. Siempre que se acomete voluntariamente una mudanza, se presupone que es para mejorar.
  En un principio, parecía que íbamos a dar el “pelotazo” que otros clubes punteros españoles ya habían dado. Que no iba a suponer ningún desembolso económico y que íbamos a ingresar grandes cantidades con la venta de los terrenos del Manzanares. Hoy en día ya sabemos que eso no va a acontecer de esa manera. Que saldrá lo comido por lo servido. Pero aún así entiendo que será sumamente beneficioso. Siempre partiendo de la premisa de que el club Atlético de Madrid será el propietario del recinto, dejaremos un estadio que, dejando a un lado sentimentalismos, se ha quedado viejo, que carece de infraestructuras modernas, que ha padecido aluminosis y enfermedades varias, que adolece de accesos cómodos, en el que se sufre la humedad del río en las noches frías y en el que gran parte de las gradas están expuestas a los rigores de la lluvia o a los del sol abrasador, según la época del año, por otro moderno, de reciente construcción, con todas las innegables comodidades que ello sin duda proporciona, con mayor capacidad de asientos que generará mayores ingresos vía venta de abonos o de localidades, con un agigantado espacio interior aprovechable para explotaciones comerciales, con sustanciosos patrocinios directos (nombre del estadio) e indirectos, con una excelente ubicación, al lado de una gran vía de comunicación como es la M’40 y dotado de próximos servicios de autobuses y Metro (no sabría asegurarlo, pero si alguien quisiera llevar a cabo el “experimento”, creo que la estación de Metro de “Las Musas” está más cercana al nuevo recinto que cualquiera de las tradicionalmente “rojiblancas”, como “Pirámides”, “Marqués de Vadillo”, “Acacias” o “Puerta de Toledo”), que no es cierto que como muchos dicen estará más alejado (teoría de la relatividad, para unos estará más lejos y para otros más cerca), que dispondrá de amplios aparcamientos tanto interiores como exteriores y que, al fin, gozará de una amplia visera que rodeará todo el perímetro y que protegerá a los espectadores tanto del frío y la lluvia como del sol y el calor.
  En una reciente tertulia futbolística de fútbol internacional, pude oír como un especialista de fútbol alemán afirmaba que la razón principal de la actual pujanza del fútbol germano es la construcción de estadios nuevos y modernos con motivo del Mundial allí celebrado en 2006. En ocasiones, prescindiendo incluso de otros de reciente edificación. La explotación económica de esos nuevos recintos ha generado una gran riqueza que ha terminado de repercutir directamente en los clubes. En conclusión, entiendo que, extrapolándolo a nuestro querido club, y siempre y cuando sean adecuadamente administrados todos los beneficios antedichos (que, como siempre, será la cuestión básica y principal), se abre una era en la que no podremos si no mejorar y dejar atrás otras etapas de oscuridad.
  En cualquier caso, lo que es indudable es que La Peineta (o como se llame; lo que sí es seguro a día de hoy es que la avenida de acceso llevará el nombre del recientemente fallecido Luis Aragonés) será un incuestionable pilar fundamental de la historia futura del club. Al igual que el Metropolitano y el Vicente Calderón lo han sido de la pasada (el primero, de la más antigua; el segundo de la más reciente, tan reciente que todavía lo sigue siendo en la presente, valga el juego de palabras). Y como prueba, la mera lectura de todas las páginas que anteceden a ésta.
 
 
 
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

miércoles, 20 de noviembre de 2013

FERNANDO TORRES


FERNANDO TORRES


  Con motivo del centenario del club Atlético de Madrid (recordemos la fecha exacta para los amantes del dato objetivo: 26 de abril de 2003) existieron numerosas publicaciones que aparecieron con el fin de conmemorar tamaña efemérides. Abro paréntesis: en ese momento me parecieron muchísimas; de la mayor parte de ellas me conseguí agenciar el pertinente ejemplar. No obstante, el número ha llegado a quedar empequeñecido por la multitud de nuevas obras publicadas recientemente (de las que asimismo dispongo de casi todas ellas de otro ejemplar), desconozco si por estrictas leyes del mercado o, simplemente, para festejar también los 110 años de vida del club. En su modestia, estas páginas pretenden engrosar aún más esa ya amplia oferta rojiblanca. Fin del paréntesis. Entre las mentadas publicaciones del centenario se encuentra la revista especial que el departamento encargado del diario deportivo “Marca” sacó a la calle. De gran formato (por cierto, señores de “Marca”, desde mi punto de vista personal, ese tipo de formato, que también emplean para anuarios y números especiales dedicados a Mundiales, Juegos Olímpicos o similares, es sumamente incómodo; prefiero otros más manejables. Sé que no va a encontrar mucho eco pero ahí dejo mi humilde petición), posee una portada, en mi opinión, sumamente impactante. Ataviados con las camisetas de sus respectivas épocas, aparecen fotografiados uno enfrente del otro, a modo de espejo (de hecho, quedan enmarcados por uno de ellos), dos de los mayores iconos del Aleti en todos sus años de larga y fecunda historia. El, en mi criterio, y parece ser que igualmente en el de los creativos de dicha portada, mayor de todos ellos, en términos absolutos, Gárate (recordemos que por ese motivo es el capítulo que abre esta obra), y el que lo era por aquellos años, Fernando Torres. Dicha portada refleja indudablemente el glorioso pasado, el oscuro presente y el incierto futuro de esos momentos del club. Parecía anclar en la personalidad de Fernando Torres el posterior devenir de la institución. Así fue, en cierta medida, pero todos sabemos ahora que, aún siendo grande lo por él aportado, no llegó a contribuir desgraciadamente a la grandeza del club con toda una trayectoria a él dedicada, repleta de títulos, logros y satisfacciones, tanto personales como colectivas.
  Fernando José Torres Sanz, apodado “El Niño” por su prematura llegada a la primera plantilla, nació en Fuenlabrada (Madrid) el día veinte de marzo de mil novecientos ochenta y cuatro. Es el menor de tres hermanos. De origen gallego, donde siendo niño pasó todos los veranos, y donde se echó novia, su actual esposa, Olalla, el resto de su infancia y adolescencia discurren en dicha localidad madrileña. Su sentimiento atlético le fue incardinado desde pequeño por su familia, de profunda raigambre rojiblanca, en particular el abuelo Eulalio. En cualquier caso, el protagonista ha repetido en varias ocasiones que dichas convicciones se vieron confirmadas, reforzadas e incrementadas con todos aquellos inolvidables partidos del glorioso año del doblete a los que pudo acudir “in situ”, al encontrarse ya integrado en los equipos inferiores y facilitárseles a todos ellos el correspondiente pase. Allí había llegado, dejando detrás unos titubeantes e iniciales pasos en el mundo del fútbol, en su Fuenlabrada natal, en los que llegó incluso a jugar de portero. Por aquellos tiempos, su confesado ídolo era Kiko. Paradojas del fútbol, estuvieron próximos a compartir césped en forma oficial, pero nunca se llegó a verificar dicha circunstancia. El último partido del genio gaditano fue el de la 40ª jornada de la Liga 00-01, con el equipo en Segunda División, peleando por regresar a la categoría de oro, el día 3 de junio de 2001, ante el Albacete, en el Carlos Belmonte. Fue reemplazado a falta de quince minutos por el niño de Fuenlabrada, que con apenas diecisiete años acababa de debutar una semana antes frente al Leganés, portando el dorsal número 35 y entrando en el lugar de Luque. Era, por tanto, su segundo partido oficial. Y su primer gol. Cinco minutos después cabeceó un inusitadamente excepcional pase desde la banda derecha de Amaya, que ese día jugó de lateral diestro, y consiguió el único tanto del encuentro, que permitía, a falta de dos jornadas, mantener al equipo en la ruta del ascenso que, como de todos es sabido, infortunadamente no se llegaría a consumar. En cualquier caso, la fotografía del ídolo dando la alternativa al joven chaval que empieza, en dicha sustitución, es sumamente simbólica.


  Ese prematuro debut fue consensuado entre las altas esferas del club con el fin de incentivar a equipo y afición, que parecían algo desmotivados, con vistas al sprint final de Liga. Acababa de proclamarse con la selección española sub 16 campeón de Europa en Inglaterra, amén de haber obtenido los títulos particulares de mejor jugador y máximo goleador del torneo. Como acicate para la primera plantilla, a la vuelta fue promovido directamente desde juveniles. Y se consiguió el efecto deseado. Los cuatro últimos partidos, en los que él participó, se vencieron, todos por idéntico tanteo de uno a cero, y se pugnó por el ascenso hasta el final, del cual tan sólo nos apartó el fatídico “gol average”. Con diecisiete años recién cumplidos, en lugar de considerarle como un advenedizo que llega para usurparles el puesto, fue espléndidamente recibido por sus compañeros, aunando entre todos esfuerzos para un objetivo común. Por otro lado, su impacto entre la afición fue tremebundo.
  En mi modesta opinión, ese ha sido el legado más importante que Fernando Torres ha dejado para la causa rojiblanca. En una época de penurias en la categoría de plata, prolongada por unos años “oscuros” ya en la máxima competición, en donde el paso por el infierno había descapitalizado en recursos humanos al equipo (es decir, que eran jugadores de escaso nivel de calidad), “El Niño” fue una bocanada de aire fresco, uno de los escasos asideros a los que en aquellos tiempos se podía aferrar la sufrida hinchada. Su bonita historia de joven que debuta con pocos años en el club de sus amores, compartiendo vestuario con los que hasta hace poco eran sus ídolos, su cara de niño bueno y sus connaturales virtudes futbolísticas consiguieron mantener viva la llama de la ilusión de muchos seguidores rojiblancos. Fue también el reclamo para que muchos niños se identificaran con él y abrazaran la fe rojiblanca. Y aquí hablo en primera persona (no por mí, sino por mis sobrinos).
  Al igual que Gárate, Ufarte, Luis, Ayala y sus demás estupendos camaradas ejercieron de catalizador para los que éramos niños a principios de los 70, Fernando Torres (en este caso, casi prácticamente él en solitario) lo fue para todos aquellos infantes de comienzos del siglo XXI. Era su ídolo supremo. Así lo fue en principio para mi sobrino mayor, Guillermo y, poco después, para el segundo, Álvaro. Para los demás sobrinos que luego se han ido sumando al carro, Arturo o Jorge, o mis todavía muy pequeños hijos, pero que ya apuntan signos esperanzadores, su etapa de confirmación atlética coincidió con su no presencia en el club. Cuando a los dos mayores les llevaba al Calderón o a La Romareda (les invitaba a venir unos días cuando el Aleti jugaba en Zaragoza) siempre iban ilusionados porque iban a ver a su ídolo Fernando Torres. Recuerdo en particular como, con ocasión de un partido liguero poco después del centenario, el correspondiente a la 33ª jornada de la Liga 02-03, celebrado en el Vicente Calderón frente al Alavés el día 10 de mayo de 2003, en el que caímos derrotados por un gol, anotado por el rumano Ilie, a cero, aprovechando el trayecto en tren de cercanías hasta el estadio, hablamos del tema. Además, en concreto, esa fecha, Torres no iba a jugar por encontrarse lesionado. No obstante, Guillermo me confesaba su admiración por él. En aquellos días, como muchos chavales, prácticamente identificaba equipo con jugador. No quise quitarle la ilusión a un niño pero tampoco quería que su por entonces casi segura e inevitable marcha fuera traumática para él, así que le argumenté, todo lo mejor que se le puede argumentar a un niño pequeño, que era muy posible que poco tiempo después tuviera que dejar el club y que, sin embargo, la institución quedaría por encima de él, que había que quererle no a él en concreto (que también) sino a la entidad que representa, a las rayas rojas y blancas que defiende, al sentimiento que éstas desprenden, que es lo que permanecerá para siempre, más allá de él y de todos nosotros. La marcha de Torres no pudo sino confirmarse pocos años después, pero mi sobrino debió captar el mensaje porque continúa siendo (y seguro que ya para siempre; todos sabemos que una vez rojiblanco, siempre rojiblanco) fiel seguidor atlético.
  Desde el punto de vista técnico, reitero una de las ideas que ya se han apuntado con anterioridad. Pese a su tierna edad, desde muy pronto Fernando Torres tuvo que asumir la responsabilidad y, capitanía incluida, echarse a sus espaldas el peso y el devenir del equipo. Fue durante esos años que antes califiqué de “oscuros”. El paso por Segunda había dejado mucho por reconstruir y tuvimos que padecer muchos jugadores mediocres, amén de muchos otros que llegaron levantando grandes expectativas que luego defraudaron. No cito nombres concretos para no herir la susceptibilidad de los interesados y dado que todos podemos saber de quienes estamos hablando. Controles de balón, circulación del mismo, pases en profundidad y demás exquisiteces técnicas nos estuvieron vedadas durante cierto tiempo. Tan solo podíamos disfrutar de ellas a cuentagotas, de manos (o mejor dicho, pies) de unos poco dotados como el propio Fernando Torres, Ibagaza o el danés Gronkjaer, en la escasa media temporada (04-05) en que militó bajo bandera rojiblanca. Es por ello que la dependencia del delantero centro se hizo acusada. Todos ansiábamos ver su potente carrera, sus desmarques en velocidad, su poderoso y colocado disparo, su certero remate de cabeza, su valentía y arrojo sin fin y sus estéticos driblings en velocidad con más frecuencia de la que pudimos saborear. En cierta manera, cuando vio que su progresión individual quedaba dolorosamente alejada de la del equipo (hay quien dice que el detonante definitivo fue la goleada de cero a seis encajada frente al Barcelona en el Calderón, jaleada además por un amplio sector de la grada para perjudicar al eterno rival madridista) y se vio “obligado” a buscarla por otros derroteros, contribuyó con el dinero que nos proporcionó a la definitiva reconstrucción del equipo, permitiendo la llegada de estrellas que pocos años antes hubieran sido impensables.

  Fernando Torres permaneció en la órbita rojiblanca durante un total de siete temporadas, desde la 00-01 hasta la 06-07. Las dos primeras, en Segunda División. Las cinco restantes, en Primera. Su inicio en esta categoría, tras su debut y año de asentamiento, bajo la sabia batuta de Luis Aragonés, tuvo lugar en la primera jornada de la Liga 02-03, 1 de septiembre de 2002, empate a dos en el Nou Camp, con goles de Luis Enrique, ambos, para los blaugranas y de Otero y Correa para los atléticos. Su primer tanto, dos semanas después, segunda jornada frente al Sevilla en el Calderón. Con él igualó el inicial del sevillista Moisés. En conjunto, participó en 244 partidos oficiales, desglosados en 214 de Liga (4, 36, 29, 35, 38, 36 y 36), 25 de Copa del Rey (2, 1, 3, 5, 6, 4 y 4) y 5 de Copa Intertoto (en la 04-05). Prueba inequívoca de la “oscuridad” de esos años fue la escasa participación tanto en Copa como, sobre todo, en Europa (en este caso, más que escasa, más bien raquítica). En todos esos encuentros acertó con las redes adversarias en un total de noventa y una ocasiones, repartidas en 82 de Liga (1, 6, 13, 19, 16, 13 y 14), 7 de Copa y 2 en Europa. Solía ser el máximo goleador del equipo y además, en las campañas 03-04 y 04-05, también el máximo liguero nacional.
  Su palmarés rojiblanco está huérfano. Si acaso, se puede incluir el Campeonato de Segunda División en la 01-02.Pero no es algo de lo que se pueda alardear en demasía. De todos los destacados jugadores del Aleti a los que he dedicado semblanzas individuales, dejando al margen a algunos que por su escasa permanencia en el club no pudieron llegar a obtener títulos, como Alemao o Vieri, es el único que presenta un palmarés en blanco. No quisiera repetirme demasiado pero, ¿recuerdan algo relativo a “años oscuros”?. Indudablemente repercutió también en grado sumo en esta faceta de los títulos conquistados.
  Por el contrario, su participación en la selección española lo ha sido durante el periodo más dulce de su historia, lo que le ha posibilitado, a fecha de finales de 2013, ser campeón del Mundo en Sudáfrica 10 y de Europa en Austria y Suiza 08 y en Polonia y Ucrania 12. Su debut en “La Roja”, con diecinueve años, tuvo lugar el día 6 de septiembre de 2003. Con Sáez de seleccionador, se venció a Portugal en partido amistoso celebrado en tierras lusas por cero a tres, anotados por Etxeberría, Joaquín y Diego Tristán. Ese día también debutaba el futuro atlético Reyes, con el que no llegaría a coincidir en nómina rojiblanca, pero sí en las categorías inferiores de España, además de en la absoluta, demostrando una profunda compenetración.
  Su primer gol internacional llegó al quinto partido. Otro amistoso allende las fronteras españolas, en esta ocasión en Italia, con empate a uno frente a los transalpinos. El tanto italiano, obra de Vieri (¿les suena de algo?). En materia goleadora, no obstante, su aportación más sobresaliente, que le ha llevado a pasar a la inmortalidad de la historia del fútbol español, es el solitario gol marcado a Alemania en la final de la Eurocopa 08, el veintinueve de junio, inexcusable paradigma de sus dotes futbolísticas, por su potencia y velocidad.
  Tras Sáez, con el que llegó a participar en la fase final de la Eurocopa de Portugal 04 (jugó los tres encuentros allí disputados, sin diana alguna), también ha contado para los posteriores seleccionadores. Tanto para su viejo mentor Luis Aragonés, con el que acudió al Mundial de Alemania 06 (cuatro partidos y tres goles) y la Eurocopa de Austria y Suiza 08 (cinco y dos, entre ellos el mentado definitivo), como para Del Bosque, con el que ha asistido a la Copa Confederaciones de Sudáfrica 09 (cinco y tres), Mundial de Sudáfrica 10 (siete y cero; llegó fuera de su mejor forma, por lesión, participando en todos los encuentros pero sin su brillantez acostumbrada y perdiendo la titularidad a lo largo del torneo en beneficio del barcelonista Pedro), Eurocopa de Polonia y Ucrania 12 (cinco y tres; bota de oro al máximo goleador de la competición) y Copa de Confederaciones 13 (cuatro y cinco; también aquí bota de oro al máximo goleador).

 Hasta finales de 2013 ha portado la casaca roja en 106 ocasiones. El que más de todos aquellos que alguna vez hayan vestido la camiseta rojiblanca. Muy lejos de los demás. Si acaso, tan solo le puede inquietar, dependiendo de sus respectivas trayectorias internacionales futuras, el rojiblanco de nuevo cuño Villa. Y, en mi opinión, el reciente internacional Koke. Dada la juventud en su debut, si se mantiene en el combinado nacional durante muchos años, es posible que se acerque, o incluso, si todo va muy bien, sobrepase esa cifra. En todos esos encuentros ha marcado 36 tantos, convirtiéndose en el tercer máximo goleador de la historia de la selección, tras Villa y Raúl.
  Cuando Torres se fue del Aleti lo hizo rumbo a la siempre dificultosa Liga inglesa. Tres temporadas y media en el Liverpool, equipo hermanado con el nuestro, y desde entonces en el Chelsea. Allí sí que ha conseguido los títulos que aquí no pudo. Entre otros, la valiosa Champions League. Pero esa es otra historia, alejada de los colores rojiblancos  En lo que a nosotros respecta, tenemos que conformarnos, que no es poco, con lo con él vivido. Incluso con lo que en el futuro se pueda llegar a vivir de nuevo. Siempre será atlético de corazón. Tan solo baste con recordar como en los paseos triunfales de la Selección tras sus sonoros éxitos, no dudó en portar una bandera nacional con el escudo del Aleti. Sentimiento rojiblanco.                        

        

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ