miércoles, 13 de junio de 2012

MOLINA

MOLINA

  Diez de abril de mil novecientos noventa y seis. Final de la Copa del Rey en el zaragozano estadio de La Romareda, entre el Atlético de Madrid y el Barcelona. Concluyen los noventa minutos del tiempo reglamentario con empate a cero, lo que indefectiblemente deriva en una prórroga de treinta minutos más. Todos los seguidores atléticos que en ese momento nos encontrábamos en el Fondo Sur, detrás de la portería que había defendido durante la segunda parte con el éxito acostumbrado nuestro excelente cancerbero Molina, nos asentamos para descansar el cuerpo, tanto desde el punto de vista físico (pese a que las localidades eran de asiento, allí todo el mundo estaba de pie, durante el partido completo y aún mucho tiempo antes) como psíquico (fue una final de una tensión tremebunda). El breve descanso que siempre acontece antes del inicio de una prórroga, en el que los jugadores tumbados sobre el mismo césped reciben la reconfortante intervención de los fisioterapeutas y las indicaciones de sus entrenadores, nos iba a servir también a nosotros para darnos un respiro, reponer fuerzas y tomar aliento de cara al intenso y emocionante tiempo suplementario que se avecinaba. Pero Molina no nos dejó relajarnos. Apenas habíamos tomado asiento, cuando nuestro portero, antes de abandonar los tres palos y dirigirse al centro del campo a recibir los reseñados cuidados e instrucciones, se dio la vuelta y, encarando a los aficionados, empezó a mover los brazos con energía de abajo hacia arriba, jaleando a sus hinchas y demandando su apoyo. La respuesta fue de inmediato espontánea y coordinada. Todos, como un solo hombre, nos volvimos a poner de pie y, durante todo el tiempo que duró el breve descanso, estuvimos animando sin desmayo al equipo, con gritos y cánticos renovados que salían de las ya casi exhaustas gargantas, incluso con mucha mayor intensidad y emoción que las que habíamos desplegado hasta entonces y, lo que es más curioso, que las que incluso desplegaríamos con posterioridad.
  El resto es Historia, por todos conocida: finalizando la primera parte de la prórroga, minuto ciento dos de encuentro, pase desde la derecha de Geli, la pelota es desviada ligeramente con la cabeza por Pantic, batiendo a Carlos Busquets (el padre del actual excelente centrocampista del Barcelona, Sergio) y consiguiendo la victoria final por un gol a cero. Nuestra novena (y hasta ahora última) Copa del Rey. Un mes y medio después conquistaríamos nuestro noveno (y también hasta ahora último) Campeonato de Liga. Fue la inolvidable temporada del doblete. Y también fue uno de los pocos goles que Milinko Pantic (actual entrenador de nuestro primer filial) obtuvo con la testa, lo que motivó que incluso Jesús Gil  le ordenara un busto para las oficinas del estadio.
  El gesto de Molina y la respuesta de la afición es uno de los aspectos que más fuertemente tengo grabados en mi memoria de aquella final. Que yo sepa, ningún medio de comunicación se hizo eco de ello. Sin embargo, cuando al paso de los años he conocido compañeros atléticos de fatigas que igualmente estuvieron en ese fondo, recordando la final, siempre terminamos comentando lo mismo: ¿te acuerdas de lo que hizo Molina?.
  José Francisco Molina Jiménez nació en Valencia el ocho de agosto de mil novecientos setenta. Cuando empezó a destacar como joven y prometedor guardameta en las filas del Alzira, fue captado para sus categorías inferiores por el principal equipo de la zona, el Valencia Club de Fútbol, en cuya primera plantilla, sin embargo, nunca llegaría a jugar. Fue cedido en la temporada 1993-94 al Villarreal, entonces en Segunda División, a mitad de ejercicio. Su debut tuvo lugar en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, contra el Castilla. Asistí al encuentro (cerca de mí se encontraba un ilustre seguidor villarrealista, el columnista del ABC Julián García Candau) y, pese a que su equipo perdiera el encuentro, la actuación de Molina ya entonces me dejó una gratísima impresión.
  Al año siguiente debutaría en Primera División, al ser traspasado al Albacete. Hizo una muy meritoria temporada, lo que provocó su fichaje por nuestro club. No obstante, su equipo descendió a Segunda División en la promoción contra el Salamanca, en el que ya empezaban a destacar futuras estrellas como Urzáiz o nuestro antiguo canterano Vellisca, con un resultado de escándalo (cero a cinco en el Carlos Belmonte albaceteño), lo que, unido a otra reciente goleada en casa por parte del Deportivo de la Coruña, que le endosó ocho goles, motivó que los inevitables agoreros anunciaran el fracaso del fichaje. Pero de inmediato Molina, con su inicio espectacular de rojiblanco y su impecable trayectoria posterior, cerró muchas bocas.     
  Esa primera temporada recibió la confianza indubitada de nuestro entrenador Radomir Antic, igualmente en su primer año como rojiblanco. Se construyó con fichajes de jugadores que no eran de relumbrón, en unión de los muy válidos futbolistas que permanecían de años anteriores, una plantilla excelente que consiguió el inolvidable doblete. Como parte de su filosofía del juego, el entrenador exigía una presión colectiva muy adelantada y con las líneas muy juntas, lo que motivaba que, al encontrarse la línea defensiva muy alejada de la portería, todos los grandes espacios que se abrían a su espalda debían de ser “barridos”, a modo de los antiguos defensas libres, por el cancerbero. Molina sorprendió a todos cumpliendo esa misión a la perfección, con anticipación, velocidad y, lo que llegó a ser más sorprendente, un manejo del balón con los pies que le permitía evitar situaciones peligrosas con solvencia y eficacia. Muchos no entendían por qué tenía que jugar tan adelantado pero, observando el sistema de juego del equipo, la respuesta era obvia. De acuerdo que se corría con ello un gran riesgo, pero era un riesgo necesario. A pesar de haber encajado con sus salidas del área algún gol aislado, fueron muchos (muchísimos, incontables) más los que evitó. Fue un adelantado a su tiempo.
  Y en cuanto a sus virtudes “tradicionales” como portero, debajo de los tres palos, demostró asimismo una calidad mayúscula. Sus reflejos eran afinados. Sus dotes de mando atinadísimas. Y, lo que para mí era otra de sus principales características, su indudable manejo del juego aéreo. En un país en el que los más destacados arqueros, tanto anteriores, como coetáneos, como posteriores, tenían en los balones altos uno de sus más resaltables puntos débiles, Molina demostraba un espectacular dominio. Salía muy lejos de la portería para atajar los balones colgados, con suma eficacia y confianza. Esa confianza le traicionaría con la Selección española y provocaría su apartamiento de la misma, como luego veremos.
  Todas sus innegables cualidades estrictamente futbolísticas se veían además coronadas por una fuerte personalidad que le motivaron ser uno de los líderes “espirituales” de la plantilla, incluso en su primer año, recién llegado, y conectar con fuerte empatía con la grada. Una evidente prueba de dicha personalidad fue en su último año como futbolista profesional, en el Levante, cuando al parecer en un intento de soborno a parte de la plantilla él fue uno de los que no quiso saber nada del tema.
  En conjunto disputó con nuestra camiseta (principalmente amarilla en su caso) cinco magníficas y recordadas campañas, desde la 1995-96 hasta la 99-00 (desgraciadamente, el añito del descenso). En ellas jugó 42, 41, 37, 38 y 31 partidos ligueros (ciento ochenta y nueve en total). Y además, veintitrés encuentros más de Copa y treinta y cuatro de competiciones europeas. Recibió respectivamente 247, 32 y 40 goles. A estos datos objetivos hay que formular algunos breves comentarios: uno. Sus dos primeras temporadas participó en tantos partidos porque fueron las dos únicas temporadas del Campeonato de Liga español en la Historia que se disputaron con veintidós equipos, merced a la famosa “crisis de los avales” en la que se vieron involucrados Sevilla, Celta, Albacete y Valladolid. Dos. Todos sus partidos fueron como titular. Nunca fue suplente. Tres. En su primera y cuarta temporadas jugó la totalidad de los partidos. Cuatro. Ello motivó que grandes cancerberos como Ricardo o Jaro tuvieran que dejar el club, aburridos por su eterna suplencia. Molina tan sólo dejo jugar como titular un partido al primero en su segunda temporada (jornada 40ª, contra el Zaragoza) y al segundo en su tercera (jornada 31ª, contra la Real Sociedad). Además, en su cuarta temporada, estando Arrigo Sacchi de entrenador, le sustituyó por Jaro, en un encuentro resuelto a poco del final (jornada 17ª, cinco a cero contra el Extremadura), para darle minutos a éste, en una decisión que Molina se tomó muy mal. Entonces me pareció poco explicable y que demostró poco compañerismo, impropio de él. Pero por lo visto había un “mar de fondo” al que no teníamos acceso los aficionados comunes. Quinto. En su última temporada comenzó jugando de titular Toni, pero Molina recobraría prontamente su titularidad.
  Además de sus dos títulos atléticos de su primera temporada, participó en la final de la Copa del Rey en 1999 (derrota por tres a cero contra el Valencia, en el estadio de La Cartuja de Sevilla, en una prodigiosa actuación de Mendieta). El equipo también perdería la del año siguiente, ante el Español, pero esa final la jugó (todos lo recordamos, ¿verdad?) Toni. A título particular, también consiguió el trofeo Zamora al portero menos goleado (32 goles en 42 partidos), en su primera temporada rojiblanca.
  Con la Selección española disputó nueve encuentros. Son sumamente recordadas las circunstancias de su debut, el día veinticuatro de abril de mil novecientos noventa y seis, en partido amistoso en el estadio Ullewald de Oslo contra Noruega, con resultado final de empate a cero. El seleccionador Clemente había hecho todos los cambios tras el descanso. El atlético López, que había reemplazado a Amor, se lesionó a los pocos minutos. Como no había más jugadores de campo en el banquillo, Molina salió como centrocampista, con el dorsal “arreglado” con esparadrapo y…¡casi mete un gol!.
  A ese debut se sumaron además los siguientes encuentros: 18-8-99, amistoso en Polonia: 1 a 2, supliendo a Cañizares; 13-11-99, amistoso contra Brasil en Vigo, 0 a 0, titular; 17-11-99, amistoso contra Argentina en Sevilla, 0 a 2, titular; 26-1-00, amistoso contra Polonia en Cartagena, 3 a 0, titular, sustituido por Juanmi; 23-2-00, amistoso contra Croacia en Split, 0 a 0, titular; 29-3-00, amistoso contra Italia en Barcelona, 2 a 0, titular, suplido por Cañizares; 3-6-00, amistoso contra Suecia en Goteborg, 1 a 1, titular, suplido por Casillas (que debutaba ese día); y 13-6-00, partido inicial para España de la Eurocopa de Holanda y Bélgica, en Rotterdam contra Noruega, titular, derrota por un gol a cero. Fue su primer y único partido oficial con “La Roja”. Ya lo había anticipado con anterioridad. Su tremenda confianza en el juego aéreo le hizo ir a buscar un cuero al borde del área grande. Unos expertos de los balones elevados como son los noruegos, y en concreto el delantero Iversen, se le adelantó, cabeceó suavemente y el esférico llegó a las mallas. Parecía un error flagrante pero…¿cuántos goles evitó con su seguridad aérea?. El seleccionador Camacho, sin embargo, montó en cólera con él, le retiró la titularidad en beneficio de Cañizares y nuca jamás volvió a convocarle. Además de este torneo al que acudió en principio como titular, también lo hizo como tercer portero a las fases finales de la Eurocopa de Inglaterra 96 y del Mundial de Francia 98. Todas sus internacionalidades lo fueron mientras defendía los colores rojiblancos.
  Tras el descenso del Aleti, fue fichado por el Deportivo de la Coruña, donde rindió a excelente nivel durante seis temporadas más, desde la 00-01 hasta la 05-06, superando incluso un triste episodio de enfermedad de cáncer, en la que recibió el apoyo solidario de todo el fútbol español. Quizás con más cariño de su antigua afición atlética, donde caló hondo su profesionalidad y carácter. La 06-07 la disputó con los colores azulgranas del Levante. Luego se retiró y se hizo entrenador. Esta temporada 11-12 debutó en Primera División, durante unas pocas jornadas, con el Villarreal.           
  Como colofón, quiero concluir afirmando que, en mi modesta opinión, Molina ha sido el mejor guardameta que jamás haya defendido la camiseta del Atlético de Madrid, incluso por encima de uno de mis ídolos de infancia, el recientemente tratado en este blog Miguel Reina (¡y todo el mundo sabe que nunca han existido mejores futbolistas que los que vimos jugar de niños!). 

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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