miércoles, 20 de junio de 2012

MI PRIMERA VEZ

Alineación de ese día
MI PRIMERA VEZ

  Como todo el mundo sabe, la primera vez que vives una experiencia destacada en cualquier aspecto de la vida te marca y suele ser inolvidable. Así lo es también indudablemente en el ámbito futbolístico. Por eso, la primera vez que pude asistir en vivo y en directo a un encuentro de mi equipo en el Vicente Calderón es uno de los recuerdos más vívidamente marcados en mi memoria. Y nótese que me refiero al primer partido de mi equipo, el Atlético de Madrid, en su estadio del Vicente Calderón, ya que ni era la primera vez que acudía a este recinto deportivo (lo fue unos pocos años antes, con motivo de un encuentro internacional amistoso de la selección española) ni tampoco la primera vez que podía disfrutarlo “in situ” (que fue en un derbi madrileño en el Santiago Bernabéu). Ambos recuerdos personales serán prontamente abordados en futuros artículos. Supongo que lo que para mí es especialmente trascendente no lo será para la mayoría de los demás, pero al menos los que deseen leer tanto este artículo como los que acabo de anunciar podrán rememorar los jugadores y las circunstancias de esos periodos de la gloriosa historia atlética. Al fin y al cabo, es el propósito fundacional de este blog: poner en público, para aquellos a quienes les puedan interesar, todas mis vivencias y recuerdos de muchos años de fiel seguidor rojiblanco.
Plantilla de la temporada 80-81
  También colijo que muchos aficionados atléticos tuvieron la fortuna de acceder al hecho destacable que hoy rememoro en su más tierna infancia, llevados al estadio por algún amigo o familiar, por lo que es lógico y normal que no puedan recordar el momento y las circunstancias exactas que rodearon tan magno acontecimiento. Pero no es mi caso. Por un lado, yo fui el primer atlético de mi familia. Ninguno de ellos estaba tan interesado por el mundo del fútbol para asistir en vivo a los partidos, y además en particular a los del equipo rojiblanco. Por consiguiente, no tuve nadie que me llevara de niño a presenciar encuentro alguno. Me tenía que conformar con seguirle a través de los cromos de fútbol anuales, las chapas que con ellos confeccionaba, la prensa, la radio y los por entonces escasos partidos que podían ser transmitidos por el medio televisivo. Con posterioridad, el número de atléticos en la familia sí que se ha visto incrementado por primos políticos, sus hijos, sobrinos y espero que mis hijos (aún son muy pequeños).
  Y por otro lado, esa primera vez que pude disfrutar de un encuentro de mi equipo en mi estadio tuvo lugar cuando ya tenía una cierta edad (quince años) por lo que me permitió tener fijada en la memoria en forma vívida y clara toda la iniciadora experiencia.
Otra foto de la plantilla de esa temporada
  El partido de fútbol del que todo lo anterior es introducción tuvo lugar el día diecinueve de octubre de mil novecientos ochenta. Era la séptima jornada de la Liga 1980-81. Se venció al Sevilla por dos goles a cero. Era además el primero de los dos revueltos años que el Doctor Alfonso Cabeza estuvo en la Presidencia del Club. El nuevo Presidente despertaba el recelo, la desconfianza y la antipatía de muchos seguidores, ya fueran rojiblancos o no (entre los que me incluyo), a la par que muchos otros lo saludaban como una bocanada de aire fresco en el opaco mundo del fútbol profesional. El tiempo puso a cada cual en su sitio.

  No obstante, por aquel entonces todo iba como la seda. La mayoría de los aficionados reía las gracias del Presidente y el equipo había comenzado la Liga como un tiro y se había puesto líder, tras arrasar en la primera jornada en casa al Valladolid por cinco goles a dos (tres goles del debutante Cabrera, Rubio y Dirceu), haber empatado a domicilio a uno contra Las Palmas en la segunda (gol de Julio Alberto, que ese año iniciaría su meteórico rendimiento que le llevaría a fichar por el Barcelona dos temporadas después), nueva victoria casera en la tercera frente al Almería por dos goles a uno, anotados por Rubio y Cabrera, empate a dos en la cuarta en el viejo Atocha ante la Real Sociedad, que remontó tras ponerse cero a dos, obtenidos por Dirceu y Rubio, de nuevo victoria en casa frente al Athletic de Bilbao en la quinta por dos (Marcelino y Rubio de penalti) a uno, y finalmente, antes de la séptima jornada que hoy nos ocupa, obtener en la sexta la primera victoria fuera de casa, cero a uno ante el Betis, primer gol del año marcado por nuestro delantero centro Rubén Cano.
  El liderato así obtenido se mantuvo durante la mayor parte de la temporada, para sorpresa de propios y extraños, ya que se trataba de una etapa que parecía de transición, al haber mediado cambio de Presidencia y no existir fondos en demasía (¡la eterna crisis económica que persigue al Aleti!; yo no recuerdo haber disfrutado jamás de un periodo de bonanza económica) para acometer fichajes de gran calidad. Las jornadas fueron transcurriendo y el equipo se mantenía en la primera posición. En la recta final, los nervios de equipo inexperto, la cortedad de la plantilla, las lesiones y, ¿por qué no recordarlo?, ciertos nefastos arbitrajes que hubo de padecerse (particularmente negativos el de Guruceta en Sarriá y, sobre todo, el recordadísimo de Alvarez Margüenda en el Calderón contra el Zaragoza, a tres jornadas del final), al parecer en respuesta del gremio arbitral a las críticas recibidas por parte de Cabeza, con las consiguientes sanciones que todo ello acarreó, motivaron que no se obtuviera el premio tan largo tiempo perseguido y se cediera el liderato y la postrera victoria liguera a la Real Sociedad, que obtendría su primer entorchado. Y la fiel hinchada rojiblanca se quedó con la tremenda decepción de no poder conquistar lo que parecía suyo, lo que recuerdo como uno de los hechos más dolorosos que deportivamente le ha tocado vivir.
  Probablemente no sea el tiempo ni el lugar de revivirlo (y re-padecerlo) aquí, pero tan sólo quiero resaltar brevemente el hecho de que la sólida y prometedora carrera del joven árbitro que entonces era Álvarez Margüenda, se vio definitivamente truncada, no consiguiendo prosperar, por haberse prestado a servir a aún no se sabe bien qué oscuros y torticeros intereses.
Contra el Real Madrid, justo después del "Margüendazo"
  Terminado este corolario de la temporada, retomamos el partido en cuestión. Los días previos, una vez que se había decidido que podía acudir al estadio, me vi envuelto en una lógica y natural excitación. Me estudié con detalle las combinaciones del Metro para poder ordenar el largo trayecto y llegar lo mejor posible a la estación de Pirámides. Mi madre me sacó la entrada en un centro de “El Corte Inglés” (en una época en que allí se vendían, en la sección de deportes, para aquellos a los que nos pillaba muy retirado el estadio). El taquillero le comentó que era una muy buena localidad, que me daría el sol al principio del partido. Se ubicaba en el segundo anfiteatro del Fondo Norte, en la curva que lo une con la grada de lateral. Para no llegar tarde ni tener complicaciones, así como para darme una vuelta para disfrutar del ambiente exterior del recinto antes de acceder al mismo, me fui muy pronto. El partido era a las cinco de la tarde y tres cuartos de hora antes yo ya estaba instalado en mi emplazamiento. Poco a poco se poblaron las gradas hasta alcanzar el casi lleno. La afición estaba entusiasmada con la buena marcha del equipo.
  Por los nuestros jugaron ese día: Aguinaga; Marcelino, Arteche, Balbino, Julio Alberto; Ruiz, Dirceu, Quique; Marcos, Rubén Cano y Rubio. Todavía táctica 4-3-3. Era la alineación tipo de esos comienzos de temporada, donde destacaban especialmente los dos jóvenes y prometedores extremos y el enorme rendimiento desplegado por el brasileño Dirceu. Cabrera reemplazó a Ruiz en el minuto cincuenta y siete, justamente antes del primer gol y Bermejo, en el ochenta y ocho, para aguantar el resultado, a Rubén Cano.
  Por parte del Sevilla, para aquellos que quieran recordar a tal o cual jugador: Buyo; Blanco (Nimo), Álvarez, Rivas, San José; Choya, Juan Carlos, Yiyi; López (Joaquín), Morete y Montero. De todos ellos, el de mayor calidad era el último, el cual, desde su posición de delantero centro atrasado, estaba siendo muy tenido en cuenta por el entonces seleccionador Santamaría con vistas al inminente Mundial de España 82. El entrenador era el futuro técnico de la Selección y anterior madridista durante muchísimos años Miguel Muñoz. El árbitro, el canario Merino.
  También destacaba en el equipo sevillista el guardameta, el coruñés Paco Buyo, que ese día portaba una camiseta bastante poco habitual, a grandes rayas blancas y azules (parecía ser jugador de campo del Málaga o de la Real Sociedad). Su peculiar idiosincrasia ya le había provocado en estos sus primeros años en la élite roces con multitud de jugadores y aficiones adversarias. Entre ellas, con la que luego sería la suya, un día en el que se lió a tortas con el alemán madridista Stielike. Al cabo de los años, recalaría en el Real Madrid, convirtiéndose en uno de nuestros más odiados adversarios, con pasajes tales como impunes agresiones a Tomás o Manolo y, sobre todo, el recordado incidente con Futre y Orejuela. Ese día, en congruencia con su personalidad, ya había provocado rencillas con rivales y público.
  El partido parecía desarrollarse bien para nuestros colores. Aguinaga quedó prácticamente inédito. No recuerdo acercamiento peligroso sevillista alguno. Pero los jugadores, posiblemente nerviosos por el recién adquirido liderato, no se mostraban tan afinados y sueltos como en las jornadas precedentes. El balón era suyo en todo momento, pero no encontraban el acierto necesario para perforar la defensa rival. Marcos recién empezado el partido había rematado al poste, así como Rubio cerca del final. En esos ataques infructuosos, rápidos pero imprecisos, se fue la primera parte. También se retiró el Sol y hubo que encender en el descanso la iluminación artificial.
Marcos, autor del primer gol
  Y la segunda parte discurría por los mismos derroteros. Ataque tras ataque, sin éxito alguno. El entrenador, José Luis García Traid, que luego retornaría en sucesivas etapas y que falleció desgraciadamente con motivo de una operación de cirugía estética el día once de enero de mil novecientos noventa, suplió a un mediocampista defensivo como era aquel año Ruiz (en realidad, en la mayor parte de su carrera fue defensa central; su posición más adelantada en esa temporada le valió para obtener un gran número de goles de cabeza) por el delantero hispano-argentino fichado para ese ejercicio Cabrera (que poco después se lesionaría de suma gravedad), para buscar aún con más énfasis la victoria. El recién entrado se colocó en la delantera y liberó a Marcos, que retrasó su posición. Y enseguida llegó el premio. En el minuto sesenta, éste recibe el balón de Dirceu, dispara desde el borde del área, ligeramente esquinado a la izquierda, con su pierna zurda, el balón parece que se dirige a la base del poste más alejado, pero con Buyo a punto de atajarlo. Y de repente, bota extrañamente en un agujero del suelo, describe una extraña parábola que sirve para sobrepasar justamente la mano extendida del portero, que ya se encontraba tras su estirada en el suelo, junto al palo, y el esférico alcanza las mallas ante la euforia generalizada y contagiosa.
Buyo de sevillista
  La cual provoca que el público lleve en volandas al equipo y se redoblen las ofensivas, ahora con más facilidad y llegada. En esta fase, Buyo demuestra que, futbolísticamente hablando, era un buen cancerbero, con muy acertadas intervenciones.
  Y cerca del final, minuto ochenta y ocho, la puntilla. En esta ocasión, es Marcos el que en una falta al borde del área, se la toca en corto a Dirceu y el astro brasileño, en un durísimo disparo raso, con su prodigiosa zurda, perfora tras rozar la barrera la meta adversaria, pegado al mismo palo por el que anteriormente Marcos había abierto el marcador y obteniendo así su tercer gol liguero. Ambos goles se consiguieron en la portería que yo tenía más cercana, lo que acrecentó mi visión y la subsiguiente emoción al celebrarlos.
Dirceu, autor del segundo gol
  Dirceu había destacado vistiendo la camiseta “verde-amarelha” en el centro de campo en el Mundial de Argentina 78 (también jugó con menos éxito los Mundiales anterior de Alemania 74 y posterior de España 82). Llegó al equipo a mediados de la temporada 79-80, procedente del América de México, y proclamando su famoso aserto de que en ese equipo él daba balones y le devolvían sandías. Falleció en accidente de tráfico, ya retirado, el día quince de septiembre de mil novecientos noventa y cinco.
  Y retorno a casa, feliz y contento por la victoria, el liderato y, sobre todo, por la emoción de haber consumado “mi primera vez”. Desde entonces ha habido muchas (muchísimas) más. 
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JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ



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