miércoles, 18 de julio de 2012

LA FINAL DEL MALLORCA

Alineación titular
LA FINAL DEL MALLORCA

  Como continuación de la saga o serial abierto en un anterior artículo, el dedicado a la final de Lyon, continúo con el presente el repaso de todas aquellas finales (cuatro en total) a las que tuve la fortuna de poder asistir al estadio en vivo y en directo, a disfrutar en todas ellas, salvo en la primera, con la victoria final del equipo y consiguiente obtención del título en cuestión. Como allí anuncié, el recorrido será por orden cronológico, si bien entre ellas se ha intercalado la reciente final de Bucarest, a la que desgraciadamente no pude acudir, por evidentes y obvias razones de rabiosa actualidad.
  La segunda de la lista, cinco años después de la de Lyon, fue la de la Copa del Rey de la temporada 90-91, que se celebró en el estadio Santiago Bernabéu el día veintinueve de junio de mil novecientos noventa y uno, frente al Mallorca. Se venció el encuentro y se obtuvo el galardón por un gol a cero, anotado por Alfredo en la portería del Fondo Sur del estadio cerca ya del final de la prórroga, en el minuto 114.
 Como hice en el primer artículo de esta serie, y haré en los dos que aún están por llegar, repasemos en primer lugar en forma breve y somera la trayectoria para alcanzar la deseada final. No hubo que pasar muchas eliminatorias, dado que el equipo se incorporó directamente a los octavos de final, al haberse clasificado para disputar la Copa de la U.E.F.A. (en la que por cierto, nos eliminó en primera ronda el equipo rumano de la Politécnica de Timisoara). No obstante, las sobrepasadas tuvieron un mérito extremo, puesto que en octavos de final se eliminó al eterno rival del Real Madrid, en cuartos al Valladolid y en semifinales al por entonces todopoderoso Barcelona, ganador por aquellos años de cuatro Ligas consecutivas y de su primera Copa de Europa. Sin embargo, todavía no era conocido como “Dream Team”,  ya que dicho sobrenombre no le fue impuesto hasta después de los inolvidables Juegos Olímpicos de Barcelona 92, como remedo del legendario equipo de baloncesto estadounidense, la mayor constelación de estrellas que jamás se hayan podido juntar sobre parqué alguno (Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird, Patrick Ewing, Scottie Pippen, Charles Barkley…).
Schuster en acción
 El partido de ida de los octavos de final contra el Real Madrid tuvo lugar en el estadio Santiago Bernabéu el día siete de febrero de ese año. Empate a uno. A los 36 minutos Rodax, a pase de Manolo, en veloz contragolpe inauguraba el marcador. Poco después, en salto para rematar de cabeza, chocó con Sanchís y se fracturó en forma aparatosísima el pómulo. Empató Hugo Sánchez en el minuto 56, de chilena a la salida de un córner. El partido de vuelta en el Vicente Calderón, el día veintisiete de febrero. Se aguantó el resultado y no sólo eso. Además se venció en el partido por un gol a cero, anotado por el hispano-brasileño Donato en el minuto 57, al peinar de cabeza una falta botada por Schuster.  
 Siguiendo una inveterada costumbre del fútbol español que ya se ha perdido, las rondas finales y decisivas tuvieron lugar todas de corrido en junio, una vez que el Campeonato de Liga hubo concluido, jugando tanto entre semana como el fin de semana. El partido de ida de los cuartos de final, contra el Valladolid, se disputó en el Nuevo Zorrilla el día trece de junio. Cómoda victoria por cero goles a dos, obtenidos además en breve lapso de tiempo. El primero, por el central canario Juanito, de cabeza al remate de una falta lateral botada por Schuster con su proverbial maestría, en el minuto 13 (el comentarista invitado que narraba el partido por televisión, Jorge D´Alessandro, futuro entrenador nuestro, anunció el gol tan pronto como el esférico salió de la bota del genio alemán). Y el segundo, en el minuto 28, por el mismo centrocampista germano, en lanzamiento directo de falta (que probablemente fuera una de las pocas facetas del juego en las que sobresaliera aún más que en sus faltas centradas para ser rematadas). La vuelta en casa tres días después, dieciséis de junio. Y susto. Vencieron los vallisoletanos por un gol a cero, obtenido por el ariete Fonseca en el minuto 81, de penalti. Sufrido tramo final de encuentro, al que estamos acostumbrados de sobra los fieles seguidores rojiblancos, pero se defendió el resultado y se pasó de ronda.
 Semifinales contra el Barcelona, favorito supremo. La ida en el Nou Camp, el día veinte de junio. Fue uno de los partidos más completos disputados con la camisola rojiblanca por Futre, precisamente en un tiempo en el que estaba siendo fuertemente criticado por bajo rendimiento, que obtuvo el primer gol en el minuto 35, en una precisa y preciosa vaselina sobre Zubizarreta, y colaboró en el segundo, anotado por Manolo a los 60 minutos. De nuevo tres días después, veintitrés de junio, la vuelta en el Calderón. Y de nuevo susto. Partido vibrante, emocionante y, como rezan los cánones, con alternativas en el marcador. A los veinte y veintisiete minutos, Julio Salinas había obtenido dos goles  y empatado la eliminatoria. Justo antes del descanso, minuto 44, Solozábal anota y la vuelve a poner a nuestro favor. Ya en la segunda parte, el Barcelona logra el tercer gol en el minuto 71, por mediación de Koeman, y de nuevo pasan ellos, por el valor doble de los goles en terreno ajeno. No fue hasta el minuto 79 cuando Manolo obtuvo el definitivo dos a tres que nos permitió franquear la eliminatoria.
 ¡Y a la gran final!. En el estadio y fecha anteriormente señalados.  El rival, el Mallorca, que por entonces llegaba por primera vez en su historia al partido último. Luego repetiría en dos ocasiones más: en 1998, contra el Barcelona, perdiendo la final por penaltis, y en 2003, contra el Recreativo de Huelva, donde por fin la ganó por tres goles a cero.
Ahora Futre contra Serer
 En aquella época, no era tan frecuente como lo puede ser ahora, en donde existen mejores medios de transporte, viajar con el equipo a presenciar partidos fuera de casa, aunque se tratara de grandes finales. Es por ello que las zonas del estadio reservadas para aficionados mallorquinistas presentaron grandes claros. Con el agravante añadido de la insularidad, no pudieron desplazarse todos los que lo desearon. Por el contrario, para nuestra afición el viaje era por supuesto infinitamente más cómodo y económico. Apenas el precio de un billete de Metro o de autobús. En cuanto al reparto de entradas, tampoco recuerdo que se armara tanto alboroto como ha llegado a acaecer en finales posteriores. Los que quisimos acudir pasamos unos días antes por las taquillas oficiales del Vicente Calderón, esperamos la pertinente cola, nada escandalosa, y obtuvimos nuestras localidades. En mi caso concreto, se ubicaba en el segundo anfiteatro de Fondo Norte, bastante centrada, es decir, en línea con las porterías. En ese año, esa localidad correspondía a uno de los puntos más elevados del estadio (a excepción del famoso tercer anfiteatro de lateral o “gallinero”, donde había acudido a presenciar derbis ligueros en numerosas ocasiones), dado que hasta el año siguiente no se acometerían obras que se traducirían en una profunda transformación del estadio, elevando su altura considerablemente.
 Las alineaciones fueron las siguientes: por nuestro equipo salieron Mejías; Tomás, Ferreira, Juanito, Solozábal, Toni; Vizcaíno, Schuster, Orejuela (Alfredo, minuto 61); Manolo y Futre (Sabas, minuto 87). Como curiosidades de esta alineación, cabe recordar varios detalles. El primero, que Mejías, debido a una infortunada lesión del cancerbero titular Abel cerca del final de la temporada (precisamente el año en que conquistó su legendario record de imbatibilidad, aún vigente, de 1275 minutos) se había visto obligado a ocupar la portería en las rondas finales, desde cuartos de final, después de varios años de figurar en la plantilla pero apenas disputando minutos. En el partido de vuelta contra el Barcelona, no había tenido una actuación muy convincente. Por eso muchos aficionados acudían a la final con poca seguridad en sus prestaciones. Afortunadamente toda duda se disipó pronto. No es que el Mallorca atacara mucho, pero Mejías, en uno de sus últimos actos de servicio al Club, desarrolló un encuentro serio, sobrio y solvente. El segundo, que el extraordinario centrocampista que fue Orejuela había recobrado recientemente la titularidad después de dos desgraciadísimos años de lesión tras lesión. No pudo aguantar mucho sobre el terreno de juego, por eso fue el primer sustituido, pero le dio tiempo para mostrar en una final su innegable calidad. El tercero, que no atañe directamente a los jugadores sino al banquillo es que el entrenador de casi toda la temporada (Joaquín Peiró fue cesado en la pretemporada), el croata Tomislav Ivic, recientemente fallecido, había sido a su vez cesado justo inmediatamente antes de este partido. Su puesto lo ocupó, por primera y única vez en su curriculum, Iselín Santos Ovejero, el viejo “cacique del área” de los años setenta. Y el cuarto, que este novísimo entrenador respetó la configuración táctica de su antecesor en el cargo durante esa temporada (obviamente no tuvo mucho tiempo para grandes cambios), y que tan buenos resultados le habían dado: es decir, tres centrales, dos laterales de largo recorrido, tres centrocampistas, de los cuales dos trabajaban para que luciera Schuster y arriba dos de las estrellas del equipo, Manolo y Futre, ninguno de los cuales era delantero centro puro (es decir, que más de veinte años antes, nuestro equipo ya jugaba con el “delantero centro falso o mentiroso” que tan en boga han puesto en este último ejercicio tanto el Barcelona como la Selección española).
 Por el Mallorca: Ezaki; Pedraza, Del Campo, Fradera, Serer; Parra, Marcos (Álvaro, minuto 54), Nadal, Soler, Armando; y Hassan (Claudio, minuto 80). Ezaki y Hassan era internacionales marroquíes. Parra y Armando antiguos jugadores nuestros. Nadal y Claudio futuras estrellas de la Selección española que poco después recalarían en el Barcelona y en el Deportivo de la Coruña, respectivamente.
Alfredo, autor del único gol
 El árbitro fue Joaquín Ramos Marcos. Con gran disgusto previo por parte de la mayoría de la afición rojiblanca. Ya nos había “birlado” una final anterior, la de 1987 contra la Real Sociedad, ignorando en el último minuto uno de los penaltis más claros que jamás haya podido presenciar sobre un terreno de juego, cometido por el realista López Rekarte sobre nuestro centrocampista Julio Prieto. Además de otras muchas desafortunadas actuaciones anteriores, y también posteriores.
 Y en cuanto al desarrollo del encuentro en sí, no hubo mucha historia que recordar. Los mallorquinistas asumieron desde el principio su rol de aspirante y se dedicaron a esperar atrás, muy bien protegidos, desplegando un extraordinario juego defensivo, entregando el balón y la iniciativa a los rojiblancos. Futre no tuvo un día especialmente inspirado, lo que provocó su sustitución. Los atléticos tampoco lograban llegar con excesivo peligro a la portería rival. Prórroga. Más de lo mismo. Y cuando ya todos pensábamos en el desempate mediante penaltis, que era en realidad lo que los bermellones buscaban a esas alturas, el desenlace final. Minuto 114. Sabas, sustituto de Futre, recibe de Schuster un pase esquinado al borde del área. Dispara centrado pero con inusitada fuerza para un cuerpo tan pequeño. Ezaki logra rechazar el esférico, pero lo deja muerto en el área pequeña. Alfredo, sustituto de Orejuela, remata como puede, con la pierna izquierda, su menos buena, casi trastabillándose, pero es un disparo cercano y con la portería desguarnecida. ¡Gol!. Tras años de sequía, la euforia y la alegría invade todos los corazones atléticos, tanto de los que estábamos presentes en el estadio como de los miles y miles más que estaban allí representados. Curiosidad: los dos actores principales del celebérrimo gol habían salido desde el banquillo.
Recogiendo la Copa
 Era el primer título de la era Gil. Se festejó como se merecía. Y además de su importancia intrínseca, este título tuvo una especial trascendencia, cual fue el hecho de que parte de ese festejo fuera la inauguración de las celebraciones en Neptuno, tal y como se relató en su momento en uno de los primeros artículos de este blog, al que me remito para evitar repeticiones innecesarias. Ese día se inició una tradición que ojalá se reverdezca vez tras vez. Este mismo año, sin ir más lejos, con la final de Bucarest.
                         

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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