jueves, 19 de enero de 2012

GÁRATE

GÁRATE.


  Comienzo hoy con la primera de mis entradas históricas en el blog “Vivencias rojiblancas”, como ya anuncié en una primera entrada introductoria. Mi intención es plasmar en una serie de artículos cortos pequeñas semblanzas de jugadores y vivencias y recuerdos en general, en ocasiones meras anécdotas, de mis muchos años (desde los 70) de fiel seguidor rojiblanco para que sean compartidas por aquellos que las pudieron vivir conmigo o descubiertas por aquellos que no pudieron hacerlo, sin perjuicio de que en los artículos se deslicen una serie de imprescindibles datos objetivos. Y para comenzar, nada mejor que hacerlo con el que creo mayor icono de toda la larga historia rojiblanca, confirmado por diversas encuestas con motivo del reciente centenario del club: José Eulogio Gárate Ormaechea, conocido futbolísticamente por su primer apellido, y apodado “el ingeniero del gol”.

  Para todos los niños atléticos de los años 70 Gárate era el ídolo supremo. En los partidillos del barrio todos nos peleábamos por “hacer” de Gárate. En los partidos de chapas, reservábamos la más lisa y rápida de todas para poner encima la cara, recortada del pertinente cromo, del genial delantero centro. Y su actitud en el terreno de juego, siempre educada y considerada con árbitros y rivales, a diferencia de otras actitudes más prepotentes y soberbias que luego se han desarrollado en el mundo del fútbol, nos estimulaba a seguir su ejemplo. Para no ofender a sus contrincantes, apenas celebraba sus propios goles (al igual que su coetáneo Quini), pero sí los de sus compañeros. Solamente fue expulsado una vez: el dos de mayo de mil novecientos setenta y seis, en el viejo Sarriá, en un partido que terminó ganando el Español por 1-0, con gol de Manolín Cuesta. Le expulsó Guruceta, tras “comerse” un claro penalti (uno más de los que nos privó este árbitro) sobre Leivinha, por formularle el “ominoso” comentario de: “ese penalti se lo pitarías al Madrid”. Gárate y Guruceta se conocían de sus tiempos juveniles en el País Vasco y el primero sabía (todos sabíamos) que el segundo era madridista. El público, aunque rival, sabedor de la intachable trayectoria del delantero, en lugar de mofarse de él cuando se retiraba hacia los vestuarios, como es desgraciadamente habitual, le acompañó con un conmovedor y asombrado silencio.

Gol de la final de Copa de 1976
   Era un jugador sumamente elegante en sus movimientos sobre el terreno de juego. Solía arrancar escorado hacia la banda izquierda para luego trazar una diagonal diabólica dirigida al arco contrario (años después, muchos compararon su estilo de juego en general y esa acción en particular con el ganador mundialista italiano Paolo Rossi). Siendo diestro, remataba con casi igual eficacia con ambas piernas y, sobre todo, de cabeza. No era muy alto, pero cabeceaba maravillosamente bien, se elevaba con majestuosidad y colocaba el balón con precisión. El mejor ejemplo, su último gol oficial para su equipo: tirándose en plancha, cabeceó el centro que desde la derecha le envió Salcedo y batió al zaragocista Junquera para obtener nuestra quinta Copa (históricamente, la última del Generalísimo), en el Santiago Bernabéu (casi todas nuestras Copas han sido ganadas allí), el día veintiséis de junio de 1976 (resultado final: 1-0).
   Nació circunstancialmente en Sarandi, Argentina, el día 20 de octubre de 1944, estando sus padres visitando a sus abuelos, exiliados de la Guerra Civil. O mejor dicho, fue la fecha y lugar en los que se inscribió su nacimiento, ya que en realidad nació unos días antes en pleno Océano Atlántico, en el barco que les llevaba hacia Argentina. A los pocos meses se trasladaron a Eibar, donde vivió de niño y jugó en el equipo local desde 1961 hasta 1965; la temporada siguiente jugó en el Indauchu y de allí le ficho el Aleti (después de haberle rechazado el Athetic de Bilbao por no haber nacido en territorio vasco), adonde llegó a principio de la temporada 1966-1967 para permanecer once años, hasta el final de la 1976-1977. Debutó el 16 de octubre de 1966, en la sexta jornada de Liga, ante Las Palmas, ganando 2 a 1 (aunque él no marcara). En total jugó 241 partidos en Primera División (todos con nuestro club), marcando 109 goles. También marcó quince goles más en la Copa y once en competiciones europeas.
  Fue pichichi en tres temporadas consecutivas, pero en todas ellas infortunadamente compartiendo galardón con otros compañeros: 68-69, catorce goles (con Amancio); 69-70, dieciséis goles (de nuevo con Amancio y con su compañero de equipo Luis); y 70-71, diecisiete goles (con Rexach). Llama la atención la poca cantidad de goles con los que se llegaba a ser máximo goleador en esta época, motivado por dos principales causas: primeramente, en la segunda mitad de la década de los 60 y la primera mitad de los 70 las tácticas defensivas, importadas desde Italia, estaban especialmente en boga, y son las Ligas con menor porcentaje de goles en toda la Historia; y en segundo lugar, el torneo estaba compuesto por tan sólo dieciséis equipos, lo que se traducía en treinta jornadas, a diferencia de las treinta y ocho actuales.

  Fue internacional en dieciocho ocasiones (las dos primeras con Balmanya de seleccionador y las demás con el sempiterno Kubala). Debutó el 22 de octubre de 1967, contra Checoslovaquia, en el Santiago Bernabéu, en partido de clasificación para la Eurocopa de 1968, ganando España por dos a uno, con goles de Pirri y el primero de los goles internacionales de Gárate, de los cinco que consiguió. Los otros fueron contra Bélgica (11-12-68; 1-1), doblete contra Finlandia, en el debut de Kubala (15-10-69; 6-0) y contra Uruguay (23-5-72; 2-0 e inauguración oficial del Calderón). Su último partido fue contra Rumania, empate a uno, de nuevo en el Santiago Bernabéu, el 17 de abril de 1975. Parecen pocos partidos internacionales para un jugador de su categoría, a lo que contribuyen en mi opinión diversas causas: en esa época se celebraban muchos menos partidos internacionales que ahora, ya que las fases de clasificación eran contra dos o tres equipos, y no contra cinco o seis como ahora; además, España no se clasificó en esos años para ninguna Eurocopa o Mundial, lo que al no disputar fases finales hacía que se jugaran aún menos partidos; y finalmente, la táctica preferida por entonces era el 4-3-3, con dos extremos muy abiertos y un solo delantero centro, puesto que tenía  que pelear con otros destacados arietes de la época como Quini o Santillana (lo que motivaba acaloradas discusiones en los colegios entre los niños madridistas y los atléticos sobre cuál de ellos debía jugar en la Selección). Precisamente en su último partido como internacional, para encontrarles acomodo a ambos, Kubala experimentó con una táctica entonces muy inusual como era la del doble delantero centro, con Rexach y Rojo I en las bandas. No prosperó el experimento.

  He leído en varias entrevistas que a Gárate aún le duele después de tantos años que se le achaque injustamente (y prácticamente muchos le recuerden sólo por eso) la pérdida de la final de la Copa de Europa en 1974 contra el Bayern de Munich, cuando le reprochan que se quedara tirado en el área rival y no bajara a defender al central Schwarzenbeck, lo que le permitió disparar en el último minuto el zapatazo que batiera a Reina. Creo que tales críticas son del todo punto injustificadas, ya que recordemos que estamos hablando de un futbolista que no era especialmente dotado en el aspecto físico, que estábamos en el último minuto de la prórroga y que acababa de realizar un exigente sprint hacia el marco rival, para dejar sentenciada la final. No se quedó tirado a tomar el sol, se quedó acalambrado y exhausto. Hoy en día, los compañeros hubieran hecho gestos y aspavientos al adversario para que echaran el balón fuera y le atendieran, pero…no se hizo así. Y además, había diez compañeros más para detener al central alemán.


  En enero de 1976, jugando en Elche, en el viejo Altabix, el lateral Indio le hizo una entrada que le causó una herida en la rodilla. Siguió jugando, pero a principios de la temporada siguiente tuvo en dicha rodilla unos raros y persistentes dolores. No jugó prácticamente nada en toda la temporada 1976-77, la de su adiós, apenas veinte minutos sustituyendo al que a su vez habían fichado como sustituto suyo, Rubén Cano, contra el Barcelona, después de llevar ya el partido encauzado por un claro 3-0, el día 24 de octubre de 1976, séptima jornada (lo que motivó añadir un título más a su impecable trayectoria, ya que esa temporada el Aleti ganó la Liga). Durante todos esos meses, los pocos (igual que ahora) niños atléticos de la clase devorábamos en grupo en los periódicos todos los avatares de la extraña lesión de nuestro ídolo. Recuerdo particularmente un extenso artículo del “ABC”, ilustrado tan sólo con un sombrío dibujo de busto hiperrealista, lo que añadía dramatismo a las pésimas noticias. Después de muchas pruebas se detectó por casualidad (una de las muestras que le habían hecho y que habían tirado a la papelera cultivó un hongo) que los dolores los causaba un extraño hongo (“Monosporium Apiospermum”) que le había penetrado por la herida de la rodilla y que, lejos de haber sido combatido, había sido alimentado por la cortisona con la que estaba siendo tratado de forma equivocada. Cuando se detectó la causa, se probó un nuevo medicamento holandés, prohibido en España, que curó la infección en veinte días. Había estado en peligro su vida. Como relata conmovedoramente el gran Petón en su maravilloso libro “El fútbol tiene música”, se llegó a plantar delante de los doctores implorando que le cortaran la pierna, exhausto de padecer inhumanos dolores, él que había soportado patadas de los defensas sesenteros y setenteros más aguerridos (eufemismo de leñeros).  Pero ya era tarde. Había salvado la vida y la pierna, pero había perdido la carrera de futbolista. La articulación había quedado carcomida y tenía una artrosis para toda la vida, que motivó que en su emotivo homenaje contra la selección vasca, el uno de junio de 1977, tuviera que salir apoyado en muletas (con el estadio repleto, incluso por madridistas, que querían darle un último adiós) y que desde entonces apenas pueda permanecer en pie.   

  Así recuerdo al que fue el mayor de mis ídolos futbolísticos de infancia. Un caballero del gol y, en mi opinión, máximo exponente de la idiosincrasia atlética.






JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ
























1 comentario:

  1. Yo nunca discutí contigo, y menos acaloradamente, sobre la titularidad de Gárate en la Selección. Siempre tuve claro, igual que el seleccionador, que Santillana le daba 100.000 vueltas a vuestro ídolo. Y si me apuras, incluso Quini.

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