jueves, 26 de enero de 2012

INCENDIO EN EL CALDERÓN

INCENDIO EN EL CALDERÓN.

  Uno de octubre de mil novecientos ochenta y ocho. Partido en sábado por la noche. Quinta jornada de la liga 1988-89. Era la segunda temporada de Jesús Gil en la presidencia del club. Como los resultados de la primera no habían sido especialmente de su agrado, decidió hacer una de sus radicales “limpias” y prescindir de jugadores de la anterior campaña como Landáburu, Quique Setién, Alemao o Arteche (al que al poco repescó para volver a prescindir de él de inmediato). Como entrenador, Maguregui, después de que la temporada anterior hubieran ido desfilando Menotti, Ufarte y Briones. Para esta temporada, llegaron nuevos refuerzos como Baltazar, Manolo o Donato. El visitante era el Cádiz, al que se ganó por tres goles a cero, todos ellos marcados por el delantero centro brasileño Baltazar.
  Coincidiendo en el tiempo, los Juegos Olímpicos de Seúl. Ese año, los Juegos Olímpicos se celebraron más tarde de lo que es habitual, ya que tuvieron lugar a finales de septiembre y primeros de octubre. Allí España obtuvo tan sólo cuatro medallas (oro de José Luis Doreste en vela, clase Finn; plata de Emilio Sánchez Vicario y Sergio Casal en tenis, dobles masculinos; y sendos bronces de Sergio López en natación, 200 metros braza y de Jorge Guardiola en tiro, modalidad skeet), lejos de la avalancha que luego llegaría en los Juegos siguientes de Barcelona 92 y que hizo que aumentáramos un nivel competitivo que, con altibajos, se ha podido mantener en los Juegos posteriores. Desde el punto de vista futbolístico, estos Juegos olímpicos de Seúl 88 son especialmente recordados  por la portentosa exhibición individual del zambiano Kalusha Bwalya, que se dio a conocer al mundo del fútbol internacional al anotar tres goles en la sorprendente goleada de 4 a 0 que Zambia endosó a Italia y que le valdría alcanzar las ligas europeas, concretamente la holandesa, donde llegó a jugar muchos años en el PSV Eindhoven.
  La temporada no había empezado especialmente bien. En la primera jornada de Liga, el cuatro de septiembre, derrota ante el Logroñés por un gol a cero, anotado de cabeza por el mexicano “Abuelo” Cruz; en la segunda, el once de septiembre, nueva derrota, esta vez en casa ante el Athletic de Bilbao, por el mismo resultado, marcando el gol Garitano, de zurdazo desde el borde del área, después de múltiples e infructuosos ataques contra la portería bilbaína; en la tercera, dieciocho de septiembre, descalabro en el Sánchez Pizjuán contra el Sevilla por cuatro a uno, marcados por Francisco, Bengoechea, en una de sus características faltas, Polster, en un recordado gol en el que regateó a Arteche en varias ocasiones, y Ramón, anotando Manolo su primer gol como rojiblanco; en la cuarta jornada, veinticinco de septiembre, primer punto, al empatar en casa a dos contra el Oviedo, yendo siempre por detrás en el marcador, ya que al gol del paraguayo Hicks replicó Donato con su primer gol rojiblanco, y al segundo del mediocampista Tomás (criado en nuestra cantera con el nombre de Tomás II, ya que Tomás I  era el lateral Tomás Reñones) apenas pudo responder de penalti Baltazar a pocos minutos del final. Entretanto, en la ida de los treintaidosavos de la Copa de la UEFA, disputada el día siete de septiembre, se había perdido también por uno a cero frente al Groningen holandés. Pese a la victoria liguera frente al Cádiz que hoy nos ocupa, tres días después, el cinco de octubre, tras ganar en Madrid nuestro equipo tan sólo por 2 a 1, el equipo holandés nos apeaba de la competición, lo que fue el detonante definitivo para que Jesús Gil, preso de tan descorazonador comienzo de temporada, destituyese fulminantemente a Maguregui, para llegar provisionalmente durante dos jornadas de nuevo Briones y luego el inglés Atkinson.
  Como ya se ha indicado con anterioridad, el partido de la quinta jornada de Liga, del día dos de octubre, finalizó con victoria rojiblanca por tres goles a cero, todos ellos marcados por Baltazar, de cuya eficacia goleadora la fiel hinchada rojiblanca ya estaba empezando a dudar ya que antes de esos goles tan sólo había anotado el penalti ante el Oviedo. Craso error, puesto que fue el primero de múltiples posteriores dobletes, tripletes y hasta “cuatripletes” (dos jornadas después, en casa ante el Español marcó cuatro goles) con los que el delantero brasileño atleta de Cristo llegaría a obtener el galardón del pichichi de esa temporada con la nada despreciable cifra de treinta y cinco goles.
  Esa noche hubo un incendio en el Calderón. No metafórico, sino real. Con fuego y humo ya que, como todo el mundo sabe, por el humo se sabe dónde está el fuego. Yo estuve allí. Mediada la primera parte, se empezó a expandir por todo el estadio un inconfundible olor a quemado. A poco de empezar la segunda parte del sentido del olfato se pasó al de la vista, y empezó a aparecer el humo. Llegó a ser tan abundante que todos los espectadores que estábamos ubicados en el lateral del estadio, enfrente de presidencia, tuvimos que desplazarnos hacia los fondos porque el humo nos cegaba y nos impedía ver el terreno de juego. Salía profusamente por los vomitorios de dicha grada lateral, que le servían de chimeneas. Cierto es que el humo provocó que los ojos llorasen, las narices se embotasen y las gargantas tosiesen. Hubo un comentarista radiofónico que, narrando los hechos, para darle la emoción al incidente con la que suelen impregnar todo acontecimiento en el que intervengan, “cargó” un poco las tintas y describió la situación como si fuera poco menos que el principio de la película “El coloso en llamas”, sin tener en cuenta que en casa habían quedado muchos familiares del público asistente que, oyendo por la radio lo que estaban oyendo, pudieran comenzar a preocuparse en grado sumo. Además, en esa época no existían los teléfonos móviles, por lo que los del interior del estadio estábamos incomunicados con los del exterior, para poder contactar con ellos y tranquilizarles.
  Y de repente, todo cesó. El fuego se debió de apagar, merced además a la inestimable colaboración de los bomberos que se personaron al efecto, y el humo se fue disipando y todo volvió a la normalidad, para poder disfrutar de la primera victoria liguera. Luego se supo que, al parecer, el fuego lo había causado una colilla que había sido arrojada sobre los plásticos o lonas que cubrían el césped del estadio para conciertos y acontecimientos similares, ubicados en los bajos del mismo. Estas lonas habían entrado en combustión, por lo que luego se explicó, con mucho humo pero con apenas fuego. Lo cierto es que en ningún momento el fuego llegó a ser visible desde las gradas por nadie. Cuando terminaron de quemarse, el incendió cesó y el humo se disipó. Y la megafonía del estadio terminó de tranquilizar a los que se habían puesto nerviosos.
  El periodista radiofónico que había causado la infundada alarma supongo que debió recibir muchas llamadas y quejas de familiares que se habían preocupado y alarmado innecesariamente. Por lo que luego se supo y contó el aludido, éstos argumentaban que el cemento no puede quemarse. Recordemos que en ese año las gradas del estadio Vicente Calderón no estaban recubiertas en su totalidad como lo están ahora de sillas de material plástico de colores rojo y blanco. Entonces sólo estaba así la tribuna que da al río Manzanares, la de presidencia, la que está más aislada del resto del estadio. También había bancos de madera rodeando todo el estadio en la preferencia de cada sector (lateral y los dos fondos). Pero las tribunas laterales alta y baja, donde se llegó a concentrar el humo en forma más densa, eran bancos corridos de cemento. Incluso yo he constatado en persona como en las gélidas noches de invierno era relativamente frecuente (ahora supongo que ya no permitirán hacerlo) que la sufrida afición rojiblanca, para entrar en calor, encendiese improvisadas hogueras directamente sobre el cemento, amén de acudir debidamente pertrechados con la mejor ropa de abrigo de que disponían. También era muy frecuente llevar grandes mantas, con las que se tapaban simultáneamente varios aficionados a la vez. Para no dar su brazo a torcer y defenderse de las acusaciones, el periodista llevó al día siguiente a su programa radiofónico diario a un supuesto especialista que aseguraba que el cemento también puede quemarse y entrar en ignición. Nadie lo dudó pero todos creímos que no en este caso concreto, en el que el escaso fuego que debió de haber (reitero que humo sí que hubo mucho) apenas salió de un sector muy pequeño, concreto, acotado y controlado.
  Así es como pude “sobrevivir” al “pavoroso” incendio que un día asoló nuestro querido estadio Vicente Calderón.




JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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