miércoles, 9 de mayo de 2012

REINA

REINA.

  Fue el portero del Atlético de Madrid durante buena parte de los años 70. Por consiguiente, todos los niños aficionados del equipo lo veíamos como una de nuestras estrellas. Y en particular, era especialmente seguido por aquellos, entre los que me incluyo, que, careciendo de dotes futbolísticas suficientes para destacar sobre el terreno de juego, terminaban haciéndolo debajo de los tres palos. Y, modestia aparte, un servidor sí que disponía en ese emplazamiento de cierto nivel, lo que me permitía al menos participar en los equipos colegiales. Durante mucho tiempo yo salía a jugar los partidos con un jersey verde con cuello de pico, tal y como lo hacía sempiternamente uno de mis ídolos de infancia, introduciendo una nota de color en una época en la que los cancerberos se caracterizaban por sus vestimentas oscuras, cuando no decididamente negras.
 Miguel Reina Santos nació en Córdoba el día veintiuno de enero de mil novecientos cuarenta y seis. Comienza jugando en las categorías inferiores del equipo de dicha ciudad hasta que, siendo un jovencito de dieciocho años debuta en Primera División el día once de octubre de mil novecientos sesenta y cuatro, en un partido en el que el equipo local derrotó al Elche por dos goles a cero.


 En la temporada 1966-67 sus grandes actuaciones hacen que sea fichado por el Barcelona, donde permanece siete, hasta la 1972-73, en la que llega a nuestro club. Durante su estancia en el equipo barcelonista obtiene dos Copas del Generalísimo y una Copa de Ferias, y un trofeo Zamora en lo particular, precisamente en su última temporada, encajando tan sólo veintiún goles en las treinta y cuatro jornadas que entonces componían el Campeonato de Liga, incluyendo una racha de imbatibilidad de 824 minutos (que fue una de las marcas que de forma paulatina fue dejando atrás otro enorme guardameta atlético, Abel, en la temporada 1990-91, en la conseguiría su legendario record de imbatibilidad, todavía vigente, de 1275 minutos). Los motivos por los que un portero de la tremenda calidad de Reina pudo dejar al Barcelona no están aún nada claros, pero creo recordar haber leído en algún sitio que una de las principales causas fue la predilección que sentía el aficionado blaugrana por Sadurní, portero catalán de la casa. De hecho, en la temporada 70-71 Reina apenas jugó encuentros ligueros en el Nou Camp, ya que la afición local estaba de uñas contra él por algunos errores de cierto bulto. Lo cierto es que, fuera por la razón que fuera, el Atlético de Madrid obtuvo la colaboración de un extraordinario guardameta.
 Y en nuestro club se mantuvo durante siete temporadas más, hasta el final de la 1979-80, año en el que decide colgar las botas y los guantes. Por consiguiente, participó en la última gran racha de títulos obtenida por el equipo (porque la 95-96, año del doblete, no puede considerarse racha, sino una temporada aislada): Liga 76-77, Copa (última del Generalísmo) de 1976 y Copa Intercontinental de 1975 (donde jugó el primero de los dos partidos de la final, en Avellaneda, el día doce de marzo, puesto que el partido de Madrid fue jugado por su suplente Pacheco). También jugó la final de la Copa de Europa de 1974, contra el Bayern de Munich (en este caso los dos partidos, el inicial y el de desempate). Y el primero de ellos es el encuentro que la mayoría de los atléticos guarda en el imaginario colectivo. Y muchos para mal. Un buen número de seguidores le achaca gran parte de la responsabilidad del gol del empate bávaro, aduciendo que un disparo tan alejado no podría jamás haber llegado a alcanzar las mallas. En este sentido, al igual que en el artículo publicado sobre Gárate le dediqué una reivindicación sobre esta misma final, al atribuirle muchos aficionados que su marcador Schwarzenbeck, tras quedarse el ariete acalambrado en el suelo y no poder bajar a defenderle, lanzara un zapatazo lejanísimo que acabó en el infausto gol, en el presente artículo quiero romper otra lanza a favor de Reina. Considero injusto que se le achaque fallo alguno en dicha acción. El disparo, pese a estar tan lejos, llevaba una potencia descomunal y una precisa colocación. Amén de que, al encontrarse el equipo defendiendo muy metido ya dentro del área en esos últimos minutos, la masiva presencia de rivales y compañeros por delante le hiciera perder ángulo de visión (y yo, que a un nivel muchísimo más inferior, por supuesto, me he puesto bajo palos en alguna ocasión, sé lo que significa eso). Cierto parece ser, por otro lado, que Reina tenía ciertos problemas de vista. Después de su retirada, todas sus apariciones públicas han sido con gafas. Algunos le atacaron también por esa circunstancia.
 En definitiva, defendió la camiseta rojiblanca (o mejor dicho, casi siempre verde), durante ciento cincuenta y cinco encuentros de Liga, en los que recibió ciento setenta goles. En la temporada 1976-77, coincidiendo con el alirón liguero, obtuvo un nuevo trofeo Zamora que añadir al ya conseguido defendiendo los colores blaugranas, al recibir veintinueve goles en treinta partidos.
  Por lo que hace referencia a la Selección española, Reina también fue internacional. Su hijo, Pepe Reina, flamante campeón de Europa y del Mundo con “La Roja” , nacido en Madrid en 1982, el día 31 de agosto, donde se radicó su padre poco después de su retirada (por cierto, que habiendo desfilado por las filas del Barcelona, Villarreal y Liverpool, con frecuencia ha dejado patente su predisposición y cariño hacia los colores rojiblancos, no obstante el no muy agradable recibimiento que un sector de la afición le ha dispensado tradicionalmente en el Calderón, sobre todo en sus visitas con el equipo castellonense), ha manifestado en diversas ocasiones que en cuanto a la Selección, su padre tuvo entonces el mismo problema que él está teniendo ahora: coincidir en el tiempo con un extraordinario portero que le impidió (le está impidiendo) alcanzar una cota más elevada de encuentros internacionales. El rival (que no enemigo) de Pepe se llama Casillas y el de su padre Miguel se llamaba Iríbar, que fue titular bajo los palos de la Selección durante prácticamente doce años de forma consecutiva, dejando muy pocos entorchados para sus oponentes. Puede que le dé la razón a Pepe Reina en cuanto a que Casillas me parece mejor cancerbero que él, pero desde luego, y que me perdonen muchos puristas (sobre todos hinchas del Athletic de Bilbao) por lo que voy a decir, pero a mí, particularmente, Reina padre me parecía mejor portero que Iríbar.
  Miguel Reina fue internacional en suma en apenas cinco ocasiones. Debutó el día quince de octubre de mil novecientos sesenta y nueve, en partido clasificatorio para el Mundial de México 70, estando ya España eliminada. Se disputó en La Línea de la Concepción contra Finlandia, con rotundo triunfo por seis goles a cero. Era el primer partido de Kubala como seleccionador (sería el único que tuvo Reina), y dado que contó para él con el entonces barcelonista parecía que iba a apostar por Reina e iba a desbancar a Iríbar, pero de inmediato volvió a contar con “El Chopo” para la mayoría de los siguientes encuentros. Así, el segundo partido, contra Chipre en Nicosia, no fue hasta el día nueve de mayo de mil novecientos setenta y uno, con victoria española por dos goles a cero, clasificatorio para la Eurocopa de 1972; el tercero fue contra la U.R.S.S., en el mismo torneo, empate a cero en el Sánchez Pizjuán (recuerdo que a este partido en el colegio los profesores le dieron una gran importancia y nos arengaron sobre las grandes virtudes patrias); el cuarto contra Grecia en La Rosaleda el día veintiuno de febrero de mil novecientos setenta y tres, clasificatorio para el Mundial de Alemania 74. Curiosamente hasta aquí Reina había participado en tres diferentes torneos clasificatorios, no habiendo logrado sin embargo la clasificación en ninguno de ellos. Todos los encuentros habían sido de carácter oficial, por lo que parecía que Kubala confiaba abiertamente en el cordobés y hacía ciertas rotaciones con el intocable Iríbar. Y además, no había recibido ningún gol. Pero llegó una fecha nefasta: el día dos de mayo de mil novecientos setenta y tres, partido número doscientos de la Selección española, y primero de carácter amistoso (quinto y último en el total) que jugaba Reina, contra Holanda en el Olímpico de Amsterdam. Derrota por tres goles a dos, pero lo más grave fue el autogol que se metió Reina (en realidad, fue Violeta, pero Miguel fue el culpable). Muchos ríos de tinta circularon por aquel entonces, y Kubala, cargándole la responsabilidad, jamás volvió a contar con él. Dado que el incidente está pormenorizadamente relatado con maestría por Alfredo Relaño en su maravilloso libro “366 historias del fútbol mundial que deberías saber” (incidente y libro que ya fueron reseñados en el artículo dedicado a Irureta, que también jugó ese partido) no puedo añadir nada más (jamás llegaría a plasmarlo con la misma emoción y sabiduría), por lo que vuelvo a remitirme a él para evitar repeticiones innecesarias. El caso es que nunca volvió a la Selección. Por consiguiente, los atléticos tenemos la pequeña espinita de que todas sus internacionalidades lo fueron mientras defendía la camiseta del Barcelona, y ninguna lo fue de rojiblanco (o de verde).
  En cuanto a sus cualidades, recuerdo a Reina como un magnífico cancerbero, con una personalidad arrolladora (en eso se parece mucho a su hijo Pepe). No era especialmente alto, lo que le llevaba a no controlar con entera seguridad el juego aéreo. Pero era tremendamente elástico y ágil. Sus vuelos de palo a palo eran legendarios. Su valentía, espeluznante. Se arrojaba a los pies de los adversarios, buscando limpiamente la pelota, aunque fueran caballos a pleno galope. Además, por lo que parece, su gran sentido del humor y bonhomía le hacían sumamente querido en todo vestuario que atravesara (otro punto de contacto con su hijo Pepe). Y sobre todo, su carácter enérgico y desenfadado, del cual era clara plasmación su jersey de color verde (¿había mencionado antes que jugaba casi siempre con ese color?), le hacían ser el contrapeso a tanto portero setentero de carácter sobrio y jersey oscuro o negro del todo. Me alegra poder contar a los demás que yo vi jugar al gran Miguel Reina Santos, y compartir con él tardes y noches enteras de gloria y de intervenciones inverosímiles.
  Epílogo: para aquellos que estaban esperando que en este artículo se hiciera mención del celebérrimo gol que le metió Cruyff en el Nou Camp, compartamos la sabia postura adoptada por la nación gala en “Astérix y el escudo arverno”: ¿gol de Cruyff?. ¿Qué gol de Cruyff?. Yo no sé nada de eso. 
         

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario