miércoles, 16 de mayo de 2012

LA FINAL DE BUCAREST

LA FINAL DE BUCAREST.

  Como lo prometido es deuda, y dado que fue prometido en la brevísima entrada de felicitación que escribí el día inmediatamente posterior a la final, voy a plasmar hoy negro sobre blanco (o mejor dicho, blanco sobre rojo, los colores elegidos por razones obvias para mi blog) mis impresiones y vivencias sobre la reciente final de la Europa League de la temporada 2011-12, brillantemente conquistada por nuestro equipo frente a la antigua casa matriz del Athletic de Bilbao. Como ya reflejé en la reseñada entrada de felicitación, el objetivo de este blog no es el de repasar los temas de rabiosa actualidad del club, que para eso ya existen hoy en día múltiples y variados medios de acceder a ella, sino el de recordar diversos aspectos y circunstancias que han contribuido a forjar la gloriosa Historia del mismo. Pero no es menos cierto que un hecho de tamaña relevancia no puede por menos de ser abordado. Al fin y al cabo, cuando alguien lea esto dentro de cinco, diez o quince años (si es que por entonces existe alguien que quiera leer estas líneas), estará repasando uno de los principales hitos históricos del Atlético de Madrid. Así que…¡manos a la obra!.
  En primer lugar, los datos objetivos, escuetos y desapasionados: el resultado final, como ya todos conoceréis (pero igual a más de uno le gusta recordar y re-disfrutar dentro de los citados cinco, diez o quince años) ha sido de victoria rojiblanca (o sea, del equipo local, que iba vestido de rojiblanco, y que no era otro que el Aleti, ya que el equipo bilbaíno vistió de verde) por tres goles a cero, anotados el primero de ellos a los siete minutos por el ariete colombiano Falcao, en una jugada excelsa en la que tras hacer varios amagos y una semibicicleta ante el central vasco-venezolano Amorebieta, teledirigió con su pierna izquierda el esférico hasta la escuadra del guardameta Gorka Iraizoz. El segundo, mismo goleador, en el minuto treinta y tres, en otra estupenda jugada plena de habilidad y potencia. Y el tercero, ya cerca del final, minuto ochenta y cinco, por el centrocampista brasileño Diego, después de una prodigiosa jugada individual. El encuentro tuvo lugar el día nueve de mayo de dos mil doce, miércoles, principiando a las veinte horas y cuarenta y cinco minutos, en el estadio Nacional de la capital rumana, Bucarest, ante cincuenta y tres mil personas, nueve mil de las cuales eran hinchas de nuestro equipo.
  Bajo la dirección del árbitro alemán Stark, las alineaciones fueron: Atlético de Madrid: Courtois; Juanfran, Miranda, Godín, Filipe Luis; Mario Suárez, Gabi; Adrián (Salvio, minuto 86), Diego (Koke, minuto 89), Arda Turan (Domínguez, minuto 91); y Falcao. Y por el Athletic Club de Bilbao: Iraizoz; Iraola, Javi Martínez, Amorebieta, Aurtenetxe (Ibai Gómez, tras el descanso); De Marcos, Iturraspe (Íñigo Pérez, tras el descanso), Ander Herrera (Toquero, minuto 62); Susaeta, Fernando Llorente y Muniain.
  Y después de los datos objetivos, mis apreciaciones personales: en primer lugar he de decir que tan pronto como se confirmó la presencia de nuestro equipo en esta importante final, mis dos sobrinos mayores (que hoy por hoy son los atléticos más furibundos de la familia) y yo nos planteamos la posibilidad de acudir a presenciarla “in situ”. Yo ya he acudido a alguna, como se ha visto y se verá en estas páginas, pero para ellos hubiera sido la primera y estaban sumamente ilusionados. Pero la ilusión prontamente se desvaneció. En el reparto de las entradas no tuvimos ocasión alguna y tampoco conocíamos a nadie importante que nos pudiera suministrarlas. Así que nos tuvimos que conformar con verlo apasionadamente desde el otro lado del televisor. Por cierto, en cuanto al tema de la venta de entradas he de afirmar que en mi opinión este año estuvo muy bien organizada, por más que nos pese a los que no pudimos conseguirlas. Así como en otras finales siempre existe polémica en cuanto a su reparto, tanto en este como en otros clubes, me pareció muy adecuado el sistema concreto y aséptico de asignación.
  En cuanto al partido en sí, estimo que el Aleti fue un justísimo campeón. Disputó un partido magnífico en concentración, intensidad y efectividad. Estoy oyendo y leyendo en estos días que el rival estuvo muy por debajo de su capacidad, que ninguno de sus jugadores llegó a alcanzar su nivel habitual. Puede ser, pero…¿a alguien se le ha ocurrido pensar que quizá ello sea debido no a deméritos propios, sino a méritos del adversario?. Para empezar, el guión previo que muchos agoreros habían trazado era el de un equipo atrincherado en su área, viéndolas venir y a ver si con suerte se conseguía salir al contraataque, mientras que el otro dominaría con soltura el juego, movería el cuero de un lado al otro del campo y no nos permitiría salir de la zona defensiva. Pues ese guión previo saltó de inmediato roto en mil pedazos. El partido empezó con dos pelotazos largos, regalando la posesión, de dos centrales con buen manejo de balón como son Javi Martínez y Amorebieta. Los madrileños presionaban muy arriba y todos a la vez, lo que no permitía una salida clara del balón, que se recuperaba con prontitud y facilidad y, lo que es más importante, en zonas atacantes propias, cerca del área rival. Ya había existido un primer acercamiento de peligro mediante la testa de Adrián. En éstas, un pase largo en profundidad de Diego, habilitó a Falcao en el borde derecho del área grande. Tenía frente a él a Amorebieta. Mientras realizaba el control le tiró varios amagos y la semibicicleta (la llamo así porque no llegó a ser completa) anteriormente relatada y el central le esperaba, sin entrarle. Todo parecía indicar que estaba aguantando el balón para ofrecérselo de cara a Adrián, Arda Turan o cualquier otro que llegara desde la segunda línea, pero…el defensor dejó una pequeña puerta abierta por la que el ariete colombiano introdujo el misil teledirigido a la escuadra más alejada, con su pierna menos buena, la izquierda (o, visto lo visto, y que me perdonen los puristas gramaticales, la menos buenísima). Es de esos goles que tanto el público como el jugador lo están disfrutando ya desde que el balón sale del pie. El ángulo de cámara era perfecto y se vio de inmediato que ese esférico no tenía otro destino posible que no fueran las mallas. En una de las repeticiones en cámara lenta se aprecia claramente como los rostros de Iraizoz y Aurtenetxe reflejaban, mientras el cuero volaba por el aire, su pesadumbre ante la certeza de que no había remedio.
  Tras el gol, el Aleti siguió presionando con intensidad unos pocos minutos más. Poco a poco se fue replegando sobre el terreno, a la par que los bilbaínos empezaban a contactar con mayor frecuencia con la pelota. No se cometió, no obstante, el error de encerrarse en el área, ya que el magnífico juego aéreo del rival nos hubiera metido en complicaciones sin fin. Ese error ya se cometió en el único partido que he podido presenciar en directo, contra el mismo rival, en el viejo San Mamés (y probablemente el único, dada la construcción de un nuevo San Mamés). Jornada novena de la Liga 2009-10. Quique Sánchez Flores recién aterrizado (de hecho, era su primer partido). Derrota por un gol a cero, anotado, mediada la primera parte, en un certero cabezazo al saque de una falta del entonces centrocampista Javi Martínez en el mismísimo borde del área chica, batiendo a nuestro cancerbero Sergio Asenjo mientras poco antes, desde posición más adelantada, Forlán se desgañitaba gritándole a sus compañeros que no se metieran tan atrás a defender, que no hacían sino aproximar a los atacantes  al arco.
  Un disparo lejano de Muniain y poco más bagaje ofensivo. Al rato, nueva diana. Tras un saque de esquina, Amorebieta intenta sacar jugando el balón por la derecha, su perfil cambiado. Miranda, que se encontraba por allí arriba porque había subido a rematar el córner,  le roba el esférico, lo cede a Arda Turan, que profundiza por la izquierda y pasa atrasado a Falcao. Un ariete ordinario hubiera rematado de primeras y muy posiblemente hubiera estrellado el balón contra los adversarios que tenía enfrente, que de nuevo eran los defensas Amorebieta, que había recuperado la posición, Aurtenetxe y el guardameta Iraizoz. Pero “El Tigre” no es un ariete ordinario. Es extraordinario. No remata de primeras, sino que amaga y pisa el balón con su pierna derecha. Con eso consigue que los tres citados queden automáticamente fuera de la jugada, resbalando, pasándose de frenada y tumbados en el suelo. El resto, para Falcao, es fácil. Duro disparo, de nuevo con su pierna “menos buenísima”, con precisión, potencia y colocación, y otra vez que, como relatarían los cronistas radiofónicos clásicos, el esférico besa las mallas.
  De ahí hasta el final de la primera parte, los vizcaínos quedaron “groggy”. Fue el Aleti el que mantuvo la posesión y movía el balón de un lado a otro.
  Tras el descanso, el entrenador contrario, Marcelo Bielsa, quiso modificar el rumbo del encuentro con la incorporación de dos jóvenes talentosos como son Ibai Gómez (de durísimo disparo) e Íñigo Pérez (de suma precisión y elegancia en el toque). Parecía que iniciaban un fuerte arreón para obtener algún gol que les permitiera meterse en el partido, pero eran más fuegos de artificio que nada. Algún disparo lejano de Ibai o un remate cercano de Susaeta (en mi opinión, su ocasión más clara), bien solventados por nuestro cuasiadolescente cancerbero belga Courtois, fueron sus únicas aproximaciones con cierto peligro.
  Poco a poco se iban lanzando cada vez más  a pecho descubierto. Los que hemos visto mucho fútbol sabemos cómo termina eso indefectiblemente, siempre y cuando no se obtenga el resultado apetecido. Se crean unos tremendos espacios en la zona defensiva que, un equipo bien armado y con calidad en los hombres delanteros, como lo fue el nuestro, suele aprovechar. Ya había rematado al poste Falcao en otra maravillosa jugada personal. Y poco después, Diego, conduciendo el balón desde el centro del campo, se planta al borde del área, con Toquero soplándole el aliento al cogote. Se frena, hace una pausa, como valorando la decisión a tomar y a qué compañero le va a pasar el cuero. Pero no lo pasa. O mejor dicho, se lo autopasa a él mismo, dejando tras de sí, además de Toquero, a los dos centrales, Javi Martínez y de nuevo Amorebieta, penetrando en el área y, en posición esquinada, cruzar el esférico al palo largo con un seco disparo raso con su pierna izquierda (también la menos buena) que se cuela cerca del poste. El delirio y la juerga generalizada en las gradas atléticas suben de nivel y se empieza a entonar el “Campeones, Campeones”.
  Tras ello, nuestro entrenador, Diego “Cholo” Simeone, decide efectuar los tres cambios para que participen de la final los que han sido para él en esta media temporada sus jugadores números 12, 13 y 14 (pongan ustedes el orden que más les plazca): Salvio, Koke y Domínguez. Me parecieron cambios muy acertados por varios motivos: para darles el gustazo de jugar y ganar una final europea; para al mismo tiempo homenajear a los suplidos, tres de nuestros “Cuatro Fantásticos” (y desde aquí planteo un juego: si los equiparamos a los celebérrimos héroes del comic marvelita, ¿cuál sería cuál?); y finalmente, para dejar constancia para tiempos venideros de la presencia en la plantilla de tres jugadores muy jóvenes, formados en la idiosincrasia atlética (y dos de ellos desde época infantil) que, en un futuro cercano, van a tener que tomar las riendas y la responsabilidad del equipo. Sin embargo, me dolió la no entrada, a modo de homenaje, y pienso que el “Cholo” la podía haber tomado en consideración, del veterano que parece desvincularse del Club, Antonio López, el capitán que nos guió en la anterior final de Europa League de Hamburgo.      
  Haciendo un breve repaso de los protagonistas de la final, cabría decir que todos nuestros jugadores demostraron unas estupendas concentración e intensidad, que en otras ocasiones se han echado de menos, y que es lo mínimo que demanda la afición atlética. El portero Courtois reafirmó lo ya demostrado durante la mayor parte de la temporada: su personalidad, colocación y sobriedad, pese a su juventud, y, sobre todo, dada su estatura, su facilidad para controlar el juego aéreo, no obstante haber sido puesta últimamente dicha faceta en entredicho. Los laterales, Juanfran y Filipe Luis, no permitieron penetración alguna por su zona, con enorme sacrificio que motivó cierta pérdida de protagonismo en funciones ofensivas que, para mí, son su mejor virtud. Los centrales, Miranda y Godín, sobrios, contundentes, expeditivos y sin concesión alguna. En suma, excelentes. En el centro del campo, Gabi manejó el balón con soltura, ayudando tanto en el ataque como en la defensa. Su irrefrenable tendencia a cometer faltas absurdas e innecesarias no pasó factura esta vez. Estratosférico partido el de Mario Suárez, el mejor que le haya visto nadie jamás con las rayas rojas y blancas: concentración absoluta, generosa ayuda a los centrales, sobre todo cuando entró Toquero, y presionando a Fernando Llorente por delante de él, para evitar que le llegaran balones, además de una salida clara y efectiva del esférico, permitiéndose incluso dos vistosos lujos en ello, e incluso en ocasiones llegando a posiciones ofensivas. Tres de los “cuatro fantásticos”, Adrián, Diego y Arda Turan, desplegando tanto sus indudables características ofensivas como, lo que puede que en ocasiones sea más importante para el equipo, sacrificándose en tareas defensivas. Y finalmente, Falcao. El más importante de la final. El “M.V.P.” Al igual que Mario, ha reservado su mejor juego para desplegarlo en la final. A lo largo de la temporada, ha demostrado ser un delantero centro espectacular, de remate poderoso y certero, pero que demostraba ciertas carencias a la hora de tocar el balón, controlarlo, pasar y regatear, sobre todo fuera del área. Pero en la final parecía otro jugador. Se pasaba la pelota por aquí, por allá, la tocaba, regateaba, centraba, no permitía que se la quitaran. Y después de todo ello, terminaba rematando con su violencia y precisión habituales. ¡Y eso que no tuvo ocasión alguna de poner en práctica su mortífero remate de cabeza!.
  Para finalizar, me gustaría hacer una alabanza a la tremenda deportividad que el encuentro destiló en todo momento. En primer lugar, sobre el terreno de juego, donde, dejando aparte alguna dura entrada normal en tales circunstancias, todos los jugadores se despacharon con gallardía y honestidad, lejos de las crispaciones y enrabietamientos que últimamente otros equipos de mayor presupuesto parecían haber convertido en inevitables. La imagen de veteranos como Simeone, Antonio López o Perea consolando a los desconsolados cachorros bilbaínos fue entrañable y enternecedora. Y en segundo lugar, entre las aficiones, donde todo el mundo aplaudió a todo el mundo: la afición bilbaína, pese al disgusto, ovacionando a los suyos, por haberles permitido la felicidad de llegar hasta allí; y también a los nuestros, reconociéndolos como justísimos y brillantes vencedores; y la afición atlética, también a los suyos propios, por razones obvias y evidentes, pero además al equipo derrotado, por haber sido un noble y digno adversario. Y los vencidos, tanto equipo como afición, permanecieron hasta la entrega de trofeos, lejos de otras finales, a las que algunas asistí, en que los jugadores abandonan con falta de deportividad el terreno de juego (¿verdad, Mou?) y la afición deja las gradas abandonadas “ipso facto”.
  En fin, que ¡CAMPEONES!. La felicidad es absoluta. Hay que disfrutarla, sobre todo porque no se sabe cuándo se va a poder volver a revivir semejante ocasión. Y más desde que la misma noche de la final ya se habla de que tal o cual jugador no va a continuar con nosotros. Volveremos a desesperarnos con la trayectoria del equipo, pero también a gozarla y…¡qué nos quiten lo bailao!.          
               
   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario