miércoles, 31 de octubre de 2012

JUGADORES DEL FILIAL-DOS.

Fede celebrando un gol
JUGADORES DEL FILIAL- DOS

  Como continuación de una de las últimas entradas de este blog, concluyo con este artículo el tema allí planteado y desarrollado en parte: una breve rememoración de aquellos jugadores que, habiendo jugado con nuestro primer equipo filial, el Atlético Madrileño o Atlético de Madrid B (según épocas) me hayan dejado un especial recuerdo y que, no obstante, no hayan llegado a formar parte de la primera plantilla o bien lo hayan hecho en muy pocos partidos, sin particular relevancia. Por consiguiente, quedan fuera todos los demás (Pedraza, Pedro Pablo, Abel, Marina, López, Solozábal, Mejías, Julio Prieto, Mínguez, Tomás, Fernando Torres, Baraja, Sergio, De Gea, Domínguez, Mario Suárez, etc.) que, habiendo arribado al primer equipo tras jugar con el filial, podamos incluirlos en el apartado de jugadores que, con mayor o menor fortuna, se hayan mantenido en ella durante varios años.
  En el susodicho anterior artículo se analizaron las figuras de Juanín, Víctor y Carlos Guerrero. Y quedaron anunciados los otros cuatro con los que hoy vamos a concluir esta temática: Quique Estebaranz, Julián, Fede y Jacobo.
  Juan Enrique Estebaranz López nació en Madrid, el día seis de octubre de mil novecientos sesenta y cinco. De los tratados en el artículo anterior y de los que trataremos en éste, ha sido probablemente el que haya llegado más lejos en el mundo del fútbol, desfilando por grandes equipos y alcanzando las mieles de la internacionalidad (en tres ocasiones consecutivas, con Clemente de seleccionador, todos ellas saliendo desde el banquillo, sustituyendo respectivamente a Julio Salinas, Claudio y Alfonso, desde el dos de junio al veintidós de septiembre de mil novecientos noventa y tres).
  Pero en su trayectoria atlética no llegó a disfrutar de partido alguno con el primer equipo. Destacó muchísimo en categorías inferiores, donde progresó muy adecuadamente. Pero al no poder acceder a la primera plantilla, se vio obligado a buscarse las habichuelas por otros equipos.
  La primera vez que pude verle desplegar sus cualidades sobre el terreno de juego fue en el campo central de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, en un vibrante (como todos) derbi de equipos juveniles. En nuestro equipo destacaban el cancerbero Jesús (tristemente fallecido poco después en accidente automovilístico en la M-30, siendo miembro del Atlético Madrileño), el imperial central que era Rivas (y que en estas categorías inferiores demostraba una solvencia majestuosa) y, sobre todo, las tres atacantes, Carmona (extremo derecho), Miguelín (delantero centro; cuando subió al Atlético Madrileño cambió su nombre por el de Miguel) y Quique (extremo izquierdo; entonces era solo conocido por el nombre, el apellido se lo impondrían en época posterior). Victoria inapelable por cero goles a tres. Pude disfrutar de más partidos de ese magnífico equipo juvenil en sesiones continuas matinales en el viejo campo del Moscardó, en Usera, donde tras jugar ellos salían los del equipo de Tercera División. Carmona y Miguelín hacían maravillas en esta etapa y parecía que iban a comerse el mundo. Quique iba un poco por detrás de ellos. Al incorporarse todos a una categoría superior, la Segunda División, con nuestro primer equipo filial, el Atlético Madrileño, la progresión de los dos primeros se fue recortando, a la par que la del tercero se agigantaba.
0-3 en la Ciudad Deportiva del Real Madrid; Quique, segundo agachado por la derecha
  Quique disputó en total cinco campañas con el filial, desde la 83-84 hasta la 87-88. Las tres primeras en Segunda División y las dos últimas en Segunda B. Su amplia trayectoria en este equipo, siempre pareciendo a punto de ascender al equipo matriz y nunca consiguiéndolo, hizo de él un veterano en sus últimas temporadas. Destacaba particularmente por su amplio despliegue físico sobre el terreno de juego. Partiendo de la posición de extremo izquierdo, abarcaba mucho espacio y participaba continuamente tanto en la elaboración de ataques como en los repliegues defensivos. No era muy alto, pero sí muy batallador. Cuando llegaba a la posición clásica de extremo izquierdo facilitaba a los delanteros unos pases de extraordinaria calidad. Pese a jugar en posiciones avanzadas, no era un consumado goleador (en esta faceta, sin duda alguna, su mejor temporada fue la 88-89, en Segunda División con el Racing de Santander, en la que fue pichichi de la categoría, anotando veintitrés goles).
  Disponía de un más que aceptable disparo lejano, que le convertía en un buen lanzador de faltas. En este sentido, cabe recordar un gol de lanzamiento directo en su última temporada atlética que los habituales del equipo filial estuvimos recordando durante los años siguientes. Contra el Córdoba, en el Fondo Norte. Antes de contactar con el balón, Quique se desplazó lateralmente y estiró el cuello por encima de la barrera para, pequeñito como era, divisar con claridad la escuadra más alejada, donde fijó su vista, dando a entender que allí dirigiría el esférico. Dicho y hecho. Excelente disparo y el balón que entra como una bala por la escuadra que previamente había “fotografiado”.
Practicando fútbol indoor
  Ante la falta de oportunidades, fue traspasado al Racing de Santander, como acabamos de recordar. A la siguiente, al Tenerife, ya en Primera. Cuatro excelentes campañas, con dos Ligas menos en Canarias para la parroquia madridista, y en la 93-94 (las malas lenguas dicen que para agradecer los favores prestados), ficha por el Barcelona. Una temporada y de allí al Sevilla (dos), Extremadura (una) y, ya fuera de Primera, Orense y Gimnástica Segoviana.
  Ya retirado, su amor por los colores rojiblancos ha motivado que siga en estrecho contacto con el Club, en diferentes facetas.
  Pasemos al siguiente. Julián Romero Nieto, conocido futbolísticamente como Julián, nació en Madrid el día veinticinco de febrero de mil novecientos sesenta y nueve. Magnífico delantero centro. No era un tanque del área, sino el típico atacante que luego se ha puesto muy de moda, con gran calidad técnica, habilidad y enormes dotes asociativas, que es capaz de construirse la jugada él solito y que no está en el área esperando rematar, sino que llega al remate por sorpresa. Su principal inconveniente es que no era demasiado goleador. El primer partido que le pude ver fue con el equipo juvenil en un derbi contra el Real Madrid disputado en el estadio Vicente Calderón. Ese día el equipo ganó, y Julián me dejó una gratísima impresión, en unión de otros compañeros que pronto llegarían a la primera plantilla como el cancerbero Diego, Solozábal o Aguilera.
Alineación de la 89-90; Julián, segundo agachado por la derecha
 Disputó un único encuentro oficial con el Atlético de Madrid. En el que además consiguió un gol (obviamente el único con la camisola rojiblanca). En concreto, fue el día veintidós de mayo de mil novecientos ochenta y ocho, trigésimo octava y última jornada de la Liga 87-88, primera de Jesús Gil en la Presidencia. Empate a tres contra el Cádiz en el Carranza. Julián anotó el primero, López Ufarte (que volvía a jugar después de un largo periodo de inactividad, tras ser “castigado” por el Presidente como uno de los males del equipo) el segundo y el central Rivas, en uno de sus característicos zapatazos en saque de falta, el tercero (también sería su único gol con el Aleti). La temporada la había iniciado Menotti en el banquillo. En un alarde muy propio de los entrenadores sudamericanos decidió subir directamente al primer equipo a un jugador juvenil, como dando a entender que el resto de técnicos de la casa no habían sido capaces de ver sus extraordinarias cualidades y que a él no se le habían escapado. Pocos años después, Pacho Maturana haría lo mismo con el centrocampista De la Sagra. Menotti hablaba maravillas sobre Julián. Pero no le hizo debutar en partido oficial. Ese único encuentro lo jugó con Menotti ya cesado y Briones en el banquillo. A la postre sería su única aparición no tan sólo con el Atlético de Madrid, sino también en la Primera División española.

 El resto de su carrera discurrió en Segunda: el año siguiente cedido en el Rácing de Santander; el posterior (89-90) en el filial, Atlético Madrileño, donde los aficionados habituales pudimos apreciar sus innegables cualidades a lo largo de treinta y tres encuentros ligueros, en los que anotó cuatro goles (ya digo que no era excesivamente goleador); y después Las Palmas (una temporada), de nuevo Racing de Santander (dos) y finalmente, Getafe (otras dos).
Fede, de capitán
  Federico José Bahón López, conocido futbolísticamente como Fede, nació en Colindres (Cantabria), el día nueve de febrero de mil novecientos setenta y cuatro. Magnífico defensa central, con una planta estupenda para su posición, cerca del 1,90 de estatura. Rápido, expeditivo y contundente. Muy aceptable salida del balón desde la zaga. Su elevada talla le permitía sumarse con frecuencia al ataque y conseguir numerosos goles, sobre todo en remates de cabeza a saques de falta o de córner. Tras destacar en las categorías inferiores del fútbol cántabro, fue fichado por el Atlético de Madrid en edad juvenil, la temporada 90-91. A la siguiente fue cedido al Aranjuez. Curiosamente militó en el equipo C del Real Madrid, entonces en Segunda División B, la 93-94 (desconozco si cedido o traspasado y luego arrepentido). El hecho es que volvió al redil y disputó con la camiseta rojiblanca del segundo equipo cuatro excelentes campañas, desde la siguiente 94-95 hasta la 97-98. Las dos primeras en Segunda B y, tras ascender brillantemente, las dos siguientes en Segunda. En el partido definitivo del ascenso, en la 95-96 (ese añito glorioso en el que el primer equipo conquistó el doblete y el filial ascendió de categoría) disputado contra el Figueras en el estadio de Vallecas, Fede allanó el camino consiguiendo un gol en maravilloso remate de cabeza tras córner. Luego el partido se complicó en demasía, tras la expulsión del mediocampista gallego Míchel. Pero se aguantó el resultado en forma espartana y dos contragolpes cerca del final sentenciaron.

 Sus dos años en la categoría de plata rindió a excelente nivel. Y con enorme regularidad: treinta y cinco y treinta dos encuentros. En ambos casos todos menos uno de titular y con un gol anotado. Se rumoreó con insistencia sobre su ascenso de equipo (de hecho, llegó a estar inscrito en la lista oficial para la Copa de Europa 96-97) pero nunca llegó a cristalizar. Sus innegables cualidades nunca pudieron ser disfrutadas en Primera División. Tras abandonar la disciplina rojiblanca desfiló por diferentes clubes de Segunda y Segunda B, como Leganés (cinco años), Pontevedra (tres), Oviedo y Fuenlabrada (una cada uno). Posteriormente regresó como técnico al organigrama del club, en equipos alevines e infantiles (fue el entrenador del último torneo alevín “de Brunete” brillantemente conquistado al concluir la temporada 11-12).
 Y el último de los jugadores que me han dejado especial huella tras pasar por el filial y que no pudieron triunfar plenamente con el primer equipo, el séptimo en la suma de los dos artículos que he dedicado al tema es Jacobo. Jacobo María Ynclán Pajares nació en Madrid el día cuatro de febrero de mil novecientos ochenta y cuatro. Desde pequeñito en los equipos inferiores del Club, le descubrí por televisión en el juvenil que se proclamó brillantemente campeón de España en final ganada por tres a cero contra el Sevilla, en unión de otros entonces juveniles que al igual que él conseguirían llegar al equipo grande para abandonarlo de inmediato, como Toché o Manu del Moral. Jacobo militó en el equipo filial un total de dos temporadas, espaciadas en el tiempo, la 04-05 y la 06-07, donde tampoco es que disputara muchísimos partidos, quince la primera y dieciséis la segunda, amén de un partido aislado, siendo muy joven aún, en la 02-03. Cinco y siete goles, respectivamente. Entre medias, sendas cesiones a equipos de Segunda División, como el Polideportivo Ejido o el Lérida. La primera campaña no jugó demasiados encuentros porque en el mercado invernal fue cedido al equipo almeriense. Y la segunda porque ya viajaba frecuentemente con el primer equipo, a las órdenes del mexicano Javier Aguirre.
 Pero pese al no muy elevado número de partidos con el filial, Jacobo tuvo tiempo de mostrarnos a los aficionados sus grandes cualidades como mediapunta. Hábil con el balón en los pies, brillante en el uno contra uno y magnífico en los últimos pases. Llegaba además con tino y precisión al remate. Siendo zurdo, en muchas ocasiones era desplazado hacia la banda izquierda, desde donde desplegaba su tremenda visión de juego. Es decir, el tradicional mediapunta hábil y escurridizo del que huyen los entrenadores, so pretexto de su falta de trabajo. De hecho tan sólo llegó a disputar de primer rojiblanco un encuentro (y más que eso, un minuto), el día catorce de enero de dos mil siete, contra el Celta en Balaídos, en la decimoctava jornada de la Liga 06-07. Victoria por un gol (de Nené) a tres (los dos primeros de Fernando Torres y el tercero de Agüero). Esa fue la única temporada en que los dos astros ya ex-atléticos coincidieron en plantilla y uno de los pocos partidos en que golearon ambos. Jacobo tuvo ese día su minuto (literal) de gloria, dado que sustituyó a Galetti en el minuto 92, en el segundo de los tres de descuento. Finalmente, tras no triunfar con el Atlético de Madrid, se ha convertido en un trotamundos, pasando por equipos tales como el belga del Mouscron, el Alavés, el Guadalajara, el Alcalá y el austriaco del Wolfsberger.
Jacobo, con la camiseta del Wolfsberger
 Además de los siete examinados, existen otros muchos que se podían haber incluido, con iguales o mayores merecimientos. Recuerdo a algunos como Higuera, Rivas, Cuevas, Yordi, Sequeiros, Acosta, Marqués o Cordón. Pero esa es otra historia.    
 


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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