miércoles, 10 de octubre de 2012

SOLOZÁBAL

SOLOZÁBAL

  Javier Clemente fue entrenador, entre otros muchos equipos, del Atlético de Madrid. Una sola temporada, la 1989-90. Inconclusa además. Fue cesado por el Presidente Jesús Gil tras perder el equipo en la vigésimo-séptima jornada contra el Osasuna en El Sadar por dos goles (Larrainzar II y Martín Domínguez) a uno (Manolo). En mi opinión, su acierto más destacado en los pocos meses en que se puso el chándal rojiblanco y su legado más importante para la posteridad atlética fue el de tener el cuajo de promocionar sorpresivamente a un joven defensa central de la cantera, Solozábal.
  Roberto Solozábal Villanueva nació en Madrid el día quince de septiembre de mil novecientos sesenta y nueve. Desde muy niño ingresó en la cantera rojiblanca, donde fue quemando de forma paulatina sucesivas etapas. El primer partido que recuerdo haberle visto jugar se celebró en el estadio Vicente Calderón, entre los dos equipos juveniles principales del Aleti y el Real Madrid, temporada 86-87. No recuerdo exactamente por qué motivo, pero el encuentro estaba dotado de especial trascendencia y por ello se trasladó al estadio de los mayores. En ese equipo juvenil mis dotes de ojeador estuvieron bastante acertadas, ya que los jugadores que más me llamaron la atención fueron, además de Solozábal, Aguilera, Diego y Julián. Todos ellos llegaron a jugar en el primer equipo. Pero mis dotes no fueron atinadas por completo. Entre ellos, los que más me impresionaron fueron los dos últimos, el cancerbero Diego y el delantero Julián. Sin embargo, los otros dos fueron los que más éxitos obtuvieron con la zamarra de rayas rojas y blancas, llegando a ingresar en el Olimpo atlético.
  Tras una única y exitosa campaña, la 88-89, con el equipo filial, Atlético Madrileño, por entonces en Segunda B, parecía que su formación exigía algún año más en este equipo. Pero Clemente se encaprichó de él en la pretemporada y, ante la sorpresa de todos, lejos de ser el típico jugador del filial que, tras hacer la pretemporada con el primer equipo retorna a categorías inferiores, le hizo debutar con diecinueve años, a punto de cumplir veinte, en la primera jornada de la mentada temporada 89-90, el dos de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve. Además, un debut de aúpa. En Mestalla, contra el Valencia. Y éxito. Contundente victoria ante el conjunto valencianista por un gol, de Fernando, a tres, anotados dos por Futre, que cuajó uno de sus mejores partidos con la elástica rojiblanca, y Manolo. Ese día Solozábal compartió el eje de la zaga, en defensa de tres centrales, con dos ilustres bilbaínos, uno de vuelta de todo, Goikoetxea, y otro joven fichado esa misma temporada, Ferreira. Además de ellos dos, en sus años atléticos jugaría con otros muchos magníficos centrales a su lado, como Donato, Juanito, Santi o López. Y no llegó episódicamente. Lo hizo para quedarse.         
  Solozábal defendió la camiseta del primer equipo del Atlético de Madrid durante ocho campañas, desde la 89-90 hasta la 96-97. Disputó un total de 231 partidos de Liga (221 de ellos como titular), 33 de Copa del Rey (32 como titular), 22 de diferentes competiciones europeas (todos titular) y cuatro de Supercopa de España (todos titular). Como se puede apreciar a simple vista con estas cifras, una de sus principales virtudes fue la regularidad. Siendo defensa, al no disponer de un excelente juego aéreo, no era especialmente goleador. Tan sólo obtuvo tres goles ligueros. Al no ser demasiados, podemos explayarnos un poco en su explicación. Todos ellos fueron con el pie, llegando al remate desde posiciones atrasadas, generalmente con habilidosas paredes. Y curiosamente, dos en el mismo partido. Temporada 90-91, su segunda con el primer equipo. Jornada de Liga vigésimo-quinta. Contra Osasuna en el Sadar. Clara victoria por cero goles a tres. El primero en el área pequeña, tras un balón muerto a la salida de un córner, y el segundo (tercero del marcador total) tras resolver brillantemente un mano a mano contra el cancerbero osasunista Roberto, llegando en velocidad desde la zaga después de un extraordinario pase en profundidad de Manolo. Entre ambos goles el propio Manolo anotó el segundo. Ese día Abel batía el anterior récord de imbatibilidad, llevándolo después hasta los 1275 minutos.
  Y su tercer y último gol liguero (único casero) fue muy similar, plantándose ante el guardameta tinerfeñista Manolo tras una pared en medio campo, regateándole y acertando con las redes. Era la primera jornada de la 92-93, seis de septiembre de mil novecientos noventa y dos. Victoria por tres goles a dos. El de Solozábal fue el primero. Luego empataría Pizzi. Y más tarde, cerca ya del final, dos goles de Luis García, que debutaba ese día. Uno de los tres jugadores con idéntico nombre que aproximadamente en la misma época defendieron la camisola atlética. Primero fue el defensa central balear, luego este ariete mexicano y por fin el mediapunta catalán (este último, además, en dos diferentes etapas). Ya en el descuento, Pier marcó el segundo insular. Hay que añadir finalmente un gol más obtenido por Solozábal. Muy importante además. En Copa del Rey, temporada 90-91, contra el Barcelona, partido de vuelta en el Vicente Calderón de las semifinales, veintitrés de junio de mil novecientos noventa y uno. Se había vencido por cero a dos en la ida en el Nou Camp. Al inicio del encuentro, dos tempraneros tantos de Julio Salinas habían igualado la eliminatoria. Solozábal obtuvo al borde del descanso el 1 a 2. Después, tercer gol barcelonista, de Koeman, y ellos accedían  a la final. Cerca de la finalización, Manolo logró el segundo atlético y alcanzar el partido soñado tras muchos años. Fue la final contra el Mallorca, recientemente analizada en este blog.
  Por lo que hace referencia a su palmarés, Solozábal consiguió con la rojiblanca cuatro títulos oficiales. Todos los obtenidos por el Club en la década de los noventa. A saber: las Copas del Rey de las temporadas 90-91, 91-92 y 95-96. Y el Campeonato de Liga de esta última. Fue el inolvidable año del “doblete”, en el cual ostentaba además el cargo de capitán. El capitán “oficial” de la plantilla era el lateral Tomás Reñones, en su último año en activo. Pero como no jugaba en demasía, el brazalete lo portaba sobre el terreno de juego el central. Por ese motivo, la Copa la levantaron ambos al alimón. En la primera de las finales reseñadas, con Ovejero en el banquillo respetando los esquemas de casi toda la temporada del entrenador Ivic, compartió la defensa de tres centrales con Juanito y Ferreira. En la segunda, con Luis Aragonés de preparador e idéntica planificación, con otros dos compañeros diferentes, López y Donato. Es decir, que de seis plazas en dos finales él fue el único que repitió. Y en la tercera, con Radomir Antic y dos centrales, compartió titularidad con el albaceteño Santi, al igual que durante toda la temporada, con el que conformó un tándem imborrable. 
  Solozábal fue internacional en doce ocasiones. Los impresionantes partidos de sus dos primeras temporadas provocaron que debutara el día diecisiete de abril de mil novecientos noventa y uno, en el Príncipe Felipe de Cáceres. Con Luis Suárez de seleccionador, derrota en amistoso frente a Rumanía por dos goles a cero. Vicente Miera, en el año escaso que estuvo de seleccionador, entre 1991 y 1992, también contó con él. Y su tercer seleccionador fue Javier Clemente, quien, nada más hacerse cargo de la Selección en 1992, se acordó del joven central al que había hecho debutar en su periplo rojiblanco y le hizo disputar toda la primera parte de la fase clasificatoria para el Mundial de Estados Unidos 94. Su decimosegundo y último partido internacional fue otro amistoso, en esta ocasión frente a Chile, con victoria por dos goles a cero, ambos de Julen Guerrero, el día ocho de septiembre de mil novecientos noventa y tres, en el Rico Pérez de Alicante. Tras esta primera época, disminuyó algo su rendimiento, para luego relanzarse en forma estratosférica en el periodo del doblete, sin que no obstante ello motivara su retorno al equipo nacional, que seguía siendo dirigido por Clemente.
  Sin embargo, su más brillante aportación a la Selección española fue la de ser uno de los principales bastiones sobre el que se asentó la brillantísima medalla de oro conquistada por el equipo olímpico de fútbol en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, de nuevo con Vicente Miera en el banquillo. En unión de otros jugadores ya destacados que luego llegarían a ser ilustres como López (compañero de club), Kiko, Toni (futuros atléticos), Luis Enrique, Cañizares, Guardiola, Alfonso, Ferrer, Abelardo o Lasa. En defensa de tres centrales, se alineaba con López y Abelardo. En el segundo partido, contra Egipto, incluso anotó un gol. Era el jugador con más experiencia en ese combinado, llevaba jugando un par de años en Primera División y había debutado ya con la selección A, lo que desembocó en ser el capitán supremo, tanto sobre el terreno de juego (aquí, si acaso, con el apoyo de Guardiola) como fuera de él. Se hacía lo que él indicaba. En este sentido, mostró su enorme personalidad y liderazgo al impedir que ningún federativo, que habían toreado y ninguneado a los jugadores en la negociación de las primas, se sentase con ellos en el banquete de celebración. 
  Solozábal era un defensa central sobrio y elegante. Era diestro, pero su más que aceptable manejo de la pierna zurda motivaba que fuera el que ocupara la posición izquierda, ya fuera en defensas de dos o de tres centrales. Incluso esporádicamente llegó a ocupar otras posiciones en el equipo, como centrocampista defensivo o lateral (lo que fue uno de los detonantes que produjeron su salida del Club, como luego veremos). Teniendo unas más que aceptables dotes técnicas, que le permitían sacar el esférico jugado desde atrás con limpieza y eficacia, y efectuar notables desplazamientos del balón, tanto en corto como en largo, no sobresalía sin embargo por ellas. Del mismo modo, sin ser nada desdeñables, tampoco primaban sus características de orden físico (como sí lo hacían en uno de sus habituales compañeros de zaga, Juanma López, alias “Superlópez”). Solozábal destacaba sobre todo por sus aspectos tácticos, donde era un consumado maestro. Era sumamente inteligente, lo que se reflejaba por supuesto sobre el terreno de juego. Su manera de organizar la defensa, adelantarla o moverla de un lado hacia el otro era superlativa. No obstante, estas características de orden táctico conectan menos con el aficionado medio que las técnicas o las físicas, por lo que mostró menos empatía con la grada que otros coetáneos más “varoniles” como Ferreira o el ya mentado Superlópez. En el año del doblete, su tándem con Santi, otro maravilloso defensa central de muy similares características (si bien con más dureza en sus acciones, la cual no le era necesaria a Solozábal) provocó que fuera un espectáculo ver partido tras partido la tremenda eficacia de la adelantada defensa atlética. Tenían además la confianza de que cualquier pelota que atravesara sus líneas podría ser en último extremo interceptada por un extraordinario líbero que se llamaba Molina.
  Abandonó el Club en pleno éxito por aún no se sabe bien que oscuras razones. Parece ser que hubo roces tanto con el Presidente Jesús Gil como con el míster Radomir Antic. Muy inteligente en el aspecto personal, culto, universitario, de familia “bien” y manejador desde pequeño de un fluido inglés, su compromiso y solidaridad con sus compañeros motivaron incontables broncas con el Presidente (que le llamaba repipi y sindicalista), la mayoría en ejercicio de su rol de capitán. También hubo discrepancias con el entrenador, tanto de orden estrictamente técnico (se empeñaba en que jugase de lateral izquierdo, donde su rendimiento disminuía) como personal (no le perdonó la defensa dentro del vestuario de un compañero, obligando el capitán al entrenador a pedirle perdón en público). La gota que colmó el vaso fue el fichaje, a imposición de Antic, en el mercado de invierno de la temporada 96-97 (última de Solozábal) de Daniel Prodan, central izquierdo rumano, para humillar a Solozábal, ya que, siendo inferior, el entrenador le ponía de titular en su lugar. Todo ello contribuyó a la marcha del gran capitán, iniciando la desmembración del equipo campeón. Se fue al Betis, donde jugó tres temporadas más, salió “a tortas” con Lopera (otro que tal baila) y se retiró prematuramente a los treinta y un años.
  Desvinculado por completo del mundo del fútbol, son muchos los que cuentan haberle visto seguir fielmente al equipo en tal o cual desplazamiento, mezclándose con la hinchada “de base” con naturalidad, efusividad y educación, renunciando a sus privilegios de ex-jugador ilustre. Y es que siempre, pese a las adversidades, tendrá corazón rojiblanco.      



JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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