miércoles, 3 de octubre de 2012

JUGADORES DEL FILIAL-UNO

Víctor, primer agachado por la izquierda; Juanin, el tercero
JUGADORES DEL FILIAL- UNO

  Hasta la fecha, en todos los artículos escritos en este blog, apenas he dedicado uno al equipo filial, el Atlético de Madrid B. O, tal y como era conocido en la época en la que yo más lo frecuentaba, el Atlético Madrileño. Vamos hoy a suplir en la medida de lo posible esa carencia. Uno de los recuerdos más agradables que tengo de mi filiación atlética es el de los domingos por la mañana, décadas de los ochenta y noventa, desplazarme hasta el estadio Vicente Calderón, donde nos deleitaban las jóvenes promesas que se encontraban a un paso de cumplir uno de sus sueños y acceder a jugar en la primera plantilla de uno de los mejores equipos del fútbol español. Por allí vimos desfilar a una pléyade de magníficos jugadores que al cabo de los años llegarían a ser estrellas de nuestro primer equipo.
  Sin embargo, hoy quiero acordarme de aquellos otros estupendos jugadores que, por unas u otras circunstancias, o bien no llegaron en ningún momento a pertenecer a la primera plantilla o bien sí que consiguieron llegar a ella pero en forma episódica, meramente testimonial. En concreto, voy a abordar siete nombres, siete de los que más huella me dejaron, por orden más o menos cronológico: Juanín, Víctor, Carlos Guerrero, Quique Estebaranz, Julián, Fede y Jacobo. No están todos los que son, pero indudablemente sí que son todos los que están. Mi intención era tratar todos ellos en un solo artículo, pero la cantidad de material recopilado y la multitud de recuerdos que me sobrevienen me han obligado a hacerlo por separado. Por eso me dedicaré hoy a los tres primeros, dejando a los cuatro siguientes para otro venidero, que intentaré que sea lo más próximo posible en el tiempo.
  Juanín era el sobrenombre de Juan Antonio López Moreno. Nacido en Madrid, el día seis de octubre de mil novecientos cincuenta y ocho, era un extraordinario defensa libre. En el anterior y hasta ahora único artículo de este blog sobre el filial (el dedicado al recordadísimo partido contra el Castilla del día de Nochevieja de 1984) ya me referí a él, porque lo disputó, siendo además el capitán de ese equipo. Como ya comenté allí, era un extraordinario defensa libre. En aquellos años todavía se marcaba hombre a hombre, por lo que uno de los defensas centrales “libraba” y se dedicaba a “barrer” todo lo que sus compañeros de zaga no podían parar. Y Juanín lo hacía extraordinariamente bien. Salía al corte con velocidad, anticipación y dominio de los espacios. Su tremenda calidad le provocaba no tener que usar por lo general la contundencia, pero cuando tenía que emplearla lo hacía igualmente con maestría. Todo ello coronado por una limpísima y elegante salida del balón desde la zona trasera, que le posibilitaba incluso llegar a anotar no pocos goles. Y además con limpieza exquisita, apenas veía alguna tarjeta aislada. También destacaba por su regularidad: en sus tres primeras temporadas disputó todos los partidos ligueros, los treinta y ocho. En la cuarta, treinta y seis. Era un jugador maravilloso, que nos tenía encandilados a todos los habituales del Atlético Madrileño. No había espectador alguno que no hablase bien de él. Sin embargo, en lo que ha sido, al menos para mí, una de las decisiones más inexplicables de la política de cantera de nuestro club, no llegó jamás a participar en encuentro alguno con el equipo matriz. Como ya comenté en el anterior artículo, estimo que su no muy elevada estatura respecto la posición que ocupaba le privó seguramente de más altos logros.
Juanín, segundo de pie por la izquierda
  Es más, ni siquiera llegó a disputar ninguno en Primera División. Tras figurar en la segunda plantilla rojiblanca durante tres temporadas, desde la 80-81 hasta la 82-83, fue cedido al Elche la siguiente, para retornar en la 84-85 a disputar su cuarta y última temporada con el filial. Traspasado definitivamente al Elche, jugó allí dos temporadas más, y la siguiente en el Granada. Pero todo ello en Segunda División.
  Para concluir, recordar que en su calidad de capitán levantó el único trofeo oficial existente en la historia del Atlético Madrileño (o Atlético de Madrid B): la Copa de la Liga de Segunda División de la temporada 82-83, brillantemente ganada en partido a ida y vuelta al Deportivo de la Coruña.
  El siguiente nombre a recordar es el de Víctor, magnífico delantero centro. Víctor José Porras Rodríguez, nacido en Madrid, el día veintidós de abril de mil novecientos cincuenta y nueve, formó parte del equipo filial durante dos temporadas, 81-82 y 82-83 (era por tanto el ariete en la misma Copa de la Liga ganada). Delantero centro completo, ya que aunaba calidad en el manejo del balón, con grandes dotes combinativas y de pases finales, fuerte y colocado disparo tanto con pierna derecha como con izquierda, y un excelente remate de cabeza, al que llegaba por potencia y decisión. En su primera temporada no disputó demasiados partidos (apenas trece), consiguiendo dos goles. En su segunda ya fue titular indiscutible, celebrando treinta y seis partidos y anotando catorce goles. Su superlativo rendimiento le llevó al primer equipo, de la mano de Luis Aragonés, en la campaña siguiente, 83-84. Nuestro legendario entrenador parecía que iba a contar mucho más con el prometedor atacante, pero lo cierto es que no lo utilizó en demasía. La inexperiencia del jugador le gastó una mala pasada y, un sábado más que se vio fuera de la lista (que por aquél entonces eran mucho más exigentes que ahora, tan sólo de quince jugadores) acudió a una emisora de radio a “rajar” en contra del míster. Hubo represalias, pero una de las principales características de siempre del Luis técnico ha sido su sabiduría. Pagado su error, no lo “desterró” por completo, sino que volvió a contar con él (no con asiduidad, pero sí en alguna ocasión más).
  En definitiva, en su única temporada con los “grandes” participó en trece partidos oficiales. Cinco de Liga (contra el Betis, en la jornada décima, en la inolvidable remontada de 4 a 3 contra el Betis y doblete goleador, con lesión incluida, de Arteche, sustituyendo a Julio Prieto; contra el Athletic de Bilbao, en la vigésimo segunda, victoria por un gol a cero, de Hugo Sánchez, sustituyendo a Rubio; en la vigésimo tercera, contra el Murcia, empate a cero, sustituyendo a Pedraza; en la vigésimo cuarta, contra el Sporting de Gijón, empate a uno, gol de Rubio, titular y jugando los noventa minutos; y su quinto y último partido en la jornada vigésimo octava, victoria frente al Málaga por tres goles a uno, Landáburu, Votava y Quique, también titular y noventa minutos), cinco de Copa del Rey (en las rondas iniciales, los dos partidos de ida y vuelta tanto contra el Tarancón contra el Portmany, los tres primeros de titular y tiempo completo, anotando además un gol en el primero y sendos dobletes en los otros dos -sus únicos goles en el primer equipo-, y el cuarto de titular y sustituido por Cabrera; además, un quinto encuentro, la vuelta de los octavos de la final contra el Osasuna, que nos eliminó, derrota por dos a uno tras empatar a cero en casa, sustituyendo a Julio Prieto) y finalmente, una vez concluido el Campeonato liguero, tres más de la Copa de la Liga de Primera División (ida y vuelta de octavos de final contra el Athletic de Bilbao, sustituyendo a Cabrera y titular, y vuelta de la final (perdida) contra el Valladolid en el Nuevo Zorrilla, sustituyendo a Mínguez).     
  De todas sus participaciones, dejando de lado los goles obtenidos, que lo fueron en rondas iniciales coperas con el equipo plagado de suplentes, su acción más destacada fue en el partido liguero contra el Athletic. Recién ingresado en el terreno de juego, metió un dificilísimo y extraordinario pase en profundidad que rompió la línea defensiva y dejó sólo mano a mano a Hugo Sánchez frente a Zubizarreta, definiendo con su pierna izquierda con un atinado disparo cruzado, y burlando por fin el complejo entramado defensivo que por aquella época caracterizaba al equipo bilbaíno.
  Tras dejar nuestro primer equipo, al no conformarse con los papeles de revulsivo desde el banquillo y de aprovechar los escasos minutos que dejaba de jugar el ariete mexicano, recaló en el Valladolid, donde aún jugó tres temporadas más en Primera División a buen nivel y, finalmente, al año siguiente, una más con el Castellón en Segunda.   
  Y para concluir por hoy, el tercer y último miembro de nuestro equipo filial al que voy a rememorar es Carlos (o Carlitos, como mucha gente le llamaba) Guerrero. Carlos Guerrrero Santiago nació en Madrid el día ocho de septiembre de mil novecientos sesenta y siete. Era un centrocampista que deambulaba principalmente por banda derecha, con una clase y un toque de balón exquisito. Es otra de esas perlas del filial del que ninguno los espectadores asiduos se explica cómo es posible que no haya llegado a jugar nunca con el primer equipo, salvo si acudimos al trasnochado tópico de que los jugadores de clase no trabajan para el equipo. Salvando las distancias (y recalco esta expresión para que ningún madridista despistado que pueda leer esta entrada se pueda llegar a sentir ofendido) me recordaba mucho en su manera de jugar al madridista Michel, coetáneo suyo que ocupaba su misma posición. Ambos eran centrocampistas por la derecha, ambos, sin ser especialmente hábiles en el regate o la velocidad para ser jugadores de banda, sacaban desde la misma unos maravillosos centros, tanto en jugada como de falta, que eran peritas en dulce para los atacantes que los recibían. Incluso Carlos Guerrero disponía de una cualidad en la sobrepasó al madridista: su enorme acierto en lanzamientos de faltas directas, en las que llegó a obtener hermosísimos goles.
  El mejor paradigma de su habilidad en el centro podemos encontrarlo en la última jornada de la Liga 88-89, en Segunda División B. Después de un emocionante mano a mano contra el Linares, que había ido por delante toda la temporada y al que habíamos ido recortando poco a poco, se llegaba a dicha última jornada con ellos un punto por delante, y visitando el Calderón. Se ganó dos a cero y se ascendió. Los dos goles, obtenidos por el ariete De Diego, fichado ese mismo año del Athletic de Bilbao, donde había llegado a jugar varios partidos en Primera División. Ambos en sendos soberbios cabezazos a sendos pases desde la banda derecha (uno en saque de falta, otro de jugada) de Carlos Guerrero, pases que podríamos catalogar paradójicamente tanto de milimétricos, por su precisión, como de estratosféricos, por su enorme calidad.
  Procedente directamente del equipo juvenil, se incorporó a la plantilla del primer filial en la temporada 86-87, permaneciendo cinco, hasta la 90-91. Nunca llegó a celebrar partido oficial alguno con el equipo grande (si exceptuamos la famosa jornada de huelga, nueve de septiembre de mil novecientos ochenta y cuatro, la segunda de la temporada 84-85, que se jugó íntegramente con aficionados y juveniles), pero sí participó con él en un par de pretemporadas, disputando por consiguiente varios encuentros más de carácter no oficial. Recuerdo en este sentido haberle visto por televisión en un par de ocasiones en trofeos veraniegos.
  Tras abandonar la disciplina rojiblanca, recaló la 91-92 en el Valladolid, donde por fin llegó a debutar en Primera División. Y ahí le perdí la pista. Buscando ahora documentación, me ha sorprendido tanto su carácter de trotamundos, pasando por gran número de equipos, casi todos de Segunda B (Cacereño, Getafe, Racing de Ferrol, de nuevo Getafe, Levante, de nuevo Racing de Ferrol, Murcia, Talavera, Mérida, Toledo, San Sebastián de los Reyes y Atlético Pinto) como su longevidad, permaneciendo en activo hasta avanzada edad. En fin, un centrocampista completo e inolvidable, de calidad y clase mayúsculas.
  Y como me quedan otros jugadores citados al principio por rememorar, continuaremos en otro artículo venidero.                   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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