jueves, 20 de diciembre de 2012

MI TÍO FRUTOS

MI TÍO FRUTOS

  En el artículo de hoy quiero recordar a una de las más extraordinarias personas que jamás haya conocido: mi tío Frutos. Su incardinación en el presente blog no obedece a una relación directa con la filosofía del mismo, cual es la de rememorar ilustres jugadores o hechos históricos destacados del club Atlético de Madrid, pero sí existe esa relación en forma indirecta. Nuestro glorioso club se irá filtrando de forma suave pero incontenible en las líneas siguientes, particularmente a lo referente a visitas al estadio Vicente Calderón.
  Mi tío Frutos era el mayor de cinco hermanos. En realidad, los otros cuatro hermanos eran hermanas, todas mujeres (entre ellas mi madre). Se llamaba Fructuoso López Miranda. Su nombre oficial de pila fue sustituido desde siempre familiarmente por el más favorecedor de Frutos. Siendo un mozalbete tuvo que desplazarse, a causa de la Guerra Civil, a un pueblo de Valencia, en unión del resto de la familia, donde pasó una importante parte de sus años de niñez. Retornados todos a la capital, desarrolló uno de los aspectos que más nos unirían a él y a mí: su profundo amor a todo tipo de manifestación deportiva, en particular a una de las pocas que en esa época se podían seguir fácilmente, cual era la futbolística. Recuerdo haberle oído que él acudía también a los primigenios partidos del Real Madrid tanto de baloncesto, en el frontón Fiesta Alegre, como de balonmano (sí señores, el club blanco tuvo durante unos pocos años sección de balonmano).
  Era madrileño. Y madridista. Primero mi abuela y luego mi madre me contaban con cariño como durante años y años pasaba a cobrar a domicilio el pertinente recibo mensual de socio uno de los empleados del club, con el que llegaron a trabar una estupenda relación personal, de tal forma que cuando se dio de baja en el listado de socios por obligaciones familiares uno de sus principales efectos negativos fue el dejar de ver al simpático cobrador, amén de que éste veía disminuidos sus ingresos (al parecer, se les remuneraba por recibo cobrado).  Pero era un tipo de madridista podríamos llamar amable, de los que ya casi no quedan. Quería por supuesto que su equipo ganara siempre. Pero no se llevaba berrinches monumentales cuando eso no acaecía. Ni siquiera cuando el adversario ganador era el Barcelona, cuya connatural animadversión congénita a todo madridista no se encontraba en él particularmente exacerbada.
  Pero es que además ejercía de madrileñismo, y se alegraba igualmente sobremanera de todos los triunfos y éxitos que pudiera llegar a alcanzar el Aleti. Siempre decía que como era también un club de aquí (por aquí entiéndase la capital), que le gustaba que obtuviera victorias ante cualquier otro club que no fuera el Real Madrid. E incluso cuando les ganábamos a ellos tampoco se lo tomaba excesivamente a pecho.
  Uno de mis mejores recuerdos de infancia eran las fiestas de celebración de los cumpleaños de mis primas, hijas suyas, Mari Carmen y María Dolores, en diciembre, y poco después, de los Reyes Magos. Las celebraban en su casa, en la Avenida del Manzanares. Desde su balcón, además del aprendiz de río, se divisaba el estadio Vicente Calderón. Las personas que se sentaban en las tribunas altas de preferencia podían hasta distinguirse incluso. A título de anécdota, con motivo de otra celebración familiar, las Bodas de Plata de mi tío Frutos y mi tía Carmen, después de invitarnos a comer en el restaurante “Currito”, en la Casa de Campo, terminamos todos en su domicilio. Ese día, veinticinco de enero de mil novecientos ochenta y uno, jugaba el Aleti en casa. Se venció a la Real Sociedad, en la vigésimo-primera jornada de la Liga 80-81, por dos goles a cero, de Arteche y Ruiz. A simple vista pueden parecer los dos centrales del equipo, pero no, porque esa temporada el segundo jugaba de mediocentro. El otro central era Balbino. Un grupito que estábamos en el balcón, hablando precisamente de fútbol, vivimos los tantos en primera persona, y nos enteramos antes que ninguno, excepción hecha por supuesto del propio público asistente, al oír clara y nítidamente el inconfundible grito de “goool”. A continuación de ambos pudimos ver banderas rojiblancas ondear en las gradas.
  También recuerdo con sumo agrado y nostalgia como cada vez que venía por casa se interesaba vívidamente tanto por mis colecciones de cromos de fútbol como por los equipos de chapas que con ellos llegaba a confeccionar, recortando las caras de unos (de los repetidos, por supuesto) para encajarlas en las otras. Me contaba como él cuando tenía mi edad participaba de las mismas aficiones, también coleccionaba cromos y confeccionaba equipos de chapas. Eso sí, de forma muchísimo más elaborada y artesanal, introduciendo por ejemplo cristales para proteger la parte recortada del cromo dentro de la chapa, que luego fijaba con plastilina.
Calleja de capitán
  Otro recuerdo imborrable que tengo de él, relacionado con el mundo del fútbol y más concretamente con el Atlético de Madrid, es que fue la primera persona que, siendo niño, me llevó a presenciar un partido “serio” de fútbol al estadio, en vivo y en directo. Enlazo aquí con un artículo anterior de este blog, el que titulé “Mi primera vez”, dedicado al primer encuentro que disfruté del equipo en el estadio Vicente Calderón. Allí explicaba que no obstante dejaba pendientes para artículos venideros tanto el primero que presencié ”in situ” al equipo (que fue en otro estadio, y que sigue quedando pendiente) como el primero en el que asistí al estadio Vicente Calderón. Y fue éste, en el que me llevó mi tío Frutos. Y además, después de muchos años de obras, era la inauguración oficial del estadio. Fue el día veintitrés de mayo de mil novecientos setenta y dos. Partido amistoso de selecciones entre España y Uruguay, con victoria española por dos goles a cero, anotados por el valencianista Valdez, que debutaba ese día, y el atlético Gárate. Este encuentro ya fue relacionado en los artículos del presente blog dedicados a este último y a Irureta, que también debutaba. Con lógica excitación, me pasé toda la semana anhelando el feliz y supremo momento de ver a nuestro equipo nacional jugando además en el estadio perteneciente al club de mis amores. Los amigos del barrio me envidiaban y bromeaban con lo que por entonces era habitual, con la posibilidad de que las cámaras me enfocaran y saliera por la “tele”.
   Vino a buscarme en coche a casa a la salida del trabajo. Como buena persona que era, se había comprometido a llevar también a su casa a un compañero de trabajo, lo que motivó, en conjunción con el tráfico madrileño que ya por entonces era denso y complicado, que nos dilatáramos en alcanzar el estadio más de lo que hubiéramos querido, y llegáramos con unos pocos minutos ya disputados. Comoquiera que las gradas estaban a rebosar, y no existía espacio físico disponible para los dos, me habilitó un hueco en las primeras filas, encargó a un vecino de localidad que me echara un ojo y él se trasladó a otra ubicación, unas pocas filas por arriba. A lo largo del desarrollo del encuentro, bajó continuadamente.
Ufarte
   Por tanto, presencié el partido, hasta entonces el más importante de mi vida, en una posición privilegiada. Cerquísima del césped. Para aquellos que no lo recuerden, en ese año nuestro estadio tenía unas filas de gradas por debajo del pasillo en el que desembocan los vomitorios, que fueron demolidas en obras realizadas hacia mediados de los años noventa, dejando una especie de plataforma elevada sobre el terreno de juego. Como tampoco entonces existían las vallas que al cabo de pocos años se impusieron, pude vivir todo el espectáculo con emoción inenarrable y al lado de sus protagonistas.
   Para ese partido disputado en nuestro estadio, el seleccionador Kubala había resucitado una inveterada costumbre de nuestra selección, cual era la de convocar y hacer jugar a varios jugadores del equipo local. Precisamente por esta razón, remontándonos casi a la prehistoria, los primeros internacionales rojiblancos fueron el defensa Pololo, el centrocampista Fajardo y el extremo izquierdo Luis Olaso, el día dieciocho de diciembre de mil novecientos veintiuno, en partido amistoso contra Portugal celebrado en nuestro primitivo campo de O´Donnell. Así, de nuevo en esta ocasión, además de los mentados Gárate e Irureta, jugó también Ufarte, y recuperó para la causa a un semirretirado Calleja, que además fue el capitán, que no acudía al combinado nacional desde la final de la Eurocopa de 1964.
  También guardo un magnífico recuerdo relacionado con nuestro estadio Vicente Calderón y con mi tío Frutos, cual fue el Mundial de España 82. Tengo el orgullo de poder manifestar que asistí a los siete partidos del mismo que se celebraron en la ciudad de Madrid, tres en el estadio del Manzanares y los otros cuatro (incluida la final) en el Santiago Bernabéu. Para estos últimos, se pusieron localidades a la venta para el público en general un día en concreto. Mi intención era la de haber ido a las taquillas desde hora temprana para agenciarme las valiosas entradas. Pero desgraciadamente no pude acudir, dado que ese mismo día me examinaba de Selectividad. Así que, previa comedura de tarro por mi parte, se fueron turnando en la cola, portando incluso una comodísima silla de playa, mi madre y mi hermana. Desde aquí les reitero mi profundo agradecimiento por ello, que ya les manifesté en su momento.

Giresse
   Y poco antes de comenzar el Campeonato del Mundo una maravillosa noche mi tío llamo a casa. Sabiendo de mi locura por el fútbol, deseaba consultarme si quería que me adquiriera entradas para los tres partidos del Calderón, dado que podía conseguirlas fácilmente a través de su trabajo. Por supuesto que la respuesta fue afirmativa “ipso facto”. No podía dejar de presenciar tamaño acontecimiento histórico (de hecho, es posible que no volvamos a tener un Mundial en casa en siglos). Además, si España quedaba primera de su grupo en Valencia, como era previsible, sus partidos de la segunda fase se disputarían en el estadio rojiblanco. Razón de más. De nuevo desde aquí, y adonde esté ahora, le reitero mi más sincera gratitud por todo ello.
   Como breve recordatorio (me encanta recordarlo), los tres partidos en cuestión fueron los siguientes. Todos ellos en horario de tarde, a finales de junio y principios de julio en Madrid, con lo que el Sol derretía los adoquines. Afortunadamente en el primero y tercero la localidad era de preferencia, a la rica sombrita. Y en el segundo, que era de lateral, en plena solanera, tuvimos la suerte de que, al estar ubicadas muy arriba, pudimos buscar la sombra que proyectaban los anuncios publicitarios. El primero, al que acudí sólo, fue el día veintiocho de junio, Francia contra Austria. Vencieron los primeros por uno a cero, con un gol de falta botada majestuosamente por Genghini. El segundo, el día uno de julio, empate a dos entre la propia Austria e Irlanda del Norte, que había ocupado el lugar que a priori parecía destinado a España. Goles austriacos de Pezzey y Hintermaier y los dos norirlandeses del ariete Hamilton. Lo vi en compañía de mi propio tío Frutos y de mi prima Mari Carmen, dado que las localidades que el primero había sacado para ellos estaban próximas a la que había obtenido para mí. Y el tercero, que por la misma razón, disfruté en compañía de mi propio tío y de su poco después yerno, así como primo político mío, Manolo (por cierto, otro furibundo atlético, así como dos de sus tres hijos, Diego y Elena), fue entre Irlanda del Norte y Francia, el día cuatro de julio. Exhibición francesa. Al inicial gol de Giresse replicó el norirlandés Armstrong (nuestro verdugo en el partido de la primera fase) para que luego, en una sobresaliente segunda parte, dos goles de Rocheteau y otro del pequeñito Giresse…¡de cabeza! completaran el resultado de cuatro a uno. Todos guardamos un excelente recuerdo del fútbol champán que la selección francesa nos regaló en este torneo. Dentro de su buen tono general, creo que este partido fue el culmen. Y tuve la dicha de estar allí para solazarme con ello.
Rocheteau
   Pese a que nos unía la afición común al deporte y al fútbol, no recuerdo sin embargo que presenciáramos juntos muchos partidos por televisión. Tengo en la memoria haber visto, en unión de más familiares, en el piso de Aluche de otros tíos, el partido del celebérrimo puñetazo de Villar (que parece que ahora es alguien en el mundo del fútbol) a Cruyff. Y en el chalet de la sierra madrileña de mis padres, recuerdo haber disfrutado con mi tío de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84. Y en cuanto al Aleti en concreto, también recuerdo un partido, en el mismo chalet, el de la tercera jornada de la Liga 78-79, diecisiete de septiembre de mil novecientos setenta y ocho, victoria frente al Español por un gol a cero, de nuestro delantero centro Rubén Cano.                             
   Cuando murió, el día trece de mayo de mil novecientos ochenta y nueve, fue un choque muy duro para toda la familia. Incluso en el día de su fallecimiento, mientras todos teníamos la cabeza en otro sitio, existió una conexión con nuestro club. Recuerdo haber visto por la tele el partido correspondiente a la trigésimo-segunda jornada de la Liga 88-89. Se venció al Betis en el Benito Villamarín por un gol a cero, anotado por un jovencísimo Aguilera, que había entrado desde el banquillo sustituyendo a Carlos y que consiguió el tercero de sus goles rojiblancos.
   Seguro que allí donde esté, estará gozando de los últimos títulos atléticos, porque, como ya se ha dicho, aunque madridista, también le gustaba que ganara el Atlético porque es de aquí. Y además, su yerno, nietos y muchos sobrinos somos del Aleti. Y con eso le bastaría para disfrutar con nosotros.


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

1 comentario:

  1. Aún emocionada con la entrada que con tanto cariño dedicas a mi padre, tu tío Frutos, solo puedo decirte que le reconozco en todo lo que dices. Sin duda el deporte y lo que representa nos acerca a las personas que queremos. Me ruboriza hablar de mis sentimientos más íntimos pero es cierto que mi padre disfrutaba muchísimo con el deporte y no puedes imaginar José Miguel, como viví yo el 10 de junio de 1989, cuando aún no había pasado un mes del fallecimiento de tu tío y día en que hubiera cumplido 60 años. Arantxa Sánchez Vicario ganaba por primera vez Roland Garros derrotando a Steffi Graf en un apasionante partido que le hubiera hecho no quitar la vista de la televisión, en un deporte con el que también tanto disfrutaba. Han pasado los años, pero ver a España Campeona Mundial de Fútbol o de la Eurocopa me lleva de inmediato a mi padre y aunque vivo tan rodeada de atléticos que estoy casi reconvertida, cuando se juega un derbi madrileño como el de este mismo mes, aún no puedo evitar hacer un guiño imaginario a tu tío Frutos y decir “les hemos ganado papá”. Gracias José Miguel por reflejar tus recuerdos de una forma tan bonita.
    María Dolores

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