jueves, 27 de diciembre de 2012

KIKO

KIKO

  Como introducción a la semblanza del genio gaditano Kiko, me gustaría indicar dos aspectos resaltables. A saber:
   1.- A pesar de que uno de sus sobrenombres fuera “El Arquero”, y de que su pose rodilla a tierra con un brazo encogido y otro estirado, simulando disparar flechas a la grada, haya sido quizá la imagen gráfica con la que más se le identifica en la actualidad, lo cierto es que no se trata de una fotografía que le haya acompañado durante la generalidad de su carrera como futbolista. De hecho, cuando decidió parir tamaña celebración, al decir del propio protagonista, de forma espontánea e improvisada, se encontraba ya en una fase terminal de su trayectoria. Terminal por lo poco que le quedaba ya por aportar al mundo del fútbol, particularmente del rojiblanco, pero no por el nivel que demostraba en esos precisos momentos, que, de nuevo a juicio del interesado, lo que suscribo enfáticamente desde mi posición de mero espectador, era el más elevado que jamás llegó a alcanzar.
    En concreto, la primera vez en la que Kiko nos deleitó con su celebración del arquero data del día veintiséis de septiembre de mil novecientos noventa y ocho. Jornada cuarta de la Liga 98-99. El italiano Arrigo Sacchi en el banquillo. Victoria por cuatro goles a uno frente a la Real Sociedad. Los goleadores rojiblancos fueron Roberto, Kiko, Lardín y Correa. El donostiarra, Aranzábal, de penalti, a punto de concluir el partido. El gol de Kiko, en el Fondo Sur, tras rematar una jugada de Lardín y Correa, trajo como colofón esa peculiar forma de celebración que, desde entonces, fue por él repetida en todas aquellas ocasiones en que marcaba. Lo lastimero es que no fueron muchas más. También fue imitada con posterioridad por otros futbolistas como Torrisi, por ser entonces compañero suyo, Fernando Torres, por ser pupilo, o Güiza, por ser paisano jerezano. Incluso por otros ilustres deportistas como el mismísimo Usain Bolt por…pues la verdad es que no sé muy bien por qué. Habría que preguntárselo en persona al astro jamaicano.
   2.- A pesar de que otro de sus sobrenombres, el que le impuso el sector más animoso de la hinchada rojiblanca, fuera el de “Kikogol”, ello no revela sino un mayúsculo desconocimiento de sus cualidades como futbolista. Se le bautizó así apenas aterrizado en la ribera del Manzanares. Muchos pensaron que era un goleador consumado. Pero nada más lejos de la realidad. Kiko jamás se caracterizó por ser un depredador del área. Su mejor cualidad era el último pase. Y el mejor último pase que le recuerdo (una obra maestra sin parangón) tuvo lugar sin llegar a tocar el balón. En el excelente libro “Sentimiento atlético”, de José Miguélez y Javier G. Matallanas, publicado con motivo del Centenario del Club, el propio jugador lo reconoce como uno de sus mejores jamás practicados. Tuvo lugar el día nueve de diciembre de mil novecientos noventa y cinco, en la decimosexta jornada de la Liga 95-96, la gloriosa del doblete. Se derrotó al que ese año fue nuestro principal rival, el Barcelona, por tres goles a uno. Por cierto, en mi opinión, uno de los mejores partidos de nuestro equipo en toda su historia. La superioridad fue tremebunda. Les borramos del césped. Tanto fue así, que el míster Antic, en indudable homenaje a los once artistas que habían saltado al terreno de juego (que fueron exactamente la alineación tipo de esa temporada, tan recordada), no practicó sustitución alguna. Los goles los anotaron Penev, en dos ocasiones, la primera de penalti, y Caminero, cerca del final. Descontó Toni Velamazán, más cerca aún del final. La superioridad fue tan estratosférica que el resultado no hizo justicia ni con mucho al juego desplegado. Tuvo que ser aún mucho mayor. Pues bien, en éstas, a mediados de la primera parte, atacando hacia el Fondo Norte, ya con un dos a cero en el marcador, pase en profundidad de Santi hacia Kiko, que bajaba hacia el medio del campo a buscar el balón, flanqueado por Abelardo y Nadal, al mismo tiempo que Penev iniciaba un desmarque hacia la portería, dejando atrás a Carreras (futuro rojiblanco). Cuando Kiko va a contactar con el balón, no lo hace. Se abre de piernas y deja que siga su trayectoria entre ellas, dejando de un plumazo fuera de la jugada a los tres zagueros barcelonistas y habilitando en un clarísimo mano a mano al ariete búlgaro frente al cancerbero Lopetegui. El ¡oh! de asombro y admiración fue seguido de inmediato por un silencio valorativo. La pena es que la ocasión no se materializara, porque en caso contrario, la jugada de Kiko estaría inmortalizada en letras de platino en los libros de Historia. Por cierto, en el mismo libro antes reseñado, el propio delantero revela su obsesión por encontrar la jugada porque, al parecer, no ha conseguido hallar grabación alguna de la misma. Si alguna vez tengo la dicha de que Kiko lea este artículo, o alguien se lo hace saber, que sepa que yo sí que tengo la jugada grabada, me deleito con ella con frecuencia y estaría encantado de hacérsela llegar.               
  Francisco Miguel Narváez Manchón, conocido futbolísticamente como Kiko, nació en Jerez de la Frontera el día veintiséis de abril de mil novecientos setenta y dos. Tras llegar a Primera División en las filas amarillas del Cádiz, donde disputó tres temporadas, desde la 90-91 hasta la 92-93, en aquellos años en los que el conjunto gaditano se libraba vez tras vez de forma milagrosa del descenso de categoría en las últimas jornadas, a lo que contribuyó indudablemente en grado sumo la aportación del delantero jerezano, fue fichado por el Atlético de Madrid en la temporada 93-94. Entremedias, su valiosísima aportación, en unión de atléticos como López o Solozábal y otras futuras estrellas del balompié hispano, a la brillantísima medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. En la final, anotó dos goles, el primero y el tercero, que nos proporcionaba el triunfo definitivo, ya con el tiempo cumplido. Es uno de los goles que con más emoción he gritado en mi vida. A propósito, en esos tiempos su nombre en la pantalla del televisor se reflejaba con el grafismo de “Quico”.
    Sus dos primeras temporadas en las filas rojiblancas no fueron excesivamente afortunadas. Muchos creyeron, como ya se ha anticipado antes, que llegaba un goleador contumaz. Pero no aportó goles en exceso. Se mostraba lento, pesado y fuera de forma. Enseguida muchos comenzaron a atribuirlo al encanto de la noche madrileña. Sus indiscutibles genialidades llegaban con cuentagotas. Parecía uno más de los muchos fichajes atléticos que no logran demostrar todo lo que prometían. Su flojo rendimiento derivó en ser apartado de la Selección y del Mundial de Estados Unidos 94. Esas dos primeras mediocres temporadas se zanjaron con 31 y 30 encuentros ligueros  y con 5 y 9 goles anotados, respectivamente. Tampoco estadísticas tan alejadas a las que luego conseguiría en temporadas venideras, en época de esplendor. Porque lo que la frialdad de los números no revela son las genialidades que logró poner en práctica con posterioridad.
   Y es que justamente en su tercera temporada, 95-96, con la llegada de Radomir Antic al banquillo y la consecución de títulos (no nos cansamos de recordarlo, ese año se ganó la Liga y se ganó la Copa), Kiko comenzó a desplegar sus mejores cualidades. Participó en más partidos, anotó más goles, pero sobre todo su aportación intangible al equipo se multiplicó geométricamente. Sus pases geniales en profundidad (de los que se aprovecharon todos los delanteros centros, a razón de uno por temporada, con los que compartió línea delantera, tanto Penev, como Esnáider, como Vieri, con el que se entendía a silbidos, como Hasselbaink), sus balones protegidos con su corpachón para facilitárselos en franquicia a otros maravillosos futbolistas como Caminero, Pantic, Simeone, Bejbl, Vizcaíno o Juninho, que llegaban desde la segunda línea, sus taconazos, controles, dejadas y toques inverosímiles nos subyugaron a todos los aficionados. Incluso llegó a anotar con facilidad, tanto de cabeza, en lo que no se había prodigado mucho antes con exceso, pese a su elevada estatura, como con el pie, y aquí a su vez tanto de majestuosos disparos lejanos como de certeras definiciones cercanas. Y su magia crecía cada vez más, porque sus genialidades aumentaban continuamente en número y en calidad. Su progresión parecía no tener fin. Pero  desgraciadamente la tuvo.
   En la campaña 98-99, jornada decimosegunda de Liga, veintiocho de noviembre de mil novecientos noventa y ocho, Kiko, que llevaba tiempo jugando con problemas e infiltrado, tuvo su particular canto del cisne. Se venció al Barcelona en el Nou Camp por un gol a cero, anotado por Jugovic, de penalti, con lo que se aguaba el partido de celebración barcelonista de su centenario. Inmenso partido de Kiko. En la primera jugada, con uno de sus pases milagrosos, dejó sólo a José Mari frente a Hesp, pero no se logró el gol. El magisterio que desplegó sobre el terreno de juego, posiblemente el mejor que jamás hubiera mostrado, se apagó cuando fue sustituido por Juninho. Kiko jamás volvió a alcanzar su nivel. Sus tobillos, ambos, habían dicho basta y se habían roto. Se operó de ambos a la vez, pese a que le costara deambular durante más de tres meses en silla de ruedas, precisamente como signo de su amor de club y de su ansía de permanecer retirado el más breve lapso de tiempo.
   Pero cuando volvió, más de un año después, no llegó a ser el mismo. Sus tobillos no soportaban el esfuerzo continuado, máxime cuando el jugador, en su mejor época, les exigía de continuo giros inverosímiles y apoyos dificultosos. Su estilo de juego exigía que su cuerpo fuera una perfecta máquina engrasada. Y ya no lo era. Pese a que siguió mostrando sobre el césped su sapiencia y categoría, se retiró efectivamente a los treinta años, si bien, en la práctica, se puede decir que había abandonado el fútbol de altísimo nivel cuatro años antes, con la infortunada lesión.
   En suma defendió la camiseta rojiblanca durante ocho temporadas. Además de las dos primeras ya apuntadas, disputó 34, 36, 31, 11 (año de la lesión), 20 y 32 encuentros ligueros, en los que consiguió 11, 13, 6, 4, 0 y 0 goles. En esta ocasión las estadísticas no engañan y muestran claramente su rendimiento. Un total de 225 partidos y 48 goles. Además, veintiséis encuentros de Copa del Rey, con siete goles, veinticinco de diferentes competiciones europeas, con ocho goles, y dos de la Supercopa de España, con cero goles.
   Su palmarés rojiblanco incluye dos títulos, los ya recordados (no me canso de hacerlo) de la 95-96: Liga y Copa.
   Fue internacional por España en veintiséis ocasiones, todas ellas, menos la última, con Javier Clemente de seleccionador. Las tres primeras mientras defendía la amarilla camiseta cadista y las veintitrés restantes ya de rojiblanco. Debutó el día dieciséis de diciembre de mil novecientos noventa y dos, tras su aureola olímpica, en partido clasificatorio para el Mundial de Estados Unidos 94, frente a Letonia en el sevillano Sánchez Pizjuán, compartiendo delantera con el deportivista Claudio. Victoria por cinco goles a cero, de Bakero, Guardiola, Alfonso y dos de Beguiristain. Como se ha reseñado con anterioridad, no llegó a acudir a dicho Mundial por su bajada de rendimiento. Sí que disputó, tras volver por la puerta grande a inicios de la temporada 95-96, y además con altísimas prestaciones, la Eurocopa de Inglaterra 96 y el Mundial de Francia 98. En éste, en el funesto último partido ante Bulgaria, se venció por seis goles a uno. Él anotó los dos últimos, que ni siquiera tuvo la alegría de poder celebrar, puesto que ya se sabían eliminados. Los cuatro anteriores habían sido de Hierro de penalti, Luis Enrique y dos de Morientes. Su último entorchado internacional fue el catorce de octubre de mil novecientos noventa y ocho, ya con Camacho de seleccionador, frente a Israel en Tel Aviv, en partido clasificatorio para la Eurocopa 2000 de Bélgica y Holanda. Victoria por dos goles, de Hierro y Etxeberría, a uno. Poco después llegaría su desgraciada lesión, por lo que Camacho dejó de contar con él por fuerza mayor apenas iniciado su periplo de seleccionador. Anotó cinco goles con la Selección. El primero frente a Macedonia, en partido clasificatorio para la Eurocopa de Inglaterra 96, en el Martínez Valero de Elche, el día de su re-debut glorioso tras su periodo de ausencia, quince de noviembre de mil novecientos noventa y cinco. Fue el primero del tres a cero final. Los otros dos, de Manjarín y Caminero. Luego, dos más, frente a Noruega, en amistoso, y frente a Eslovaquia, en clasificatorio para el Mundial de Francia 98. Y los dos últimos, antes ya indicados, frente a Bulgaria.
   Su última temporada rojiblanca fue la 2000-01. En Segunda División. La primera de los dos añitos en el infierno. Kiko fue una de las pocas figuras de la plantilla que optaron por jugar en la categoría de plata. Y además gratis. Y además participando sin cobrar en la exitosa e impactante campaña publicitaria, que sin duda contribuyó en grado sumo al espectacular aumento de masa social, del añito en el infierno, en la que sobresalía en remate en difícil escorzo sobre un fondo de fuego. Pero a lo largo de esa temporada, pese a su generosidad, surgieron importantes discrepancias con algún sector de la afición, por su no muy elevado rendimiento (al menos, no el que todos recordábamos), y con la Directiva, por cuestiones contractuales. Al finalizar esa campaña, abandonó el Club, sin el reconocimiento que su carisma y genialidad merecían. Una vez más, la memoria rojiblanca era escasa y no pagaba a sus ídolos con la moneda que éstos se habían ganado. Pero una de mis escasas cualidades es tener una muy buena memoria. Es por ello que quiero recordar hoy desde aquí a un excelente y genial jugador, que nos proporcionó a todos incontables días de maravilloso fútbol, y sobre el que puedo decir que he visto hacer cosas sobre el verde que jamás he visto hacer a nadie más. Kiko, tienes mi reconocimiento, gratitud y seguro que el de muchos más de los aficionados que contigo disfrutaron.                     


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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