miércoles, 21 de agosto de 2013

FORLÁN


FORLÁN

  “U-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo”. Tradicionalmente los más destacados a la par que numerosos jugadores extranjeros que han militado en las filas del Atlético de Madrid han sido de nacionalidad argentina o brasileña. En años recientes también ha habido más de uno de nacionalidad uruguaya. Alguno de ellos será recordado por las generaciones venideras, como los actuales Godín o Cristian “Cebolla” Rodríguez. Otros serán (han sido) perfectamente olvidables, como Richard Núñez o Pilipauskas (¡manda huevos que el interfecto sea uruguayo, con ese apellido de claras connotaciones lituanas!). Y de otros, al fin, habrá que hacer esfuerzos para olvidarlos, como el “Pato” Sosa. En cualquier caso, el grito con el que se inicia este párrafo, con el que en un alarde de imaginación desbordante era agasajado por el sector más enfebrecido de la grada (y que al propio interesado le agradaba sobremanera, según revela en el interesante libro “U-ru-gua-yo”, por él mismo escrito, editorial El Tercer Nombre, S.A.) tenía entonces y tendrá a buen seguro en el futuro un único destinatario: Forlán. Con él y gracias a él (en unión de otros compañeros, pero con un elevadísimo porcentaje suyo) pudimos dejar atrás los “años oscuros” y marchar todos juntos, y él el primero, por la senda de los títulos y las buenas clasificaciones que parecían olvidados y olvidadas.
  Diego Forlán Corazo o Corazzo (según diversas fuentes, la grafía del segundo apellido aparece con una sola o con dos “zetas”; me merece más credibilidad la segunda; por cierto, que parece ser que los uruguayos, según he contrastado con los demás jugadores de dicha nacionalidad que han pasado por el club ostentan, al igual que los españoles, y a diferencia de la casi totalidad del resto del mundo, dos apellidos) nació en la capital de Uruguay, Montevideo, el día diecinueve de mayo de mil novecientos setenta y nueve. De familia acomodada, se crió en el residencial barrio de Carrasco, de su ciudad natal. En su casa se respiraba fútbol por los cuatro costados, tanto por la rama paterna como por la materna. Su padre, Pablo Forlán, fue un destacado defensa central uruguayo de la década de los sesenta. Jugó en Peñarol y luego muchos años en Brasil, defendiendo los colores del Sao Paulo y Cruzeiro, y disputó las fases finales de los Mundiales de Inglaterra 66 y México 70. Su abuelo materno es Juan Carlos Corazzo, defensor del Independiente argentino en la década de los treinta y seleccionador de Uruguay en la cita mundialista de Chile 62. Su hermano mayor, Pablo, defensa central como su padre y su abuelo, también fue profesional en diversos equipos y países. Su padre pasaba largas horas con Diego practicando en un frontón de su casa. De ahí sacó su perfecto dominio de las dos piernas, dado que le obligaba a golpear con ambas.
  Desde muy crío sus portentosas habilidades físicas (esas que, al cabo de los años, “marcando tableta”, han asombrado a más de un seguidor y/o seguidora) hacen que destaque en gran variedad de deportes. En todos los que se propone. Particularmente en tenis, donde llega a alcanzar un altísimo nivel, planteándose muy seriamente su carrera de tenista profesional.
  Pero vence el fútbol. No podía ser de otra manera en ese hogar. Su feliz infancia y adolescencia se ve alterada por dos hechos básicos: el grave accidente de tráfico de su hermana Alejandra, que la deja postrada en silla de ruedas y que, en cierta forma, sirvió para unir aún más a la familia, y el abandono del hogar familiar a muy temprana edad para pasar al país vecino, al otro lado del Río de la Plata.

  Tras destacar en Uruguay en las categorías inferiores de Peñarol y Danubio, emigró a Argentina para enrolarse en las filas del Independiente de Avellaneda. Club que se ha cruzado en varias ocasiones con el nuestro. A él le ganamos la Copa Intercontinental en 1975 y de él llegó Agüero. Esa época, tal y como se relata en el libro biográfico anteriormente reseñado, fue particularmente difícil para Diego. La soledad y la nostalgia de su familia casi le hacen retornar. Pero prosiguió en el empeño y consiguió finalmente triunfar con la camiseta roja de Independiente.
  Tras ello el periplo de tres años en Inglaterra, en el Manchester United bajo las órdenes de Fergusson, con el que tuvo sus más y sus menos (en una ocasión, hubo cierta bronca por no hacerle caso con las tacos, resbalar y marrar una ocasión manifiesta de gol), pero del que guarda muy buen recuerdo, y otros tres ya en España con el Villarreal, con el que consiguió su primera Bota de Oro europea en la campaña 04-05. Y finalmente, su fichaje por el Aleti en la temporada 07-08, reinvirtiendo parte del dinero que el Liverpool acababa de soltar por Fernando Torres.
  Desde el inicio su despliegue físico constante, su compromiso, su calidad humana y profesional, su recorrido, ayudando de continuo al centro del campo, su liderazgo y su duro disparo con ambas piernas (es de esos jugadores que disparan tan bien con la derecha como con la izquierda) “engancharon” con la grada. Como defecto a reseñar, por decir alguno, su no muy elevado juego de cabeza. Durante los cuatro años siguientes conformó con Agüero una sociedad poco limitada a la hora de anotar goles, marcando una época en la historia atlética (hay que reconocerlo, nobleza obliga, pese a la no muy elegante salida del argentino).
  Desde el mismo día de su debut oficial empezó goleando. Demostrando ya desde un inicio su compromiso con compañeros, club y afición, interrumpió sus vacaciones tras la Copa América de 2007 para acudir al rescate y jugar la vuelta de la final de la Copa Intertoto, ante el Gloria Bistrita rumano, el día veintiocho de julio. Era una final importantísima, más que por el título en sí, bastante devaluado, porque era la vía alternativa para poder clasificarse para la Copa de la U.E.F.A., que ya se había probado en alguna ocasión en el pasado, fracasando en el intento. Hubiera sido un desastre no clasificarse un año más para Europa. Tras la derrota en la ida por dos a uno, anotado por el griego Seitaridis, en su único tanto oficial rojiblanco, un solitario gol de Forlán en la vuelta permitió conseguir el objetivo buscado y deseado, merced al valor doble de los goles en campo contrario en caso de empate.
  Su debut en Liga tuvo lugar en la primera jornada de Liga 07-08, ante el Real Madrid en el estadio Santiago Bernabéu. Derrota por dos a uno. El madrugador gol inicial de Agüero, al minuto de juego, fue luego remontado por los dos de Raúl y Sneijder. Su primer tanto liguero tuvo que esperar a la cuarta jornada, el veintitrés de septiembre, en la holgada victoria en casa frente al Rácing de Santander por cuatro goles a cero, convertidos por Raúl García, Agüero, Forlán y Simao.
  Luego llegaron muchos más partidos. Y mucho más goles. En total, durante sus cuatro (y pico) campañas rojiblancas, desde la 07-08 hasta la 10-11 (ó 11-12, según se mire), defendió con orgullo y gallardía la elástica rojiblanca durante 198 partidos oficiales, distribuidos en 134 de Liga (36, 33, 33 y 32), con 74 goles (16, 32, 18 y 8), 18 de Copa del Rey (6, 3, 6 y 3), con 6 goles (1, 1, 3 y 1) y 46 de diferentes Competiciones Europeas (11, que fueron 1 de Intertoto y 10 de Copa de la U.E.F.A, 9 de Champions League, 17, que fueron 8 de Champions League y 9 de Europa League, 7 de Europa League…y 2 también de Europa League), en los que anotó 16 goles (6, 2, 7 y 1). Por consiguiente, si las matemáticas no fallan y Pitágoras no era guasón, el total de goles durante la trayectoria rojiblanca de Forlán fue de 96.
  De entre todos esos aciertos, dado que hay entre donde elegir, cada cual tendrá sus preferencias. Por supuesto que en la memoria de todo buen atlético quedarán como indelebles los conseguidos en sendas prórrogas, en 2010, el de semifinales en Anfield contra el Liverpool o el de la final de Hamburgo contra el Fulham. Son inolvidables por su trascendencia. Pero desde el punto de vista estético, existe un gol que, por su belleza, su inverosimilitud y la emoción del partido en general, me dejó impactado y me gustaría que no cayera en el olvido. Fue en la jornada 35ª de la Liga 08-09. El diez de mayo de dos mil nueve. El equipo, entonces dirigido desde el banquillo por Abel Resino, se encontraba realizando una recta final de Liga imparable, repleta de victorias, que a la postre permitiría la clasificación para la Champions League de la campaña siguiente. Dicha recta final (y, por consiguiente, la ansiada clasificación) parecía que iba a verse interrumpida por la visita del Español de Barcelona. Al descanso vencía por cero a dos, goles anotados por Nené de penalti y el malogrado Jarque (su último gol). Parecía que la derrota era ineludible. Pero en una emocionantísima segunda parte, se consiguió una remontada épica. Y todo surgió de un golazo inconmensurable de Forlán. Recibe el balón en el centro del campo, se gira, se escora y desde muy fuera del área, a más de cuarenta metros de la portería, suelta un zapatazo con su pierna izquierda (el típico que cuando ves que va a tirar, exclamas: pero, ¿dónde vas?) que con una violencia inusitada penetra por el centro de la portería sin que el camerunés Kemeni llegara a enterarse siquiera del disparo. Cuando rememoro a Forlán este extraordinario gol, por encima de otros, es el primero que acude a mi memoria. La remontada se culminaría con un segundo tanto de Agüero y el tercero, ya fuera de tiempo, del propio Forlán, entre el éxtasis generalizado.
  Anteriormente he reseñado que Forlán fue atlético durante cuatro temporadas “y pico”. Quiero explicar eso del “pico”. En plena pretemporada de la campaña 11-12 el equipo se encontraba disputando ya encuentros oficiales, los correspondientes a las rondas previas de la Europa League. Demostrando una vez más su profesionalidad y compromiso y cerrando el círculo de concluir su trayectoria rojiblanca como la inició, Forlán, que apenas un par de días antes había ganado con su selección la Copa América de 2011, volvió a renunciar a parte de sus vacaciones, como cuatro años antes, y, considerándose trascendente su participación, acudió a disputar la primera ronda previa contra el Stromsgodset noruego, los días 28 de julio y 4 de agosto de 2011. Con su aportación, se pasó de ronda, no sin ciertas dificultades, puesto que la exigua victoria en Madrid por dos goles, ambos de Reyes, a uno, se vio luego refrendada por la victoria en tierras noruegas por dos a cero, obra de Adrián y de nuevo Reyes. Poco después, llegó su traspaso al Inter de Milán. Esa competición concluyó con la inolvidable final de Bucarest, el nueve de mayo de dos mil doce, y la rotunda victoria por tres a cero, dos de Falcao y Diego, ante el Athletic de Bilbao.
  Y esta misma aportación de dos encuentros en la temporada 11-12 abre otra problemática o debate en cuanto al palmarés rojiblanco de Forlán. Es indubitado que en él deben de encuadrarse las dos Copas internacionales que catorce años después nos permitió volver a celebrar algún título y cuarenta y ocho años después reeditar algún galardón europeo. La Europa League de la 09-10, frente al Fulham inglés, en cuya final de Hamburgo del día doce de mayo de dos mil diez tuvo una participación decisiva, ya que recordemos que tras adelantarse con tanto suyo en la primera parte y empatar poco después Davies, el de la victoria final, a escasos minutos del final de la prórroga, fue obra suya (sin duda alguna, su gol más recordado); y pocos meses después, el veintisiete de agosto de dos mil diez, en Mónaco, la Supercopa de Europa frente al Inter de Milán, victoria por dos a cero, de Reyes y Agüero, tras magistral pase de Simao, a cero.  El primer partido lo disputó íntegro, prórroga incluida y en el segundo fue reemplazado a ocho minutos del final por Jurado.
  En las distintas fuentes consultadas únicamente se incluyen esos dos títulos. Pero en mi modesta opinión debe entenderse añadida además la Europa League de la 11-12. Es cierto que su participación apenas fue relevante o trascendente y que cuando se levantó la Copa hacía meses que había abandonado el club. Pero no es menos cierto que al confeccionar el historial de los partidos que llevaron a la consecución de ese título el nombre de Forlán aparece en los dos primeros. Por consiguiente opino que “legalmente” no hay discusión posible de que Forlán ganó de rojiblanco dos Europa Leagues y una Supercopa de Europa. El debate tendría más bien carácter “moral”. Y además, existe también la cuestión de la Copa Intertoto de 2007. Ya explicada en el artículo dedicado a Perea, al que me remito.
  En su última temporada completa, 10-11, su contribución, en número de partidos y, sobre todo, de goles, disminuyó sensiblemente. Tenemos que recordar aquí dolorosamente su confrontación con el entrenador de ese ejercicio, Quique Sánchez Flores. Vaya por delante que en cualquier tipo de conflicto entre entrenador y jugador me suelo posicionar a favor del primero, que tiene siempre la ardua tarea de coordinar un elevado número de egos de los jugadores y trata de buscar siempre el bien común del equipo. Pero, en este caso concreto, según mi modesta opinión y manejando tan sólo los datos públicos que pudieron llegar a trascender, con el desconocimiento de otras cuestiones privadas, entiendo que, partiendo de la premisa de que indudablemente ambos pudieron intentar más por arreglar la situación, el mejor parado debe de ser Forlán. No es muy congruente que a un jugador por el que durante toda tu carrera de entrenador habías suspirado por tenerle a tu cargo, que acababa de regresar de ser oficialmente el mejor del Mundial de Sudáfrica 10 y que era (y, años después, sigue siéndolo) ídolo de la afición, se le ningunee, se le reprenda, en público y en privado, y se le ponga al pie de los caballos, colocando el ego personal por encima del bien colectivo, con el agravante de abuso de poder. Forlán hizo entonces lo mejor que sabe. Entrenarse más y mejor que nunca para lograr cambiar la opinión del entrenador. Cierto es que la ansiedad por su situación se traducía en el juego, en disparos imposibles y en aceleraciones poco recomendables. Pero, en definitiva, creo que, ante los ojos de la afición, salió bien parado.
  Forlán es internacional uruguayo. Como su abuelo y su padre. Debutó en 2002 y desde entonces ha disputado más de cien encuentros internacionales, acudiendo a las fases finales de los Mundiales de Corea y Japón 02 y Sudáfrica 10 (donde, insisto, fue declarado mejor jugador del torneo), las Copas América de 2004, 2007 y 2011 (en la que Uruguay quedó campeón) y Copa Confederaciones de 2013. Dada su veteranía y liderazgo, es el “jefe” natural del equipo, y a buen seguro que le veremos en el Mundial de Brasil 14. País en el que, siguiendo los pasos de su padre, continúa jugando en la actualidad, enrolado en las filas del Internacional de Porto Alegre.
  Para concluir, destacar como es conveniente un hecho del que los atléticos solo podemos presumir a través de Forlán. El que hace que su nombre esté grabado en letras de oro en la historia del club. Y en este caso no es metafórico, sino real. Sus treinta y dos goles ligueros de la temporada 08-09 le valieron para conseguir el trofeo “pichichi” al máximo goleador nacional. De esos ya tenemos unos cuantos (Gárate, Luis, Hugo Sánchez, Baltazar, Manolo o Vieri). Pero también consiguió con ellos ser el máximo goleador europeo, por segunda vez en su trayectoria. Y era la primera vez que un jugador atlético lo conseguía. “Bota de oro, Forlán, bota de oro”. Solamente por eso, dentro de muchos años, todos nos acordaremos de él. Ojalá que en el futuro su gesta sea repetida por otro rojiblanco. Pero, en cualquier caso, él será siempre el primero.                              
                           
JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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