jueves, 9 de febrero de 2012

NEPTUNO

NEPTUNO.
  Cuando el equipo logra un título (desgraciadamente, con mucha menos frecuencia de la que todos desearíamos) gran parte de la afición se dirige a celebrarlo a la madrileña fuente de Neptuno. Es el punto de unión donde peregrinar a festejar el logro en comunión con otros atléticos. De hecho, mucha gente está ya allí poco antes del pitido final, para vivirlo todo y sentir todas las emociones desde el principio. Y sin embargo, esto que hoy se asume con tanta naturalidad no fue siempre así. La celebración de los títulos atléticos en Neptuno es una costumbre más bien reciente, pese a que parezca que se lleva haciendo así desde la noche de los tiempos. Podríamos decir que esta rutina tiene un origen próximo y otro remoto.
  Comenzando cronológicamente por el origen remoto, está íntimamente vinculado con los vecinos de Concha Espina. O mejor dicho, con la aportación que uno de sus jugadores más significativos proporcionó a la Selección Española. El día dieciocho de junio de mil novecientos ochenta y seis se disputaba en la ciudad mexicana de Querétaro el último de los octavos de final del Mundial de Fútbol de México 86. En uno de los partidos más emotivos de toda la historia de la Selección Española de fútbol, se eliminaba a la potente Dinamarca de Laudrup, Morten Olsen y Elkjaer Larsen, que hasta entonces habían arrasado en el torneo (destacando especialmente el 6-1 a Uruguay). El héroe de dicho partido fue el madridista Emilio Butragueño Santos, Butragueño, apodado “El Buitre”, que desde entonces añadió a su apodo el nombre de la ciudad donde había obtenido su gran gesta deportiva, y pasó a ser llamado “El Buitre de Querétaro”. Logró cuatro goles, siendo el resultado final del partido de 5 a 1. Desde el punto de vista de nuestro club participaron en la alineación el siempre atlético lateral derecho Tomás Reñones, los entonces atléticos bilbaínos y que luego lo serían madrileños, Goicoechea y Julio Salinas y el entonces barcelonista que previamente había sido rojiblanco Julio Alberto.
  El partido no empezó nada bien. Mediada la primera parte, penalti en contra de España que materializó Jesper Olsen. Michel casi se “come” al árbitro, el holandés Keizer. Poco antes de finalizar dicha primera parte, cesión equivocada del mismo jugador a su arquero Hoegh, que recoge Butragueño, en una de sus principales características, su viveza dentro del área, y bate al portero por bajo. Al descanso, los ánimos estaban elevadísimos. Empate en el marcador después de una primera mitad en la que en realidad el peso del partido lo habían llevado los daneses. Empieza la segunda parte, que resultaría trepidante, y al poco el delantero español obtiene su segundo gol, tras rematar de cabeza otro cabezazo del también madridista Camacho a la salida de un córner. Los daneses se vuelcan al ataque y dejan amplios espacios detrás, que supimos aprovechar extraordinariamente. Poco después, cometen penalti sobre Butragueño, que transforma Goicoechea por el centro de potente zurdazo. El cuarto gol lo vuelve anotar Butragueño, tras recibir desde la derecha un pase de la muerte del asturiano y sportinguista Eloy Olalla, a su vez habilitado por Michel. Y finalmente, en el último minuto, el quinto y último gol, otra vez marcado por “El Buitre”, al convertir un nuevo penalti que había sido cometido sobre él mismo. Goicoechea se dirigía a repetir lanzamiento, pero los poderes fácticos del equipo le hicieron ver que era una ocasión única para que el delantero madridista ingresara en la inmortalidad. Resultado final: 5 a 1, y una corriente de optimismo generalizado se extendió por todo el país. Todos nos veíamos ya disputando la final. Pero, una vez más, no pasamos de cuartos de final. Nos eliminó Bélgica en los penaltis, después de que el partido finalizara con empate a uno, goles de Ceulemans y Señor.
  El partido contra Dinamarca empezó en España a las doce de la noche. Por tanto, terminó alrededor de las dos de la madrugada. Los partidos de ese Mundial se disputaban en México, hora local, a las doce y a las cuatro de la tarde para que, con las ocho pertinentes horas de diferencia horaria, se pudieran ver en Europa, principal consumidor televiso del negocio futbolístico mundialista, a unas horas “razonables”, como eran las ocho de la tarde y las doce de la noche. Por jugarse a dichas horas locales, hacía muchísimo calor y el juego era lento y premioso. Llevados por la euforia del resultado y por la emotividad del encuentro, muchos jóvenes hicieron algo que ahora es frecuente, pero que entonces no lo era tanto: salieron a la calle portando banderas españolas, para festejar el triunfo. Muchos de ellos, de forma espontánea (no fueron convocados por SMS o por redes sociales, ya que entonces no existía nada de eso), se fueron congregando en la plaza de Cibeles. Hacía mucho calor, estábamos a punto de entrar oficialmente en el verano, y muchos de los allí congregados decidieron subirse a la fuente de la Cibeles, bañarse en ella para mitigar el calor y ascender hasta su cima, portando banderas y al grito de “Oa, oa, oa, el Buitre a la Moncloa”. Yo no pude acudir porque estaba en la Facultad en época de exámenes, pero mi padre, que salía de trabajar a esas horas, habiendo oído por la radio la espontánea reunión, dio un rodeo para llegar a casa atravesando la plaza de Cibeles y disfrutar del “espectáculo”. Se supone que la mayoría de ellos debían ser aficionados  del Real Madrid. Y que les gustó la celebración.
  Por tanto, cuando su equipo empezó a ganar un título tras otro por esa época, “importaron” dicha celebración desde la Selección Nacional hasta el equipo madridista. Eran los años de la generación de la “quinta del Buitre”, así llamada precisamente por el líder del equipo, Butragueño, y donde también se incluyeron Michel, Sanchís, Martín Vázquez y Pardeza. Todos ellos permanecieron en su club y en la Selección durante muchos años (excepto el último, que tras figurar apenas durante dos años en plantilla madridista tuvo que triunfar definitivamente en el Zaragoza, y que únicamente fue internacional en cinco ocasiones). Complementaban el equipo otros fichajes como Valdano, Maceda, Buyo, Gordillo o Hugo Sánchez (fichado del Atlético en la temporada 1985-86). Lo cierto es que durante un lustro largo ejercieron un dominio incontestable en la Liga y demás competiciones españolas, y pudieron acudir en numerosas ocasiones a la fuente de la Cibeles a festejar títulos, poniendo en práctica la recién descubierta costumbre que, poco a poco, con el paso de los años y los nuevos títulos, se iba convirtiendo en tradición.
  Y con ello enlazamos ya con el anteriormente referenciado origen próximo, que es el ya directamente vinculado con nuestro club. Jesús Gil y Gil había llegado a la Presidencia a finales de la temporada 1986-87, con la pretensión de, amparado en fichajes de nombre deslumbrante, acabar con la hegemonía madridista y empezar a ganar nosotros Ligas, Copas y Copas de Europa (no me lo estoy inventando, es transcripción literal del discurso del Presidente en la presentación de Futre en la discoteca “Jácara”; allí estuve yo) y convertirnos en el principal equipo del país. Desgraciadamente, todos sabemos que sus pretensiones iniciales nunca llegarían a cristalizarse. Pero, después de varios años “en blanco” (y perdón por la paradoja), por fin el día veintinueve de junio (día de San Pedro y San Pablo) de mil novecientos noventa y uno el equipo llegaba a su primera posibilidad de título con Jesús Gil de Presidente. Era la final de la Copa del Rey, contra el Mallorca, que terminaría ganándose por uno a cero con el célebre gol de Alfredo en la prórroga (minuto 114), al recoger un rechace del portero marroquí mallorquinista Ezaki Badou a tiro de Sabas. Curiosamente, los dos atléticos que participaron principalmente en la jugada del gol habían entrado desde el banquillo de suplentes. La final se ganó en el estadio Santiago Bernabéu. Una más. De nuestros nueve títulos de Copa, los ocho primeros se han obtenido en ese estadio, varios de ellos incluso enfrentándonos a sus dueños. Y tan sólo la última, la de 1996, la del año del doblete, se consiguió fuera del mismo: en Zaragoza, en La Romareda. La próxima vez que lleguemos a la final de la Copa del Rey, que ojalá sea más pronto que tarde, habrá que hacer lo posible y lo imposible para disputarla en el estadio madridista. Habrá muchas más posibilidades de éxito, y no la perderemos en Sevilla, Valencia o Barcelona.  

  Poco antes de dicha final de la temporada 1990-91, a un periodista especialmente “perspicaz” se le ocurrió preguntar a Jesús Gil y Gil sobre si, en caso de triunfo, el equipo y la afición irían a festejarlo a Cibeles. Y el interpelado, con su indudable gracejo, con un innegable ánimo de marcar diferencias respecto del “eterno rival”, respondió que no, que ellos no irían a esa fuente, que era madridista, que en caso de triunfo irían a la otra fuente cercana, la de Neptuno. Y así fue. Después de la victoria, la verdad es que tan sólo unos pocos le hicieron caso y se congregaron en la fuente a celebrarla. No había por entonces vallas ni medidas de seguridad. Recuerdo un reportaje de “Telemadrid” en el que muchos se bañaron en las aguas de la fuente. Pero ese fue el germen y las celebraciones posteriores reunieron cada vez a más y más gente. Pocos años después, a raíz del episodio en que con motivo de otra celebración madridista a la diosa Cibeles se le amputó un brazo, las autoridades municipales empezaron a vallar el perímetro de ambas fuentes y no permitir el acceso a su interior, salvo a uno de los jugadores del equipo (¡mítico Vizcaíno subiéndose a lo más alto de la estatua el día en el que se festejaba el doblete!).
  Y esta es la historia por la que, sin ellos comerlo ni beberlo, la diosa Cibeles es madridista y el dios Neptuno es atlético.





JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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