jueves, 8 de noviembre de 2012

FUTRE

FUTRE

  A mí ya me pilló con cierta edad. Pero, al igual que los excelentes jugadores atléticos de la década de los setenta, algunos de ellos ya examinados y otros pendientes de examinar en este blog, fueron mis ídolos de infancia y otros más recientes como Fernando Torres lo han sido de los que ahora son adolescentes (entre los que se encuentran mis sobrinos), Paulo Futre, como buque insignia del Atlético de finales de los ochenta y primeros de los noventa lo fue de todos aquellos aficionados rojiblancos que actualmente rondan la treintena.
  Hoy en día pocos lo recuerdan, pero Paulo Futre fue el detonante directo del advenimiento de Jesús Gil a la Presidencia del Club. Tras el repentino fallecimiento de Vicente Calderón se abrió periodo electoral. Había cinco candidatos: Enrique Sánchez de León, antiguo ministro socialista, Salvador Santos Campano, que había sido Vicepresidente con el llorado Presidente fallecido, el propio Jesús Gil, un peletero apellidado Herrero y Cotorruelo, procedente de una familia de profunda e histórica raigambre atlética. Los dos primeros eran los favoritos. De hecho, los he escrito en el orden de favoritismo que por aquel entonces marcaban las encuestas previas. Parecía que el populismo de Gil no encajaba con la totalidad de la afición atlética, pero a pocos días del final del periodo electoral, fue a buscar en avión privado a Paulo Futre, que acababa de sobresalir en un superlativo encuentro en la final de la Copa de Europa 86-87 que su equipo de entonces el Oporto había conquistado brillantemente en Viena ante el Bayern de Munich, se lo trajo en el mismo día y lo presentó en loor de multitudes en la discoteca Jácara en su mitin final. A los pocos días ganaba las elecciones. Y, familia mediante, hasta ahora.       
  Paulo (si bien tradicionalmente la prensa lo ha nombrado no con este bonito nombre luso, sino con el italiano de Paolo) Jorge Dos Santos Futre nació en la portuguesa localidad de Montijo el día veintiocho de febrero de mil novecientos sesenta y seis. De la prolífica cantera del Sporting de Lisboa, donde llega a jugar en Primera División un ejercicio, pasa a disputar los tres siguientes con el Oporto, donde se consagra nacional e internacionalmente. Y de ahí al club rojiblanco, en las circunstancias antedichas.
  Desde el principio fue el “niño mimado” de Gil. La enorme inversión que tuvo que hacer con él provocó que, pese a su corta edad, madurase rápidamente y fuera el abanderado de los sucesivos proyectos del Presidente. Fue promovido y ensalzado hasta el súmmum. Pero, como muy bien sabe Peter Parker, todo gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y la contrapartida era que actuaba también como interlocutor entre Presidente y plantilla, y en tal función era el que primero tenía que lidiar con sus legendarias y monumentales broncas cuando las cosas se torcían.
  Debutó el día treinta de agosto de mil novecientos ochenta y siete, en la primera jornada de la Liga 87-88, en la pobre victoria por un gol a cero (López Ufarte de penalti) ante el Sabadell. Su primer gol liguero fue en la jornada siguiente, ante el Mallorca, empate a uno en el Luis Sitjar, en preciosa vaselina sobre el portero mallorquinista Ezaki; y su primer gol casero tuvo que esperar hasta el  dieciocho de octubre, jornada séptima, en la que se ganó al Murcia por un gol a cero, por él marcado en el primer minuto.
  Defendió los colores rojiblancos en una primera fase durante seis temporadas, desde la mentada 87-88 hasta la 92-93. Y ésta última no completa, porque tras el derbi liguero contra el Real Madrid, el dieciséis de enero de mil novecientos noventa y tres, jornada decimoctava, con empate  a uno (Sabas y Zamorano), su enésima bronca tanto con el entrenador Luis Aragonés como con el Presidente Jesús Gil, motivada por su bajo rendimiento en ese partido, hizo que, en una actitud al menos para mí caprichosa y poco solidaria con sus compañeros, forzara su salida en el mercado de invierno, al Benfica lisboeta, donde concluyó ese año. Luego inició un periplo por diferentes equipos europeos (Olimpique de Marsella, Reggiana, Milán, donde llegó a proclamarse campeón de la Liga italiana, sin jugar un partido eso sí, y West Ham), fuertemente perseguido por las lesiones, para retornar al redil atlético, cuando ya parecía semi-retirado, en la temporada 97-98, la tercera y última de la primera etapa de Radomir Antic al banquillo, post-doblete. Sumó diez partidos más, sin un solo gol. Pero como no contaba para la titularidad, hizo una nueva espantada, dejando de nuevo tirados a aquellos que habían confiado en él para su vuelta, para irse otra vez en el mercado de invierno a Japón, al Yokohama Flugels, donde se retiraría definitivamente.
  En total portó la camiseta rojiblanca en 173 encuentros ligueros, repartidos en sus siete campañas en 35, 28, 27, 26, 31, 16 y 10, anotando treinta y ocho goles (8, 5, 10, 3, 6, 6 y 0). Además, 25 partidos más de Copa del Rey, con 7 goles, y 15 de diferentes competiciones europeas, con otros 7 goles.
  Por supuesto alcanzó las mieles de la internacionalidad con la selección portuguesa, con la que obtuvo cuarenta y un entorchados. Precisamente defendiendo la camiseta roja del combinado luso fue cuando se dio a conocer al gran público, en el Mundial de México 86, donde participó en los tres partidos de su selección antes de que ésta fuera eliminada en la primera fase; los dos primeros, ante Inglaterra y Polonia, sustituyendo al ilustre veterano ex-sportinguista (de Gijón) Gomes y aportando un soplo de aire fresco y vitalidad a unos encuentros por lo demás bastante tostones y el tercero de titular en la debacle ante Marruecos.
  Estará fresco en la memoria de muchos, pero no está de más recordar las tremendas virtudes que hicieron de Futre uno de los mejores delanteros de su tiempo. Y sus principales virtudes, en mi opinión, eran las físicas. Partiendo de posiciones retrasadas, su potencia descomunal y su velocidad sideral dejaban tumbados a los rivales sobre el terreno de juego, en legendarios zigzags jaleados desde las gradas. No existía esférico al que no pudiera llegar. En este sentido, cabe recordar sus épicos duelos con el lateral derecho madridista Chendo, el cual se caracterizaba precisamente también por su velocidad. Pero nadie tenía la de Futre. Recuerdo frecuentes momentos en los que el astro portugués, con la nada pequeña preocupación añadida de conducir el balón, dejaba atrás en carrera, sacando más y más ventaja en cada zancada, al defensor del Real Madrid. Por primar precisamente esas características físicas ello motivaba que cuando no estaban perfectamente ajustadas y afinadas su rendimiento general disminuyese en demasía.
  Y además de ser un portento físico, también disponía de unas sobresalientes características técnicas. Su pierna izquierda era habilidosísima. No podía ser de otra manera. Sus regates maravillosos e inolvidables surgían de la conjunción de su potencia, velocidad y habilidad. Con ella además desplazaba el cuero tanto en corto como en largo con precisión y disparaba a puerta desde posiciones lejanas con tino y eficacia. No tanto como deseábamos los espectadores, dado que no era un consumado goleador. En ocasiones nos desesperábamos ante claras ocasiones marradas.
  Tampoco sobresalía especialmente en su juego aéreo. Su pierna derecha, sin ser nada desdeñable, era muy inferior a la zurda. Y además, la verdad sea dicha, era un poco teatrero (y me estoy quedando corto con el calificativo). Con todas estas deficiencias, muy grandes tuvieron que ser sus virtudes para convertirse en la leyenda en que se convirtió. También poseía un liderazgo y un carisma especiales, tanto sobre el terreno como en el vestuario.
  Futre luce en su palmarés rojiblanco dos títulos oficiales, las dos Copas del Rey de primeros de los noventa, temporadas 90-91 y 91-92, ambas maravillosamente ganadas en el feudo vecino del Santiago Bernabéu. La primera ante el Mallorca, ya tratada en una entrada anterior de este blog. Y la segunda ante los mismísimos dueños del estadio, que será abordada pormenorizadamente en otro prometido artículo.
 Tan sólo destacar aquí brevemente que este segundo galardón está grabado a fuego en el imaginario colectivo de toda la hinchada atlética, particularmente para aquellos treintañeros que la recuerdan como el gran primer logro que pudieron experimentar. Y además, porque supuso una dulce “vendetta” contra el rival madridista en general y contra su cancerbero, Buyo, en particular, después de los sangrantes hechos que tuvimos que vivir poco antes, el día tres de diciembre de 1988, jornada decimocuarta de la Liga 88-89, el día que durante mucho tiempo fue conocido entre los atléticos como 3D (sin especificar año, no hacía falta, todos sabíamos a que nos referíamos).
 Supongo que será del dominio público, pero para todos aquellos que no lo sepan o no lo recuerden, simplemente anotar que fue un partido memorable de nuestro equipo, borrando del terreno con juego preciso y eficaz a los adversarios, respondiendo Manolo a los catorce minutos al madrugador gol de Julio Llorente, para, fuera ya de tiempo, recibir el gol de la dolorosa derrota por parte de Martín Vázquez. Dolorosa porque, como en tantas y tantas ocasiones similares, anteriores y posteriores, nuestro juego fue muy superior al del rival, y el marcador final no respondió para nada a los méritos contraídos. En particular destacó la deplorable actitud de Buyo. Aplicando el Reglamento actual, hubiera sido expulsado cuatro o cinco veces. En una salida del área, mediada la segunda parte, le propinó a Manolo una entrada durísima que hubiera sido expulsión por falta del portero fuera del área, por cortar ataque peligroso siendo último rival y por su violencia. Quedó en simple amarilla.
 Pero es que además lo más recordado del partido tuvo lugar poco antes, con Futre de protagonista. Rápida escapada del luso por banda izquierda, dejando atrás (como siempre) a Chendo. Buyo lo intercepta violentamente fuera del área (lo que merecía igualmente expulsión). Se revuelca por el suelo, fingiendo ser él el agredido, y arrastrándose rastreramente para quedar justamente a los pies de Futre, y que éste, en un arrebato que nunca llegó a producirse, le replicara para, mediante nuevo fingimiento, provocar su expulsión. Futre no entró al trapo. Se apartó de él, dándole la espalda, que es lo que merecía. Orejuela pasó por allí para reprochar al guardameta madridista su provocadora actitud y éste, le asestó un puñetazo en el estómago (nuevo motivo de expulsión) para, acto seguido, volver a revolcarse por el terreno fingiendo agresión. El árbitro “picó” y expulsó a Orejuela. Afortunadamente tuvo todo tanta repercusión y descaro que el Comité de Competición sancionó a Buyo e “indultó” a Orejuela. Durante mucho tiempo los propios madridistas (salvo algún recalcitrante del “hizo lo que tenía que hacer”) recordaban avergonzados el encuentro por la bochornosa actitud de su portero. Pero el partido lo perdimos, con harto cabreo de la afición rojiblanca.
 Tras su retirada, ha vuelto a participar en el organigrama del Club en facetas técnicas o directivas. Pero, por muy bien que lo hubiera podido hacer, el recuerdo imborrable que nos deja es el de su melena al viento regateando rivales y dejándolos atrás por velocidad.          


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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