jueves, 15 de noviembre de 2012

LOCALES EN EL BERNABÉU



Plantilla de esa temporada
LOCALES EN EL BERNABÉU

 
  En el artículo de hoy vamos a escribir sobre un partido concreto. No es un partido más. Presenta una interesante particularidad que muchos seguidores jóvenes desconocerán. Es posible que ahora cuando la conozcan les llegue a parecer inverosímil. Pero ocurrió. Otros que sí vivieron esa circunstancia es muy posible que la hayan apartado a alguno de los rincones más alejados de su memoria, como un mal sueño, deseando que nunca jamás vuelva a repetirse. Pero otros simplemente nos acordamos de ello como algo que aconteció circunstancialmente y que no hay que abominar de ello. Está escrito en los renglones de la Historia y de necios sería negarlo o ignorarlo.
  Y la particularidad en cuestión no es otra sino que existió una vez un partido que nuestro glorioso equipo, el Club Atlético de Madrid, disputó como equipo local sobre las verdes praderas del estadio…¡Santiago Bernabéu!. Y estamos hablando de la época contemporánea. Hubo otras ocasiones anteriores en la historia. En primer lugar, al finalizar la Guerra Civil, primeros años 40 del siglo pasado, mientras se reconstruía nuestro recordado estadio Metropolitano, en tiempos del legendario Atlético Aviación, llegamos a disputar un par de temporadas en el viejo Chamartín, por entonces feudo del eterno rival (por consiguiente, los partidos tanto de ida como de vuelta se jugaban en dicho recinto. Por cierto, que casi siempre ganábamos nosotros; eran aquellos tiempos en que conquistábamos nuestro primeros trofeos ligueros, mientras que los blancos coqueteaban con el descenso).
  Al paso de unos pocos años, se tuvo que repetir experiencia, ya en el nuevo Chamartín, que al poco de construirse pasó a denominarse con el nombre de su entonces Presidente, Santiago Bernabéu, con motivo de los primeros partidos nocturnos de competiciones europeas (hacia finales de los años 50). Comoquiera que el Stadium (como se conocía popularmente a nuestro feudo) carecía de iluminación eléctrica, los vecinos madridistas nos cedieron generosamente su recinto para alguno de estos partidos. No muchos, porque enseguida se subsanó la deficiencia de nuestro estadio. De hecho, recuerdo haber visto viejos documentales con partidos europeos celebrados de noche en el Metropolitano.
  Pero, haciendo comparación con las épocas en las que tradicionalmente se divide la Historia, todo eso pertenece, si no a la Prehistoria, al menos a la Edad Media o Edad Moderna. Solo pueden dar de fe de ello en la actualidad o bien los más veteranos de los aficionados o bien los que, como yo, se pirran por la Historia deportiva (y más en concreto, la de nuestro Club rojiblanco). En la Edad Contemporánea el partido que hoy vamos a rememorar se trata de una excepción, de una rareza sin parangón.
  Por cierto, y antes de pasar a abordarlo, una precisión introductoria más: también existió correspondencia. Recuerdo haber presenciado en las gradas de nuestro Vicente Calderón un encuentro liguero entre el Real Madrid y el Rayo Vallecano, con Vicente del Bosque en el banquillo madridista, en papel de apagafuegos, y por ejemplo Hugo Sánchez (era una manera de volver a casa) sobre el terreno de juego. El motivo fue la clausura de su estadio por el Comité de Competición, por algún motivo del que no quiero acordarme. Paradójicamente, se les permitió disputar el partido sin tener que salir de la ciudad. Nosotros, en similares circunstancias, tuvimos que desplazarnos por la misma época a Cáceres.         
Aficionados acudiendo con mascarilla
  El partido que nosotros jugamos de equipo local en el estadio Santiago Bernabéu en tiempos recientes tuvo lugar el día uno de septiembre de mil novecientos noventa y seis. Era la primera jornada de la Liga 96-97. El rival, el Celta de Vigo. Y existía además otra circunstancia que engalanaba el encuentro, y que lo hacía especial para nuestros colores, lo que al mismo tiempo provocó una mayor frustración al no poder disputarlo sobre nuestro terreno de juego: era la primera vez que nuestro equipo se reencontraba con su afición en partido de Liga desde que se conquistara merecidamente el torneo liguero en la temporada anterior. No sólo eso, sino que incluso creo recordar que la entrega oficial del trofeo, como era costumbre entonces, tuvo lugar precisamente en ese encuentro. Y no sólo se obtuvo la Liga. También la Copa. Fue la temporada 95-96, la maravillosa y por tantos motivos inolvidable temporada del doblete.
  Y el motivo del “destierro” fue el cambio de césped de nuestro estadio. Después de muchos años de servicio, el paso del tiempo aconsejó cambiarlo, para obtener así una mejor calidad y aprovechamiento. Hoy en día cuando algún club de fútbol acomete la tarea de cambiar el pasto de su recinto se inclinan por abrumadora mayoría por el sistema de tepes. Se traen los mismos ya plantados y crecidos en otros lugares más propicios para ello mediante rectángulos de césped de dimensiones variables que luego se encajan a modo de puzzle. Pero en aquellos tiempos el sistema tradicional era el de plantarlo “in situ”. En los escasos meses que discurrían entre el fin de una temporada y el comienzo de la siguiente había que plantar el césped, que éste creciera, que se arraigara profundamente y que aguantara el paso de multitud de botas con tacos sobre él cada pocos días. Externamente estos céspedes tenían un aspecto inmejorable y atractivo. Pero en cuanto los futbolistas empezaban a deambular sobre él, aparecía enseguida la tierra que había que colocar como sustrato. El terreno se llenaba de agujeros y montones de arena, que hacían el juego imprevisible y, sobre todo, peligroso, con alto riesgo de lesiones.      
Lance del encuentro
  Precisamente ese mismo año el Barcelona había acometido la misma labor. Y por ese mismo motivo, el encuentro de ida de la Supercopa de España, entre el Campeón de Liga y el Subcampeón de Copa (porque los campeones éramos nosotros) celebrado en la Ciudad Condal el día veinticinco de agosto de mil novecientos noventa y seis, domingo, no tuvo lugar en el Nou Camp, sino en el Olímpico estadio de Montjuich. En la primera de las muchas exhibiciones que el Ronaldo azulgrana depararía en su único añito de barcelonista, caímos derrotados por cinco goles (dos de Ronaldo, Giovanni, Pizzi y De la Peña) a dos (Esnáider y Pantic de penalti).
  Y el partido de vuelta, que tendría lugar tres días después, el miércoles veintiocho de agosto, debería haberse jugado en el estadio Vicente Calderón. Pero el consabido problema del césped lo impidió. Dado que aún era mes de agosto y que no se preveía una afluencia masiva, se optó por disputarlo en el estadio de la Comunidad de Madrid, de inferior aforo, el popularmente conocido como “La Peineta” (por mor de poseer una sola de sus gradas levantadas). Proféticamente, porque como de todos es sabido en pocos años, obras mediante, será nuestro estadio (ignoro si cuando nos mudemos allí y se trate de un recinto cerrado por todos sus puntos seguirá conservando el mismo sobrenombre). Con el marcador del partido de ida parecería que no habría mucha emoción. Pero sí que la hubo. Una de las características de ese equipo rojiblanco era su fe indesmayable y su tremenda lucha sin descanso, que le permitieron empatar o incluso vencer partidos que parecían perdidos en sus últimos compases. Se venció por tres goles (López, Esnáider y Pantic) a uno (Stoichkov). Llegamos a ponernos dos a cero, es decir, a un solo gol de vencer en la eliminatoria.
  Pero la primera jornada de Liga se aproximaba. Cuatro días después. Y ante la imposibilidad tanto de que el verde del estadio titular estuviera en mínimas condiciones aceptables como de que el aforo de ese otro estadio sustituto cobijase a toda la muchachada rojiblanca que quería disfrutar de su equipo campeón, se decidió pedir el favor a nuestro eterno rival de que nos cediese el uso del Santiago Bernabéu, a lo que amablemente accedió.
Esnáider, autor del primer gol
  Nuestro alineación titular ese día fue: Molina; Geli, Santi, Solozábal, Toni; Caminero (Juan Carlos), Bejbl (Vizcaíno), Pantic, Simeone (Aguilera); Kiko y Esnáider. Es decir, la alineación tipo del equipo del doblete de la temporada anterior con dos únicas variaciones: en el medio centro el anterior titular Vizcaíno cedió su puesto al checo Bejbl, fichado ese verano tras una sobresaliente Eurocopa de Inglaterra 96 defendiendo los colores de la República Checa (si bien, tanto en ese mismo partido como en general en el resto de la temporada la titularidad fue más bien compartida entre ambos) y en el delantero centro la salida del búlgaro Penev (tanto por motivos de rendimiento como de “feeling” con el entrenador) fue cubierta por el argentino Esnáider, lo cual fue un capricho personal del mismo entrenador, Antic, que nos costó muy caro. Se empeñó en hacer triunfar con los colores rojiblancos a un jugador que había fracasado con los blancos del Real Madrid. Y con nosotros volvió a fracasar. No tenía calidad suficiente para jugar en un equipo de la categoría del Atlético de Madrid (y menos aún, de la de ese Atlético de Madrid). Y para más inri, su problemática y conflictiva personalidad no trajo sino un problema tras otro con adversarios, prensa, afición, compañeros y, finalmente, con el propio míster, que dejó de contar con él definitivamente en el tramo final de la temporada. También es de destacar la vuelta de un insigne atlético, Aguilera, de retorno tras su paso por el Tenerife, y que en esta segunda etapa ofreció un rendimiento incluso muy superior al de la primera (eso sí, se perdió los títulos en su palmarés).
  Por el Celta jugaron: Dutruel; Aguirrechu, Alejo, Del Solar, Pachi Salinas, Bergés; Merino, Eusebio (Javi González), Mazinho, Ratkovic (Geli); y Gudelj (Prieto). Pequeños comentarios a este equipo: Dutruel era un portero francés que ese día debutaba en la Liga española, y cuyas meritorias actuaciones le llevaron a fichar por el Barcelona; Bergés fue campeón olímpico en Barcelona 92 con Toni (Jiménez), López, Solozábal y Kiko, de hecho, fue el único de la alineación titular olímpica que luego no llegaría a ser internacional absoluto; Eusebio era el vallisoletano ex-atlético, que quemaba su innegable clase en sus últimas etapas, después de haber entregado sus mejores años al Barcelona; y Mazinho era el brasileño campeón del Mundo en Estados Unidos 94 padre de los actuales jugadores del mismo club Thiago y Rafinha.
  El resultado del encuentro fue victoria rojiblanca por dos goles a cero. Después de una primera parte en la que atacamos con más ganas que acierto, en la que fue expulsado Chemo del Solar y en la que Dutruel hizo unas brillantes intervenciones, se encaró la segunda parte. Nada más empezar la reanudación, primer minuto, Caminero se escapa brillantemente por la banda, en posición clásica de extremo derecho, pone un centro templado y Esnáider cabecea inapelablemente a la red. Poco después, minuto 49, magistral (como casi todos los suyos) gol de Kiko. Controla fuera del área con la izquierda y saca un disparo seco con la derecha que busca la escuadra de Dutruel, de forma sorpresiva. Sorprevisa tanto por la rapidez de la acción (pilló descolocado al cancerbero galo porque entre control y disparo apenas hubo margen de tiempo) como por su lejanía (Kiko nunca se caracterizó por ser excesivamente atinado con el disparo lejano). El resto del partido discurrió entre la contemporización atlética y la impotencia de un Celta con diez. Al menos sirvió para agasajar a Aguilera, uno de los nuestros que volvía a casa. 
  Tras los datos objetivos, unas pequeñas apreciaciones personales. En primer lugar, resultó en cierta forma doloroso comprobar como la afición madridista, mal que nos pese, es superior en número. La afluencia masiva (si bien creo que hubo algunos que se negaron en redondo a pisar el cemento rival), que hubiera llenado nuestro estadio, dejó grandes claros en las gradas. En segundo, y que me perdonen los que piensen que es un sacrilegio inadmisible, el por entonces tradicional gesto de veneración que le dispensábamos a Milinko Pantic, moviendo los brazos hacia arriba y hacia abajo, a modo de deidad, particularmente cuando se aproximaba al banderín de córner, me resultó particularmente espectacular y atractivo en ese graderío. Ignoro si sería su verticalidad, tamaño o cuantía, pero, en mi modesta opinión, resultaba un espectáculo sumamente vistoso. Y en tercer lugar, como último comentario destacado, recuerdo que hubo un pequeño conflicto precisamente con los banderines de córner. No habían sido cambiados y seguían siendo blancos con el escudo del propietario del terreno, y no como procedía, rojiblancos, dado que en ese partido, éramos el equipo local. Hubo ciertas protestas desde la grada de los aficionados, previas al partido. Sin embargo, no se llegaron a cambiar. En cuanto comenzó el juego, se olvidó el detalle.
Kiko, autor del segundo gol
  Pocos días después, el once de septiembre, para no perdernos la “reentré” en la máxima competición europea después de muchos años, se optó definitivamente por el sistema de tepes, traídos “ex profeso” desde Francia, renunciando a toda la inversión hecha anteriormente en el césped. Creo que desde entonces se empezó a implantar ese sistema de forma generalizada. Por cierto, el encuentro fue contra el equipo rumano del Steaua de Bucarest, y se venció por cuatro goles (dos de Esnáider y dos de Simeone) a cero.
  Y ese fue el día en el que jugamos de locales en el Bernabéu. Desde entonces no ha vuelto a repetirse tamaña circunstancia. Agradecemos el gesto de nuestro rival madridista, lo cortés no quita lo valiente, pero no nos encontramos cómodos allí (salvo que se trate, eso sí, de finales de Copa). En este sentido, baste con recordar algunos de los cánticos de nuestros aficionados ultras, que comparan ese estadio con ciertos habitáculos para estabular ganado, particularmente el referente a que hay un lema en su facción rival de los Ultras Sur, copiando todo lo que hace el Frente Atlético.

   

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario