jueves, 21 de febrero de 2013

PANTIC

PANTIC

  Una costumbre muy arraigada en los entrenadores, y que a mí me desagrada sobremanera, es la de plagar los clubes a los que arriban con jugadores de su “confianza”, preferentemente de su misma nacionalidad. Así, si se ficha a un técnico argentino, éste trae debajo del brazo a seis o siete jugadores de ese país. Si es holandés, a holandeses. Y ello no suele desembocar sino, por lo general, en sonoros fracasos. Así, recordando uno reciente que toca tangencialmente a nuestro club, el asturiano Marcelino, cuando fue fichado por el Zaragoza, impuso el fichaje del nigeriano Uche, al que conocía ya por su común paso por el Recreativo de Huelva, en lugar de preferir al que le sugerían, que no era otro que…¡Falcao!. En este sentido, nuestro técnico serbio, Radomir Antic, que tanta gloria nos ha proporcionado, no fue una excepción.
  En sus años de dirección técnica del club, promovió la contratación de una serie de jugadores de su exclusiva preferencia, muchos de ellos compatriotas, que no llegaron a forjar precisamente con la camisola rojiblanca una trayectoria de consideración. Así, fichó al rumano Prodan, más que nada para humillar y postergar a Solozábal (remisión a la entrada a éste dedicada), que jugó treinta y cuatro encuentros ligueros en dos temporadas (96-97 y 97-98), a razón de diecisiete por ejercicio; al serbio Tomic, que tras deambular por el filial sin demasiada dedicación, llegó a defender al primer equipo en tan sólo tres partidos de la 96-97; a otro serbio, Paunovic, que, sin llegar al estrellato pleno, sí que ofreció un rendimiento aceptable, participando en ochenta y seis partidos a lo largo de seis temporadas alternas, repletas de cesiones, desde la 96-97; al argentino Esnáider, caprichito personal al que quiso convertir en la estrella que nunca pudo llegar a ser, por su falta de cualidades, en la misma 96-97, y que tras una única y decepcionante temporada, con treinta y cinco encuentros, trufada además de conflictos personales, dejó el club; y a Pablo Alfaro, el para mí más incompresible de todos, al que conocía de su etapa de entrenador del Zaragoza, y al que contrató, a despecho de la opinión de la mayoría de la afición, para la que era persona “non grata” merced a los violentos y marrulleros marcajes a que sometió a Futre, también en la 96-97, de nuevo única en este caso, para jugar la escueta cifra de once partidos.
  Por todo ello, cuando en la pretemporada de la 95-96, la que terminaría siendo inolvidable del “doblete”, argumentó que no disponía en la plantilla de un enganche de garantías, y ordenó la contratación de un compatriota desconocido para la mayor parte de la afición, que jugaba en una Liga menor como la griega, y que a la sazón contaba con la ya avanzada edad de casi veintinueve años, muchos miramos la decisión con recelo y desconfianza. Pero todos los que recelamos y desconfiamos nos equivocamos por completo. La fe de Antic en él era tal que estaba incluso dispuesto a abonar el pago del fichaje de su propio bolsillo (o al menos eso decía). Desde el primer instante, ya en los restantes partidos de pretemporada, se pudo apreciar nítidamente su calidad técnica, su mando, su personalidad, su verticalidad y su insuperable toque de balón, que le servía para lanzar faltas, directas e indirectas, y córneres, con maestría suma. Además, siendo diestro, disponía de una zurda igual de diestra, valga el juego de palabras.
  Milinko “Sole” Pantic nació en Loznico (Serbia; en el año de su contratación todavía Yugoslavia, pese a la fragmentación que ya había sufrido el país) el día cinco de septiembre de mil novecientos sesenta y seis. Tras despuntar en uno de los principales equipos del país (con permiso del Estrella Roja), el Partizán de Belgrado, con el que jugó en Primera División seis campañas, desde la 85-86 hasta la 90-91, sin lograr en ningún momento la titularidad indiscutible, fue fichado por el equipo griego del Panionios, con el que disputó cuatro ejercicios más en la Primera División helena, hasta la 94-95. Llegado a continuación al Atlético de Madrid en las circunstancias antedichas, se inició su leyenda rojiblanca, donde engrosaría la plantilla durante tres gloriosas e inolvidables temporadas, desde la 95-96 hasta la 97-98. Todas ellas maravillosas pero, sin duda alguna, la más excelsa y superlativa fue la primera, seguramente tanto por el factor sorpresa de su llegada y rendimiento como por los títulos obtenidos.
  Hablando de factor sorpresa recuerdo cómo precisamente el presidente del Barcelona, José Luis Núñez, nuestro principal competidor en ese año, manifestó públicamente en varias ocasiones reproches hacia su dirección técnica, achacándoles el no haber sido ellos los que hubieran recabado en un jugador de un rendimiento tan extraordinario. Cuando dejó el Aleti, probó una nueva Liga, en esta ocasión la francesa, donde jugó una campaña más enrolado en las filas del Le Havre, para retornar en las dos siguientes, hasta su retirada, al Panionios griego.
  Repasemos en primer lugar los datos estadísticos objetivos. En sus tres temporadas atléticas disputó un total de ciento siete encuentros ligueros, repartidos en 41, 37 y 29, anotando respectivamente 10, 5 y 3 goles. Hay que añadir además catorce encuentros de Copa del Rey (9, 3 y 2), con once goles (7, 4 y 0), ocho de Champions League, en la 96-97, donde anotó cinco goles, siendo el máximo goleador de esa competición, y donde se llegó hasta cuartos de final, para caer eliminado por el Ajax de Ámsterdam, donde figuraban futuros jugadores atléticos como Dani o Musampa, ocho de la Copa de la U.E.F.A. de la 97-98, con cero goles, llegando esta vez a semifinales para ser apeados por la Lazio, y dos más de la Supercopa de España, contra el Barcelona, a principios de la 96-97, donde sucumbimos ante el potente Barcelona de Ronaldo, cayendo derrotados por cinco goles a dos en el estadio olímpico de Montjuich y no consiguiendo remontar al vencer por tres a uno en el estadio de la Comunidad de Madrid. En ambos encuentros, ida y vuelta, anotó Pantic un gol. Una vez más los números no mienten, y constatan claramente la opinión subjetiva generalizada de que su mejor rendimiento, traducido en partidos disputados y goles obtenidos, se consiguió en su primera temporada. En la segunda logró mantener igualmente un extraordinario nivel para disminuir algo en su tercera y última, merced sobre todo al fichaje del astro brasileño Juninho, que le relegó en varias ocasiones a la suplencia. No obstante, su casillero de encuentros en esa última campaña es igualmente elevado, debido sobre todo a que recuperó la titularidad indiscutible a partir del momento en el que Juninho tuvo que dejar de jugar “forzado” por la violenta entrada de Michel Salgado en Balaídos, que le lesionó gravísimamente no tan sólo para el resto del año sino también para el resto de su trayectoria. Juninho jamás consiguió volver a ser el que había sido con anterioridad.
  El palmarés rojiblanco de Pantic se traduce en los dos títulos de la imperecedera 95-96, Liga y Copa. En ambos tuvo una muy destacada participación. De hecho, en Liga el primer gol fue suyo, el día de su debut, en la primera jornada, el día tres de septiembre de mil novecientos noventa y cinco. Y cómo no, de falta directa. Aunque no tan limpia y estética como todas las demás que le siguieron. El balón se desvió en la barrera y además el cancerbero donostiarra, Alberto, estuvo a punto de poder blocar el esférico, escurriéndosele entre las manos. El gol, al final de la primera parte, igualaba el inicial en contra de Karpin. Luego, en la segunda, Penev, en dos ocasiones, y Simeone, lograron el definitivo 4 a 1 que presagiaba un año repleto de venturas.
  Pero fue en la Copa del Rey donde consiguió pasar a la inmortalidad en forma definitiva. En la competición copera de esa temporada destacan dos hitos decisivos. El primero, que mucha gente no recuerda pero que fue requisito “sine qua non” para alcanzar el segundo, aconteció en el partido de ida de la semifinal, contra el Valencia en Mestalla. Veintiuno de febrero de mil novecientos noventa y seis. Tras llegar al descanso con dos goles a cero, de Gálvez y Fernando, Pantic se echa el equipo a sus espaldas y tras una portentosa y prodigiosa exhibición, repleta de ataques furibundos e inmaculado movimiento del balón, se remonta en una segunda parte eufórica con…¡cinco goles!. Los dos primeros, mostrando el camino a seguir, de un heroico Pantic, el primero en una de sus proverbiales faltas. Y luego, Biagini, Juan Carlos y Roberto. Mijatovic, con un tercer y postrero gol, no pudo sino maquillar el resultado.
  Y la final frente al Barcelona, en el zaragozano estadio de La Romareda, con victoria por un gol a cero, sí que es recordada sin duda alguna por todo buen aficionado atlético. En una entrada anterior de este blog ya fue analizada pormenorizadamente, por lo que aquí tan sólo vamos a recordar que, en un encuentro repleto de tensión, su gol hizo llegar al éxtasis a toda la mitad del estadio rojiblanca. De todos es recordada la progresión por su banda del lateral derecho Geli, la rápida pared con Roberto, que le sirvió para progresar aún más, llegando a la línea de fondo y centrando de forma medida para que Pantic, entre dos torres como Nadal y Popescu, peinara ligeramente el balón en el primer palo, desviándolo al segundo de un sorprendido (por la brillantez y la rapidez de la acción) Busquets, cancerbero blaugrana. De todos los goles que Pantic anotó en su carrera, tan sólo unos pocos lo fueron con la testa. Pero el principal sí que lo fue. Y con ello, repetimos, entró en la inmortalidad. No sólo en forma figurada, sino también real. Tangible. Como la piedra. Como la piedra del busto que el Presidente Jesús Gil, ordenó que se le esculpiera en conmemoración de tan magno acontecimiento y que en la actualidad se ubica frente a las oficinas, en las entrañas del estadio Vicente Calderón.
  Existe otro gran hito en la trayectoria rojiblanca de Pantic relacionado con la Copa del Rey que muchos, aún tantos años después, recuerdan. Fue en la temporada siguiente, 96-97. Eliminatoria de cuartos de final frente al Barcelona. La ida, en Madrid el día veintiséis de febrero de mil novecientos noventa y siete, se salda con empate a dos goles. Por los de rayas rojas y blancas anotaron Caminero y Kiko. Por los barcelonistas, el hispano-argentino Pizzi en dos ocasiones. La primera, transformando un penalti en el que el árbitro picó, tras lanzarse Figo con su teatrería habitual a la piscina. Ese día el defensa central portugués Couto agredió impunemente a Simeone, clavándole violentamente con motivo de un salto sus tacos en el muslo y haciéndole sangrar. La vuelta, en la Ciudad Condal, el doce de marzo, tuvo un desarrollo inverosímil. Pantic había convertido tres goles al descanso, el tercero de ellos de penalti. La eliminatoria parecía definitivamente zanjada. Pero en una segunda parte desbocada, el brasileño Ronaldo, por aquel entonces sin discusión alguna el mejor jugador del Mundo, había recortado en dos ocasiones en apenas cinco minutos. Otro gol de Pantic, el cuarto, y se vuelve a abrir la brecha. Pero nuevo arreón azulgrana y tres goles seguidos de Figo, otra vez Ronaldo y Pizzi sentencian un partido inusitado. Cuando, contemplando por el televisor el partido anotaron el quinto y definitivo gol, recuerdo que la emprendí a golpes de frustración con los brazos del sillón en el que me encontraba sentado. Desde aquí, ahora le pido disculpas. Él no tenía culpa alguna. En fin, creo que en toda su historia no deben existir muchos jugadores visitantes que anoten cuatro goles en el Nou Camp. Pantic lo hizo, pero no sirvió sino para que la decepción subsiguiente fuera aún más apabullante.
  Con la selección de Yugoslavia apenas llegó a disputar dos encuentros. Y puede decirse que fue gracias al Atlético de Madrid, ya que no sería hasta su primera y exitosa campaña rojiblanca cuando el seleccionador yugoslavo se acordara de él. Debutó por consiguiente con un partido en la 95-96. A la siguiente, celebraría su segundo y último entorchado. Fue contra España y además, por unos escasos minutos. El día catorce de diciembre de mil novecientos noventa y seis, en Mestalla, que tan buenos recuerdos le traía. Partido de clasificación para el Mundial de Francia 98. Venció España por dos goles a cero, anotados por Guardiola de penalti y Raúl (el primero de los cuarenta y cuatro que conseguiría con la selección). Pantic entró desde el banquillo en el minuto 75 sustituyendo a Vidakovic, pero una malintencionada entrada del barcelonista Amor provocó que se lesionara y debiera ser reemplazado de nuevo por Nadj cinco minutos después.           
  Desde que Pantic abandonara al Aleti, muchos añoramos la perfección de las faltas y los saques de esquina que él botaba. Nunca se han vuelto a sacar como él lo hacía. En su primer año, Kiko que, pese a su elevada estatura, no se había caracterizado nunca antes ni después por la brillantez de su juego aéreo, anotó un buen puñado de goles de cabeza. El genio gaditano, con su habitual modestia, se restaba todo mérito, imputándoselo a su compañero, argumentando que, dada la calidad con la que le ponía los balones en su testa, él sólo tenía que empujarlas.
  Con motivo del artículo dedicado a Landáburu, proponía a los fieles lectores un divertimento: elegir de entre todos los sobresalientes lanzadores de faltas que en el Aleti han sido, al mejor de todos ellos. Proponía como candidatos a Luis, Landáburu, Schuster, Pantic y Simao. Ya anticipaba entonces, y reitero ahora, que, en mi modesta opinión, el serbio era el mejor de todos ellos en esa faceta del juego.
  Y su maestría en los lanzamientos de córneres trajo consigo otras dos consecuencias añadidas. La primera, que cada vez que se dirigía a la esquina para efectuar uno de sus magistrales lanzamientos, el público del estadio, particularmente los de ese sector, movían los brazos hacia arriba y hacia abajo, en forma de reverencia, salutación y de adoración al ídolo. Era un espectáculo sumamente llamativo, atractivo y emocionante. En el artículo titulado “Locales en el Bernabéu” ya apunté que en este recinto, en el que jugamos de prestado, era aún más vistoso y espectacular, dada la verticalidad de sus gradas. Confieso que en su momento creí que, una vez adquirida esa costumbre, con el paso de tiempo se repetiría con otros jugadores de calidad que desfilaran por nuestra plantilla en años sucesivos. Pero me equivoqué. Jamás se ha vuelto a adoptar ese gesto por la afición. Es muy posible que sea un sentido homenaje más al ídolo. Y la segunda, también en forma de espontáneo e improvisado homenaje, es el sempiterno ramo de rosas rojas y blancas que, desde que Pantic defendiera la elástica rojiblanca, una aficionada talaverana, Margarita, fan incondicional del serbio, en conmemoración de la brillantez perdida, deposita cada día de partido en el córner izquierdo del Fondo Sur del estadio. Ese es el motivo, por el que muchos jóvenes aficionados desconocedores del hecho sin duda se preguntarán, de la presencia del ya famoso ramo de flores en la esquina.     
 Tras ser jugador atlético, Pantic, como la mayoría, quedó inoculado por el virus rojiblanco. Recientemente ha seguido colaborando con el club, como jugador del equipo de fútbol indoor, director técnico de la Fundación Atlético de Madrid e incluso, en la temporada 11-12, entrenador del Atlético B. Pero pocos han alcanzado la inmortalidad como él. Existen un busto, una reverencia en forma de idolatría y un ramo de flores que así lo atestiguan.             


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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