jueves, 14 de febrero de 2013

MI (AUTÉNTICA) PRIMERA VEZ


Alineación de ese día

MI (AUTÉNTICA) PRIMERA VEZ

  La Historia en general, con mayúsculas, y descendiendo en trascendencia, la historia del Atlético de Madrid en particular, que estamos desgranando poco a poco en las páginas de este blog, al menos desde el punto de vista de lo que al autor le ha tocado vivir y experimentar, no se halla compuesta de compartimentos estancos. Al contrario, cualquier acción tiene su reacción y cada acontecimiento tiene sus causas y sus consecuencias. Y frecuentemente, si no constantemente, en toda ocasión que se quiere tratar un tema concreto, se tocan, ya sea directamente ya sea tangencialmente, otros con él relacionados. Viene todo este preámbulo a cuento por el hecho de que, como los fieles lectores de este blog ya habrán apreciado, cada vez que se profundiza en alguno de los artículos, indefectiblemente acaban apareciendo otros aspectos de él derivados, a los que o bien me remito (si son entradas ya publicadas) o bien a los que emplazo (si son relativos a otros pendientes de publicación). De hecho el asunto que hoy nos ocupa quedó anunciado expresamente en un artículo anterior. En efecto, fue el titulado “Mi primera vez”. En él analizaba detalladamente la profunda emoción que un adolescente pudo experimentar al acudir por primera vez a presenciar un partido del equipo de sus amores en su propio estadio. Era algo que, como la publicidad se ha encargado de recordarnos, no tiene precio. Pero también quedó allí reseñado que ni era el primer encuentro en que acudía al Vicente Calderón ni tampoco el primero que presenciaba sobre el terreno al Aleti, emplazando a los amables lectores a futuros artículos para ambos aspectos.
  El primero de ellos, el primer partido en el que acudí al estadio del Manzanares, fue revelado en otra entrada anterior, la que dediqué a mi tío Frutos. Tuvo lugar el día veintitrés de mayo de mil novecientos setenta y dos. Partido amistoso entre las selecciones de España y Uruguay, con victoria para “La Roja” (aunque por aquel entonces no se la conocía así) por dos goles a cero, anotados por Valdez y Gárate.
Lance del encuento: Aguilar entre Arteche y Marcelino
  Y el segundo anuncio, el relativo al primer partido que disfruté “en vivo y en directo” del Atlético de Madrid es el que vamos a tratar hoy. Fue un partido de Liga contra el Real Madrid en el estadio Santiago Bernabéu. Por aquel entonces era un preadolescente que residía en el norte de Madrid. Concretamente, en el barrio de Virgen de Begoña. Mis padres, que como todos los padres se preocupan quizá en exceso de sus hijos, no me permitían acceder a la intrincadísima red del Metro madrileño, por temor a lo que allí pudiera pasarme o lo que pudieran hacerme. Particularmente en horario nocturno. Es por ello que tan sólo me estaba permitido usar el transporte público en forma de autobús. El que nos llevaba de nuestro barrio a otros lugares que incluyera su ruta. Como, afortunadamente, uno de esos emplazamientos era la Plaza de Castilla, eso me facilitaba acceder al estadio madridista. Tras descender del autobús y un breve recorrido a pie Paseo de la Castellana abajo, allí que me planté, anhelante de ver por primera vez a mi equipo, aunque fuera en “territorio enemigo” (las circunstancias mandaban), el día anterior al encuentro, sábado, para poder obtener así sin apreturas de gente ni premuras de tiempo el deseado y precioso boleto de entrada en las correspondientes taquillas oficiales. Por cierto, que prueba de mi ingenuidad fue que permití ser abordado por un transeúnte que me preguntó que si quería entradas para el partido. Le contesté por supuesto que sí y me sacó de inmediato una fotografía del estadio, explicándome que las de esa zona (señalando) de las que, casualmente, él  disponía, eran muy buenas. Tardé un buen rato en darme cuenta de que estaba hablando con un reventa profesional.           
  El partido en cuestión era el correspondiente a la vigésimo-octava jornada del Campeonato de Liga 1978-79 y tuvo lugar el día veintidós de abril de mil novecientos setenta y nueve. Domingo. Cinco de la tarde. Horario tradicional del fútbol durante muchísimos años, hasta que llegaron las televisiones privadas a modificar absolutamente todo, horarios incluidos.
  El encuentro llegaba además caliente por una circunstancia reciente que no conviene olvidar. Esa misma temporada, el equipo madridista nos había eliminado de la Copa del Rey en tercera ronda, en dos disputadísimos enfrentamientos. El primero, la ida, en el Vicente Calderón el diez de enero de ese mismo año, empate a uno, con goles de Ayala y Pirri. El segundo, la vuelta, en el Santiago Bernabéu el veinticuatro de enero, empate a dos, goles anotados por Santillana y Pirri de inicio y luego igualados por los de Rubén Cano y Rubio (en un insólito gol, sin apenas ángulo, ya que el disparo fue desde la mismísima línea de fondo). Este segundo encuentro en particular ha pasado al imaginario colectivo rojiblanco como una de las mayores afrentas que hemos tenido que padecer por parte del eterno rival. Muchos jóvenes de esa generación nos vimos sumidos en rabia y frustración. Ante tamaña injusticia, muchas vocaciones atléticas se fortalecieron ese día.
Aguinaga
  Comoquiera que para las competiciones domésticas no existía por aquel entonces el desempate por valor doble de goles en campo contrario, que hubiera decretado el pase de ronda de nuestro equipo, hubo de disputarse prórroga y lanzamiento de penaltis, en donde nos vimos eliminados. El partido en sí fue como tantos otros en esa y en posteriores épocas. Nuestro equipo barrió al blanco del terreno de juego. Atacábamos una y otra vez. Pero nuestras ofensivas no llegaban a alcanzar el resultado buscado. Particularmente en el tiempo suplementario, donde les pasamos por encima merced a nuestra mayor preparación física. Por el contrario, a los madridistas no les era necesario jugar bien para marcar goles. Dos llegadas aisladas y dos tantos.
  Pero aparte de ello, lo más sangrante fue la controvertida actuación arbitral. El trencilla fue el ínclito Guruceta, que nos asoló. Recordemos (remisión al artículo de este blog dedicado a Gárate) que fue el único colegiado que expulsó a nuestro legendario delantero centro. Además de errores de apreciación que nos fueron minando, y de que los dos goles blancos llegaran haciendo falta o botando otra que no lo fue, lo más decisivo y trascendente se centra en tres jugadas. A saber: Primera. Un evidentísimo penalti de Benito a Rubén Cano apenas iniciado el choque, que el propio público local reconoció de inmediato enmudeciendo (a los que puedan visionar la jugada ahora por primera vez les parecerá increíble que no se decretara pena máxima). Segunda. Cerca ya del final de los noventa minutos, gol de Arteche anulado por inexistente fuera de juego. Tercera. Ya en la prórroga, otro gol anulado a Leivinha que aún nadie, después de tantos años, sabe por qué, si por falta, fuero de juego o por qué razón. Para más inri, este último tanto fue inicialmente concedido, para luego, ante las bruscas presiones de los jugadores madridistas, ser anulado.
  Por todo ello, muchos jóvenes atléticos acudíamos tres meses después al enfrentamiento liguero con ansias de revancha. El Real Madrid se estaba jugando la Liga mano a mano con el Sporting de Gijón de Morán, Quini y Ferrero. Al final, los asturianos cederían y los madridistas vencerían. Nosotros, ligeramente descolgados de los primeros puestos, peleábamos por conseguir la clasificación para la Copa de la U.E.F.A., lo que finalmente conseguiríamos, al concluir terceros.       
  Por consiguiente, el día y hora señalados, en una agradable tarde primaveral, con césped estupendo y lleno absoluto en las gradas, muchos atléticos, entre ellos yo, por auténtica primera vez, nos congregábamos en el feudo madridista para disfrutar con nuestro equipo. En mi caso, en localidad de “gallinero”, tercer anfiteatro lateral de pie.
Robi
  Los recuerdos que tengo del partido son similares a los narrados con anterioridad respecto de la eliminatoria copera. En este caso, obtenidos “in situ”, y no ya procedentes de la radio, televisión, prensa y comentarios de amigos que allí acudieron. Tras una primera parte de mejor tono blanco, en la segunda fuimos muy superiores. Pero, una vez más, el marcador no respondió a los méritos contraídos. Y eso que, sin llegar a los extremos de escándalo de Guruceta, el árbitro pertinente (un tal Jiménez Sánchez del que nada recuerdo) nos masacró a tarjetas, la mayoría de ellas inmerecidas. Amonestó con amarilla a Luiz Pereira, Arteche, Robi, Guzmán y Rubén Cano, amén de sacar roja directa, en una época en que las brusquedades sobre el terreno eran mucho más graves y frecuentes que ahora, y en la que prácticamente no existían expulsiones directas, a Bermejo. En el minuto 57, con muchos aún por jugar.
  Las alineaciones fueron las siguientes. Por parte del Atlético de Madrid, con Ferenc Szusza de entrenador: Aguinaga; Marcelino, Luiz Pereira, Arteche, Capón; Robi, Marcial (Bermejo, minuto 30), Guzmán; Leivinha, Rubén Cano y Rubio (Ayala, minuto 75).  Breves comentarios: Aguinaga fue un fichaje de urgencia, apenas tres jornadas antes, ante las lesiones de larga duración de los tres porteros de la plantilla, Navarro (el titular esa temporada), Reina (en su penúltimo año, en el apenas disputó cuatro partidos) y Corral (que nunca llegó a debutar con el primer equipo). Y nos ofreció muy buen rendimiento. Los cuatro zagueros y los cuatro delanteros mencionados ya han sido tratados o lo serán con posterioridad en el presente blog, ya sea en forma individual o colectiva. Tan sólo decir aquí y ahora que recuerdo cómo Ayala, que ya había perdido la titularidad en beneficio de un joven y pujante Rubio, se pasó toda la segunda parte, hasta que entró, calentando en la banda a un ritmo digamos benevolentemente que no demasiado elevado. Y en cuanto a los medios, Robi fue un barbudo centrocampista, más bregador que de clase, fichado del Salamanca en la 76-77 y que permanecería en el club durante cinco temporadas, en las que disputó noventa encuentros ligueros. Marcial, fichado del Barcelona en la 77-78, ya en la recta final de su carrera, era la calidad personificada. Tres temporadas y sesenta y tres partidos de Liga. En éste fue sustituido por lesión. Guzmán era todo lo contrario. Corredor infatigable, trotón indesmayable, pero exento de las más mínimas cualidades técnicas. Le llamó Kubala para la Selección, con la que disputó el Mundial de Argentina 78. Fichado del Rayo Vallecano en la 78-79, jugaría de rojiblanco dos temporadas, con cuarenta y nueve encuentros ligueros. Y finalmente Bermejo. “La joyita” Bermejo. Jugador ofensivo de una tremenda calidad. Eterna promesa. Nunca llegó a ser titular indiscutible, pero siempre participó en gran número de encuentros. Por esta época recuerdo que atravesaba por una forma excelente, anotando goles a troche y moche en los entrenamientos. Tuvo una valiosa oportunidad en este encuentro, pero fue expulsado, como ya hemos indicado, por una entrada de tantas.
  Por el Real Madrid, siendo Luis Molowny el técnico: García Remón; San José, Pirri, Benito, Isidro; Wolf (Roberto Martínez, miuto 85), Del Bosque, Stielike; Juanito, Santillana y Aguilar.
Bermejo
  El partido concluyó con empare a uno. Tras una primera parte en la que el equipo blanco fue ligeramente superior y en la que Santillana, en el minuto 28, a pase desde la banda derecha de Del Bosque nos colocó por toda la escuadra uno de sus proverbiales cabezazos, tras mantenerse con su prodigioso salto a casi dos metros de altura en paralelo al suelo (nobleza obliga, y es cierto que era un espectáculo inolvidable para todos aquellos que pudimos presenciarlos en directo los remates de cabeza de este delantero), en la reanudación nuestro equipo pasó a tomar el mando y a adueñarse del juego. Ocasión tras ocasión y sin éxito. Hasta que en el minuto 60, recién expulsado Bermejo, una racial escapada de Robi por la banda derecha concluyó con un medido centro al área donde Rubén Cano entra impetuosamente y, sin despegarse del suelo, conecta un potente cabezazo que alcanza las mallas. Dos jugadas muy similares en los goles. Pase desde la derecha de un mediocampista y remate de cabeza del delantero centro, cada uno respondiendo a sus propias características personales. Pese a la inferioridad numérica, en el resto del encuentro no tuvimos excesivos problemas en defensa. Al contrario, continuamos dominando.
  El partido concluyó. No conseguimos ganar, pero merecimos el triunfo. Dejamos vitola de gran escuadra. Y yo me volví a casa orgulloso de mi equipo y deseoso de poder verle en muchas más ocasiones. Sería el primero (en términos absolutos) de los muchísimos más encuentros (casi todos en el Calderón, pero también algunos en el Bernabéu y en otros estadios) de los que pude disfrutar durante largos años de fiel seguidor rojiblanco. Y todavía, con menos frecuencia de lo que desearía por razones de distancia (ahora sigo la casi totalidad por televisión) lo sigo haciendo. En las duras y en las maduras. Es la filosofía atlética.                             
            


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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