jueves, 21 de marzo de 2013

MANOLO




MANOLO

  Uno de los privilegiados a los que la grada le recordaba aún años después de abandonar al Aleti. Pero casi mejor, por el contexto, que así no hubiera sido. La razón, aparte por supuesto del imborrable poso que nos dejó a todos y que es el aspecto positivo con el que debemos quedarnos, es el cántico con el que era jaleado por el sector más juvenil de la afición y que en realidad no lo era a él solo. Llevaba un complemento, un añadido. Un rival. Con motivo del trofeo pichichi al máximo goleador liguero que Manolo consiguió en la temporada 91-92, anotando veintisiete goles, mantuvo un apasionante mano a mano con el madridista Hierro, que fue su más cercano rival. Esa temporada jugaba en una posición más adelantada de lo que solía hacerlo, casi de mediapunta, y concluyó con veintiún goles. La mentada grada juvenil parió la cancioncilla de marras que, dejando aparte su sección laudatoria hacia el jugador rojiblanco, incluía una mención bastante desafortunada en mi opinión no tan sólo hacia el rival blanco en sí sino también, lo que considero más grave, hacia un grupo de población en constante peligro de exclusión social. “Hierro ***, Manolo pichichi”. Se siguió cantando durante años, con evidente falta de buen gusto, más allá de la retirada de Manolo, cada vez que el madridista regresaba a jugar con su equipo al Calderón.
  Manuel Sánchez Delgado nació en Cáceres el día diecisiete de enero de mil novecientos sesenta y cinco. Destacó en equipos de su ciudad natal, particularmente, en época de juveniles, en el club Deportivo Diocesano. Más tarde en el principal combinado de la población, el Cacereño, donde debutó con apenas dieciséis años. De ahí al Sabadell, dos temporadas, y luego al Murcia, en Segunda División, temporada 85-86, donde consiguió el ascenso a Primera, manteniéndose allí las dos siguientes, dando a conocer al fútbol español su oportunismo, brega y lucha constante.
  Su calidad no pasó desapercibida y recaló en la plantilla rojiblanca en la campaña 88-89. Era la segunda temporada de Jesús Gil en la Presidencia. La primera no había ido como él había deseado y para la siguiente volvió a contratar a un gran número de novedades. La principal, el delantero centro brasileño Baltazar, procedente del Celta, el cual, tras una primera excelente temporada, disminuyó su rendimiento en las siguientes. También el centrocampista Orejuela y el defensa central Luis García, procedentes del Mallorca. El lateral Torrecilla, del Valladolid. Otro central, Sergio Marrero, de Las Palmas. El delantero centro Carlos, del Oviedo. El brasileño Donato, en circunstancias un tanto peculiares ya reveladas en su correspondiente artículo de este blog, al que remito para evitar repeticiones innecesarias. Y Manolo, quien fue en realidad entre todos ellos (con permiso de Donato) el que conseguiría labrar una trayectoria atlética más fructífera.
  En sus primeros años rojiblancos, su labor era más sacrificada. Era el punta que debía trabajar más, ayudando al centro del campo, en beneficio de las estrellas del equipo, Baltazar y Futre. Su lucha constante, capacidad de sacrificio y visión del juego hacían que los astros brillaran. Muchos pases al hueco a ellos dos culminaron en goles. En cualquier caso, también pudo lucir su oportunismo, colocación, duro disparo, tanto con la pierna derecha como con la izquierda, y su remate de cabeza, nada desdeñable pese a su no muy elevada estatura. En cuanto a su capacidad de disparo con ambas piernas es muy ilustrativo el partido de ida de la eliminatoria de octavos de final de la Recopa de la temporada 91-92 (sin duda alguna, su mejor año) contra el Manchester United, celebrado en el Vicente Calderón el día veintitrés de octubre de mil novecientos noventa y uno. Llegaba uno de los equipos más poderosos del continente y se le barrió del terreno de juego. Victoria por tres goles a cero, de Futre los dos primeros y el tercero, apoteosis total en el último minuto, de Manolo. Diestro como era, saca un duro disparo (como casi todos los suyos) desde el borde del área con su pierna izquierda. El cancerbero danés Schmeichel, por aquella época el mejor del mundo, lo detiene primorosamente. La violencia del disparo hace que vuelva con rapidez inusitada al delantero que arma de inmediato la misma pierna, la izquierda, para volver a rematar de nuevo desde el borde del área y, ahora sí, encontrar las redes. La vuelta, catorce días después en el mítico Old Trafford, con un jovencísimo Giggs enfrente, se saldó con empate a uno, igualando Schuster en la segunda parte con uno de sus magistrales lanzamientos de falta el madrugador y preocupante gol de galés Hughes. En la siguiente ronda nos apearía no obstante el Brujas belga, de forma inexplicable porque el Aleti fue netamente superior en toda la eliminatoria.      
  Con el paso de los años fue recabando galones en la plantilla y, tras la salida de Baltazar y el no muy afortunado paso del austriaco Rodax, terminó por convertirse en el jugador más adelantado del equipo. Era el que portaba la enorme responsabilidad de culminar toda la tarea ofensiva de sus compañeros. Pero todo ello sin desdeñar su personalidad. No esperaba arriba los balones en forma estática sino que, al contrario, se ofrecía de continuo, participaba desde abajo en la elaboración de las jugadas y contagiaba su laboriosidad y entusiasmo al resto de jugadores. No estaba, sino que llegaba. Se convirtió posiblemente en el primero, o en uno de los primeros, falsos “9” del fútbol español, veinte años antes de que tanto el Barcelona como la Selección española de Del Bosque adoptaran esa misma solución. Todo ello, sumado además al estado de gracia por el que pasan todos los jugadores en un determinado momento de su trayectoria y a la responsabilidad añadida de asumir los lanzamientos desde el punto de penalti, culminaron en el trofeo pichichi al que se ha hecho referencia con anterioridad, anotando la nada desdeñable cifra de veintisiete goles en la temporada 91-92. Su rendimiento, sobre todo desde el punto de vista goleador, no desde el del sacrificado trabajo en pro del equipo, disminuyó algo en los ejercicios siguientes, tanto en encuentros jugados como en capacidad goleadora, como se comprobará claramente acto seguido al examinar sus números y estadísticas.
  Manolo defendió la camiseta rojiblanca durante siete temporadas, desde la 88-89 hasta la 94-95. Dejó el club inmediatamente antes de que se obtuviera el inolvidable doblete. Disputó 219 encuentros ligueros (35, 34, 37, 36, 27, 25 y 25) anotando 76 goles (9, 12, 16, 27, 5, 4 y 3). Treinta y dos de Copa del Rey, con nueve tantos. Veinte de competiciones europeas (Copa de la U.E.F.A. y Recopa), con ocho aciertos. Y un encuentro oficial más, la vuelta de la Supercopa de España de la temporada 92-93, frente al Barcelona, con derrota por un gol, por él anotado, a dos, de Beguiristain y Stoichkov, que no hicieron sino agrandar la diferencia que ya, en la ida del Nou Camp, había sido de tres goles a uno.
  El palmarés rojiblanco de Manolo incluye, al igual que el de muchos compañeros de generación (por ejemplo, Futre, el más destacado de todos ellos) las dos Copas de Rey de los primeros años 90. La victoria por un gol a cero frente al Mallorca en la 90-91, con el recordado gol de Alfredo. Y por dos a cero en la siguiente, 91-92, frente al Real Madrid, con los más recordados aún si cabe goles de Schuster.y Futre. Ambos encuentros en nuestro estadio fetiche para ganar Copas, en el Santiago Bernabéu. Ya han aparecido repetidamente en este blog, incluso como entradas propias, al ser finales a las que pude asistir personalmente, así que a dichos artículos me remito ahora. Manolo disputó ambas como titular, participando en la primera los ciento veinte minutos (recuerdo que hubo prórroga) y en la segunda setenta y siete, siendo sustituido por el cordobés Toni. No consiguió tanto alguno en estos encuentros finales pero contribuyó en las rondas previas con dos goles en el primer año y con cuatro en el segundo.
  Manolo, por supuesto, fue internacional con la Selección española. Veintiocho veces. Hasta su aparición, durante años y años el internacional rojiblanco con mayor número de entorchados había sido nuestro legendario lateral derecho, Revilla, con veintiséis. Llegó a “La Roja” de manos del seleccionador Luis Suárez, con el que jugó los primeros veinte encuentros internacionales. Siguió contando para Miera en su único año de seleccionador, sumando siete más. Y el último fue ya con Clemente a los mandos del combinado nacional, el único que con él disputó.
  Debutó con la casaca roja el día dieciséis de noviembre de mil novecientos ochenta y ocho, en partido clasificatorio para el Mundial de Italia 90, celebrado en el Benito Villamarín de Sevilla. Se ganó a Eire por dos goles a cero, marcando él el primero y completando el marcador con el segundo Butragueño. Fue sustituido por el sevillista Ramón, con harto regocijo de un sector de la prensa que acudió prontamente al chiste fácil del “duo dinámico” para referirse a ambos delanteros, titular y sustituto, Manolo y Ramón. Se hizo de inmediato con la titularidad y durante muchos partidos la delantera de la Selección española recayó en los pies de Manolo y Butragueño, dos delanteros bajitos, móviles y hábiles. Su último encuentro, el vigésimo-octavo, único con Clemente, tuvo lugar también en partido de fase clasificatoria para un Mundial, en este caso el de Estados Unidos 94, en Belfast, contra la otra Irlanda, la del Norte, el día catorce de octubre de mil novecientos noventa y dos. Un triste empate a cero. Compartió delantera con Claudio y fue sustituido por Alfonso.
  Con el equipo de España anotó nueve goles. Acudió siendo titular a la cita del Mundial italiano, pero fue uno de los que pagó el pato de un primer partido decepcionante, empate a cero frente a Uruguay. El no tener el peso suficiente dentro del vestuario hizo que fuera uno de los sacrificados. En ese mismo primer partido fue sustituido por Rafa Paz para no volver a jugar un solo minuto en los tres encuentros más que allí se disputaron, cediendo la titularidad a Julio Salinas.
  Tras dejar al Atlético de Madrid, recaló en un conjunto de su tierra extremeña, el Mérida, por aquel entonces flamante equipo de Primera División. Pero no pudo llegar a defender su camiseta en partido oficial. Se lesionó muy gravemente en la pretemporada y esa misma grave lesión forzó su retirada definitiva.
  Con su sempiterno número 7 a la espalda, bien ganado por su constante titularidad, en una época en la que no existían dorsales fijos para toda la temporada y en la que los jugadores salían al terreno de juego con la numeración clásica, del 1 al 11, Manolo es recordado por muchos como un jugador sobresaliente, pese a no ser sobresaliente en ninguna de las facetas del juego, sino cumplir sobradamente (lo que no es poco) en todas ellas. Pero donde sí que no admite comparación alguna es en su entrega por sus colores, garra, coraje, lucha y pundonor. Cuando en años posteriores muchos echamos en falta esas cualidades en algunos futbolistas que defendieron la camiseta del Atlético de Madrid, teníamos que acordarnos inexcusablemente del tremendo ejemplo que durante tantos años nos ofreció el extremeño Manolo.                
                



JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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