jueves, 7 de marzo de 2013

TOMÁS

TOMÁS

  Al machacón soniquete de “Muy bien, Tomás, muy bien, Tomás” (por cierto, que es la misma musiquilla con la que en la actualidad se anima al turco Arda Turan), canción con lo que el dúo infantil Enrique y Ana torturó a los niños españoles de finales de la década de los setenta, y con la que era jaleado por el sector más animoso de la hinchada rojiblanca, fue amo y señor de la banda derecha (tras pasar en primer término por la izquierda) durante largos años, jugando partido tras partido para acabar convirtiéndose en el segundo jugador en toda la longeva historia atlética en número de encuentros oficiales disputados (tras Adelardo y por delante de Aguilera, tal y como ya quedó conveniente reseñado en la entrada a éste dedicada). Nadie podía escaparse de él. Tenía el cuerpo y musculatura del lateral perfecto. Su fuerza, velocidad, anticipación, dureza y contundencia (aunque, reconozcámoslo, en ocasiones, estas dos últimas cualidades llegaban a ser excesivas) hacían que no existiera extremo alguno capaz de sobrepasarle. Bajito, rápido de movimientos, con centro de gravedad bajo y poderosas y musculadas piernas, reaccionaba de inmediato cuando alguno osaba tan siquiera llegar a concebir tan peregrina pretensión. Era en suma un consumado defensor. Por el contrario, sus cualidades ofensivas no eran especialmente significativas. Salvo con sus poderosos saques de banda, que se convertían en una jugada ensayada de ataque más.
  Tomás Reñones Crego nació en Santiago de Compostela el día nueve de agosto de mil novecientos sesenta. Tras convertirse en destacado futbolista en los equipos de su ciudad natal, fue captado por los servicios técnicos del Atlético de Madrid. Pese a su ya casi avanzada edad por aquel entonces (veintidós años) para recalar en un equipo filial, su falta de rodaje en categorías superiores hizo que de entrada su primer año en el club (temporada 82-83) la disputase en el Atlético Madrileño, por esos años en Segunda División, donde pudo desplegar y perfeccionar sus innegables cualidades. Por consiguiente, no puede catalogarse como un jugador de cantera atlética al cien por cien, salvo que llamemos canterano a todo aquel jugador que haya jugado en algún equipo filial, con independencia de su procedencia anterior. A propósito, que no veo por qué no debería ser así. Al fin y al cabo, en mayor o menor medida, se está contribuyendo a completar su formación e incardinar las virtudes y valores de su nuevo club. Pero eso es otra historia.
  En cualquier caso, lo cierto e innegable es que ese primer año rojiblanco valió para que a los espectadores asiduos del equipo filial nos llamara poderosamente la atención la enorme valía de ese lateral bajito, peleón y corredor infatigable. Completó una temporada espectacular. Tampoco pasó desapercibida para los estamentos técnicos del club.
  Para la siguiente, 83-84, él y otro destacado del Madrileño, el delantero centro Víctor (remisión al artículo de este blog titulado “Jugadores del filial-uno”), fueron promocionados a la primera plantilla. Comoquiera que, pese a entrenar de continuo bajo las órdenes de nuestro legendario entrenador Luis Aragonés, éste no le encontraba de momento acomodo en el equipo, continuó jugando una temporada más con el Atlético Madrileño. En esta segunda coincidió en la plantilla con otro jugador de nombre de guerra Tomás. El centrocampista y circunstancialmente defensa central Tomás González Rivera, que luego haría importante carrera en equipos de Primera División como el Oviedo y el Valencia, siendo su principal cualidad el poderoso golpeo de balón que le llevaría a conseguir un elevado número de goles desde el centro del campo (remisión ahora a otra entrada de este blog, la titulada “En Nochevieja”). Desconozco de quién sería la “brillante” idea, pero para diferenciar en las alineaciones a ambos “Tomases”, se les añadió a su nombre futbolístico los numerales romanos I (a Tomás Reñones, por ser el más veterano en el equipo) y II (a Tomás González, por lo contrario). Esta forma de citar a los jugadores ha sido tradicional en el fútbol español (Gonzalvo I, II y hasta III; Lesmes I y II; Claramunt I y II; Rojo I y II, Mejías I y II…), pero referida siempre a hermanos y, por consiguiente, al apellido. Fue la primera vez, y creo que continúa siendo la única. que se usara para designar a dos jugadores sin parentesco alguno, refiriéndose además al nombre de pila. Recuerdo haber leído entrevistas a nuestro personaje de hoy en las que, recordando el pasaje, explicaba que les preguntaban por la calle si eran hermanos (¿dos hermanos con el mismo nombre?).
  Pero esa temporada fue decisiva en su trayectoria. No la culminó jugando en el filial, sino en el primer equipo. Y convenció tanto al míster que desde entonces ya prácticamente jamás se apeó de la alineación titular. Fue en la desaparecida Copa de la Liga. Los más jóvenes desconocerán esta competición, porque tuvo una vida efímera, importada desde el fútbol inglés. Apenas cuatro temporadas, desde la 82-83 hasta la 85-86. Consistía en una competición que se disputaba una vez concluida la Liga por sistema de eliminación pero, a diferencia de la Copa del Rey, única y exclusivamente entre los equipos que ese año militaban en una misma categoría concreta. Así, existía la Copa de la Liga de Primera División, la de Segunda, la de Segunda B y hasta la de Tercera División. Paréntesis: nuestro primer equipo no ganó ninguna. Disputó la final contra el Valladolid en la segunda edición, la de 83-84, empatando en primer lugar en casa a cero (la final era a doble partido) y cayendo derrotados en la ciudad pucelana por tres goles a cero. Curiosamente, sí que el Atlético Madrileño conquistó la de la primera edición, 82-83, frente al Deportivo de la Coruña, al vencer en casa por tres a uno y perder en Riazor tan sólo por un gol a cero. Remisión de nuevo al mismo artículo “Jugadores del filial-uno”, en el que se trató a Juanín, el capitán que levantó la Copa. Dos años después, se alcanzaría de nuevo la final, para caer ante el Oviedo. Fin del paréntesis.
  Por consiguiente, en esa inicial temporada con el primer equipo, 83-84, Tomás se había limitado a jugar tres encuentros de Copa del Rey de primeras rondas, contra Tarancón y Portmany. Hasta el mes de mayo. Entre mayo y junio jugó como titular y completos los ocho encuentros de la Copa de la Liga, las idas y vueltas contra el Athletic de Bilbao (octavos de final), Español (cuartos de final), Barcelona (semifinal) y Valladolid (final). Todos como lateral izquierdo, dado que el derecho era propiedad del alemán de origen checo Votava (remisión a su correspondiente entrada), salvo curiosamente el primero de todos ellos, en que lo hizo por la derecha, siendo Clemente el lateral izquierdo.            
  Su debut liguero, una vez obtenida en forma indubitada la titularidad, tuvo lugar por consiguiente en la primera jornada de la temporada siguiente, 84-85, el uno de septiembre de mil novecientos ochenta y cuatro. Empate a cero en el viejo Sarriá, frente al Español. El último partido, en la cuadragésimo-segunda y definitiva jornada de la Liga 95-96, año del glorioso doblete, veinticinco de mayo de mil novecientos noventa y seis, día del alirón ante el Albacete, con los inolvidables goles de Simeone y Kiko, cuando suplió a falta de diez minutos al lateral derecho que en ese ejercicio le había arrebatado la titularidad, Geli, a petición de la grada y a modo de postrero homenaje. Entremedias, un porrón de encuentros. Computada la inicial, a lo largo por tanto de trece temporadas. Trescientos sesenta y siete de Liga. Su análisis campaña a campaña denota su tremenda regularidad, otra de sus principales virtudes: 0, 32, 32, 41 (año del play-off), 37, 37, 31, 33, 32, 26, 25, 29 y 12. Es decir, con un ligero descenso en sus últimas cuatro temporadas, más acusado en la última, jugaba prácticamente todo. Sesenta y cuatro de Copa del Rey. La mitad exacta, treinta y dos, de diferentes competiciones europeas (Copa de la U.E.F.A. y Recopa; nunca llegó a jugar Copa de Europa, como era conocida en su época). Dieciséis de Copa de la Liga. Y, finalmente, cuatro de la Supercopa de España (todos frente al Barcelona). Un total de 483 encuentros oficiales, frente a los 531 (399 ligueros según unas fuentes, 384 según otras y 401 según otras) de Adelardo, que le conceden la medalla de plata en el hipotético podio de la historia rojiblanca.
  Y en todos esos partidos tan sólo marcó tres goles. Dos ligueros, ya apuntados en la entrada titulada “Con nueve basta” y otro copero. Como son tan escasos, hagamos un breve repaso. El primero aconteció el día ocho de enero de mil novecientos ochenta y nueve, jornada decimo-séptima de la Liga 88-89. Empate a uno frente al Murcia en La Condomina. Tomás abrió el marcador con un lejanísimo e inverosímil zurdazo desde la posición de lateral derecho, que entró como una exhalación por la escuadra del cancerbero Amador. Igualó más tarde el gaditano Mejías II (¿recuerdan lo de los numerales romanos?). El siguiente, en Copa. Misma temporada. Veintidós de febrero de mil novecientos ochenta y nueve. Vuelta de los octavos de final, en casa frente al Español. Tres a cero. El suyo fue la guinda final, tras los dos primeros de Manolo y Marina. Se pasó ronda, dado que en la ida se había empatado a cero. Y el tercero y último, el día dos de diciembre de mil novecientos noventa. Jornada decimotercera de la Liga 90-91. Como ya se analizó pormenorizadamente  en la citada entrada, un partidazo inolvidable, en el que nos expulsaron a Futre y a Juan Carlos. Aún así, se goleó al Zaragoza por cuatro a cero. Rodax de penalti, Manolo en dos ocasiones y el de Tomás, el tres a cero, entremedias de los dos del extremeño. Recordemos que los tres últimos fueron facilitados por un estelar Sabas (sin duda alguna, su mejor partido de rojiblanco). En esta ocasión, pase desde la derecha, tras sortear a diversos adversarios y Tomás, que se había colocado de lateral izquierdo ante la tarjeta roja a Juan Carlos, dejando el derecho a Pizo Gómez, llega en veloz carrera desde atrás para empujar con su pierna diestra a escasos centímetros de la línea de gol. La trascendencia y la rareza del gol hicieron que lo celebrara en forma próxima al paroxismo.
  Su palmarés roiblanco incluye seis títulos oficiales. La Liga 95-96, año del doblete y de su despedida, en la que, como hemos visto, participó en doce partidos. La Supercopa de la 85-86, en la que se venció al Barcelona en el Calderón por tres goles (Cabrera, Ruiz y Da Silva) a uno (Clos), el nueve de octubre, para luego, en la vuelta del Nou Camp, caer derrotados por un solitario gol de Alesanco, el treinta del mismo mes. En ambos encuentros disputó los noventa minutos. Y cuatro Copas del Rey. Las de las temporadas 84-85 (dos a uno frente al Athletic de Bilbao), 90-91 (uno a cero frente al Mallorca), 91-92 (dos a cero frente al Real Madrid) y 95-96 (uno a cero frente al Barcelona). De nuevo es el atlético con más Copas ganadas, por debajo una vez más tan sólo de Adelardo, que tiene cinco. En la primera, tras haber sido titular en todas las eliminatorias anteriores, no pudo jugar la final por sanción, haciéndolo Clemente en su lugar. En la última, tampoco disputó la final, al tener ya la condición de suplente. Sí disputó cinco encuentros de las rondas previas. El último, la ida de los octavos de final frente al Betis. Y en la segunda y en la tercera, sí que disputó íntegramente todos los minutos de las finales, ocupando en ambos casos el lateral derecho de líneas defensivas compuestas por cinco miembros.  
  Por lo que concierne a la selección española, defendió la casaca roja en diecinueve ocasiones, todas ellas con Miguel Muñoz de seleccionador, excepto la última, en que lo fue ya con Luis Suárez. Participó en las fases finales del Mundial de México 86 y de la Eurocopa de Alemania 88. En el primero, jugó los cinco encuentros que allí celebró España como titular y casi íntegramente (tan sólo fue sustituido en el último, de cuartos de final, ante Bélgica, por Señor cerca del final). En la segunda, fue de nuevo titular en los tres encuentros de España, en este caso sin sustituciones. Debutó el día veinte de noviembre de mil novecientos ochenta y cinco. Amistoso frente a Austria en La Romareda de Zaragoza. Empate a cero. Primero de los amistosos para conjuntar el equipo, una vez conseguida la clasificación para el Mundial del 86. Ese mismo día debutaron también Míchel, Setién (otro ilustre atlético) y Eloy. Todos ellos acudirían a la cita mexicana. Su decimonoveno y último encuentro internacional tuvo lugar el día trece de diciembre de mil novecientos ochenta y nueve. Llevaba más de un año, desde la Eurocopa del 88, sin acudir a la selección. Había perdido la titularidad en beneficio de Chendo y de Quique Flores, que se turnaban en el puesto de lateral derecho. De hecho, en este último encuentro, otro amistoso ante Suiza en Tenerife, jugaría de lateral izquierdo, sustituyendo al sevillista Jiménez. Se venció por dos goles, de Michel de penalti y Felipe, que debutaba precisamente ese mismo día, junto a Luis Manuel y Moya (otro ilustre atlético más), a uno, de Knup.
  En suma, contemplando con la distancia que proporciona el paso del tiempo toda la trayectoria de Tomás Reñones en el club Atlético de Madrid, sólo se me ocurre una expresión que, parafraseando al ilustre e insigne poeta, pueda sintetizarla adecuadamente: ¡Muy bien, Tomás!.    
          

JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario