jueves, 18 de abril de 2013

CAMINERO

CAMINERO


  Hay jugadores que pasan a la inmortalidad de un determinado club por acciones determinantes para el marcador final, como una parada imposible, un gol trascendente o un corte milagroso. Centrándonos en nuestro club, todos estaremos de acuerdo por ejemplo con que Milinko Pantic, además de sus connaturales capacidades, será siempre recordado por su gol de cabeza en la final de Copa de 1996 contra el Barcelona. Caminero ha pasado a la inmortalidad atlética por un regate. Simple y llanamente. El que, pegado a la cal de la banda izquierda, le hizo a un extraordinario defensa como era el barcelonista Miguel Ángel Nadal en el mismísimo Nou Camp, el día veinte de abril de mil novecientos noventa y seis, en la 37ª jornada de la Liga 95-96, la que concluiría con el glorioso e inolvidable doblete rojiblanco (¿había utilizado alguna vez en anteriores artículos tales adjetivos para calificar a tamaño acontecimiento?). Para dicha conquista fue crucial la victoria por un gol a tres en este encuentro. Y a su vez para dicha victoria fue decisivo el regate de Caminero, que concluyó en el primer gol del partido, obra de Roberto. Más tarde empató Jordi Cruyff y ya en la segunda parte decidieron Vizcaíno y Biagini.
  Cierto es que el regate de marras probablemente haya entrado en la categoría de legendario merced a que la jugada culminó en gol. De otra manera, es posible que hubiera caído en el olvido de muchos. También contribuye a su “santificación” el hecho de que haya escalado las cotas del Séptimo Arte, dado que, tal y como ya reseñé en el artículo denominado “Una de cine”, fue incluido en la película de Almodóvar “Carne trémula”. En cualquier caso, me incluyo entre los muchos fieles seguidores atléticos para los que es realmente inolvidable e imperecedero el amago, sin tocar el esférico, hacia el interior, que provoca la reacción de Nadal, cómo el rojiblanco cambia bruscamente de dirección, lo que causa la caída desequilibrada del blaugrana, dejando el exterior libre para escaparse en dirección hacia la portería, burlando incluso al árbitro Prados García, que por allí se encontraba molestando, y culminar con el decisivo pase de la muerte para que Roberto batiera a Busquets (Carlos, no Sergio, que ese llegaría años después). Todo bellísimo. Yo lo tengo grabado en mi videoteca particular, pero cualquier otro interesado puede encontrarlo fácilmente en la red de redes.

  José Luis Pérez Caminero nació en Madrid el 8 de noviembre de 1967. Criado en el “más allá” de Leganés, fue subiendo paulatinamente escalones en los diferentes equipos de cantera del Real Madrid, donde participaba en posiciones ofensivas. Llegó como cúspide de su progresión madridista al Castilla. Nunca llegó a jugar con el primer equipo (ellos se lo perdieron). Debutó en Primera División en la temporada 1989-90, defendiendo la blanquivioleta camiseta del Valladolid. Allí permaneció en esta primera etapa durante cuatro campañas, la última en la Segunda División, pero consiguiendo de inmediato el ascenso a la categoría reina perdida en la anterior. En el equipo pucelano fue retrasando su posición en el terreno de juego, llegando su consagración como mediocentro defensivo y defensa central. Recuerdo un encuentro de competición europea en el que estuvo sublime en este último puesto, despejando esférico tras esférico, merced sobre todo a su sobresaliente juego aéreo.
  Es fichado por el Atlético de Madrid para la temporada 93-94. Similitudes con el genio gaditano Kiko, que arriba ese mismo ejercicio. En ambos casos su mejor rendimiento se alcanzaría dos años después, campaña 95-96, la del maravilloso, glorioso e inolvidable (no me canso de calificarlo así) doblete. La diferencia estriba en que la adaptación de Caminero es más rápida que la de Kiko y ya en sus dos primeras temporadas demuestra su magnífico nivel. De hecho, el mejor partido que recuerdo haberle visto jugar jamás a Caminero no tuvo lugar con ocasión de título alguno, sino en el trance amargo de luchar por la permanencia. En las dos Ligas anteriores al doblete, 93-94 y 94-95, el equipo estuvo pugnando por la salvación hasta las últimas jornadas. En algún momento se vio el panorama muy negro. Los jugadores exprimieron entonces su máximo potencial y se consiguió evitar tamaño desastre (que, como de todos es desgraciadamente sabido, se materializaría pocos años después).
  En uno de esos partidos al límite, jornada 37ª y penúltima de la Liga 94-95, frente al Zaragoza, Caminero estuvo excelso. Se veía que cogía el balón y hacía con él lo que quería. Templaba, mandaba, se escapaba, regateaba, daba pausa al juego cuando era necesario, se veía perseguido por un rival tras otro sin que osaran siquiera arrebatarle el cuero. El partido se ganó al final, tras no poco sufrimiento, por dos goles a cero. El primero, de penalti cometido sobre nuestro protagonista de hoy y convertido por Geli, mediada la primera parte y el segundo, de Manolo, que había sustituido a un inoperante (como casi siempre) Tren Valencia, a dos minutos de la finalización. Sería su último gol como rojiblanco, ya que abandonó la plantilla al concluir esa temporada. A un minuto del final, el entrenador, Carlos Aguiar, reemplazó a Caminero por Paulino, con el fin de que recibiera una de las ovaciones más sincera y agradecida que he podido constatar jamás en el Calderón. En la última jornada, un empate a dos en el Sánchez Pizjuán contra el Sevilla (¿con “biscotto” incluido?) rubricó la permanencia.

  Cuando llegó a la plantilla rojiblanca, Caminero modificó su posición sobre el terreno de juego. En un año convulso para el banquillo, por el que desfilaron Jair Pereira, Heredia, Emilio Cruz, Ovejero, Romero y D´Alessandro, todos ellos contaron con el madrileño para posiciones ofensivas. Desde el principio comenzó a jugar y a rendir satisfactoriamente bien como segundo punta, bien como centrocampista ofensivo, o bien por la banda, tanto derecha como izquierda, pero siempre con más vocación atacante que defensora. Dejando para ocasiones especiales, por necesidades del equipo, sus antiguas posiciones vallisoletanas. Por ese motivo, resulta incongruente que Jesús Gil vendiera el fichaje como el relevo natural y perfecto del hispano-brasileño Donato, traspasado en ese mismo ejercicio al Deportivo de la Coruña, para evitar así protestas del público por dejar salir a uno de los principales activos de la plantilla, que efectivamente jugaba en los mismos puestos de mediocentro defensivo o defensa central. Como si fueran ambos incompatibles. Y no lo eran en absoluto.
  Toda la etapa rojiblanca de Caminero se traduce en un jugador sumamente comprometido con los compañeros, con el espectáculo y con la afición. Su tremendo corpachón parecía incapaz de destilar tanta habilidad con el balón en los pies. Su aportación al equipo fue siempre mayúscula, colaborando tanto en la creación del juego, como buen centrocampista que era, como en la culminación, llegando por sorpresa y desde atrás a rematar con precisión y elevado acierto, tanto con el pie como con la cabeza, los servicios de sus compañeros. Todo ello con el aditamento de su rendimiento defensivo que, sin embargo y según algunos, no era muy destacado (típico e injusto sambenito que muchos jugadores de calidad deben arrastrar de forma inmerecida). Al contrario, defendía y luchaba como el que más. No en vano por ello su cántico entre la afición era, mezclando un típico dicho madrileño con la melodía del “Soy minero” de Antonio Molina, “Caminero, más cojones que el caballo de Espartero”.

  Caminero permaneció a orillas del Manzanares cinco temporadas, hasta la 97-98, cuando el entrenador Arrigo Sacchi, ya fichado para la siguiente, manifestó públicamente que no contaba con él. Regresó al Valladolid, donde todavía disputaría a gran nivel seis más, hasta la 03-04, todas en Primera División. Defendió la zamarra rojiblanca un total de 186 partidos, repartidos en 149 ligueros (desglosados a su vez en 26, 31, 37, 30 y 25), 22 de Copa del Rey (1, 5, 10, 4 y 2) y 15 de Competiciones europeas (11 de Copa de la U.E.F.A., 3 en la 93-94 y 8 en la 97-98, y 4 de Champions League, en la 96-97). Sus goles totales anotados son 48, 40 de ellos de Liga (6, 9, 9, 14 y 2), 5 de Copa (2 tanto en la 93-94 como en la 94-95 y 1 en la 96-97) y 3 más en la Copa de la U.E.F.A. 97-98 (última de sus temporadas en la que, curiosamente, anotó más goles en esta competición, con  muchos menos encuentros disputados, que en la Liga). Todo ello salvo error u omisión y sin perjuicio de que otras fuentes consultadas contradigan estos datos (de hecho alguna lo hace, pero no quiero abrir aquí una guerra de cifras).
  De entre todos estos goles anotados, probablemente el que esté más grabado en la memoria del colectivo atlético es, curiosamente, el primero de ellos, el marcado el día treinta de octubre de mil novecientos noventa y tres, en la novena jornada de la Liga 93-94. Culminaba la recordada remontada frente al Barcelona de Johann Cruyff, el “Dream Team”, más “Dream Team” que nunca. Tras llegar al descanso con derrota por tres goles a cero, todos ellos del astro brasileño Romario, en la segunda parte los dos goles del polaco Kosecki, el de Pedro y el postrero de Caminero, en larga galopada desde la defensa a un minuto del final, motivaron el resultado final de cuatro a tres, la locura colectiva y orgiástica en el estadio Vicente Calderón y un hito para la Historia.
  Su palmarés atlético queda reducido, como otros muchos compañeros de generación (Molina, Kiko, Geli, Santi, Penev, Simeone o Pantic) a dos títulos oficiales: la Liga 95-96 y la Copa del Rey del mismo ejercicio. Ese fue el maravilloso e inolvidable añito del doblete (¿lo había mencionado antes en alguna ocasión?). En la final de Zaragoza del día diez de abril de mil novecientos noventa y seis, con entrada propia anterior en este blog, partió como titular y disputó íntegros los ciento veinte minutos, prórroga incluida. Gran número de seguidores atléticos aún recuerdan, al cabo de tantos años, como en un final de intensísima emoción, prolongó la angustia en un malogrado mano a mano frente a Busquets, que parecía sencillo y que hubiera sentenciado la final, ya en los últimos instantes y con el que sería resultado definitivo de uno a cero ondeando en el marcador, con el celebérrimo gol de cabeza de Pantic. Muchos de los que allí estuvimos casi saltamos al terreno de juego a estrangularle en vivo y en directo.
  Con la selección española disputó veintiún encuentros, todos ellos con Clemente de seleccionador y todos ellos mientras defendía la camiseta rojiblanca del Atlético de Madrid. Debutó el día ocho de septiembre de mil novecientos noventa y tres (es decir, recién estrenado con su nuevo club), en partido amistoso contra Chile, celebrado en el estadio Rico Pérez de Alicante, en el que se venció por dos goles a cero, ambos de Julen Guerrero, uno de ellos de penalti. Sustituyó en la posición de mediocentro a Guardiola. Su convincente actuación motivó que el seleccionador contara desde entonces en adelante con su participación. No ya como suplente, sino como titular en la mayoría de los partidos.

 Su primer gol, de los ocho que anotaría como internacional, llegaría poco después. El trece de octubre de mil novecientos noventa y tres, en partido clasificatorio (y decisivo; o se ganaba o no había nada que hacer. Todavía quedaba además otro más decisivo aún, el definitivo, el mes siguiente frente a Dinamarca) para el Mundial de Estados Unidos 94 frente a Irlanda en el legendario estadio dublinés de Landsdowne Road. Victoria española por tres goles a uno. El primero, de Caminero, con una violentísima volea. Los dos siguientes, de Julio Salinas, “a su estilo”. Todo ello antes de la primera media hora, dejando el encuentro ya sentenciado. El irlandés Sheridan descontó en la segunda parte. Este partido se recuerda como inconmensurable de Nadal, el que casi tres años después sería víctima del mítico regate con el que hemos abierto este artículo. Cortaba todo lo cortable, con el pie o sobre todo con la cabeza (los irlandeses abusaron de su tradicional juego aéreo) para luego salir además con el balón jugado con una majestuosidad nunca vista hasta entonces (ni después) en este jugador, dejando tirados a sus rivales incapaces de arrebatarle la pelota.
  Participó en las fases finales del reseñado Mundial de Estados Unidos 94, donde jugó en cuatro de los cinco partidos allí celebrados, contra Corea del Sur, Alemania, Bolivia (marcando dos goles) e Italia (anotando un gol más, antes de que Julio Salinas marrara una clarísima ocasión solo ante el portero y que Tassotti le arreglara la nariz a Luis Enrique), y de la Eurocopa de Inglaterra 96, donde colaboró en tres de los cuatro, contra Bulgaria, Francia (marcó el gol español) e Inglaterra, que nos eliminó en cuartos de final a los penaltis. Éste sería su último entorchado. No volvería a la selección, pese a que continuaba ofreciendo un mayúsculo rendimiento en su equipo.

  Con el paso del tiempo, ha retornado al club en el que se convirtió en leyenda, en el puesto de Director deportivo. Desde aquí le deseamos muchísima suerte en su cometido. Si le va bien, es obvio que le irá también bien a nuestro querido club.  


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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