jueves, 31 de enero de 2013

ABEL

ABEL

  Cualquier semblanza dedicada a Abel tiene que comenzar inexcusablemente por el hecho que le ha hecho pasar a la inmortalidad y a la Historia no sólo atléticas sino del mundo del fútbol en general: su legendario record de imbatibilidad, reconocido oficialmente por el “Libro Guiness”, de 1275 minutos. Durante este lapso de tiempo, mantuvo su portería imbatida en el torneo liguero de la temporada 1990-91. Desde el minuto treinta de la jornada duodécima, celebrada ante el Mallorca en el Luis Sitjar el día veinticinco de noviembre de mil novecientos noventa, en el que fuera batido por el delantero entonces mallorquinista Claudio, en el que sería único gol del encuentro, hasta el minuto cuarenta y cinco de la jornada vigésimo-sexta (¡catorce después!), disputada en el Vicente Calderón ante el Sporting de Gijón el día diecisiete de marzo de mil novecientos noventa y uno (¡cuatro meses después!), en el que le batió el delantero (porque en esa época jugaba en esa posición) entonces sportinguista Luis Enrique. Al menos se ganó el partido por tres a uno, goleando por los rojiblancos Manolo en dos ocasiones y Juanito. Tuvieron que batirle dos jugadores que muy poco tiempo después llegarían a ser internacionales. Cuando el luego madridista y más tarde barcelonista le hizo el gol, que además tropezó en el poste y se desplazó por la línea, efectuando Abel un postrero e infructuoso esfuerzo por sacar el cuero, como resistiéndose a ver perforada su puerta, recuerdo que el estadio quedó durante un segundo, que se antojó eterno, enmudecido, asimilando el acontecimiento histórico que estábamos contemplado, para de inmediato prorrumpir en una estruendosa ovación, que acompañó a nuestro cancerbero hasta el vestuario, dado que el gol se lo habían metido cerca del pitido final de la primera parte del encuentro.
  Entremedias, no consiguieron endosarle gol alguno el Zaragoza (jornada 13ª, 4-0 resultado final), el Cádiz (jornada 14ª, 0-1), la Real Sociedad (jornada 15ª, 4-0), el Logroñés (jornada 16ª, 0-1), el Oviedo (jornada 17ª, 0-0), el Real Madrid (jornada 18ª, 0-3. Ese día los goles de Manolo, Juanito y Rodax consiguieron un holgado triunfo en feudo madridista que hoy en día parece una utopía. En lo concerniente al record de Abel, el mexicano ex-atlético Hugo Sánchez marró lastimeramente un penalti en uno de los disparos más horrorosos que le recuerdo. El esférico salió cerca del banderín de córner); el Español (jornada 19ª, 4-0); el Valencia (jornada 20ª; 2-0); el Betis (jornada 21ª, 0-0); el Valladolid (jornada 22ª, 2-0); el Tenerife (jornada 23ª, 0-0); el Athletic de Bilbao (jornada 24ª, 2-0) y el Osasuna (jornada 25ª; 0-3, el día de los dos goles de Solozábal).
  El partido de la jornada decimotercera, frente al Zaragoza, fue tratado con minuciosidad en un artículo anterior de este blog, el titulado, “Con nueve basta”. En él hacía ya referencia al record de imbatibilidad de Abel. Además, señalaba allí, lo que me gustaría ahora reiterar, que, sin detrimento de los enormes méritos del portero rojiblanco, mucha responsabilidad de esta gesta se debe al entrenador croata Tomislav Ivic, que llegó en esa temporada con la Liga recién empezada, tras haber sido cesado Peiró en la pretemporada, y que supo inculcar al equipo una sobriedad, un aplomo y una concentración defensivas mayúsculas, que se traducía en unos partidos plácidos para la grada, en los que los equipos rivales apenas llegaban a originar jugadas de peligro. Y para aquellas escasas ocasiones en que sí lo conseguían, ahí detrás estaba Abel y sus portentosas intervenciones.
  Abel Resino Gómez nació en el toledano pueblo de Velada el dos de febrero de mil novecientos sesenta. Su progresión en el equipo rojiblanco fue ejemplar para todos aquellos jóvenes impacientes que desean ser titulares desde el primer día. Tras jugar en categorías inferiores un año con el Toledo y dos con el Ciempozuelos, fue fichado desde este equipo de la Tercera División madrileña para la primera plantilla del Atlético de Madrid en la temporada 82-83. Como tercer portero. Los dos compañeros que le cerraban el paso eran Pereira, fichado ese mismo año como estrella del Valencia y otro canterano toledano, más arraigado ya en el club, Mejías. Sus cualidades impresionaron a los técnicos rojiblancos desde el primer momento, pero ninguno de ellos se atrevió a concederle la titularidad. Por ese motivo, en su primera temporada no llegó a disputar encuentro alguno, pese a constar formalmente como miembro de la plantilla. Como tal aparece en la fotografía oficial. En la siguiente, apenas disputa cuatro encuentros de Copa, los típicos encuentros de primeras rondas en los que los entrenadores conceden partidos a los menos habituales. En este caso concreto, los partidos de ida y vuelta ante Tarancón y Portmany.
  Ante la falta de oportunidades, acuerda con el cuerpo técnico que, para disfrutar de minutos, juegue la temporada siguiente, 84-85, íntegramente, en el equipo filial, Atlético Madrileño, en Segunda División. Disputó treinta y cinco partidos. Ahí fue cuando los asiduos a este equipo pudimos contrastar la verdadera valía del cancerbero, hasta entonces prácticamente inédito. Sus proverbiales colocación y agilidad (en ocasiones se le nombraba con el sobrenombre de “El Gato”) empezaron ya a mostrarse evidentes. Sus condiciones se destacaron tanto que el Club no quiso desprenderse de él. Continuó en plantilla.
  La temporada siguiente, 85-86, es destacada por dos hechos relevantes. Primero, sigue sin acceder a la titularidad. Disputa algún encuentro en forma aislada con el filial, hasta completar un total de siete. Con el primer equipo tan sólo uno de Copa, la ida de los octavos de final, contra el Racing de Santander en El Sardinero. Derrota por uno a cero. Y otro de Copa de la Liga, curiosamente también la ida de los octavos de final, contra el Valladolid en el Calderón. Empate a tres. Segundo, se ficha como guardameta a un ilustre veterano, Fillol. Tan sólo permanece una temporada en el club, pero Abel en repetidas ocasiones ha manifestado que otra de sus principales cualidades, el mano a mano contra los delanteros adversarios, fue perfeccionada en múltiples entrenamientos con el argentino de maestro.
  La 86-87 fue decisiva en su trayectoria profesional. De nuevo se pasa gran parte de la temporada en el ostracismo, a la sombra de Elduayen y Mejías, sin contar con la confianza de los tres diferentes entrenadores, Miera, Martínez Jayo y Luis Aragonés que, en un año convulso para el banquillo, desfilaron por el mismo. Pero en la recta final accede a la titularidad para nunca más desprenderse de ella. Fue la famosa temporada del play-off, experimento fallido y nunca más repetido. Pero para Abel fue decisivo. Al concluir la Liga regular de dieciocho equipos y treinta y cuatro jornadas, se constituyeron tres subdivisiones, respetando los puntos hasta entonces obtenidos. Los seis primeros equipos jugarían entre ellos (total: diez jornadas más) por el Campeonato; los seis últimos por el descenso; y los seis intermedios (el primero de los cuales fue el Aleti) por…nada en realidad. Tal y como ya se relató en la entrada de este blog correspondiente a Alemao, Luis Aragonés aprovechó esas jornadas intrascendentes para dar a conocer a la hinchada rojiblanca al recién fichado astro brasileño. Y también para conceder la titularidad, en recompensa a sus años de espera, a Abel. Pero éste lo hizo tan bien que se apoderó de ella en forma definitiva. Por consiguiente, su primer partido liguero fue el doce de abril de mil novecientos ochenta y siete, jornada trigésimo-quinta, ante el Murcia en La Condomina. Victoria por un gol a dos. Mejías goleó por los murcianistas y Da Silva y Uralde por los nuestros. De las diez jornadas añadidas jugó ocho.
  Y no sólo eso. Su excelente rendimiento bajo los palos le hizo jugar también los tres partidos finales de Copa del Rey. Las semifinales ante el Real Madrid (tres a dos en la ida, en el Bernabéu; Hugo Sánchez en dos ocasiones y Butragueño pusieron en el luminoso un preocupante tres a cero que Quique Ramos y Marina se encargaron de descontar. Y dos a cero, de Uralde y nuevamente Marina, en la vuelta) y la final, en Zaragoza, frente a la Real Sociedad,  con dolorosa derrota por penaltis, tras concluir el tiempo reglamentario (más prórroga) con empate a dos goles, de López Ufarte y Beguiristain para los donostiarras y Da Silva y Rubio para los atléticos.
  A la temporada siguiente, 87-88, primera de Jesús Gil en la Presidencia, llegó Menotti de entrenador. Como manifestó en varias ocasiones, contó con Abel como portero titular por el sencillo hecho de que era el que terminó jugando la anterior. Y además, por supuesto, añado yo, por su excelente rendimiento. De igual forma fueron haciendo los sucesivos entrenadores. Hasta la 94-95 (justamente la anterior al glorioso año del doblete) en que se desvinculó del Club. En estas ocho temporadas en que portaba casi siempre el número 1 jugó respectivamente 32, 37, 34, 33, 32, 27, 17 y 23 encuentros. Todavía disputaría veintiuno más en la temporada siguiente, antes de colgar guantes y botas, en las filas franjirrojas del Rayo Vallecano. En conjunto, defendió la camiseta rojiblanca (en su caso, de otro color) en 243 encuentros ligueros (241 como titular), 40 de Copa del Rey, 17 de competiciones europeas, 1 de Copa de la Liga y los dos de la Supercopa de España, frente al Barcelona, de la temporada 92-93.
  Su palmarés atlético incluye dos Copas del Rey, las dos de principios de los noventa. Temporada 90-91, uno a cero frente al Mallorca con el célebre gol de Alfredo. Y 91-92, dos a cero frente al Real Madrid con los si cabe más célebres aún goles de Schuster y Futre. La conquistada frente al Athletic de Bilbao en la 84-85 no consta en su palmarés, al ser ese año miembro oficialmente del Atlético Madrileño. A ambas finales asistí personalmente, y ya han sido analizadas en este blog con anterioridad. Recordemos aquí tan sólo brevemente que en la primera de ellas no fue protagonista activo, al estar lesionado (sí que lo fue en las eliminatorias previas) y jugar un semirretirado Mejías en su lugar. Y por fin en la segunda sí que tuvo ese protagonismo activo, manteniéndose imbatido y deteniendo incluso un penalti a Michel mediada la segunda parte.
  Su impresionante record de imbatibilidad de 1275 minutos trajo consigo otras importantes consecuencias para Abel. Por un lado, esa misma temporada obtuvo al trofeo Zamora al portero menos goleado (como no podía ser menos). Encajó un total de diecisiete goles en treinta y tres partidos, lo que se tradujo en un promedio de 0,51 goles por encuentro, la segunda mejor marca en la historia de la Liga. Por otro, también esa misma temporada alcanzó las mieles de la internacionalidad. Sus soberbias actuaciones no podían sino desembocar en la llamada del seleccionador, Luis Suárez. Disputó dos encuentros como internacional. Ambos amistosos. En ambos sustituyó en la segunda parte al cancerbero titular, Zubizarreta. Y en ambos se cosechó derrota. El primero ante Hungría, en El Sardinero de Santander, el veintisiete de marzo de mil novecientos noventa y uno. Es decir, exactamente diez días después de que Luis Enrique pusiera fin a su racha de imbatibilidad. Derrota por dos goles a cuatro. Por España golearon Manolo de penalti y Carlos (dos delanteros que en algún momento de su trayectoria portaron la elástica rojiblanca). Y el segundo ante Rumania, en el Príncipe Felipe de Cáceres, poco menos de un mes después, el diecisiete de abril. Nueva derrota, en esta ocasión por cero goles a dos. Curiosamente en este partido debutaría el asturiano Luis Enrique, su reciente verdugo. Estas dos dolorosas derrotas provocaron la salida del seleccionador y su sustitución por uno nuevo, Vicente Miera, el cual, como también sus luego sucesores, no contó con Abel para la selección (al igual que tampoco lo hizo cuando fue entrenador de nuestro equipo). Por consiguiente, su casillero de encuentros internacionales se frenó en tan sólo dos. Al menos, con ello consiguió un importante detalle que no debe de pasar inadvertido. Cada vez que se confecciona una lista de todos aquellos jugadores españoles que han llegado a ser internacionales, su nombre siempre aparece el primero de todos ellos, por orden alfabético.
  Abel permanece vivo en el recuerdo de muchos atléticos. Compartió generación con inolvidables jugadores atléticos. Todos recordamos sus tremendas cualidades. Su velocidad de movimientos, su agilidad, su anticipación, su colocación excelsa. Sus salidas fuera del arco, mano a mano frente al rival. Su juego aéreo, en el que no flojeaba en absoluto, pese a su no muy elevada estatura. En ello influía sin duda alguna su tremenda valentía, capaz de salir a chocar contra duros y potentes delanteros a desdén de su propia integridad física (se llevó más de un buen golpetazo y más de dos) y su mayúscula personalidad, dirigiendo a base de gritos, con su voz grave y ronca a toda su línea defensiva. Y seguro que al mismo tiempo intimidando con ello a la línea ofensiva adversaria.
  Todavía sirvió al Club como entrenador. Sustituyó al mexicano Javier Aguirre en la segunda vuelta de la temporada 08-09, consiguiendo clasificar al equipo para la Liga de Campeones. Siguió en el cargo a la siguiente, 09-10, merced al brillante éxito conseguido pero la carencia de resultados motivó a su vez su sustitución por Quique Flores. Esa misma temporada el equipo acabaría conquistado la Europa League, por lo que, en cierta manera y en alguna medida, este título también le corresponde a Abel. Lo cierto es que no pudo conseguir en el banquillo del Calderón el longevo e inmortal record que sí pudo alcanzar sobre su terreno de juego. Dentro de muchísimos años, todos (incluso los que no lo vivieron) lo recordarán. Para eso están los libros de Historia.            

                     


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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