jueves, 16 de mayo de 2013

ARTECHE

ARTECHE


  La principal cualidad de Arteche, en mi humilde opinión, no fue su contundencia defensiva. Ni su carisma y liderazgo. Ni su sobresaliente juego aéreo. Su principal cualidad fueron sus ganas constantes de aprender y su continuo afán de superación. De ser un joven jugador tosco y con notables lagunas técnicas y tácticas, fue transformándose paulatinamente, para la cual contó en sus dos primeras campañas con la inestimable ayuda de un impagable maestro como Luiz Pereira, en un defensa central de poderío, que fue puliendo sus recursos técnicos y perfeccionando su táctica, que fue “entendiendo” el juego, que aprendió a controlar el pase tanto en corto como en largo, que fue sublimando su ya de por sí elevado juego de cabeza, y no tan solo en funciones defensivas, como se le presuponía cuando llegó, sino también sumándose al ataque con tino (consiguió un buen puñado de goles) y que consiguió sacar el esférico desde la cueva defensiva con precisión y elegancia, no exentas de algún pequeño lujo (¿reminiscencias de su maestro brasileño?), lo que culminó en el sobrenombre impuesto por la hinchada rojiblanca de “Artechembauer”, tildado de sacrílego por los de la acera de enfrente. En suma, en palabras del propio protagonista (“Equipos con historia. Atlético de Madrid”, página 340), “en el Atlético me formé en todos los sentidos”.
  Como muestra ilustrativa de este continuo afán de mejora y superación puedo relatar una pequeña anécdota personal. Una mañana cualquiera de un día de diario me tuve que pasar por las oficinas del club, ubicadas, como todo el mundo sabe, en las entrañas del propio estadio Vicente Calderón, para realizar una gestión relativa a mi carnet de socio. Cuando llegué, la plantilla se encontraba entrenando en el césped. Cuando me iba, atravesando uno de los fondos, el entrenamiento había concluido y todos se habían retirado al vestuario. Todos menos dos. Arteche y Marina. Se habían quedado practicando el lanzamiento de faltas. En Marina tenía cierta lógica, pues era uno de los especialistas del equipo. Pero no la tenía tanto en Arteche. Además de prolongar su jornada laboral voluntariamente, estaba intentando mejorar, con un buen profesor al lado, en esa faceta del juego. Pese a que no recuerdo (y creo que nadie podrá hacerlo) lanzamiento de falta directa alguna por él realizado, fuera de los entrenamientos. Ello no obstaba para que quisiera seguir mejorando. Durante los escasos cinco minutos que me quedé contemplándolos me convertí en improvisado recogepelotas de aquellos (pocos) balones que no alcanzaban su objetivo y terminaban en las gradas.

  Juan Carlos Arteche Gómez nació en Maliaño (Cantabria) el día 11 de abril de 1957. Aficionado desde “la más tierna infancia” al baloncesto por su elevada estatura (sus piques años después en la improvisada cancha de este deporte acondicionada en las galerías del estadio con otro defensa central de pasado baloncestístico, Miguel Ángel Ruiz, serían memorables), termina no obstante por fichar por el principal equipo de la región, el Racing de Santander, aspiración de todo buen cántabro, a la edad juvenil de diecisiete años. Cedido la temporada siguiente al tradicional rival racinguista, la Gimnástica de Torrelavega, en Tercera División, se fractura la nariz en un choque con un jugador del Santurce. Desde entonces arrastra la línea de su apéndice nasal quebrada y una inconfundible voz nasal. Regresa directamente a la primera plantilla del Racing de Santander, donde completa dos formidables campañas, 76-77 y 77-78, en pugna continua por permanecer en Primera División, lo que felizmente se consigue en parte gracias a su valiosa aportación. De esta época recuerdo una fotografía del diario “As”, en partido contra el Rayo Vallecano,  en la que parecía un gigante al lado del “enanito” rayista Potele.

  Su extraordinaria progresión le lleva al fichaje con el Atlético de Madrid para la temporada siguiente, 78-79. Con harto contento del astro brasileño atlético Leivinha, que le saluda efusivamente a su llegada al vestuario, dado que “ya no tendré que soportar más tus patadas”. Se hace con la titularidad desde el inicio (una característica de su amplia y dilatada trayectoria rojiblanca es que la práctica totalidad de sus intervenciones lo fueron como titular), compartiendo eje de la zaga, como ya se ha reseñado con anterioridad, con el otro astro brasileño, Luiz Pereira. Pareja perfecta. Fantasía y técnica mezcladas con dureza y contundencia. A lo largo de su vida rojiblanca compartiría más tarde el eje con Balbino (en la época en la que Ruiz jugaba en el centro del campo), con el propio Ruiz, con el canterano Sergio, con otro Sergio, el canario Marrero, y, en su última etapa, con el vasco Goicoechea, uno de los primeros fichajes de la “era Gil”, con el que conformó un tándem que asustaba al más pintado. Su probablemente mejor partido juntos fue la portentosa exhibición (no dejaron que ningún rival osara siquiera pisar el área) contra el Real Madrid, en la 10ª jornada de la Liga 87-88, el 7 de noviembre de 1987, con la recordada goleada en feudo madridista por cero a cuatro, anotados por Julio Salinas, Futre y en dos ocasiones López Ufarte, con un excelente partido de Eusebio.
  Y desde su contratación hasta su retirada once gloriosas campañas, hasta la 88-89, en las que se forjó una de las mayores leyendas rojiblancas. Todos los seguidores atléticos sabemos que nunca fue el mejor jugador de la plantilla. Que su dureza en ocasiones se tornaba excesiva y contraproducente. Pero también sabemos que su coraje y pundonor motivaba e impulsaba tanto a sus compañeros como a la grada. Que su contundencia intimidaba a los adversarios. Que su entrega fue encomiable. Que su carisma y buen hacer hicieron vivir tantas tardes imperecederas. Que, al igual que el escudo del club se grabó en su más íntimo ser, así su personalidad indesmayable ante la adversidad (por otra parte, una de las principales cualidades rojiblancas) se abrió un pequeño hueco en el corazón de todos los atléticos.
  Su salida del club no fue todo lo agradable que su impecable trayectoria hubiera merecido. Tras la primera temporada de Jesús Gil en la presidencia, 87-88, decidió vender a Alemao (por considerarlo vestigio de la época de Calderón) y despedir por tratarse de “veteranos maleados” al propio Arteche, a Landáburu, a Quique Ramos y a Quique Setién. Todos ellos ganaron el posterior pleito por despido improcedente. De todos ellos, solo Arteche, previa rebaja importante de sueldo y pérdida de pretemporada, fue “indultado” y volvió a portar la elástica rojiblanca. Durante unos pocos partidos más. Una entrevista radiofónica en la que comparaba al traspasado Alemao con el recién fichado Donato, sin tiempo a haberse aclimatado todavía, motivó que fuera de nuevo despedido de forma fulminante, en el mismo calentamiento de un partido de Liga contra el Málaga. Esta época final, con continuos conflictos laborales, juicios y negativas de acceso al estadio, no impidieron que Arteche manifestara públicamente en repetidas ocasiones, en esos momentos y con posterioridad que “nada ni nadie conseguirán que deje de ser atlético” (precisamente ese es el título del artículo por él firmado incluido en la obra anteriormente relacionada).

  Su aportación en números fue la siguiente: 308 partidos de Liga (304 titular), repartidos a lo largo de sus once campañas en 22, 30, 32, 32, 31, 26, 33, 33, 32, 35 y 2. Es decir, salvo su primera temporada, de asentamiento y confirmación en la titularidad, y su última, de brusca despedida y cierre, jugaba prácticamente todo, en Ligas que por aquel entonces eran de 34 jornadas. Su penúltima campaña, última completa, la 87-88, fue la primera de 20 equipos y 38 jornadas. Hay que sumar además 62 encuentros más (61 titular) de Copa del Rey (4, 9, 8, 10, 4, 3, 9, 4, 5, 6 y 0) y 20 (19 titular) de diferentes competiciones europeas, Copa de la U.E.F.A. y Recopa (0, 2, 0, 2, 0, 2, 2, 9, 3, 0 y 0). Los primeros años eran los que caíamos apeados a las primeras de cambio de la Copa de la U.E.F.A. por rivales como el Dinamo de Dresden, Boavista, Groningen o Sion. El año de los nueve partidos corresponde al que se llegó a la final de la extinta Recopa, el 2 de mayo de 1986, contra el todopoderoso Dinamo de Kiev, en Lyon, con contundente derrota por tres goles a cero (remisión a la entrada propia de esta final). Además, hay que sumar veintiocho encuentros más (todos titular), distribuidos en 8, 8, 8 y 4 de la también extinta Copa de la Liga, en las cuatro temporadas en que existió (desde la 82-83 hasta la 85-86, ambas inclusive) y dos más (ambos titular) de la Supercopa de España 85-86 frente al Barcelona. Todo ello suma un total de 420 partidos oficiales, lo que le convierte en el sexto jugador rojiblanco (tras Adelardo, Tomás, Collar, Aguilera y Calleja) en haber portado la camiseta rojiblanca.  
  En todos estos encuentros consiguió anotar 18 goles ligueros (0, 0, 1, 4, 4, 5, 0, 0, 0, 4 y 0), 2 de Copa (en la 81-82), 1 en la Copa de la U.E.F.A. (en la 86-87, frente al Werder Bremen alemán, con el que retornaba al Calderón su íntimo amigo Votava, lo que no le impidió hacer saltar por los aires al checo-germano) y 7 en la Copa de la Liga (2 en la 83-84, 4 en la siguiente y 1 en la siguiente). Un total de 28 goles en el conjunto de competiciones. Estos datos revelan uno de los hechos ya reseñados al principio. Consiguió progresar adecuadamente y, tras unos primeros años de escasa aportación ofensiva (nula en términos de goles), aprendió a desplegar sus importantes cualidades de hombre alto y buen cabeceador en ataque y empezó a anotar cada vez más goles.
  De todos estos partidos y goles, hay dos encuentros que me gustaría destacar. Uno de ellos, el que todos los lectores atléticos estarán esperando ver, el que es más recordado entre los aficionados. El otro, de menor trascendencia popular, pero, en mi opinión, el mejor por él jamás jugado. Estuvo sublime. La pena es que fuera a puerta cerrada y no pudiera disfrutar de la reacción del público.

  El primero de ellos es el recordadísimo partido frente al Betis, con dos goles postreros y lesión incluidas. Jornada 10ª de la Liga 83-84, el 6 de noviembre de 1983. Después de comenzar el partido plácidamente, anotando Pedraza el primer gol a puerta vacía, tras penalti a Quique no señalado, los béticos remontarían con dos goles, del desgarbado ariete Paco, con pasado en el filial castillista, de cabeza, y de Rincón, otro ex-madridista, con el pie. A poco de empezar la segunda parte, el centrocampista sevillano Parra (que al paso de los años vendría al Aleti), de fuerte disparo, convirtió el tercer gol, que parecía definitivo. Poco después, Votava, hizo el segundo atlético. Entre la lluvia que caía (como buen partido épico que iba a ser) y el aliento indesmayable de la grada los colchoneros acosaban incesantemente el área bética, sin resultado. Hasta el minuto 88. Un centro “a la olla” era rematado por Arteche, consiguiendo el empate a tres con el que muchos se daban ya por satisfechos. Pero no Arteche. Dos minutos después, tras arrebatar en contundente entrada en la defensa el esférico al habilidoso argentino Calderón, se sumó de nuevo al ataque para, una vez más, rematar con la testa un pase colgado y conseguir el definitivo cuatro a tres, entre la algarabía entusiástica de los espectadores. La pena es que el aterrizaje del salto, en el terreno reblandecido por la lluvia, hizo que se fracturase el menisco. Fue retirado en camilla entre una agradecida y atronadora ovación. Pocos días después, todavía en el hospital, el presidente Vicente Calderón le impuso la medalla de oro y brillantes del club, en agradecimiento a los servicios prestados “más allá del cumplimiento del deber”. La lesión no se llegó a curar definitivamente y, durante los años venideros, tendría múltiples molestias y dolores en la rodilla afectada. Que no obstante no le impedían defender con sacrificio y gallardía “su” camiseta rojiblanca.
  El segundo encuentro al que antes me referí, para mí su mejor partido de rojiblanco, es el de vuelta de la eliminatoria de dieciseisavos de final de la Recopa de la temporada 85-86 (la que culminaría con la final de Lyon), frente al Celtic de Glasgow. Tras un peligroso empate a uno en Madrid, con goles de Quique Setién y Johnstone, la vuelta se disputaba en el Celtic Park de Glasgow a puerta cerrada, por incidentes del público escocés en anteriores eliminatorias, el día 2 de octubre de 1985. El equipo se pone por delante dos a cero, con goles de los dos Quiques, Setién y Ramos, y el encuentro, antes y después, es un continuo bombardeo de balones de las huestes escocesas al área, siguiendo su inveterado estilo de juego de esos años. Arteche y Ruiz se pusieron las botas y con facilidad y suficiencia despejaron balón tras balón, con el pie pero principalmente con la cabeza, sin permitir a los escoceses contactar siquiera con ellos. Solo el defensa central Aitken, a poco del final, pudo cabecear un centro y conseguir el definitivo uno a dos, que franqueaba la eliminatoria a los atléticos. A buen seguro que, de haberse disputado el partido con público, la ovación al inconmensurable encuentro de Arteche, no obstante ser afición rival, hubiera sido mayúscula.

  Su palmarés rojiblanco consiste en dos títulos, los dos oficiales del club de la década de los ochenta. Estuvo cerca de la Liga 80-81 (según confesión propia, su mejor año), pero se cruzó desgraciadamente por medio un tal Álvarez Margüenda. Y perdió la ya mentada final de la Recopa de Lyon, frente al Dinamo de Kiev, en la 85-86. Esos dos títulos son la Copa del Rey de la temporada 84-85, que le permitió al club, como campeón de Copa, disputar la Recopa del año siguiente, llegar a la final y perderla, y disputar también frente al campeón de Liga, Barcelona, y en esta ocasión ganar, la Supercopa de España. La final de Copa se celebró el día 30 de junio de 1985, en el estadio Santiago Bernabéu, feudo de ocho (hasta ahora; esperamos que muy pronto se incrementen) de nuestras nueve Copas. El rival, el Athletic de Bilbao, antigua casa madre. Se venció por dos goles a uno. Ambos anotados por el mexicano Hugo Sánchez, en su último partido rojiblanco (ese día, todo de rojo). El primero, de penalti, cometido por Urtubi que sacó con la mano un córner botado por Landáburu que se colaba directamente. El segundo, ya en la segunda parte, resolviendo frente a Zubizarreta un mano a mano que le había posibilitado el mismo Landáburu con un magistral pase desde posiciones retrasadas. Descontó después Julio Salinas, que poco después llegaría a las orillas del Manzanares. El partido de ida de la Supercopa aconteció en el Calderón el día 9 de octubre de 1985. Se venció por tres goles a uno, remontando Cabrera, Ruiz y Da Silva el inicial gol del barcelonista Clos. La vuelta, tres semanas exactas después, el 30 de octubre, se cerró con una insuficiente victoria blaugrana por un gol a cero, anotado por Alexanco. En los tres partidos tuvo una importantísima aportación Arteche, compartiendo el centro de la zaga en todos ellos con Ruiz, disputándolos como titular e íntegramente.
  Después de haber sido internacional juvenil, sub 21 e incluso olímpico (recuerdo haber asistido a un partido de clasificación para los Juegos Olímpicos de Seúl 88, frente a Suecia, en el estadio de Vallecas, con él de titular), Arteche también fue internacional absoluto. Cuatro veces, todas ellas con Miguel Muñoz de seleccionador. Pese a que parecía que ya había pasado su mejor etapa, en la que el seleccionador prefirió contar con otros defensas centrales (por aquella época muchos maledicentes aseguraban que Arteche había querido lesionar intencionadamente, para facilitar dicha llamada, a dos de ellos, el sportinguista Maceda y el sevillista Álvarez) finalmente fue reclamado para defender “La Roja”. Debutó el día 12 de noviembre de 1986, en partido clasificatorio para la Eurocopa de Alemania 88, celebrado frente a Rumania en el estadio Benito Villamarín (recordemos que en esos años Sevilla mantenía prácticamente “secuestrado” al equipo de todos) con victoria final por un gol a cero, anotado por Míchel. Compartió eje de la zaga con el madridista Sanchís. Como no son demasiados, podemos también rememorar brevemente sus otros tres encuentros internacionales. El segundo, de la misma fase de clasificación, y con el mismo compañero central, en el estadio Quemal Stafa de Tirana, frente a Albania. El típico partido clasificatorio frente a un rival inferior que se pone pronto por delante en el marcador, en este caso con gol de Muca, que se encierra detrás, y que resulta difícil de superar. En esta ocasión, se consiguió felizmente. En la segunda parte, tras marrar lastimeramente un penalti el madridista Chendo, los dos goles, del propio Arteche, en violenta volea (otra de las armas que perfeccionó sobremanera con el paso del tiempo) y del sportinguista Joaquín, permitieron dar la vuelta al marcador. Los dos restantes encuentros fueron amistosos. Frente a Holanda en el Nou Camp barcelonés, compartiendo el centro de la defensa con el entonces atlético bilbaíno Goicoechea (anticipando en unos meses su participación en el mismo club), el día 22 de enero de 1987. Empate a uno, con goles de Calderé y Gullit. Y frente a Inglaterra en el Santiago Bernabéu, formando tándem con el madridista Gallego, el 18 de febrero de 1987, día imborrable en el fútbol inglés en el que entonces barcelonista Lineker anotó él solito cuatro goles. Los dos españoles de Butragueño y Ramón fueron insuficientes.

  Tras su abrupta y obligada retirada no participó de forma activa en el mundo del fútbol. Se convirtió en comentarista invitado de diferentes medios de comunicación y se dedicó a jugar al golf (desde entonces, una de sus pasiones; de hecho, existe en su honor, con el nombre de Memorial Arteche, un torneo aficionado de golf) y a asistir, en compañía de su esposa e hijas, como socio de pie, bufanda al cuello, a los partidos de su querido Aleti.

  De todas las semblanzas individuales incluidas en este blog, ésta es la primera en la que desgraciadamente tengo que incluir, además de fecha de nacimiento, fecha de fallecimiento. Tras dos años de ardua lucha con el cáncer (“el bicho”, como él lo llamaba, con su buen humor característico, relajando el ambiente), falleció en Madrid el día trece de octubre de dos mil diez. La afición estuvo a la altura de las circunstancias y supo brindarle de forma espontánea el merecido homenaje que no pudo tener en vida. Como siempre ocurre en estos casos, las muertes prematuras acrecientan y agigantan la leyenda del personaje fallecido. Posiblemente no le hiciera falta, pero así ha ocurrido también con Arteche. En cualquier caso, su hálito de pundonor y entrega y su lucha constante ante la adversidad permanecen, ahora y siempre, entre las gradas.                                    


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario